sábado, 20 de julio de 2013

Desde la dimensión intermedia



                                                


Desde la dimensión intermedia. Mercedes Salisachs. Ed B 2003


    Un abogado y escritor  de éxito sufre un atentado de ETA. Mientras se debate entre la vida y la muerte, su vida pasa ante sus ojos. Y ve todo con una nueva perspectiva:  relaciones, familia, colegas, amistades reales o supuestas, enamoramientos frívolos…

    La luz que ya le empieza a prestar la cercanía de Dios arroja sobre su vida una nueva claridad. Poco a poco  se le muestran  las verdaderas motivaciones, los sentimientos ocultos, nunca sospechados por él, de las personas que ha tenido a su alrededor.

    Se percibe en el estilo de Salisachs una fina sensibilidad para captar los movimientos sicológicos, las reacciones interiores, no siempre afloradas pero que siempre dejan huella en la persona. El odio y el resentimiento proceden del egoísmo, y dejan un rastro de tristeza y soledad. En cambio, quienes tienen la fortaleza necesaria para devolver bien por mal y llegan a perdonar son personas serenas, que dan paz a su alrededor.  

    Hay un fondo cristiano siempre presente en los escritos de Salisachs: “Para que Dios nos perdone, hemos de olvidar y perdonar los errores ajenos. En el más allá descubriremos hasta qué punto hemos podido ser los causantes de errores ajenos: a menudo las desidias propias y los olvidos premeditados pueden provocar males graves a otros.

    Maneja una cariñosa ironía en sus descripciones.  Así, cuando pinta a ese tipo de persona que acostumbra a mantener una “cordial lejanía”: “procuraba ser amable y simpática sin dejar de mostrarse algo distante. Me impresionaba su forma de imponer lejanías cordiales…” O retrata el estilo profesional de algunos abogados: “Un abogado que quiera medrar ha de saber dominar los músculos de su cara, mostrar atención hacia el cliente, no desgana, y transmitir seguridad, firmeza, confianza.”

    Juzga las conductas con ternura y comprensión, pero llama a las cosas por su nombre, sin falsas compasiones.  Por ejemplo, no se corta al calificar a ciertos frecuentes  “enamoramientos”, poco consistentes, como “remedos de zancadillas, egolatría, fugacidad, ganas de ver en el otro lo que nosotros queremos ver; nos enamoramos de lo que nos atrae: en el fondo de nosotros mismos. No son amor. La belleza y la juventud son fortunas prestadas.”






lunes, 15 de julio de 2013

Los cerezos en flor. El Opus Dei en Japón




Los cerezos en flor. Relatos sobre la expansión del Opus Dei en Japón.

José Miguel Cejas. Ed Rialp 2013

 

El encuentro con Dios es siempre personalísimo. Quizá por eso José Miguel Cejas ha escogido como formato de este magnífico libro la narración de una larga serie de historias personales, contadas en primera persona por sus protagonistas.  Tienen en común el impacto del cristianismo en las vidas de hombres y mujeres de una singular nación: el Japón. Un impacto transformador de la existencia, que tantas veces culmina con el encuentro con Jesucristo, y tantas otras con una mayor cercanía y simpatía hacia su Persona.

 

La historia particular de cada personaje y de sus antepasados nos permite conocer muchos detalles de la historia y la cultura japonesa. El origen del pensamiento sintoísta, la influencia budista… Asistimos a la primera evangelización en el siglo XVI, interrumpida cruelmente por largos siglos de persecución y martirio.  La sorprendente historia de los católicos ocultos, los Kirishitani, que en 1865 se presentaron inesperadamente en la pequeña iglesia del sacerdote francés Petitjean, de las Missions Etrangères de Paris: “Nuestro corazón es el mismo que el tuyo” le dijeron, cuando le vieron arrodillarse ante el Santísimo. Habían permanecido heroicamente fieles a su fe durante más de tres siglos de clandestinidad.


Asistimos también a la historia del comienzo y desarrollo de la labor apostólica del Opus Dei. Un periodista, una traductora, una profesora de idiomas, la ejecutiva de una productora de televisión especializada en programas educativos… Son las primeras personas del Opus Dei que llegan a roturar el terreno. Llegan a Japón con un impulso común: disponibilidad para llevar a Jesucristo a quienes no le conocen, a quienes ni siquiera han oído hablar de Él.

