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miércoles, 22 de junio de 2022

Uno con una y para siempre: una locura y un fantástico regalo

    Esta sesión del simpático dentista catalán Pep Borrell, dirigida a novios y jóvenes padres de familia del colegio Guadalaviar de Valencia, sobresale por una espontaneidad llena de sentido común. Forma parte del mismo ciclo reseñado en entradas anteriores. Aporta muchas claves prácticas para descubrir en el día a día de cualquier pareja la gran belleza del matrimonio y la felicidad que se puede llegar a alcanzar cuando se tienen en cuenta detalles sólo en apariencia insignificantes.

    Muchos jóvenes naufragan en el proceloso mar de los sentimientos y afectos porque no aciertan a modularlos con la inteligencia y la voluntad. No es lo mismo atracción que enamoramiento. Y pasar del enamoramiento al amor auténtico requiere un compromiso en el que interviene la voluntad: comprometerse a amar: en la salud y en la enfermedad. Uno con una y para siempre: es de locos, pero cuando ambos conciertan sus voluntades en mantener el compromiso para siempre, suceden maravillas...

 

     

lunes, 20 de junio de 2022

Temperamentos diferentes, dones complementarios

    El profesor Iokin de Irala explica magistralmente en esta nueva sesión las características de los diferentes temperamentos (sanguíneo, flemático, colérico y melancólico). Son inamovibles, un dato que con frecuencia se olvida, con resultados peligrosos en la educación de los hijos o en el entendimiento entre los cónyuges. 

    Por eso un ejercicio necesario es conocer bien las características peculiares del temperamento del hijo o de la pareja. Y en general también de cualquier persona con la que vayamos a tener un trato frecuente. Así no generaremos expectativas inadecuadas. Dicho en positivo, pondremos a persona en condiciones de dar lo mejor de sí y aumentar su autoestima. 

    El profesor Irala recomienda esta página que contiene un autotest para conocer el propio temperamento, y en consecuencia sus fortalezas y debilidades. Añade consejos muy prácticos.

    Aparte, claro, está el carácter, que ese sí es mejorable. También da buenas pistas sobre cómo perfeccionarlo. Incide con ejemplos de la vida diaria y de la experiencia familiar en los diferentes modos de ser y reaccionar del varón y la mujer.  

            

sábado, 27 de marzo de 2021

El amor a la sabiduría

 


El Amor a la sabiduría. Etienne Gilson. Ed Rialp

 

El filósofo francés Etienne Gilson (1884-1978) ofrece, en las dos conferencias que componen este libro, un valioso repaso a las características del trabajo intelectual. Resaltan sus reflexiones sobre dos valores que escasean hoy: el rigor intelectual y el amor a la verdad.

 

Firme defensor del valor de la metafísica, trabajó intensamente la obra de Tomás de Aquino, una de las cimas del pensamiento humano, y se fija en su método para aproximarse a la verdad: calma, serenidad, buen carácter, disposición de hallar y valorar incluso la más pequeña parte de verdad que se encuentre en las proposiciones ajenas.

 

Miren por ejemplo estas frases, que harían bien en considerar tantos personajes de nuestra vida pública:   

 

Doctrina –dice Tomás- debet esse in tranquillitate. La mente de un filósofo debe estar en paz. Su primera cualidad es tener buen carácter: no debe enfadarse nunca con una idea. Hacerlo es, primero que nada, una tontería; pero, sobre todo, el único interés del filósofo es comprender. El tremendo esfuerzo moral de la voluntad, que se requiere de un filósofo en su búsqueda de la sabiduría, no debería tener ningún otro objetivo que proteger su intelecto de todas las influencias perturbadoras que pueden interferir el libre juego de las virtudes de ciencia y entendimiento.

 

Un filósofo de buen carácter nunca ataca a un hombre para desembarazarse de una idea; ni critica lo que  no está seguro de haber entendido correctamente; no rechaza superficialmente las objeciones como no merecedoras de discusión; no toma los argumentos en un sentido menos razonable de lo que se desprende de sus términos.

 

Por el contrario, puesto que su interés es la verdad y nada más, su único cuidado será hacer entera justicia incluso a aquel poco de verdad que hay en cada error. Para un verdadero discípulo de Tomás de Aquino el único modo de destruir el error es ver a través de él, esto es, una vez más, entenderlo precisamente en cuanto que error.

