viernes, 30 de agosto de 2019

Pedro I el Grande, zar de Rusia


Pedro el Grande. Robert K. Massie



Estamos ante una espléndida biografía, quizá la mejor, de Pedro I el Grande (1672-1725), el zar que modernizó Rusia durante su largo mandato de más de 40 años, desde 1682, con apenas 10 años de edad, hasta 1725, año en que murió.

Dotado en una gran energía y un enorme deseo de aprender, pronto se percató del atraso en que vivía el pueblo ruso en comparación con los países europeos. Siendo muy joven, organizó la Gran Embajada Rusa, compuesta por un numeroso séquito que durante varios meses recorrió las principales capitales europeas para establecer y fortalecer relaciones diplomáticas y comerciales. Pero sobre todo para aprender de Europa.




Integrado como uno más en la Gran Embajada, y delegando en otros las funciones representativas, se dedicó durante esos meses a conocer técnicas y oficios ignorados en su país. Le deslumbró sobre todo la construcción naval, desconocida en Rusia, de la que se volvió apasionado impulsor. A él se debe la construcción de la primera flota de guerra rusa, que sería decisiva en su guerra con Suecia. Reformó el ejército y la iglesia ortodoxa rusa, y obligó a la nobleza de su país a adquirir costumbres occidentales.


                      Ejecución de los Streltsi

Sorprende la brutalidad de las costumbres rusas y del propio zar durante esa época tan cercana a la nuestra. Pedro unía a su energía vital unas maneras fieras y despóticas, y con frecuencia sanguinarias. Siendo muy joven presenció la rebelión de la guardia de Streltsi (1698), cuerpo militar que asesinó brutalmente a muchos miembros de su familia y de la nobleza. Quizá este hecho le marcó de por vida, e hizo de él un personaje con arrebatos de ira inmisericorde. Algunos ataques de tipo epiléptico que padecía parece que pudieron tener su origen también en esos dramáticos hechos.

                      Batalla de Poltava

Asistimos a momentos que marcaron hitos en la historia de Rusia y de Europa, como la larga Guerra del Norte (1700-1721), contra Suecia, la potencia militar más temible del momento. Al vencer finalmente a Suecia, contra todo pronóstico, Rusia emergió como potencia mundial.

La fundación de San Petersburgo (1703) fue un empeño personal del zar Pedro, que quería a toda costa ver a Rusia abocada al mar, y lo logró con esa ventana al Báltico, en un territorio arrebatado a los suecos. 

                      Palacio Peterhof

Pedro coaccionó a la nobleza rusa para que construyeran allí sus mansiones, y logró construir una de las ciudades más bonitas de Europa. Es menos conocido que la construcción costó la vida a miles de prisioneros de guerra, suecos en su mayoría, obligados a trabajar en condiciones de esclavitud e infrahumanas.




Muy interesante también la narración de las guerras y vicisitudes diplomáticas en el inquietante flanco sur de Rusia, siempre amenazado por Turquía  y sus aliados.



El extenso libro, de más de mil páginas, está muy bien documentado, con fuentes en  archivos históricos nacionales y en la correspondencia de monarcas y embajadores de la época, lo que da al conjunto una gran fiabilidad. El autor da contexto a los hechos, y consigue que la narración sea fluída y amena, con una vivacidad que mantiene la tensión. Y sobre todo, con la serena objetividad propia de un buen historiador, que busca saber la verdad. Una lectura altamente provechosa y recomendable.

miércoles, 28 de agosto de 2019

Liderazgo amable


El liderazgo amable. Tertulia con Patricia Ramírez



Recientemente hemos tenido un nuevo encuentro de periodistas y comunicadores en la sede de la oficina de comunicación del Opus Dei en Valencia. Esta vez la invitada era la conocida psicóloga Patricia Ramírez, especializada en medicina deportiva y una gran divulgadora de la psicología cotidiana, que es la ciencia que entrena para el gran deporte de la vida.

“Estamos hechos biológicamente para cuidar de los demás, para ser amables. Hay que declarar la guerra al individualismo, porque se vuelve contra uno mismo. Y ese individualismo nos lo inoculan desde la infancia en el sistema educativo.”

Para tan contundente afirmación Patricia aporta años de investigación clínica, en miles de pacientes. Y su experiencia como psicóloga de equipos deportivos, como el Betis. Lo que determina la calidad de un equipo es justo eso: que hay equipo, en el que reina el espíritu de colaboración y la expresa renuncia a egos y vedetismos particulares.


                         


El secreto es pensar en los demás. “Si aprendemos a poner el foco en los demás no sólo seremos más felices, sino que además mantendremos unida a la familia, o al equipo, o a todo un pueblo. El individualismo nos aísla, y en cambio el hábito de pensar en los demás cohesiona al conjunto social.”

Patricia, que colabora en numerosos programas de radio y televisión, acaba de embarcarse –con Perico Herraiz, de la ONG Cooperación Internacional- en un nuevo proyecto para conocer y difundir las claves de ese silencioso liderazgo que  la gente buena ejerce a su alrededor: El liderazgo silencioso de la gente de bien.  

                                 

“Hay personas que, sin imponerse, te hacer sentir que están ahí para que seas mejor persona, que ponen al servicio de los demás su capacidad de liderar, sin buscar a toda costa el provecho propio.”

