miércoles, 6 de agosto de 2014

Álvaro del Portillo en Valencia





       El sucesor del fundador del Opus Dei será beatificado el 27 de septiembre en Madrid, en una ceremonia presidida por el cardenal Angelo Amato, prefecto de las Causas de los Santos. Acompañó a San Josemaría en sus viajes a Valencia en numerosas ocasiones, y también aquí dejó una huella imborrable.


La biografía de Álvaro del Portillo está íntimamente unida a la del fundador del Opus Dei, desde que le conoció en 1935 siendo un joven estudiante de Ingeniería de Caminos. Pronto se convirtió para el fundador en un firme apoyo, y le acompañó en los primeros viajes de expansión de la labor apostólica del Opus Dei a diversas ciudades españolas. Valencia fue la primera de ellas, y el fundador la visitó por primera vez en abril de 1936.  



El ingeniero Álvaro del Portillo junto a San Josemaría en los Viveros. 
Valencia, 1939



Se conservan numerosas cartas que Álvaro escribió en 1937 desde la Legación de Honduras en Madrid, donde estaba refugiado, a las personas del Opus Dei que se encontraban en Valencia. A pesar de las circunstancias, las cartas rebosan buen humor, optimismo, sentido sobrenatural y gran afán de almas. Les anima a mantenerse unidos, a vivir la comunión de los santos y a cuidar las cosas pequeñas en esos tiempos duros y peligrosos, para cumplir la voluntad de Dios. “Es el único procedimiento de poder hacer algo, estar muy unidos entre nosotros y todos al abuelo [san Josemaría] y a los buenos amigos que éste tiene: D. Manuel {el Señor], su Madre [la Virgen]…”

En julio de 1937 escribe de nuevo a los de Valencia, desde su refugio, con el lenguaje enmascarado para eludir la censura de guerra: “Por las noches, cuando los demás están aún levantados, el abuelo [san Josemaría] y yo, tumbados en los colchones extendidos, charlamos sobre todas estas cosas de familia [el Opus Dei]. Verdaderamente que las circunstancias dificultan el desarrollo del negocio [del apostolado]. Todo serán inconvenientes. La cuestión económica, la falta de personal: todo. Sin embargo, y a pesar de sus años, el abuelo no se deja llevar nunca del pesimismo. La falta de pesetas le tiene –nos tiene a todos- sin cuidado. Todo está en que se trabaje con mucho cariño; esto y la mucha fe en el éxito todo lo vence. Esto dice el pobre viejo. Pero lo que siente mucho –sentimiento compatible con la que esperanza que le anima- es la falta de personal. Contando con todos los de la familia, hay muy pocos, ¡qué no será, por lo tanto, si aun de esos pocos, alguno muere o queda inútil para el negocio!...

En octubre de 1937 la madre de Álvaro, doña Clementina, de nacionalidad mexicana, pudo embarcar con sus hijos más pequeños en el puerto de Valencia rumbo a Marsella.  Su marido y padre de Álvaro, don Ramón, acababa de fallecer en Madrid, después de meses de cárcel y vejaciones.


Entre 1939 y 1992 Álvaro estuvo en Valencia al menos en 12 ocasiones, la mayor parte de ellos acompañando a san Josemaría.

Del 7 al 13 de junio de 1939 viaja desde Olot, donde estaba destinado, para asistir a un retiro espiritual que predicó san Josemaría en el Colegio Mayor san Juan de Ribera,de Burjasot. Fue un viaje penoso, de varios días, pues las carreteras y ferrocarriles estaban en ruinas a consecuencia de la guerra civil. 

Desde Burjasot (Valencia), el 6 de junio, le había escrito san Josemaría estas letras: «Saxum!: esperan mucho de ti tu Padre del Cielo (Dios) y tu Padre de latierra y del Cielo (yo)», haciendo referencia a la filiación espiritual de los fieles de la Obra respecto al fundador.