 

En filosofía una sola cosa es peor que el error; es lo que alguna gente gusta llamar su “refutación”, cuando virilmente condenan lo que no entienden. Tomás nunca comete tales errores. Lo que él considera es lo que un hombre ha dicho, entendido en el sentido más inteligente del cual sean susceptibles las palabras. Una vez que se ha asegurado de su sentido, Tomás siempre refuta la opinión de un adversario asignándole un sitio en una cierta escala doctrinal suya; estas escalas no clasifican las doctrinas según su proximidad al error, sino de acuerdo a su lejanía de la verdad.

 

Así comprendido, incluso el error tiene sentido y, porque es un acto de comprensión, su propio rechazo como verdad incompleta se convierte en obra de paz: doctrina debet esse in tranquillitate.

 

El respeto incondicional de la verdad nos obliga a buscarla no solo en las afirmaciones de nuestros adversarios, sino también en las de nuestros amigos. Quiere decir que no deberíamos aceptar nunca lo que dice un filósofo por ninguna otra razón que por la verdad de lo que dice. “No mires a quién escuchas –dice Tomás-, mas lo que oigas de bueno encomiéndalo a tu memoria.”


Nuestra admiración por una persona debe justificarse en la razonabilidad de lo que dice, y no la razonabilidad en la admiración. Cuando no entendemos claramente, o si no vemos por qué tiene razón, la actitud tomista es seguir el consejo: “Trata de comprender aquello que leas u oigas. Certifícate de tus dudas” y “No busques aquello que te sobrepasa”.  Pero no tengas prisa en decidir que la metafísica está más allá de tu alcance; la búsqueda de la sabiduría es un trabajo lento, y los estudiantes más brillantes no son siempre los mejores filósofos. Mientras sus compañeros de clase hablaban, el “buey mudo” (así apodaban a Tomás) estaba tratando de comprender.”

 

Poner la verdad por delante de partidismos. Aprender a razonar rigurosamente y libres de consignas. Dialogar escuchando con respeto, sin impaciencia, y partiendo del punto de vista del otro… Esas son las actitudes de quienes aman la sabiduría, y saben que la pregunta no es de qué bando eres, sino dónde está la verdad. 


Buen libro para tener a mano y repasar de vez en cuando. Las reflexiones de Gilson sirven para cuantos se proponen contribuir a la construcción de una sociedad libre con su inteligencia, porque sin verdad no hay libertad posible. Muy interesante para cuantos se mueven en ambientes educativos, políticos y de opinión pública. 


El trabajo intelectual es otro interesante el libro sobre el mismo tema, publicado por el filósofo francés Jean Guitton, "dirigido a quienes no han renunciado a leer, pensar y escribir."

 

viernes, 5 de marzo de 2021

Capacidad crítica y libertad de expresión


Foto: Duke Law


Frente al poder opresivo de las ideologías, filósofos y pensadores, como Javier Gomá o Higinio Marín, han advertido recientemente a la ciudadanía sobre la necesidad de defenderse. Se hace preciso optar por “una sutil forma de resistencia” en la que pongamos en juego nuestra capacidad crítica.

 

Necesitamos ejercitar cada día la libertad de opinar por cuenta propia, como señala Higinio Marín: la libertad de salirse del discurso público monocolor, si así lo estima conveniente nuestra inteligencia. Es un ejercicio que está en los cimientos de la democracia.

 

Sin embargo, todo parece organizado para evitar que las nuevas generaciones sean capaces de pensar por su cuenta. Con honrosas excepciones, una gran mayoría de nuestros jóvenes salen de la escuela adormecidos de ideales, sin conocimiento de la historia ni de sus raíces, con una pobre mochila mental, vacía de ideas y plagada de eslóganes creados por publicistas, que cada vez se parecen más a los eslóganes del Gran Hermano en la pesadilla orweliana.

 

Hace falta, dice Javier Gomá, “un ejercicio sutil de la inteligencia, edificado sobre una base moral que procure ser excelente.” Una sociedad no puede organizarse en torno a la nada. Necesita una base moral común. Como señaló el cardenal Ratzinger glosando a Agustín de Hipona, “Una comunidad que no sea una comunidad de ladrones –es decir, un grupo que rige su conducta conforme a sus fines- solo existe si interviene la justicia, que no se mide en virtud del interés de un grupo, sino en virtud de un criterio universal. A eso lo llamamos “justicia” y es ella la que constituye un estado.”

