Cristianismo y laicidad. Historia y
actualidad de una relación compleja. Martin Rhonheimer Ediciones Rialp
Análisis valiente y objetivo de la historia
de las relaciones, tensas con frecuencia, entre la Iglesia y las diversas
formas laicas del Estado democrático. Esa tensión será siempre necesaria y
constructiva, pero también ha procedido muchas veces de errores humanos.
En la Iglesia católica no existe acerca del
Estado una doctrina dogmática, ni puede haberla, salvo los elementos
anclados en la Tradición y en la Sagrada Escritura, que apuntan como
principio invariable, genuinamente cristiano, a la separación de la esfera
religiosa y la estatal-política.
Sin embargo, circunstancias históricas contingentes
han llevado en ocasiones a mezcolanzas alejadas de ese carisma original, que
consagró la separación de la esfera política y religiosa. Pero el
cristianismo no es una ideología o programa político que tienda a su perfecta
realización. Al contrario, la Iglesia tiene como método propio el
respeto a la libertad.
El concilio Vaticano II, que en tantos puntos supuso
una profundización y redescubrimiento de valores primigenios presentes desde
siempre en el cristianismo, ha reafirmado con fuerza y claridad esa separación
dualista. Y al reconocer los principios políticos de la democracia
constitucional, se ha reconciliado con una parte esencial del propio
legado cultural de la Iglesia, en un giro hacia lo más congruente con el
espíritu del Evangelio. Cfr. por ejemplo la Declaración sobre la libertad
religiosa, Dignitatis humanae.
Rhonheimer es incisivo al analizar el origen de
algunas hostilidades del laicismo hacia la religión. En parte parecen
proceder de la pretensión de la religión de ser representante de una verdad
superior, y de unos valores objetivos, capaces
de someter al poder político y a la libertad civil a una valoración
moral conforme a criterios que reclaman ser verdaderos. El laicismo se
escandaliza de una religión que se presenta como fuente y
garantía última de valor también para la comunidad política democrática .
La concepción integrista de la laicidad, por su parte,
intenta fundar un nuevo poder espiritual en el que lo moralmente bueno
será lo que decida la mayoría, y no admite que la Iglesia
católica pretenda relativizar y someter a juicio las realidades
terrenas. Si en la Roma pagana el Imperio no admitía más
religión que la del Estado, ni más dios que al César, ahora la versión integrista
del laicismo parece emular al Imperio, e intenta imponer con
la fuerza del poder estatal la verdad de la no existencia o
irrelevancia de Dios y de la religión.
La Iglesia reconoce y considera un valor la laicidad,
esto es, la autonomía de la esfera civil de la esfera religiosa y eclesiástica.
Pero insiste en que no es autónoma de la esfera moral. Reconoce que
la legalidad y la corrección de los procedimientos democrático son
valores morales; pero afirma que no son valores morales absolutos,
y que en un sistema político no totalitario deben
existir consideraciones morales de orden superior, como el derecho
natural, por encima de la legalidad y de las mayorías.
La Iglesia no exige al laicismo que reconozca como
verdadera su pretensión de ser fuente y garantía última de valor. Pero el
laicismo tampoco tiene que considerar ataque a la laicidad la presencia pública
de esa pretensión, ni su influjo en la sociedad. La Iglesia expone su
enseñanza con un poder moral, no coativo, y respetando la
legalidad. Eso no debería molestar a nadie en una sociedad
abierta y plural: sólo sería molesto para quienes tienen una concepción
integrista y totalitaria del Estado.
Rhonheimer señala también una pretensión incongruente
del laicismo: el intento de negar legitimidad civil y laicidad a quienes se
identifican con verdades morales que también son enseñadas por la
Iglesia. A menuda se considera ”laica” simplemente a aquella
postura que quienes se autodenominan “laicos” consideran deseable, lo
que no deja de ser un escamoteo del debate político, sustituído por el intento
de descrédito del interlocutor. Esto lo vemos por ejemplo con
consignas del tipo “por una enseñanza laica”. ¿No querrán decir
“sin religión”? Porque tan laica es la opinión de quien piensa que es
buena la presencia de la religión en la escuela como la opinión contraria, si
proceden de ciudadanos libres.