Luz del Mundo. Benedicto XVI. Peter Seewald. Ed. Herder
Joseph Ratzinger, como
papa Benedicto XVI, responde en este libro a las preguntas que le formula el
periodista alemán Peter Seewald, acerca de la situación del mundo y de la
Iglesia, y los retos que debe afrontar la sociedad en los próximos decenios.
Un libro que ilumina cuestiones que inquietan hoy a todos, como la estabilidad de los
sistemas democráticos, las relaciones con el islam o los valores que deberíamos
compartir. Anoto alguna de las ideas que me han parecido más importantes,
aunque vale la pena leer el libro íntegro y con calma: forma la mente y enseña
a razonar con rigor.
Presencia de Dios en
el mundo
Vivimos en una
década, afirma el Papa, decisiva para el futuro de la humanidad. ¿Cómo estamos
preparando a la próxima generación para afrontar los problemas que le dejamos
en herencia? La sociedad occidental corre peligro de hundirse en el abismo si pierde de
vista los valores sobre los que se ha fundado y han contribuido a su
desarrollo.
Si el cristianismo pierde su fuerza configuradora, ¿quién lo
sustituirá? ¿Una sociedad civil arreligiosa, que no tolera la relación con Dios
en su estructura? ¿Un ateísmo radical que combate los valores de la cultura
judeo cristiana? ¿Hacia dónde se dirige una sociedad alejada de Dios?
El siglo XX nos ha
mostrado qué se puede esperar del ser humano cuando no tiene a Dios presente. Los
regímenes ateos de Oriente y Occidente llevaron al mundo a la ruina, en lo que alguien
ha llamado un verdadero “réquiem satánico”: gulags, campos de concentración y
exterminio, pueblos enteros arrasados…
Este es el reto:
hacer presente a Dios, mostrarlo a las personas y decirles la verdad sobre los
misterios de la creación, de la existencia humana y de nuestra esperanza, que
va más allá de lo terreno.
La humanidad está
ante una bifurcación: su destino se decide en la pregunta sobre Dios, si el
Dios de Jesucristo está presente y es reconocido como tal, o si se le hace desaparecer.
Todos los problemas que existen sólo se pueden resolver si se pone a Dios en el
centro, si Dios resulta de nuevo visible al mundo.
Es urgente que la
pregunta sobre Dios vuelva a colocarse en el centro. No un Dios cualquiera,
sino un Dios que nos conoce, que nos habla y que nos incumbe. Y que después
será nuestro Juez. Sin este referente, si se extiende el ateísmo, la libertad
pierde sus parámetros: todo es posible y todo está permitido.
Por eso es misión de
la Iglesia, de cada cristiano, que se vea de nuevo que Dios existe, que Dios
nos incumbe y que Él nos responde. Y que si Dios desaparece, por muy ilustradas
que sean todas las demás cosas, el hombre pierde su dignidad y su auténtica
humanidad.
La cultura cristiana
es la base del éxito y bienestar de Europa.
Ser cristiano es algo
vivo y moderno, que configura y plasma mi modernidad. No es un estrato arcaico
que retengo en paralelo a la modernidad. Se trata de una gran lucha espiritual
para vivir y pensar el cristianismo de manera que asuma la modernidad correcta,
y se aparte de las ideas contrarreligiosas.
¿Cómo es que
cristianos creyentes no poseen la fuerza para hacer que su fe tenga mayor
eficacia política? Sobre todo debemos intentar que los hombres no pierdan de
vista a Dios. Y después, partiendo de la fuerza de su fe, puedan confrontarse
con el secularismo y discernir los espíritus. Esa fe presente en el hombre como
una fuerza interior debe llegar a ser poderosa en el campo público, plasmando
el pensamiento público y no dejando que la sociedad caiga en el abismo.
