José Miguel Cejas nos acerca en este libro a un conmovedor conjunto de historias, cuyos protagonistas viven en los países nórdicos: Suecia, Finlandia, Noruega, Islandia, Groenlandia. Tienen en común su condición de testigos de la acción de Dios en sus vidas, ese Dios cuyos caminos son imprevisibles, pero que no deja de arreglárselas para actuar en la historia a través de personas que le escuchan. Comparten el despertar de un creciente interés por Jesucristo y por el cristianismo, en un ambiente que parecía definitivamente cerrado a la presencia de Dios.
Son personas y
familias normales, a las que suceden
cosas normales. Y de vez en cuando, como a casi todas las personas y familias
normales, también les suceden cosas extraordinarias, de cuyo carácter
sobrenatural son plenamente conscientes. Hechos extraordinarios que no
aparecerán en ningún noticiario, pero que han marcado sus vidas para siempre,
señalando un camino hacia Dios para su existencia.
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Finlandia, por
ejemplo, es un país muy secularizado. Como relata uno de los personajes, la segunda
guerra mundial hizo caer a muchos en el alcoholismo. Sufrieron la influencia del
materialismo socialista ruso, y después del materialismo sueco. Luego vino la
revolución sexual del 67. Todo eso destruyó la familia. La mayoría de los hijos
nacían fuera del matrimonio, desapareció la fidelidad conyugal y se corroyeron
tradiciones cristianas de siglos. La inmensa mayoría de padres mantienen una
relación muy fría y distante con sus hijos.
En los años 70 y 80 del siglo XX, los finlandeses que viajaban a países como Italia, Austria o España se
sorprendían al ver iglesias abiertas y muchas imágenes de la Virgen
María. Cuando regresaban a Finlandia les impactaba el vacío. Ese
vacío interior y esa insatisfacción que genera el materialismo les helaba el
corazón. Un hielo para el que no está hecho nuestro corazón, que necesita amar.
Y surge la sed de un amor que llene la existencia: la sed Dios.
El Espíritu
Santo actúa apoyado sobre la oración perseverante y el ejemplo optimista de
cristianos que permanecen fieles, y hablan: porque “siempre hay que dar la
palabra acerca de Dios, aunque nos parezca que cae en el vacío”.
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Dios actúa mediante
cosas tan sencillas como la alegría de
vivir de una familia católica, reunida para comer a la hora del
almuerzo. En esos países de frío
individualismo lo normal es que cada cual pilla lo suyo de la nevera, lo
deglute y se encierra en su habitación, en sus cosas. No hay convivencia, en
cada casa sólo hay una suma de individuos.
Y el nórdico que
asiste por primera vez al espectáculo de una
familia católica reunida entorno a la mesa, comprende de pronto que hay
algo más que el mero comer, que la familia reunida en torno a la mesa es un
signo exterior de humanidad, de calor y alegría de vivir. Descubre que el
cristianismo transmite amor, cuidado de unos por otros. Y es el comienzo de una
conversión al catolicismo.
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Dios se sirve también de los
escritos de los santos para mover los corazones. El joven Anders
Arbolerius, luterano, se siente golpeado en el corazón
cuando lee en “Historia de un alma”, de santa Teresa de Lisieux, estas
palabras: “Oh Jesús, amor mío, por fin he encontrado mi vocación: mi vocación
es el amor.” Y sin saber cómo, sin que antes se le hubiera pasado por la cabeza
semejante cosa, siente que debe ser católico y ordenarse sacerdote. Ahora es el
obispo católico de Estocolmo, el primero desde la reforma protestante.
Detrás de cada
conversión hay siempre alguien que reza: la madre Tekla
Famiglietti, abadesa
general de la orden de santa Brígida de Suecia, veía con frecuencia a Anders corretear por el convento cuando acudía con su madre, y
rezaba por él.
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Muchos empiezan a
descubrir ahora el valor de la familia, que es
el canal de transmisión de los valores. Se ha confiado demasiado en el
sistema educativo que diseñan los gobiernos. Pueden ser técnicamente magníficos,
pero los contenidos que transmiten pueden ser muy discutibles. Si ocupa el
gobierno gente sin valores, el sistema puede ser venenoso para los jóvenes, si transmite ideologías antinaturales. Un
pedagogo que domine la técnica puede enseñar inmoralidades con perversa eficacia.
La mejor educación no insiste en sacar buenas notas, sino en ser buenas
personas, y en eso la familia es insustituible.
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Conocer la historia de la Iglesia es otro camino del que Dios se sirve para acercar a las personas a la verdad. Contra lo que han difundido bulos y estereotipos, se descubre la importancia que el catolicismo ha dado siempre a la razón y al pensamiento inteligente, que no se opone a la fe sino que ayuda a profundizar en ella y a entenderla mejor. Y que las guerras de religión no fueron sólo ni principalmente de religión, sino que tuvieron unas fuertes motivaciones políticas, económicas y culturales.
Y muchos descubren estudiando que gran parte de los cimientos de la civilización occidental han sido puestos por la Iglesia: fundó las primeras universidades porque enseña que el saber es para compartirlo; fundó hospitales (porque los enfermos son hijos de Dios y hermanos nuestros)... Y sobre todo difundió la caridad con todos y la igualdad entre hombres y mujeres. Una igualdad que no fuerza a las mujeres a imitar a los hombres, sino que les permite desarrollar toda su potencialidad y dignidad femenina, como mujeres, madres e hijas. La criatura predilecta de Dios es una mujer: María (que significa en arameo Reina, Señora, Emperatriz)
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Conocer la historia de la Iglesia es otro camino del que Dios se sirve para acercar a las personas a la verdad. Contra lo que han difundido bulos y estereotipos, se descubre la importancia que el catolicismo ha dado siempre a la razón y al pensamiento inteligente, que no se opone a la fe sino que ayuda a profundizar en ella y a entenderla mejor. Y que las guerras de religión no fueron sólo ni principalmente de religión, sino que tuvieron unas fuertes motivaciones políticas, económicas y culturales.
Y muchos descubren estudiando que gran parte de los cimientos de la civilización occidental han sido puestos por la Iglesia: fundó las primeras universidades porque enseña que el saber es para compartirlo; fundó hospitales (porque los enfermos son hijos de Dios y hermanos nuestros)... Y sobre todo difundió la caridad con todos y la igualdad entre hombres y mujeres. Una igualdad que no fuerza a las mujeres a imitar a los hombres, sino que les permite desarrollar toda su potencialidad y dignidad femenina, como mujeres, madres e hijas. La criatura predilecta de Dios es una mujer: María (que significa en arameo Reina, Señora, Emperatriz)
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En el libro se
cuentan también los primeros pasos del Opus
Dei
en Escandinavia, de la mano de Juan Luis Bernaldo y Richard Hayward. Allí llegó
la Obra por el interés de san Juan Pablo II, que deseaba impulsar la
cristianización del Norte de Europa y animó al beato
Álvaro del Portillo a comenzar pronto en esos países.
Desde 1983, “de amigo a amigo se van enlazando historias, porque el Opus Dei se
difunde en el mundo por medio de la amistad.”
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Todo el relato refleja un hondo
sentido ecuménico presente entre los creyentes:
católicos, luteranos, protestantes y ortodoxos estrechan lazos anhelando una
unión en la verdad de Jesucristo que no puede estar lejana cuando les vemos con
la apertura de corazón que reflejan las vivencias recogidas. Como los muebles
donados por el pastor luterano para que sus amigos católicos del Opus Dei
puedan instalar una residencia de estudiantes…