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jueves, 23 de junio de 2022

El arte de ser amables

    Esta escena de la comedia romántica "Mejor imposible" (As good as it gets, 1997), protagonizada por Helen Hunt y Jack Nicholson, refleja con gracia el valor de una virtud que deberíamos poner en valor: la amabilidad. 

   Muchos de nuestros políticos y "comunicadores" desprecian la amabilidad. Con frecuencia en sus "diálogos" prefieren hacer alarde de descortesía, quizá porque piensan que con su insana estridencia se hacen notar más. Pero lo único que consiguen es envenenar la convivencia. 

    Las personas no estamos hechas para la agresión -ni siquiera verbal- ni para el desafecto, sino para la empatía y la amabilidad. Olvidarlo es abrir las puertas al infierno, que debe ser un estado de horrible incomprensión entre seres reconcentrados en su egoísmo. 

    Mirar a los ojos, sonreír, escuchar con paciencia, tratar de hacerse cargo de lo que siente, piensa y prefiere el otro, pronunciar con frecuencia su nombre durante la conversación... Son pequeños detalles con los que afirmamos al otro en su dignidad, y al hacerlo nos hacemos más dignos a nosotros mismos, porque damos con la llave natural de la propia felicidad: el amor al otro. 

    "Tú haces que quiera ser mejor persona." ¿Hay frase más amable que esta? ¿Por qué no intentamos que quienes se cruzan en nuestro camino la sientan? ¿Por qué no la expresamos con más frecuencia y agradecimiento a nuestros seres queridos? 


viernes, 13 de noviembre de 2020

El dilema de las redes

 

El dilema de las redes sociales. Documental. Netflix




 

Interesante documental de Netflix, que nos invita a repensar el uso de la tecnología, de la mano de algunos expertos de Silicon Valley, hondamente preocupados por la deriva del negocio digital, convertido hoy en una carrera por captar nuestra atención aun a costa de nuestra salud psíquica y social.

 

El uso de las redes y diversas plataformas digitales ¿nos está haciendo mejores personas, o por el contrario es fuente de distorsiones en nuestra conducta? Es evidente su negativa incidencia en la capacidad de concentración, dañada por la dispersión que provocan múltiples reclamos digitales. Pero también daña otros factores importantes para el ser humano: la calidad de las relaciones, el hábito de conversar, la disposición al diálogo con quienes piensan diferente, la amable y distendida convivencia social…

 

Se agradece que quienes han intervenido en el desarrollo de la tecnología digital se detengan a pensar en su impacto antropológico. Concluyen que al diseño de productos digitales le ha faltado la dimensión ética. Están pensados sólo para ganar dinero, y no para mejorar a las personas y a la sociedad.

 

El negocio digital, que comenzó diseñando programas para empresas, ahora se ha orientado a enganchar usuarios a la pantalla. Las redes compiten por nuestra atención, y ese tiempo de atención a la pantalla es el producto que venden a sus anunciantes. Y con nuestra atención, venden también imperceptibles cambios en la conducta y en nuestra percepción de la realidad.




 

El trabajo de los ingenieros digitales va dirigido directamente a enganchar con sus productos, a retenernos, empleando a fondo métodos psicológicos, sin importarles que provoquen adicción ni que esa adicción se traduzca en un empobrecimiento de las relaciones familiares y sociales. Hoy en cualquier familia con hijos pequeños la sencilla y amable conversación familiar es una práctica cada vez más difícil y traumática. Sucede también entre los mayores, usuarios compulsivos del móvil. 


Pero no sólo es adicción lo que provocan. También buscan cambiar directamente nuestra percepción de la realidad, y esto lo saben especialmente los grupos ideológicos y políticos, que compran el cambio que pueden provocar a través de las redes en lo que pensamos, lo que hacemos, la percepción de lo que somos. Las redes venden a los ideólogos su capacidad de provocar cambios de manera gradual. Ganan fortunas con su poder de transformar nuestra conducta según el gusto de sus anunciantes, no siempre visibles.


Las tecnologías basadas en la persuasión no son meras herramientas pacíficas.  Explotan nuestras vulnerabilidades sicológicas. Como señala uno de los expertos del documental, "sólo hay dos industrias que llamen “usuarios” a sus consumidores: la droga y el software."


Las redes, apoyadas en una inusitada capacidad de almacenamiento de datos, conocen nuestros gustos, el tiempo que pasamos mirando cada imagen, con quién hablamos, de qué nos gusta hablar... Ese cúmulo de datos, manejado por algoritmos, se convierte en una poderosa fuente de predicción de la conducta. Con esos modelos predictivos comercian las redes. Cada me gusta, cada retuiteo, cada perfil que vemos… les da pie para predecir lo que vamos a mirar la próxima vez, lo que nos puede interesar, adónde nos gustaría hacer viajar. Venden esa predicción a quienes ofrecen productos o servicios, o a grupos políticos o ideológicos, cuyos mensajes aparecen como por arte de magia en nuestras pantallas. Nos vigilan, y así ha nacido el nuevo “capitalismo de vigilancia.”


