Conocer
cada vez mejor a Jesús, el Hijo de Dios hecho Hombre, es un objetivo que
debería perseguir todo cristiano. Al fin y al cabo, la vida cristiana consiste
en seguirle de cerca, “tan de cerca que nos identifiquemos con Él”, solía decir san Josemaría.
Pero
conocer a Jesús ¿no debería formar parte de los intereses de cualquier persona
de nuestro tiempo, y no sólo de los cristianos? La huella de sus pasos en la
tierra, lo que nos dicen de Él no sólo la teología y los estudios de los Padres
de la Iglesia, sino también la historia, la arqueología, los testimonios de
quienes le llegaron a conocer personalmente, lo que nos dice la propia
tradición de la Iglesia, transmitida generación tras generación hasta nuestros
días… ¿no debería ser una tarea ineludible para cualquier persona de nuestros
días? Porque sin conocer mínimamente a Jesús no es posible entender el mundo de
hoy ni los últimos dos mil años de historia.
El sacerdote y teólogo alemán Karl Adam escribió
esta obra pensando precisamente en los hombres de nuestra época y sus
dificultades para reconocer lo divino. ¿Es posible hoy que una persona culta
acepte la divinidad de Jesús? ¿Qué debemos mirar para reconocerle? ¿Qué nos
dice la historia? ¿Cómo alcanzar o reforzar la fe?
Con rigor y profundidad propias de un buen
intelectual, Karl Adam nos ofrece un análisis de las fuentes históricas, que
arrojan una luz extraordinaria sobre el modo de ser y la conducta de Jesús, sobre
su propia intimidad espiritual y sobre el sentido y alcance de los aspectos
esenciales de su vida y de sus enseñanzas: la Cruz, la Eucaristía, la Resurrección, la filiación divina y la fraternidad de todos los hombres...
La Piedad, Miguel Ángel
Me han parecido especialmente reseñables tres puntos:
1.Disposiciones
para buscar a Cristo, Dios-Hombre
En
nuestros días la mentalidad del hombre se ha ido cerrando a todo lo que está
por encima de lo visible a los ojos y lo medible por los sentidos. Tenemos la
vista atrofiada para lo invisible, para lo santo y lo divino.
Por
eso, antes de tratar de la realidad de Jesucristo, nos resulta ineludible preparar previamente nuestra mentalidad,
nuestra actitud:
a)Necesitamos
una conciencia conmovida e inquieta ante la posibilidad de lo divino.
b)Una
actitud franca y leal, sin prevenciones ni prejuicios, frente a la posibilidad
de lo divino, de los milagros.
c)Una
búsqueda humilde y respetuosa, inspirada no en una curiosidad científica, sino
en nuestra necesidad existencial de salvación y felicidad, conscientes de
nuestra insuficiencia y fragilidad.
El
alma humana, como ser condicionado y finito que somos, está esencialmente
relacionada con un Absoluto, y experimenta esa relación en lo más profundo de
su sentimiento vital: como falta de plenitud, como una difusa necesidad de
eternidad y perfección, como una fiebre ansiosa de Dios. Lo expresó muy bien
san Agustín: “Nuestro corazón está inquieto hasta que descansa en Dios.”
Esta
“angustia metafísica” es más fuerte en el hombre de conciencia recta, que experimenta
más hondamente la congoja íntima del sentido de culpabilidad ante lo moralmente
santo.
2.La
fe es un don de Dios: un don sobrenatural, pero no arbitrario
Llegamos
al reconocimiento del misterio sobrenatural de Cristo por el camino de la fe,
no por el de la ciencia. Esa fe es obra divina, sobrenatural, tanto por su
objeto como por su origen: es un don de Dios. (Eph 2,8)
Esa
fe en el misterio de Cristo, sobrenatural en su origen, no es, sin embargo,
arbitraria. Descansa sobre la evidencia histórica de la credibilidad de Jesús y
de su obra: Per Iesum ad Christum: por el conocimiento de Jesús de Nazaret
llegamos al reconocimiento de Jesucristo Redentor, Dios y Hombre verdadero.
Cuando los teólogos exponen los motivos de credibilidad de Jesús, preparan la
fe sobrenatural en Él, pero no la producen.
El
argumento de credibilidad establecido por consideraciones puramente históricas
y de razón, no logra toda su fuerza concluyente y directiva para el espíritu, cargado
con las consecuencias del pecado original, hasta el momento en que la gracia
redentora de Dios libera al entendimiento y la voluntad del ser humano de sus
trabas hereditarias.
La
gracia de Dios está tanto al principio como al fin de nuestro camino hacia
Cristo: no es la palabra humana, sino la verdad y el amor de Dios quienes nos
mueven.
3.Jesús
mismo nos pide confiar en Él: “Tened confianza: soy Yo, no temáis”
Un
día, los discípulos navegaban por el lago de Generaseth. Era la cuarta vigilia
de la noche. Y he aquí que vieron a Jesús caminar sobre las aguas. “Todos le
vieron” dice Marcos 6,49. Le vieron claramente. No obstante, les invadió el
miedo: ¿no será tal vez un fantasma, un espectro? “Y gritaron. Entonces Jesús
les habló: Confiad, soy Yo, no temáis.”
También
nosotros, navegando por el mar agitado del conocimiento puramente humano,
aunque sea religioso, veremos claramente a Jesús. Sin embargo, quizá nos
asaltará el miedo: ¿no será todo ello un fantasma, una ilusión? Esta será
posible mientras permanezcamos en lo puramente humano. Solamente cuando Jesús
mismo hable, cuando su palabra divina y su gracia nos alcancen, desaparecerá
toda posibilidad de engaño y todo temor: “Consolaos, Yo soy, no temáis.”