 

Y se encuentran con un pueblo que sabe apreciar la belleza de las cosas corrientes: el agua que brota de un apacible manantial, la luna llena, el puchero en el centro del hogar familiar, las hojas de arce arrastradas en otoño por el viento… Un pueblo que intuye que en la belleza de esas cosas corrientes se esconden brillos de algo sobrenatural, de un Dios al que en su mayoría aún no conocen. Y pueden sentirse identificados con el mensaje del Opus Dei, que enseña la importancia de las cosas pequeñas de la vida corriente, del trabajo bien hecho, con sentido profesional y afán de servicio a los demás, por amor a Dios.

 

El trato personal y la amistad de aquellos primeros con sus colegas de trabajo les permite ir disipando prejuicios hacia el catolicismo entre los japoneses, quienes en su inmensa mayoría todavía no conocen o miran con recelo la religión católica.


Asistimos con emoción contenida a la acción de Dios en las almas, en cada alma. Una historia siempre diferente. El Espíritu atrae a cada uno valiéndose de medios insospechados. Puede ser la cariñosa expresión de un amigo, impaciente por nuestra indecisión: “¡pero qué tonto!”. Y sorprendentemente el alma se arranca.  


O puede valerse de la conmoción ante una imagen de Cristo crucificado, incomprensible para un japonés. O de la admiración ante la alegre laboriosidad de un compañero de trabajo.

 

Dios se sirve también a veces de escenas corrientes de la vida cotidiana,  que de pronto inexplicablemente iluminan el alma.  Es el caso conmovedor del artista y escultor Esuro Esooto. A él se debe el llamado “fenómeno japonés” de Barcelona: miles de japoneses  acuden para visitar el templo de la Sagrada Familia, atraídos por el trabajo que allí realiza su famoso compatriota, y reciben quizá por primera vez una explicacióndel cristianismo a través de las majestuosas esculturas del templo.

 

Pero roturar el terreno es también ir cambiando conductas arraigadas en la tradición japonesa, que no cuadran con las prioridades propias del cristianismo: primero Dios, después la familia, y en tercer lugar el trabajo. En Japón se vive para trabajar. Hay que vencer muchas resistencias para dar a Dios y a la familia el lugar que merecen. Y vemos, como en el caso de la primera vocación al Opus Dei, Soichiro Nita, que Dios premia el esfuerzo, y el ejemplo va cundiendo poco a poco.

 

Deslumbra la belleza interior de tantas personas corrientes, manifestada con una sencillez encantadora. Interpelan al lector.  Y le llenan de esperanza ante su particular historia de relación con Dios.


Porque a todos, si no nos ha pasado ya, nos puede pasar lo que cuenta Soichiro Nita, hoy Vicario de la Prelatura en Japón. Un día entiende su canción favorita con un sentido nuevo:

How thethought of you does things to me  / Never before has someone beenmore?” (Nat King Cole)

         "¿Cómo es que el hecho de pensar en Tí, nunca antes había significado tanto?"


           Este libro se disfruta y deja poso desde la primera página. 


Grupo de mujeres japonesas en la plaza de San Pedro de Roma, el 6 de octubre de 2002, día de la canonización del fundador del Opus Dei


 

domingo, 14 de julio de 2013

Lemaître y el átomo primitivo



Cuando ciencia y fe caminan juntas



Ya he anotado aquí  breves reseñas personales de varios libros sobre la ciencia y la fe. La última, esta relectura de Creación y pecado, de Joseph Ratzinger. Una verdadera delicia para la inteligencia, que he recomendado también a amigos que no tienen fe.



Otros títulos en la misma línea han sido Razonespara creer, de André Leonard; Cienciay Fe: lo que sabemos del origen del Universo, de Diego Martínez Caro; Galileo y la Iglesia, de Walter Brandmüller; Ciencia y fe: Nuevasperspectivas, de Mariano Artigas.


Y es que hay preguntas que nos implican mucho. ¿Qué sabemos de nuestro origen, del universo que nos rodea, de nuestro destino último? ¿Qué podemos saber con la luz de nuestra inteligencia? ¿Qué nos dice la fe católica? ¿Hay alguna incompatibilidad? Son cuestiones que  atraen  a cualquiera, siquiera sea por un mínimo  de curiosidad intelectual.


