Nos hemos echado unas risas con este relato breve que he dedicado a un buen amigo en la celebración de su cumpleaños. Un poco osado por mi parte intentar un relato breve, pues él ha ganado varios premios en esa modalidad literaria. Pero me ha parecido muy tentador, pues permite la gracieta rápida y divertida.
Además, mi amigo se acaba recién –como dirían nuestros hermanos hispanos- de aficionar al golf, y le veo a esa afición golfista un no se qué de enganche que debe estar próximo a la adicción. Seguro que lo han notado en algunos conocidos: “se han enganchado” al golf.
Ahí va el relato que hemos leído en la sobremesa. No hace falta aclarar –o quizá sí, que nunca se sabe- que no está basado en hechos reales.
Tarde de golf lluviosa
Oteó el horizonte. Calculó la dirección del viento. Se concentró sobre la bola y compuso su mejor figura. El swing iba a ser grandioso. Dibujando una enorme parábola, la pelota sobrevolaría el lago y caería sobre el hoyo, a doscientos metros. Ni la lluvia lo impediría: hoyo en uno. El golpe de su vida. Miles de espectadores admirarían asombrados.
Golpeó con toda su alma… Y cuando ya casi escuchaba la ovación del gentío, lo que oyó fue el inconfundible sonido de un vidrio que estalla en mil pedazos: ¡craasss, criisss, clinchs…! A su nariz llegó un intenso y familiar aroma de licor.
Sobresaltado, abrió los ojos y visualizó la escena. Y lo comprendió todo. Se retrepó con esfuerzo en el sillón orejero. Y con gesto entre burlón y compungido, comenzó a reunir -con el atizador de la chimenea que aún empuñaba- los añicos de la quinta copa de orujo, víctima del memorable swing de aquella lluviosa tarde.
Ahora
que algunos miran a las familias numerosas con susto y como algo desfasado,
sienta bien releer relatos como éste de la familia inglesa Gillick y Gordon.
Y dejarse sorprender por la felicidad y el buen humor que reinan en una familia
cuando no se sacrifica la posibilidad de tener hijos al triste dios de la
comodidad.
Victoria
Gillick reacciona ante la incomprensión que la sociedad muestra hacia familias
como la suya, y logra transmitir con su valiente testimonio la realidad del
sabio dicho popular: cada nuevo hijo trae un pan debajo del brazo. Un pan en
sentido material: porque las dificultades y estrecheces económicas agudizan el
ingenio, y siempre acaban surgiendo soluciones para llegar a fin de mes. Pero
un pan también en sentido más profundo: porque cada hijo es fuente de maduración,
de crecimiento humano y espiritual para los padres y para cada uno de los
hermanos. Es de las familias numerosas de donde suelen surgir las personas con
más coraje y más capacidad de sacrificio por los demás. Y eso es también pan para todo el conjunto social, hastiado de individualismo egoista.
No
podía ser de otro modo, pues ese invento divino que es la familia es una
verdadera escuela de entrega, solidaridad y altruismo. Una verdadera escuela de
amor, que no pueden mirar sino con recelo los que no han tenido la suerte de
experimentarlo. Con recelo, incluso a veces con absurdo desprecio, pero en el
fondo con envidia.
Miren
por ejemplo este tierno recuerdo de la autora sobre el espíritu de cooperación
en que crecen los niños en una familia numerosa:
“En las familias
numerosas, cuando la madre no puede atender por sí sola a todos, surge
espontáneamente entre los hijos la necesidad de echar una mano para aligerar la
tarea. Los dos mayores, de apenas 5 y 6 años, ya daban muy sonrientes el
biberón a los dos gemelos desde que tuvieron 4 meses… Nunca cometieron un
error, y era una experiencia muy amable para ellos, que sirvió para unirles muy
estrechamente durante aquellos años y después. La necesidad fue, en el caso de ellos,
la madre del amor.”
Recuerdo que,
cuando se publicó el libro, causaron algún escándalo varias de las situaciones familiares
descritas por Gillick, ciertamente algo anárquicas. En parte se debían a la
profesión bohemia y algo transhumante de los esposos, ambos artistas de éxito
relativo. Pero en parte también pienso que ese aparente desorden y anarquía
procedían de un modo de afrontar la vida
lleno de libertad y confianza en el futuro. Un modo, por cierto, profundamente
cristiano. Algo que esta sociedad nuestra debería recuperar si quiere tener
futuro.
Contracorriente... hacia la libertad. Mariano Fazio. Ed. El Buen Mudo
(Artículo originalmente publicado en el periódico Levante-EMV)
El argentino Mariano Fazio, filósofo e historiador,
es autor de sugerentes ensayos sobre la historia del pensamiento contemporáneo.
