Historia
de los indios de la Nueva España. Fray Toribio de
Motolinía
El autor
Fray Toribio de Benavente, conocido entre los indios de la
Nueva España como Motolinía, que significa «el que es pobre», fue un religioso franciscano,
nacido hacia 1485 en alguna villa cercana a Benavente, en la provincia española
de Zamora. Falleció en Ciudad de México en 1569.
Se sabe que tomó el hábito franciscano a los
17 años, y fue ordenado sacerdote hacia 1516. El Papa
Adriano VI encargó a los franciscanos la misión de evangelizar las nuevas
tierras descubiertas por los españoles, y fray Toribio fue enviado por sus
superiores a México, junto a otros once franciscanos, para cumplir ese encargo.
Se les conoce como los Doce Apóstoles de México.
Llegaron
a las costas de México en 1524, y después de recorrer a pie los 400 kilómetros que
les separaban de su destino, fueron recibidos por el propio Hernán Cortés en Tenochtitlán.
Fray
Toribio y sus acompañantes se aplicaron sin dilación, con ardor misionero, a su
tarea de civilizar y anunciar el Evangelio a los indígenas. Recorrieron buena
parte del territorio de México y también las tierras de Centroamérica, para conocer
de primera mano la situación y necesidades de los indios, y estudiar el modo en
que debería desarrollarse el anuncio del Evangelio a los nuevos pueblos
incorporados a la corona española.
Su arduo trabajo para conocer de cerca a la población
indígena, unido a su sincero deseo de prestarle la ayuda necesaria, le permitió
obtener una información muy valiosa - seguramente la mejor del momento- acerca de la
historia, lengua y costumbres de los indios. Y a partir de ahí, sacó conclusiones
operativas para el mejor desarrollo de su trabajo apostólico. Para hacerse
entender lo primero fue aprender la lengua de los indígenas.
Motivo del libro
En
este libro, escrito en 1536 por encargo de sus superiores de la orden
franciscana, Motolinía hace uso de esos conocimientos, y de la experiencia
adquirida en el modo de tratar a los indios, por quienes se puede decir que gastó su vida entera. El realismo y minuciosidad del relato consigue contrarrestar
las teorías y falsedades que difundía en ese momento el dominico Bartolomé de
las Casas, que a juicio de Motolinía era un teórico que desconocía la realidad.
Las
tergiversaciones del dominico de las Casas, que éste hacia llegar a la Corte
española, fueron enseguida propagadas y ampliadas por los enemigos de España y
de la Iglesia, y pasaron a formar parte de la leyenda negra contra el
catolicismo. Sin embargo, incomprensiblemente, el libro de Motolinía permaneció
desconocido hasta que en 1848 publicó parte de él lord Kinsborough.
Los
datos que recoge fray Toribio de Motolinía arrojan luz sobre cómo era la vida de los indígenas cuando
los españoles arribaron al Nuevo Mundo en 1492, el impacto que supuso para los
indígenas la aparición de los descubridores, y las razones por las que la mayor
parte de los indios llegaron a considerar a los conquistadores como
verdaderos liberadores.
Cruel dominio azteca y
costumbres satánicas
Hasta el año 1200, en el territorio del actual México solo vivían chichimecas y otonis, todavía en estado salvaje y en condiciones miserables. Sólo mejoró algo su situación a partir de 1200, cuando llegaron los mexicanos, que aportaron arquitectura, maíz y algunos oficios. Cien años después, hacia 1300, hicieron su aparición los aztecas, una tribu cruel que sometió a todos los pobladores. Fueron los aztecas quienes fundaron México en 1325.
El
azteca era, por tanto, un recién llegado a México. Oprimía tiránicamente a los
demás pueblos, y adoraba ídolos diabólicos, a los que ofrecía en sacrificios
brutales centenares de víctimas (presos de guerra, esclavos, y aún en ocasiones
a sus propios hijos). Los indios, antes de la llegada de los españoles,
celebraban sus fiestas arrancando el corazón con una piedra a seres humanos. Lo
echaban aún latiente, a los pies de sus ídolos, que tenían figuras diabólicas
(serpientes aterradoras y animales sanguinarios). Luego arrastraban el cuerpo
aún caliente de las víctimas y se lo comían.
