Lo cuenta J.R. Ayllón en Desfile de modelos. El director de una gran cadena de televisión alemana discutía con el filósofo Karl Popper acerca del sensacionalismo en la televisión. Invocaba el director los porcentajes de audiencia, e incluso se remontaba a la democracia para respaldar su actitud de ofrecer programas de baja calidad.
Popper atajó: “No hay principio democrático alguno que pueda justificar la estrategia de rebajar el nivel de los programas porque la gente así lo quiere. Por el contrario, la meta declarada de la democracia ha sido siempre elevar el nivel de cultura del pueblo. En su lugar, el principio populista ofrece emisiones cada vez peores…”
Hay todavía en antena demasiado programa infecto, que supone un atentado a nuestra salud cultural y social. Nos jugamos demasiado. Los responsables deberían reflexionar. Y asumir su propia responsabilidad, sin transferirla a otras instancias, ni a la audiencia. Realizador, productor, director, consejo de administración, publicistas, empresarios anunciantes, sin olvidar al político de turno en las televisiones públicas,… Cada uno tiene su parte de culpa si el programa es zafio y barriobajero.
No es digno ampararse en la audiencia. Porque además, como dice José María Iñigo: “la audiencia no demanda nada: se traga lo que la tele les da”. Lo cual no deja de ser significativo: hay que elevar el nivel urgentemente.