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domingo, 4 de junio de 2023

Amabilidad, esencia de la cultura

Escena de El festín de Babette


Tras el esteticismo de algunas personas refinadas, que se tienen por artistas y creadores de cultura, se esconde muchas veces el vacío y el hielo, la falta de la experiencia de un contacto noble y abierto con personas sencillas, normales.

 

Ese esteticismo es incapaz de alcanzar la altura de los valores humanos que emergen en la simpática charla familiar de una madre con sus hijos, en la amable tertulia de amigos que comparten experiencias, en el foro público cuando sirve para un intercambio razonado y respetuoso de puntos de vista. En ese diario encuentro entre personas normales es donde verdaderamente se crea la cultura.

 

Woody Allen decía a propósito de una de sus películas: “Un hombre ordinario, no brillante, un no intelectual, tal vez sin la apariencia de la distinción, si se abre con sencillez a los seres humanos, toca más de cerca que el artista a la fuente, a la esencia de la vida.”

 

Si el corazón y los sentimientos están helados, cerrados a dar y compartir con las personas reales que nos rodean, de poco sirve refugiarse en el arte o en las abstracciones políticas. De ahí no puede emerger ninguna cultura auténtica, esa que nos hace mejores y es por tanto la verdadera cultura de progreso.  

 

Sólo cuando uno vive con realismo, abierto a encontrarse con quienes le rodean, dispuesto a dar y compartir, a escuchar y dialogar amablemente, libre de imposiciones y rencores, cuando lleva a la práctica que la vida está por encima de la cultura, empieza a nacer la verdadera cultura que hace grandes a los pueblos. 


Relacionado:

El festín de Babette


 

jueves, 5 de agosto de 2021

Conocer la verdad




En torno al hombre. José Ramón Ayllón. Ed. Rialp

 

Del mismo modo que la semilla sólo puede germinar si encuentra buena tierra, la verdad sólo puede ser reconocida y aceptada por una persona habituada a buscar el bien y rechazar el mal.


Esta luminosa consideración está expuesta, con palabras similares, en el magnífico libro En torno al hombre, del profesor y escritor José Ramón Ayllón. Fue su primer libro. Contiene su experiencia de años de docencia, dedicada a exponer las grandes cuestiones de la vida a sus alumnos, deseosos de conocer qué es la metafísica, qué misteriosa relación existe entre la ética, la estética y la felicidad, si la política puede estar o no al margen de la verdad y del bien.


Entre esos grandes temas de la existencia humana, Ayllón aborda el subjetivismo, un lacra constante en la historia del hombre que reaparece con fuerza en nuestros días.


El subjetivismo deforma las cuestiones más graves: el terrorista está convencido de que su causa es justa; la mujer que aborta quiere creer que sólo interrumpe el embarazo; el Estado totalitario se autodenomina Democracia Popular…”


Todo lo malo que ha ocurrido en el mundo, desde Adán, puede justificarse con buenas razones, decía Hegel. Y es que la verdad –adecuación entre el entendimiento y la realidad- depende más de lo que son las cosas que del sujeto que las conoce. Eso quiere significar Antonio Machado con sus versos: “¿Tu verdad? No, la Verdad, y ven conmigo a buscarla.


El subjetivismo, señala Ayllón, es casi siempre la coartada para una conducta deliberadamente equivocada. Dante lo expresa bien en la Divina Comedia: “Un mal amor me hizo ver recto el camino torcido.”


Sócrates representa al hombre aislado por defender verdades éticas fundamentales. La mentira –que se puede imponer de muchas maneras, y no solo con la complicidad de los modernos y grandes medios de comunicación social- la mentira mil veces repetida es capaz de aislar al hombre honrado. Así dijo Socrates: “Sí, atenienses, hay que defenderse y tratar de arrancaros del ánimo (…) una calumnia que habéis estado escuchando tantos años de mis acusadores (…) Intrigantes, activos, numerosos (…) os han llenado los oídos de falsedades…


Pertenece Sócrates a esa clase de hombres apasionados por la verdad e indiferentes a las opiniones cambiantes de la mayoría. Comprometió su vida en la solución del problema radical: ¿es preferible equivocarse con la mayoría, o tener razón contra ella?