Álvaro rememoraba años después ese viaje en una reunión familiar: “Pude conseguir un permiso y marché a Valencia, donde estaba nuestro Padre. No había facilidades de comunicación; estaban los puentes destrozados por la guerra; lo mismo los ferrocarriles. Para ir desde donde estaba –en Olot, provincia de Gerona- a Valencia, empleé cuarenta y ocho horas. Utilicé el método del auto-stop: conseguía que se parase un camión que me llevaba hasta un sitio donde la carretera se interrumpía; después seguía andando hasta llegar de nuevo a otra carretera y allí cogía otro medio de locomoción… Total que tardé cuarenta y ocho horas, en las cuales no dormí. Lllegué muy cansado, y el Padre al verme me dijo: tú, lo que has de hacer es acostarte. Yo le dije: Padre, si está usted predicando un curso de retiro; déjeme asistir porque desde hace muchos meses no lo hago. El Padre me contestó: bueno, haz lo que quieras. Y entré en una meditación. (…) En cuanto apagaron la luz y empezó nuestro Padre a hablar, comencé a roncar de una manera tremenda con gran indignación de todos los que escuchaban a nuestro Fundador (…) Mis ronquidos no molestaban a nuestro Padre.” (cfr. “Álvaro del Portillo”, Javier Medina, Ed. Rialp)



El 5 de septiembre hizo un nuevo viaje, que se prolongó   hasta el día 20. Junto a san Josemaría, puso en marcha los primeros pasos de la formación cristiana de jóvenes profesionales y universitarios que acudían a lo que fue embrión de la  residencia de estudiantes Samaniego, en un pisito tan pequeño que le llamaron El Cubil. Meses después pudo trasladarse a  un viejo caserón casi en ruinas en la misma  calle Samaniego. Allí estuvo el primer centro del Opus Dei en Valencia, hasta que en 1950 pudo inaugurarse el Colegio MayorUniversitario de la Alameda.


Los viajes a Valencia, ahora desde Madrid, se sucedieron sin descanso en los meses siguiente. En 1940, del 4 al 6 de enero, del 6 al 8 de abril, del 18 al 20 de julio… Hay que tener en cuenta que, para aprovechar las horas del día, solían viajar de noche, en aquellos trenes desesperadamente lentos e incómodos de la época. En el trayecto aprovechaba para estudiar, y al regresar iba directamente de la estación a las clases en la universidad.

Durante los días 4 al 12 diciembre de 1940 realizó un viaje de estudios con sus compañeros de la Escuela de Ingenieros, que tuvo por destino Valencia y Alicante.  El diario que los estudiantes acostumbraban a redactar en la residencia  de la calle Samaniego deja constancia esos días de la simpatía y afecto que inspiraba la amable personalidad de Álvaro. Hoy llega Álvaro con todos los de su promoción que hacen un viaje de prácticas por Valencia y Alicante. Durante su estancia en ésta residirá en casa. Hoy no come en casa pues ha salido con los compañeros. Por la tarde lo podremos abrazar ya”.

Vino también del 26 al 28 de marzo de 1943, y regresó el 20 de abril de ese año  para realizar exámenes de licenciatura en Filosofía y Letras en la Universidad Literaria.

Trasladado a Roma junto al fundador en 1946, regresó a Valencia en 1972, acompañando a san Josemaría durante su viaje de catequesis por la península ibérica. Estuvieron entre el 14 y el 20 de noviembre en la casa de retiros y convivencias La Lloma, en Rafelbunyol. La escritora Ana Sastre lo recuerdo en este pasaje de su libro "Un tiempo de caminar"

En La Lloma estuvo también junto a san Josemaría del 2 al 8 de enero de 1975, en las que serían las últimas navidades del fundador del Opus Dei.



En La Lloma, Rafelbunyol, en 1972, durante un encuentro del fundador del Opus Dei con   jóvenes valencianos.



Fallecido el fundador, Álvaro del Portillo regresó a Valencia en mayo de 1978. Realizó su último viaje a nuestra ciudad en enero de 1992, para asistir al funeral de su buen amigo monseñor Miguel Roca Cabanellas, arzobispo de Valencia. Muchos recuerdan su actitud recogida y piadosa rezando de rodillas ante los restos de don Miguel, en el palacio episcopal de Valencia. Se alojó durante esos días en el Colegio Mayor Universitario Albalat, donde mantuvo coloquios con profesores y estudiantes de las universidades valencianas. 


                       En el Colegio Mayor Universitario Albalat, de Valencia, en 1992.
 


Conoció y trató estrechamente a  los obispos de Valencia: Marcelino Olaechea, José María García Lahiguera,  Miguel Roca y Agustín García Gasco. Éste  últimos dejó escrito un testimonio en el que entre otras cosas decía: “Recuerdo con especial admiración su actitud serena y su deseo de perdón ante la campaña de calumnias que algunos suscitaron en torno a la beatificación del Fundador del Opus Dei”. 