Por otro lado no son pocos los que se han dejado influir por esa  idea poco razonable y en absoluto demostrada de que la ciencia ha desbancado a la fe.  Y es preciso recordar lo obvio con frecuencia: ciencia y fe tienen ámbitos distintos, y avanzan juntas por el camino de la verdad.


No sólo no hay incompatibilidad entre ellas, sino que la ciencia ha nacido y se ha desarrollado gracias a un sustrato cristiano, de hombres de ciencia que por su fe cristiana creían en un universo racionalmente ordenado por su Creador, no abandonado a fuerzas ciegas y arbitrarias.  La inmensa mayoría de los grandes científicos han sido y son creyentes.


Comentaba ayer estas ideas con mi amigo Vicente Miquel, catedrático de Matemáticas.  Y repasábamos la larga lista de científicos que las comparten.  Recordamos por ejemplo el caso del científico belga  George Lemaître, a quien  debemos el descubrimiento de la teoría del átomo primitivo, o Big Bang, en 1927.  Pocos saben que Lemaître no sólo era un ferviente católico, sino que además era sacerdote. De él dijo Eddington que "da una respuesta asombrosamente completa a los diversos problemas que plantean las cosmogonías de Einstein y de De Sitter". Y Einstein, que estuvo informado de los trabajos de Lemaître y asistió a alguna de sus conferencias, afirmó que era el científico que mejor había comprendido sus teorías de la relatividad.



Lemaître desde muy joven supo que había dos caminos para llegar al conocimiento de la verdad. Uno era la ciencia. Y  el otro la fe. Decidió recorrer con ímpetu los dos. Estudió ingeniería, matemáticas, física y astronomía. Y estudió a fondo filosofía y teología. Destacó en la ciencia. Su teoría del átomo primitivo,  reconocida y aplaudida por Einstein,  fue acogida  por el mundo científico tras superar algunas injustas reticencias de quienes ponían en duda su valor científico por su condición de hombre de fe.  Lemaître destacó como científico. Y destacó como hombre de fe. No hay incompatibilidad, sino apoyo mutuo entre ambas.


Vicente Miquel me ha recomendado esta cita  de Francis Collins, genetista y director del National Human Genome Research Institute, que investiga el genoma humano.  En su libro The language of God (Así habla Dios, Ed. Temas de hoy 2006) dice:



Cubierta delantera“En el siglo XXI, en una sociedad cada vez más tecnificada, se libra una batalla entre el corazón y la mente de la humanidad. Muchos materialistas, advirtiendo triunfantes los avances de la ciencia para llenar las brechas de nuestro entendimiento de la naturaleza, anuncian que creer en Dios es una superstición obsoleta, y que estaríamos mejor si lo admitiéramos y continuáramos avanzando. Muchos creyentes en Dios, convencidos de que la verdad que deriva de la introspección espiritual es un valor más perdurable que las verdades de otras fuentes, ven los avances de la ciencia y la tecnología como peligrosos e indignos de confianza. Las posturas se endurecen, las voces se agudizan.


¿Daremos la espalda a la ciencia porque se la percibe como una amenaza a Dios, abandonando toda promesa de avanzar en nuestra comprensión de la naturaleza para aplicarla en aliviar el sufrimiento y mejorar la humanidad? O, por el contrario, ¿daremos la espalda a la fe, concluyendo que la ciencia ya ha hecho que la vida espiritual deje de ser necesaria, y que los símbolos religiosos tradicionales pueden ser ahora reemplazados por grabados de la doble hélice en nuestros altares?



Ambas opciones son profundamente peligrosas. Ambas niegan la verdad. Ambas disminuirán la nobleza de la humanidad. Ambas serán devastadoras para nuestro futuro. Y ambas son innecesarias. El Dios de la Biblia es también el Dios del genoma. Se le puede adorar en la catedral o en el laboratorio. Su creación es majestuosa, sobrecogedora, intrincada y bella, y no puede estar en guerra con sí misma. Sólo nosotros, humanos imperfectos, podemos iniciar tales batallas. Y sólo nosotros podemos terminarlas”.


