Decía Edith Stein que quien busca con
sinceridad y apasionadamente la verdad está en el camino de Cristo. Hablaba de
su experiencia. Como verdadera filósofa, buscaba siempre la verdad, y quedó
deslumbrada por la sincera y sencilla luminosidad que transmite El libro de la
vida, de santa Teresa de Jesús. Dios se sirve del encanto de unas palabras
verdaderas, escritas por una persona santa, para adentrarse en el alma de quien
lee con espíritu abierto a la verdad.
Ha escrito Benedicto XVI, en su
magnífico Jesús de Nazaret, que la salvación no se alcanza viviendo cada cual
su religión o su ateísmo, como sostiene cierto pensamiento actual. Dios nos pide
mantener el espíritu despierto para poder escuchar su hablar silencioso, que
está en nosotros y nos rescata de la simple rutina conduciéndonos por el camino
de la verdad: un camino que finaliza en Jesucristo.
Quien mantiene el espíritu despierto,
está en condiciones de escuchar ese hablar silencioso de Dios en todo cuanto
contenga chispazos del ser de Dios, que es la Verdad, el Bien, la Belleza, el
Sumo Amor.
Si Dios se sirvió, en el caso de Edith Stein, de la autobiografía de una santa, también la buena música contiene un
resplandor divino capaz de elevarnos hasta el Creador. Lo saben bien los amantes de la música, como Benedicto XVI: «La música puede abrir las mentes
y los corazones a la dimensión del espíritu, y llevar a las personas a levantar
la mirada hacia lo Alto, a abrirse al Bien y a la Belleza absolutos, que tienen
en Dios su fuente última.»
Esta reflexión viene tras la relectura de El hecho
extraordinario, una carta en la que narra su conversión Manuel García Morente. Filósofo, catedrático de Ética de la Universidad de Madrid, buen amante de la música, alumno de la Institución Libre de Enseñanza y ateo declarado, al comienzo de la
guerra civil fue destituido de sus cargos en la universidad, y huyó a Francia
cuando recibió aviso de que planeaban asesinarle.
Refugiado en casa de unos amigos en
París, una noche de 1937 reflexiona sobre su vida. ¿Quién está detrás de mi
existencia? ¿Quién conduce mi vida, pues soy consciente de que ni me la he dado
a mí mismo ni la conduzco? Y en ese momento aparece en su mente la idea de la
providencia divina. Se asusta ante semejante pensamiento, impropio de un ateo,
y para despejarse enciende la radio y escucha música clásica.
Y al cabo de un momento llega a sus
oídos “algo exquisito, suavísimo, de una delicadeza y ternura tales, que nadie
puede escucharlo con los ojos secos. Cantábalo un tenor magnífico, de voz
dulce, aterciopelada, flexible y suave, que matizaba incomparablemente la
melodía pura, ingenua, verdaderamente divina.” Se trataba de un fragmento de La
infancia de Jesús, del compositor francés Héctor Berlioz.
Todo parece
indicar que escuchó El descanso de la Sagrada Familia, el movimiento
coral que aparece en el minuto 48:46 de la versión insertada arriba. En ese pasaje, “la dulce y penetrante
música de Berlioz” ilumina con luz maravillosa la representación que imprimen
en su mente las palabras de la Virgen María: “Ved esta hermosa alfombra de
hierba suave y florida / el Señor la tendió en el desierto para mi Hijo.” Y en
ese momento, música y letra se funden en una visión que “tuvo un efecto
fulminante para mi alma.”
García
Morente cae de rodillas, y recuerda su niñez, cuando rezaba junto a su madre, recostado en su
regazo y ambos de rodillas. Y las palabras del Padrenuestro, casi olvidadas,
acuden a sus labios…
Todo lo bello
nos acerca a Dios, porque procede de Dios. Cultivemos el arte de lo bello:
desde la contemplación de la naturaleza hasta la belleza que se esconde en un
amable gesto de servicio; desde la lectura reposada de textos sublimes (hay tantos) hasta la escucha silenciosa de los grandes maestros de la música: esa
música que “al elevar el alma a la contemplación, nos ayuda a captar los
matices más íntimos del genio humano, en el que se refleja algo de la belleza
incomparable del Creador del universo.” (Benedicto XVI).