Es además vicario auxiliar del Opus Dei, y amigo personal del Papa Francisco desde sus años en Buenos
Aires. Acaba de presentar en Valencia un nuevo trabajo sobre tres célebres
ingleses que, viviendo en épocas y situaciones personales muy diferentes,
tienen en común el haber sido leales a su conciencia en un ambiente adverso: Tomás Moro, John Henry Newman y Gilbert
K.Chesterton. Su actitud vital,
reconocida como heroica por la Iglesia en los dos primeros, y en proceso de
serlo en el tercero, les concede una gran actualidad, y sin duda por eso el
autor los ofrece ahora a nuestra consideración.
Se trata de tres
figuras de alcance universal, que comparten unos valores tan genuinos que toda
persona de bien debería desearlos para sí: el amor a la verdad, la decidida
defensa de la libertad para obrar en conciencia, un carácter abierto a la
amistad con todos, una vida iluminada por el sentido del humor. Son rasgos tan
humanos que nos remiten a la imagen divina que está en la raíz de nuestro
ser.
Los tres viven en
un ambiente en el que el catolicismo es minoritario. Pero afrontan los retos de
ese ambiente con un fuerte sentido de la libertad, manteniendo la actitud que
en su conciencia ven más correcta. No les importa que su rectitud les enfrente
a la incomprensión, al vacío social o, en el caso de Moro, al martirio. Como escribió
Harper Lee, la conciencia de cada
uno es la única cosa que no se rige por la regla de la mayoría.
Nuestros
personajes comparten el sentido del humor: radiante y explosivo en Chesterton,
fino y elegante en Moro, más serio e intelectual en Newman. Como señala Fazio,
ninguno de ellos es pájaro de mal agüero,
ni profeta de desgracias, porque el pesimismo no es cristiano. Aman el mundo en
el que viven, y por eso no centran su atención en las sombras, sino en las
luces que siempre brillan en cualquier persona y situación, dando sentido a la
existencia. Deberíamos hacer cotizar al alza el buen humor, un valor que
dulcifica y ennoblece la convivencia.
Santo Tomás Moro, lord Canciller de Inglaterra
Tomás Moro,
primer ministro y lord Canciller de Inglaterra, gran humanista, es ejemplo de
coherencia entre la fe y las obras. Eligió ser fiel a su conciencia cuando la
ley se lo puso muy difícil, porque el rey reclamaba para sí el título de cabeza
de la Iglesia. Tomás no podía aprobar esa pretensión basada en la mentira, y
murió mártir, perdonando a sus jueces y verdugos, incluso consolándoles: les
recordó que también Saulo aprobó el martirio de san Esteban antes de su propia
conversión, y acabó siendo san Pablo.
Moro ha pasado a
ser un ejemplo de cristiano que vive su ciudadanía con lealtad y de acuerdo con
su conciencia. Porque casi todo es relativo, pero no todo: hay cosas que no da
lo mismo afirmar que negar. “Afirmar que todo es relativo es fundamentalismo”,
señala Fazio. Porque si todo es relativo, esa misma afirmación también lo es, y
cae por su propio peso.
Con gran sentido,
la Iglesia ha nombrado a Tomás Moro patrono de los políticos. En el Real Colegio del Corpus Christi de Valencia
conservamos como un tesoro el manuscrito de su último libro, que escribió en
prisión antes de ser ejecutado: La agonía de Cristo. Nos vendría
bien releerlo de vez en cuando. Y también la Oración del buen humor
que se le atribuye. “El papa Francisco la reza a diario”, revela Fazio.
John Henry Newman
John Henry
Newman, pastor anglicano, fue heroicamente fiel a su conciencia cuando decidió
pasar a la Iglesia católica. Nunca traicionó la luz interior recibida, que dio
origen al movimiento de Oxford, y le
llevó a investigar a fondo si la Iglesia anglicana era realmente continuadora
de la primitiva Iglesia. Su noble afán de verdad, que requirió un serio trabajo
intelectual, le condujo inesperadamente a la Iglesia católica, superando sus
fuertes prejuicios contra Roma.
Newman sabía que
padecería incomprensión por parte del luteranismo, pero fue fiel a lo que veía
en conciencia. Lo que no imaginaba es que también padecería incomprensión por
celotipias de sectores católicos, una vez convertido. Es famoso el pasaje de su
Carta
al duque de Norfolk: “Si me
pidieran un brindis, brindaría por el Papa, pero antes por la conciencia. El
primer Vicario de Cristo no es el Papa, sino la conciencia.” Esa afirmación
supone un serio compromiso de la conciencia con la verdad.
Gilbert. K. Chesterton
En Gilbert K.
Chesterton brilla su total ausencia de respetos humanos para decir lo que
piensa, aun en medio de corrientes de opinión muy opuestas. En su famoso libro Ortodoxia,
escrito mucho antes de su conversión al catolicismo, cuenta la historia de un
marino inglés que sale a descubrir mundo y llega a un lugar paradisíaco, que
resulta ser la misma Inglaterra de la que había partido. Describe así el viaje
del anglicanismo, que abandonó sus raíces católicas en busca de tierras
mejores. Pero describe también su propio itinerario personal, en un retorno a
la Iglesia católica que ya intuye cercano.