Durante el tiempo que estuvo al frente del Opus Dei como Prelado (1975-1994) recibió a numerosas familias valencianas, que  acudían a visitarle a Roma. Todos recuerdan con alegría y agradecimiento su amable y paternal acogida, y sus consejos llenos de optimismo y visión sobrenatural. Siempre animaba, con una sonrisa que desarmaba, a “arrimar el hombro” para servir mejor a la sociedad con el trabajo profesional de cada uno, sabiendo descubrir las necesidades de los demás, y ayudando a promover iniciativas educativas y asistenciales para mejorar las condiciones de vida, especialmente en los países más necesitados


Durante las jornadas de su próxima beatificación, y como agradecimiento a Álvaro del Portillo,  se reunirán en Madrid representantes de cuarenta de esas iniciativas sociales. Una de ellas es Harambee, que realiza proyectos de desarrollo y promoción en diversos países de África, y en los últimos años viene desarrollando también una creciente actividad en Valencia.












lunes, 28 de julio de 2014

Álvaro del Portillo, un ejemplo cercano


Impresiona comprobar el cariño que Álvaro del Portillo despierta en gentes de los cinco continentes. Su figura amable y cercana invita a imitarle en su generosa entrega a los demás. Y, ahora que puede hacerlo desde el cielo, invita también a pedirle ayuda en las necesidades espirituales y materiales.

De eso acaba de hablar el Prelado del Opus Dei en Guatemala. Aquí dejo un corto video en el que explica el sentido de la próxima beatificación:







domingo, 6 de abril de 2014

Álvaro del Portillo, maestro de vida cristiana




 


            El periodista y escritor Salvador Bernal ha estado en Valencia para dar una conferencia sobre la beatificación de Álvaro del Portillo en su centenario. El acto se celebró en la parroquia de san Josemaría, y fue seguida con gran interés por centenares de personas que llenaron la nave del templo.



          Bernal es autor de dos libros biográficos sobre el futuro beato. En su intervención, destacó la humanidad y el don de gentes del sucesor de san Josemaría Escrivá al frente del Opus Dei: lo considera un hombre bueno, "en el buen sentido de la palabra, bueno”, que decía de sí mismo Antonio Machado. Fue un hombre de gran corazón, pendiente de los demás, profundamente agradecido. “Adivinaba tus problemas, y se adelantaba a resolverlos sin hacerlo valer.”


            Precisó que esa bondad no se confunde con la bondadosidad: desde su trato personal con Álvaro del Portillo, refirió detalles de su vida que manifiestan una especial reciedumbre, con enfermedades desde la infancia y hasta el final de sus días.


       Esa fortaleza se manifestó, a juicio de Bernal, no sólo al conllevar problemas físicos, sino, sobre todo, ante las graves dificultades que vivió, junto al fundador del Opus Dei, en los años cuarenta en España, y luego en Roma, hasta conseguir la deseada solución jurídica. “Los santos se manifiestan en su entereza ante las dificultades”.

            Álvaro del Portillo fue una importante personalidad de la vida eclesiástica en la segunda mitad del siglo XX. Entre otras manifestaciones, tuvo un papel decisivo en el Concilio Vaticano II. Juan XXIII le nombró consultor y presidente de una de las comisiones preparatorias de la futura asamblea ecuménica, sobre el papel de los laicos en la Iglesia. Fue luego secretario de la que estudió los problemas del sacerdocio en aquel tiempo y redactó el decreto Presbyterorum ordinis, aprobado el 7 de diciembre de 1965 con sólo cuatro votos en contra.


        Pablo VI, aparte de confirmarle en sus cargos, le nombró consultor de la comisión para la revisión del Código de Derecho Canónico. En 1966, le designaría consultor de la Congregación para la Doctrina de la Fe, y luego Juez del Tribunal para las causas de competencia de ese Dicasterio.


       Se comprende la inmensa alegría con que –unido a san Josemaría‑ acogió las enseñanzas del Concilio Vaticano II. Agradecía al Espíritu Santo ese impulso vivificante para la fidelidad y expansión de la Iglesia en el siglo XX.


La paternidad espiritual, encarnada por nuestro queridísimo Fundador de modo inigualable, pasó a este pobre hombre que ahora es vuestro Padre. Verdaderamente cor nostrum dilatatum est (II Cor. VI, 11): mi corazón se dilató para quereros, a todos, a cada una y a cada uno, con cariño de padre y de madre, como nuestro Padre había pedido para sus sucesores.
(Salvador Bernal, Recuerdo de Álvaro del Portillo. Ed. Rialp, p. 157).
Juan Pablo II saludo a Álvaro del Portillo en la plaza de San Pedro


        También Juan Pablo II le manifestó un especial cariño: acudió a rezar a la capilla ardiente de don Álvaro del Portillo el día de su fallecimiento, 23 de marzo de 1994. 