En este proceso, a la vez que nos retienen, nos van encerrando en un círculo vicioso de retroalimentación de la conducta, que acaba siendo atosigante. Quizá no se lo proponen, pero de hecho nos polarizan, porque les interesa: el sistema nos aísla de quienes tienen otros gustos, otras ideas, que recibirán otros mensajes publicitarios distintos.  Y así, lo que nació para facilitar el diálogo social, en realidad nos separa de los demás, nos polariza en nuestras posiciones, nos hace menos comunicativos y acaba crispando las relaciones.


Las redes aparentan un equilibrio de posiciones: puedes optar por quien quieras. Pero en realidad alteran el campo de juego: hacen que sea más difícil un tipo de conducta que otro. En cuanto detectan que hemos visto algo sobre tal teoría, alimentan nuestra cuenta con más partidarios de esa teoría, con videos y noticias defendiéndola. Así retienen nuestra atención, y pueden venderla. Pero a la vez están encerrándonos en esa posición, hay que proponérselo seriamente para ver otras opciones. No les importa que se trate de una teoría buena o falsa, agresiva o insana, sino retenernos ahí para publicitar a sus anunciantes, que pueden ser editores de libros, de videos, o grupos ideológicos.


También nos pueden hacer creer que una determinada opción la sigue poca gente, que la mayoría sigue esta otra. Así nos arrastran hacia una posición que interesa a los ingenieros de la persuasión. Esa misma manipulación puede ser alimentada por un país para desestabilizar a otro, difundiendo mensajes que radicalizan a los bandos de diversos partidos, aumentando así los enfrentamientos: comienzan en las redes, pero acaban en los parlamentos y en las calles. Esto ha pasado en todos los países recientemente desestabilizados: las redes sociales han sido un factor determinante.


Los expertos ven una clara relación entre el uso compulsivo de la tecnología y la depresión y el suicidio juvenil. Y es que se acaba confundiendo un like con el verdadero valor: “eso nos deja más vacíos, más frágiles, más ansiosos, más deprimidos… Los likes actúan como el chupete digital sin el que los adultos no pueden vivir ni dormir.”


Facebook quizá es la red que sale peor parada por el daño que provoca. Nos rodea de gente que piensa como nosotros, nos envía las noticias que piensa que nos gustarán… y nos encierra en un submundo muy diferente del mundo real. Y a los que piensan diferente les encierra en otro submundo, también distinto del real. 


En el mundo real convivimos y dialogamos con todo tipo de personas, y así es como se construye la convivencia pacífica: conviviendo con el diferente. Facebook polariza y radicaliza, si uno no toma precauciones. La “amistad” en Facebook suele tener poco de verdadera amistad. El control ansioso del número de seguidores, al que tantos han vinculado su autoestima, es claramente perjudicial. También twitter tiene algo de esos problemas. Además, en twitter las noticias falsas se difunden mucho más rápido que las verdaderas: algo falla.

 

Es interesante la reflexión sobre el alcance del poder de la tecnología sobre la persona. No ha superado nuestra inteligencia, pero sí sobrepasa fácilmente nuestras debilidades, tiene un gran poder para exacerbar nuestra vanidad, nuestra tendencia al dominio y a la radicalización…

 

Por eso las redes suponen un verdadero jaque a nuestra humanidad, porque tienen capacidad de emerger lo peor de nosotros. Necesitamos productos diseñados para facilitar nuestra capacidad de hacer el bien, de acceder a la verdad, de relaciones sociales más humanas en la vida real.  Y eso requiere tener presente la dimensión ética de la persona.

 

Si no queremos perder ese valor intrínsecamente humano que es la sociabilidad necesitamos usar mejor las tecnologías, y exigir a quienes las diseñan que la ética impere por encima de la rentabilidad. Eso es lo que se plantean los personajes de este sugerente documental. Junto al “¿qué hemos hecho mal?”, es preciso desarrollar más el “¿qué debemos hacer?” para convertir las redes en instrumentos de humanización social.

 

Una cuestión básica es reconocer que la inteligencia artificial no puede solucionar el problema de las noticias falsas, de la mentira: ese es un problema previo, humano: la verdad, y con ella la libertad de la persona, es incompatible con la mentira. 


No podemos dejar la verdad a merced de los algoritmos que unos pocos ingenieros introducen cada día en sus poderosos ordenadores en un rincón de América, para que miles de millones de personas vean en todo el mundo simultáneamente las noticias que ellos han decidido que veamos, y no otras quizá más importantes, o más dignas de confianza. Eso requiere un sano distanciamiento de las redes y ejercer una presión masiva para que la verdad y el bien sean respetados.