 

 Hay que proponerse seriamente construir la sociedad desde una base moral común en la que se eduque a todos. Sólo así saldrán de la escuela personas maduras, capaces de pensar por sí mismas. Una base moral transmitida con la educación, en la que se resalte que lo realmente liberador es optar por la verdad y el bien. Que hay que desterrar de la vida pública a quienes mienten. Que el fin no justifica los medios. Que donde las palabras dejan de ser verdaderas, surge la desconfianza y la convivencia se vuelve irrespirable.

 

Como apunta Javier Gomá, hay que apostar por crear no minorías, sino mayorías selectas, que surgen cuando desde muy jóvenes se enseña a todos que es posible afrontar el esfuerzo por salir de la vulgaridad en busca de la excelencia. El objetivo no puede ser igualar por abajo, sino elevar hacia lo mejor que cada persona es capaz de alcanzar.

 

Es valiente, y a mi juicio acertado, el argumento de Gomá, que no se corta en contradecir a Ortega y su concepto de masas. Las masas no existen. Sólo existen personas, ciudadanos, uno a uno. No somos número, ni grumo amorfo e impersonal. Somos ciudadanos, “cada uno en lucha consigo mismo para salir de la vulgaridad y alcanzar la excelencia.”

 

Hacer del pueblo una masa es el sueño de los totalitarismos, porque la masa no piensa, es manejable. Pero una sociedad libre y democrática promueve y alienta la mejor educación posible para sus jóvenes, porque sin instrucción no es posible alcanzar la verdad, y sin el conocimiento de la verdad no se puede ser libre.

 

Con una educación así, en la que se aprende el gusto de conversar, de leer, de instruirse, y se fomenta la libertad de pensar por libre, es como la sociedad se libera de ideólogos sectarios y totalitarismos opresivos. Tenemos demasiado cerca, en el tiempo y en el espacio, ejemplos dramáticos para no ver el peligro que nos acecha.

 

En el ámbito educativo cada vez más voces se alzan contra ideólogos capaces de hundir un sistema educativo, mejorable pero que funciona, con tal de imponer el suyo, embutiendo a la ciudadanía en unas hormas que ni son las suyas ni les gustan.

 

        En el sistema político, urgen listas abiertas para que la ciudadanía pueda elegir realmente a sus representantes, uno a uno, en los que deposite, o no, su confianza según el cumplimiento de sus promesas, su honradez y su veracidad. El sistema impide que los supuestos representantes piensen por su cuenta. Están sometidos a los dictados de sus partidos, por lo que difícilmente se les puede considerar representantes de los ciudadanos: sólo representan a su partido.

 

        Urge devolver al ciudadano la competencia de su iniciativa, ahogada por una concepción estatalizadora de la convivencia, que parece diseñada para castigar el emprendimiento libre de los ciudadanos. Hay que apostar por una sociedad civil fuerte, que no abandone su futuro en manos de quienes alcanzan las riendas del Estado, sino que les pida cuentas. Porque, volviendo a la frase de san Agustín, si alcanzan el poder quienes no se rigen por el criterio de la justicia, la conducta del Estado no será muy distinta a la de una banda de ladrones.

 

 

jueves, 28 de enero de 2021

Lo que no podemos ignorar

 


Lo que no podemos ignorar. Una guía. J. Budziszewski. Ed Rialp

 

¿Qué sabemos acerca de lo bueno y lo malo, cómo conocemos la ley natural, esas verdades morales comunes que todos deberíamos seguir? A esas preguntas necesarias trata de responder el autor en este libro.

 

Profesor de filosofía en la Universidad de Texas y especialista en filosofía política, Budziszewski procede del ateísmo. Su trayectoria intelectual y vital le llevó a la conversión al cristianismo y en el año 2004 fue admitido en la Iglesia Católica. Es autor de numerosos libros de su especialidad y sobre la fe cristiana, dirigidos especialmente a jóvenes universitarios.

 

En este ensayo reflexiona acerca de la necesidad del “replanteamiento de lo obvio”, que -por las profundas oscuridades en que se ha sumergido el hombre en nuestros días- es hoy la principal obligación de los hombres inteligentes (George Orwell).

 

Esas oscuridades llevan a muchos a vivir como si no existiesen unos principios morales básicos, comunes a todos, que constituyen la ley natural. Pero el corazón es insincero y puede no querer reconocerlos. Precisamente esa tendencia al autoengaño es una de las cuestiones en que Budziszewski ha centrado su investigación académica. Nos autoengañamos, y además resulta arduo vivir en coherencia con esos principios cuya existencia intuimos, porque aspirar a lo más alto requiere subir. Es más fácil dejarse caer, y el mundo complejo en que vivimos parece incitar a esa pendiente resbaladiza.  