No
nos hacemos cargo del terror que supone ese culto idolátrico de raíz satánica,
que regía entre los indígenas. Muchos testimonios hablan de furiosas
apariciones del demonio a los indios, cuando estos comenzaban a convertirse a
la fe católica: “¿Por qué no me servís, no me llamáis?”; “¿por qué te has
bautizado?” Muchos indios fueron violentamente golpeados y heridos por Satanás,
y sólo escapaban de sus manos invocando el nombre de Jesús.
Costumbres diabólicas
Había
tribus que sacrificaban a sus víctimas aún con más brutalidad: las desollaban
vivas para embutirse en sus cueros y danzar con ellos bailes horrendos. Cuando
había sequía, ofrecían en sacrificio a niños, que sumergían en los lagos hasta
que se ahogaran, en ofrenda al diablo del agua.
Otras
tribus –prosigue en su relato Motolinía- anualmente tapiaban a varios niños en
una cueva, donde morían. La destapaban al año siguiente para volver a tapiar
una nueva remesa de niños. Cuando no tenían presos de guerra, sacrificaban a
sus esclavos y aún a sus propios hijos.
Los
territorios conquistados por los españoles habían estado siempre en continuas y
sangrientas guerras de unos pueblos contra otros. Cualquier indio que se
atreviese a salir de su poblado y cruzar la selva podía ser capturado para ser
sacrificado a los ídolos.
Era una vida inmersa en el terror, magistralmente descrito en la película Apocalypto, de Mel Gibson, basada en testimonios como los que nos narra en su libro Motolinía.
A
raíz de la conquista española, en poco tiempo cesaron las continuas guerras
encarnizadas entre las diversas tribus.
Liberados de costumbres
sanguinarias
Los
indios tenían mil supercherías, muchas con consecuencias brutales y hasta
criminales. Así, cuando una mujer daba a luz gemelos, pensaban ser señal de que
el padre o la madre morirían; y para evitarlo, el remedio que tenían prescrito
por sus ídolos era matar a uno de los recién nacidos.
Los
españoles les liberaron de esas costumbres sanguinarias, que les hacían
vivir en continuo terror. A medida que por el bautismo cundía la fe católica,
la sociedad indígena se humanizaba.
Motolinía aporta el dato de una de las provincias que tenía asignadas los franciscanos, en las que sólo en un año, una vez convertidos, los indios dejaron libres a más de veinte mil esclavos, y se pusieron a sí mismos grandes penas para que nadie volviese a hacer esclavos, ni los comprase ni vendiese, ya que la ley de Dios no lo permite.
Se trataba de una verdadera liberación, tanto en lo humano como en lo espiritual. En lo humano, por el pronto cese de las guerras interminables; numerosas tribus se hicieron amigas de los españoles para terminar con la opresión azteca. Gracias a las leyes y la justicia establecidas, se alcanzó pronto una paz y quietud tan grandes, resalta Motolinía, que era posible que una persona sola atravesase centenares de kilómetros, por poblado y despoblado, con la misma tranquilidad que lo haría por España.
Fue una verdadera liberación también en lo espiritual. Basta con imaginar la paz que inundaría el alma de quienes habían vivido sometidos al brutal culto al demonio, al contemplar como Dios a un dulce Niño, indefenso, en los brazos amorosos de su Madre, una Mujer llena de Belleza y Virtudes. El descubrimiento de Dios como Padre amoroso, y de su Hijo, igualmente Dios y hecho Hombre como nosotros por Amor, tuvo que suponer una liberación infinita, frente a los terroríficos y sanguinarios ídolos diabólicos.
Los
primeros y grandes éxitos de la evangelización (cientos de miles de bautismos,
y rápido enraizamiento de la fe en sus vidas) confirmaban el alivio que el
cristianismo causaba en los nativos, y ponían de manifiesto que había masas de
indios providencialmente dispuestas para una vida ejemplarmente cristiana.
Codicia de los
conquistadores
Motolinía
no oculta que hubo codicia en muchos de los conquistadores, pero añade que aún
en quienes la codicia estaba en primer término había un fondo de intención
cristiana: el deseo de ganar nuevas alianzas para Dios, de que el verdadero Dios
fuese conocido y adorado.
Ese
recto deseo de ganar almas para Dios hacía palidecer el de ganar riquezas, que era
accesorio y remoto entre los conquistadores. El espíritu cristiano de los
españoles, que se vieron en tantas ocasiones en peligro de muerte y en grandes
necesidades, acababa prevaleciendo, reformando conciencias quizá poco rectas, y
haciéndoles ofrecerse a morir por la fe cuando era necesario: en la tesitura de
muerte, el deseo sobrenatural de dar gloria a Dios acababa aflorando aun en los
casos más recalcitrantes, también para dar testimonio y ensalzar su fe católica
entre los infieles.
