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lunes, 26 de julio de 2021

Cartas a un joven católico

 




Cartas a un joven católico. George Weigel

 

Mundialmente conocido por su biografía de san Juan Pablo IITestigo de la esperanza”, George Weigel es un escritor norteamericano especialista en Ética pública, catedrático de Estudios Católicos en Whasington D.C. En esta obra se propone mostrar, a un imaginario joven católico de nuestro tiempo, la inmensa riqueza que contienen las raíces cristianas, y especialmente católicas, de nuestra civilización. Unas raíces que corresponde a las nuevas generaciones conocer y cuidar, porque son la fuente en que debe beber el mundo si quiere ser cada día más humano. Son raíces que se hunden en los profundísimos manantiales de la vida divina que se nos ha dado con la Encarnación de Dios, hecho hombre en Jesucristo.

 

Una cultura sin raíces no solo no crece, sino que produce decrepitud y sequía”. Los católicos somos herederos de una tradición que ha dado origen a la más grande civilización de todos los tiempos, y en la que podemos encontrar los antídotos para responder con seguridad a los argumentos desnortados del discurso dominante.

 

Y la razón de esa seguridad es Jesucristo, Dios hecho uno de nosotros para que fijándonos en Él encontremos la verdadera medida de quiénes somos. En su rostro encontramos la verdad sobre nosotros mismos. “En Jesús, Dios revela el hombre al propio hombre”, decía san Juan Pablo II. De la crisis actual no saldremos sin Dios. Sólo Él nos da el sentido vital que necesitamos. El Hijo de Dios es el inicio y el fin de la cultura en la que debemos beber.

 

Weigel muestra en acertadas pinceladas algunas de las manifestaciones de esa huella cristiana en la historia, y cómo las verdades de la fe católica han transformado la vida de los santos, y con ellos la historia y el progreso de los hombres. Sin duda, conocer a quienes han seguido de cerca los pasos de Jesús es beber en las fuentes claras de la tradición católica. Sus vidas y sus obras constituyen un ingente tesoro cultural, verdadero patrimonio de la humanidad, fuente de inspiración para quienes desean seguir contribuyendo al verdadero progreso social.

 

Recojo algunos de los aspectos que me han parecido más reseñables, entre los que Weigel considera necesario poner bajo la atenta mirada de los jóvenes de hoy:


1)   El catolicismo es realismo, no sólo un conjunto de ideas, aunque sean verdaderas. Ser católico, como ser cristiano, no es seguir un libro, aunque sea un libro inspirado por Dios. Ser católico significa haberse encontrado con una Persona, que es verdadero Dios y verdadero hombre. Al hacerse uno de nosotros, Dios mismo ha dado realce y valor a las realidades cotidianas, que se convierten en lugar de encuentro con Él. Desde el momento de la Encarnación del Hijo de Dios, Jesucristo, perfecto Dios y perfecto hombre, no es posible hacer verdadero humanismo sin Dios, porque ese “humanismo” acabaría siendo profundamente inhumano.


2)   Vivir como hijos de Dios. La fuerza más dinámica de la historia son las personas dispuestas a vivir la verdad de su propio ser, que es reconocerse como hijo de Dios. Es lo que hizo la Virgen María con su “Hágase en mí según tu palabra”, su sí incondicional al querer de Dios. Vale la pena comprometerse personalmente con Dios.

 

3)   Compromiso. Cuando una persona “cierra sus opciones” para comprometerse con Dios (y no las deja abiertas, como hacen quienes tienen miedo al compromiso) surge una nueva cultura, la que salvará al mundo. Una cultura que comienza con la experiencia personal de alegría por el encuentro con Dios.

 

4)   Estudiar el Catecismo de la Iglesia Católica, que resume y sintetiza de manera magistral el contenido de la fe, ha supuesto un esfuerzo titánico durante siglos hasta llegar a esas sencillas y precisas formulaciones. Es un manantial de sabiduría al que acudir una y otra vez para obtener luces sobre el sentido de nuestra existencia.