Me ha gustado especialmente este último párrafo, que me trae resonancias de lo enseñado por el fundador del Opus Dei,  san Josemaría:debéis comprender ahora con una nueva claridad que Dios os llama a servirle en y desde las tareas civiles, materiales, seculares de la vida humana: en un laboratorio, en el quirófano de un hospital, en el cuartel, en la cátedra universitaria, en la fábrica, en el taller, en el campo, en el hogar de familia y en todo el inmenso panorama del trabajo, Dios nos espera cada día.”

sábado, 6 de julio de 2013

Álvaro del Portillo


Alvaro del Portillo



Junto a las próximas canonizaciones de Juan Pablo II y Juan XXIII, ayer la Santa Sede  hizo público el reconocimiento  de un milagro atribuído a Monseñor Álvaro del Portillo, primer sucesor de san Josemaría Escrivá al frente de la Prelatura del Opus Dei



Me ha parecido especialmente completa y novedosa la nota de prensa multimedia preparada por la Oficina de Información del Opus Dei, que puede verse en este enlace: 




lunes, 1 de julio de 2013

Ciencia y fe. Nuevas perspectivas.




Mariano Artigas. EUNSA, 1992





En otras ocasiones he mencionado al profesor Mariano Artigas. Titular de Filosofía de la Ciencia en la Universidad de Navarra, físico y filósofo, ha sido uno de los principales expertos en el análisis de esa delgada línea que parece separar la ciencia de la fe, pero que en realidad las une estrechamente.


Quienes, como Artigas,  saben de  ciencia y conocen a fondo la fe católica, comprueban que no sólo no se contradicen, sino que se complementan maravillosamente.  Y juntas son capaces de hacer progresar el conocimiento humano hasta límites insospechados.


Unas preguntas que requieren respuesta

Artigas reflexiona  sobre las relaciones de la ciencia con la fe, y lo hace con el tacto de quien sabe que importa mucho no banalizar en ese terreno.  Están en juego cuestiones serias, sobre las que todo hombre se pregunta en su ser más íntimo.

¿De dónde vengo? ¿Cuál es mi destino? ¿Qué sentido tiene la conducta ética? ¿Por qué debo hacer el bien y evitar el mal? ¿Soy fruto del ciego azar, o de una evolución ideada por un  diseñador inteligente? ¿Quién me ha creado? ¿Qué sentido tienen mis certezas, y qué les diferencia de la verdad? ¿Soy capaz de encontrar la verdad? ¿Soy inmortal, o seré aniquilado?


No hay persona con sentido común que no vea que estas son las preguntas que vale la pena hacerse. Y que respuestas falsas, por banales o irreflexivas,  pueden llevar a la angustia vital, y acabar convirtiendo el mundo en un infierno.


Sobre tan decisivas cuestiones trata este interesante y asequible manual. Su modo de exposición, con una argumentación rigurosa, es atractivo, incluso cuando habla de cuestiones complejas.


Artigas analiza la evolución de las tesis de  los principales científicos y pensadores: Einstein, Popper, Bergson, Eccles, Darwin, Wallace,… Se detiene en las luces aportadas por los últimos  descubrimientos científicos, que con frecuencia han tumbado hipótesis que se habían presentado como “verdades científicas  incontrovertibles” y definitivas.


Una  materia menos material de lo que parece


              



Son interesantes, por ejemplo, sus  razonamientos al mostrar lo tremendamente empobrecedor que resulta el  “cientifismo”, que reduce el conocimiento del hombre a la ciencia experimental,  a lo que pueda ser demostrado mediante fórmulas matemáticas,  o en un laboratorio.  


El cientifismo materialista, al  prescindir de la capacidad de la razón de alcanzar verdades espirituales más allá de la materia, produce una jibarización del ser humano tremendamente reductiva y alicorta.


La ciencia nos ha permitido progresar mucho. Sabemos mucho más que nuestros antepasados.  Pero en realidad seguimos sabiendo muy poco. Ciertas deificaciones de “lo científico” como único conocimiento cierto y clarividente se han mostrado exageradas. Se equivoca –concluye Artigas- quien piense que en la ciencia no existen los misterios, o que tenemos ya un dominio sólido y un conocimiento consistente del mundo material.


Por ejemplo, desde que en 1897 se descubrió el electrón, la tecnología electrónica ha experimentado un avance exponencial, pero aún no sabemos qué es realmente un electrón. Cada avance científico abre nuevas incógnitas cada vez más profundas y difíciles.


De hecho, en las ciencias ha dejado de usarse el concepto de materia. Nos encontramos en un momento de progresiva desmaterialización de la ciencia. En lugar de una materia que se presenta como inatrapable,  se habla de “lo material”, porque no existe ninguna entidad puramente material. 