Fervor cristiano de los
indios
Era tal el fervor religioso, la adhesión a la fe cristiana de los primeros indios convertidos, que en alguna ocasión que se decidió, por escasez de clero, que algunos frailes dejaran una provincia para ir a vivir a otra (aunque la seguirían atendiendo en viajes periódicos) los indios se amotinaban para impedírselo, viajando hasta la ciudad de México para implorar que no los abandonasen, pues necesitaban el alimento espiritual de los sacramentos. Esto sucedió, cuenta Motolinía, por ejemplo en Xochimilco, a cuatro leguas de México, y en Cholollan, a veinte leguas.
Si al principio algunos indios daban a sus hijos con temor y por fuerza para que los enseñasen y adoctrinasen en la casa de Dios, enseguida, al cabo de pocos años, en cuanto conocieron la maravilla de la fe un poco, y la educación que les daban los frailes, acudían con sus hijos rogando que los recibiesen y les enseñasen la doctrina cristiana desde pequeños.
Es
curioso que algunos vean en esto un atentado a la libertad. Según ellos, habría
que haber dejado a los indígenas a su aire, con su miserable vida y su cultura
de horrendas consecuencias. Es la utopía del buen salvaje, que es eso: una
utopía inexistente.
Quienes se escandalizan con esa práctica de los españoles, olvidan que sigue siendo habitual en nuestra época. Al acabar la Segunda Guerra Mundial, los norteamericanos obligaban a los padres de familia alemanes a que llevasen a sus hijos adolescentes, educados en el régimen nazi, a escuelas de reeducación en los valores democráticos americanos.
Por no hablar de la contradicción de quienes, a la vez que critican la actuación española en el Nuevo Mundo, aplauden las tropelías causadas por la revolución cultural de Mao, con raíces tan siniestramente parecidas a las de quienes defienden que los niños no pertenecen a sus padres sino al Estado.
Cuando se trata de liberar del terror satánico y de costumbres sanguinarias, ¿no es un derecho y un deber actuar para mejorar y sanar las costumbres?
Desde que se ganó la tierra de México (1521) hasta 1536, fecha en que escribe fray Toribio, se habían bautizado más de 4 millones de indios. Normalmente les llevaban a bautizar sobre todo a los niños. A los mayores solían esperar a darles un mínimo de formación.
La Virgen se aparece en 1531 al indio san Juan Diego |
Era
frecuente que, en los desplazamientos de los frailes, los indios les salieran a
los caminos con niños, enfermos y ancianos, rogándoles que los bautizaran. “Los
hombres y mujeres pedían el bautismo con gran insistencia, a gritos, llorando y
suspirando”, subraya fray Toribio.
En
ocasiones, al bautizar a una criatura, parecía como si saliera el demonio de
ellos, pues al “ne te lateat Sathana” los niños temblaban, y ocurrían fenómenos
misteriosos. Sucedió por ejemplo al bautizar a un hijo de Moctezuma.
Algunas
indias fueron protagonistas de escenas en que el demonio en persona trataba de
arrancarles a los hijos aún no bautizados (ellas sí lo estaban), y el demonio
se iba cuando invocaban a Jesús: esto sucedió en algunos de sus templos del
demonio.
Debieron sentir tan de cerca estos fenómenos sobrenaturales, serían tan claros y patentes, que se explica que empezaran a acudir a millares a ser liberados, mediante el bautismo, del terror a que Satanás los había mantenido sometidos durante siglos. Cuando los frailes tardaban en llegar a algún pueblo, se adelantaban ellos.
Los
indios empezaron a denominar todos los lugares nombrando primero al santo de su
iglesia principal, y después el pueblo: Santa María de Tlaccallan, san Miguel
de Hoaxotano…
De
la profunda cristianización indígena da idea la temprana aparición de la Virgen
María al indio Juan Diego, en 1531. Sin dudar, ese fue un momento decisivo para
el fervor católico, y por tanto mariano y guadalupano, entre los pobladores la Nueva España. La imagen de la Virgen grabada en la tilma de Juan Diego sigue siendo un misterio para la ciencia.
Educación
y civilización de las costumbres
Desde
el primer momento los frailes se preocuparon, además de enseñar la doctrina, de
dar educación a los indios. Ya en 1536 los franciscanos fundaron en México el
Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco para los indios, que fue además embrión
para la formación del clero indígena.