Por
eso es tan necesaria para el cristiano, y para todo el que desea encontrarse
con Cristo, la oración continua, que es un reconocimiento de la propia insuficiencia.
Dios
premia siempre a quienes le buscan con actitud sincera, con la rectitud de
quien orienta su vida hacia el reconocimiento de la verdad, aunque aparentemente
no coincida con sus intereses materiales.
Con
esa disposición previa, libre de prejuicios y confiada y abierta a la verdad
que se nos manifieste, la lectura del libro resulta sumamente amable y enriquecedora. Y
nunca mejor aplicado lo de Sumamente, teniendo en cuenta que se trata del
conocimiento de Dios que se nos revela.
He
vuelto a ver Converso, la sencilla y genial película documental de David Arratibel.
Y me ha conmovido aún más que la primera vez. Es un documento humano, real,
hilvanado sin sofisticación mediante llanas y genuinas conversaciones entre los
miembros de una familia, que por fin, gracias al propio documental, encuentran
la ocasión de sincerarse sobre lo esencial y –sorprendentemente- siempre
rehuído: su encuentro personal con Dios.
Pero
en esta segunda visualización he descubierto un protagonista subyacente: la
música. Y no cualquier música, sino una de las más sublimes jamás compuestas en
la historia de la música: el O Magnum Mysterium, antífona del II Domingo de
Pascua, de Tomás Luis de Victoria.
En
la familia Arratibel hay profesores de música y un buen organista, y cantan
esa pieza a capella, como broche de cierre perfecto para el documental. Me ha
cautivado de tal manera esa melodía que la he buscado en la red. Así suena:
Esa melodía no la puede componer cualquiera. Hace
falta finura especial, sintonía con lo espiritual, deseo de poner la música al
servicio de lo sagrado. He buscado saber más de su autor. Y me he encontrado
con esta pequeña y significativa biografía de Tomás Luis de Victoria, uno de esos
luceros que brillaron en el firmamento del nunca suficientemente bien ponderado
Siglo de Oro español.
Nacido
en Ávila en 1548, de familia cristiana, muy joven sintió la llamada al
sacerdocio y entró a formar parte del coro de la catedral, donde recibió su
primera formación musical. Uno de sus hermanos era amigo de santa Teresa de
Ávila. A los 17 de años se trasladó a Roma para seguir sus estudios
sacerdotales y perfeccionar los conocimientos musicales como organista y
compositor. Su gran maestro fue Palestrina, el famoso compositor italiano, aunque siempre se mantuvo fiel a un
estilo propio, claro, sereno, de sobriedad castellana, que llegó a influir en alguna
de las obras del propio Palestrina.
Los
autores de esta biografía resaltan que Tomás Luis de Victoria, a diferencia de
otros compositores de la época –y especialmente los de Roma o la escuela
flamenca- no escribía según le surgía la inspiración, o por ansia de componer,
sino por la necesidad que sentía de contribuir al engrandecimiento del Reino de
Dios a partir de lo que sabía hacer: componer música. Por eso fue sobrio no
sólo en el estilo, sino también en la cantidad: mientras que Palestrina
escribió 300 motetes y 153 misas, Victoria se limitó a 50 motetes y 21 misas.
En su producción destaca el Oficio de Difuntos para los funerales de María de
Austria, hermana de Felipe II, que fue su protectora en las Descalzas Reales:
El
Oficio de Semana Santa es considerado una de las obras cumbre de Victoria, y
quizá de la música. Contiene todos los textos litúrgicos desde el Domingo de
Ramos hasta el Domingo de Resurrección. Incluye un bellísimo Pange lingua a 5
voces:
La
serenidad de la música de Victoria contrasta con la complejidad típica de la escuela flamenca.
Victoria sacrifica las posibilidades de su genio musical y su técnica en
beneficio de la comprensión de lo que se canta, siguiendo fielmente en esto las
disposiciones del Concilio de Trento: la música no debía ser un elemento
decorativo o de entretenimiento, sino parte importante de la liturgia, que
debía ser inteligible para los fieles. Esta fue también una constante de la
música litúrgica de la escuela española: simple, austera, sin artificios, que
acompañase a los fieles hacia la contemplación del misterio divino expresado en
los textos sagrados.
Otra
nota que se percibe en la obra, y en la vida, de Victoria es su ausencia de
protagonismo, su olvido de sí mismo. A diferencia de otros grandes autores del
momento, queacostumbran ilustrar la
portada de sus obras impresas con un retrato del autor, Victoria no lo hizo, y
de hecho no existen retratos suyos.
Ponía
por entero sus composiciones al servicio del fervor religioso, y ese es el
secreto de que consiguiera una expresividad musical no superada por ninguno de
sus contemporáneos. Es una impronta tan personal que no es posible adscribirlo
a ninguna otra escuela. De hecho, influyó en otros autores españoles y en su propio
maestro Palestrina, que asumirá en los últimos años de su vida el dramatismo
realista propio de Victoria.
Una
anécdota significativa muestra el diferente modo de ser de Palestrina y de
Victoria. Giovanni Pierluiggi da Palestrina, que estaba casado y tenía dos hijos de la edad de Tomás Luis de Victoria, siendo ya mayor enviudó. Muchos pensaron que quizá se retiraría a un
convento para seguir componiendo música piadosa. Pero no solo se casó de nuevo con
una rica mujer, sino que además abrió un negoció de pieles para suministrar
vestimentas a las autoridades romanas y a la Curia. En contraste, ya en esos
momentos Victoria ansiaba volver a España, no estaba a gusto en el bullir
romano. Soñaba con la vuelta a Castilla, donde todo invitaba al recogimiento y a
la oración. Esos caracteres tan distintos, y complementarios desde luego, pues
en cualquier vida honesta se puede dar gloria a Dios, marcan también los
diferentes estilos de cada uno.