Verdad y valores: el hombre es capaz de encontrar la verdad
Se extiende una dictadura
del relativismo, que pretende que el yo
y sus antojos sea la única medida. Es preciso tener la valentía de decir que el hombre debe buscar la verdad, que
es capaz de encontrar la verdad, que se nos muestra en esos valores constantes
que han hecho grande a la humanidad.
Hay que tener la
humildad de aceptar la verdad y dejarle constituirse en parámetro de nuestra
vida. La verdad no se impone mediante la violencia, sino por su propio poder.
Jesús atestigua ante Pilato que es la Verdad, no la impone, pero la hace
visible.
La estadística (en
sexualidad, por ejemplo) no puede ser el parámetro de la moral. Ya es bastante
malo que la demoscopia sea el parámetro de las decisiones políticas, que se
busque con avidez “¿dónde consigo más seguidores?” en lugar de preguntarse “¿qué
es lo correcto?” El parámetro de lo verdadero y
lo correcto no son los resultados de las encuestas sobre cómo se vive.
La señal de la Cruz
¿Por qué el Estado se
arroga el derecho a desterrar los símbolos religiosos? Si la cruz contuviese
algo incomprensible o inadmisible se podría considerar. Pero el contenido de la
cruz es que Dios mismo es un Dios sufriente, que nos quiere a través de su sufrimiento, que nos ama. Es una afirmación
que no agrede a nadie.
Además, expresa una identidad cultural en la que se
fundan nuestros países, que sigue configurando los valores positivos fundamentales
de nuestra sociedad, en los que el egoísmo se acota y se hace posible una
cultura de la humanidad. Esa expresión cultural que se da a sí misma una
sociedad no puede ofender a nadie que no la comparta, y no debe ser desterrada.
Nueva intolerancia
Se extiende una nueva
intolerancia, que quiere imponer a todos determinados parámetros de pensamiento.
En nombre de una supuesta “tolerancia negativa” se quiere imponer que no haya
cruces en los edificios públicos. Pero eso es suprimir la tolerancia, significa
obligar a que la fe cristiana no pueda manifestarse de forma visible.
En nombre de la no
discriminación se quiere obligar a la Iglesia a modificar su postura sobre la homosexualidad o la ordenación de mujeres, y eso es tratar de que renuncie a
su propia identidad, obligando a adherirse a todo el mundo a un parámetro
tiránico de una nueva religión abstracta negativa.
En nombre de la
tolerancia se quiere eliminar la tolerancia: es una verdadera amenaza. A nadie
se le obliga a ser cristiano, pero nadie debe ser obligado a vivir esa nueva
religión como la única obligatoria para toda la humanidad (Der Spiegel ha llamado
a esa pretensión “la cruzada de los ateos”).
Las ideologías que
extienden esa nueva intolerancia caricaturizan al cristianismo, presentan la
caricatura deformada como algo pasado y erróneo, y a continuación, en nombre de
una aparente racionalidad, pretenden quitar al verdadero cristianismo hasta el
espacio para respirar.
Pero la religión
católica ha liberado una gran fuerza de bien a lo largo de la historia. Una
fuerza encarnada en personas como Francisco de Asís, Vicente de Paul, o Teresa
de Calcuta. Las nuevas ideologías, en cambio, han traído una crueldad y
desprecio del hombre antes impensable, porque se tenía todavía presente el
respeto a la persona como imagen de Dios. Sin ese respeto, el hombre se
absolutiza y piensa que todo le está permitido.
Felicidad
El hombre aspira a
una alegría infinita, quiere placer infinito, y lo busca en la droga y el sexo.
Pero donde no hay Dios no se le concederá, no puede darse alegría infinita. Y
el hombre crea por sí mismo falsos infinitos que no satisfacen. Como
cristianos, es urgente que vivamos y manifestemos que la infinitud que el
hombre necesita sólo puede provenir de Dios.
Hemos de movilizar todas las
fuerzas del alma y del bien para que contra esa acuñación falsa de felicidad
se levante la verdadera. Sólo así
detendremos el circuito del mal y lo saltaremos.