Todo lo material tiene unas dimensiones ontológicas y metafísicas con un dinamismo propio, nunca son algo meramente pasivo. Son formas materiales que expresan modos de ser que no se agotan en la mera exterioridad, y por eso indican cierta inmaterialidad.



La singularidad de la persona humana

Pero en el caso del ser humano la cosa va mucho más allá. Frente a quienes reducen el hombre a mera materia, Artigas enumera una larga lista de rasgos distintivos de la persona que manifiestan una interioridad irreductible a pautas naturales. Son rasgos que muestran las extraordinarias dimensiones espirituales del ser humano. 

Estas son algunas:

La actividad consciente de la persona, su interioridad y auto-reflexión. El sentido del tiempo. La capacidad de abstracción. El sentido de la evidencia y de la verdad, que son  presupuestos de la ciencia. La capacidad de argumentar. La existencia y el uso del lenguaje. La capacidad de comunicarse, y de instruir y de enseñar a otros. La libertad y capacidad de autodeterminación, que se asientan en la capacidad racional.

La capacidad de apreciar los valores, y  el sentido del bien y del mal.  La responsabilidad.  La creatividad e inventiva, en las que se apoyan los logros de la ciencia y la tecnología. La búsqueda de explicación acerca de la propia existencia. La capacidad de amar.

Y la actitud religiosa: sólo el hombre puede dirigirse a Dios, los animales no rezan: quizá esta es la diferencia más radical entre el hombre y los animales. Por eso podemos afirmar que el hombre es un ser que participa de la espiritualidad propia de Dios: un ser único, que posee dimensiones espirituales y materiales.


Todos estos rasgos muestran que a través de su inteligencia y su voluntad, el hombre trasciende el ámbito de lo natural. Por eso se puede decir que el hombre es único.  Sólo en él la acción de Dios produce un ser que sin dejar de pertenecer a la naturaleza, posee unas dimensiones que la trascienden. Como dijo Wallace, co-descubridor con Darwin de la evolución, “el hombre posee unos atributos espirituales que no proceden de la evolución, sino que tienen un origen sobrenatural”.


Ante esta singularidad, el materialismo de algunos científicos se muestra ciego. Lo ha denunciado John Eccles, Nóbel de medicinapor sus trabajos sobre el cerebro: “El materialismo no sabe dar respuesta a esos problemas fundamentales que surgen de la experiencia espiritual del hombre. El materialismo no consigue explicar nuestra singularidad (…) Cada alma es una nueva creación divina. Afirmo que ninguna otra explicación resulta sostenible”.






Es razonable creer

Artigas argumenta una verdad esencial: la fe no va contra la razón, sino que la supone y perfecciona.  La fe no es irracional, comenzando por el hecho de que sólo una persona inteligente es capaz de creer en la revelación divina.

Por otra parte, cuando algo se presenta con las garantías necesarias, creer es una actitud razonable.  En realidad, creer es una actitud profundamente humana. Sin fe en los demás no podríamos vivir.  Y si Dios existe, es perfectamente razonable que nos haya querido comunicar verdades a las que no podríamos llegar sólo con nuestras fuerzas.

¿Qué  garantías tiene la revelación divina que ofrece la Iglesia? En realidad, la mayor parte de las dificultades frente a la fe provienen de prejuicios hacia la Iglesia. Pero cuando se estudia la historia de la Iglesia con rigor, en fuentes fidedignas y libres de los prejuicios que han extendido las leyendas negras, se comprueba con asombro que la revelación que Jesucristo trajo al mundo ha sido transmitida íntegra hasta nuestros días,  con una fidelidad heroica, incluso a través de la miseria de miembros de la Iglesia


Esa transmisión fiel a lo largo de veinte siglos es un hecho constatable, que deja pasmado al observador externo. En ese hecho singular el creyente ve  la prometida asistencia del Espíritu Santo  a su Iglesia hasta el fin de los tiempos.


Lo peor de prejuicios y calumnias, dice Artigas, es que acaban haciendo mella en los propios católicos, que adoptan  una actitud de desconfianza hacia la Iglesia.


Una de esas  calumnias mil veces repetidas es la que afirma que la Iglesia ha estado siempre con los ricos y se ha olvidado de los pobres. Pero la realidad es bien distinta: ninguna otra institución se ha preocupado tanto por los pobres. Es tan patente, que incluso Gramsci instaba a los comunistas a preocuparse por los pobres aprendiendo de lo que hace la Iglesia.