De todo lo bello y de todo lo bueno puede
servirse Dios para adentrarse en nuestra alma, si le buscamos con un corazón
sincero. Y sin miedo al compromiso que la verdad exige. García Morente se
comprometió con la verdad recién descubierta: se convirtió, volvió a la Iglesia
católica, en 1938 regresó a España y en 1940 fue ordenado sacerdote. Era el
camino que Dios, sabio Conductor, tenía previsto para él.
P/D: García Morente escucharía también, en ese momento o más tarde, el fragmento que precede a El descanso de la Sagrada Familia. Es el precioso movimiento La despedida de los pastores (minuto 44:44), una tierna melodía con la que la masa coral despide a Jesús, María y José cuando tienen que huir a Egipto.
Peter Seewald, en
su magnífica biografía de Joseph Ratzinger, se refiere con frecuencia al estilo
literario de los escritos del teólogo. Dotado de un espíritu abierto a la
belleza y el arte, gran amante de la música, los escritos del futuro Benedicto
XVI aparecen dotados de una atractiva y cautivadora musicalidad, que guía
apaciblemente a la mente y la pone en suerte ante la verdad y el bien.
Los textos de Ratzinger «desbordan de un suave entusiasmo que
cautiva irresistiblemente al lector y oyente», en especial a través de «una musicalidad
perceptible incluso en la elección de las palabras y la construcción de las
frases».
Cuenta Sewald que el sacerdote y escritor Elmar Gruber, que
fue alumno de Ratzinger, define su estilo como un «lenguaje totalmente nuevo» y
una forma de interpretar la Biblia hasta entonces desconocida, reconocible ya
en las primeras clases y conferencias del futuro papa: «Se expresaba como un
libro abierto. Nunca se equivocaba ni repetía. Se podía taquigrafiar lo que
decía y al final tenía uno un escrito rigurosamente estructurado»
Gruber memorizaba en vacaciones frases enteras de Ratzinger
«para interiorizar en la medida de lo posible su brillante lenguaje». Analizó
la gramática y la sintaxis de los textos del profesor y llegó a la conclusión
de quelo específico y totalmente nuevo de su discurso era el
fascinante manejo de imágenes, signos y símbolos mediante los cuales iniciaba
en el misterio de Dios con mucha mayor profundidad de lo que permiten las
definiciones racionales.
El pensamiento meditativo, reflexivo (o sea, la inteligencia
emocional), es su fuerte y a través de él lograba entusiasmar a sus oyentes,
mientras que su talento racional, junto con sus dotes verbales, suscitaba
admiración ilimitada. Ya le escuchara una homilía, una meditación, una clase,
uno siempre se marchaba conmovido, entusiasmado y consolado, anticipando ya con
alegría el siguiente encuentro».
El magnetismo que Ratzinger ejercía sobre sus oyentes se
basaba, además de en su lenguaje y modo de exponer los contenidos, sobre todo
en lo que Gruber caracteriza como una «teología verosímil». Resultaba
fascinante «porque uno siempre tenía la sensación de que le estaba ofreciendo
respuestas a preguntas concretas». El exalumno de Ratzinger dice haber recibido
de su profesor una «fe sanadora».
Gruber es también psicoterapeuta y se ha visto confrontado,
en el acompañamiento de potenciales suicidas, con enfermedades «que ya no
podían tratarse con medicamentos». Justo en este ámbito, la conciencia de que «es
bueno que yo exista y, además, tal como soy», conciencia que Ratzinger ha
favorecido con su teología, «resulta esencial para la curación de muchas
enfermedades en el ámbito psico-corporal». Ratzinger, según Gruber, transmitía
con absoluta autenticidad una motivación
existencial básica: «En vez de adoptar un tono puramente
científico-objetivo, hablaba sobre realidades tratando siempre de mostrar su
referencia existencial al ser humano, con lo que esas realidades empezaban a
influir en la vida de las personas».
Cuando fue elegido papa, el periodista alemán Jan Ross
escribió: “El cristianismo es una instancia históricamente acreditada de
formación de la conciencia, como memoria ético-cultural sin la cual se corre el
peligro de recaer en la barbarie. Ratzinger fue elegido papa sobre todo por su
capacidad de explicar la fe, de hacer que resulte iluminadora y convincente.”