 

5)   Recuperar el sentido moral. Weigel, que se dirige especialmente a un público joven norteamericano, menciona a Flanery O’Connor (1925-1964) escritora norteamericana que refleja en sus obras la característica intuición católica sobre el sentido de la vida. Decía Flanery que el sentido moral se ha expulsado hoy de algunos sectores de población, como se recortan las alas de los pollos para que produzcan más carne. El sentido moral es un hábito de ser, una sensibilidad espiritual, que nos permite reconocer el mundo no como una simple sucesión de acontecimientos, sino como el dramático terreno donde se juega la creación, el pecado, la redención y la santificación.

 

 

6)   La “muerte de Dios” es la muerte del hombre. En realidad, la famosa “muerte de Dios” anunciada por Nietzche ha consistido en una verdadera “castración espiritual del hombre”, que ha supuesto la muerte del verdadero humanismo. Lo que ha quedado es una colección de pollos sin alas, sin los referentes morales que les permitirían elevar el vuelo hacia aspiraciones altas y nobles como personas y para el bien común.


 

7)   El catolicismo es un antídoto, el único adecuado, contra el nihilismo, ese “nihilismo elegante” o más bien presumido, que pasa por la vida considerando que todo (relaciones, belleza, sexo, historia…) no es más que una broma cósmica que acabará en el olvido. El catolicismo insiste en lo contrario: todo es importante (cada uno de nosotros, nuestras relaciones, la amistad, la belleza, la historia, el amor entre un hombre y una mujer…) porque todo ha sido redimido por Cristo. El catolicismo trata de cambiar el mundo, pero al mismo tiempo lo acepta como es, porque también Dios lo aceptó como es: éste es el que quiso redimir.

 

 

8)   La Iglesia vive de la Eucaristía, de la Presencia real de Cristo bajo las apariencias de Pan y Vino. Hay dos parámetros típicamente católicos en el trato con ese gran Misterio de Amor que es la Eucaristía: intimidad (familiaridad) y reverencia. Su Presencia no es sobrecogedora ni apantallante, sino cercana, como la del amigo que busca estar con el amigo. Jesús vive, es una Persona real y sencilla, acogedora, que se muestra vulnerable, expuesto al rechazo o la frialdad, y espera ser respondido con nuestra presencia cálida y afectuosa, de corazón a corazón. Una respuesta nuestra confiada y reverente, porque es Dios, y porque es Hombre. Está oculto en las especies sacramentales, el Pan y el Vino; pero Vivo, Latente, tan real o más que nosotros mismos.


Flanery O'Connor
 

Flanery O’Connor asistía a una reunión de sesudos intelectuales cuando era una joven promesa. Alguien habló de la Eucaristía diciendo que era “un símbolo muy bonito”. Flanery era la única católica, y todos los ojos se dirigieron a ella en ese momento. Sólo pudo balbucear (porque era muy joven, y estaba impresionada entre tanta gente mayor importante): “Bueno, si no es más que un símbolo a mí no me interesa.” Más tarde reconocería que tampoco tendría mucho más que añadir, “aparte de que la Eucaristía para mí es el centro de mi existencia. De todo lo demás puedo prescindir tranquilamente…”

 

 

9)   El Papa, fundamento de la Iglesia. Cristo afirmó de Pedro que era Roca, y sobre esa Roca edificaría su Iglesia. Por eso impresiona contemplar en la basílica de san Pedro de Roma, debajo del altar, la tumba de Pedro, roca sobre la que efectivamente y en pleno sentido de la palabra se edifica la Iglesia Cabeza de la Cristiandad, cumpliéndose a la letra las palabras de Jesús. La tumba fue hallada casual e inequívocamente cuando en 1940 se hacían las obras para instalar la tumba de Pío XI, un sarcófago sobredimensionado que precisó rebajar el suelo de la cripta.

