Cartas a un joven
católico. George Weigel
Mundialmente conocido
por su biografía de san Juan Pablo II “Testigo de la esperanza”, George Weigel es
un escritor norteamericano especialista en Ética pública, catedrático de
Estudios Católicos en Whasington D.C. En esta obra se propone mostrar, a un
imaginario joven católico de nuestro tiempo, la inmensa riqueza que contienen
las raíces cristianas, y especialmente católicas, de nuestra civilización. Unas
raíces que corresponde a las nuevas generaciones conocer y cuidar, porque son
la fuente en que debe beber el mundo si quiere ser cada día más humano. Son
raíces que se hunden en los profundísimos manantiales de la vida divina que se
nos ha dado con la Encarnación de Dios, hecho hombre en Jesucristo.
“Una cultura sin raíces
no solo no crece, sino que produce decrepitud y sequía”. Los católicos somos
herederos de una tradición que ha dado origen a la más grande civilización de
todos los tiempos, y en la que podemos encontrar los antídotos para responder
con seguridad a los argumentos desnortados del discurso dominante.
Y la razón de esa
seguridad es Jesucristo, Dios hecho uno de nosotros para que fijándonos en Él encontremos
la verdadera medida de quiénes somos. En su rostro encontramos la verdad sobre
nosotros mismos. “En Jesús, Dios revela el hombre al propio hombre”, decía san
Juan Pablo II. De la crisis actual no saldremos sin Dios. Sólo Él nos da el sentido
vital que necesitamos. El Hijo de Dios es el inicio y el fin de la cultura en
la que debemos beber.
Weigel muestra en
acertadas pinceladas algunas de las manifestaciones de esa huella cristiana en
la historia, y cómo las verdades de la fe católica han transformado la vida de
los santos, y con ellos la historia y el progreso de los hombres. Sin duda, conocer
a quienes han seguido de cerca los pasos de Jesús es beber en las fuentes claras
de la tradición católica. Sus vidas y sus obras constituyen un ingente tesoro
cultural, verdadero patrimonio de la humanidad, fuente de inspiración para
quienes desean seguir contribuyendo al verdadero progreso social.
Recojo algunos de los
aspectos que me han parecido más reseñables, entre los que Weigel considera
necesario poner bajo la atenta mirada de los jóvenes de hoy:
1) El
catolicismo es realismo, no sólo un conjunto de ideas, aunque sean verdaderas.
Ser católico, como ser cristiano, no es seguir un libro, aunque sea un libro
inspirado por Dios. Ser católico significa haberse encontrado con una Persona, que
es verdadero Dios y verdadero hombre. Al hacerse uno de nosotros, Dios mismo ha
dado realce y valor a las realidades cotidianas, que se convierten en lugar de
encuentro con Él. Desde el momento de la Encarnación del Hijo de Dios, Jesucristo,
perfecto Dios y perfecto hombre, no es posible hacer verdadero humanismo sin
Dios, porque ese “humanismo” acabaría siendo profundamente inhumano.
2) Vivir
como hijos de Dios. La fuerza más dinámica de la historia son las personas
dispuestas a vivir la verdad de su propio ser, que es reconocerse como hijo de
Dios. Es lo que hizo la Virgen María con su “Hágase en mí según tu palabra”, su
sí incondicional al querer de Dios. Vale la pena comprometerse personalmente
con Dios.
3) Compromiso.
Cuando una persona “cierra sus opciones” para comprometerse con Dios (y no las
deja abiertas, como hacen quienes tienen miedo al compromiso) surge una nueva
cultura, la que salvará al mundo. Una cultura que comienza con la experiencia
personal de alegría por el encuentro con Dios.
4) Estudiar
el Catecismo de la Iglesia Católica, que resume y sintetiza de manera magistral
el contenido de la fe, ha supuesto un esfuerzo titánico durante siglos hasta llegar
a esas sencillas y precisas formulaciones. Es un manantial de sabiduría al que
acudir una y otra vez para obtener luces sobre el sentido de nuestra existencia.
5) Recuperar
el sentido moral. Weigel, que se dirige especialmente a un público joven norteamericano,
menciona a Flanery O’Connor (1925-1964) escritora norteamericana que refleja en
sus obras la característica intuición católica sobre el sentido de la vida.
Decía Flanery que el sentido moral se ha expulsado hoy de algunos sectores de
población, como se recortan las alas de los pollos para que produzcan más
carne. El sentido moral es un hábito de ser, una sensibilidad espiritual, que
nos permite reconocer el mundo no como una simple sucesión de acontecimientos,
sino como el dramático terreno donde se juega la creación, el pecado, la
redención y la santificación.
6) La
“muerte de Dios” es la muerte del hombre. En realidad, la famosa “muerte de
Dios” anunciada por Nietzche ha consistido en una verdadera “castración
espiritual del hombre”, que ha supuesto la muerte del verdadero humanismo. Lo
que ha quedado es una colección de pollos sin alas, sin los referentes morales
que les permitirían elevar el vuelo hacia aspiraciones altas y nobles como
personas y para el bien común.