            La causa de beatificación se abrió en marzo de 2004, poco antes del tránsito al cielo de Juan Pablo II. Cumplidos los diversos trámites y estudios, Benedicto XVI declaró el 28 de junio de 2012 que constaban las virtudes heroicas y la fama de santidad del Siervo de Dios Álvaro del Portillo. Apenas un año después, el 5 de julio de 2013, el papa Francisco reconoció un milagro obtenido por su intercesión. Esta coincidencia de los tres pontífices del siglo XXI confirma que Álvaro del Portillo fue un hombre bueno y fiel, maestro de vida cristiana, que sirvió heroicamente a la Iglesia y a las almas.

            Respondiendo a una de las preguntas de los asistentes, acerca de la intercesión de los santos, Bernal contó que en el trato personal Álvaro del Portillo era una persona daba paz: sabía conjugar el trabajo intenso con la serenidad. “A su lado se trabajaba mucho, pero con paz. Por eso ahora son muchos los que acuden a él para pedir la paz: en el mundo, en la propia familia, o ante las contradicciones.”

Salvador Bernal, periodista y autor de dos biografías de Álvaro del Portillo


            Salvador Bernal, editor de la agencia de colaboraciones Aceprensa,  asistió  también a uno de los habituales encuentros de periodistas en la oficina de comunicación del Opus Dei en Valencia. Desde su experiencia en el periodismo de análisis, aportó interesantes ideas sobre la crisis de los medios, en la que apuntó también una importante crisis de pensamiento,  y la misión del periodista de acercar la realidad al ciudadano. Refiriéndose a algunas de sus  experiencias profesionales, resaltó otra de las cualidades patentes en Álvaro del Portillo: su profundo respeto a la libertad personal, a la que siempre añadía una llamada a la responsabilidad.  


            En el encuentro se trató también de la comunicación en la Iglesia. Bernal comentó el alcance mediático de los gestos del papa Francisco. “Para recordar la importancia del sacramento de la Penitencia, Juan Pablo II se hizo fotografiar confesando en san Pedro. Ahora el papa Francisco ha logrado un impacto de alcance con la fotografía en la que él mismo está confesándose: un gesto muy suyo, insólito en la historia del papado. En una imagen se dice todo: si el mismo papa, que es tan bueno, se confiesa, todos lo necesitamos. El gesto es un hecho que autentifica la palabra.” 


             Esta es la foto de Francisco que ha impresionado al mundo: 














sábado, 29 de marzo de 2014

Opus Dei. Una investigación, Vittorio Messori

Opus Dei. Una investigación. 
Vittorio Messori. EIUNSA 


 

                                     


Se deja de odiar (y también de desconfiar) en cuanto se deja de ignorar”. Esta sabia sentencia de Tertuliano, con la que  arranca su libro el periodista y escritor italiano Vittorio Messori, expresa bien lo que nos ofrece su investigación sobre el Opus Dei,  prelatura personal de la Iglesia católica, fundada en 1928 por san Josemaría Escrivá.


Messori , periodista “ajeno” al Opus Dei, se muestra sorprendido y agradecido por la actitud de apertura y transparencia encontrada en la institución para proporcionarle los datos y abrirle las puertas necesarias para su trabajo. Un trabajo hecho por encargo de una de las editoriales más “laicas” de Italia y de Europa, Mondadori



Salpicada en sus inicios por diversas calumnias procedentes de unas pocas personas de mentalidad estrecha, de “partido único” o que se dejaban llevar por celotipias, esas calumnias llegaron a crear una atmósfera enrarecida hacia el Opus Dei en quienes no lo conocían de primera mano. Y fueron aprovechadas después por enemigos de la Iglesia para ampliar su difusión.


Pero, como concluye  Vittorio Messori,  quienes decían hacer “denuncias” contra la Obra en realidad lo que propalaban eran calumnias. La diferencia entre denuncia y calumnia es que en la primera se presentan pruebas. Calumnias similares han sufrido siempre la Iglesia y los cristianos desde sus inicios, como las sufrió el mismo Jesucristo.