Leer a Ratzinger, efectivamente, es un regalo para la mente y
el espíritu. Pruébenlo si aún no lo han hecho. Aunque a veces parezca arduo, vale la pena. A través de
ese estilo está hablando la sabiduría. Y la sabiduría mueve al corazón para obrar el bien. Sabe de eso mucho Peter Seewald: sus conversaciones con Ratzinger le pusieron en suerte ante Dios.
En la anterior entrada escuchábamos el tema central de la música que
Geoffrey Burgon compuso para la versión televisiva de Retorno a
Brideshead.
George Weigel señalaba que esa música ofrece un fondo sonoro perfecto para
el mensaje que Evelyn Waugh quiere transmitirnos: la decisiva realidad del amor
en nuestras vidas, ya que hemos sido creados por amor y para amar.
El amor está en el centro de nuestra condición humana, y no es un vago
sentimentalismo: se trata de ese amor que Dante refleja en su Divina Comedia
como “el Amor que mueve el sol y las demás estrellas”.
Añade Weigel que esa decisiva realidad del amor está expresada, de un modo
todavía más sublime, en el himno Ubi caritas et amor (Donde hay
caridad y amor, allí está Dios). Se trata de una de las más bellas
composiciones de la tradición católica.
El Ubi caritas se canta especialmente en la Misa de la Cena del Señor, el Jueves Santo, mientras el celebrante lava los pies a doce miembros de la
comunidad (como hizo Jesús con sus discípulos en la Última Cena). Se suele cantar también durante la comunión de los fieles. Y
dice así:
Ubi caritas et amor Deus ibi est.
Congregavit nos in unum Christi amor.
Exultemus, et in ipso iucundemur. Timeamus et amemus Deum vivum.
Et ex
corde diligamus nos sincero.
Donde hay caridad y amor, allí está Dios.
El amor de Cristo nos ha
reunido en unidad.
Saltemos de gozo y alegrémonos en Él.
Temamos y
amemos al Dios vivo,
y amémonos con corazón sincero.
Vale la pena escuchar dos de las mejores versiones de ese maravilloso
himno, compuesto en el siglo VIII por Paulinus de Aquileia. La serena melodía gregoriana que encabeza esta entrada es la más conocida.
El compositor francés Maurice Duruflé creó en 1960 esta otra
versión del precioso motete. Entronca con la versión gregoriana, pero añade una
armonía contemporánea, con varias voces que se interpelan, se separan y
vuelven a unirse, recordándonos que donde hay amor y caridad, allí está Dios:
Como señala Weigel, a través de una misteriosa interacción de texto y
música el motete logra captar la sed de amor que tiene el ser humano, el
esfuerzo por encontrar los amores más puros, la escala del amor a la que
Cristo nos invita, el perdón de Cristo que hace posible la subida a los
auténticos amores, de modo que el amante pueda amar al Amor eternamente.
Estamos ante el núcleo central de la religión católica: el amor es la
realidad más viva que existe, porque el propio Dios es amor.“Es cuestión
de dejarse asir por la Verdad que es Amor, el Amor que se encarnó en el mundo
en la persona de Jesús de Nazaret, sobre todo en su pasión, muerte y
resurrección.”
Y nos encontramos con Jesús en su Iglesia, que es también esa misteriosa pero
viva realidad que llamamos «Cuerpo místico de Cristo», en la que sus miembros, siendo pecadores, saben que están llamados a
subir por esa escala del amor que les une cada vez más estrechamente a su
Cabeza, que es Cristo mismo, el Amor de los amores.
“Nunca pretendas conseguir algo menos que la grandeza moral y espiritual que
por la gracia puedes alcanzar”, concluye Weigel.
Retorno
a Brideshead, publicada por primera vez en 1945, es la novela más famosa del
escritor inglés, Evelyn Waugh (1903-1966). En los años 30, tras el divorcio con
su primera mujer, Waugh se convirtió al catolicismo.
En
su interesante Cartas a un joven católico, George Weigel hace un agudo
comentario a esta novela, que considera un referente para entender en qué
consiste la conversión al catolicismo. Para Waugh, el castillo de Brideshead,
como el Castle Howard en que se rodó más tarde la película basada en la novela,
no es simplemente el escenario en que transcurre gran parte de la acción, que
además ofrece un marco de belleza magnífico.
Gracias
al arte y la intuición de Waugh, todo se transforma en un lugar emblemático
en el que se puede observar el proceso de una conversión al catolicismo, un
lugar privilegiado en el que podemos ver cómo un personaje asciende por la
escala del amor. Porque al fin y al cabo, hablar de catolicismo es hablar de la
acción de Dios, que es Amor, en el mundo. Y de su Amor proceden todos los demás
amores que merecen ese nombre.