No gustaba mucho
esa comparación en los ambientes intelectuales anglicanos. Pero como Moro y
como Newman, Chesterton ni se arredra ni echa en cara nada a los que le
combaten. Simplemente habla sin respetos humanos de la verdad, de lo que ve en
su conciencia. Se muestra abierto al diálogo (¡sus ingeniosas y divertidas controversias
con Wells o Bernard Shaw!) y mantiene un profundo sentido de la amistad con
quienes piensan diferente. Su capacidad de empatía debería ser un referente
para muchos, cuando el ambiente es tan propenso a la crispación, al frentismo,
a romper con quienes sostienen ideas diferentes.
Tres personajes
muy actuales, no solo para los católicos. Porque en ellos brillan valores tan
necesarios para la convivencia como el respeto al otro y la escucha atenta. Se
muestran dispuestos a recoger las semillas de verdad que hay en toda opinión, y
a construir puentes desde las posiciones compartidas. Lejos de tergiversar y
poner zancadillas, saben poner al rival
en una posición cómoda, sin ataques personales. Ofrecen su amistad por encima
de las diferencias. Pero no admiten como verdadero lo que es falso, porque sin
verdad no se puede ser libre.
La vida de estas
personas nos habla de la presencia de la verdad en el mundo, y de nuestra
capacidad de reconocerla. Su alegría de vivir nos muestra también la fuerza
liberadora que supone seguir la luz de la conciencia a pesar de los efímeros
halagos del mundo. No estamos hechos para la mimetización con el ambiente, sino
para la verdad. El título del libro lo explica bien: para ser libre a veces es
preciso ir “Contracorriente… hacia la
libertad”.
Oración del buen humor. Fuente twitter @opusdei_es
La
señora Harris es una simpática y tenaz señora de la limpieza londinense, viuda,
que un buen día, al abrir el armario de una de sus clientas para ordenarlo,
siente el flechazo de un deslumbrante vestido de Christian Dior.
“Se
vio frente a un tipo nuevo de belleza: una belleza artificial, creada por la
mano de un hombre y un artista, pero artera y directamente dirigida al corazón
de la mujer (…) Una explosión de satén y tafetán carmesí, adornado con grandes
lazos rojos y una enorme flor también roja… Dejó de moverse, como si se hubiera
quedado sin habla, porque en toda su vida nunca había visto algo tan
emocionante ni tan bonito… En ese instante nació en su interior el deseo de
tener un vestido semejante.”
Con
fino sentido del humor, el relato nos sumerge en las peripecias de la señora
Harris, que con indudable tesón británico y frente a todo pronóstico logra
viajar a Paris -al Paris de los años 50, cuando viajar era todavía un lujo- y
entrar en el inaccesible mundo de la alta costura, del exuberante pase de
colecciones exclusivas en lasdependencias de Cristian Dior. Un mundo reservado a las grandes fortunas
se despliega ante ella en el 30 de la Avenue Montaigne.
La
trama, bien llevada, da giros insospechados, y lo que parecía una divertida
forma de penetrar en ambientes exquisitos acaba mostrándonos el verdadero lugar
que corresponde a la moda, por detrás en la escala de valores humanos. Y la
sufrida señora Harris hace grandes descubrimientos: el más importante, que a la
gente se la debe querer por lo que es y no por lo que aparenta. Y descubre
también la frustración a la que conduce todo deseo vanidoso, y el orden que
nunca debe falta en nuestras prioridades.
Este
relato de humor, cargado de valores humanos, tuvo tal éxito en su momento que
Gallico se sintió obligado a escribir otras dos novelas con la señora Harris de
protagonista.
El hombre
que salvó mi alma. Una historia sobre el poder de la amistad
Tony Hendra. Ed.Maeva,
2004. 293 pags.
Nacido en
Inglaterra y graduado en Cambridge, Tony
Hendra ha trabajado como periodista, escritor y guionista de series de humor. Alcanzó éxito
en Estado Unidos, donde ha transcurrido la mayor parte de su carrera, con programas
satíricos y polémicas colaboraciones en numerosos medios.
Fue guionista
de la innovadora serie de la BBC Spiting Image, dedicada a la crítica social y política,
posteriormente imitada en numerosos países.
Hendra describe
el trabajo que le llevó a la fama como el de un “cínico, escéptico, exhumanista,
del club de los mundanos, para quien nada es sagrado”, dedicado a la sátira, un género “cruel e
injusto”.
Tony Hendra
En este
libro Tony Hendra nos descubre su íntima historia personal. Adolescencia atolondrada, ideales de juventud,
ilusiones y desengaños, rencillas, éxitos y fracasos profesionales y amorosos…
No escribe
por exhibicionismo, sino para rendir homenaje al amigo que iluminó su vida: el
sacerdote benedictino Joseph Warrilow, que le ofreció el refugio seguro de su
paternal amistad. La paz que experimentó
en su juventud tras una charla apacible, en la que abrió su alma en confesión, le marcó para siempre.
