Hay certezas más allá de
la ciencia
Un conocido divulgador de la ciencia comentaba que, para él, hablar de Dios es como hablar de
elefantes voladores. Hasta que no se lo demuestren, con el rigor de una prueba
científica, no verá en Dios sino una fantasía sin base real.
Su equivocado razonamiento es un error frecuente en quienes confunden
racionalidad humana con racionalidad científica. Toman la parte por el todo.
Conocemos muchas cosas que no son fruto de procedimientos científicos. Nuestra
razón es capaz de alcanzar certezas sobre
cosas no materiales, inalcanzables mediante fórmulas matemáticas o experimentos de
laboratorio. La mayor parte de nuestro conocimiento ordinario consiste en
certezas de ese tipo: son certezas metafísicas.
Somos capaces
de reconocer el bien que se encierra
en una acción generosa. De identificar el amor: querer y sentirse querido es una realidad metafísica, anterior y mucho más profunda que la mera "química" entre personas.
Tenemos autoconciencia. Sé que soy el mismo “yo” hoy que ayer, y que
mañana seguiré siendo “yo” mismo. Esa autoconciencia, que sugiere permanencia, le hacía decir a Pascal: “Soy más grande que el universo, porque aunque el universo se
me cayera encima, yo lo sabría, pero
él no.”
Nuestro lenguaje,
por el que transformamos sonidos en ideas, nos habla de una capacidad de abstracción
y trascendencia que está más allá de la física. Los simios carecen de esa trascendencia.
Un simio no habla, no porque no sepa
hablar, sino porque no tiene nada que decir. Nosotros sí tenemos cosas que
decir, porque somos capaces de conocer realidades que trascienden la materia:
realidades espirituales, inalcanzables
mediante racionalidad meramente científica.
Con el conocimiento metafísico alcanzamos verdaderas certezas,
no meras conjeturas. Tengo certeza de mi
libertad, de mi racionalidad, del sentido
único de cada vida humana, de mi capacidad de argumentar y conocer la verdad.
Tengo certeza de que esta persona me quiere. De que aquella
otra es digna de confianza, y por
tanto el dato que me da es fiable y no necesito comprobarlo.
En realidad, como ha escrito Leonard, sólo lo existencialmente insignificante es “perfectamente
comprobable” por la razón. A partir del momento en que entramos en el campo de
la comunicación entre personas, una
cierta confianza en la palabra reveladora del otro ha de entrar en juego. Alcanzamos muchas certezas que no han necesitado demostraciones
lógicas perfectas. Certezas sobre cosas que ningún instrumento científico es
capaz de medir, o sobre cosas que no necesitamos comprobar, porque confiamos en
quien sí las ha comprobado.
Esas certezas metafísicas no pueden ser
demostradas por la ciencia experimental, pero eso no las convierte en irracionales. Sencillamente muestran
que la ciencia experimental no es la vía exclusiva de nuestro conocimiento, y
que no es la vía válida para alcanzar certezas metafísicas.
Esa capacidad metafísica de
nuestro conocimiento, que se eleva por encima de lo material y capta realidades espirituales, es la que nos permite llegar a reconocer la
existencia de Dios.
Esa capacidad metafísica de
nuestro conocimiento, que se eleva por encima de lo material y capta realidades espirituales, es la que nos permite llegar a reconocer la
existencia de Dios.
Otro día podemos hablar de los supuestos
filosóficos necesarios de la ciencia (inteligibilidad del universo,
capacidad humana de conocer el orden de la naturaleza, valores que requiere el
trabajo científico), muy bien explicados por Mariano Artigas en su espléndido libro La mente del Universo. Ver aquí una conferencia magistral que pronunció sobre el mismo tema en la Universidad de Navarra.
Y después hablaremos de las vías, que
descubrimos en la observación del universo y en nuestro mundo interior, por las
que podemos llegar a certezas sobre la existencia de Dios.
Artículo relacionado: Ciencia y fe. Lo que sabemos del origen del Universo y de la vida (I)
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