En Retorno a Brideshead, Evelyn Waughofrece una penetrante visión del
catolicismo. Cuando en plena fiesta, una imponente matrona pregunta al
protagonista cómo es que él, prominente católico converso, puede comportarse
de manera tan descortés, Waugh replica: «Señora, si no fuera por mi fe, yo
apenas sería humano».
Ese comentario, más allá de la ironía o el
sarcasmo, encierra una convicción humilde, que nos recuerda lo que el propio Evelyn
Waughhabía escrito a su amiga Edith
Sitwell, escritora como él, cuando fue admitida en la Iglesia Católica:
“¿Debería yo, como padrino, ponerle a
Vd. en guardia sobre los probables sobresaltos que le aguardan en el aspecto
humano del catolicismo? En realidad, no todos los curas son tan inteligentes y
tan amables como el Padre D’Arcy y el Padre Caraman. (En mi libro, el caso de
aquel que va a confesarse con un espía es una experiencia real.) Por mi parte,
estoy seguro de que Vd. conoce el mundo lo suficientemente bien como para saber
que hay católicos presuntuosos, rudos, perversos y maleducados. Yo me digo continuamente
a mí mismo: «Sé que soy horrible; pero cuánto más horrible sería si no
tuviera fe». Una de las alegrías de la vida católica consiste en reconocer
las pequeñas chispas de bien que saltan por todas partes, igual que los
ardores de los santos.”
Retono a Brideshead es una obra que muestra cómo pequeñas chispas de bondad
puedan acabar provocando llamaradas de auténtica conversión. Como dijo el
propio Waugh, la obra muestra «los efectos de la gracia divina en un grupo
de personajes diferentes, pero estrechamente vinculados».
Se trata de una novela sobre la conversión; pero una conversión entendida
como disposición a subir los escalones, muchas veces demasiado empinados, de
la escala del amor. Una escalera que comienza con la juvenil amistad del
protagonista, Rydler, con Sebastian, que implica un juego no exento de
perversión.
La escala sigue más tarde con un amor más elevado y noble con Julia, aunque
adúltero por ambas partes, y por eso limitado. Ese amor no puede sino acabar en
tristeza, porque está muy alejado del idílico paraíso que soñaban y al que por
ese camino nunca llegarán. Ese amor mutuo está muy lejos del verdadero amor y
de sus exigencias. Sólo cuando lo reconocen, cuando aceptan admitir que su
situación es de pecado, sólo entonces son capaces de afrontar el último
escalón, el del verdadero amor. Y por eso de mutuo acuerdo se separan.
Es entonces, cuando han aceptado separarse, cuando se enfrentan al último
peldaño: el del amor de Dios manifestado en Cristo. Han pedido una señal que
les permita dar ese salto definitivo, y la reciben ante el lecho de muerte de lord Marchmain. Éste se encuentra ya en estado de coma.
Todos pensaban que Marchmain vivía alejado de la religión, y de hecho así
era. Pero sucede algo inesperado: el lord está en coma, inconsciente, y entra
el sacerdote para ungirle con la Unción y absolverle de sus pecados. Y mientras
le absuelve, de manera imprevisible, la mano derecha del lord se mueve
pausadamente hacia su frente, y luego baja hacia el pecho… y hace completa la
señal de la cruz, ante la mirada atónita de todos. Era la señal que ambos,
Julia y Rydler, pedían para dar el paso definitivo hacia su conversión.
No es pues esta obra una mera sátira social de su época (tan frecuente en
otras de las novelas de Waugh). Ni tampoco evocación nostálgica de un suntuoso
pasado. Ni una prueba más de ese estilo refinado y un tanto amanerado con que
Waugh y otros autores ingleses han recreado la vida social de esos años.
Estamos ante una novela sobre la conversión, por otra parte magistralmente
puesta en escena, en la que se muestra cómo el amor es algo superior y muy
distinto al sentimiento.
El amor es un impulso interior de carácter espiritual, un anhelo de
comunión, incapaz de ser saciado por amores raquíticos. No es un camino fácil,
pero es posible, ascender por la escala del amor. Para ascender es preciso
reconocer que el estado en que uno se encuentra es insuficiente, pedir perdón y
reconciliarse, haciéndonos responsables de nuestros actos.