Tony Hendra narra
con la soltura de un buen guionista y la
viveza de lo experimentado. Habla de la vida, no de teorías. Mantiene la
frescura del relato con un agradable sentido del humor, y a veces con la desgarrada
heterodoxia del satírico, que no se
corta llamando a las cosas por su nombre.
Hendra
retrata el itinerario de quienes viven rodeados de ambición e increencia. Sin
resortes interiores, resulta fácil pasar de la ambición desorbitada de fama y
poder al vértigo de las drogas, el sexo y el alcohol. Lo que viene después de
esos espejismos de felicidad es lógico: la depresión, el
vacío existencial, la desesperación.
La sátira, un periodismo
que hace daño
Al mirar
atrás, hace autocrítica de su modo de entender
el periodismo, cuando se sentía “con una
misión tan elevada (redimir el mundo mediante la sátira y liberarlo de todos
los malvados), que se consideraba libre de obedecer las normas por las que vive
la gente vulgar”, de atacar por escrito
y personalmente a otra gente sin importarle el daño que cause. Se siente tan
por encima del “insignificante sistema moral de los otros mortales, que se permite
cometer transgresiones impunemente”, tratando a los demás y sus familias con
desprecio y falta de humanidad. Él era puro, los demás corruptos.
Es interesante
su diálogo sobre los efectos colaterales de la sátira: quien parodia puede
convertirse en alguien tan cruel o hipócrita como sus caricaturas.
“Me he
entrenado en denigrar reflexivamente a gente con la que no estoy de acuerdo, o
que desprecio, o de cuyas motivaciones recelo. Sin tener en cuenta el efecto
que ello pueda ejercer en mi propio estado moral.”
Ha
visto actuar así a muchos editores,
periodistas, escritores, personajes del
cine y la televisión. “Piensan que el recelo y el escepticismo son obligaciones
profesionales, moralmente neutras. Pero ni el recelo, ni el escepticismo, ni el
desprecio son neutros.” Hacen daño al que los ejerce. No son virtudes. Son
vicios, hábitos de conducta nocivos para la propia personalidad, que acaban
enfermando a quien los practica.
Tiene
palabras duras, probablemente exageradas, para los de su oficio: “nunca he
conocido a un cómico que no fuera infeliz, vengativo, chalado, poco digno de
confianza y mal bicho…”
Reconoce sus
errores con sencillez, sin intentar justificarse. Rencillas y rupturas. O falta de idoneidad para tareas que quiso
emprender: “El espíritu cómico es una cualidad misteriosa que no se aprende (…)
Una cualidad misteriosa que reconoces al instante cuando el actor sale a
escena, incluso antes de que abra la boca, antes de que haga nada.”
Resalta la
importancia de no perder el contacto con tu público, sobre todo en el
periodismo de humor. Cuando regresa a Inglaterra tras años en USA, “una
generación había nacido en mi ausencia, y tenían innumerables recuerdos de
cosas grandes y pequeñas que yo no podía pulsar a nivel de reflejo para
hacerles reír.”
Tony Hendra siembra
el relato de agudos comentarios, con el
espíritu de observación de un buen humorista: en la Inglaterra de finales de
los 50 “había ya señales del nuevo sistema que te haría necesitar cosas que no
necesitas, pudieras pagarlas o no.” “Hay dos tipos de gente en el mundo:
quienes dividen el mundo en dos clases de gente y quienes no lo hacen…”
Juzga las
personas y los sucesos con un sano sentido común, propio de quien está de
vuelta de “experiencias liberadoras”. La vida le ha enseñado que en realidad
han sido experiencias cruelmente erróneas. El padre Joe tenía razón. También en que siempre se está a tiempo de
volver.
Fr Joseph Warrilow
Egoísmo, el
peor pecado
“Has
cometido un pecado de egoísmo”, le había dicho la primera vez el padre Joe. Años
más tarde, Hendra entiende por fin que su mayor pecado no han sido las drogas,
ni el alcohol, ni la promiscuidad, ni las sátiras odiosas… sino la falta de
amor en su vida.
“El infierno
es estar solo para siempre, sin amar ni ser amado”, encerrado en él por
egoísmo, para toda la eternidad. Es no
tener más que esperanzas en uno mismo, amarse únicamente a uno mismo. “Es una
prisión sin puertas”, cuyos muros son las posesiones de las que no se sabe
vivir desprendido. “Cuantas más posesiones, más difícil es salir de la
prisión”.
Descubriendo el amor
En cambio,
“la paz es la certeza de que nunca estás solo”. Y el amor, la alegría en la
existencia del otro. “Cuando se descubre ese amor del otro se superan las meras
sensaciones y se empieza a descubrir el amor verdadero, que libera de la
prisión del yo, de lo que yo quiero, de lo que yo necesito.”
Y la
presencia esencial es la del Otro, a quien se ama. Esa presencia da un sentido
nuevo a la vida y al trabajo, que puede convertirse en oración. (Esto lo explicaba
muy bien san Josemaría: cualquier trabajo honesto puede ser convertido en oración, en ocasión de
encuentro con Dios, y por tanto de alegría y paz.)
