La Eucaristía, centro
de la vida cristiana
Edicep
Cuentan del joven Tomás deAquino, recién incorporado a la universidad de París, que al descubrir la
maravillosa sabiduría de su profesor, Alberto Magno, se aprestó a aprovechar la
oportunidad que la providencia le brindaba, se hizo más silencioso que nunca, y
concentró toda su energía en el estudio y meditación de cuanto escuchaba a
Alberto. Corría el siglo XIII.
Ocho siglos después, la renuncia de Benedicto XVI me ha traído a la memoria
aquél hecho, que tuvo por protagonistas
a dos hombres que con su trabajo intelectual y su santidad de vida han
dejado en la historia una huella imborrable.
Cuantos hemos tenido el
privilegio de leer a Joseph Ratzinger
nos damos cuenta de la categoría científica y sabiduría de este hombre humilde.
Sus libros –todos ellos- manifiestan el poder de la inteligencia humana cuando busca honradamente
conocer la verdad, va en busca de ella con un estudio hondo y perseverante de los
saberes humanos, y se deja guiar por la luz de la fe católica.
Sólo personas atenazadas por sus
prejuicios, o muy despistadas, son capaces de no apreciar el don para la humanidad
que significa el trabajo intelectual de
Joseph Ratzinger. La lectura de cualquiera de sus obras garantiza el crecimiento
del saber y agudiza la inteligencia. Y aporta valor en lo más importante: el
conocimiento de Dios.
Leí hace tiempo este librito sobre
la Eucaristía. Resumo algunas de las ideas que tomé, como personal
homenaje a Benedicto XVI a pocos días de su renuncia. Se trata de una recopilación de homilías y ensayos de sus años de arzobispo en Munich.
La Eucaristía, misterio de la Presencia
Eucarística de Dios y de su Amor por los hombres, es Dios hecho respuesta a todos
nuestros interrogantes, dice Ratzinger. Podemos rezar en cualquier sitio,
pero cuando lo hacemos junto a los Sagrarios de nuestras iglesias, ante la
Eucaristía, la iniciativa de la oración ya no es nuestra, es Suya: y su Presencia nos responde. ¡Cuántas
conversiones insospechadas ante el rayo
fulgurante de su Presencia!
La Eucaristía es el Misterio en
el que la eternidad se hace presente en
el tiempo y en la historia. En esta luminosa y esencial idea incide también
Josep Ratzinger en su reciente libro sobre Jesúsde Nazaret. Los justos, quienes permanecen atentos a la voz de Dios y la
siguen, abren caminos a la acción divina
en la historia.
Cuando Dios pide permiso a María para
la Encarnación, toda la Creación contiene el aliento esperando la respuesta: “¡Dí
que sí, María!”. El sí de María abre las puertas a la acción salvadora de Dios en
el mundo. Por el sí de los justos, la
voluntad de Dios se hace realidad “en la tierra como en el cielo.” Y la vida eterna toma impulso en el seno del
tiempo.
Tendemos a pensar en la eternidad
como un futuro que sucederá a continuación del presente. Pero no es así: la eternidad está ya entre nosotros. La tierra llega a ser el cielo cuando la
voluntad de Dios se hace realidad en ella, y entonces se convierte en el Reino
de Dios, su dominio, no el nuestro, y por eso es fiable y definitivo. La eternidad
no es ningún futuro cronológico, sino que es distinto a todo tiempo y por eso
se puede introducir en él, asumirlo en sí mismo y hacerlo puro presente.
Esa es la diferencia entre utopía
y escatología. Durante mucho tiempo se nos ha ofrecido un horizonte de utopía,
de espera de un mundo futuro mejor. La vida eterna sería un mundo irreal, y la
utopía un mundo real, al que tendríamos que dedicarnos con todas nuestras
fuerzas, pero que en realidad nunca nos afectaría a nosotros mismos: sólo a una
futura generación, que nunca llega. La utopía siempre parece estar al alcance
de la mano pero nunca llega, porque el
hombre sigue siendo siempre libre, y cada generación tiene que luchar por mantener el mal dentro de sus límites.
La sociedad
ideal que se pretende construir en el futuro es el mito del que deberíamos
despedirnos definitivamente. Y en lugar de ella trabajar con todo nuestro empeño en fortalecer las energías que se oponen
al mal en el presente.
Joseph Ratzinger nos deja en sus escritos un faro
de luz providencial para una humanidad que camina a oscuras y desorientada. Seguirle
es realmente concentrarse en lo esencial.
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