Islam
El islam debe aclarar
dos cosas en el diálogo público: las cuestiones relativas a su relación con la violencia y con la razón.
El ser humano está
dotado de razón para acercarse a la verdad con su inteligencia, y está dotado
también de libertad. Para acercar a alguien a la fe hace falta dialogar, expresar
las propias ideas razonadamente, siempre con respeto a la libertad del otro, sin recurrir a la violencia ni a las amenazas.
A los eruditos
islámicos, incluso a los mejor dispuestos al entendimiento, les cuesta
reconocer que la tolerancia comprende también el derecho a cambiar de religión.
Dicen que quien llega a la verdad no puede retroceder.
Donde el islam
domina, ve su identidad cultural y política como contraria al mundo occidental,
y defensora de la religión frente al ateísmo y el secularismo. Esa conciencia
de verdad tan estrecha se vuelve intolerancia, y hay lugares donde todavía el
islamismo asocia la reivindicación de la verdad con la violencia.
Transformar el mal
Al mal no se le puede
simplemente olvidar o apartar. Tiene que ser transformado desde dentro. Cristo
asume el mal para transformarlo. Es lo que debemos hacer cada uno, con un
espíritu de penitencia y compunción que nos lleve a: 1) reconocer el mal dentro
de nosotros, 2) a pedir perdón, 3) a la conversión y a la lucha contra nosotros
mismos, 4) a ser misericordiosos y perdonar y 5) a identificarnos con Jesucristo,
que asume el mal de los demás para transformarlo desde dentro.
Fátima
Fátima es una ventana
de esperanza que Dios abre cuando el hombre le cierra la puerta.
La Iglesia
La Iglesia es el
lugar de la ternura de Dios, que no nos deja solos. Por ejemplo, la alegría y
el recogimiento de cada Jornada Mundial de la Juventud me llevan a decir que
allí sucede algo que no lo hacemos nosotros mismos.
En este tiempo de
escándalos se experimenta una doble conmoción: por la miseria de la Iglesia al
ver cuánto fallan sus miembros en el seguimiento de Jesucristo. Y al mismo
tiempo por comprobar que, a pesar de la debilidad de los hombres, Jesucristo
despierta en ella a los santos y no la deja de su mano, Dios actúa a través de la
Iglesia.
En el mundo occidental
decrece el número de cristianos, pero sigue habiendo una identidad cultural
determinada por el cristianismo. Hay ateos de raíz católica, o protestante, que
viven arraigados en el cristianismo y sus valores.
Nos encaminamos hacia
un cristianismo de decisión, que hay que vitalizar y ampliar: personas que
vivan y confiesen de manera consciente su fe.
Necesitamos islas en
las que la fe en Dios y la sencillez interior del cristianismo estén vivas e
irradien. Oasis, arcas de Noé, en las que el hombre pueda refugiarse siempre de
nuevo. La liturgia es un ámbito de refugio. Y también las diferentes
comunidades eclesiales, las prácticas de piedad, las peregrinaciones… Son
ámbitos en los que la Iglesia brinda defensas y refugios donde hacer visible la
belleza del mundo y donde vivir sea posible.
Nuestra predicación
se dirige sobre todo hacia la plasmación de un mundo mejor, pero en cambio
apenas mencionamos el mundo realmente mejor: que existe el Juicio, la Gracia y
la Eternidad. Hay que hacer examen y encontrar palabras nuevas para hacer asequible estas verdades al hombre de hoy.
De lo que se trata es
del mandato del Padre: esto es lo decisivo. “Y Yo sé bien que este mandato suyo
es vida eterna.” Para eso vino Jesús al mundo: para que lleguemos a ser capaces
de Dios, y así podamos entrar en la vida auténtica, en la vida eterna. Él vino
para comunicarnos la verdad, para que podamos tocar a Dios, para que nos esté
abierta la puerta. Para que encontremos la vida real, la que ya no está
sometida a la muerte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario