Podría
haber titulado también esta entrada Por qué leer a los mejores. Esos que han sabido
preguntarse con espíritu noble por el sentido de la existencia humana, y nos
enseñan con viveza su experiencia de lo bueno y de lo malo.
Balzac
lo explica muy bien en un pasaje de su Eugénie Grandet:
“En la vida
moral, como en la física, existe una aspiración y una respiración. El alma
necesita absorber los sentimientos de otra alma, asimilarlos para
restituírselos enriquecidos. Sin este bello fenómeno humano, el corazón no
puede vivir; le falta el aire, sufre y se marchita.”
De los clásicos,
como de los mejores amigos, aprendemos a vivir, a discernir entre lo que
conviene hacer y lo que conviene evitar. Aprendemos que no todo vale, porque no
todo nos hace bien. Los clásicos no nos engañan con experiencias faltas de realismo, fantasiosas e inverosímiles, en las
que quien hace el mal es feliz para siempre (mentira) y quien hace el bien muere sin dejar un rastro de bondad y sin recompensa
eterna (falsedad).
Hay que leer,
pero también hay que saber seleccionar.
En algún sitio leí que “el espíritu del hombre es como su cuerpo: no vive de lo
que come, sino de lo que digiere.” Un exceso de lectura, o unas lecturas
indigestas, pueden acabar trastornando el metabolismo de la vida del espíritu.
Volvamos a los
clásicos, a esos autores y títulos que van desapareciendo de los planes de
enseñanza, y están dejando a generaciones de jóvenes sin alimento para su espíritu. Volvamos a los clásicos, antes de que algún loco los condene a la hoguera por
contraculturales, y destruya nuestra rica herencia cultural.
Relacionados:
Eugénie Grandet.Honorato Balzac
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