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martes, 4 de agosto de 2020

Instantáneas de un cambio. Javier Echevarría, prelado del Opus Dei




Instantáneas de un cambio. Javier Echevarría, prelado del Opus Dei.

Ernesto Juliá. Ed. Palabra. Colección Testimonios


    Ernesto Juliá es abogado y sacerdote. Trabajó durante muchos años en la sede central del Opus Dei en Roma, y pudo compartir largos períodos de trabajo y convivencia con Javier Echevarría, cuando ambos eran jóvenes profesionales que se formaban junto al fundador de la Obra,  san Josemaría Escrivá.

    Cuando Ernesto Juliá, joven abogado de 22 años, llegó a Roma en 1956, Javier Echevarría contaba 24 años, acababa de leer su tesis doctoral en derecho y trabajaba como secretario del fundador.  


                            Javier Echevarría junto a san Josemaría


    Los 35 años de convivencia cercana con Echevarría -desde 1956 hasta 1992- permitieron a Ernesto Juliá ser testigo de la paulatina transformación que se fue operando en el carácter y en las disposiciones personales de Javier Echevarría, a medida que su estrecho trabajo junto a san Josemaría y al beato Álvaro del Portillo le iban llevando a identificar su espíritu con el del Opus Dei, y a colaborar para hacer realidad esa obra de Dios en la vida de millares de personas de los cinco continentes.

    En 1994 Javier Echevarría fue elegido segundo sucesor del fundador de la Obra, y en 1996 recibió la ordenación episcopal de manos de san Juan Pablo II, en la basílica de san Pedro.


                          Javier Echevarría con san Juan Pablo II y el beato Álvaro del Portillo

    Juliá remansa vivencias personales y palabras escuchadas a Javier Echevarría en su predicación o en reuniones familiares, descubriendo cómo el espíritu de santificación de la vida ordinaria propio de la Obra iba aportando matices nuevos y consecuencias operativas en el futuro prelado.

    Uno de los rasgos en los que  Echevarría descubre progresivas  luces nuevas es el del amor a la libertad, que para san Josemaría era un amor apasionado. Es frecuente en personas que están al frente de instituciones de carácter espiritual la tentación de tender a preservar el espíritu reforzando la ley. Echevarría en cambio ve con claridad que esa es la actitud que Jesús reprocha a los fariseos, “perfectos cumplidores” de una serie de normas, pero que se han olvidado de lo principal: los mandamientos de Dios. 

    Es más importante vivir la caridad con los demás que guardar el descanso del sábado. El Señor quiere que vivamos con la libertad de los hijos de Dios, sin encerrar el espíritu en praxis humana. Dios no quiere que “hagamos algunas cosas”, quiere que nuestro hacer surja del ser, y no al revés.




    Javier Echevarría, en su labor de pastor, se distinguirá por la insistencia en la caridad, el Mandatum Novum que  san Josemaría destacó como piedra basilar de la labor del Opus Dei desde sus primeros pasos. “Lo primero es que nos queramos”, repetirá. Es falso todo lo demás si no se vive la fraternidad. Querer es vivir para los demás, no para uno mismo.

    Así, insistirá en que la Obra es sobre todo, y más allá de aspectos organizativos, una Comunión de personas, dentro de esa gran Comunión de los Santos que es la Iglesia. Y como consecuencia, la necesidad de mantener, desarrollar y enraizar más en el alma ese buen espíritu de familia, que se manifiesta especialmente en el cuidado de los mayores y enfermos, como en toda familia cristiana.


                               Juan al Papa Francisco

    Ese rasgo de cariño familiar, que siguiendo el ejemplo de san Josemaría se fue haciendo cada vez más intenso en su figura como Padre y prelado del Opus Dei, se percibe claramente en sus meditaciones sobre la Humanidad Santísima de Jesús: “Si Cristo te llama, acuérdate de la escena del Evangelio: “Sígueme…” ¡Se lo decía a los Apóstoles con tanto cariño y proximidad…! No tengas miedo...”