Manipular es presentar lo falso como verdadero, lo negativo como positivo, lo degradante como beneficioso. El poder económico y el político usan la manipulación para convertir a las personas en súbditos-votantes o en consumidores-compradores.


El “Pan y circo” de los romanos fue quizá  el primer ensayo de manipulación de masas con éxito, sirviéndose del anzuelo de la diversión y del placer para convertir al hombre en pobre hombre. “La manipulación de la sexualidad es uno de los ejemplos más claros: los grandes medios de comunicación, dedicados a imponer la idea de que el placer sexual es el auténtico fin del hombre. Suministrar suficiente dosis de carne para animalizar el interés de las personas, y así, reducidos a un rebaño, manipularlas más fácilmente. Lenin prometió a los dictadores comunistas que la sociedad caería en sus manos como fruta madura si lograban este tipo de corrupción, que convierte en rebaño a los hombres libres.”

 

Para hacer frente a tanta manipulación, es preciso educar en el espíritu crítico, que es lo más opuesto a cierta pereza mental que el poder parece querer imponer en la escuela. Lo expresaba bien Paul Valery: “La verdad está siempre en la oposición”. No debemos aceptar nada porque nos lo digan. La verdad debe instalarse en nuestro espíritu merced a nuestro propio esfuerzo. Los jóvenes deben aprender a valorar lo que se les ofrece a la luz de su conciencia bien formada.

 

El escritor ruso Alexander Soljenistyn, como millones de seres humanos en el siglo pasado y aún en nuestros días, sufrió en su propia carne lo que supone vivir en un régimen instalado en el subjetivismo y la mentira: “Es más difícil hacer surgir la verdad que inventar la mentira (…) La primera regla para todo el mundo es no aceptar la mentira. Decir la verdad es hacer que renazca la libertad. Sin tener en cuenta las presiones, los intereses, los modos. Decir lo que se sabe, ser veraz, repetirlo. Y si algunos se encogen de hombros, repetirlo una vez más. Los que se encogen de hombros al oír el relato de una tragedia de esta magnitud son, consciente o inconscientemente, cómplices de los verdugos.” 


La tragedia a la que se refiere Soljenistyn, como es sabido, es la catástrofe humanitaria causada por el terror del régimen comunista en la Unión Soviética. La mentira, cuando se instala en el poder, devora al hombre. Sólo la verdad nos hace libres.


Una docena de reediciones acreditan el interés de este libro: no sólo por la calidad de cuanto expone, sino también por la sencilla amenidad con que nos introduce en los conceptos esenciales de la filosofía, que determinan nuestro estilo de vida y el buen rumbo de la sociedad en que vivimos.    

Relacionado: El coraje de la conciencia.

 

 

 

sábado, 27 de marzo de 2021

El amor a la sabiduría

 


El Amor a la sabiduría. Etienne Gilson. Ed Rialp

 

El filósofo francés Etienne Gilson (1884-1978) ofrece, en las dos conferencias que componen este libro, un valioso repaso a las características del trabajo intelectual. Resaltan sus reflexiones sobre dos valores que escasean hoy: el rigor intelectual y el amor a la verdad.

 

Firme defensor del valor de la metafísica, trabajó intensamente la obra de Tomás de Aquino, una de las cimas del pensamiento humano, y se fija en su método para aproximarse a la verdad: calma, serenidad, buen carácter, disposición de hallar y valorar incluso la más pequeña parte de verdad que se encuentre en las proposiciones ajenas.

 

Miren por ejemplo estas frases, que harían bien en considerar tantos personajes de nuestra vida pública:   

 

Doctrina –dice Tomás- debet esse in tranquillitate. La mente de un filósofo debe estar en paz. Su primera cualidad es tener buen carácter: no debe enfadarse nunca con una idea. Hacerlo es, primero que nada, una tontería; pero, sobre todo, el único interés del filósofo es comprender. El tremendo esfuerzo moral de la voluntad, que se requiere de un filósofo en su búsqueda de la sabiduría, no debería tener ningún otro objetivo que proteger su intelecto de todas las influencias perturbadoras que pueden interferir el libre juego de las virtudes de ciencia y entendimiento.

