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jueves, 28 de enero de 2021

Lo que no podemos ignorar

 


Lo que no podemos ignorar. Una guía. J. Budziszewski. Ed Rialp

 

¿Qué sabemos acerca de lo bueno y lo malo, cómo conocemos la ley natural, esas verdades morales comunes que todos deberíamos seguir? A esas preguntas necesarias trata de responder el autor en este libro.

 

Profesor de filosofía en la Universidad de Texas y especialista en filosofía política, Budziszewski procede del ateísmo. Su trayectoria intelectual y vital le llevó a la conversión al cristianismo y en el año 2004 fue admitido en la Iglesia Católica. Es autor de numerosos libros de su especialidad y sobre la fe cristiana, dirigidos especialmente a jóvenes universitarios.

 

En este ensayo reflexiona acerca de la necesidad del “replanteamiento de lo obvio”, que -por las profundas oscuridades en que se ha sumergido el hombre en nuestros días- es hoy la principal obligación de los hombres inteligentes (George Orwell).

 

Esas oscuridades llevan a muchos a vivir como si no existiesen unos principios morales básicos, comunes a todos, que constituyen la ley natural. Pero el corazón es insincero y puede no querer reconocerlos. Precisamente esa tendencia al autoengaño es una de las cuestiones en que Budziszewski ha centrado su investigación académica. Nos autoengañamos, y además resulta arduo vivir en coherencia con esos principios cuya existencia intuimos, porque aspirar a lo más alto requiere subir. Es más fácil dejarse caer, y el mundo complejo en que vivimos parece incitar a esa pendiente resbaladiza.  

 

 La abolición del hombre, de C.S. Lewis, es para el autor uno de los mejores tratados sobre la ley natural, “el mejor del siglo XX”, afirma. Esa ley, que llevamos inscrita en nuestro ser, es el fundamento del sentido común universal de los hombres. Cuando se pierde esa referencia común, se tambalea el edificio entero de la convivencia, pues una sociedad libre y pacífica sólo puede ser edificada sobre el cimiento de unos valores humanos compartidos. Debemos estar prevenidos frente a los sistemas políticos e ideologías que nieguen esa base fundamental.

 

En las democracias occidentales, la ley es dictada por la mayoría. Pero hay cosas que también están prohibidas para las mayorías. Que algo esté sustentado por una mayoría no puede ser el fundamento de que sea bueno o malo. Son esos preceptos morales comunes innatos los que determinan lo bueno o malo. Todos tienen capacidad de llegar a reconocer esos principios, que por otra parte han estado claros en la tradición durante siglos: es malo robar, mentir, herir, calumniar, traicionar,… Es bueno ser veraz, no faltar a la palabra, ayudar al que lo necesita, respetar la propiedad ajena, ser cordial y acogedor,…

 

La fe cristiana arroja luz sobre esas verdades, pero estaban ya previamente inscritas en el corazón del hombre. No es la fe su origen, forman parte de la esencia de nuestra naturaleza humana, aunque llegar a identificarlas como verdades morales puede ser una tarea difícil, si las circunstancias no ayudan.

 

Y ahí entra la crítica a nuestro sistema educativo, que parece orientado más a dificultar que a facilitar una visión nítida sobre esas realidades esenciales. Hay que leer mucho, y escuchar mucho a los que saben, para llegar a conocer y comprender en profundidad los mejores logros del pensamiento y de nuestra cultura, e identificar en ellos nuestras intuiciones morales. Y también hay que memorizar bien todo lo comprendido, para que esté pronto a servirnos ante los dilemas éticos diarios.

 

Pero los sistemas educativos actuales no facilitan precisamente esos hábitos necesarios para la conducta ética: leer, escuchar, memorizar. Tampoco ayuda la creciente dispersión mental, y consiguiente pérdida de capacidad reflexiva, que provocan los actuales sistemas de información y de entretenimiento, con unos contenidos tan electrizantes como esterilizadores de la capacidad discursiva y reflexiva.

 

 Comunismo y fascismo, por su parte, han utilizado la misma técnica para desvirtuar el sentido moral innato en la persona. Seleccionan un precepto moral, exageran su importancia, y lo usan como arma para arrasar otros deberes morales. Deformado un precepto, desvirtuado de su contenido real, todos los demás decaen, y con ellos decae la posibilidad de un orden social justo, un marco de libertad en el que se respete la dignidad de la persona, de cada persona.

   

El comunismo deforma, por ejemplo, el precepto moral de “dar de comer al hambriento”, y usa su visión deformada como excusa para justificar la destrucción de otros preceptos morales, como el respeto a la libertad y a la dignidad de cada persona individual, la libertad de pensamiento, de expresión o de asociación, o la misma libertad religiosa.

 

El fascismo, por su parte, suele usar como excusa el progreso de la propia nación, a costa de comportarse injustamente con todas los demás, que son también de algún modo nuestra familia. No puede haber progreso real en una nación que trata de levantarse despreciando a otras. Esa insolidaridad de raíz acaba por envenenar a la nación que se ha dejado inocular tal ideología.