 

     Cuidar de los demás. El “Apacienta mis ovejas” y el “Simón, ¿me amas?”  que Jesús repite por tres veces a Pedro, es un insistente requerimiento para que descubra que tendrá que vaciarse de sí mismo para darse a los demás, para cuidar del rebaño aun a costa de la vida. También de nosotros, en cada tarea y aspecto de la vida, Jesús espera respuesta sobre hasta qué punto le amamos. Lo que hemos recibido gratis (el cariño del Señor, la fe, la vocación cristiana, la atención que nos prestan…) hemos de darlo gratis a los demás. “Gratis lo habéis recibido, dadlo gratis también vosotros”: transmitid el don de Dios para que siga vivo en los demás, no os conforméis con tenerlo vosotros. Y eso requiere renuncia a “ir donde me apetece, ocuparme en lo que me gusta”. La entrega es renunciar a nuestra autonomía. Y en esa renuncia está nuestra ganancia, que consiste en ser como Cristo, o más bien identificarnos con Cristo, cuya existencia es un vivir para Dios y para los demás. Esta forma de orientar la existencia choca frontalmente con la moda dominante, fuertemente individualista, pero es la que conduce a la felicidad.


 


 

    Jesús, garantía e inspiración de la verdadera belleza. La Encarnación, el hecho de que el Hijo de Dios se haya hecho hombre en Jesús de Nazareth, se ha convertido en la garantía suprema del arte religioso: el cristianismo supuso una floración del arte y la creatividad artística. Dios se ha hecho hombre, no un hombre ficticio, y esa realidad nos lleva a tomar muy en serio lo físico y material. Catolicismo es realismo. No es una cuestión de ideas, sino de vida tangible: de ideas hechas carne, Dios hecho hombre, y hombre divinizado: eso es lo que vemos, por ejemplo, en el icono del Sinaí, el Cristo Pantocrator. Ya desde el siglo IV los eremitas se interesaron por ese lugar donde Dios entregó a Moisés las tablas de la Ley, y en el siglo VI se construyó un monasterio, que milagrosamente se ha mantenido hasta nuestros días. Conserva miles de manuscritos e iconos de los más antiguos de la cristiandad, algunos del siglo IV. Y entre ellos esa imagen sumamente bella y serena del Cristo Pantocrator, que ha inspirado a tantos artistas y contemplativos a lo largo de la historia. Una imagen cuyos rasgos recuerdan tanto a los del Hombre de la Sábana Santa.


El conjunto del libro, bien hilvanado con estos y otros muchos más significativos retazos de la tradición y de la historia del cristianismo, es de lectura amena y agradable, muy enriquecedora cultural y espiritualmente.

 

 

domingo, 9 de mayo de 2021

Retorno a Brideshead: el arduo ascenso del amor




 Retorno a Brideshead. Evelyn Waugh


Retorno a Brideshead, publicada por primera vez en 1945, es la novela más famosa del escritor inglés, Evelyn Waugh (1903-1966). En los años 30, tras el divorcio con su primera mujer, Waugh se convirtió al catolicismo.

En su interesante Cartas a un joven católico, George Weigel hace un agudo comentario a esta novela, que considera un referente para entender en qué consiste la conversión al catolicismo. Para Waugh, el castillo de Brideshead, como el Castle Howard en que se rodó más tarde la película basada en la novela, no es simplemente el escenario en que transcurre gran parte de la acción, que además ofrece un marco de belleza magnífico.

Gracias al arte y la intuición de Waugh, todo se transforma en un lugar emblemático en el que se puede observar el proceso de una conversión al catolicismo, un lugar privilegiado en el que podemos ver cómo un personaje asciende por la escala del amor. Porque al fin y al cabo, hablar de catolicismo es hablar de la acción de Dios, que es Amor, en el mundo. Y de su Amor proceden todos los demás amores que merecen ese nombre.




En Retorno a Brideshead, Evelyn Waugh ofrece una penetrante visión del catolicismo. Cuando en plena fiesta, una imponente matrona pregunta al protagonista cómo es que él, prominente católico converso, puede comportarse de manera tan descortés, Waugh replica: «Señora, si no fuera por mi fe, yo apenas sería humano».

Ese comentario, más allá de la ironía o el sarcasmo, encierra una convicción humilde, que nos recuerda lo que el propio Evelyn Waugh había escrito a su amiga Edith Sitwell, escritora como él, cuando fue admitida en la Iglesia Católica:

“¿Debería yo, como padrino, ponerle a Vd. en guardia sobre los probables sobresaltos que le aguardan en el aspecto humano del catolicismo? En realidad, no todos los curas son tan inteligentes y tan amables como el Padre D’Arcy y el Padre Caraman. (En mi libro, el caso de aquel que va a confesarse con un espía es una experiencia real.) Por mi parte, estoy seguro de que Vd. conoce el mundo lo suficientemente bien como para saber que hay católicos presuntuosos, rudos, perversos y maleducados. Yo me digo continuamente a mí mismo: «Sé que soy horrible; pero cuánto más horrible sería si no tuviera fe». Una de las alegrías de la vida católica consiste en reconocer las pequeñas chispas de bien que saltan por todas partes, igual que los ardores de los santos.

