El valor del silencio
En
el mes de agosto comienza para muchos un tiempo de merecido descanso. Deporte,
lecturas, aire libre, convivencia más sosegada con los seres queridos… Y, con
un poco de suerte, silencio. Necesitamos silencio. Es en el silencio donde se
nos revela la belleza: de las personas, de los paisajes naturales, de la creación
entera. Es en la contemplación silenciosa de la belleza donde el alma se
oxigena y remonta el vuelo, elevándonos hacia lo mejor de lo que somos
capaces.
Releo
unas notas de Eugenia Ginzburg, en su libro de memorias El cielo de Siberia. Depurada
por Stalin, fue enviada a un campo de trabajos forzados donde
recibió un trato cruel e inhumano. Maldormía en barracones repletos de
centenares de presas comunes y políticas. De día sin tiempo más que para pensar
en sobrevivir, de noche inmersa en un enloquecedor griterío de aullidos de los
guardianes, y llantos, súplicas y peleas de las presas.
Sorpresivamente,
fue enviada durante un mes a trabajar en una granja, administrada por unas
pocas presas, pacíficas y tranquilas, donde incluso tuvo su propia pequeña habitación
y una cama, y además no estaban vigiladas día y noche. Y allí descubrió lo que
sin saberlo ansiaba: el silencio.
“Recuerdo
mi primera semana en la granja (…) ¡El silencio! ¡Cuánto tiempo sin oírlo! ¡Cómo
se había embotado mi alma en la agotadora alternativa del automatismo de los
trabajos físicos con el suplicio de la asistencia médica en la zona! Creo que
hasta había dejado de recitarme versos a mí misma. Pero allí volvería a vivir,
sería otra vez yo misma. Y, con el silencio, también los versos volverían… ¡Ah,
bendita soledad, espléndida soledad, aún más preciosa después del horrendo
aislamiento de una ininterrumpida convivencia forzosa…!
Silencio,
la música más bella
que
he escuchado en mi vida… "
No echemos a perder el merecido descanso: busquemos cada día esos
espacios de silencio donde, ausente la tecnología y la frivolidad, el alma se expande y eleva
el vuelo.
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