 

 La abolición del hombre, de C.S. Lewis, es para el autor uno de los mejores tratados sobre la ley natural, “el mejor del siglo XX”, afirma. Esa ley, que llevamos inscrita en nuestro ser, es el fundamento del sentido común universal de los hombres. Cuando se pierde esa referencia común, se tambalea el edificio entero de la convivencia, pues una sociedad libre y pacífica sólo puede ser edificada sobre el cimiento de unos valores humanos compartidos. Debemos estar prevenidos frente a los sistemas políticos e ideologías que nieguen esa base fundamental.

 

En las democracias occidentales, la ley es dictada por la mayoría. Pero hay cosas que también están prohibidas para las mayorías. Que algo esté sustentado por una mayoría no puede ser el fundamento de que sea bueno o malo. Son esos preceptos morales comunes innatos los que determinan lo bueno o malo. Todos tienen capacidad de llegar a reconocer esos principios, que por otra parte han estado claros en la tradición durante siglos: es malo robar, mentir, herir, calumniar, traicionar,… Es bueno ser veraz, no faltar a la palabra, ayudar al que lo necesita, respetar la propiedad ajena, ser cordial y acogedor,…

 

La fe cristiana arroja luz sobre esas verdades, pero estaban ya previamente inscritas en el corazón del hombre. No es la fe su origen, forman parte de la esencia de nuestra naturaleza humana, aunque llegar a identificarlas como verdades morales puede ser una tarea difícil, si las circunstancias no ayudan.

 

Y ahí entra la crítica a nuestro sistema educativo, que parece orientado más a dificultar que a facilitar una visión nítida sobre esas realidades esenciales. Hay que leer mucho, y escuchar mucho a los que saben, para llegar a conocer y comprender en profundidad los mejores logros del pensamiento y de nuestra cultura, e identificar en ellos nuestras intuiciones morales. Y también hay que memorizar bien todo lo comprendido, para que esté pronto a servirnos ante los dilemas éticos diarios.

 

Pero los sistemas educativos actuales no facilitan precisamente esos hábitos necesarios para la conducta ética: leer, escuchar, memorizar. Tampoco ayuda la creciente dispersión mental, y consiguiente pérdida de capacidad reflexiva, que provocan los actuales sistemas de información y de entretenimiento, con unos contenidos tan electrizantes como esterilizadores de la capacidad discursiva y reflexiva.

 

 Comunismo y fascismo, por su parte, han utilizado la misma técnica para desvirtuar el sentido moral innato en la persona. Seleccionan un precepto moral, exageran su importancia, y lo usan como arma para arrasar otros deberes morales. Deformado un precepto, desvirtuado de su contenido real, todos los demás decaen, y con ellos decae la posibilidad de un orden social justo, un marco de libertad en el que se respete la dignidad de la persona, de cada persona.

   

El comunismo deforma, por ejemplo, el precepto moral de “dar de comer al hambriento”, y usa su visión deformada como excusa para justificar la destrucción de otros preceptos morales, como el respeto a la libertad y a la dignidad de cada persona individual, la libertad de pensamiento, de expresión o de asociación, o la misma libertad religiosa.

 

El fascismo, por su parte, suele usar como excusa el progreso de la propia nación, a costa de comportarse injustamente con todas los demás, que son también de algún modo nuestra familia. No puede haber progreso real en una nación que trata de levantarse despreciando a otras. Esa insolidaridad de raíz acaba por envenenar a la nación que se ha dejado inocular tal ideología.

 

Comunismo y fascismo evidencian que las mentiras requieren un mínimo de verdad para poder engañar. Como alguien dijo, es el homenaje que la mentira rinde a la verdad. De otra forma nadie caería en la trampa.

 


Dos apuntes más, al hilo de la lectura del libro:

 

Amar al prójimo, a quien ves, es el modo de ponerse en relación con Dios, a quien no ves.” Esa idea cristiana, como el cristianismo en su conjunto, ha actuado como el motor de civilización más poderoso de la historia. Y además, efectivamente, conduce a quien se decide a ponerla en práctica al bien supremo, que es la relación con Dios.

 

Y otra evidencia cristiana: Dios actúa como quiere y cuando quiere en cada persona: “Ninguna teoría científica ni opinión de teólogo podrá impedir a Dios –que es Amor, libertad y gracia, y todopoderoso- tocar el alma –de viviente a viviente- cuando así le place.” Es una realidad luminosa y esperanzadora. ¡Cuántos habrán experimentado en algún momento de su vida ese toque de la gracia que les mueve a conversión! ¡Y cuantos más lo habrán experimentado justamente en el trance final, en el momento de cruzar la puerta al nuevo mundo!