    En su viaje pastoral a Moscú, en el 2014, predicaba: “Todo el mundo debe sentirse querido. Cada uno que nos trate debe pensar: este me quiere, para él soy importante…” Cuentan quienes le oyeron -varios centenares de moscovitas- que, al escucharle, cada uno sin excepción se sintió importante: tal era el cariño sincero que acompañaba a sus palabras.




    El modo de su predicación concordaba con su enseñanza a los sacerdotes: “Las almas tienen sed de Cristo, no de comunicadores más o menos convincentes. Sólo en el Evangelio se encuentra la verdad salvadora. La verdadera felicidad es esa paz espiritual que solo se experimenta en unión con Cristo.”

    Hacía suyo el camino de sincero deseo de servir que marcó san Josemaría. El fundador lo explicitó ante la Virgen de Guadalupe, en México: “¿Qué queremos hacer de nuestra vida? Seguir trabajando en el servicio de Dios, sin orgullo… sintiendo cada día el efecto de tu amor… de tu protección…

    Otro de sus rasgos fue el espíritu de fidelidad creativa al espíritu del Opus Dei: “No tenemos que acomodar el espíritu del Opus Dei al mundo, a la cultura vigente, sino iluminar las culturas y civilizaciones que nos encontremos con el espíritu de la Obra que Dios confió a nuestro Padre. Y eso requiere que cada uno nos injertemos en el espíritu de la Obra, sea cual sea la cultura en que nos toque vivir, y actuar con libertad y creatividad.”



    Y continuaba explicando que la Obra no necesita “ponerse al día”, porque somos gente de la calle y estamos siempre al día, ponemos el espíritu de la Obra en las circunstancias presentes, que son distintas de las de san Josemaría y de las que tendrán los que vendrán dentro de 20 años… Es en cada hora histórica donde los miembros del Opus Dei tienen la misión de extender  el espíritu de la Obra, vivificando las actividades humanas.

    Jesucristo, decía, no ha venido a establecer una cultura, una civilización. Su misión redentora es abrir el espíritu de los hombres de cualquier civilización y cultura a la relación con Dios, a la perspectiva de la vida eterna.  Del mismo modo, la Obra no ha venido a inventar nada, sino a subrayar unas realidades espirituales presentes en la Iglesia desde los comienzos, que no se habían abandonado pero tampoco se habían puesto de relieve, y no se habían desarrollado en la vida espiritual del cristiano.

                   Monseñor Echevarría en la catedral de Valencia (abril 2015)

    Ernesto Juliá hace un sugerente análisis de las principales cuestiones que Echevarría hubo de afrontar en el gobierno de la Obra. La primera, la implantación de la prelaturaen la estructura de la Iglesia. Hubo de derrochar infinita paciencia para hacer entender la realidad espiritual del Opus Dei a algunos que no la entendían ni aceptaban, aunque tantos otros ya habían captado que el espíritu del Opus Dei era verdadera “obra de Dios” porque lo habían visto hecho realidad en el actuar de fieles de la prelatura. Algunos canonistas no admitían que la incorporación de los fieles a la Prelatura fuera completa y permanente: pero si no fuera así, se desvirtuaría la realidad institucional del Opus Dei.

    Echevarría supo también secundar el clamor de millares de personas de todas las naciones que le hacían llegar el deseo de ver canonizado al fundador. Su canonización era otro modo de asentar el carisma fundacional, que abría un verdadero espíritu de santificación en medio del mundo.


             Encuentro romano de jóvenes del UNIV

    En tercer lugar, Javier Echevarría supo transmitir el espíritu de la Obra en su plenitud, en plena fidelidad a un carisma que no podía anquilosarse ni desvirtuarse por falsos acomodamientos a las mentalidades cambiantes de lugar y tiempo. En palabras del fundador, el Opus Dei duraría mientras hubiese hombres sobre la tierra. Y ese durar tiene que ser en plena fidelidad al espíritu original.

    Y por último, destaca Juliá que monseñor Echevarría continuó impulsando el crecimiento de la labor apostólica de la Obra en servicio de la Iglesia. Una labor en la que lo prioritario son las personas. 