La novela fue recreada
con éxito en 1981 en una serie de diez horas de duración para la televisión
británica: una adaptación muy fiel al espíritu de la novela, en la que
intervinieron artistas de la talla de Diana Quick o Sir Laurence Olivier. La inspirada música de Geoffrey Burgon, que abre esta entrada, suena
magistralmente como una imagen de que el amor está en el centro de nuestra
condición humana, muy alejado del mero sentimentalismo.
No podía ser de otro modo, puesto que Dios es Amor y nosotros
imagen suya, en camino hacia la identificación con Él si sabemos ir subiendo
los peldaños de calidad del amor, que nos alejan del egoísmo y nos acercan al
verdadero Amor.
No
sucedió lo mismo con la película que en 2008 dirigió Julian Jarrold para la
gran pantalla. Una película que deja vacío, o al menos tergiversa, el sentido
de la novela de Waugh, y roba al espectador la esencia de una historia –la de
la novela original- que ha emocionado a millones de espectadores, tanto
creyentes como ateos.
He
vuelto a ver Converso, la sencilla y genial película documental de David Arratibel.
Y me ha conmovido aún más que la primera vez. Es un documento humano, real,
hilvanado sin sofisticación mediante llanas y genuinas conversaciones entre los
miembros de una familia, que por fin, gracias al propio documental, encuentran
la ocasión de sincerarse sobre lo esencial y –sorprendentemente- siempre
rehuído: su encuentro personal con Dios.
Pero
en esta segunda visualización he descubierto un protagonista subyacente: la
música. Y no cualquier música, sino una de las más sublimes jamás compuestas en
la historia de la música: el O Magnum Mysterium, antífona del II Domingo de
Pascua, de Tomás Luis de Victoria.
En
la familia Arratibel hay profesores de música y un buen organista, y cantan
esa pieza a capella, como broche de cierre perfecto para el documental. Me ha
cautivado de tal manera esa melodía que la he buscado en la red. Así suena:
Esa melodía no la puede componer cualquiera. Hace
falta finura especial, sintonía con lo espiritual, deseo de poner la música al
servicio de lo sagrado. He buscado saber más de su autor. Y me he encontrado
con esta pequeña y significativa biografía de Tomás Luis de Victoria, uno de esos
luceros que brillaron en el firmamento del nunca suficientemente bien ponderado
Siglo de Oro español.
Nacido
en Ávila en 1548, de familia cristiana, muy joven sintió la llamada al
sacerdocio y entró a formar parte del coro de la catedral, donde recibió su
primera formación musical. Uno de sus hermanos era amigo de santa Teresa de
Ávila. A los 17 de años se trasladó a Roma para seguir sus estudios
sacerdotales y perfeccionar los conocimientos musicales como organista y
compositor. Su gran maestro fue Palestrina, el famoso compositor italiano, aunque siempre se mantuvo fiel a un
estilo propio, claro, sereno, de sobriedad castellana, que llegó a influir en alguna
de las obras del propio Palestrina.
Los
autores de esta biografía resaltan que Tomás Luis de Victoria, a diferencia de
otros compositores de la época –y especialmente los de Roma o la escuela
flamenca- no escribía según le surgía la inspiración, o por ansia de componer,
sino por la necesidad que sentía de contribuir al engrandecimiento del Reino de
Dios a partir de lo que sabía hacer: componer música. Por eso fue sobrio no
sólo en el estilo, sino también en la cantidad: mientras que Palestrina
escribió 300 motetes y 153 misas, Victoria se limitó a 50 motetes y 21 misas.
En su producción destaca el Oficio de Difuntos para los funerales de María de
Austria, hermana de Felipe II, que fue su protectora en las Descalzas Reales:
El
Oficio de Semana Santa es considerado una de las obras cumbre de Victoria, y
quizá de la música. Contiene todos los textos litúrgicos desde el Domingo de
Ramos hasta el Domingo de Resurrección. Incluye un bellísimo Pange lingua a 5
voces:
La
serenidad de la música de Victoria contrasta con la complejidad típica de la escuela flamenca.