La Iglesia
Hendra mira
a la Iglesia con cierta heterodoxia, pero con cariño, libre de prejuicios
frecuentes entre los de su profesión.
Rememora con
humor agradecido las clases de catecismo que recibió siendo niño. Las monjas
“usaban para inculcarnos la Fe tormentos dignos de la Inquisición, pero eficaces. ‘¿Por qué te creó Dios? Dios
me creó para conocerle, amarle y servirle en este mundo y ser feliz con Él para
siempre en el siguiente.’ En esta catequesis hay conceptos y supuestos que
pueden superar a un chico de 6 años, pero medio siglo después todavía puede
recitarlos dormido”.
Incide en un
comentario frecuente en artistas y personas sensibles, incluso alejadas de la
fe, acerca del estropicio que falsas interpretaciones del Concilio Vaticano II
causaron a la bella liturgia católica.
En su
juventud, Tony Hendra se siente deslumbrado
por la hermosura de la liturgia. El canto gregoriano “era la música del
espíritu a la busca de paz, no de alivio emocional; expresaba la avidez del
alma…”Era el polo opuesto al hedonismo y la sensiblería.
Cuando
decenios después acude de nuevo al templo, algo chirría. El latín ha sido mal traducido
a un lenguaje vulgar, aburrido e inexpresivo. Y “el guión universal de la
liturgia se ha dejado al arbitrio de cada cura, dejando al descubierto los egos
de cada cual. La augusta música milenaria había sido sustituida por una
colección de himnos en la estela de John Denver…”
Pero Hendra
sabe distinguir lo esencial de lo accesorio. La Iglesia, como aquella comunidad
benedictina de Quarr, es “un ente inconmesurablemente mayor que la suma de sus
partes.” No son ciertas las caricaturas de la Iglesia. Al fin y al cabo, concluye,
“la Edad de la Fe (la Edad Media) pudo no haber sido perfecta, pero esos siglos
benignos habían sido mucho más civilizados que el actual”.
Elogio de la
confesión
En los peores
momentos, el recuerdo del padre Joe, en su convento de Quarr, en la isla de
Wight, era su faro seguro. Sentía su
paternal amistad, aun cuando hubieran pasado años de desconexión. ¿Cuál era el
secreto de esa amistad fiel?
Algo en él
inspiraba confianza. Padres y educadores deberían tomar nota. Tras su primera
confesión con el padre Warrilow, se
asombra porque “…no había cuestionado nada de lo dicho por mí; no me había
pedido repetir ni clarificar, ni preguntado si me había dejado algo importante
en el tintero. Parecía suponer que yo decía la verdad (…) Eso era ya admirable:
ninguna persona con autoridad había dejado
de cuestionar directa o indirectamente lo que yo decía. La vida del
adolescente está dominada por interrogatorios acusadores (…) Supe que acababa
de conocer a un hombre que no tendría ninguna de las reacciones que yo había aprendido
a esperar...”
El padre Joe
“jamás decía algo malo (de nadie...), lo que aumentaba tu confianza en él. Cualquiera que culpa a la otra
parte en tus narices, también te culpará a ti delante de los otros.”
“Hablaba de Dios, pero muy de tanto en tanto,
y siempre en relación con la palabra amor (no como lejana autoridad que hiciera
temblar). Hablaba de Dios como “Él”, y ese Él era bondadoso, generoso,
creativo, músico, artista e ingeniero y arquitecto del genio. Un Él que vivía
plenamente su alegría y la tuya, que nunca te dejaba aunque resultara
fuertemente herido, que te daba regalos y oportunidades… que te daba deberes,
pero no te abandonaba si no los cumplías.” Ese otro dios que caricaturizan es
un prejuicio, ajeno a la verdad católica sobre Dios.
El padre Joseph Warrilow falleció de avanzada edad en 1998,
cuando ya Tony Hendra tenía en proyecto escribir sobre él, para contar al
mundo el inapreciable don, “la paz que
Dios, a través de un hombre santo, puede llevar a un alma con el Sacramento dela Confesión”.
Pienso que
este estupendo libro es también un homenaje a todos los sacerdotes que, por ser
hombres de oración y amigos de Dios, han ofrecido consuelo, amistad y consejo, y el tesoro de la confesión, a cuantos lo buscan.
Puede verse aquí a Tony Hendra contando su historia. Termina de manera significativa: con
el himno Salve Regina. Vino a sus labios cuando asimiló el fallecimiento de su fiel
amigo. Ella es el verdadero faro siempre
encendido para volver a puerto seguro.
“Aquí estoy en la malsana y degradante tarea de contar la historia de mi vida”. Así habla de sí mismo en esta singular autobiografía el genial escritor y periodista inglés (1874-1936) que cultivó gran número de géneros literarios: novelas de intriga (la genial saga del Padre Brown, o El hombre que fue jueves), biografías (Tomás de Aquino –una de las mejores sobre este gran santo e intelectual-, san Francisco de Asís, Charles Dickens), ensayos (Ortodoxia), poesía,… Fue especialmente memorable en sus columnas periodísticas. Destacó también como orador.
