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martes, 14 de febrero de 2023

El hecho extraordinario. La música en la conversión de García Morente

            

 

Decía Edith Stein que quien busca con sinceridad y apasionadamente la verdad está en el camino de Cristo. Hablaba de su experiencia. Como verdadera filósofa, buscaba siempre la verdad, y quedó deslumbrada por la sincera y sencilla luminosidad que transmite El libro de la vida, de santa Teresa de Jesús. Dios se sirve del encanto de unas palabras verdaderas, escritas por una persona santa, para adentrarse en el alma de quien lee con espíritu abierto a la verdad.

Ha escrito Benedicto XVI, en su magnífico Jesús de Nazaret, que la salvación no se alcanza viviendo cada cual su religión o su ateísmo, como sostiene cierto pensamiento actual. Dios nos pide mantener el espíritu despierto para poder escuchar su hablar silencioso, que está en nosotros y nos rescata de la simple rutina conduciéndonos por el camino de la verdad: un camino que finaliza en Jesucristo.

Quien mantiene el espíritu despierto, está en condiciones de escuchar ese hablar silencioso de Dios en todo cuanto contenga chispazos del ser de Dios, que es la Verdad, el Bien, la Belleza, el Sumo Amor.

Si Dios se sirvió, en el caso de Edith Stein,  de la autobiografía de una santa, también la buena música contiene un resplandor divino capaz de elevarnos hasta el Creador. Lo saben bien los amantes de la música, como Benedicto XVI: «La música puede abrir las mentes y los corazones a la dimensión del espíritu, y llevar a las personas a levantar la mirada hacia lo Alto, a abrirse al Bien y a la Belleza absolutos, que tienen en Dios su fuente última

Esta reflexión viene tras la relectura de El hecho extraordinario, una carta en la que narra su conversión Manuel García Morente. Filósofo, catedrático de Ética de la Universidad de Madrid, buen amante de la música, alumno de la Institución Libre de Enseñanza y ateo declarado, al comienzo de la guerra civil fue destituido de sus cargos en la universidad, y huyó a Francia cuando recibió aviso de que planeaban asesinarle.

Refugiado en casa de unos amigos en París, una noche de 1937 reflexiona sobre su vida. ¿Quién está detrás de mi existencia? ¿Quién conduce mi vida, pues soy consciente de que ni me la he dado a mí mismo ni la conduzco? Y en ese momento aparece en su mente la idea de la providencia divina. Se asusta ante semejante pensamiento, impropio de un ateo, y para despejarse enciende la radio y escucha música clásica.

Y al cabo de un momento llega a sus oídos “algo exquisito, suavísimo, de una delicadeza y ternura tales, que nadie puede escucharlo con los ojos secos. Cantábalo un tenor magnífico, de voz dulce, aterciopelada, flexible y suave, que matizaba incomparablemente la melodía pura, ingenua, verdaderamente divina.” Se trataba de un fragmento de La infancia de Jesús, del compositor francés Héctor Berlioz.

        Todo parece indicar que escuchó El descanso de la Sagrada Familia, el movimiento coral que aparece en el minuto 48:46 de la versión insertada arriba. En ese pasaje, “la dulce y penetrante música de Berlioz” ilumina con luz maravillosa la representación que imprimen en su mente las palabras de la Virgen María: “Ved esta hermosa alfombra de hierba suave y florida / el Señor la tendió en el desierto para mi Hijo.” Y en ese momento, música y letra se funden en una visión que “tuvo un efecto fulminante para mi alma.”

        García Morente cae de rodillas, y recuerda su niñez, cuando  rezaba junto a su madre, recostado en su regazo y ambos de rodillas. Y las palabras del Padrenuestro, casi olvidadas, acuden a sus labios…

        Todo lo bello nos acerca a Dios, porque procede de Dios. Cultivemos el arte de lo bello: desde la contemplación de la naturaleza hasta la belleza que se esconde en un amable gesto de servicio; desde la lectura reposada de textos sublimes (hay tantos) hasta la escucha silenciosa de los grandes maestros de la música: esa música que “al elevar el alma a la contemplación, nos ayuda a captar los matices más íntimos del genio humano, en el que se refleja algo de la belleza incomparable del Creador del universo.” (Benedicto XVI).

    De todo lo bello y de todo lo bueno puede servirse Dios para adentrarse en nuestra alma, si le buscamos con un corazón sincero. Y sin miedo al compromiso que la verdad exige. García Morente se comprometió con la verdad recién descubierta: se convirtió, volvió a la Iglesia católica, en 1938 regresó a España y en 1940 fue ordenado sacerdote. Era el camino que Dios, sabio Conductor, tenía previsto para él. 