Era
frecuente en esa época tomar como base para la música religiosa melodías
procedentes de la música profana. Fue famosa por ejemplo la canción L’HommeArmé, melodía favorita de Carlos I, sobre la que Cristóbal Morales compuso dos Misas e inspiró también a
otros autores. Sin embargo, esta práctica no fue usada por Victoria, incluso
antes de que la prohibiera el Concilio. Victoria solo escribió música propiamente
religiosa, inspirándose en antífonas del canto gregoriano o en su propio genio creativo. La única excepción fue la Misa pro Victoria, que se compuso sobe
la canción La Guerre, de Janequin, y dio origen a la Misa de batalla. Está compuesta a
base de notas cortas y repetidas con aire de fanfarria, con un estilo
concertante nada usual en Victoria. La dedicó a Felipe II.
Victoria
rehuyó la vida placentera romana, y fue progresivamente sumergiéndose en la
oración y contemplación que subyace en su obra. Señal de esa inmersión hacia el
mundo interior es también que a partir de cierto momento deja de dedicar sus
obras a personajes de la realeza o de la Curia, para dedicarlos a la
Virgen o a la Santísima Trinidad. Se percibe que su intención es volcarse en la
contemplación de lo divino, y así logra que también el oyente se sienta
sumergido en ese mundo contemplativo.
Él
mismo lo explica: “He procurado no ser del todo ingrato con Dios, de quien
todos los bienes proceden, por esta gracia y beneficio de Dios que me ha
concedido y que me inclina por cierto natural instinto a la música sagrada, no
sin frutos por lo que oigo decir a otros…” El verdadero destinatario de sus
obras es Dios.
En
la misma línea escribe a Felipe II, cuando está a punto de regresar a España:
“Ya desde el principio me propuse no fijarme en el solo deleite de los oídos y
del ánimo, ni del contentarme con este conocimiento, antes bien, mirando más
allá, resolví ser útil, dentro de lo posible, a los presentes y a los venideros
(…) ¿A qué mejor fin debe servir la música, sino a las sagradas alabanzas de
aquel Dios inmortal de quien proceden el ritmo y el compás, y cuyas obras están
dispuestas en forma tan portentosa que ostentan cierta armonía y cántico
admirables?”
En
la obra de Victoria no hay desnivel de calidad, y toda ella es de grado notablemente
superior al de sus contemporáneos. Abundan los temas eucarísticos y marianos:
Salve Regina, Alma Redemptoris Mater, Ave Regina. Quizá su máximo esplendor lo
alcanza en los motetes de la Pasión. Hay un dramatismo realista, común a
composiciones españolas de la época, que los distingue claramente del resto de
escuelas europeas, motivado por la profunda y sincera religiosidad, y también
por las circunstancias especiales de la situación política, económica y
cultural, que dieron un sello propio y esplendoroso a la España del Siglo deOro, que abarca desde finales del siglo XV (1492, año del fin de la Reconquista
y del descubrimiento de América) hasta mediados del siglo XVII.
Fue
una época en la que alcanzaron excelencia todas las áreas del saber y la
cultura en España. Fue mítico el prestigio de las universidades de Salamanca y
Alcalá de Henares. En la famosa Escuela de Salamanca tuvo su origen el Derecho
de Gentes, precursor de los Derechos Humanos, basado en la ley natural e
iluminado por la fe cristiana según la cual todos somos hijos de Dios y hermanos.
En
la literatura surgen figuras inolvidables como Miguel de Cervantes, Lope de
Vega o Calderón de la Barca. En la mística, San Juan de la Cruz, santa Teresa
de Jesús o fray Luis de León. Grandes fundadores y promotores del saber, como
san Ignacio de Loyola. Pintores como Velázquez, José de Ribera o Ribalta.
Escultores como Berruguete, arquitectos como Juan de Herrera… Y en esa pléyade
irrepetible, brilla la música sacra de Tomás Luis de Vitoria.
Nuestros
bachilleres deberían retomar el estudio del Siglo de Oro español. ¿Por qué se
ha retirado de los planes de estudio, hasta el punto de que probablemente no ya
los alumnos, sino muchos de sus profesores ni siquiera hayan oído hablar de que
exista un Siglo de Oro español? Los prejuicios que lanzaron los enemigos
políticos de España –y de la Iglesia católica, de la que España era un bastión-
sin duda han llegado hasta nuestros días, tratando de ocultar con su basura los
ricos manantiales de humanidad que fluyeron aquellos años en España. Y que aún
están ahí, ofreciendo su saludable influencia. Resultan
proféticas las palabras mencionadas de Victoria a Felipe II: “… resolví ser
útil, dentro de lo posible, a los presentes y a los venideros.” Y vaya que lo
ha sido y seguirá siendo.
El Siglo de Oro nos enseña cómo el ser humano, puesto en ambiente favorable ante
la trascendencia, ante Dios, es capaz de alcanzar las más altas cotas de ciencia y cultura,
de verdad, bien y belleza. El influjo benéfico de la estela que levantaron aquellos
hombres y mujeres españoles del siglo XVI sigue llegando hasta nosotros.
De
ese benéfico influjo es testigo discreto este buen documental, que muestra que
las creaciones musicales, cuando salen de personas que rezan, son capaces de penetrar
los abismos celestiales y plasmarlos en melodías, que al ser escuchadas toman nuestra
mente y nuestro corazón y los alzan de vuelta hacia las intimidades divinas.
Aunque
de lo que es mejor testigo el documental Converso es de la acción del Espíritu Santo en
la historia y en cada alma. Sigue soplando donde quiere y como quiere.
Mayormente allí donde alguien implora su acción y busca sinceramente la verdad.
Instantáneas de un cambio.
Javier Echevarría, prelado del Opus Dei.
Ernesto Juliá. Ed.
Palabra. Colección Testimonios
Ernesto Juliá es abogado y
sacerdote. Trabajó durante muchos años en la sede central del Opus Dei en Roma,
y pudo compartir largos períodos de trabajo y convivencia con Javier
Echevarría, cuando ambos eran jóvenes profesionales que se formaban junto al
fundador de la Obra,san Josemaría
Escrivá.
Cuando Ernesto Juliá,
joven abogado de 22 años, llegó a Roma en 1956, Javier Echevarría contaba 24
años, acababa de leer su tesis doctoral en derecho y trabajaba como secretario
del fundador.
Javier Echevarría junto a san Josemaría
Los 35 años de convivencia
cercana con Echevarría -desde 1956 hasta 1992- permitieron a Ernesto Juliá ser testigo de la paulatina transformación que se fue operando en el carácter y en las disposiciones
personales de Javier Echevarría, a medida que su estrecho trabajo junto a san
Josemaría y al beato Álvaro del Portillo le iban llevando a identificar su
espíritu con el del Opus Dei, y a colaborar para hacer realidad esa obra de Dios en la vida de millares de personas
de los cinco continentes.
En 1994 Javier Echevarría
fue elegido segundo sucesor del fundador de la Obra, y en 1996 recibió la
ordenación episcopal de manos de san Juan Pablo II, en la basílica de san
Pedro.
Javier Echevarría con san Juan Pablo II y el beato Álvaro del Portillo
Juliá remansa vivencias
personales y palabras escuchadas a Javier Echevarría en su predicación o en reuniones
familiares, descubriendo cómo el espíritu de santificación de la vida ordinaria
propio de la Obra iba aportando matices nuevos y consecuencias operativas en el
futuro prelado.
Uno de los rasgos en los
que Echevarría descubre progresivasluces nuevas es el del amor a la
libertad, que para san Josemaría era un amor apasionado. Es frecuente en personas que están al frente de
instituciones de carácter espiritual la tentación de tender a preservar el
espíritu reforzando la ley. Echevarría en cambio ve con claridad que esa es la actitud que Jesús reprocha a los
fariseos, “perfectos cumplidores” de una serie de normas, pero que se han
olvidado de lo principal: los mandamientos de Dios.
Es más importante vivir la
caridad con los demás que guardar el descanso del sábado. El Señor quiere que
vivamos con la libertad de los hijos de Dios, sin encerrar el espíritu en
praxis humana. Dios no quiere que “hagamos algunas cosas”, quiere que nuestro
hacer surja del ser, y no al revés.
Javier Echevarría, en su
labor de pastor, se distinguirá por la insistencia en la caridad, el Mandatum
Novum que san Josemaría destacó como piedra basilar de la
labor del Opus Dei desde sus primeros pasos. “Lo primero es que nos queramos”,
repetirá. Es falso todo lo demás si no se vive la fraternidad. Querer es vivir
para los demás, no para uno mismo.
Así, insistirá en que la
Obra es sobre todo, y más allá de aspectos organizativos, una Comunión de
personas, dentro de esa gran Comunión de los Santos que es la Iglesia. Y como
consecuencia, la necesidad de mantener, desarrollar y enraizar más en el alma
ese buen espíritu de familia, que se manifiesta especialmente en el cuidado de
los mayores y enfermos, como en toda familia cristiana.
Juan al Papa Francisco
Ese rasgo de cariño
familiar, que siguiendo el ejemplo de san Josemaría se fue haciendo cada vez
más intenso en su figura como Padre y prelado del Opus Dei, se percibe
claramente en sus meditaciones sobre la Humanidad Santísima de Jesús: “Si
Cristo te llama, acuérdate de la escena del Evangelio: “Sígueme…” ¡Se lo decía
a los Apóstoles con tanto cariño y proximidad…! No tengas miedo...”
En su viaje pastoral a
Moscú, en el 2014, predicaba: “Todo el mundo debe sentirse querido. Cada uno
que nos trate debe pensar: este me quiere, para él soy importante…” Cuentan
quienes le oyeron -varios centenares de moscovitas- que, al escucharle, cada
uno sin excepción se sintió importante: tal era el cariño sincero que
acompañaba a sus palabras.
El modo de su predicación
concordaba con su enseñanza a los sacerdotes: “Las almas tienen sed de Cristo,
no de comunicadores más o menos convincentes. Sólo en el Evangelio se encuentra
la verdad salvadora. La verdadera felicidad es esa paz espiritual que solo se
experimenta en unión con Cristo.”
Hacía suyo el camino de
sincero deseo de servir que marcó san Josemaría. El fundador lo explicitó ante
la Virgen de Guadalupe, en México: “¿Qué queremos hacer de nuestra vida? Seguir
trabajando en el servicio de Dios, sin orgullo… sintiendo cada día el efecto de
tu amor… de tu protección…”
Otro de sus rasgos fue el espíritu
de fidelidad creativa al espíritu del Opus Dei: “No tenemos que acomodar el
espíritu del Opus Dei al mundo, a la cultura vigente, sino iluminar las
culturas y civilizaciones que nos encontremos con el espíritu de la Obra que
Dios confió a nuestro Padre. Y eso requiere que cada uno nos injertemos en el
espíritu de la Obra, sea cual sea la cultura en que nos toque vivir, y actuar
con libertad y creatividad.”
Y continuaba explicando
que la Obra no necesita “ponerse al día”, porque somos gente de la calle y
estamos siempre al día, ponemos el espíritu de la Obra en las circunstancias
presentes, que son distintas de las de san Josemaría y de las que tendrán los
que vendrán dentro de 20 años… Es en cada hora histórica donde los miembros del
Opus Dei tienen la misión de extender el
espíritu de la Obra, vivificando las actividades humanas.