Los hijos de los principales de los indios eran educados en los monasterios de los frailes, para que cuando mayores pudieran gobernar cristianamente y ejercer un influjo benéfico sobre todos. Al principio se resistían a entregarlos, pero en cuanto conocieron cómo eran educados, rogaban que los aceptasen.
Cuando
llegaron los españoles a América, era práctica habitual entre los indios
emborracharse, tanto hombres como mujeres. Uno de los vicios que se desterraron
con la paulatina conversión al cristianismo fue el alcoholismo, vicio que era a
su vez raíz de otros, y supuso un gran paso de humanización en las costumbres.
Los pobres y enfermos, antes de llegar los españoles, y antes de la conversión al cristianismo de los indios, no tenían quién los cuidase si carecían de familia cercana, y algunos morían de hambre sin que nadie cuidase de ellos. Otro cambio social fue ver a los indios, en penitencia, buscar pobres para ayudarles, y restituir lo que debían. “Se empezaba a poner freno a los vicios y espuelas a la virtud.”
Antes los indios eran enterrados muchas veces con sus enseres: trajes ricos, joyas, mantas… Con su conversión al cristianismo dejó de hacerse: lo dejaban a la familia, y empezaron a hacer testamentos en los que con frecuencia se destinaba todo o parte a los pobres.
Cuando
se bautizaban, restituían sus esclavos a la libertad, y les ayudaban a llevar
una vida digna. El cristianismo abolió –no por ley, sino en la práctica, por
propia voluntad- la esclavitud.
Paulatinamente
se consiguió que los indios tuviesen una sola mujer, terminando con el abuso de
los principales, que robaban mujeres y llegaban a tener hasta 200 o 300.
Exageraciones utópicas de Bartolomé de las Casas
Asegura
Motolinía que, en los primeros años de la conquista, “quienes por oficio debían
defender y conservar a los indios, no lo hicieron”, y se cometieron excesos: “esclavos
hechos no se sabía dónde, excesos de tributos, trabajos forzados…” Pero
enseguida se opusieron los frailes misioneros y el propio obispo de Mexico,
fray Juan de Zumárraga, a los desmanes de la primera Audiencia de Mexico,
presidida por Nuño de Guzmán.
El
obispo informó al emperador, que enseguida puso remedio a la situación enviando
personas adecuadas que corrigieran los desmanes, y consiguieron poner paz en
toda la zona, con gran bien para los indios. En esta labor destacaron el obispo
Sebastián Ramírez, presidente de la Audiencia Real, y el virrey don Antonio de
Mendoza.
Hubo
españoles que fueron crueles con los indios, pero no fue esa la actitud
general, sino más bien se trataba de excepciones, aunque llegaran a ser
frecuentes. Ya en 1520 corría entre los españoles el nuevo refrán “El que con
indios es cruel, Dios lo será con él”, que deja ver cómo no se trataba de una actitud ni
general ni mucho menos vista con aprobación.
La
enumeración que hizo Bartolomé de las Casas de los horrores de la Conquista y
de las infamias de la instalación hispánica, es un absurdo propio de recién
llegado, de quien no tiene un conocimiento real de la situación en América, y
acabó convirtiéndose en una condena de la propia penetración cristiana en
tierras paganas; una condena que olvida la inmensa tarea realizada por
religiosos y otros españoles en defensa de los derechos de los indios.
Motolinía
tuvo la valentía y clarividencia de encararse con Bartolomé de la Casas, que
hacía propuestas utópicas para la tarea evangelizadora, unas propuestas alejadas
de la realidad (propias de quien escribe desde un despacho y no se arremanga
para trabajar en el día a día) que solían ir acompañadas de consideraciones
injustas y calumniosas hacia el conjunto de la tarea desempeñada hasta el momento
por los españoles. El dominico no tenía en cuenta, entre otras cosas, el clima de guerra con los aztecas en que se
había desarrollado la actividad española.
Motolinía acusa de teórico a Bartolomé de las Casas cuando criticaba por ejemplo el modo de administrar los sacramentos, en concreto el bautismo, sin acompañarlo de las ceremonias y prédicas habituales en España. Eso lo dicen y propalan, protestaba, quienes no trabajan por aprender la lengua de los indios, ni se aplican a ponerse a bautizar. Motolinía hace responsable a quienes así obraban, de los niños y enfermos que a veces morían antes de ser bautizados, a causa de esos escrúpulos, más propios de burócratas.