Son famosas sus controversias con personajes de la vida política y cultural del momento.
Su obra tiene un estilo polémico, a veces enmarañado, pero siempre cuajado de un peculiar y chispeante sentido del humor, que despierta el afecto y la sonrisa, e incluso la carcajada, en el lector.
Un sentido del humor con el que zahiere a quienes intentan polemizar sin fundamento: “Me alegra saber suficiente griego como para coger el chiste cuando alguien dice que es inútil en una democracia”. O con el que denuncia manipulaciones lingüísticas que esconden traiciones al bien común, o sencillamente al sentido común: “Ahora llaman hombre de negocios al capaz de arruinar, destrozar y tragarse los negocios de cualquiera”.
Necesitamos sonreir con frecuencia, incluso por motivos de salud. Hacer reir es una de las mejores muestras de solidaridad y amistad. Reir es mejorar la salud propia y ajena. Ya escribí aquí algo al respecto.
Reirse, y sobre todo saber reirse de uno mismo. No ser estirados.
Por eso recomiendo este blog, que me ha pasado mi amigo Jhony Yarza. Es un blog de consulta para los momentos bajos.
Mirad por ejemplo el post de Salvad al soldado Ryan... Ahí aparece gente sin complejos, que se ríe de sí misma si con eso hace felices a los demás.
Páginas de amistad. Relatos en torno a Encarnita Ortega. Maite del Riego. Ed. RIALP
Encarnación Ortega Pardo fue una de las primeras mujeres del Opus Dei. Su vida es el relato de la forja de virtudes humanas y cristianas, con las que Dios la fue preparando desde su infancia. Sufrió las terribles consecuencias de la guerra civil, que pasó en Teruel con su familia. Durante el asedio, con sólo 16 años, sirvió como enfermera militar.
En 1941 asistió en Alaquàs (Valencia) a un curso de retiro que predicó el fundador del Opus Dei, san Josemaría. En esos días de intensa oración escuchó la llamada a la que Dios la venía preparando, y solicitó ser admitida en el Opus Dei. Desde entonces se entregó con pasión de enamorada a su vocación de servicio a Dios en el trabajo y en las circunstancias ordinarias de la vida.
En 1946 marchó a Roma, donde trabajó intensamente junto al fundador durante 15 años, ayudándole con eficacia y fidelidad en el gobierno y expansión apostólica del Opus Dei por todo el mundo. Era una mujer de temple, firme y a la vez suave, ecuánime, sin arrogancia. Inspiraba confianza. Sabía escuchar y comprender, desdramatizar y echarle humor a la vida cuando surgían complicaciones.
Desde 1961, de vuelta en España, su fina sensibilidad le impulsó a dedicarse a actividades relacionadas con la imagen y la moda femenina. Una actividad en la que por su buen gusto y elegancia se encontraba como pez en el agua. Deseaba también secundar el deseo de san Josemaría, que hablaba con frecuencia de la necesidad de profesionales que promovieran una moda bella, atractiva, elegante, que resaltara la dignidad de la persona.
Encarnita, como la llamaban familiarmente, estaba dotada de un gran sentido de la amistad. Este libro recoge testimonios de algunas de las numerosas personas que la recuerdan con agradecimiento por haber tenido el privilegio de tratarla, y relatan la honda huella que su trato ha dejado en ellas.
A través de recuerdos de personas que la conocieron de cerca, sobre todo en los últimos años de su vida, vamos descubriendo el secreto del temple y del rico mundo interior de Encarnita. Reseño aquí sólo algunas pinceladas.
Elegancia, arte, belleza,…están relacionados con el respeto a los demás, con la dignidad propia y ajena. Manifestaba que hay una honda relación entre el arreglo personal, “ir bien” y el respeto a los demás. Su delicadeza y su forma de arreglarse no eran simple forma exterior, manifestaban respeto y un afecto verdadero hacia las personas.
Y en el fondo de todo esto había mucho más. Su figura, su compostura, siendo naturales, tenían fuerza y contenido. Su estar llevaba a Dios.
Juanto a su amor a la belleza, Encarnita tenía el don de piedad, que nos relaciona con Dios. Y como dice Richard Harries en su libro El arte y la belleza de Dios: “Cuando el amor a la belleza y el amor a Dios se combinan, el resultado puede ser de verdad intenso”.
Encarnita recordaba con frecuencia lo queJuan Pablo II, en la carta a los artistas, ha dejado escrito:“la belleza es clave del misterio y llamada a lo trascendente”. La huella de Dios está impresa en los valores estéticos verdaderos: una poesía, una buena película, una composición musical, la elegancia de una persona, la grandeza de un paisaje…
La ropa puede ser un elemento educativo también para los pequeños: a través de la ropa pueden aprender virtudes: buen gusto, sobriedad, orden,…
La importancia de arreglarse cuando se es menos joven, o en la enfermedad: Encarnita hasta el último momento trató de estar bien arreglada y presentable, hasta el punto de que los médicos se sorprendían. Con su fino sentido del humor les decía: “Una cosa es que yo esté mal, y otra que dé pena”.