Jesucristo, decía, no ha
venido a establecer una cultura, una civilización. Su misión redentora es abrir
el espíritu de los hombres de cualquier civilización y cultura a la relación
con Dios, a la perspectiva de la vida eterna. Del mismo modo, la Obra no ha venido a
inventar nada, sino a subrayar unas realidades espirituales presentes en la
Iglesia desde los comienzos, que no se habían abandonado pero tampoco se habían
puesto de relieve, y no se habían desarrollado en la vida espiritual del
cristiano.
Monseñor Echevarría en la catedral de Valencia (abril 2015)
Ernesto Juliá hace un
sugerente análisis de las principales cuestiones que Echevarría hubo de
afrontar en el gobierno de la Obra. La primera, la implantación de la prelaturaen la estructura de la Iglesia. Hubo de derrochar infinita paciencia para hacer
entender la realidad espiritual del Opus Dei a algunos que no la entendían ni
aceptaban, aunque tantos otros ya habían captado que el espíritu del Opus Dei
era verdadera “obra de Dios” porque lo habían visto hecho realidad en el actuar
de fieles de la prelatura. Algunos canonistas no admitían que la incorporación
de los fieles a la Prelatura fuera completa y permanente: pero si no fuera así,
se desvirtuaría la realidad institucional del Opus Dei.
Echevarría supo también
secundar el clamor de millares de personas de todas las naciones que le hacían
llegar el deseo de ver canonizado al fundador. Su canonización era otro modo de
asentar el carisma fundacional, que abría un verdadero espíritu de
santificación en medio del mundo.
Encuentro romano de jóvenes del UNIV
En tercer lugar, Javier
Echevarría supo transmitir el espíritu de la Obra en su plenitud, en plena
fidelidad a un carisma que no podía anquilosarse ni desvirtuarse por falsos
acomodamientos a las mentalidades cambiantes de lugar y tiempo. En palabras del
fundador, el Opus Dei duraría mientras hubiese hombres sobre la tierra. Y ese
durar tiene que ser en plena fidelidad al espíritu original.
Todo eso lo desarrolló según había aprendido de
sus predecesores: acudiendo a la oración como arma extraordinaria para redimir
el mundo: la fecundidad del apostolado está sobre todo en la oración. Siguiendo
a san Josemaría, hizo suyo este orden de prioridades: “Primero, oración; después, expiación; en tercer
lugar, muy en "tercer lugar", acción.” (Camino, nº 82)
La crisis de fe en amplios
sectores de la Iglesia, y el patente declive moral de Occidente, han movido al
cardenal Robert Sarah en repetidas ocasiones a elevar su voz de pastor y hombre
de fe para dar un toque de atención a quien quiera escucharle.
Éste es el tercero de los
libros que publicacon esa finalidad: tres
llamadas fuertes a las conciencias de creyentes y no creyentes. El primero fue
Dios o nada, en 2015. Le siguió en 2016 La fuerza del silencio.
Nacido en Guinea Conakry en
1945, la profunda piedad de unos misioneros franceses dejó una huella
imborrable en su vida. Tras muchas penurias y dificultades, fue ordenado
sacerdote en 1969, y arzobispo diez años después. Sufrió la persecución del régimen
marxista de Sekou Touré.
En 2001 Juan Pablo II le llamó a Roma, y desde
entonces ha ocupado cargos de responsabilidad en la Iglesia católica. En la
actualidad es Prefecto de la Congregación del Culto Divino y de los
Sacramentos.
Con ocasión de la presentación
de este libro, el cardenal Sarah ha concedido numerosas entrevistas, intentando
aportar luz en momentos a su juicio de gran oscuridad. No le importa ir
contracorriente. Alude con frecuencia a la presión mediática, movida por
intereses financieros, que silencia o desprestigia a las voces disidentes.
Selecciono algunas de las
ideas que me han parecido más sugerentes, tanto del libro como de algunas de sus
entrevistas con los medios. Desde luego recomiendo la lectura íntegra y pausada del libro. Ayuda a pensar.
Quédate con nosotros
Ya desde el título Sarah
nos da a conocer su intención: una llamada a orientar nuestra mente a lo
fundamental, que es Dios. Es la frase que los discípulos de Emaús dirigen a
Jesús: “Quédate con nosotros, que se hace tarde y anoche.”
Han abandonado Jerusalén,
desanimados tras la cruel muerte de su Maestro, y regresan abatidos y sin
esperanza a su pueblo. Pero por el camino Jesús les sale al encuentro. No le
reconocen al principio, porque es Jesús glorioso. Pero algo cautivador perciben
en Él, y cuando se despide, le suplican: “Quédate con nosotros, pues está
cayendo la tarde y se termina el día.” Anochece, resta con noi. (Lc 24, 29). Tu
presencia y tu palabra nos devuelve la esperanza.
Es la oración que en este
tiempo deberíamos pronunciar todos: no nos dejes, porque cae la noche sobre el
mundo, y tu Presencia es la única capaz de iluminar y dar esperanza a nuestros
corazones.
Diagnóstico, pronóstico y
remedio
A preguntas de Nicolas
Diat, ensayista y editor, que se limita a intentar que el libro no
se convierta en un largo monólogo, el cardenal Sarah hilvana una reflexión
sobre la salud de dos enfermos: Occidente y la
Iglesia. Ambos sumidos en una crisis grave e interrelacionada.
Occidente ha abandonado a
Dios. Se empeña en construir una sociedad en la que Dios no tenga lugar. El
pronóstico es terrible, porque sin Dios el amor y la solidaridad, que están en
la raíz de nuestra civilización, no son sostenibles largo tiempo. Europa camina
hacia el abismo, sin identidad, despreciada por otras religiones que la
acabarán invadiendo y borrarán todo lo bueno que hemos construido durante siglos.