 

Un filósofo de buen carácter nunca ataca a un hombre para desembarazarse de una idea; ni critica lo que  no está seguro de haber entendido correctamente; no rechaza superficialmente las objeciones como no merecedoras de discusión; no toma los argumentos en un sentido menos razonable de lo que se desprende de sus términos.

 

Por el contrario, puesto que su interés es la verdad y nada más, su único cuidado será hacer entera justicia incluso a aquel poco de verdad que hay en cada error. Para un verdadero discípulo de Tomás de Aquino el único modo de destruir el error es ver a través de él, esto es, una vez más, entenderlo precisamente en cuanto que error.

 

En filosofía una sola cosa es peor que el error; es lo que alguna gente gusta llamar su “refutación”, cuando virilmente condenan lo que no entienden. Tomás nunca comete tales errores. Lo que él considera es lo que un hombre ha dicho, entendido en el sentido más inteligente del cual sean susceptibles las palabras. Una vez que se ha asegurado de su sentido, Tomás siempre refuta la opinión de un adversario asignándole un sitio en una cierta escala doctrinal suya; estas escalas no clasifican las doctrinas según su proximidad al error, sino de acuerdo a su lejanía de la verdad.

 

Así comprendido, incluso el error tiene sentido y, porque es un acto de comprensión, su propio rechazo como verdad incompleta se convierte en obra de paz: doctrina debet esse in tranquillitate.

 

El respeto incondicional de la verdad nos obliga a buscarla no solo en las afirmaciones de nuestros adversarios, sino también en las de nuestros amigos. Quiere decir que no deberíamos aceptar nunca lo que dice un filósofo por ninguna otra razón que por la verdad de lo que dice. “No mires a quién escuchas –dice Tomás-, mas lo que oigas de bueno encomiéndalo a tu memoria.”


Nuestra admiración por una persona debe justificarse en la razonabilidad de lo que dice, y no la razonabilidad en la admiración. Cuando no entendemos claramente, o si no vemos por qué tiene razón, la actitud tomista es seguir el consejo: “Trata de comprender aquello que leas u oigas. Certifícate de tus dudas” y “No busques aquello que te sobrepasa”.  Pero no tengas prisa en decidir que la metafísica está más allá de tu alcance; la búsqueda de la sabiduría es un trabajo lento, y los estudiantes más brillantes no son siempre los mejores filósofos. Mientras sus compañeros de clase hablaban, el “buey mudo” (así apodaban a Tomás) estaba tratando de comprender.”

 

Poner la verdad por delante de partidismos. Aprender a razonar rigurosamente y libres de consignas. Dialogar escuchando con respeto, sin impaciencia, y partiendo del punto de vista del otro… Esas son las actitudes de quienes aman la sabiduría, y saben que la pregunta no es de qué bando eres, sino dónde está la verdad. 


Buen libro para tener a mano y repasar de vez en cuando. Las reflexiones de Gilson sirven para cuantos se proponen contribuir a la construcción de una sociedad libre con su inteligencia, porque sin verdad no hay libertad posible. Muy interesante para cuantos se mueven en ambientes educativos, políticos y de opinión pública. 


El trabajo intelectual es otro interesante el libro sobre el mismo tema, publicado por el filósofo francés Jean Guitton, "dirigido a quienes no han renunciado a leer, pensar y escribir."

 

lunes, 4 de enero de 2021

Lecturas para entender el mundo

 


Entender el mundo de hoy (II) Ricardo Yepes. Ed Rialp

 

Completo la reseña anterior de este magnífico libro aportando una relación de algunos de los títulos que Ricardo Yepes cita a lo largo de sus páginas.  

 

Son lecturas inspiradoras que. como su propio libro, constituyen una fuente de ideas prácticas para orientar la vida hacia la excelencia: esa excelencia a la que todos, como personas, estamos llamados.

 

La política, como la democracia, no se hace sólo votando, señala Yepes. Política es el compromiso con el bien común de la ciudad y del mundo. Y ese compromiso requiere preparación, una preparación que todo ciudadano debe empeñarse en alcanzar al mayor nivel posible según los alcances de cada cual.