De lectura recomendable, porque ayuda a pensar sobre una guía práctica y fiable. Muy recomendables también estos consejos para no perder la fe en la universidad.


Para saber más sobre la ley natural es también interesante esta entrevista a la profesora Ana Marta González.

 

 

jueves, 11 de junio de 2020

Religión en la escuela

Donde se aprenden los valores


    Samuel J. Aquila, arzobispo de Denver (USA), comparaba la juventud que se educa en el islam con la juventud en los países occidentales. Los jóvenes musulmanes aprenden a leer en el Corán. Dedican a su estudio desde niños entre 2 y 3 horas diarias, y así las enseñanzas del profeta acaban conformando sus mentes.

    La mayoría de los jóvenes occidentales, en cambio, llevan varias generaciones aprendiendo a leer sobre todo en los contenidos de sus pantallas. Publicidad, videojuegos, teleseries, redes sociales… con sus raciones de hedonismo, violencia, sexo, relativismo y agnosticismo, son los principales educadores que configuran sus mentes desde pequeños.



    Esos educadores digitales abundan en "valores" propios: eres más feliz cuantas más cosas puedas comprar; ser viejo es malo; sufrir no tiene sentido; las relaciones humanas no duran, lo normal es que las parejas y las familias se rompan; la autoridad es un peligro; el cristianismo es irracional; cuida la apariencia de tu cuerpo pero no te abstengas de nada; no te esfuerces, que ya papá Estado cuidará de tí; miente si te conviene… 

    Aquila propone volver al tesoro que contiene las más preciosas joyas de la humanidad: la Sagrada Escritura y la teología cristiana.



    Si dedicásemos 2 o 3 horas diarias a estudiar las enseñanzas de Jesús, las consecuencias para nuestra vida diaria de su riquísimo mensaje de amor y fraternidad… resolveríamos muchos problemas.

    Al menos podemos intentarlo con una hora diaria, sacadas de esas horas tontas que perdemos viendo telediarios que desinforman o programas basura, trasteando sin ton ni son las redes sociales… 


    Cualquiera que aspire a una transformación personal y del mundo, ahí tiene la clave: conocer el Evangelio. Aunque sólo fuera por curiosidad intelectual, hay que conocer la religión católica. 

    No saben el daño que hacen a la civilización, y a cada mente juvenil, quienes quitan la religión de los planes escolares.



miércoles, 19 de septiembre de 2018

La vida nueva de Pedrito de Andía: una gran novela sobre la adolescencia




La vida nueva de Pedrito de Andía. Rafael Sánchez Mazas


Hay lecturas que dejan poso en el alma: buenos sentimientos, deseos de ser mejor persona, de hacer el bien.  Es lo que consigue a mi juicio esta novela de Sánchez Mazas, publicada en 1951. La leí hace años, como muchos jóvenes españoles, y el encuentro casual con una ficha que tomé entonces me mueve a esta reseña.

Dirigida a un público joven, su protagonista es un adolescente que atraviesa el turbulento cambio que le llevará de la infancia a la edad madura.  El ambiente en que transcurre es la España de 1923,  bien distinto al que se encuentran los jóvenes de nuestros días. Pero la crisis es la misma. Y los medios para atravesarla son también muy similares.

Desde entonces han mejorado mucho los conocimientos de sicología, en los que todo padre y educador debe estar al día para encauzar con acierto a los jóvenes. Pero no deberíamos despreciar la sabiduría contenida en los consejos de nuestros abuelos, padres de familia y educadores que quizá no estudiaron sicología pero conocían el alma humana como nadie y tenían experiencia de la vida.

***

La novela refleja  el ambiente en que crecían los jóvenes de la época, habitualmente más cristiano que el actual. Los razonamientos incluyen la perspectiva cristiana, sobrenatural, sin la que es imposible entender plenamente a la persona, ni por lo tanto ayudarla cabalmente. Tratar de educar sin esa perspectiva es dejar cojo y sin un fundamento clave el edificio de la personalidad. Si somos hijos de Dios, ¿cómo vamos a prescindir de Él a la hora de educar? ¿No hay que educar de acuerdo con lo que somos?