Victoria sacrifica las posibilidades de su genio musical y su técnica en
beneficio de la comprensión de lo que se canta, siguiendo fielmente en esto las
disposiciones del Concilio de Trento: la música no debía ser un elemento
decorativo o de entretenimiento, sino parte importante de la liturgia, que
debía ser inteligible para los fieles. Esta fue también una constante de la
música litúrgica de la escuela española: simple, austera, sin artificios, que
acompañase a los fieles hacia la contemplación del misterio divino expresado en
los textos sagrados.
Otra
nota que se percibe en la obra, y en la vida, de Victoria es su ausencia de
protagonismo, su olvido de sí mismo. A diferencia de otros grandes autores del
momento, queacostumbran ilustrar la
portada de sus obras impresas con un retrato del autor, Victoria no lo hizo, y
de hecho no existen retratos suyos.
Ponía
por entero sus composiciones al servicio del fervor religioso, y ese es el
secreto de que consiguiera una expresividad musical no superada por ninguno de
sus contemporáneos. Es una impronta tan personal que no es posible adscribirlo
a ninguna otra escuela. De hecho, influyó en otros autores españoles y en su propio
maestro Palestrina, que asumirá en los últimos años de su vida el dramatismo
realista propio de Victoria.
Una
anécdota significativa muestra el diferente modo de ser de Palestrina y de
Victoria. Giovanni Pierluiggi da Palestrina, que estaba casado y tenía dos hijos de la edad de Tomás Luis de Victoria, siendo ya mayor enviudó. Muchos pensaron que quizá se retiraría a un
convento para seguir componiendo música piadosa. Pero no solo se casó de nuevo con
una rica mujer, sino que además abrió un negoció de pieles para suministrar
vestimentas a las autoridades romanas y a la Curia. En contraste, ya en esos
momentos Victoria ansiaba volver a España, no estaba a gusto en el bullir
romano. Soñaba con la vuelta a Castilla, donde todo invitaba al recogimiento y a
la oración. Esos caracteres tan distintos, y complementarios desde luego, pues
en cualquier vida honesta se puede dar gloria a Dios, marcan también los
diferentes estilos de cada uno.
Era
frecuente en esa época tomar como base para la música religiosa melodías
procedentes de la música profana. Fue famosa por ejemplo la canción L’HommeArmé, melodía favorita de Carlos I, sobre la que Cristóbal Morales compuso dos Misas e inspiró también a
otros autores. Sin embargo, esta práctica no fue usada por Victoria, incluso
antes de que la prohibiera el Concilio. Victoria solo escribió música propiamente
religiosa, inspirándose en antífonas del canto gregoriano o en su propio genio creativo. La única excepción fue la Misa pro Victoria, que se compuso sobe
la canción La Guerre, de Janequin, y dio origen a la Misa de batalla. Está compuesta a
base de notas cortas y repetidas con aire de fanfarria, con un estilo
concertante nada usual en Victoria. La dedicó a Felipe II.
Victoria
rehuyó la vida placentera romana, y fue progresivamente sumergiéndose en la
oración y contemplación que subyace en su obra. Señal de esa inmersión hacia el
mundo interior es también que a partir de cierto momento deja de dedicar sus
obras a personajes de la realeza o de la Curia, para dedicarlos a la
Virgen o a la Santísima Trinidad. Se percibe que su intención es volcarse en la
contemplación de lo divino, y así logra que también el oyente se sienta
sumergido en ese mundo contemplativo.
Él
mismo lo explica: “He procurado no ser del todo ingrato con Dios, de quien
todos los bienes proceden, por esta gracia y beneficio de Dios que me ha
concedido y que me inclina por cierto natural instinto a la música sagrada, no
sin frutos por lo que oigo decir a otros…” El verdadero destinatario de sus
obras es Dios.
En
la misma línea escribe a Felipe II, cuando está a punto de regresar a España:
“Ya desde el principio me propuse no fijarme en el solo deleite de los oídos y
del ánimo, ni del contentarme con este conocimiento, antes bien, mirando más
allá, resolví ser útil, dentro de lo posible, a los presentes y a los venideros
(…) ¿A qué mejor fin debe servir la música, sino a las sagradas alabanzas de
aquel Dios inmortal de quien proceden el ritmo y el compás, y cuyas obras están
dispuestas en forma tan portentosa que ostentan cierta armonía y cántico
admirables?”