¿De qué le sirve la ética a un ateo?

Los argumentos de Artigas muestran verdades evidentes, que no deberían molestar a nadie. Así, cuando se pone en el punto de vista de quienes piensan que no somos más que animales un poco más evolucionados. Entonces, dice, ¿por qué preocuparse de la verdad y de la ética? A un ateo consecuente no le debería preocupar demasiado la ética.


Y respecto a los agnósticos, gracias a Dios la mayoría de ellos son inconsecuentes: de otro modo el mundo sería un infierno. Porque si el hombre es sólo un animal más listo que los demás, si todo es fruto del ciego azar y no podemos saber nada de nuestro origen ni de nuestro fin, no tiene sentido afirmar que el ser humano posee derechos inviolables, o que existe una ética, o que debemos buscar la verdad, o que hemos de respetar la libertad de los demás.


Afirmar que sólo somos animales algo más evolucionados es tanto como  dar vía libre a la ley del más fuerte, y sobrevivirá sólo el que sea más depredador. Todos sentimos en lo más íntimo que tal cosa  es una barbaridad, inconsecuente con nuestra naturaleza.


Si no hemos llegado a esa jungla inhabitable a la que conduciría el ateísmo consecuente es porque aún vivimos de rentas. Vivimos de ideas y religiosidad que hemos heredado de nuestros antepasados. Pero las rentas se acabarán –pronostica Artigas- si no somos capaces de producir nuevos recursos morales.


El libro ayuda a pensar en lo que de verdad debería importarnos. Y es una invitación a sacar conclusiones. Porque la verdad  no es neutra: compromete la conducta, obliga a cambiar estilos de vida. Quizá por eso algunos prefieren darle la espalda. 


Sobre este tema, ver también la reseña a Oráculos de la ciencia


martes, 25 de junio de 2013

Harambee: Comunicar África, también con dibujos


Creatividad, emoción contenida e ingenio artístico. Son los ingredientes de estos simpáticos dibujos llenos de color sobre África.



Están realizados por alumnos del Colegio El Vedat de Valencia, tras la charla que mantuvieron con Ezinne Ukagwu, nigeriana, ganadora del Premio Harambee a la Igualdad de la Mujer




Les impresionó conocer cuanto Ezinne les contaba sobre la vida en África. Las duras condiciones en que discurría la vida de niños como ellos, afrontadas sin embargo con una alegría llena de vitalidad y optimismo ante el futuro.


Y sobre todo les impresionó saber que ellos podían ayudar desde aquí a que esas duras condiciones fuesen cada vez menos. Que con su pequeña esfuerzo y su sensibilidad comunicativa podían contribuir a que el bienestar y la calidad de la enseñanza y la sanidad mejorasen. Les entusiasmó saber que existen africanas como Ezinne, que trabajan con gran profesionalidad y sin desanimarse por las dificultades. Y que existen niños como ellos en muchos países  que apoyan con el mismo entusiasmo. Con gente así se cambia el mundo.
 

 



viernes, 14 de junio de 2013

Chesterton, autobiografía



                      

G.K. Chesterton. Autobiografía
Ed. El Acantilado 


    “Aquí estoy en la malsana y degradante tarea de contar la historia de mi vida”. Así habla de sí mismo en esta singular autobiografía el genial escritor y periodista inglés (1874-1936) que cultivó gran número de géneros literarios: novelas de intriga (la genial saga del Padre Brown, o El hombre que fue jueves), biografías (Tomás de Aquino –una de las mejores sobre este gran santo e intelectual-, san Francisco de Asís, Charles Dickens), ensayos (Ortodoxia), poesía,… Fue especialmente memorable en sus columnas periodísticas. Destacó también como orador. 


    Son famosas sus controversias con personajes de la vida política y cultural del momento. Su obra tiene un estilo polémico, a veces enmarañado, pero siempre cuajado de un peculiar y chispeante sentido del humor, que despierta el afecto y la sonrisa, e incluso la carcajada, en el lector. 


    Un sentido del humor con el que zahiere a quienes intentan polemizar sin fundamento: “Me alegra saber suficiente griego como para coger el chiste cuando alguien dice que es inútil en una democracia”. O con el que denuncia manipulaciones lingüísticas que esconden traiciones al bien común, o sencillamente al sentido común: “Ahora llaman hombre de negocios al capaz de arruinar, destrozar y tragarse los negocios de cualquiera”.