***

La ficha se refiere al sentido del dolor. El adolescente sufre mucho, todo le molesta; amores y desamores, encuentros y rupturas,  miedo al futuro…  Le duele sobre todo no entenderse a sí mismo ni encontrar sentido a las cosas. Pedrito de Andía acude a su confesor, un buen sacerdote que le conoce bien, y le abre su alma.

Así lo cuenta, en un párrafo largo pero enjundioso:

“Otra vez le saqué la conversación de lo requetemal que me había ido todo el verano en tantísimas cosas. Él me contestó que tampoco exagerara y me pusiese a hacer el mártir y que Dios Nuestro Señor siempre prueba a los que habrán de ser más buenos, porque en lo que se crece para mejores cosas es en el dolor, y sin dolor, dijo, no se nace ni se renace a nada y mucho menos a la vida eterna, ni se sacan frutos ningunos, ni se hacen trabajos ni luchas nobles, como tampoco sin estrujar la uva se hace el vino, ni sin moler el grano el pan.

Me insistió en que si yo quería vivir sobre la tierra como hombre de verdad me tendría que hacer a sufrir como hombre y que, si se quitaran las penas de este mundo, se le quitaría toda la belleza y toda la nobleza y toda la poesía, porque sin penas no hay héroes, ni poetas, ni santos, ni habría san Agustín, ni san Ignacio, ni san Francisco, ni san Pablo, ni David, que tanto llevaron todos esos; ni tampoco César, ni Ulises, ni Aquiles, ni Eneas, ni siquiera el pobre Don Quijote de la Triste Figura, y que no era hombre alto el que no crecía en el dolor, que es la bienaventuranza de las bienaventuranzas, porque casi todas se podrían resumir en una: Bienaventurados los que sufren.


Ármate, Pedrito –me dijo al final- , a precio de dolor, de punta en blanco, para entrar como caballero en una vida nueva. Que sea ésa tu vida nueva y la tomes con alegría.”

***

Encontrar sentido al dolor, valorar el esfuerzo, no contentarse con una vida materialista ni mediocre, afán de superación, ideales nobles para hacer el bien en el mundo a manos llenas… Ahí es nada.

Ojalá esta lectura siguiera llegando a muchos jóvenes de nuestros días y fuera capaz de despertarles del sopor en que suelen encontrarse. 

Por cierto, veo que los ejemplares de segunda mano se venden a buen precio en Amazon…

De temática similar, más actual, esta novela de Alejandro D'Avernia: Blanca como la nieve, roja como la sangre.



martes, 7 de agosto de 2018

Huid del escepticismo




Huid del escepticismo. Una   educación liberal como si la verdad contara para algo

Christoffer Derrick. Ed. Encuentro

Discípulo de C.S. Lewis, el intelectual y escritor inglés  Christoffer Derrick nos ofrece en este magnífico ensayo una reflexión crítica en torno a la educación tal y como se está planteando en muchos países de nuestro entorno. Una educación dominada por una intelligentsia que, contra lo que sería su razón de ser, niega la posibilidad de saber la verdad de las cosas. Con sentido del humor británico, Derrick señala las contradicciones en que cae el sistema educativo, víctima del escepticismo.

Derrick, tras constatar que en nuestros días  buena parte de escritores y profesores se muestran escépticos, parece descubrir un “interés” personal directo en ese escepticismo. Si la tarea profesional del intelectual es ir a la caza de la verdad, negar la posibilidad de alcanzarla –que  eso significa ser escéptico- sería una forma de dilatar sin fin su aparente e infructuoso trabajo.

El intelectual que sucumbe a la tentación del escepticismo quiere gozar  del placer de la búsqueda intelectual, pero se muestra reticente a asumir el producto final lógico de esa búsqueda, que es el conocimiento de la realidad. Parece como si inconscientemente tomara medidas para esterilizar anticipadamente su búsqueda, adoptando teorías relativistas o escépticas. Así el juego puede continuar eternamente, “como el juego de los amantes sin el estorbo del embarazo y el parto del niño”.

La versión política de esa tendencia escéptica de la intelligentsia es apostar por las tendencias más “progresistas”, por los cambios más “revolucionarios”, ya  que en cuanto suponen replanteamientos más vertiginosos parecen reclamar el protagonismo de la “intelectualidad”. En cambio su papel no sería tan relevante si se tratara de conservar valores adquiridos. De manera que mostrarse escéptico no dejaría de ser hoy una forma de vedettismo.

No debemos sucumbir a esa supuesta celebridad de ciertos intelectuales escépticos, señala Derrick: “El hecho de tener un cerebro de primer orden no es una garantía de integridad total, de total objetividad y total neutralidad ante los hechos.”

Derrick muestra el absurdo de planteamientos filosóficos que niegan por principio nuestra capacidad de conocer la realidad: “No puedo demostrar que los patos son patos, y que los cerdos son distintos de los patos. Una prueba así no es necesaria y mucho menos posible. Las cuestiones de ese género no son de orden filosófico; requieren la presencia o ausencia de una salud mental básica que haga posible la filosofía o cualquier otra actividad coherente.” 

Y concluye con estilo chestertoniano: “En la base de algunas filosofías no hay sino un problema de  salud mental…”

La postura del escéptico total es completamente absurda. Por eso, tales escépticos no existen en realidad: un hombre que dudase de todo, tendría que dudar también de que duda de todo; tendría que dudar hasta de su propia existencia, lo que no le permitiría dudar…






Entre las razones por las que está tan extendido el escepticismo entre los intelectuales, indica las siguientes:

1º, porque es fascinante ese juego de demostrar que no es lo que es; lo malo de ese juego es que se realice ante jóvenes que lo toman en serio;

2º, porque la duda, cuidadosamente racionalizada, alimentada y sostenida, es un magnífico mecanismo de defensa contra la pesada realidad, demasiado grave y molesta; y

3º, porque la postura  escéptica da cierto protagonismo. "Existe esa impresión vaga, pero persuasiva, de que expresar dudas es un signo de modestia y de democracia, mientras que se considera dogmática y dictatorial demostrar certidumbre."

Pero hay otra razón de más peso: y es que la presencia de la verdad compromete.

Hay, desde luego, personas que pretenden que es imposible conocer la verdad, pero es porque reconocer que la verdad existe les llevaría a sentirse obligados moralmente. Es menos comprometido negarla. Es lo que hizo Poncio Pilatos, cuando preguntó “¿Qué es la verdad?”, en presencia de la Verdad misma. Decía no saberlo, pero acto seguido condenó a muerte a un Hombre cuya inocencia él mismo había proclamado. Ser escéptico no es una actitud inocua…

Derrick concluye su ensayo con dos advertencias útiles para desarrollar una mente sana y cultivada:

1ª, “Guardaos, amigos, de los filósofos que os digan que el hombre no puede conocer la verdad. Esa postura solo puede conducir al hombre a la perdición.”

Y 2ª, confianza en la luz de la revelación cristiana, que ilumina (pero no frena) el camino de la razón. “La fe cristiana no se fundamenta en la razón, sino en la palabra de Dios: pero es bueno y conveniente saber que la razón está de nuestra parte y no contra nosotros, como ciertos filósofos quieren hacernos creer…”

**

La propuesta de Derrick es lo que denomina educación liberal, en la que se estimule a la persona a desarrollarse de la manera más completa posible: leer mucho, pero no cualquier cosa, sino lo bien informado y sensible; apreciar el arte; entender algo de la historia del mundo y sus problemas. 

Una persona así tendrá muchas simpatías y espíritu tolerante, y sabrá dar a las cuestiones públicas o políticas salidas distintas a las del simple prejuicio o interés particular, esos prejuicios que difunden con ahínco digno de mejor causa algunos hombres públicos. 

Una persona educada con ese espíritu liberal, apunta Derrick, tendrá cierta facilidad en las difíciles artes de leer, pensar y escribir -tan relacionadas, y tan escasas en nuestros estudiantes hoy-, y será alguien con quien valga la pena conversar, porque dispondrá de esos recursos interiores que admiramos en un espíritu cultivado. Y tendrá valores propios que aportar al conjunto social.

Todo un reto para los verdaderos educadores.




jueves, 24 de mayo de 2018

Seis ideas para educar el uso de internet



Manejar bien esa maravillosa herramienta de información y comunicación que es la red requiere aprendizaje. 



Una buena educación, especialmente en la edad temprana, desde niños, garantiza formar personas capaces de sacar provecho de las inmensas oportunidades que ofrece la red, que saben navegar evitando esos escollos que provocan verdaderos naufragios en la maduración personal y en el logro de una vida feliz


Porque las cifras de adicciones insanas van en aumento, y causan estragos: pérdidas de la capacidad de atención, fracaso escolar, incomunicación en la familia, autismo digital, acceso precoz a la pornografía...