 

No basta con lo aprendido en la escuela, entre otras cosas porque la escuela es objetivo de deterioro y manipulación por parte de poderes que aspiran a constituirse en hegemónicos, a los que no les interesa que los jóvenes se eduquen en el sentido crítico de sus gobernantes y de cuanto les rodea.

 

Hace falta sentido crítico para detectar, por ejemplo, que ciertos ataques a la Iglesia católica “provienen de gente que se fabrica adversarios inexistentes a la medida”: a una medida cómoda para sus ataques. Si no hay razón para combatir a un pacífico y eficiente molino, que sólo trabaja haciendo el bien, convierten al molino en su mente enferma en un malvado gigante, al que es necesario combatir.

 

Hacen falta personas que amen el mundo y a las personas (“Amar es desear el bien para alguien”) y trabajen arduamente para conseguir ese bien.  Un trabajo que debe ir orientado en lo posible a la especialización: no basta saber un poco de muchas cosas. Siendo necesario un mínimo de conocimientos generales, hoy se requiere también ser especialista en alguna de las ramas del saber. “Especialízate –dice Yepes-o no eres nada.”

 

Como señala Yepes, “un hombre es lo que ha vivido y lo que ha leído.” La dedicación a la lectura, y más que a la lectura al estudio de los mejores libros que se hayan escrito, es una obligación para quienes deseen aspirar a lo mejor, a combatir el error y dejar una huella de bien en el mundo. 


Y sin olvidar el cultivo del espíritu: “Hasta el paisaje puede ser más bello cuando el hombre ha pasado por él, porque lo viste con la huella de su espíritu.


                       

  

Estos son algunos de los títulos que menciona Ricardo Yepes. Como toda relación es parcial, pero sin duda son libros que también aportan valor:

 

-Intelectuales, Paul Jhonson.

-Apología de Sócrates (Platón).

-Paideia (W. Jaeger). 

-Cómo tomar decisiones, Peter Kreft.

-El ocio y la vida intelectual, J. Pieper. 

-Violencia y ternura, Rof Carballo: el afecto y la ternura son el ambiente natural en el que el espíritu puede mostrarse.

-Regla Pastoral, Gregorio Magno

-El cierre de la mente moderna (Alan Bloom)

-El Señor de los anillos, J.R.Tolkien

-Tras la virtud, MacIntyre

-Ética a Nicómaco (168)

-Eugenia Ginzburg: Vértigo y  El cielo de Siberia

-Cómo el Papa venció al comunismo, B Lecomte

-El poder de los sin poder. Vaclav Havel.

-La venganza de la Historia, Hermann Tertch


    Sirva esta relación como complemento de la que aporté en otra entrada anterior. 

   
                       

 

 


martes, 28 de julio de 2020

Diálogo



Una de las palabras más empleada por muchos políticos es “diálogo”. Se autodefinen dialogantes, y acusan a sus oponentes de “falta de diálogo”, sinónimo de intolerancia. 


Deberíamos ponernos en guardia cuando alguien acusa a otro de intolerante, y analizar con sentido crítico –libre de partidismos- cuál es la cuestión en liza y quién es o no el dialogante.


Leo estos días una biografía de Lenin, uno de los personajes más dañinos de la historia reciente. Está escrita por el  historiador y periodista húngaro Victor Sebestyen, especializado en historia de Rusia y del comunismo. Estremece recordar las formas que empleaba el líder del sector bolchevique del partido comunista para imponerse en los debates, incluso entre sus propios correligionarios.



De forma deliberada utilizaba un lenguaje violento, calculado para hacer sentir odio, aversión y desprecio a sus oponentes. No intentaba convencer, ni siquiera corregir los supuestos errores del otro, sino sólo destruirlo a él y a su organización política.


Un futuro alto cargo soviético escribió que Lenin calculaba con frialdad todas las calumnias e insultos que lanzaría a sus contrarios (desde “canalla traidor” a “pedazo de mierda”…), para descolocarlos hasta conseguir echarlos del campo. “A la refutación de las ideas contrarias siempre precedía la condena, el escarnio o la humillación del oponente”, dejó escrito Trotski.




Otro de sus pocos amigos, que también acabó rompiendo con él, señalaba que su agresividad y sus insultos rastreros terminaban siendo insoportables y lograban su objetivo, que no era otro que la intimidación y el abandono del contrario.