 P/D: García Morente escucharía también, en ese momento o más tarde, el fragmento que precede a El descanso de la Sagrada Familia. Es el precioso movimiento La despedida de los pastores (minuto 44:44), una tierna melodía con la que la masa coral despide a Jesús, María y José cuando tienen que huir a Egipto. 

           

 


martes, 26 de enero de 2021

La mujer nueva




La mujer nueva. Carmen Laforet. Ed Destino libro, 1955.

 

Menos conocido que Nada, con el que ganó el premio Nadal en 1944, La mujer nueva es un libro precioso, en cierto modo autobiográfico, en el que se narra la vida de una joven mujer en los años de la postguerra civil española.

 

Paulina, en plena guerra civil, se casa con Eulogio, joven soldado republicano, en un matrimonio sin valor religioso ni siquiera civil. Terminada la guerra Eulogio se ve obligado a huir a México. Paulina es encarcelada, y da a luz en la cárcel a su hijo Miguel.

 

Cuando al cabo de los años regresa Eulogio, Paulina es una mujer sufrida y con muchas dudas y preguntas sobre el sentido de la vida, sobre la religión –cuyo inusitado auge contempla con recelo-, sobre el verdadero sentido de su unión con Eulogio.

 

Un pariente de Eulogio, Antonio, más joven que ella y que vive en el mismo pueblo, ha entrado en su vida sentimental, recordándole afectos que creía superados o desaparecidos, muy distintos o nunca hallados en Eulogio. Pero Antonio está casado con Rita, joven mujer enferma. Y Paulina decide escapar a Madrid.


La madre de Rita, Clara, ferviente católica, es la única que percibe el hondo sufrimiento de Paulina y su crisis existencial. La noche que Paulina hace el viaje en tren a Madrid, Clara la pasa en la iglesia, rezando de rodillas ante el Sagrario, pidiendo a Dios la conversión de Paulina y una luz que ilumine su vida.

 

Paulina despierta en un bello amanecer castellano.  Raptada por la contemplación de la belleza del campo y de sus casas, siente la presencia inefable de Dios que entra en su vida y la ilumina. A partir de ese momento Paulina cambia, aunque aún deberá pasar por muchas crisis y dudas hasta resolver su futuro.

 

El libro está bien trazado, denota un hondo conocimiento de la fe católica, y quizá haya sido relegado precisamente por su inspiración cristiana. Algunos han hablado de él como un libro feminista, que tuvo que esconder su contenido -avanzado para la época- en un barniz católico que buscaría captar la benevolencia de la censura.

 

Pero Carmen Laforet escribió siempre en clave autobiográfica, y sus libros reflejan sus propias inquietudes interiores. Leyó a Edith Stein y otros conversos, y tenía preferencia por los libros de  Santa Teresa de Jesús, especialmente Las Moradas. Fue amiga de escritoras como Elena Fortún, y con ella mantuvo una rica correspondencia que evidencia sus crisis interiores y su profundo anhelo de Dios. 


Laforet dedica el libro a la famosa tenista y escritora Lilí Alvarez, "mi madrina de confirmación", que también influyó mucho en su itinerario espiritual, provocando un proceso similar al de Paulina. Lilí llevó a Carmen Laforet a hacer ejercicios espirituales, como la protagonista de la novela. 


Hay pues algo más que un barniz religioso en este libro. Más bien refleja, en mi opinión, la alegría de una profunda experiencia espiritual, que le llevó al encuentro con Dios, y su deseo de contarla. Esa vivencia extraordinaria fue para Carmen Laforet una luz de esperanza en la noche oscura de su vida. 


Está bien tratado el ambiente y la mentalidad de la postguerra en España. Con esta obra Laforet obtuvo el Premio Nacional de Literatura en 1955.



 


domingo, 19 de enero de 2014

Edith Stein, una gran intelectual, patrona de Europa

El verdadero rostro de Edith Stein.
Waltraud Herbstrith 
Ed Encuentro






Breve biografía de Edith Stein, gran intelectual,  discípula de Husserl, conversa al catolicismo, y asesinada por los nazis en el campo de concentración de Auschwitz . Fue canonizada por Juan Pablo II como santa Teresa Benedicta de la Cruz


El libro traza con rigor  el itinerario humano, intelectual  y religioso  de Edith Stein. De familia judía, siente una profunda atracción hacia la religión católica, de la que envidia el trato íntimo y filial con Dios. Experimenta una sacudida interior cuando ve a una sencilla mujer, con la cesta de la compra, recogida en oración hablando confiadamente con su Dios en un templo católico.


La lectura casual de El libro de la Vida de santa Teresa de Jesús le ilumina intelectualmente: “aquí está la verdad”, piensa. Siempre sintió una gran atracción por la santa de Ávila.  El libro describe con precisión los avatares e incomprensiones sufridos en su vida académica y universitaria, y en los años de claustro en el convento de carmelitas, hasta su deportación por los nazis y el asesinato en el campo de exterminio.