Es un tema que afecta a padres de familia y educadores, pero también a muchos adultos, especialmente a los profesionales más expuestos a un uso continuado de la tecnología, como es el caso de periodistas y comunicadores



De eso hablamos con Borja Lleó, de Interaxion Group, en uno de los habituales encuentros con periodistas en la Fundación COSO. Y estas fueron algunas de las conclusiones:





1. Hay que hablar con los hijos, desde muy pequeños, sobre el buen uso de la tecnología digital. Dialogar, razonar lo que es bueno y lo que no.

2. Autocontrol de los padres. El ejemplo es el mejor educador. Saber desconectar, crear espacios de serenidad, sin pantallas, en los que la familia se mira a los ojos y habla y conversa sobre cómo ha sido su día, sin interrupciones.

3. Descubrir los  ideales que queremos para nuestros hijos, y mantener el rumbo. Lo que hacen los demás no es la referencia.

4. No aislarse para usar las pantallas. Trabajar con puertas abiertas, jugar juntos: evitar el aislamiento familiar. 

5. Descubrir la oportunidad que hay detrás de cada conflicto ante requerimientos inoportunos de los hijos (edad para usar móvil, horarios de videojuegos...). Ceder es más fácil pero les hará a la larga más infelices.

6. Ayudar a experimentar la satisfacción que produce una atención continuada, tanto en el trabajo como en la atención a los demásPorque la atención es como un deporte: se puede entrenar. Con entrenamiento será cada vez más profunda. Es con la atención en el trabajo donde mejor se realizan nuestros ideales, donde maduramos como personas. 

Dos plataformas muy recomendables sobre estas cuestiones: Empantallados y Commensensemedia. Muy recomendable también este manual sobre el Tsunami digital.


martes, 23 de mayo de 2017

Guía para la educación digital

Tsunami digital, hijos surferos. Guía para padres que no quieren naufragar en la educación digital.

Juan Martínez Otero. Freshbook Family



   

    La irrupción de internet ha generado un verdadero tsunami, que ha pillado desprevenidos a no pocos padres y educadores. No tanto por desconocimiento de la red (que también), sino sobre todo por ausencia de experiencias educativas ante un fenómeno novedoso.


   En los últimos años han aumentado las voces de alarma respecto al riesgo de internet, pero siguen faltando pautas concretas para la educación. Quizá falten también educadores dispuestos a ponerlos en práctica. Martínez Otero nos ofrece en este libro una buena guía para manejarse con acierto y seguridad en la educación digital.


   Los peligros que acechan en Internet son bien conocidos. Su uso descontrolado produce dispersión y pereza mental, falta de concentración, pérdida de tiempo, adicción a un mundo irreal de distracciones, autismo inducido… Por no hablar del destrozo que causan sus abundantes contenidos nocivos.


     Martínez Otero apuesta, no por un control férreo y extenuante, sino por lograr que los hijos se acostumbren desde pequeños a ciertas pautas sanas de vida, de manera que aprendan a prescindir “a gusto” de lo que no es apropiado.


    Internet ofrece un mundo irreal, en el que las cosas no cuestan esfuerzo. Pero la vida real las cosas cuestan trabajo y dedicación, y es preciso fomentar la cultura del esfuerzo desde pequeños. No se forja la personalidad a base de “likes” en Facebook. No se convierte uno en persona culta por tener a mano internet: es preciso retomar la ilusión de memorizar cosas y datos, porque sólo memorizando podremos traer a la mente el recuerdo de las cosas esenciales…





   Una manera positiva de alejar los peligros es ayudar a saborear la belleza de la vida real: cultivar aficiones, especialmente las que fomentan las relaciones personales (excursiones, deporte, lectura, música…); retomar normas elementales de cortesía que manifiestan respeto a los demás; dar prioridad a las conversaciones cara a cara y no  interrumpirlas por el móvil; fomentar las tertulias familiares en las que todos participan y aprenden a expresarse y escuchar; frenar el ansia de fotografiarlo todo, y en cambio disfrutar en vivo de paisajes y situaciones…


   
   Acostumbrarse a prescindir de los cascos con frecuencia, aprovechar algunos desplazamientos para saborear el silencio (lo que aumenta la capacidad de reflexión), acotar momentos en que usar el móvil, nunca usarlo en la mesa, desconectar notificaciones, no estar pendiente de los “likes”… El libro sugiere muchas ideas que padres y educadores pueden convertir en normas para la vida diaria. Así se crean hábitos que forjan la personalidad, la que todos necesitamos para surfear con elegancia en el tsunami digital, sin ser engullidos por la ola.