En ese ambiente, los que no tenían su despiadada ambición preferían unirse a otros grupos, o sencillamente desaparecían antes que seguir soportando sus agresivos insultos. Eso era lo que pretendía Lenin: derrotar a los discrepantes por agotamiento o porque no estaban dispuestos a rebajarse a su lodazal dialéctico.


Una de las máximas de Lenin era: “En la política, sólo hay un principio y una verdad: lo que beneficia a mi oponente me perjudica, y viceversa”. El fin lógico de ese estilo de pensar basado en la mentira y la agresividad, era pasar de la violencia verbal a la brutal agresión física. Y así fue: el triunfo de la revolución soviética inauguró una de las etapas más sanguinarias que ha tenido que soportar el pueblo ruso.




Deberíamos reflexionar más sobre lo que la historia nos enseña, y analizar con sentido crítico el lenguaje de políticos  y comunicadores actuales, para discernir la verdad y no caer en las redes de los estilos violentos. La convivencia se envenena con personajes que en sus discursos arremeten despiadadamente contra la persona, sin importarles el diálogo racional y constructivo.


Hay que recordar una y otra vez que se puede disentir de las ideas sin herir a las personas que las sustentan. Y que toda agresión verbal es ya una agresión, porque es una ofensa a la dignidad de la persona. Una ofensa que contiene una fuerza destructora que nos acerca peligrosamente a la espiral de la violencia, y que causa un daño que se debe reparar.



Convivir en paz requiere desterrar toda forma de violencia. Démosle a la palabra diálogo su contenido real. Dialogar es colaborar con el que piensa distinto y nos está exponiendo su punto de vista, caminar juntos por el surco que el otro está abriendo al iniciar la conversación, escuchar y valorar lo que de verdad hay en sus palabras, y no sólo lo que nos dicta el interés personal o de partido. 




Y construir juntos un futuro más digno a través de una conversación que puede disentir, pero que siempre respeta –en el fondo y en la forma- la dignidad de la persona con la que hablo.

 


 

 

 

 


viernes, 22 de mayo de 2020

Gobernar con autoridad



                                  


Dos mujeres destacan en el panorama mundial por su eficiente gestión de la crisis del COVID: la canciller federal de Alemania, Angela Merkel, de la Unión Demócrata Cristiana, y Jacinda Ardern, Primera Ministra de Nueva Zelanda, del partido laborista. Los analistas destacan que han sabido gestionar la crisis porque se han centrado en resolver el problema y no en buscar imagen ni rédito político.

Esta forma de actuar, centrada en el interés  común, es la que concede autoridad a un político y lo convierte en líder. Para que cualquier organización funcione bien se requieren líderes con autoridad. Pero tener autoridad es distinto de tener poder. El poder puede ser usurpado, la autoridad no. El poder puede ser déspota, la autoridad no. El poder puede mantenerse mediante compromisos oscuros, la autoridad no. 

La autoridad hay que ganársela con ejemplaridad y transparencia. Autoridad es lo que la gente concede a quien es ejemplar en su actuación. Su buen ejemplo genera confianza, y entonces los subordinados le conceden autoridad.

Que el líder sea merecedor de autoridad es un requisito para  el buen funcionamiento de cualquier organización, cuánto más de los gobiernos encargados de regir un país, y por extensión en cuantos se dedican a la noble tarea de la cosa pública.  

Pero la autoridad hay que ganársela día a día actuando con motivaciones trascendentes, esto es, buscando resultados no solo para uno mismo sino para los demás, para el bien común, un concepto que deberíamos recuperar con urgencia. El bien común tiene en cuenta a todos, y no solo a los de tal o cual facción.

La confianza, en la que se basa la autoridad, es más que una suma de votos u opiniones. Se pierde por el uso injusto del poder (cuando quien manda solo piensa en su propio interés y no en el del conjunto social); por no usar el poder cuando y como se debe (por falta de competencia); o por un uso inútil del poder, restringiendo en exceso la libertad de los subordinados en perjuicio del interés de la empresa, o del país.

