Pedro Casciaro. Hasta la última gota.
Ed. Rialp. Rafael Fiol
Pedro Casciaro
fue uno de los primeros jóvenes que siguieron a san Josemaría en el Opus Dei. Formado
junto a él en los durísimos años de la guerra civil y postguerra española, le
ayudó en la puesta en marcha de la primera obra corporativa en Madrid y en la primera expansión del Opus Dei. Fue el
primer director de la Residencia Universitaria Samaniego, de Valencia. Ordenado sacerdote en 1946, en 1948
marchó a México, para iniciar el trabajo apostólico de la Obra, extendiendo entre todo tipo de personas el mensaje de la llamada universal a la santidad en la vida ordinaria.
Un ejemplo cercano
En este sugerente libro, Rafael Fiol, que trabajó muchos años junto a Casciaro en México, nos narra algunos de los hitos de su vida, pero sobre todo ahonda en su personalidad, tratando de encontrar la raíz de su generosa respuesta a la llamada de Dios. Su vida, asegura, fue un esfuerzo continuo por identificarse con la Voluntad de Dios, desde el primer momento de su entrega en el Opus Dei.
El relato, repleto de sucesos y anécdotas entrañables, recoge
también testimonios de numerosas personas que trataron con Casciaro. Nos va
dibujando el temple humano y sobrenatural de una personalidad rica y singular,
que lucha para superar sus defectos y se va forjando bajo la orientación sabia
y santa de san Josemaría.
La narración nos
permite contemplar un ejemplo cercano de fe y audacia, y también de optimismo y
buen humor, con la humildad propia de quien no se considera importante y por
eso sabe reírse de sí mismo. Casciaro destacaba desde la adolescencia por su
espíritu de iniciativa, sabía asumir responsabilidades y tenía dotes de
gobierno, al parecer heredados especialmente de su abuelo. Dejó escrito en el
guión de una clase sobre el gobierno: “La capacidad de decisión está
íntimamente unida con el espíritu de sacrificio, porque escoger –con
conciencia- significa renunciar.”
Amar a Jesucristo con obras y de
verdad
Vemos también a un
hombre dispuesto a hacer locuras para llevar a Jesucristo a todos los rincones
del mundo, emprendiendo proyectos que con ojos humanos parecerían
imprudentes.
Es significativa
la anécdota con don Marcelino Olaechea, que fue arzobispo de Valencia y gran amigo
de san Josemaría. Casciaro le acompaña en el acto en que el papa san Pablo VI inaugura
un Centro de Formación para la Juventud Trabajadora en Roma, que el Opus Dei puso
en marcha en unos momentos en que todavía eran muy pocos los miembros de la
Obra en Italia: “¡Estáis locos!...
–le dice al oído con cariño el arzobispo- estáis
locos, pero de Amor de Dios, como vuestro fundador, que os ha pegado a todos su
locura divina.”
san Pablo VI y san Josemaría, el día de la inauguración del Centro ELIS en Roma |
Esa locura le
llevará a iniciativas semejantes en México, como la puesta en marcha, sin
recursos humanos, de varios centros de formación para mujeres y hombres del
campo aprovechando las ruinas de Montefalco, una antigua finca incendiada y
abandonada durante la revolución mexicana.
Venciendo todo
tipo de dificultades, Montefalco se convirtió pronto en un foco de progreso
humano y cristiano, que ha logrado una transformación notable en la calidad
de vida de toda la comarca. Como ésta, muchas otras iniciativas apostólicas en
tierras mexicanas se deben a su impulso lleno de fe y valentía.
Finura de espíritu
Fiol destaca un
rasgo atractivo de la personalidad de Casciaro: la finura de espíritu, “una
actitud moral que consiste esencialmente en la atención al otro. Esta cualidad perfecciona el espíritu humano,
haciéndolo cada vez más delicado. Efectivamente, la persona fina
no solo es moralmente recta, sino que capta, percibe con delicadeza, los
detalles. Pedro tenía esta virtud, porque se volcaba en una
atención activa a los demás. Y sin duda el trato con Dios deja finura en el alma.”
Aprendió de san
Josemaría a formar a las personas que tenía al lado. “Tenía la virtud de sacar
el lado positivo y las virtudes de las personas que colaboraban con él.” La
conciencia de su responsabilidad para transmitir el espíritu que había
aprendido del fundador le llevaba a corregir con prontitud y firmeza, pero “decía las cosas con un entrañable estilo de
afecto y fino humor. Sabía crear a su alrededor un clima de paz, de
tranquilidad, de alegría, de buen humor, de espontaneidad, de cariño, de
afabilidad, de educación, de altura humana y sobrenatural, que hacía la
convivencia muy grata, y que transmitía a todos entusiasmo por la Obra y la
labor apostólica.”