En
la obra de Victoria no hay desnivel de calidad, y toda ella es de grado notablemente
superior al de sus contemporáneos. Abundan los temas eucarísticos y marianos:
Salve Regina, Alma Redemptoris Mater, Ave Regina. Quizá su máximo esplendor lo
alcanza en los motetes de la Pasión. Hay un dramatismo realista, común a
composiciones españolas de la época, que los distingue claramente del resto de
escuelas europeas, motivado por la profunda y sincera religiosidad, y también
por las circunstancias especiales de la situación política, económica y
cultural, que dieron un sello propio y esplendoroso a la España del Siglo deOro, que abarca desde finales del siglo XV (1492, año del fin de la Reconquista
y del descubrimiento de América) hasta mediados del siglo XVII.
Fue
una época en la que alcanzaron excelencia todas las áreas del saber y la
cultura en España. Fue mítico el prestigio de las universidades de Salamanca y
Alcalá de Henares. En la famosa Escuela de Salamanca tuvo su origen el Derecho
de Gentes, precursor de los Derechos Humanos, basado en la ley natural e
iluminado por la fe cristiana según la cual todos somos hijos de Dios y hermanos.
En
la literatura surgen figuras inolvidables como Miguel de Cervantes, Lope de
Vega o Calderón de la Barca. En la mística, San Juan de la Cruz, santa Teresa
de Jesús o fray Luis de León. Grandes fundadores y promotores del saber, como
san Ignacio de Loyola. Pintores como Velázquez, José de Ribera o Ribalta.
Escultores como Berruguete, arquitectos como Juan de Herrera… Y en esa pléyade
irrepetible, brilla la música sacra de Tomás Luis de Vitoria.
Nuestros
bachilleres deberían retomar el estudio del Siglo de Oro español. ¿Por qué se
ha retirado de los planes de estudio, hasta el punto de que probablemente no ya
los alumnos, sino muchos de sus profesores ni siquiera hayan oído hablar de que
exista un Siglo de Oro español? Los prejuicios que lanzaron los enemigos
políticos de España –y de la Iglesia católica, de la que España era un bastión-
sin duda han llegado hasta nuestros días, tratando de ocultar con su basura los
ricos manantiales de humanidad que fluyeron aquellos años en España. Y que aún
están ahí, ofreciendo su saludable influencia. Resultan
proféticas las palabras mencionadas de Victoria a Felipe II: “… resolví ser
útil, dentro de lo posible, a los presentes y a los venideros.” Y vaya que lo
ha sido y seguirá siendo.
El Siglo de Oro nos enseña cómo el ser humano, puesto en ambiente favorable ante
la trascendencia, ante Dios, es capaz de alcanzar las más altas cotas de ciencia y cultura,
de verdad, bien y belleza. El influjo benéfico de la estela que levantaron aquellos
hombres y mujeres españoles del siglo XVI sigue llegando hasta nosotros.
De
ese benéfico influjo es testigo discreto este buen documental, que muestra que
las creaciones musicales, cuando salen de personas que rezan, son capaces de penetrar
los abismos celestiales y plasmarlos en melodías, que al ser escuchadas toman nuestra
mente y nuestro corazón y los alzan de vuelta hacia las intimidades divinas.
Aunque
de lo que es mejor testigo el documental Converso es de la acción del Espíritu Santo en
la historia y en cada alma. Sigue soplando donde quiere y como quiere.
Mayormente allí donde alguien implora su acción y busca sinceramente la verdad.
Cuando
un grupo de jóvenes entusiastas se reúne con un objetivo común, aquello resulta
imparable. Si además cada uno de ellos es un buen profesional de lo suyo, y lo
suyo tiene que ver con áreas tan sensibles como la música, la comunicación, la
tecnología o la educación… no hay objetivo al frente que se resista.
Es
lo que ha pasado con el Concierto Harambee&Rock, organizado en Valencia a
favor de la ONG Harambee, que presta apoyo económico a proyectos de educación y
sanidad en países del África Subsahariana.
A
Javier
le pareció que dar a conocer la dura realidad de la mujer africana, tan alejada
de las posibilidades de recibir educación, bien merecía el esfuerzo de
organizar un buen concierto. Música con causa, para sensibilizar a muchos
jóvenes y fans de la buena música. Desde aquí podemos ayudar a muchos africanos y africanas que
trabajan de firme para construir un futuro mejor en sus países. Que no se diga que no encontraron en nosotros un apoyo solidario.