El remedio es volver a poner a Dios en el centro de la vida personal y social.
Paralelamente examina la
situación de la Iglesia, sumergida en una crisis en estrecha relación con la de
Occidente. Y con un diagnóstico similar: la ausencia de Dios, el desprecio de
la liturgia y de los sacramentos, que son la Presencia de Dios entre nosotros.
La Iglesia no morirá,
porque tiene promesas de vida eterna y siempre quedará un resto, por pequeño
que sea, que transmitirá la herencia recibida. Pero lo que conocemos como
Occidente cristiano desaparecerá si no
corrige su rumbo, porque a ninguna civilización se le ha prometida vida eterna.
El cristianismo no es una ideología
La Iglesia –afirma el
cardenal Sarah- atraviesa un Viernes Santo. Ese día muchos discípulos abandonaron a Jesús y le traicionaron. Judas le
traicionó porque aspiraba a un Cristo ocupado en la política. Así andan hechizados
muchos sacerdotes y obispos –afirma Sarah- metidos en cuestiones terrenales.
Olvidan que sin Cristo la caridad no será nunca sólida, que Cristo es la única
luz capaz de iluminar el mundo. Olvidan que existe el pecado original, y que el
hombre no es bueno por naturaleza: necesita la ayuda divina.
Algunos reniegan de la
capacidad de enseñar de la Iglesia, y limitan su misión a la de escuchar lamentos. Claro que una madre escucha a sus hijos, pero su papel primordial es
el de enseñar, orientar y dirigir, porque conoce el camino que hay que seguir.
La Iglesia es madre, pero es también maestra.
Con el pretexto de abrirse
al mundo, algunos adoptan ideologías actuales, para parecer a los ojos del
mundo “modernos”. Pero es el mundo el
que debe abrirse a Dios, fuente de nuestra existencia.
Recuperar el sentido del
pecado
Dios es misericordioso,
pero ese no puede ser el único aspecto de la doctrina que enseña la Iglesia.
Para que Dios pueda ejercer su misericordia es preciso que antes nos reconozcamos
pecadores, y que volvamos a Él, como regresó el hijo pródigo de la parábola de Jesús:
primero reconoce su pecado, y sólo entonces puede caminar de regreso al Padre,
confiado en su misericordia.
Hay una visión falsa de la pastoral,
que presenta a un Dios misericordioso que no exige nada. Pero no existe un
padre que no exija nada a sus hijos. Dios, como buen padre, es exigente, porque
ambiciona grandes cosas para nosotros: “Sed santos, porque Yo soy santo.”
Enseñar la doctrina que
salva
El abandono de la fe en grandes
sectores no es solo culpa del materialismo. Los sacerdotes deben reconocer la
responsabilidad principal de ese derrumbe: porque no han enseñado la doctrina cristiana,
sino lo que les gustaba, porque han menospreciado el sacramento de la
confesión, porque han celebrado la Misa sin respetar las rúbricas... Han
banalizado los sacramentos.
El luminoso misterio de la
liturgia
La crisis de la liturgia,
ha afirmado Benedicto XVI, ha provocado la crisis de la Iglesia. Algunos han
querido “humanizar” la misa, reduciéndola a un espectáculo.Pero la misa es un misterio que está más allá
de nuestra comprensión.
Es preciso rendir justicia
al misterio que rodea nuestra relación con Dios. Cuando el sacerdote celebra la
Misa, o da la absolución en la confesión, capta el significado de las palabras,
pero no puede comprender el misterio que estas palabras producen. Y eso es
preciso mostrarlo al pueblo: Dios, que nos quiere tanto, está a la vez más allá
de nuestra comprensión. Hemos de acercarnos a Él con la humildad de quien entiende
que tanto amor nos sobrepasa.
Tecnología y silencio, comunicación y evangelización
Dios se manifiesta en el
silencio, pero hoy el gran enemigo de nuestro silencio interior son los medios
tecnológicos. Sin silencio ni siquiera la razón es capaz de desarrollarse.
Por ejemplo, sugiere Sarah,
habría que instituir un gran ayuno mediático durante la cuaresma, que es un tiempo
de silencio y oración. ¿Seríamos capaces de liberarnos durante 40 días de
nuestras cadenas digitales?
La evangelización, antes
que comunicación, es testimonio. Se lleva a cabo con el cuerpo, el cansancio y
el sufrimiento. Los sacrificios de Cristo son nuestro modelo. Podemos hacer
buen uso de la teconología, pero eso requiere mucha
humildad, cualidad necesaria en periodistas y comunicadores.
Para introducirse en el
misterio de la liturgia cristiana hay que comenzar por salir de las tablets y
los móviles, de la incapacidad de vivir en silencio. No se trata de hacer que
las misas sean más amenas. Lo importante no es si me aburro o no en Misa, sino
si asisto o no.
Lo importante en la liturgia no es el aspecto afectivo, ni
siquiera entenderla, sino vivirla, porque Dios está allí. Dios es presencia real
oculta en el Sagrario y en la Misa. Esa Presencia eucarística es insustituible
por ninguna tecnología. Lo decisivo es experimentar Su Presencia.
Publicidad versus
Felicidad
La publicidad alimenta una
búsqueda ilusoria de la felicidad en el consumo y el confort, en el dinero y el
lujo. Es una trampa que se convierte en esclavitud, fuente de envidias y de
odios. Habría que limitarla como medida de salud pública.
Dios es humilde, es pobre.
Cuando la búsqueda desordenada de confort penetra en el cristiano, se aburguesa, y el clero además se burocratiza.
Celibato apostólico
Destruir el celibato sería
destruir una de las riquezas más grandes de la Iglesia. El sacerdote está
llamado a ser Cristo mismo, pobre, humilde y célibe como Él.