En sus últimos años, comentaba que se arreglaba porque era ya mayor y por su enfermedad no podía ayudar con trabajos físicos. Por eso, su aportación a la familia consistía en intentar estar agradable y alegre, para que los demás no se preocuparan y se sintieran mejor…
Este deseo de agradar le dio vitalidad hasta la muerte, aunque le costara esfuerzo.
En la enfermedad hay que pensar en los demás, decía. No quería que se dijera a los que llamaban por teléfono que no se podía poner, porque era una forma de alarmar y de hacer pasar malos ratos innecesarios; se sobreponía aunque estuviese muy mal, y daba ánimos a los demás.
Tenía siempre esa atención constante por los demás, que le salía del fondo, como algo profundamente querido y adquirido, con la ayuda de Dios. En los ratos que pasaba en familia, nunca se quejaba de nada, ni interrumpía las conversaciones. A pesar de que tenía tanto que decir, casi siempre callaba. Hablaba si veía que el ambiente decaía, salvando la situación con oportunidad.
Felicidad, alegría. Decía, y lo vivía, que la gente que es feliz, pase lo que pase, es la que mueve a otros a buscar la felicidad, a imitar ese carácter y ese modo de afrontar las situaciones sencillas o complicadas. Lo deseable es que cada uno sea ese punto de referencia para los demás, porque lo necesitan tanto como nosotros mismos.
Comunicaba bien. Aunque llevaba guiones bien preparados a sus conferencias y charlas, jamás los leía y utilizaba pocas citas literales. Se dirigía a la gente en un diálogo directo, adaptándose a las características del público. Procuraba introducir el tema contando una anécdota o algo que en aquellos días era tema de conversación: así captaba la atención desde el primer momento, se la seguía con interés y el contenido resultaba actual y atractivo.
El cielo. El cristiano no tiene miedo a pensar en el más allá, y Encarnita pensaba en el cielo. Un día detalló a una de sus amigas cómo veía su encuentro con Jesús en el Cielo: “Allí te mostrará dos imágenes, una será la de los planes que tenía para ti y la otra lo que en efecto has hecho en tu vida. Si las dos coinciden has cumplido la voluntad de Dios y recibirás el premio eterno”. Y también añadía: “Piensa qué feliz serás cuando llegues al Cielo y digas: mira, todos éstos –y ahí hizo un amplio gesto con la mano-, todas estas almas he traído para Ti”.
Estaba siempre disponible, dispuesta a servir. Cuando alguien le preguntó por qué nunca decía que no y siempre estaba disponible para lo que le pedían, respondió: “Es que no hay que decir que no, si se puede hacer, porque el que pide espera una respuesta afirmativa y eso es lo que agrada a Dios”.
Fallecida en 1996 sin perder su serena sonrisa, la fama de su vida santa se ha extendido por el mundo y son muchos los que se encomiendan a su intercesión y le piden favores de todo tipo. El rico contenido de este libro ayuda a entender por qué.
En unas declaraciones recientes Vicente del Bosque -una de las personas más sensatas de este país- señalaba que los españoles no apreciamos lo que tenemos. Somos pesimistas, derrotistas, caemos fácilmente en el mal humor. No está de más que recordemos qué es el buen humor, y cómo podemos mejorarlo. Aporto un guión con algunas ideas.
1. Qué es el buen humor: No consiste en saber contar chistes (aunque puede ayudar); ni en ser un frívolo o un inconsciente ante las dificultades… El buen humor es una disposición ante la vida, una actitud alegre que: -no se oscurece por las cosas malas; -sabe descubrir en todo el bien, que siempre existe; -ve las dificultades, pero sabe que las puede superar; -requiere fortaleza y generosidad: estar dispuesto a romper el círculo de comodidad y amor propio en que tendemos a encerrarnos; -radica en la voluntad: en el querer; -es afirmación ante la dificultad: voy a dar de mí, echar el resto para superarla. El malhumor es negación perezosa, reacción de egoísmo: no estar dispuesto a afrontar el sacrificio que requiere una situación adversa, o afrontarla enfurruñado y de mala gana si no queda más remedio, porque considera el sacrificio algo malo. Existe una íntima unión entre buen humor y cristianismo: “Hay más alegría en dar que en recibir” dice la Sagrada Escritura. La alegría está en el sacrificio, en salir del yo para darse. Dostoieski hace decir a uno de sus personajes: “Este hombre es jovial, no puede ser ateo…” Claro que hay agnósticos con buen humor, pero aparte de que “creer en la nada” es poco estimulante, en todo ser humano existe una misteriosa relación entre alegría y sacrificio. Una paradoja espiritual, como la llama el genetista Francisco Ayala de la Universidad de California- "por la que mientras más das de ti mismo, más sales ganando”. Esta paradoja, indetectable