La primera puerta que se le abrió para su investigación fue la del prelado del Opus Dei, el beato Álvaro del Portillo, con quien mantuvo una larga y amigable conversación en 1994. Esta entrevista le impactó tanto que ha dejado escrito su testimonio

Poco después de comenzar a charlar, tuve que esforzarme para vencer una “tentación”: la de dejar de lado mi papel de periodista con vocación de investigador, que debía formular preguntas precisas –cuando no agresivas- para sentirme como un creyente que se dirige a un maestro espiritual, a un padre en la fe, y recibir así consejos espirituales o incluso confesarme. Es decir, en lugar de un Alto Dirigente (o de un Gran Manipulador, como le presenta la leyenda negra…) la figura de don Álvaro (…) trajo a mi mente la del sacerdote de verdad” 







Messori  investiga el origen de los principales  estereotipos acerca del Opus Dei, dentro y fuera de la Iglesia. Contrasta datos y fuentes con rigor. Y analiza con sentido común y lógica los argumentos “en contra” que ha escuchado en algunos ambientes. Buen conocedor de la Curia Vaticana y ambientes eclesiásticos,  con frecuencia aporta sustanciosos testimonios personales. Es el caso, por ejemplo, de unas antiguas afirmaciones sin fundamento de von Balthasar, que algunos se encargaron de airear durante años, a pesar de que el teólogo alemán  se había retractado en cuanto  conoció mejor la realidad.



Messori busca también entender a quienes no lo comprenden. Por ejemplo, la tendencia en ciertos ambientes anticulturales a considerar sectario a quien no acepte el relativismo. Y se pregunta: ¿cómo se puede acusar de intolerante a una institución como el Opus Dei que admite como cooperadores a los ateos?


Descubre también, en contraste con el estereotipo difundido, que el Opus Dei está arraigado en las favelas y en las villas miseria de los pueblos más pobres de América del sur, o en zonas deprimidas de Manila o de Kinshasa. Si procura comenzar su labor en un país por los intelectuales es precisamente para poder llegar después a todos.






Respecto al propio nombre de la institución, Opus Dei, explica que no se trata de “un delirante copyright”, sino que hace referencia al trabajo de Dios en la creación, al que cada hombre y mujer está llamado a cooperar con su propio esfuerzo, convirtiéndose en co-creador: cuidar y mejorar la creación mediante el trabajo profesional hecho con la mejor perfección posible. Esto, concluye, es un bien indudable para todo el conjunto social. Y de eso habla, en feliz coincidencia, el magisterio del papa Francisco en su encíclica Laudato Sí.


A modo de conclusión, Messori afirma que,  a su juicio,  lo que más atrae del Opus Dei es que se trate de “un fenómeno (...) único quizá, al que uno se vincula sólo por fines espirituales, para procurar hacer bien, a título personal, lo que la conciencia le dicta a cada uno.”


Con el Opus Dei, afirma, “desde el punto de vista  histórico aparece un fenómeno cargado de significado y de contenido, compuesto por millares de personas que, día tras días, en las ocupaciones más dispares, buscan traducir en realidades un mensaje que se compendia en pocas palabras del fundador, san Josemaría Escrivá de Balaguer: Conocer a Jesucristo; hacerlo conocer; llevarlo a todos los sitios.


Las palabras de Tertuliano citadas al comienzo encierran una gran verdad. Cuántos tópicos y estereotipos sobre personas e instituciones son fantasmagorías, que se diluyen en cuanto uno hace el esfuerzo de acercarse a la verdadera realidad, para conocerla de primera mano. Ese convencimiento lleva a Messori  a afirmar que la profesión de informadores puede tener un significado no lejano del Evangelio. Porque vencer la falta de conocimiento entre los hombres quiere decir disminuir la agresividad, ahuyentar el temor que puede suscitar aquello de lo que se ignora su auténtica naturaleza.


Se puede decir que Messori  cumple con este libro esa alta misión que debería hacer suya todo periodista: acercar la verdad de las cosas al ciudadano. El imaginario público está a veces cargado de tópicos o estereotipos que oscurecen la verdad. Y las categorías para acercarse a la realidad histórica no son divisiones vacías del tipo "reaccionario o conservador", "izquierda o derecha", sino "verdadero o falso", "bien o mal". 


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Vittorio Messori es autor de obras que han tenido una extraordinaria difusión en todo el mundo. Educado en un ambiente anticlerical, su trayectoria discurre entre el ateísmo y los partidos de la izquierda radical. Hasta que un día la lectura de un pasaje del Evangelio (“un objeto para mí desconocido, que nunca había abierto…”) le golpea interiormente.  “Fue un encuentro directo con la misteriosa figura de Jesús”. Y su vida cambió radicalmente.