Javier es CEO de Oongaku,una firma de eventos y música en directo. Él diseñó el planazo: una tarde-noche de
conciertos de rock, flamenco y Dj’s para pasarlo en grande y destinar todos los
ingresos a un proyecto actual de Harambee: la Escuela Rural Ilomba, de Costa de
Marfil, que proporciona capacitación profesional y atención sanitaria a mujeres
sin recursos.
En
cuanto Javier habló de Harambee con varios de sus amigos músicos, se ofrecieron
a actuar desinteresadamente.Formaron un
fantástico grupo de pop-rock, Los Guacalitos, que alegraron la noche con esas
canciones que sólo empezar a oírlas te pones a dar palmas y danzar. El
percusionista es Álvaro, hermano de Javier- que imprimió un ritmazo genial. Y
la solista, Sandra, estuvo admirable, con los temas más rumberos y divertidos.
Para
el cierre se ofreció lo mejor de la música electrónica valenciana, The
Basement, que enseguida anunció el evento en su sitio web, con el corazón
en la mano: “Puede que no todos, pero en ocasiones –cegados probablemente por
vivir en un paraíso como Valencia- nos olvidamos de lo duro que resulta vivir
en ciertos lugares del globo. En theBasement somo profesionales del disfrute y
los gozanales de fin de semana pero no queremos perder la oportunidad de ayudar
siempre que se nos requiera o necesite”. Y la verdad es que cumplieron.
Estuvieron geniales.
Por
su parte Ignacio, catedrático de la Universidad Politécnica y colaborador
habitual de Harambee, se puso en contacto con Nacho Baños, uno de los mejores
expertos mundiales en guitarras
eléctricas, que además es un artistazo del rock y lidera la banda Tres hombres , con Manuel a la
batería y Yago al bajo. Respondieron generosamente enseguida. Su
intervención fue apoteósica, imprimiendo ritmazo a la noche desde el minuto cero.
En
una de las pausas entre grupo y grupo, Patxoentrevistóa Harounna Garba,
apasionado colaborador de Harambee desde que lo conoció. Harounna contó su larga
aventura para llegar en patera a España desde su país, Togo.
Garba
dejó claro lo que necesita África: “No necesitamos comida. Necesitamos
formación. Es lo que hace Harambee. Vosotros, que tenéis corazón, y queréis
ayudar, no deis vuestra ayuda a cualquiera. Ayudad a Harambee, porque yo he
visto lo que hace Harambee. Harambee da formación, que es lo que necesitamos. Harambee
cuida a las personas."
"Si yo hubiera tenido Harambee no me habría tenido que
jugar la vida viniendo hasta aquí.Tuve suerte porque llegué, y me encontré con
gente de corazón, como la gente de Harambee y la gente de Xabec . Yo quiero para mi país Harambee. Por
favor, vosotros, que también tenéis corazón y por eso estáis aquí, ayudad a
Harambee, que es una obra buena, muy buena”.
El
mensaje de Garba emocionó. “Al escuchar a Garba se me ha hecho un nudo en la
garganta. Me ha costado arrancar…”, contaba Sandra, solista de los Guacalitos.
Pero poco después cantaba rumbas como nunca.
En
el equipo joven y entusiasta de HarambeeVLC también está Ignacio Gil, @nachter para
sus conocidos de Instagram. Movió el evento en las redes, y varios miles de sus
seguidores fliparon en directo. Patxo Grau le entrevistó en otra de las pausas.
Una entrevista divertida, pero “con cosas dentro”, sobre la influencia y los
influyentes y lo que de verdad vale la pena. Y además sorprendió a todos con un
espectacular
beatbox, arte que domina como pocos.
La
hucha grande de la barra del bar se llenó de monedas para Ilomba. Y las pulseras Harambee, auténticas joyas hechas con mimo y piedras africanas por el entusiasta equipo de Nina, estuvieron muy solicitadas, también por el vecindario que miraba la fiesta con envidia. También por un nutrido grupo de moteros nórdicos, "que casualmente pasaban por allí" y quisieron sumarse y brindar por el futuro de África.
Una noche genial
y un planazo, de los que no dejan el corazón vacío, sino bien lleno. Porque
tiene sentido. Y por eso conviene repetirlo y que cunda el ejemplo.
“Nunca
se borrarán las huellas de las personas que caminaron juntas” dice uno de los
lemas africanos de Harambee. Pues no te digo si,además de caminar, bailaron…