por ningún laboratorio pero perfectamente experimentada por todos, pertenece a la esencia del cristianismo: Dios es Amor que se da. El ser humano, hijo de Dios, hecho a su imagen y semejanza, encuentra su realización y felicidad más completa cuando obra como su Padre Dios, dándose sin medida. Además, si la alegría es la felicidad por la posesión del bien que se ama, será mayor cuanto más grande sea el bien amado: pequeña si lo que más se ama es algo material. Grande, si el bien amado es espiritual. Por eso la verdad, la belleza, la amistad,… son capaces de dar mayores alegrías que cualquier bien material. Y si el Bien amado es Dios, que es infinito, su posesión y amistad no puede sino generar la alegría más grande. De ahí procede la jovialidad que se aprecia en cualquier cristiano coherente: un buen humor que procede de saberse hijo de Dios, Padre bueno, que aprieta pero no ahoga. Cuando se presentan dificultades, el cristiano las afronta con un Deu provirá! (¡Dios proveerá!) El cristiano sabe también que estamos hechos para ser felices. Por eso el buen humor es un indicador de que vamos por el buen camino. Si el mal humor se presenta con frecuencia, algo no marcha. “Un santo triste es un triste santo” afirma San Josemaría Escrivá . 2. El buen humor es necesario:
a) Para la salud:según científicos de la Universidad de Navarra las personas con buen humor: -son más resistentes a la ansiedad y la depresión; -tienen un sistema inmunitario más sano; -padecen un 40% menos de infartos de miocardio y apoplejías; -sufren menos dolores en los tratamientos dentales; -viven 4 años y medio más; -recomiendan reírse 15 minutos al día (al menos…) b) Para la convivencia: -el mal humor ensombrece el rostro, y las caras largas ahuyentan; -es corrosivo: agrede, distancia, genera desconfianza; -es muy contagioso: una persona de mal humor es capaz de poner de mal humor a cuantos se le acercan; -en cambio, la persona con buen humor esponja el ánimo: “Nunca sabremos el bien que puede hacer una simple sonrisa” (Teresa de Calcuta) -decir las verdades con buen humor permite corregir sin herir. c) Para el trabajo: -todos necesitamos al lado caras sonrientes; -trabajar con buen humor es cuidar a las personas, subrayar el respeto que nos merecen, darles confianza: manifestación fina de cariño; -genera emociones positivas, motivación y creatividad; -ayuda a tomar decisiones más acertadas; -se trabaja mejor, y por eso mejora la cuenta de resultados; -el buen gobernante aleja de sí a los negativos, pesimistas, amargados: “Tristeza y melancolía, fuera de la casa mía”. 3. Ladrones del buen humor: ¿qué me enfada? -falta de flexibilidad y deportividad ante la vida: imprevistos, interrupciones, retrasos, averías, dolores, malhumor matutino… -perfeccionismo, tomarse demasiado en serio… -juicios negativos y prejuicios hacia alguien, envidia (¡qué fea!) -susceptibilidad (tienen que medir lo que nos dicen…) -orgullo herido (“a mí esto no se me hace…”), rencor (¡horrible!) -conducción: al volante nos transformamos en trolls: no insultar, nunca contestar; -personas negativas (ayudarles a corregirse o evitarlas). Muchos medios de comunicación en España suelen transmitir pesimismo y derrotismo; -momentos malos: (síndrome domingo por la tarde, ocio vacío…) 4. ¿Cómo promover el buen humor? Detectar nuestros ladrones, y plantarles cara: supone normalmente un ejercicio de generosidad, de salir del encierro en uno mismo. Fomentar una actitud positiva ante la vida, con cosas sencillas: -Sonreír: el simple esfuerzo por sonreír, en cuanto llega el malhumor, ya nos empieza a cambiar el ánimo. Refrán irlandés: la sonrisa cuesta menos que la electricidad, y da más luz. El cuerpo también tira del alma. -Reírse de los propios fracasos y errores: no pasa nada, el mundo sigue, somos humanos y errar es humano. -Dar las gracias, apreciar lo que tenemos. Se ha estudiado que un niño sonríe más de 300 veces al día: se conforma con poco, y por eso vive feliz. -Pedir perdón y perdonar. El rencor y el odio corroen el cuerpo, el alma y la cara. -Fomentar pensamientos positivos hacia la gente: todos son mejores que nosotros en algo. No hablar mal de nadie, hablar de todo con cordialidad. -No quejarse, no lamentarse (es de mal tono): “actúa, tú puedes cambiar el mundo.” -Buscar cada día alguna noticia positiva, y compartirla. -Pensar en los demás y ayudarles, sin hacerlo valer.
Para los que tienen fe, esta entrevista a Lisette, mexicana, que cuenta el consejo que recibió del prelado del Opus Dei, les puede dar buenas pistas para mejorar en su raiz el buen humor. Dice Alejandro Manzoni, en su obra maestra Los novios: “Haced el bien a cuantos más podáis, y encontraréis más a menudo rostros que os causen alegría”.