Una de sus obras más conocidas es el libro entrevista al papa san Juan Pablo II Cruzando el umbral de la esperanza. Un hito periodístico, porque por primera vez un papa exponía en ese formato cercano y directo su visión de la Iglesia y del mundo.



También ha tenido mucha difusión su Leyendas negras de la Iglesia, donde analiza el origen de algunas de las más difundidas acusaciones contra la Iglesia. Tras investigar en las fuentes auténticas, comprueba la falsedad y manipulación que contienen muchas de esas afirmaciones  que hoy siguen en el imaginario público.





sábado, 15 de marzo de 2014

Cruzando el umbral de la esperanza. Juan Pablo II

Cruzando el umbral de la esperanza. Juan Pablo II. 





Cuando nos acercamos a la  canonización del gran papa polaco, este libro bien podría declararse de obligada lectura para cuantos desean conocer de cerca el pensamiento de la que sin duda es una de las figuras más decisivas de la historia en el siglo XX, Juan Pablo II.


En 1994, cuando ya se habían cumplido quince años de su pontificado, y la humanidad se dirigía hacia el umbral del tercer milenio, lleno de incógnitas e incertidumbre, Juan Pablo II responde a una serie de cuestiones que le plantea el periodista italiano Vittorio Messori. Se diría que Messori no deja en el tintero ninguna de las preguntas esenciales que todo ciudadano, preocupado por el devenir del mundo, querría haber hecho al Papa. Y este responde con la cercanía  y altura intelectual que le caracterizaban.


Juan Pablo II entra en profundidad a analizar las grandes cuestiones sobre  el hombre y la humanidad, y también algunos de los tópicos acerca de la historia y misión de la Iglesia.  La existencia de Dios, el problema del mal, la oración, los jóvenes y las nuevas generaciones, los frutos del Concilio Vaticano II, los retos de la nueva evangelización, la mujer en la Iglesia, el judaísmo y el islam


Sus consideraciones están  enraizadas en la  concepción cristiana del ser humano, y ayudan a extraer consecuencias operativas de la fe. Pero son igualmente válidas para toda persona de buena voluntad, aunque esté alejada de Dios: el sentido común ayuda a descubrir la verdad y el bien allí donde se manifieste. Y Juan Pablo II, hombre de fe, es también un hombre lleno de sentido común.


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El cristianismo, dice el Papa, no es mera acción del hombre: Dios también actúa. Joseph Ratzinger explicaría poco después que Dios actúa en la historia sobre todo a través de hombres que le escuchan. La mera posibilidad de esa acción de Dios en la historia pone nerviosos a quienes dicen ser  agnósticos o ateos.  Pero es bien real: la historia de la salvación –y eso es el cristianismo, y la historia de la humanidad en definitiva- es la historia de la conjunción de la acción de Dios y del hombre. 


Dios actúa, habla.  Nadie es capaz de sofocar su voz: ni siquiera la voluntad programada del hombre, que intenta -mediante la prepotencia política y cultural- imponer errores y abusos,  extendiéndolos  con gran despliegue mediático. Aunque a veces el mal parezca prevalecer, Dios no abandona al hombre. La confianza en esa acción de Dios  es lo que llena de esperanza al cristiano.  


El pensamiento de Juan Pablo II penetra con hondura en la realidad del ser humano.  Una de sus ideas más repetidas era la de que no debemos tener miedo a la verdad sobre nosotros mismos. Dios comprende nuestras debilidades: “Él sabe lo que hay dentro de cada hombre”. 


Juan Pablo capta el misterio insondable que encierra la enseñanza de Jesucristo: la verdad se hará amando. Esa es la misión de la Iglesia: manifestar el amor de Dios al hombre, a pesar de nuestras miserias y debilidades.  Hemos sido creados para amar, y por eso la única dimensión adecuada a la persona es el amor. Y el amor es donación, entrega. Por eso, dándose es como el hombre se afirma plenamente a sí mismo.


La Iglesia, depositaria de las enseñanzas de Jesucristo,  responde a una pregunta esencial: ¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna? (La ciencia no puede decirnos nada acerca de preguntas esenciales como esa. Por eso sorprende la fragilidad del razonamiento de quienes piensan que el conocimiento científico excluye la necesidad de religión.) La respuesta es invariable, porque proviene de Dios, y ningún poder de la tierra puede hacerla cambiar. Exponerla no es condenar, convencer de pecado no equivale a condenar, como no es condenar señalar el camino correcto. Una enseñanza reiterada ahora con singular claridad por el papa Francisco. “Dios quiere la salvación del hombre.