Hay un proyecto
estructurado de destrucción de la Iglesia mediante la decapitación de su
cabeza: cardenales, obispos, sacerdotes… Ese proyecto presenta el celibato como
algo imposible, contra-natura, para destruir el sacerdocio.
Persecución de la Iglesia y
lo cristiano
Tampoco Jesucristo fue
aceptado, porque murió en la Cruz. “Si a Mí me han perseguido, también os
perseguirán a vosotros.”
No debemos escandalizarnos
si vamos contracorriente. T.S. Eliot decía que “en el mundo de los fugitivos,
el que toma la dirección opuesta será considerado un desertor.”
Escándalos en la Iglesia
El mal ejemplo de Judas no debe llevarnos a
rechazar a todos los apóstoles. Jesucristo ha confiado su Iglesia a hombres
sencillos y débiles, para demostrar que es Él quien actúa en medio de ellos.
Identidad europea
Europa está cegada por la
disolución de su identidad, que le ha hecho orgullosa, irreligiosa y atea. La
ruptura con Dios traerá graves consecuencias
espirituales, morales y psicológicas. Se percibe una tremenda regresión en los
valores. Lo feo se ha convertido en bello y lo inmoral en progreso.
La Comisión Europea, afirma
Sarah, sólo piensa en la construcción de un mercado libre al servicio de los
grandes poderes financieros. No protege a los pueblos ni a sus identidades,
sólo protege a los bancos.
En un reciente viaje a Polonia,
el cardenal Sarah decía a los polacos: defended vuestra identidad: sois polacos
católicos, y sólo después europeos. No sacrifiquéis las dos primeras
identidades en el altar de una Europa tecnócrata y apátrida.
Dios ha dado una misión a
Europa, que acogió el cristianismo, y desde aquí ha evangelizado el mundo. En Guinea
Conakry, por ejemplo, los colonos franceses hicieron una colonización
constructiva. Aportaron tradiciones ennoblecidas por el cristianismo, la noción
de dignidad de la persona, de derechos humanos, y unos valores que para los africanos
fueron liberadores. Llevaron un idioma maravilloso. Y la fe en el Dios
verdadero.
Pero si Europa desaparece,
sumida en la apostasía, y con ella desaparecen los valores del viejo
continente, el islam invadirá el mundo, y nuestra cultura, antropología y moral
desaparecerán, cambiarán radicalmente. Porque además ahora hay nuevos
colonizadores occidentales que expanden valores falsos y delictivos.
Odio a Dios, común al
materialismo capitalista y al marxista
En 1978 el disidente ruso
Solzhenitsyn, que había sufrido el terror de los gulags del comunismo
soviético, pronunció una conferencia en Harvard alertando a Occidente de su
decadencia: la sociedad occidental ya no puede ser modelo para la
transformación de Rusia, les decía, porque está agotada espiritualmente. Europa
no tiene nada de atractivo para el pueblo ruso, que ha sufrido por décadas las
consecuencias del odio a la fe del marxismo.
Para el sistema filosófico
marxista aplicado por Lenin y Stalin, la principal fuerza motriz era el odio a
Dios, más fundamental que sus pretensiones políticas o económicas. El ateísmo
militante es el pivote central de todo comunismo. El empeño en construir un
mundo en el que Dios no tenga cabida.
Es el engaño de Satanás cuando tienta a Jesús. Ningún reino de este mundo es el
Reino de Dios, ninguno puede pretender instaurar la justicia para siempre, la
paz definitiva, el bienestar para todos. El reino humano permanece humano, como
explica Josep Ratzinger en Jesús de Nazaret. ”El que afirme que puede edificar
el mundo según el engaño de Satanás, hace caer el mundo en sus manos.”
Decenas de millones
cristianos ortodoxos (obispos, sacerdotes, religiosos y laicos) fueron encarcelados,
torturados y asesinados por no renunciar a su fe. Se prohibió a los laicos el
acceso a la Iglesia y educar en la fe a sus hijos. Dios estaba prohibido y
perseguido.
Para un pueblo que ha
pasado por eso, el materialismo consumista y ateo de Occidente, tan parecido en
el fondo al materialismo marxista, no tiene nada de atractivo.
Es clarificador, afirma Sarah, el absurdo odio de ciertas élites de Occidente hacia la Iglesia ortodoxa
rusa, una Iglesia de santos y mártires.
Migraciones y globalización
El papa Francisco ha manifestado
que la gestión de las políticas migratorias debe ser respetuosa tanto con los
acogidos como con los que acogen.
Dios nunca ha querido los desarraigos. Es una
falsa exégesis utilizar la palabra de Dios para valorizar la migración. Cada
uno de nosotros ha de vivir en su país, arraigar y crecer en su cultura. Más
vale ayudarles a crecer en su cultura que animarles a venir a una Europa en
plena decadencia, afirma Sarah.
Hay que preocuparse de los
que dejan su tierra. Pero ¿por qué la dejan? Porque poderosos sin fe, para los
que sólo cuenta el poder y el dinero, han desestabilizado esas naciones. Eso
plantea enormes dificultades, pero lo que la Iglesia tiene que hacer es
devolver a los hombres la capacidad de mirar a Cristo. Esa es su gran misión
divina.
La globalización pretende
separar al hombre de sus raíces, de su religión, su cultura y su historia. Y
convierte al hombre en apátrida sin país ni tierra.
Dios no nos quiere
uniformes.Ha querido un mundo plural,
una naturaleza multiforme, unas diferencias enriquecedoras entre los hombres.
Si el planeta fuera un océano sin fronteras sería una pesadilla. Las naciones
son grandes familias en las que los hombres echan raíces y establecen vínculos.
No somos meros agentes económicos o consumidores.
Asistimos a una invasión
programada, dirigida y admitida por los gobernantes de Occidente, cuyos
entresijos clandestinos conocen perfectamente los servicios de información de los
países europeos.