    Todo eso lo desarrolló según había aprendido de sus predecesores: acudiendo a la oración como arma extraordinaria para redimir el mundo: la fecundidad del apostolado está sobre todo en la oración. Siguiendo a san Josemaría, hizo suyo este orden de prioridades:  Primero, oración; después, expiación; en tercer lugar, muy en "tercer lugar", acción.” (Camino, nº 82)

 

 

 


miércoles, 27 de marzo de 2019

Instantáneas de un cambio. Un libro sobre Javier Echevarría, segundo sucesor del fundador del Opus Dei



Instantáneas de un cambio. Javier Echevarría, Prelado del Opus Dei (1994-2016). Ernesto Juliá. Ed Palabra, colección Testimonios.




Ernesto Juliá (Ferrol, 1932), abogado, y sacerdote desde 1962, trabajó durante muchos años en la sede central del Opus Dei en Roma. Allí colaboró estrechamente con san Josemaría, y con sus dos sucesores, el beato Álvaro del Portillo y Javier Echevarría.


Ha sido testigo por tanto de la transformación paulatina que  la convivencia con dos santos operó en el segundo sucesor del fundador de la Obra, Javier Echevarría (Madrid 1932-Roma 2016), desde su llegada a Roma a comienzos de los años 50, siendo aún muy joven, hasta su elección como prelado en 1994, y después hasta su fallecimiento en 2016. Y a mostrar ese cambio en la persona de Echevarría dedica esta semblanza.




Javier Echevarría, llegado a Roma con apenas 20 años, aprende el espíritu del Opus Dei directamente de su fundador. Primero escuchándole, y muy pronto también viéndole trabajar desde su puesto de secretario personal. A medida que se va identificando con el espíritu de la Obra se producen cambios en su persona: en el carácter, en las disposiciones personales, en el modo de intensificar su colaboración en el trabajo para hacer realidad el Opus Dei en la vida de millares de personas de los cinco continentes. Se desarrolla su personalidad, y aparecen  matices nuevos que la enriquecen.


Juliá ilustra esos signos de transformación personal en la conducta de Echevarría con relatos significativos de su actividad diaria. Aporta también, al hilo del relato, una cuidada selección de textos y palabras de la predicación de don Javier, y de sus diálogos en encuentros familiares con otros fieles de la prelatura o con personas que acudían a visitarle.


En esos encuentros, Echevarría abría con sencillez su alma y volcaba cuanto había aprendido junto a sus predecesores. Se notaba cómo cada día acudía a la fuente de lo aprendido para hacerlo tema  de su oración personal, y cada día descubría matices nuevos en el carisma peculiar de la Obra.


Hablaba con una pasión emocionada que iba creciendo con los años, y a la vez con un cariñoso respeto a la libertad, tan propio de la Obra. El Señor quiere que vivamos en la libertad de los hijos de Dios, decía, sin encerrar el espíritu en una praxis humana. Dios no quiere que hagamos “algunas cosas”, quiere que nuestro hacer surja del ser, y no al revés.




Es interesante el análisis de las cuatro principales tareas que, a juicio del autor, hubo de afrontar Echevarría en el gobierno del Opus Dei.

La primera, implementar la Prelatura en la estructura de la Iglesia. La novedad de esta fórmula jurídica, prevista por el concilio Vaticano II y estrenada para el Opus Dei como fórmula idónea y perfectamente adecuada a su carisma peculiar, seguía sin ser entendida ni aceptada por algunos eclesiásticos. Esto exigió de Javier Echevarría una infinita paciencia para hacerla entender a estas personas.


Aunque muchos otros eclesiásticos sí entendían la naturaleza de la prelatura, y percibían que el espíritu del Opus Dei era verdadera obra de Dios, porque lo veían hecho realidad en la vida de fieles de la Prelatura, algunos canonistas no entendían, por ejemplo, que la incorporación de los fieles laicos a la Prelatura pudiera ser completa y permanente: esto era muy novedoso, para una mentalidad que no acabara de entender que la vocación cristiana entraña plenitud para cualquier bautizado, y no sólo para sacerdotes y religiosos. No aceptar esa radicalidad del compromiso cristiano supondría desvirtuar la realidad institucional del Opus Dei y su carisma fundacional. Era necesario hacerlo entender para evitar desvirtuaciones futuras, y a esa tarea se dedicó con intensidad don Javier.