Lo explican todos los manuales de gestión de las organizaciones.





viernes, 13 de marzo de 2020

¿Qué ha venido a traer Jesús? La respuesta de Benedicto XVI




En un reciente post mencionaba unas palabras del cardenal Sarah sobre la misión de los cristianos en el mundo. Se refiere el cardenal a la crisis de valores en la sociedad occidental, que es una llamada a la acción apostólica de todos los fieles.

Con palabras que pueden sorprender, Sarah afirma que nuestra misión no consiste en salvar a una sociedad que muere, porque ninguna civilización tiene las promesas de vida eterna. Nuestra misión consiste en vivir fielmente la fe recibida de Cristo. Así salvaremos la herencia de siglos, aunque seamos pocos.  

La solución no está en ganar elecciones, ni de influir en opiniones, afirma Sarah. No se trata desde luego de una llamada a la pasividad, sino todo lo contrario.  Influir en la política o en la opinión pública son aspiraciones nobles para todo ciudadano, que debe contribuir con su experiencia vital al bien común. Pero siendo importante, no es ese el núcleo del valor que los cristianos estamos llamados a aportar al mundo. 

Lo esencial, prosigue Sarah, es vivir el Evangelio de modo concreto, en la actividad diaria. La fe es como el fuego: para poder transmitirla tiene que arder. Nuestro deber es cuidar ese fuego sagrado de la fe, hacerla vida. Ese será nuestro calor en medio del invierno de Occidente. Cuando un fuego ilumina una noche oscura y fría, los hombres poco a poco van acercándose a él, a su calor y a su luz. 

Una idea similar expresa Benedicto XVI en su libro sobre Jesús de Nazaret, poniéndonos en guardia frente a cierta formas de mesianismo político. El demonio tentó a Jesús ofreciéndole el poder sobre los reinos del mundo. La nueva forma de esa tentación es interpretar el cristianismo como una receta para el progreso, y el bienestar común como la auténtica finalidad de las religiones.



Pero la respuesta de Jesús es clara: ningún reino de este mundo es el Reino de Dios, ninguno asegura la salvación de la humanidad. Las formas políticas revestidas de mesianismo son tentaciones diabólicas, que solo pueden llevarnos a la miseria y a la esclavitud. Debemos desconfiar de todo aquel que prometa el bienestar para siempre, la paz y la prosperidad perfectas, porque es mentira.

Lo que Jesús ha venido a traernos no es un reino humano, sino a Dios. Ahora conocemos el rostro de Dios. "Quien me ha visto a Mí ha visto al Padre." Ahora podemos mirarle, viendo a Jesús.

Ahora conocemos cómo es el sentimiento de Dios hacia nosotros, que es el de un Padre amoroso que llora por sus hijos dispersos por el pecado, porque no saben hacer buen uso de su libertad. 

Ahora conocemos el camino que debemos seguir como hombres en este mundo, que es el del amor y la entrega generosa a los demás, aunque cueste, como hace Dios con nosotros.

Jesús ha traído a Dios, y con Él, la verdad sobre nuestro origen y nuestro destino. Ha venido a traernos la fe, la esperanza y el amor. En un mundo siempre imperfecto porque está en manos de hombres con defectos, los cristianos tienen la misión de contribuir a hacerlo mejor poniendo a Dios en el centro de sus vidas, y aportar a la sociedad los valores que aprendemos de Él.

El poder de Dios en este mundo es un poder silencioso, pero es el único  poder verdadero y duradero, explica Benedicto XVI. Aunque su causa parezca estar siempre como en agonía, siempre se demuestra como lo que verdaderamente permanece y salva,  mientras los reinos de este mundo, con los que Satanás tentó a Jesús, se van derrumbando todos. 

La gloria de Cristo es una gloria humilde y dispuesta a sufrir, y nunca perecerá. Es en ese rostro humilde y entregado de Cristo donde conocemos a Dios, que es Amor. Y donde conocemos nuestro auténtico bien y nuestro destino.






miércoles, 13 de marzo de 2019

Rebelión en la granja


Rebelión en la granja. George Orwell (1903-1950)



Hay autores que saben mirar a su alrededor con ojos libres, y extraen una predicción sabia del futuro al observar con sentido común la evolución de los acontecimientos y las políticas de los gobernantes. George Orwell ha sido  uno de los más preclaros en tiempos recientes. Tanto Rebelión en la granja, escrita en 1945,  como 1984, publicada en 1949, son dos avisos a sus coetáneos, y a la posteridad, para que sean conscientes de lo que se les viene encima si se dejan embaucar por la retórica ideológica.