La única solución es el
desarrollo de África, y no actitudes como el pacto de Marrakech, que se han
negado a firmar países con sentido común como Italia o Polonia. Es una irresponsabilidad de los
gobiernos acoger personas sin ofrecer garantías de una vida digna: techo,
trabajo, vida familiar y religiosa estable.
Libertad y felicidad
Poderes mediáticos y
financieros difunden en Occidente una noción falsa de libertad, vacía de
contenido, y en su nombre una nueva moral que nos está convirtiendo en sus
esclavos. En la nueva moral el mal se presenta como bien, y la verdad se
sacrifica en el altar de la falsa libertad, que es la nueva idolatría de
occidente.
Se podría decir que
Occidente camina hacia la civilización del caos de los deseos satisfechos, del
disfrute de placeres precarios que son incapaces de dar la felicidad. Lo
reflejan datos como el terrible número de suicidios de adolescentes en Europa, o
el enorme consumo de antidepresivos.
Eso es impensable en
África, en las pequeñas comunidades donde se respetan las leyes de la
naturaleza y en los que Dios sigue siendo el fundamento de la vida. En esas
comunidades no hay marginados, ni el dinero tiene más importancia que la
calidad de las relaciones humanas y de la relación con Dios. Allí los pobres
son felices: se saben acompañados, unidos por vínculos firmes.
La libertad auténtica
conduce a la virtud y al heroísmo. La falsa libertad que difunden los poderes
mediáticos y financieros de occidente conduce al vacío, crea ciudadanos
incapaces de sacrificarse ni comprometerse por la auténtica libertad, a la que
desprecian.
Pero la verdadera libertad,
la única que conduce a la felicidad, es la que reconoce que el hombre está
herido por el pecado original, y que el ejercicio de la libertad pasa por
apartarse del pecado.
El hombre no es
naturalmente bueno, como pretenden hacernos creer. Tiene la triste capacidad de
escoger el mal y hacerse daño a sí mismo y a los demás. Una triste capacidad
que puede llevar al suicidio de sociedades enteras cuando no se tiene en
cuenta. Esa es la verdad que la Iglesia debe repetir incansablemente, si quiere
ser leal a su misión.
El remedio: cristianos fieles a Jesucristo
Nuestra misión no consiste
en salvar a un mundo que muere. A ninguna civilización se le ha prometido vida
eterna. Nuestra misión es vivir fielmente la fe recibida de Cristo. Así
salvaremos la herencia de siglos, aunque seamos pocos, y la transmitiremos
íntegra a las futuras generaciones.
No se trata de ganar elecciones
ni de influir en opiniones. Se trata de vivir el Evangelio de modo concreto. La
fe es como el fuego: para poder transmitirla tiene que arder. Hemos de cuidar
ese fuego sagrado, para que sea nuestro calor y nuestra luz en medio del
invierno de Occidente.
Cuando un fuego ilumina una noche fría, los hombres poco
a poco se acercan a él: fuera hace mucho frío y mucha oscuridad. Esa debe ser
nuestra esperanza.
Rasgos de la misión de los
Papas recientes
El cardenal Sarah muestra
su plena sintonía con los papas recientes.
De san Pablo VI resalta su que coraje
de defender a contracorriente la vida y el amor verdadero en la encíclica Humanae Vitae.
De san
Juan Pablo II, que supo iluminar la verdadera visión de la persona uniendo la
fe y la razón en una poderosa antropología.
De Benedicto XVI, su capacidad de
enseñar la fe con una profundidad sin igual.
Y de Francisco, su esfuerzo por salvar
el humanismo cristiano, y su condena de la explotación económica del hombre.
Algunos han querido ver una
supuesta oposición entre los planteamientos del cardenal africano y las
enseñanzas del papa Francisco, pero no hay tal. Un examen de los textos
íntegros de Francisco permite ver que con palabras similares se refiere a los
mismos temas, aunque con frecuencia los medios “mediatizan” sus palabras para
resaltar sólo unos acentos, silenciando otros. A lo largo del libro, y en todas
sus declaraciones, Sarah manifiesta esa plena unión y lealtad al magisterio del papa
Francisco.
Unidad y fraternidad en el
seno de la Iglesia
La experiencia de la fe es
personal, y es también comunitaria. La Iglesia es familia. El cardenal Sarah
glosa el relato de Hemingway, El viejo y el mar.
El anciano pescador se hace
a la mar en solitario. Pesca un pez tan enormeque no puede subirlo a bordo. A duras penas logra atarlo a un costado de
la barca, e intenta remolcarlo a puerto. Pero los tiburones descubren la presa
y la acometen. Cuando el anciano llega a puerto, contempla desolado que sólo
queda la espina de su enorme pez. No ha tenido quien le ayudara a ponerlo a
salvo de los tiburones.
Hoy –dice Sarah- el mar
está infestado de tiburones que pretenden devorar nuestros valores cristianos y
nuestra esperanza. Ir solos es exponerse a perder el gran tesoro de la fe.
Tenemos que apoyarnos
mutuamente en la fe, caminar como una comunidad unida alrededor de Cristo.
“Porque donde dos o tres estén reunidos en mi nombre, allí estoy Yo en medio de
ellos.” Es de esa Presencia de Cristo de donde podemos sacar nuestra
fuerza.Resta con noi!
Son conceptos que el
cardenal africano reitera una y otra vez, que a alguno pueden parecer alarmistas. Pero que manifiestan su convencimiento de que es
preciso un giro urgente del rumbo para evitar el precipicio.
Sus palabras son similares
a las que de un modo u otro nos dirigen el papa Francisco y los papas
recientes. Cada cual debe sacar sus consecuencias.
Es sugerente también esta conferencia de Sarah, con sacerdotes en Ávila