La reciente tragedia de Lampedusa es sólo la punta del
iceberg de una tragedia más grande que afecta a todo el continente africano. El
Papa Francisco no dudó en presentarse en aquella isla del sur de Italia, puerta
de la esperanza para tantos africanos desesperados, para señalar desde allí con su dedo a los gobernantes
de la Unión Europea y decirles con voz fuerte que la situación es una vergüenza para Europa, que no pueden quedarse de brazos cruzados. Nadie
puede mirar a otro lado. No podemos aceptar esa "globalización de la indiferencia".
Francisco recogía el eco de unas palabras de Joseph
Ratzinger en su libro Jesús de Nazaret, que han cobrado rabiosa actualidad. Comenta Ratzinger el episodio del Evangelio en que un doctor de la ley pregunta
a Jesús: “¿Y quién es mi prójimo?”
Casi todos tenemos claro que hay que hacer algo por los “prójimos”,
los allegados. Pero ¿hasta dónde llega el concepto de prójimo? Le ponemos límites: los
parientes más cercanos, quizá también los de mi pueblo, o incluso los connacionales. Pero los de otros pueblos, o sencillamente quienes no piensan como yo, ¿esos son también mi prójimo?
Jesús responde con esa maravillosa parábola del Buen
samaritano, en la que deja clara la universalidad de su concepto de prójimo,
imagen del amor universal de Dios por los hombres, por cada persona. El extranjero, el más alejado, el que ni
siquiera comparte mis ideas… ése, me concierne. Jesús pone a un extranjero, mal
visto por los judíos, como modelo sobre
cómo debemos tratar a los demás. Sólo el extranjero se compadece de aquel pobre
hombre asaltado, golpeado y saqueado por unos bandidos, a quien sus más “prójimos” han abandonado a su
suerte.
Ratzinger concreta mucho.
El buen samaritano no se pregunta hasta qué punto llega su obligación de
solidaridad. Al buen samaritano sencillamente
se le parte el corazón ante el dolor ajeno. Se despierta en él un maternal sentimiento de
compasión, que se impone a cualquier otra consideración sobre su grado de
responsabilidad en la tragedia, sobre si le compete o no aquel asunto, sobre si
atender a aquella persona herida le complicará la existencia. No se pregunta si
aquel es su prójimo. Sencillamente siente la evidencia de que él mismo debe
convertirse en prójimo para el otro. Y actúa. Ahora sabe que es hermano de todo aquel
que se cruza en su camino y necesita ayuda. Siente en su interior la
universalidad del amor.
Y sigue concretando Ratzinger: “La actualidad de
la parábola resulta evidente. Si la aplicamos a las dimensiones de la
sociedad mundial, vemos cómo los pueblos explotados y saqueados de África nos
conciernen. Vemos hasta qué punto son nuestros “prójimos”; vemos que también
nuestro estilo de vida, nuestra historia, en la que estamos implicados, los ha
explotado y los explota. Un aspecto de esto es sobre todo el daño espiritual
que les hemos causado. En lugar de darles a Dios, el Dios cercano a nosotros en
Cristo, y aceptar de sus propias tradiciones lo que tiene valor y grandeza, y
perfeccionarlo, les hemos llevado el cinismo de un mundo sin Dios, en el que
sólo importa el poder y las ganancias; hemos destruido los criterios morales,
con lo que la corrupción y la falta de escrúpulos en el poder se han convertido
en algo natural. Y esto no sólo ocurre en África”.
Vale la pena releer el texto íntegro del libro de Ratzinger.
Y escuchar a Francisco. Y sacar conclusiones: África nos concierne. No podemos
quedarnos de brazos cruzados. Hay que
ayudar.
Gracias a Dios son muchas las iniciativas de solidaridad que
trabajan desde hace tiempo en África. Hay donde elegir para echar una mano. Una
de esas iniciativas es Harambee. Nacida en 2002 por iniciativa de Álvaro del Portillo, prelado del Opus Dei, es una pequeña gota en el océano de la generosidad.
Pero una gota eficiente que ha desarrollado con éxito varias decenas de
proyectos asistenciales, sanitarios y educativos.
Los días 5 y 6 de noviembre tendremos en Valencia a la doctora congoleña Celine Tendobi, del hospital Monkole de Kinsasha. Acaba
de recibir el premio Harambee a la Promoción e Igualdad de la Mujer Africana. Una ocasión excelente para conocer de primera mano qué
sucede en África y cuánta gente buena, como Celine, trabaja de firme con profesionalidad y entrega para hacer de África un
continente mejor, donde las condiciones vitales no obliguen a salir, sino
inviten a quedarse.
Es posible, si ayudamos todos. Que eso significa Harambee: todos a una.