Una personalidad liberal e
independiente
Pedro Casciaro
había nacido en Murcia en 1915, donde hizo sus primeros estudios. A los 10 años
su padre obtuvo la plaza de catedrático de instituto en Albacete, y se trasladó
allí con su familia. En 1931, con 16 años, se trasladó a Madrid para estudiar
Matemáticas y Arquitectura: una orientación profesional que cuadraba muy bien
con sus talentos y aficiones: tenía fina sensibilidad artística y genio
creativo. Era además muy independiente, y había sido educado por sus padres con
planteamientos liberales y una superficial formación religiosa.
En enero de 1935
conoció a san Josemaría, joven sacerdote de 33 años. Ese encuentro transformó
su vida: le cautivaron su trato sencillo y cordial, su cultura y su sincera
piedad. Al acabar la conversación le salió espontáneo pedirle que fuera su
director espiritual, a pesar de que nunca lo había tenido ni sabía muy bien en
qué consistía. En noviembre de ese mismo año pidió ser admitido en el Opus Dei.
Toda su vida, el desarrollo de su rica personalidad –en lo humano y en lo
sobrenatural- estaría marcada desde ese momento por la huella que dejó en su
alma joven el trato estrecho con el fundador.
Al estallar la
guerra civil española Pedro se encontraba pasando unos días con sus abuelos en
la finca que poseían en Torrevieja. Su padre, concejal republicano, fue
encarcelado en Albacete por los sublevados, pero al ser conquistada la ciudad
por tropas republicanas fue liberado y nombrado presidente del Frente Popular
de la provincia. Hombre recto, intentó detener la tremenda represión que se
desató contra la Iglesia, y logró salvar varias vidas de sacerdotes y
religiosas. Salvó también de la destrucción numerosas obras de arte religiosas,
entre otras la imagen de la Patrona de Albacete, la Virgen de los Llanos.
Destinado a
Valencia para servir al ejército republicano, el joven Casciaro desertó para
unirse a san Josemaría y otros miembros de la Obra en su huida hacia la libertad a través de los Pirineos. Una aventura fascinante, en la que se jugó
la vida con una desenvoltura y valentía solo explicables por la ayuda del
cielo.
En Andorra junto al fundador tras lograr pasar a Francia en busca de la libertad |
Mente y corazón universales
Casciaro
se sintió ya protagonista de una aventura sobrenatural, incluso antes de haber
solicitado ser de la Obra. Contaba que durante los días de vacaciones en Torrevieja
“la semilla de la
universalidad [de la Obra] ya estaba germinando, porque recuerdo que
contemplaba con rara nostalgia los vapores que zarpaban del puerto, cargados de
sal y con rumbo a países para mí desconocidos. Al mismo tiempo me preguntaba
cómo llegarían a ser compatibles las exigencias de la familia y de mi futura
profesión con el deseo de participar de alguna manera en la expansión de
aquella inquietud apostólica, que las conversaciones con el Padre habían
sembrado en mi alma (...).
En cuanto a la expansión del Opus Dei, no reflexioné entonces demasiado.
Era algo que formaba parte de la fe que sentía en las palabras del Padre. Quizá
consideraba al principio esa expansión geográfica como una serie de
realizaciones lejanas que apenas llegaría a ver en mi vida. Y sin embargo, ya
entonces el Padre nos decía: «Soñad y os quedaréis cortos». La realidad se
encargó de hacerme ver que, a pesar de haber sido bastante soñador en mi
juventud, mis sueños se quedaron verdaderamente cortos.” Con ese título -Soñad y
os quedaréis cortos- Casciaro publicó un apasionante libro de memorias.
don Pedro Casciaro en México |
Guadalupano
Parte
del secreto de Casciaro para afrontar con valentía y magnanimidad retos y
dificultades de todo tipo está sin duda en su devoción a la Virgen, siguiendo la huella de san Josemaría. Se aplicaba
como dichas para sí las palabras de la Guadalupana al indio Juan Diego: “¿No estoy yo aquí que soy tu Madre? ¿Acaso
no estás bajo mi sombra y amparo? ¿No soy tu salud? (…) ¿Qué has menester?”
Del
trato filial y confiado con Dios y con la Virgen sacó las fuerzas para
entregarse generosamente a Él y al prójimo, “hasta la última gota.”
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