7) El
catolicismo es un antídoto, el único adecuado, contra el nihilismo, ese “nihilismo
elegante” o más bien presumido, que pasa por la vida considerando que todo
(relaciones, belleza, sexo, historia…) no es más que una broma cósmica que
acabará en el olvido. El catolicismo insiste en lo contrario: todo es
importante (cada uno de nosotros, nuestras relaciones, la amistad, la belleza,
la historia, el amor entre un hombre y una mujer…) porque todo ha sido redimido
por Cristo. El catolicismo trata de cambiar el mundo, pero al mismo tiempo lo
acepta como es, porque también Dios lo aceptó como es: éste es el que quiso
redimir.
8) La
Iglesia vive de la Eucaristía, de la Presencia real de Cristo bajo las
apariencias de Pan y Vino. Hay dos parámetros típicamente católicos en el trato
con ese gran Misterio de Amor que es la Eucaristía: intimidad (familiaridad) y
reverencia. Su Presencia no es sobrecogedora ni apantallante, sino cercana,
como la del amigo que busca estar con el amigo. Jesús vive, es una Persona real
y sencilla, acogedora, que se muestra vulnerable, expuesto al rechazo o la
frialdad, y espera ser respondido con nuestra presencia cálida y afectuosa, de
corazón a corazón. Una respuesta nuestra confiada y reverente, porque es Dios,
y porque es Hombre. Está oculto en las especies sacramentales, el Pan y el
Vino; pero Vivo, Latente, tan real o más que nosotros mismos.
Flanery O'Connor |
Flanery
O’Connor asistía a una reunión de sesudos intelectuales cuando era una joven
promesa. Alguien habló de la Eucaristía diciendo que era “un símbolo muy bonito”.
Flanery era la única católica, y todos los ojos se dirigieron a ella en ese
momento. Sólo pudo balbucear (porque era muy joven, y estaba impresionada entre
tanta gente mayor importante): “Bueno, si no es más que un símbolo a mí no me
interesa.” Más tarde reconocería que tampoco tendría mucho más que añadir, “aparte
de que la Eucaristía para mí es el centro de mi existencia. De todo lo demás puedo
prescindir tranquilamente…”
9) El Papa, fundamento de la Iglesia. Cristo afirmó de Pedro que era Roca, y sobre
esa Roca edificaría su Iglesia. Por eso impresiona contemplar en la basílica de
san Pedro de Roma, debajo del altar, la tumba de Pedro, roca sobre la que
efectivamente y en pleno sentido de la palabra se edifica la Iglesia Cabeza de
la Cristiandad, cumpliéndose a la letra las palabras de Jesús. La tumba fue
hallada casual e inequívocamente cuando en 1940 se hacían las obras para
instalar la tumba de Pío XI, un sarcófago sobredimensionado que precisó rebajar
el suelo de la cripta.
Cuidar de los demás. El “Apacienta mis
ovejas” y el “Simón, ¿me amas?” que
Jesús repite por tres veces a Pedro, es un insistente requerimiento para que
descubra que tendrá que vaciarse de sí mismo para darse a los demás, para
cuidar del rebaño aun a costa de la vida. También de nosotros, en cada tarea y
aspecto de la vida, Jesús espera respuesta sobre hasta qué punto le amamos. Lo
que hemos recibido gratis (el cariño del Señor, la fe, la vocación cristiana,
la atención que nos prestan…) hemos de darlo gratis a los demás. “Gratis lo
habéis recibido, dadlo gratis también vosotros”: transmitid el don de Dios para
que siga vivo en los demás, no os conforméis con tenerlo vosotros. Y eso
requiere renuncia a “ir donde me apetece, ocuparme en lo que me gusta”. La
entrega es renunciar a nuestra autonomía. Y en esa renuncia está nuestra
ganancia, que consiste en ser como Cristo, o más bien identificarnos con
Cristo, cuya existencia es un vivir para Dios y para los demás. Esta forma de
orientar la existencia choca frontalmente con la moda dominante, fuertemente
individualista, pero es la que conduce a la felicidad.
Jesús, garantía e inspiración de la verdadera belleza. La Encarnación, el hecho de que el Hijo de Dios se haya hecho hombre en Jesús de Nazareth, se ha convertido en la garantía suprema del arte religioso: el cristianismo supuso una floración del arte y la creatividad artística. Dios se ha hecho hombre, no un hombre ficticio, y esa realidad nos lleva a tomar muy en serio lo físico y material. Catolicismo es realismo. No es una cuestión de ideas, sino de vida tangible: de ideas hechas carne, Dios hecho hombre, y hombre divinizado: eso es lo que vemos, por ejemplo, en el icono del Sinaí, el Cristo Pantocrator. Ya desde el siglo IV los eremitas se interesaron por ese lugar donde Dios entregó a Moisés las tablas de la Ley, y en el siglo VI se construyó un monasterio, que milagrosamente se ha mantenido hasta nuestros días. Conserva miles de manuscritos e iconos de los más antiguos de la cristiandad, algunos del siglo IV. Y entre ellos esa imagen sumamente bella y serena del Cristo Pantocrator, que ha inspirado a tantos artistas y contemplativos a lo largo de la historia. Una imagen cuyos rasgos recuerdan tanto a los del Hombre de la Sábana Santa.
El
conjunto del libro, bien hilvanado con estos y otros muchos más significativos retazos
de la tradición y de la historia del cristianismo, es de lectura amena y
agradable, muy enriquecedora cultural y espiritualmente.