G. Orwell nació en la India, en el seno de una acomodada familia de funcionarios británicos. Estudió en Eton, pero renunció a un futuro cómodo porque le disgustaba e inquietaba el papel de Inglaterra en el Imperio británico. Se hizo socialista. A los 35 años, en 1938, vino a España para luchar en la guerracivil en el bando republicano. Y como tantos jóvenes que lucharon junto a los comunistas contra las tropas de Franco, se convirtió en un acérrimo anticomunista. Como escribe Charles van Doren,  al igual que otros, sintió que los comunistas habían traicionado la revolución española, y nunca se lo perdonó, ni a ellos ni a la Unión Soviética, de la que procedían principalmente.”

                                               George Orwell

Rebelión en la Granja es una de las mejores fábulas políticas que se han escrito. Orwell vuelca en ella su experiencia en la guerra civil española, su ilusión inicial y su pronto desengaño. Los animales se rebelan contra el granjero. Quieren gobernar por ellos mismos, al grito de “todos los animales son iguales”. La frase queda  grabada a la vista de todos, como expresión de la nueva revolución que traerá la igualdad y la felicidad soñadas para siempre.


Pero enseguida los cerdos, al parecer más inteligentes, empiezan a ser los que toman las decisiones, mientras a los demás les toca trabajar y obedecer. Hasta que una buena mañana los animales descubren, perplejos, que alguien ha completado la frase bandera de la revolución: “…pero algunos son más iguales que otros.


La distorsión del lenguaje ha caracterizado a todas las tiranías de nuestro tiempo. Y las sigue caracterizando. Esa retórica sentenciosa de los cerdos es la retórica de los políticos y manipuladores de la historia y la cultura.


Orwell la trata magistralmente también en otro de sus libros premonitorios: 1984.  Publicado en 1949, anticipa el control tiránico, sutil y omnipotente, del Gran Hermano, que vigila permanentemente para que nadie disienta –¡¡ni de pensamiento!!- de la ideología oficial.





El Gran Hermano impone su neolengua, en la que las palabras se emplean para mentir, y no para decir la verdad. Y como el poder tiránico del Gran Hermano no entiende de bromas ni está dispuesto a veleidades, crea un cuerpo de policía especial, la Policía del Pensamiento para controlar hasta las palabras que empleamos (¡¡ay del que las pronuncie!!). Y, por supuesto, hasta el sexo: una fuerza y un poder demasiado importante como para dejarlo en manos de personas libres. El Gran Hermano mete también ahí sus pezuñas.


Orwell vió venir ese encarcelamiento de las libertades, y nos advirtió con tiempo. Son tiempos de no dejarse embaucar, y para ello fortalecer el sentido crítico ante lo que nos intentan vender los embaucadores de turno. Y resistir a ciertas censuras. Si queremos vivir en libertad, claro.

P/D: vean por ejemplo esto









martes, 25 de septiembre de 2018

Memorias de Vernon Walters



Misiones discretas. Vernon A. Walters. Ed. Planeta




Vernon A. Walters es un ejemplo de cómo el dominio de los idiomas abre puertas en la vida. Sin estudios universitarios, pero con una buena educación adquirida en un colegio católico, su niñez transcurrió entre Estados Unidos, Inglaterra  y Francia, acompañando a sus padres, por lo que desde muy temprano hablaba con fluidez varias lenguas. Llegó a dominar ocho idiomas.

Recién alistado en el ejército, su habilidad como traductor le valió ser llamado al servicio del Estado Mayor del general Clark, que comandaba el desembarco aliado en el norte de África. La cercanía a mandos militares fue para él una escuela de las virtudes del mando y el sentido de la disciplina, imprescindibles en la vida militar, pero necesarios también en la sociedad civil. Hoy son cualidades que relacionamos sobre todo con el liderazgo empresarial.