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El libro contiene intuiciones bellas y certeras. Asombró de Juan Pablo II su capacidad de sintonía con los jóvenes. Saltaba enseguida entre el papa y los jóvenes una chispa de entendimiento llena de  alegría.  En la alegría de los jóvenes veía un reflejo de la alegría que Dios tuvo al crear al hombre. Una alegría franca y jovial a la que él mismo se entregaba.  Es célebre, por ejemplo, el episodio del joven payaso que hizo reír al Papa como un niño, durante uno de los encuentros con universitarios del UNIV.





Su amor y devoción a la Virgen fue proverbial. A Ella dirigió su lema episcopal: Totus Tuus, Todo Tuyo. Se abandonaba confiadamente al cobijo de los brazos de la Madre, y sabe descubrir la infinita riqueza que  el culto mariano supone para el mundo. No es sólo una necesidad sentimental, un acto piadoso, sino que corresponde también a una verdad objetiva sobre la Madre de Dios. Fruto de la  contemplación de  esa realidad se ha abierto camino silenciosa y eficazmente  en la civilización cristiana la actitud de respeto a la mujer.  En María todas las mujeres han sido dignificadas: “Más que Tú, sólo Dios”.


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Cuando algunos se empeñan en apartar a Dios de la vida pública, cobran singular importancia las palabras que Juan Pablo II subrayó con fuerza en el original que escribió de su puño y letra: 

"Al finalizar este segundo milenio tenemos quizá más que nunca necesidad de estas palabras de Cristo resucitado: ¡No tengáis miedo! (…) Tienen necesidad de esas palabras los pueblos y las naciones del mundo entero. Es necesario que en su conciencia resurja con fuerza la certeza de que existe Alguien que tiene en sus manos el destino de este mundo que pasa; Alguien que tiene las llaves de la muerte y de los infiernos (cfr. Apocalipsis 1, 18). Alguien que es el Alfa y el Omega de la historia del hombre (cfr. Apocalipsis 22, 15). (…) Y este Alguien es Amor (cfr. Juan 4, 8-16). Amor hecho hombre, Amor crucificado y resucitado, Amor continuamente presente entre los hombres. Es Amor eucarístico. Es fuente incesante de comunión. Él es el único que puede dar plena garantía de las palabras ¡No tengáis miedo!"


Un libro profético, que no ha perdido actualidad, y proporciona respuestas  claras y esperanzadas a los retos del momento presente.


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Ver también de Vittorio Messori la reseña de su libro  Opus Dei. Una investigación.


miércoles, 12 de marzo de 2014

Misión Olvido



Misión Olvido. María Dueñas 

Ed. Planeta





Blanca, mujer ya madura, profesora universitaria, casada y con dos hijos ya crecidos, se enfrenta de improviso a la amargura de que su marido, encaprichado con una mujer más joven, la abandona. El mundo se le viene abajo. Sin fuerzas para afrontar la rutina de siempre, decide marchar lejos durante una temporada. Consigue una beca para investigar en una universidad de California. Allí deberá realizar un estudio sobre las misiones de los franciscanos españoles que llevaron el evangelio y la cultura a  aquellas tierras en los siglos XVIII y XIX, ordenando y analizando el legado de otro investigador español, el profesor Fontana, fallecido años atrás.


Durante seis meses la  vida de Blanca se cruzará con la de dos hombres: Luis Zárate,  director del departamento que la acoge, y un veterano investigador, Daniel Carter, que ya no trabaja para la universidad pero tuvo una intensa relación profesional y de amistad con Fontana. Daniel, en su época de estudiante, viajó por la España de los años 50, enviado por el profesor Fontana para seguir el rastro del escritor R.J. Sender. Daniel, al principio en la sombra, ayudará a Blanca en su investigación.


La novela está bien escrita y se deja leer. Son creíbles los sentimientos de los personajes: dolor, soledad, rabia, nostalgia de los momentos felices y de los buenos amigos, desesperación ante el futuro incierto…  Eso ya es mucho.