La segunda tarea a la que dio prioridad Echevarría fue sostener el proceso de canonización de Josemaría Escrivá, secundando el clamor que millares de personas de todas las naciones hacían llegar a Roma sobre su fama de santidad. La canonización de san Josemaría, que tuvo lugar en 2002, fue otro modo de asentar el carisma fundacional, que abría un verdadero camino de santificación en medio del mundo y mostraba en la práctica la llamada universal a la santidad.



La tercera tarea a la que se enfrentaba era la de transmitir el espíritu del Opus Dei en su plenitud. Un espíritu que, en palabra del fundador, duraría mientras hubiese hombres sobre la tierra. Y ese durar tenía que ser en plena fidelidad, sin anquilosamientos ni desvirtuaciones por falsos acomodamientos al tiempo o los diversos lugares y culturas.

La cuarta tarea, continuar el crecimiento del apostolado de la Obra, en servicio de la Iglesia y según su carisma, en el que lo prioritario es cada persona, más que las obras concretas de apostolado.  

Toda esta labor, observa el autor, la realizó Echevarría siguiendo el ejemplo que aprendió de san Josemaría y del beato Álvaro: con el recurso prioritario a la oración, porque la fecundidad del apostolado está sobre todo en la oración.

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Son significativas también  las palabras de don Javier acerca de la creatividad e iniciativa en la misión apostólica del cristiano, y su misión en la cultura en que vive inmerso. Explicando la perennidad del espíritu de la Obra, que es la santificación de las actividades ordinarias del cristiano, mostraba que no hay que acomodar el espíritu del Opus Dei a la cultura vigente en cada momento, sino iluminar las culturas y civilizaciones que nos encontremos con el espíritu de la Obra que Dios confió a san Josemaría. Y eso requiere, decía,  que cada uno nos injertemos en el espíritu de la Obra, sea cual sea la cultura en que nos toque vivir, y actuar con libertad y creatividad.




Recordaba que era necesario dar sentido cristiano a la cultura, pero sin reduccionismos fáciles: porque Cristo no ha venido a establecer una cultura o una civilización. Su misión redentora es abrir el espíritu de los hombres de cualquier civilización y cultura a la relación con Dios, a la perspectiva de la vida eterna.

Los fieles de la Obra son gente de la calle, que viven cada cual de su trabajo y están siempre al día, y ponen el espíritu de la Obra en las circunstancias presentes, que son distintas de las que vivió el fundador o de los que vivirán dentro de 50 años. Es en esta hora histórica, y en cada lugar concreto que tenemos cada uno, donde hemos de hacer crecer el espíritu de la Obra vivificando todas las actividades. Un espíritu de concordia, de paz, de contribuir a resolver los problemas de nuestro entorno y los de la humanidad entera en la medida de las posibilidades de cada uno, dando a nuestro trabajo un sentido real de servicio a los demás.


Destacan especialmente las referencias a la centralidad de Cristo en la vida del cristiano, y por tanto de los fieles de la Obra. Las almas tienen sed de Cristo, no de comunicadores más o menos convincentes. Sólo en el Evangelio se encuentra la verdad salvadora. La verdadera felicidad es esa paz espiritual que solo se experimenta en unión con Cristo.

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Observa el autor cómo Javier Echevarría, para hacerse cargo de la ingente labor que le cayó sobre los hombros, creciente a lo largo de su vida, supo vivir lo que con frecuencia enseñaba: la humildad, base para acometer empresas grandes en lo sobrenatural.


Hemos de aprender, enseñaba, a prescindir de la memoria de nuestros errores y limitaciones, que nos lleva a sentirnos fracasados, a encerrarnos, a no abrirnos a la acción de la gracia. Somos instrumentos en las manos de Dios, Él pone el crecimiento. No ensoberbecernos creyéndonos alguien, somos chisgarabís (en expresión que solía usar san Josemaría), pero instrumentos en las manos de Dios. Y por tanto, dispuestos a rectificar siempre que sea necesario.