 

Comunismo y fascismo evidencian que las mentiras requieren un mínimo de verdad para poder engañar. Como alguien dijo, es el homenaje que la mentira rinde a la verdad. De otra forma nadie caería en la trampa.

 


Dos apuntes más, al hilo de la lectura del libro:

 

Amar al prójimo, a quien ves, es el modo de ponerse en relación con Dios, a quien no ves.” Esa idea cristiana, como el cristianismo en su conjunto, ha actuado como el motor de civilización más poderoso de la historia. Y además, efectivamente, conduce a quien se decide a ponerla en práctica al bien supremo, que es la relación con Dios.

 

Y otra evidencia cristiana: Dios actúa como quiere y cuando quiere en cada persona: “Ninguna teoría científica ni opinión de teólogo podrá impedir a Dios –que es Amor, libertad y gracia, y todopoderoso- tocar el alma –de viviente a viviente- cuando así le place.” Es una realidad luminosa y esperanzadora. ¡Cuántos habrán experimentado en algún momento de su vida ese toque de la gracia que les mueve a conversión! ¡Y cuantos más lo habrán experimentado justamente en el trance final, en el momento de cruzar la puerta al nuevo mundo!


De lectura recomendable, porque ayuda a pensar sobre una guía práctica y fiable. Muy recomendables también estos consejos para no perder la fe en la universidad.


Para saber más sobre la ley natural es también interesante esta entrevista a la profesora Ana Marta González.

 

 

domingo, 26 de abril de 2020

La tentación del miedo






Parecía un párrafo de uno de los libros del pensador británico C.S.LewisCartas del diablo a su sobrino, publicado en 1942. Me lo ha pasado un amigo, sobresaltado por la similitud con nuestra situación actual, en plena pandemia ocasionada por el coronavirus

Gracias a la advertencia de otro buen amigo he comprobado que el párrafo es imaginario. Sin duda el autor, inspirado por el sentido que Lewis dio a su obra, ha querido imaginar qué nos diría de la pandemia actual y la reacción de muchos ante ella. Ha redactado un texto y lo ha puesto en circulación, sin advertir que el autor no es C.S.Lewis.

Lo que sí dice Lewis, poniéndolo en boca del diablo, es que como muchos no piensan en la vida eterna, "tienden a considerar la muerte como el mal máximo, y la supervivencia como el bien supremo. Pero es porque les hemos educado para que pensaran así."

Cuando Lewis tenía 30 años, su amistad con Tolkien supuso un reencuentro con el cristianismo. Su conversión dejó una profunda huella en sus escritos. En Cartas del diablo a su sobrino hace una magistral descripción, en clave irónica llena de humor británico, de las diversas formas en que el hombre se deja seducir por las tentaciones del maligno. Y una de ellas es no pensar nunca en el más allá de la muerte, en la vida eterna.



Transcribo ahora el párrafo ficticio que ha sobresaltado a mi amigo, redactado en estos días de confinamiento por algún bienintencionado que debería haber avisado de que el texto no es en realidad de Lewis, aunque se inspire en su obra:

"- ¿Y cómo lograste llevar tantas almas al infierno en aquella época?
- Por el miedo.
-- Ah, sí. Excelente estrategia; vieja y siempre actual. ¿Pero de qué tenían miedo? ¿Miedo a ser torturados? ¿Miedo a la guerra? ¿Al hambre?
- No. Miedo a enfermarse.
- ¿Pero entonces nadie más se enfermaba en esa época?
- Sí, se enfermaban.
- ¿Nadie más moría?
- Sí, morían.
- Pero, ¿no había cura para la enfermedad?
- Había.
- Entonces no entiendo.
- Como nadie más creía o enseñaba sobre la vida eterna y la muerte eterna, pensaban que solo tenían esa vida, y se aferraron a ella con todas sus fuerzas, incluso si les costaba su afecto (no se abrazaban ni saludaban, ¡no tenían ningún contacto humano durante días y días!); su dinero (perdieron sus trabajos, gastaron todos sus ahorros)...
Aceptaron todo, todo, siempre y cuando pudieran prolongar sus vidas miserables un día más. Ya no tenían la más mínima idea de que Él, y solo Él, es quién da la vida y la termina. Fue así. Tan fácil como nunca había sido.”




Es la actitud que podríamos adoptar, atenazados por el miedo a perder la salud. Un miedo lógico, especialmente para quien piense que esta vida es la única.  

Si hay una cosa clara es que todos moriremos, si Dios quiere dentro de muchos años. Por eso lo esencial no es conservar la salud a toda costa. Lo decisivo es emplear la vida en algo que valga la pena, para esta vida y sobre todo para la otra.





Como están haciendo tantos héroes anónimos estos días, dejándose la salud y jugándose la vida por cuidar a quienes les necesitan. Así es como mejoraremos el mundo.

(Imágenes de la Clínica Universitaria de Navarra)