Foto Levante-EMV |
El apacible peatón esperaba en la acera a que el semáforo se pusiera verde. Los coches pasaban veloces frente a él. Giró la cabeza para mirar atrás, contento en la soleada mañana valenciana. Contemplaba la puerta del supermercado, y entonces lo vio.
De la puerta del supermercado salía un chinito menudo de apenas 3 años. Su cara, pícara y juguetona, delataba que huía a escondidas de su cuidadora. El chinito, viéndose libre en la calle, con sus pasos aún torpes, echó a correr en dirección al apacible peatón y a la calzada por la que pasaban veloces los coches, y tras ellos el autobús enorme de la EMT.
El apacible peatón vió el peligro justo en el momento en que el chinito aceleró increíblemente su velocidad. Girado hacia atrás como estaba, el apacible peatón alargó el brazo izquierdo para detener al chinito. Ya casi lo tenía a su alcance, bastaba ladear la pierna izquierda y tendría al chinito contenido.
Pero allí estaba, desapercibido a sus espaldas, el bolardo traicionero, puesto por un ayuntamiento obsesionado con que los coches no se suban a las aceras. Su pierna izquierda, en el rápido giro, chocó con el bolardo, y el apacible peatón salió volando por encima del bolardo hacia la peligrosa calzada por la que pasaban veloces los coches. Y el inmenso autobús de la EMT a escasos metros, veloz también.
Estirándose en el aire según caía, el sufrido peatón logró frenar de un manotazo la carrera del chinito, que también cayó al suelo, llorando asustado. El niño cayó en el borde de la calzada, pero al sufrido peatón le pasaron rozando varios coches y el inmenso autobús de la EMT.
Gracias a Dios todo quedó en el susto, los buches y unos pocos moratones de nuestro sufrido peatón.
Anden con ojo con los bolardos. ¿Cuántos accidentes hacen falta para que el ayuntamiento deje de sembrarlos con tanta profusión por las aceras?