Vernon Walters comenzó la guerra como traductor de prisioneros y enlace entre fuerzas aliadas, y llegó a ser intérprete de cinco presidentes de los Estados Unidos. Asistió en primera fila a los hechos más sobresalientes de la guerra fría, a veces como protagonista.  Alcanzó el grado de teniente general, y fue subdirector de la CIA y embajador de su país en Alemania.





Cuando ya mayor le preguntaban por qué seguía en activo, daba esta razón: “Tengo la íntima convicción de que mi país es la única garantía que tiene la libertad para perdurar en el mundo.”  Era consciente de la dura lucha que se estaba desarrollando entre diferentes conceptos de la vida y de la dignidad humana, y que el objetivo era cambiar la mentalidad de la sociedad occidental para que abandonara los valores cristianos. "No podemos perder esta lucha por culpa de nuestra inacción o por un excesivo sentido de culpabilidad nacido de nuestras deficiencias."

Es significativa su referencia al encuentro que mantuvieron el almirante Carrero Blanco y el presidente Nixon: "Carrero Blanco dijo a Nixon que los comunistas procuraban debilitar la voluntad y decisión de defensa de Occidente, utilizando a este fin las libertades democráticas. El Che Guevara había dicho con toda claridad: "Hay que dar mala conciencia a los burgueses." Los comunistas seguían un plan deliberado de socavar todos los valores del mundo cristiano, cubriéndolos de ridículo, antes que atacarlos directamente. Con la explotación de los estupefacientes y de la pornografía, reforzaban su ataque a la sociedad burguesa."

 El libro es ameno y aleccionador. He subrayado algunas ideas relacionadas con el liderazgo que Walters parece querer subrayar,  fruto de experiencias –no siempre positivas- vividas en primera persona.

1)   La primera es evidente: los idiomas abren puertas, profesional y humanamente. Sin idiomas su vida hubiera sido muy distinta, y casi con seguridad más alicorta.

2)   Dar cuenta una vez cumplida la misión. Siendo ayudante del general Clark, éste le encargó que hiciera llegar una carta de un niño a un guerrillero aliado. Después de muchas gestiones, consiguió entregarla a un equipo que iba a lanzar víveres en paracaídas a los guerrilleros, y le aseguraron que incluirían la carta. Y se quedó ya tranquilo con esa promesa. Al cabo de un tiempo, el general le preguntó si ya se había entregado aquella carta, y como no pudo asegurarlo (“Dije que se hiciera”, le contestó) el general dijo: “O sea, no lo sabe. Cuando le digo que quiero que se haga algo, encárguese de que se haga. Compruebe que se ha hecho. Y cuando esté convencido de que realmente se ha hecho, vuelva a comprobar, para ver si se ha hecho bien, y a continuación, me comunica que se ha hecho.”

3)   Estar con los subordinados en los momentos duros, sin justificar la ausencia por el grado.

4)   En los momentos difíciles es una falta de dotes de mando no dirigir unas palabras de ánimo a los subordinados deseando buena suerte, y limitarse a presenciar en silencio su partida hacia el trance.

5)   No decir nunca que no al superior, aunque ampare cierto derecho y lo pida por favor.

6)   No pedir medios al superior para alcanzar el objetivo que manda: hacer uso de la iniciativa e ingeniarse los medios.

7)   Es una mezquindad no facilitar trámites de alojamiento o transporte al viajero que está de paso.

8) Walters resalta la importancia de la virtud humana de la valentía. Para los tormentosos años que esperan a nuestro país -escribe- "necesitaremos sobre todo valor; no sólo valor físico, sino verdadero valor. El verdadero valor navega contracorriente. Comienza en el momento en que todos los demás han claudicado o han dejado de luchar. Jamás consiste en dejarse arrastrar por la corriente de lo que hacen los demás. El verdadero valor es, a menudo, solitario. Rezo para que en nuestra singladura nos acompañe la Fe que ilumina el camino, ya que oscura es la senda de la nación que avanza sin Fe; el Entusiasmo que nos ha hecho grandes y que será causa de que seamos la fuerza del bien en el mundo; y por fin, el Valor, que es la más grande de las virtudes humanas, por cuanto garantiza las otras."