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Parafraseando unas palabras de Benedicto XVI, recién elegido Papa, sobre san Juan Pablo II, con el que tan estrechamente había trabajado durante años, en las que explicaba como sentía una presencia palpable de su predecesor, de sus palabras, y cómo buscaba la unión con él en la oración, Ernesto Juliá explica que esa misma cercanía, ese volver una y otra vez a los textos, a las palabras y a lo vivido junto a san Josemaría y al beato Álvaro, es la que Echevarría buscó de continuo y de manera creciente hasta el último día. Y esa presencia cercana de la acción de dos santos, con la gracia de Dios, fue la luz que le guió en su proceso vital de realización personal.





Cuando Echevarría viajó aMoscú en 2014, habló a las personas que acudían a recibir formación cristiana en la Obra de algo que llevaba muy dentro del alma: Todo el mundo debe sentirse querido. Cada persona que nos trate debe pensar “este me quiere, para él soy importante”. Esto es lo que se notaba junto a don Javier: trataba a cada persona con mirada de admiración. 

Nunca había sido su trato distante, pero fue un crescendo de cercanía a medida que pasaban los años. “Lo que Dios manda es que nos queramos”. Eso lo notamos cuantos le tratamos de cerca: las hechuras de su carácter se fueron transformando hasta llegar en sus últimos años a las de un verdadero padre lleno de cariño.

Por donde pasemos, decía, estamos llamados a crear un clima de familia, humano y cristiano. Había visto cómo san Josemaría difundía esa enseñanza a personas de todas las profesiones, y especialmente a las relacionadas con la salud. Una materialización de ese espíritu es el que san Josemaría infundió en el personal de la ClínicaUniversitaria de Navarra.  Don Javier llevó ese mismo espíritu, entre otros lugares, al Campus Biomédico que impulsó en Roma, hoy reconocido por la atención esmerada y delicada hacia los enfermos.

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El libro se lee con facilidad e interés, y ayuda a conocer más de cerca tanto a Javier Echevarría como rasgos esenciales de la vida y espíritu del Opus Dei.


viernes, 3 de octubre de 2014

Un evento inolvidable: la beatificación de Álvaro del Portillo

                 

Aquí dejo para el recuerdo una crónica de las jornadas inolvidables que miles de personas de todo el mundo, y muchos valencianos, vivimos cerca de Madrid, en Valdebebas, con motivo de la beatificación de Álvaro del Portillo, los días 27 y 28 de septiembre. Está basada en el estupendo reportaje que María José Fraile publicó en el semanario Paraula sobre el evento. 
  
Papa Francisco: “El beato Álvaro amó y sirvió a la Iglesia con un corazón despojado de interés mundano”



El 27 de septiembre ha sido beatificado en Madrid  Álvaro del Portillo, obispo, primer sucesor de san Josemaría al frente del Opus Dei y uno de los protagonistas del Concilio Vaticano II, en una ceremonia multitudinaria presidida por el delegado del Papa Francisco, el cardenal Angelo Amato, acompañado del cardenal Antonio María Rouco, arzobispo emérito de Madrid y del obispo prelado del Opus Dei, Javier Echevarría


                 



Junto a más de 200.000 fieles de más de 80 países, a la ceremonia asistieron miles de valencianos. En los momentos previos a la Santa Misa intervino Marisa López, joven ingeniero de Caminos valenciana, que junto a un universitario de Camerún presentó diversos testimonios audiovisuales sobre el impacto del ejemplo de vida cristiana de Álvaro en personas de todo el mundo. “Ha sido como un sueño. Me considero una privilegiada por haber podido estar aquí, y enormemente agradecida a don Álvaro: la Iglesia nos lo propone como ejemplo de que en el cumplimiento cabal de las obligaciones de cada día podemos y debemos ser santos. Esa idea me ha hecho descubrir el sentido de muchas cosas por las que he pasado y que ahora veo de otra manera: es como si don Álvaro me estuviera diciendo: todo viene de la mano de Dios.” Marisa tiene una simpática y conmovedora historia de conversión de su novio, Jordi



      Marisa López, valenciana ingeniero de Caminos como don Álvaro, introdujo la ceremonia


