Relato de una madre. Victoria Gillick. Ed Rialp
Ahora
que algunos miran a las familias numerosas con susto y como algo desfasado,
sienta bien releer relatos como éste de la familia inglesa Gillick y Gordon.
Y dejarse sorprender por la felicidad y el buen humor que reinan en una familia
cuando no se sacrifica la posibilidad de tener hijos al triste dios de la
comodidad.
Victoria
Gillick reacciona ante la incomprensión que la sociedad muestra hacia familias
como la suya, y logra transmitir con su valiente testimonio la realidad del
sabio dicho popular: cada nuevo hijo trae un pan debajo del brazo. Un pan en
sentido material: porque las dificultades y estrecheces económicas agudizan el
ingenio, y siempre acaban surgiendo soluciones para llegar a fin de mes. Pero
un pan también en sentido más profundo: porque cada hijo es fuente de maduración,
de crecimiento humano y espiritual para los padres y para cada uno de los
hermanos. Es de las familias numerosas de donde suelen surgir las personas con
más coraje y más capacidad de sacrificio por los demás. Y eso es también pan para todo el conjunto social, hastiado de individualismo egoista.
No
podía ser de otro modo, pues ese invento divino que es la familia es una
verdadera escuela de entrega, solidaridad y altruismo. Una verdadera escuela de
amor, que no pueden mirar sino con recelo los que no han tenido la suerte de
experimentarlo. Con recelo, incluso a veces con absurdo desprecio, pero en el
fondo con envidia.
Miren
por ejemplo este tierno recuerdo de la autora sobre el espíritu de cooperación
en que crecen los niños en una familia numerosa:
“En las familias numerosas, cuando la madre no puede atender por sí sola a todos, surge espontáneamente entre los hijos la necesidad de echar una mano para aligerar la tarea. Los dos mayores, de apenas 5 y 6 años, ya daban muy sonrientes el biberón a los dos gemelos desde que tuvieron 4 meses… Nunca cometieron un error, y era una experiencia muy amable para ellos, que sirvió para unirles muy estrechamente durante aquellos años y después. La necesidad fue, en el caso de ellos, la madre del amor.”
Recuerdo que,
cuando se publicó el libro, causaron algún escándalo varias de las situaciones familiares
descritas por Gillick, ciertamente algo anárquicas. En parte se debían a la
profesión bohemia y algo transhumante de los esposos, ambos artistas de éxito
relativo. Pero en parte también pienso que ese aparente desorden y anarquía
procedían de un modo de afrontar la vida
lleno de libertad y confianza en el futuro. Un modo, por cierto, profundamente
cristiano. Algo que esta sociedad nuestra debería recuperar si quiere tener
futuro.