Resalta en la narración la firmeza de carácter, el rigor intelectual y la rectitud de conciencia de esta mujer fuerte, que supo mantenerse fiel a Dios hasta dar la vida. "Que no tenga ningún amor que no sea verdadero, que no tenga ninguna verdad sin amor."


Como dijo Juan Pablo II al nombrarla copatrona de Europa: "En ella, todo expresa el tormento de la búsqueda y la fatiga de la «peregrinación» existencial. Aun después de haber alcanzado la verdad en la paz de la vida contemplativa, debió vivir hasta el fondo el misterio de la cruz."


     Ver también esta reseña de su autobiografía "Estrellas amarillas"




viernes, 9 de agosto de 2013

Estrellas amarillas. Autobiografía de Edith Stein

Estrellas amarillas. Edith Stein 

Ed. de Espiritualidad  





Magnífica autobiografía de la infancia y juventud de EdithStein (1891-1942), escrita entre 1933 y 1939, cuando la noche se cernía sobre Alemania.



De origen judío pero ya entonces convertida al catolicismo (1922), toma como propio el problema de la incomprensión y odio que el nacionalsocialismo de Hitler está extendiendo por Alemania, arrancando de su tranquila existencia al pueblo judío. 


Siente el deber de justicia de contribuir a desmontar la falsa caricatura del judaísmo que los nazis difunden, y no duda en dar la cara por su pueblo, a pesar de las posibles represalias, que no tardaron en llegar.


Como escribe en el prólogo, no trata de hacer una apología del judaísmo, que pueden hacer otros y sobre la que ya hay extensa bibliografía, sino “narrar sencillamente mis experiencias de la humanidad judía”.


Lo hace contando su propia vida, las historia de las relaciones cotidianas en el seno de su extensa  familia judía. La narración  tiene el valor añadido de que ahora su visión es la de una judía conversa al catolicismo.


Se nutre, junto a sus recuerdos y vivencias, de las largas conversaciones con su madre, que en el momento de empezar a  redactar tiene 84 años, y es incansable contadora de historias y aventuras de parientes y allegados.






Todo el libro tiene el encanto de un fino espíritu femenino. La delicada sensibilidad de Stein le permite descubrir la belleza y la bondad allá donde se encuentren. Con espíritu sutil penetra y retrata los caracteres, aciertos y fallos de las personas que se cruzan en su vida, comenzando por sus propios padres y hermanos. Es una mujer valiente (en la primera guerra mundial corrió a alistarse como enfermera y estuvo en los trabajos más duros)  y se manifiesta valiente también en una sorprendente sinceridad para no ocultar errores propios o ajenos, llamando a las cosas por su nombre sin eufemismos.


Sus amistades y relaciones son abundantes, más de lo que cabría suponer en una mujer intelectual y aficionada al estudio. Valora mucho la amistad, cuyo genio  “consiste en amabilidad, servicialidad y autodominio”.


La riqueza de detalles del relato demuestra también una memoria prodigiosa. “Poseía yo una memoria excelente para las personas y reconocía a cada uno con tal de que lo hubiera observado detenidamente una vez, incluso después de años. Tampoco había oído hablar de la mortificación de la vista, y miraba a la gente que me  interesaba aguda y profundamente, pero a la masa de los estudiantes los contemplaba cual quantité negligeable. Pasaba por las aulas sin advertirlos, y a poder ser elegía sitio en primera fila para seguir las clases sin molestias.”



Edith Stein muestra una valiosa capacidad sicológica para penetrar en las causas del comportamiento ajeno, y espíritu crítico para enjuiciarlo. Sus juicios, duros en la juventud, se atemperan con el tiempo y el nuevo modo de ver a las personas, a medida que va profundizando en el espíritu de Jesucristo: “Aun cuando continuaba teniendo un juicio duro para las debilidades de las personas, ya no lo usaba para tocar su punto débil, sino para ser indulgente. (…) Aprendía que raras veces las personas mejoran cuando se les dice la verdad…Sólo si tienen la seria exigencia de ser mejores y conceden el derecho a la crítica.”



Edith Stein tenía también una inteligencia privilegiada, y con ella  busca la verdad desde pequeña. “Mi nostalgia por la verdad era mi única oración”, escribe refiriéndose a sus años de infancia y juventud, cuando aún no conocía la fe cristiana y las posibilidades del diálogo filial y confiado con Dios Padre.


El  empeño por la verdad  era tan fuerte y decidido que anota: “Por aquella época mi salud no iba muy bien a causa del combate espiritual que sufría en total secreto y sin ninguna ayuda humana.”



Más tarde definiría la verdad, siguiendo a su maestro Husserl, como  la luminosa certeza de lo que es o no es, un concepto rigurosamente separado del puro opinar o del ciego estar convencido.