El mensaje del Papa Francisco abrió la ceremonia



La ceremonia comenzó con la lectura por parte del vicario general del Opus Dei, Fernando Ocáriz, del mensaje enviado por el Papa Francisco. El Santo Padre destacó que “el beato Álvaro del Portillo nos enseña que la sencillez y la vida ordinaria son camino seguro de santidad” y recordó que “recorrió muchos países fomentando proyectos de evangelización, sin reparar en dificultades, movido por su amor a Dios y a los hermanos. Quien está muy metido en Dios sabe estar muy cerca de los hombres” (mensaje completo en: www.alvarodelportillo.org )




Tras la fórmula solemne de beatificación pronunciada por el Cardenal Amato, fue descubierta la imagen del nuevo beato cuya fiesta se celebrará el 12 de mayo en las diócesis que la Santa Sede determine.


Otro momento importante fue el traslado al altar de las reliquias de Álvaro del Portillo, portadas por la familia Ureta Wilson, cuyo hijo José Ignacio fue curado milagrosamente por intercesión del nuevo beato.



                
                              Una participación multitudinaria e internacional



La universalidad de la figura del nuevo beato ha quedado de manifiesto por la presencia de miles de fieles de más de ochenta países. En la ceremonia han concelebrado 17 cardenales y 170 obispos de todo el mundo, entre ellos los arzobispos entrante y saliente de Valencia, Antonio Cañizares y Carlos Osoro.



Entre las primeras filas se encontraban más de 200 personas con algún tipo de discapacidad y representantes de las numerosas iniciativas sociales promovidas por el nuevo beato, especialmente en África y Latinoamérica.



Una fiesta de la Iglesia universal



1.600 autobuses y un servicio de bus lanzadera desde las estaciones del Metro condujeron, desde primera hora de la mañana, a más de 200.000 personas que llenaron 185.000 metros cuadrados de Valdebebas. Allí pudieron esperar la ceremonia viendo una programación audiovisual en las 26 pantallas gigantes habilitadas y preparándose espiritualmente rezando en las 13 capillas instaladas o recibiendo el sacramento del perdón en alguno de los 80 confesonarios repartidos por el recinto.



La homilía  destacó su fidelidad al Evangelio, a la Iglesia y al Papa



En su homilía, el cardenal Amato realizó un perfil de algunas virtudes que el nuevo beato “vivió de modo heroico”, como su “fidelidad al Evangelio, a la Iglesia y al Magisterio del Papa”.  Álvaro del Portillo –explicó el cardenal- “huía de todo personalismo, porque transmitía la verdad del Evangelio, no sus propias opiniones”. Entre otras cosas, “destacaba por la prudencia y rectitud al valorar los sucesos y las personas; la justicia para respetar el honor y la libertad de los demás”.



Según el cardenal Amato, “el beato Álvaro del Portillo, nos invita hoy a vivir una santidad amable, misericordiosa, afable, mansa y humilde. Los santos nos invitan a introducir en el seno de la Iglesia y de la sociedad el aire puro de la gracia de Dios, que renueva la faz de la tierra”. 



La numerosa participación de los fieles se caracterizó por la piedad y la alegría de los cantos acompañando al coro de 200 voces de la Jornada Mundial de la Juventud de Madrid, que actuó reforzado por el coro de la parroquia de san Josemaría de Valencia. Para distribuir la comunión, 1200 sacerdotes se repartieron por todo el recinto.



Mons. Echevarría: una súplica especial por quienes sufren la persecución a causa de la fe



Al finalizar la celebración, Mons. Javier Echevarría, prelado del Opus Dei, dirigió unas palabras de agradecimiento a Dios, a la Iglesia y al Papa Francisco, al Papa emérito Benedicto XVI, a los cardenales Amato y Rouco, y a la Archidiócesis de Madrid, así como al coro, a los voluntarios y a los medios de comunicación, que han hecho posible que la ceremonia se haya seguido en televisiones de todo el mundo.



El prelado añadió: “La elevación a los altares de Álvaro del Portillo nos recuerda de nuevo la llamada universal a la santidad, proclamada con gran fuerza por el Concilio Vaticano II”. Y también se refirió al “gozo de san Josemaría Escrivá de Balaguer, al ver que este hijo suyo fidelísimo ha sido propuesto como intercesor y ejemplo a todos los fieles”.