Pero María Dueñas nos presenta unos personajes sin fe, resignados a una vida en la que Dios no cuenta, y a la que por tanto no logran dar sentido. Personajes sin resortes para gestionar la adversidad, cuyo único recurso en momentos de crisis es una fuerza de voluntad no siempre suficiente, y en el mejor de los casos  el hombro de algún amigo relativamente  leal. En esas condiciones, la posibilidad de afrontar la vida con optimismo queda muy mermada.


A mi juicio Dueñas, al perfilar a sus protagonistas, sucumbe a los dictados de lo políticamente correcto: una buena dosis de agnosticismo, algún divorcio o separación dolorosa, expectativas de escarceos sentimentales como remedio de la soledad… Si se menciona  la religión (y el tema bien que se presta: nada menos que  una investigación sobre la epopeya evangelizadora de los franciscanos españoles en California)  es con cierta displicencia, dejándola relegada a la categoría de curiosidad cultural marginal, propia de épocas pasadas, de personas menos cultas, un punto intolerantes, o tal vez  algo hipócritas. Una visión alicorta de la realidad, de la que surgen personajes igualmente pobres y alicortos.


Con ese mal sabor de lo humanamente insuficiente queda el lector cuando llega al punto final. Y con la esperanza de que los protagonistas de la novela no sirvan de modelo a  los jóvenes (y mayores)  que lleguen a leerla.


Son tiempos de recordar con más frecuencia algunas verdades esenciales, con las que pocos se atreven: que la mayor miseria del ser humano es vivir como si Dios no existiera, que nuestra capacidad de elevar el corazón a Dios es lo que nos diferencia de los animales, que el silencio sobre Dios es lo que está llenando de tristeza a Europa, que es posible un compromiso estable de amor entre marido y mujer, que la fidelidad a lo largo del tiempo es el nombre  del amor, que estamos hechos para la fidelidad en el amor.


Sí: el mundo interior de las personas es en realidad mucho más rico y trascendente de lo que dicta la anquilosada corrección política al uso.   Ya sé que el objetivo de la novela no tiene porqué ser aleccionador. Y que es cierto que abundan los casos de separaciones y abandonos que parten el alma y merecen toda la compasión. Pero necesitamos creadores que muestren en sus personajes todo el bien de que es capaz el ser humano: esos valores (fidelidad, lealtad, compromiso, trascendencia…) que nos realizan plenamente como personas, y nos permiten afrontar la vida con optimismo, esperanzados en la construcción de un mundo mejor.  



domingo, 23 de febrero de 2014

El Dia de la Independencia. Richard Ford



El Día de la IndependenciaRichard FordEd Anagrama 






Mientras prepara la fiesta del 4 de julio, Día de la Independencia de los Estado Unidos de América, un agente inmobiliario rememora los hechos más trascendentales de su vida. Todo gira en torno a su situación de divorciado, las relaciones con su ex-mujer  y sus dos hijos, su compañera ocasional actual… los tristes restos del naufragio de su familia.


Vemos a lo largo de la novela la vaciedad de la vida de una persona que ha perdido el sentido del matrimonio, de la familia, de su papel como esposo y como padre. El autor retrata en el protagonista al norteamericano medio, y a buena parte de la sociedad norteamericana y occidental de nuestros días.


Los pequeños acontecimientos de los tres días en que transcurre la acción, relacionados en buena arte con su habitual trabajo de  venta de casas, dan pie para fotografiar el materialismo rastrero y banal, falto de ideales altos y nobles, que a menudo atenaza a la persona en una sociedad que ha perdido el sentido de la familia y se ha olvidado de Dios. 


Richard Ford escribe con maestría. Se aprende leyéndole. Con esta novela ganó entre otros el premio Pulitzer. Describe con acierto y realismo situaciones corrientes en la sociedad actual, en tantos aspectos deshumanizada. 


No apunta soluciones, pero deja al lector  con el convencimiento de que esa vida superficial, regida únicamente por la búsqueda de bienestar material y placer, sexo y relaciones sin compromiso de futuro, no es buena para el hombre. Algo falta, y lo peor sería darla por normal.


Y eso ya es algo: la lectura, quizá sin pretenderlo expresamente, invita a cambiar el rumbo cuando nos hemos dejado arrastrar por esas corrientes ideológicas nocivas por egocéntricas y disgregadoras. Anima, a mi juicio, a  orientar  la vida en una dirección más acorde con el ser humano, capaz de lealtad y compromiso en sus relaciones matrimoniales y familiares, y hecho para relacionarse con Dios. Por ahí discurre  su verdadera realización,  y con ella su felicidad.