La  “luminosa certeza” de la fe le llegó durante una lectura casual de la Autobiografía de Santa Teresa de Jesús: “Cuando cerré el libro me dije: aquí está la verdad”. La honda y sincera  naturalidad con la que Teresa de Ávila abre su alma para contarnos la historia de su vida y de su relación con Dios, cambia para siempre la vida de Edith.  Descubrió que  Dios no es el dios de la ciencia, a secas. Dios es Amor. 


Y hacia Él se dirigió con ímpetu el resto de su vida: "Que no tenga ningún amor que no sea verdadero; que no tenga ninguna verdad sin amor."




Una lectura sumamente enriquecedora, que ayuda a entender por qué Edith Stein, ahora santa Teresa Benedicta de la Cruz,  asesinada en Auschwitz por odio a la fe en 1942, es Patrona de Europa. 




De ella dijo Juan Pablo II: "una hija de Israel, que durante la persecución de los nazis ha permanecido, como católica, unida con fe y amor al Señor Crucificado, Jesucristo, y, como judía, a su pueblo."




Europa anda necesitada de mujeres y hombre de un temple como el suyo: sinceros buscadores de la verdad, resueltos hacedores del bien. 







sábado, 20 de marzo de 2010

Cuatro filósofos en busca de Dios: Unamuno. Edith Stein. Romano Guardini. García Morente.



Alfonso López QuintásEdRialp.                                                                                                                                                      



Miguel de Unamuno, Romano Guardini, Edith Stein y García Morente son cuatro grandes pensadores de nuestro tiempo. Tienen en común su aspiración a la trascendencia, que dejaron reflejada en sus escritos. 

El profesor López Quintás sigue la huella de ese anhelo del Sumo Bien mediante un estudio detenido de los textos de cada uno de los cuatro filósofos, muy diversos entre sí, que nos definen sus trayectorias intelectuales y espirituales. 

Logra situarnos en la perspectiva con la que cada uno de ellos recorrió  su camino en busca de la verdad del ser humano y de ese estado de posesión del bien permanente  que toda persona ansía. Y al darnos la perspectiva, señala también las dificultades que tuvieron que salvar por partir de planteamientos ideológicos alejados o incluso radicalmente contrarios al Dios de Jesucristo.


Resulta muy sugerente el uso de la conocida teoría del encuentro, que utiliza el autor para describir el camino de la realización del hombre, tanto en el plano humano como en el de sus relaciones con Dios: estamos hechos para salir al encuentro de los demás y de Dios. Dios mismo, que es nuestro Creador, nos sale al encuentro en Jesucristo, y el camino de la felicidad (que eso significa la santidad) es el encuentro con Jesucristo, la identificación con Él.


Interesante la diferencia que descubre entre el Unamuno que conocemos y el que se confiesa en su Diario íntimo, muy poco conocido y más cristiano, sobre todo a raíz de la luz intelectual que recibió en 1897, en la que vio que “el conocimiento de lo valioso exige compromiso personal por parte del cognoscente”.


Estas son algunas de las observaciones de López Quintás que me han parecido más dignas de reflexión:


Lo mejor de mí mismo no es lo que soy cuando me encapsulo en mis intereses egoístas y me afirmo frente a todo lo que considero ajeno; es lo que voy llegando a ser a través del riesgo de la entrega a realidades valiosas.” 


Lo que más une a las almas es la experiencia en común del dolor. Amar es compadecer.” 


“No se trata de poseer verdades –como hacen los intelectualistas- sino de dejarse poseer por la verdad. La actitud intelectualista –objetivista, dominadora, distanciadora del objeto  de conocimiento- provoca el agostamiento espiritual del hombre, porque lo aleja de cuanto está destinado a nutrirlo.” 


“El impulso creador procede de las realidades que rodean al hombre y le invitan al encuentro; y no del yo solo y seco, que se agota en sí mismo y es incapaz de suscitar alegría.


Unamuno, en la línea de San Agustín, Pascal... descubre que la bondad es criterio de verdad porque es fundadora de campos de juego y de iluminación entre los hombres. La luz brota en el encuentro, y éste pende de la actitud de apertura generosa. Condúcete como si creyeras, y acabarás creyendo.” 


Formarse no es en primer lugar adquirir erudición, dominar la realidad con el conocimiento, ficharla, inventariarla para tenerla a buen recaudo. Significa configurar el propio ser conforme a un modelo (Bild) esencial. Formarse es ponerse en disposición de conferir al propio ser la figura que le corresponde. La figura del ser humano es relacional. La formación se logra en el encuentro. El hombre fue creado por una llamada, una llamada al encuentro. Encontrarse es primariamente responder a una llamada creadora. En esa respuesta radica la verdadera formación.”