Mons. Echevarría pidió a los presentes una súplica especial “por las hermanas y los hermanos nuestros que, en diversas partes del mundo, sufren persecución e incluso martirio a causa de la fe”.



Al terminar la ceremonia, los más de 3.500 jóvenes voluntarios de diversos países ayudaron a los asistentes a despedirse de Valdebebas y volver hacia Madrid. 





Tere Alcayde, médico pediatra, que asistió con su marido y sus hijos, comenta que le impactaron varios consejos de la homilía del  prelado del Opus Dei: “hacer que todos los días mi hogar sea luminoso y alegre, con mucho ánimo”, comenta. “Y también ser agradecidos, hacer buen uso de los dones recibidos, como hizo el beato Álvaro. Y que la fe es un don para compartir con los demás. Ha sido como una conversión personal, y nos vinimos con las pilas cargadas”. Su marido, Juansa, añade que “titularía lo vivido como un fin de semana de fe que inundó Valdebebas. A mí me ha impactado la sencillez y humildad con que don Álvaro hizo tantas cosas tan grandes en servicio de Dios por todo el mundo”. 


                                          Tere y Juansa con su familia




Álvaro del Portillo es para mí la imagen de un hombre bueno y fiel, y es una maravilla comprobar cómo una persona buena y santa es capaz de convocar a tantas personas de todo el mundo en un ambiente de familia y de fiesta espiritual. Aquí se palpa la   universalidad   de la Iglesia.  Yo le estoy muy agradecido por su ejemplo”, dice Ignacio Gil, profesor de la Universidad Politécnica de Valencia, que acudió con varios amigos.




Carlos y Mapi coincidieron con una familia nigeriana de 9 hijos, y les impresionó cómo viven la fe católica en un ambiente nada fácil. También les emocionó estar junto al niño chileno del milagro: “Verle allí tan simpático y sonriente me puso los pelos de punta.” Y añade que “hemos vivido una gran fiesta de toda la Iglesia que nos ha recargado la batería para seguir luchando por vivir santamente el día a día”.

   
Chimo Lleó, director del Colegio Mayor Universitario de la Alameda, acudió con 40 voluntarios, alumnos de muchas carreras de todas las universidades de Valencia: Poli, Literaria, CEU y Católica. “Estuvimos dos días preparándonos (cursos de primeros auxilios, prevención de riesgos, etc). El viernes tuvimos un ensayo general y estuvimos terminando de poner vallas y repartir material en Valdebebas. El sábado y domingo fueron los días fuertes: nos tuvimos que levantar a las 4:00 am. Nadie protestó y eso que estuvimos los dos días desde esa hora hasta las 15:00 sin parar de trabajar. Algunos ni desayunaron apenas ni pudieron tomar nada. Pero todo el mundo feliz de ver que su esfuerzo había servido para que la gente se marchara feliz.”



“Sorprendió a todos la cantidad de personas distintas que hubo que atender: jóvenes, viejos, personas enfermas, matrimonios jóvenes, religiosos, etc. Todos muy contentos. Y luego estaba también la diversidad de procedencias que obligó a todos a sacar los mejores conocimientos de idiomas de cada uno: personas de Japón, Polonia, Eslovenia, Francia, Irlanda, Guatemala, México, Congo, Portugal, Palestina, Argentina, Estados Unidos, Nueva Zelanda, Estados Unidos, Rusia, Corea, Nigeria, etc. De todas las razas imaginables. Estuvimos con unos de Finlandia en cuyo grupo venía un pastor luterano con su mujer con una gran ilusión por estar presente en la ceremonia.”



Añade que “el ambiente de piedad era tal que en nuestra zona cuando llegó el momento de la consagración hasta los agentes de seguridad dejaron sus conversaciones e incluso se dieron la paz entre ellos cuando llego el momento de hacerlo.”




                                  

                              Pablo Piñas, voluntario del Colegio Mayor Universitario de la Alameda

El 28 de septiembre se celebró  la Misa de acción de gracias por la beatificación. Ha tenido lugar en las mismas calles de Valdebebas donde ayer se reunieron más de 200.000 asistentes a la beatificación. Muchos de ellos volvieron a sus hogares en el mismo día para abaratar el viaje, pero hoy todavía asistieron varias decenas de miles de personas.


