En Radio Nou RTVV con Vicent Climent, Carolina Quilez, José Francisco Castelló y José Antonio Burriel, comentando la elección del Papa Francisco |
Mirar donde mira el papa Francisco
Pocos gestos han bastado para que el papa Francisco nos muestre, desde las primeras horas de su pontificado, dónde tiene puesta su mirada. Era previsible, y por eso lo avanzamos en esa estupenda tertulia de Radio Nou con Vicente Climent, que arrancaba justo cuando por la chimenea del Vaticano comenzaba a intuirse el humo blanco.
El papa mira en primer lugar a Jesucristo. Nos quedó grabado, apenas asomarse al balcón de la plaza
de san Pedro para recoger el afecto del pueblo
romano. Lo
primero fue pedir -suplicar, más bien- que rezásemos por él, inclinado en gesto sincero y humilde.
Francisco sabe que la Cabeza de la Iglesia es
Jesucristo. Ser su representante en la
tierra requiere poner los ojos en Él, rezar
intensamente, para escucharle y secundarle. Media hora estuvo ante el Santísimo en la basílica de Santa María la Mayor, a
primera hora del día siguiente a su elección. Antes, muy temprano, había
celebrado la Santa Misa. El Papa, primero y sobre todo, mira a Jesucristo. Es Él quien dirige su Iglesia. Es a Él a quien seguimos.
Todos deberíamos fijar la mirada en Jesucristo. Y rezar. Impresiona su devoción a la Virgen. Aún resuenan las palabras de Francisco: quien no reza a Dios, reza al diablo. Debe estar feliz el diablo, porque muchos que se dicen agnósticos, o ateos, lo que en realidad hacen es dar la espalda a Dios. Nada alegra más al diablo que contemplar una criatura dando la espalda a su Creador.
El papa mira a la Iglesia,
en segundo lugar. Me conmovió el gesto con que asomó al balcón de san Pedro: un
gesto de afecto, con algo del susto de quien acaba de sentir sobre sus
espaldas el peso de la enorme
responsabilidad contraída: ser el Pastor de más 1.200 millones de católicos,
representados en la multitud que abarrotaba san Pedro.
Francisco tiene
que proporcionar seguridad, afecto, cercanía y alimento saludable a millones de fieles
extendidos por los cinco continentes. Muchos de ellos sufren persecución física y
moral, son privados de libertad, y a veces asesinados, por ser católicos. Necesitan sentir el calor del Padre común, y sin duda van a encontrarlo en esa gran
humanidad que muestra Francisco, como ha dicho el Vicariodel Opus Dei en Argentina, buen amigo de Bergoglio.
Dentro de la Iglesia, el Papa mira especialmente a los jóvenes, necesitados de una formación cristiana que no
siempre se les ofrece con integridad, y muchas veces reciben tergiversada. (Por cierto, va a ser memorable la JMJ en Brasil: América arde en emoción...) Y mira también la falta de coherencia de miembros de la Iglesia, a veces eclesiásticos, necesitados de
purificación. Somos humanos y ninguno estamos exentos de la necesidad de
purificación. Pero hay que reconocer los pecados para poder ser perdonado.
Me ha
hecho pensar el lema episcopal del Papa: Miserando et
eligendo. Se refieren a la mirada de Jesucristo cuando invita a Mateo a seguirle. Mirada de comprensión
y cariño, que disculpa, pero que mueve a radical coherencia.
Es la radical coherencia que todos los católicos deberíamos
proponernos en estos momentos. Requiere un conocimiento más riguroso de la fe, y frecuencia asidua de los sacramentos que nos adentran en la intimidad con
Dios, especialmente la Reconciliación y la Eucaristía. La luz y el calor que precisa un mundo frío y desnortado no la proporcionan sólo discursos y razonamientos, sino sobre todo el ejemplo de personas que viven lo que creen.
Y Francisco mira al mundo.
Lo ha dicho claramente en sus primeras palabras, sin papeles porque lo tiene
muy claro: el mundo necesita la luz de Cristo. La Iglesia no es una mera ONG filantrópica.
No cumpliría su misión si no diera a conocer a Cristo al mundo. Toda
manifestación de amor a los hombres se queda pobre si no anuncia a Jesucristo,
fuente del amor, y lo que Jesucristo nos
ha enseñado.
A quienes dicen que la Iglesia debería “modernizar” su
doctrina, Francisco les ha señalado que
es al revés: el mundo no avanzará mientras no se abra a la luz de la doctrina
cristiana. Parece un eco de la llamada de Juan Pablo II a los gobernantes: ¡no tengáis miedo a Cristo! Él trae la libertad y el bien al mundo. A un mundo que ha aumentado su capacidad técnica, pero que ha empobrecido sus resortes morales, Francisco ofrece la referencia cristiana con fe profunda y claridad llena de coraje.
Francisco, desde la elección de su nuevo nombre, mira en el mundo las injusticias que claman al cielo. Los grandes desequilibrios no sólo entre países ricos y pobres, sino también en el seno de cada país. Es fácil clamar contra la desigualdad. Más difícil es que cada uno de los que claman se proponga realmente vivir pobre y desprendido, compartiendo de lo suyo (no de lo ajeno), y trabajando por sanar unas estructuras éticamente enfermas, que hagan mejores a las personas que viven en ellas, y no que las corrompan.
Es significativo, en esa mirada al mundo, el valor que Francisco otorga
a los laicos. Hemos leído sus declaraciones como cardenal de Buenos Aires,
acerca del peligro de clericalizar a los laicos, y de que los laicos se dejen
clericalizar. La tarea de los fieles corrientes es dar testimonio de coherencia cristiana en sus
ambientes profesionales y sociales, haciendo presente a Cristo en sus
actividades ordinarias. Algo de esto dijo el cardenal Bergoglio en alguna entrevista, y en la Misa que celebró en 2010 en la catedral de Buenos Aires, con ocasión
de la fiesta de san Josemaría, fundador del Opus Dei, precursor de la
misión evangelizadora de los laicos.
Jesucristo, la Iglesia, el mundo. Tres miradas en una.
Miremos los católicos en esa dirección, bien unidos a Francisco. Y viviremos una gran primavera de la Iglesia. Y también del mundo, que falta le hace...
Ah! Y no hagan caso de los "devotos odiadores", como han sido calificados por un conocido periodista, empeñados en ensuciar el rostro de la Iglesia. Sí, formada por hombres y por tanto por pecadores. Pero ya quisieran ellos para sus grupos la integridad y categoría de la inmensa multitud de cristianos que viven de acuerdo con su fe.
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