Los elementos del
periodismo. Bill Kovach y Tom Rosenstiel. Ed Aguilar
La aguda crisis de
credibilidad que sufre el periodismo fue detectada ya hace años en Estado
Unidos. Algunos de los mejores profesionales del país crearon un Comité de Periodistas Preocupados,
y en 1997 celebraron un encuentro en la
Universidad de Harvard para analizar la situación. Este sugerente libro recoge
las conclusiones de aquel encuentro.
Se trataba de descubrir las
causas del desprestigio, y definir las líneas maestras de un proyecto para
recuperar la calidad del periodismo: Project
for Excellence in Journalism. Querían saber si era todavía posible rescatar el periodismo de la creciente marea de nuevas formas de
comunicación que lo contaminaban, y por
momentos parecían ahogarlo definitivamente.
El gran mundo de las
comunicaciones, que la tecnología ha desarrollado de manera exponencial e
inusitada, es un complejo entramado de publicidad, propaganda, entretenimiento,
intercambio, comercio electrónico…
Una pequeña pero imprescindible parte de ese
entramado lo constituye el periodismo. Sólo el periodismo, si cumple su función
propia, es capaz de aportar a la sociedad algo único: la información independiente, veraz, exacta y ecuánime que todo ciudadano
necesita para ser libre. Cuando al periodismo se le pide algo diferente, no
sólo se desvirtúa, sino que llega a subvertir la cultura democrática.
El relato fidedigno de hechos notables es por tanto la esencia y
objetivo en el que debe centrarse el periodismo. Cuando la tecnología satura de
información al ciudadano, más que nunca la función del periodismo debe ser verificar qué información es fiable, y ordenarla a fin de que los ciudadanos
la capten con eficacia.
Centrarse en la labor de verificación y síntesis, en lo
cierto y relevante de una noticia, eliminar lo superfluo e irrelevante. Sobran
los rumores. El periodista ha de convertirse en
creador de sentido.
Para eso el periodista debe saber
distinguir qué es informar (dar
relevancia a un acontecimiento para que la gente sea consciente de él) de qué
es informar de la verdad (iluminar hechos ocultos y
relevantes, relacionarlos entre sí y esbozar una imagen de la realidad que
permita a los hombres actuar en consecuencia).
Con frecuencia el periodista, más
que defender sus métodos para averiguar la verdad, ha tendido a negar la existencia
de la propia verdad. Se ha refugiado en un cierto cinismo al estilo Pilatos:
“¿Y qué es la verdad?”. Como mucho alega su “imparcialidad”, demasiado subjetiva para ser
creíble. Con una supuesta equidad entre dos partes de distinto peso no se es
fiel a la verdad. Esa “equidad” no sustituye a la desinteresada búsqueda de la verdad, primer principio del periodismo.
Esa actitud de cierto cinismo
indolente, por desgracia habitual en bastantes periodistas y hombres públicos
de relieve, deja al ciudadano con la sospecha de que se le oculta algo. Todos
sabemos que la verdad es un objeto esquivo, pero también sabemos distinguir quién se
acerca a ella de manera más exhaustiva,
objetiva y honrada.
El periodista debe saber
responder a la pregunta que se hace el ciudadano: “De lo que me cuentan, ¿qué
puedo creer?”, y aportar los elementos para que el usuario pueda valorar la
fiabilidad de su información.
Hay prácticas éticas que se han generalizado en
otros ámbitos. En los congresos médicos, por ejemplo, está establecido que los
autores de las ponencias indiquen expresamente si han recibido alguna ayuda, económica o de otro tipo, de
los laboratorios que producen los fármacos y métodos de tratamiento que
mencionan en su intervención. Es una práctica
que a veces se olvida en el periodismo.
El periodista debe tener claro a
quién debe lealtad. Olvidar que su
primera lealtad es al ciudadano es corromper el periodismo, y destruir su
credibilidad. En 1995, todavía el 70 % de los periodistas USA seguían pensando
que trabajan para el lector, y no para
su empresario. Sería interesante una encuesta actualizada.
La crisis publicitaria afloraba
ya en 1980. Desde entonces los medios
han recortado sistemáticamente sus presupuestos en informativos, y han invertido cada vez más en mercadotecnia,
introduciendo prácticas que poco tienen que ver con el periodismo: dar
cobertura mediática positiva a los anunciantes,
otorgarles una notoriedad de la que carecen, convertir en noticia sus
promociones comerciales,… son prácticas que han deteriorado la credibilidad de
los medios.
La única forma que tiene el
lector de saber si está ante una información sesgada es la transparencia. Si un artículo comienza: “Según los expertos…”, el
lector tiene derecho a saber de cuántos expertos está hablando el reportero. Si
se está recomendando un lugar idílico para unas vacaciones, el lector debe saber
si el medio ha recibido algún tipo de ayuda de organismos relacionados con ese
lugar… Si una cadena de radio o televisión tiene como objetivo favorecer
determinada ideología, sería aceptable, siempre que lo reconocieran públicamente y no
ocultaran su partidismo bajo el manto de una aparente independencia.
Otro elemento de pérdida de
credibilidad, a juicio de los autores del estudio, es el incremento de un “periodismo de interpretación opinativa”,
que ha acabado imponiéndose al periodismo de verificación, más costoso pero más
auténtico. Argumentos baratos y polarizados, hechos a base de cifras parciales
o falsas, o de meros prejuicios, que
sólo aportan ruido y provocación, dominan abrumadoramente sobre la información
veraz y fidedigna. Es un fracaso de la profesión. Y la sociedad, que sabe
elegir, responde alejándose de los
medios.
Resaltan los autores que hablamos
mucho de la necesaria defensa de la libertad de prensa y de expresión,
pero se nos olvida hablar de la responsabilidad
de los medios, que al fin y al cabo es hablar de la responsabilidad de
quienes trabajan en ellos, periodistas y directivos. Es ahí donde radica el
remedio de la crisis.
El libro constituye un buen ejercicio de reflexión
para el periodista que se pregunta por el sentido de su trabajo, y quiera mejorar su calidad. Un intento no
exento de riesgos, porque la verdad compromete, y hay momentos en que uno debe
asumir su propia responsabilidad sin transferirla a otros. El profesor Carlos Soria ha publicado buenos estudios sobre los dilemas éticos que cada día se plantea el periodista responsable: recomiendo éste .
Debería interesar especialmente a empresarios y directivos de
medios. Ellos marcan el rumbo, y en sus manos está que se mantenga la nave del
periodismo en la dirección correcta para dirigirse hacia el
periodismo-periodismo, y no derive hacia puertos bien distintos.
Buen libro también para cualquier
ciudadano responsable. Con su buen sentido tiene el poder de determinar de
quién se fía, de reclamar cuando se le oculta o falsea la realidad. Él es el
principal interesado en que los medios recuperen su credibilidad, porque
necesita una información fiable y veraz para ser libre.