Una evangelización que constituyó a los indios como pueblo
La historiadora Carmen Alejos
ha escrito que “España llevó la fe a América desde sus inicios. Sin embargo,
las leyendas negras, las críticas, los prejuicios, el sentimiento de culpa que
inundan a muchos españoles y europeos no tienen límite. Sentimos vergüenza de
la tarea descubridora, administrativa, cultural y evangelizadora que realizamos
durante más de trescientos años. ¿Por qué? Se cometieron errores y abusos. Algo
inevitable, toda obra humana los tiene. Pero ¿no será que en una sociedad que
rechaza a Dios no está bien visto que se haya difundido la fe católica y
tengamos que pedir perdón?
Nada es blanco o negro. Todo
tiene sus matices, también la evangelización americana. Ahora bien, no se puede
evitar afrontar la verdad. Y ésta es que desde el primer momento del
descubrimiento del Nuevo Mundo los Reyes Católicos consideraron una tarea
primordial que los conquistadores fueran acompañados de religiosos que enseñaran
la fe a los habitantes de esas nuevas tierras.
Pertenecían a órdenes
religiosas reformadas que habían purificado los lastres que les impedía vivir
según la fe evangélica y habían renovado su vida y sus conventos. Gracias a
esta reforma, sus deseos evangelizadores eran genuinos, fuertemente enraizados
y estaban dispuestos a afrontar las dificultades que hubiera; que, por cierto,
hubo muchas.
La fe la llevaron religiosos
(franciscanos, dominicos, agustinos, jesuitas...) intachables, con un alto
sentido de su misión, que realizaban con sus palabras y con su estilo de vida.
A fray Toribio de Benavente los indígenas mexicanos le llamaban «Motolinía» que
en la lengua náhualt significa «el que es pobre o se aflige». Y es que los
misioneros vivían con los pobres, como los más pobres. Los evangelizadores y la
jerarquía eclesiástica americana se caracterizaron desde el primer momento por
defender los derechos de los indígenas.
La evangelización llevada a
cabo por los españoles fue profunda, enseñó la fe y a vivir coherentemente
según esa fe. Realizó una importante tarea de culturización, aprovechando la
religiosidad natural de los nativos para imprimir en ella las huellas de
Cristo. Por eso Juan Pablo II pudo llamarla «evangelización constituyente». Es
decir, que no sólo se evangelizó a los habitantes del Nuevo Mundo, sino que constituyó un nuevo pueblo, el pueblo
latinoamericano que es naturalmente creyente. El ateísmo no es un rasgo propio
del hispanoamericano. Las sectas, las diversas confesiones religiosas tienen
difusión precisamente porque su tendencia natural es a creer en Dios. Por eso
también el catolicismo sigue vigente, con una fuerza imparable.”
FrayToribio de Motolinía, ya en 1540, escribía al señor de Benavente que la Nueva España, tan grande y tan apartada de Castilla, necesitaba consigo un rey que la mantuviera en justicia y paz, y que no podría perseverar sin disolución y dificultades grandes con el rey de España: por eso pedía que el rey Carlos nombrase a alguno de sus hijos rey de América.
En 1548 se calcula que había en Mexico central siete millones ochocientos mil indios. En 1540 dice Motolinía que por cada español había 15.000 indios, y por eso era milagro que no los echaran, porque Dios les cegó y porque tampoco los indios veían mal su situación respecto a antes de la llegada de los españoles. Antes bien, para muchos fueron como liberadores. Los de la provincia de Tlaxcatlan fueron siempre amigos de los españoles.
El papa san Juan Pablo II, consciente de las tergiversaciones históricas, quiso hacer un homenaje a esa labor evangelizadora de los españoles en diversas ocasiones. En su visita a España en 1984, decía: “Me he referido antes al espíritu con el que ejercieron su tarea evangelizadora tantos misioneros venidos a este continente, y que fueron a la vez elementos activos de promoción social. ¡Cuánto se debe a ellos, incluso humanamente, gracias a la labor desplegada en el espíritu evangélico de amor a todo hombre! Una tarea que prosigue fecundamente en nuestros días, en tantas formas y lugares…”
Esperemo que la versión falseada que ofrece la leyenda negra deje paso a la verdadera historia del descubrimiento y evangelización de América, en algunas mente que todavía la desconocen.
Los españoles llegan al Nuevo Mundo. Apocalypto, Mel Gibson |
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