Retono a Brideshead es una obra que muestra cómo pequeñas chispas de bondad puedan acabar provocando llamaradas de auténtica conversión. Como dijo el propio Waugh, la obra muestra «los efectos de la gracia divina en un grupo de personajes diferentes, pero estrechamente vinculados».

Se trata de una novela sobre la conversión; pero una conversión entendida como disposición a subir los escalones, muchas veces demasiado empinados, de la escala del amor. Una escalera que comienza con la juvenil amistad del protagonista, Rydler, con Sebastian, que implica un juego no exento de perversión.

La escala sigue más tarde con un amor más elevado y noble con Julia, aunque adúltero por ambas partes, y por eso limitado. Ese amor no puede sino acabar en tristeza, porque está muy alejado del idílico paraíso que soñaban y al que por ese camino nunca llegarán. Ese amor mutuo está muy lejos del verdadero amor y de sus exigencias. Sólo cuando lo reconocen, cuando aceptan admitir que su situación es de pecado, sólo entonces son capaces de afrontar el último escalón, el del verdadero amor. Y por eso de mutuo acuerdo se separan.

Es entonces, cuando han aceptado separarse, cuando se enfrentan al último peldaño: el del amor de Dios manifestado en Cristo. Han pedido una señal que les permita dar ese salto definitivo, y la reciben ante el lecho de muerte de lord Marchmain. Éste se encuentra ya en estado de coma.

Todos pensaban que Marchmain vivía alejado de la religión, y de hecho así era. Pero sucede algo inesperado: el lord está en coma, inconsciente, y entra el sacerdote para ungirle con la Unción y absolverle de sus pecados. Y mientras le absuelve, de manera imprevisible, la mano derecha del lord se mueve pausadamente hacia su frente, y luego baja hacia el pecho… y hace completa la señal de la cruz, ante la mirada atónita de todos. Era la señal que ambos, Julia y Rydler, pedían para dar el paso definitivo hacia su conversión.

No es pues esta obra una mera sátira social de su época (tan frecuente en otras de las novelas de Waugh). Ni tampoco evocación nostálgica de un suntuoso pasado. Ni una prueba más de ese estilo refinado y un tanto amanerado con que Waugh y otros autores ingleses han recreado la vida social de esos años.    

Estamos ante una novela sobre la conversión, por otra parte magistralmente puesta en escena, en la que se muestra cómo el amor es algo superior y muy distinto al sentimiento.

El amor es un impulso interior de carácter espiritual, un anhelo de comunión, incapaz de ser saciado por amores raquíticos. No es un camino fácil, pero es posible, ascender por la escala del amor. Para ascender es preciso reconocer que el estado en que uno se encuentra es insuficiente, pedir perdón y reconciliarse, haciéndonos responsables de nuestros actos.

La novela fue recreada con éxito en 1981 en una serie de diez horas de duración para la televisión británica: una adaptación muy fiel al espíritu de la novela, en la que intervinieron artistas de la talla de Diana Quick o Sir Laurence Olivier. La inspirada música de Geoffrey Burgon, que abre esta entrada, suena magistralmente como una imagen de que el amor está en el centro de nuestra condición humana, muy alejado del mero sentimentalismo.

No podía ser de otro modo, puesto que Dios es Amor y nosotros imagen suya, en camino hacia la identificación con Él si sabemos ir subiendo los peldaños de calidad del amor, que nos alejan del egoísmo y nos acercan al verdadero Amor. 

No sucedió lo mismo con la película que en 2008 dirigió Julian Jarrold para la gran pantalla. Una película que deja vacío, o al menos tergiversa, el sentido de la novela de Waugh, y roba al espectador la esencia de una historia –la de la novela original- que ha emocionado a millones de espectadores, tanto creyentes como ateos.