Al inicio de la ceremonia durante el Ángelus, el Papa Francisco desde Roma ha recordado la beatificación que tuvo lugar ayer en Madrid y ha pedido que “el ejemplar testimonio cristiano y sacerdotal del obispo Álvaro del Portillo suscite en muchos el deseo de unirse siempre más a Cristo y al Evangelio”.


Oración por las familias de todo el mundo unidos al Papa Francisco

Andrés Gil y Mamen con sus cinco hijos

Ante una asistencia formada por familias de diversos países el prelado del Opus Dei les dedicó buena parte de su homilía. Lo hizo recordando la petición del Papa Francisco de rezar por la celebración de la III Asamblea General Extraordinaria del Sínodo de los Obispos dedicada a la familia: “En este día, que el Santo Padre Francisco dedica a la oración por la familia, nos unimos a las súplicas de toda la Iglesia por esa comunión de amor, esa escuela del Evangelio que es la familia”.


Mons. Echevarría se dirigió a las familias para decirles: “el Señor os ama, el Señor se halla presente en vuestro matrimonio, imagen del amor de Cristo por su Iglesia. Sé que muchos de vosotros os dedicáis generosamente a apoyar a otros matrimonios en su camino de fidelidad, a ayudar a muchos otros hogares a ir adelante en un contexto social muchas veces difícil y hasta hostil. ¡Ánimo! Vuestra labor de testimonio y de evangelización es necesario para el mundo entero”.


También quiso agradecerles: “Ahora, damos gracias también a todos los padres y madres de familia que están aquí reunidos, y a todos los que se ocupan de los niños, de los ancianos, de los enfermos.”


La muchedumbre de estos días testimonia la fecundidad de la vida de Álvaro del Portillo

El Prelado comenzó su homilía refiriéndose a la ceremonia de beatificación celebrada el día anterior: “La muchedumbre de estos días, los millones de personas en el mundo, y tantas que ya nos esperan en el Cielo, dan también testimonio de la fecundidad de la vida de don Álvaro”. Explicó que “no era propiamente una muchedumbre sino una reunión familiar, unida por el amor a Dios y el amor mutuo. Este mismo amor también se hace más fuerte hoy en la Eucaristía, en esta Misa de acción de gracias por la beatificación del queridísimo don Álvaro, Obispo, Prelado del Opus Dei”.

Álvaro del Portillo transparentaba la misericordia divina con su solidaridad con los más pobres y abandonados

Durante la Misa de acción de gracias, Mons. Echevarría explicó que “mirando la vida santa de don Álvaro, descubrimos la mano de Dios, la gracia del Espíritu Santo, el don de un amor que nos transforma”. El prelado animó a que “los demás descubran en mi vivir la bondad de Dios, como ocurrió en el caminar diario de don Álvaro: ya en este Madrid tan querido, transparentaba la misericordia divina con su solidaridad con los más pobres y abandonados”.

En continuidad con ese espíritu solidario, las colectas de las misas de ayer y hoy se destinarán a cuatro proyectos sociales que comenzó el nuevo beato 


-La construcción de un pabellón materno-infantil en el Niger Foundation Hospital and Diagnostic Centre, en Nigeria, que favorecerá la atención de 12.000 consultas anuales.


-Un programa para erradicar la malnutrición infantil en Bingerville (Costa de Marfil), que se destinará a 5.000 beneficiarios directos.


-Cuatro ambulatorios en el área periférica de Kinshasa (República Democrática del Congo), desde los que se ofrecerá asistencia sanitaria a 10.000 niños al año.


-Becas para la formación de sacerdotes africanos en Roma.




Son algunos de los proyectos que promueve la ONG Harambee en 2014.

Al terminar la ceremonia los 3.500 jóvenes voluntarios colaboraron en la recogida de los materiales empleados para la ceremonia y en la limpieza de las calles.

Este simpático video de dos minutos de Juan Ezraty manifiesta bien el ambiente de alegría, agradecimiento y universalidad que se vivió esos días en Valdebebas: