sábado, 16 de febrero de 2013

Un libro de Joseph Ratzinger sobre la Eucaristía


La Eucaristía, centro de la vida cristiana

Edicep



Cuentan del joven Tomás deAquino, recién incorporado a la universidad de París, que al descubrir la maravillosa sabiduría de su profesor, Alberto Magno, se aprestó a aprovechar la oportunidad que la providencia le brindaba, se hizo más silencioso que nunca, y concentró toda su energía en el estudio y meditación de cuanto escuchaba a Alberto. Corría el siglo XIII.


 Ocho siglos después, la renuncia de Benedicto XVI me ha traído a la memoria aquél hecho, que tuvo por protagonistas  a dos hombres que con su trabajo intelectual y su santidad de vida han dejado en la historia una huella imborrable.


Cuantos hemos tenido el privilegio de leer a Joseph Ratzinger nos damos cuenta de la categoría científica y sabiduría de este hombre humilde. Sus libros –todos ellos- manifiestan el poder  de la inteligencia humana cuando busca honradamente conocer la verdad, va en busca de ella con un estudio hondo y perseverante de los saberes humanos, y se deja guiar por la luz de la fe católica.


Sólo personas atenazadas por sus prejuicios, o muy despistadas, son capaces de no apreciar el don para la humanidad que significa el trabajo  intelectual de Joseph Ratzinger. La lectura de cualquiera de sus obras garantiza el crecimiento del saber y agudiza la inteligencia. Y aporta valor en lo más importante: el conocimiento de Dios.


Leí hace tiempo este librito sobre la Eucaristía. Resumo algunas de las ideas que tomé, como personal homenaje a Benedicto XVI a pocos días de su renuncia. Se trata de  una recopilación de homilías y ensayos de sus años de arzobispo en Munich.  


La Eucaristía, misterio de la Presencia Eucarística de Dios y de su Amor por los hombres, es Dios hecho respuesta a todos nuestros interrogantes, dice Ratzinger. Podemos rezar en cualquier sitio, pero cuando lo hacemos junto a los Sagrarios de nuestras iglesias, ante la Eucaristía, la iniciativa de la oración ya no es nuestra, es Suya: y su Presencia nos responde. ¡Cuántas conversiones insospechadas ante el rayo fulgurante de su Presencia!


La Eucaristía es el Misterio en el que la eternidad se hace presente en el tiempo y en la historia. En esta luminosa y esencial idea incide también Josep Ratzinger en su reciente libro sobre Jesúsde Nazaret.  Los justos, quienes permanecen atentos a la voz de Dios y la siguen, abren caminos a la acción divina en la historia.


Cuando Dios pide permiso a María para la Encarnación, toda la Creación contiene el aliento esperando la respuesta: “¡Dí que sí, María!”. El sí de María abre las puertas a la acción salvadora de Dios en el mundo. Por el sí de los justos,  la voluntad de Dios se hace realidad “en la tierra como en el cielo.” Y la vida eterna toma impulso en el seno del tiempo.


Tendemos a pensar en la eternidad como un futuro que sucederá a continuación del presente. Pero no es así: la eternidad está ya entre nosotros.  La tierra llega a ser el cielo cuando la voluntad de Dios se hace realidad en ella, y entonces se convierte en el Reino de Dios, su dominio, no el nuestro, y por eso es fiable y definitivo. La eternidad no es ningún futuro cronológico, sino que es distinto a todo tiempo y por eso se puede introducir en él, asumirlo en sí mismo y hacerlo puro presente.


Esa es la diferencia entre utopía y escatología. Durante mucho tiempo se nos ha ofrecido un horizonte de utopía, de espera de un mundo futuro mejor. La vida eterna sería un mundo irreal, y la utopía un mundo real, al que tendríamos que dedicarnos con todas nuestras fuerzas, pero que en realidad nunca nos afectaría a nosotros mismos: sólo a una futura generación, que nunca llega. La utopía siempre parece estar al alcance de la mano pero nunca llega, porque el hombre sigue siendo siempre libre, y cada generación tiene que luchar por mantener el mal dentro de sus límites.


       La sociedad ideal que se pretende construir en el futuro es el mito del que deberíamos despedirnos definitivamente. Y en lugar de ella trabajar con todo nuestro empeño en fortalecer las energías que se oponen al mal en el presente.
             

Joseph Ratzinger nos deja en sus escritos un faro de luz providencial para una humanidad que camina a oscuras y desorientada. Seguirle es realmente concentrarse en lo esencial.



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