El respeto que despierta ese líder se debe a todo un conjunto de valores. El primero, que su conducta es ejemplar, y por eso atractiva. Su sincero desinterés inspira confianza. El líder respeta a cada persona.  Conoce a cada uno de los que dependen de él, y por eso sabe adaptarse al modo de ser de cada cual. No es autoritario, no grita. Da argumentos, y los comunica de manera amable, sin humillar, y menos en público. No pierde los nervios ante los errores. Sabe convivir con las deficiencias propias y ajenas. No se considera imprescindible, delega, ofrece con sencillez todo sus conocimientos. Y exige, marca objetivos desafiantes transmitiendo confianza en que puedes alcanzarlos.

                           


Patricia es conocida por su afición a los pósits, que le permiten condensar en frases breves, como en un ejercicio de meditación, ideas prácticas para la mejora personal. Más de cien mil seguidores en Instagram y Twitter avalan la calidad de esas píldoras diarias que ayudan a pensar en lo correcto.

Las redes te dan visibilidad, pero no te dan de comer”. Instagram es su favorita, porque es más amable que twitter. “Los seguidores llegan cuando compartes cosas que realmente pueden servir a los demás.” Y es muy grato lograr generar una comunidad de seguidores amable y amigable, en la que se escucha aunque se disienta. Ahí tenemos un reto: hay que lograr que las redes sirvan para generar amistad social. Los que lanzan odios o insultan hacen daño a la convivencia, son tóxicos, mejor ignorarlos.




Esa visibilidad provoca que su gabinete de consulta psicológica no de abasto. Acuden a Patri equipos deportivos, atletas afamados,  personas deprimidas a consecuencia de una jubilación anticipada (“no nos damos cuenta de las profundas heridas que está causando ese “véte, ya no nos sirves”). Patri ayuda a superar los retos de la vida, a desarrollar capacidades que a menudo nos pasan ocultas, a desterrar hábitos nocivos o adquirir costumbres sanas que cuidan y potencian las neuronas de nuestro cerebro.

                             



Entre los consejos que suele recomendar está la meditación, porque vivimos en una época alocada y los seres humanos estamos dotados de inteligencia y cerebro para que podamos reflexionar, lo que en cristiano se llama también oración personal, que es muy sana.  Y por supuesto también el deporte al aire libre, la calidad del sueño, fomentar la curiosidad y el diálogo con personas distintas, salir de cómodos encierros en busca de la amistad y la solidaridad…

Cosas tan sencillas como hacer los cálculos de la compra de memoria, aprender cada día alguna palabra nueva de algún idioma, o usar la mano contraria a la habitual (para comer, abrocharse un botón, abrir una puerta…) dinamizan la actividad cerebral, nos mantienen ágiles y alejan el peligro de enfermedades como el Alzeimer.

                             

Es vital el deseo de seguir aprendiendo toda la vida, de seguir trabajando, con una actitud positiva ante el futuro que nos condiciona más que la edad. Hay jóvenes en edad que son ancianos por dentro, y transmiten desánimo y tristeza. Y personas de ochenta y noventa años con espíritu joven por su actitud positiva ante la vida, con las que convivir es una experiencia alegre y encantadora. Como lo fue esta deliciosa tertulia periodística con Patricia @patri_psicologa



lunes, 26 de agosto de 2019

Flores para la señora Harris


Flores para la señora Harris. Paul Gallico



La señora Harris es una simpática y tenaz señora de la limpieza londinense, viuda, que un buen día, al abrir el armario de una de sus clientas para ordenarlo, siente el flechazo de un deslumbrante vestido de Christian Dior.

“Se vio frente a un tipo nuevo de belleza: una belleza artificial, creada por la mano de un hombre y un artista, pero artera y directamente dirigida al corazón de la mujer (…) Una explosión de satén y tafetán carmesí, adornado con grandes lazos rojos y una enorme flor también roja… Dejó de moverse, como si se hubiera quedado sin habla, porque en toda su vida nunca había visto algo tan emocionante ni tan bonito… En ese instante nació en su interior el deseo de tener un vestido semejante.”

Con fino sentido del humor, el relato nos sumerge en las peripecias de la señora Harris, que con indudable tesón británico y frente a todo pronóstico logra viajar a Paris -al Paris de los años 50, cuando viajar era todavía un lujo- y entrar en el inaccesible mundo de la alta costura, del exuberante pase de colecciones exclusivas en las  dependencias de Cristian Dior. Un mundo reservado a las grandes fortunas se despliega ante ella en el 30 de la Avenue Montaigne.



La trama, bien llevada, da giros insospechados, y lo que parecía una divertida forma de penetrar en ambientes exquisitos acaba mostrándonos el verdadero lugar que corresponde a la moda, por detrás en la escala de valores humanos. Y la sufrida señora Harris hace grandes descubrimientos: el más importante, que a la gente se la debe querer por lo que es y no por lo que aparenta. Y descubre también la frustración a la que conduce todo deseo vanidoso, y el orden que nunca debe falta en nuestras prioridades.

Este relato de humor, cargado de valores humanos, tuvo tal éxito en su momento que Gallico se sintió obligado a escribir otras dos novelas con la señora Harris de protagonista.


domingo, 25 de agosto de 2019

Roma Dulce Hogar


Roma Dulce Hogar (Nuestra conversión al catolicismo)
Scott y Kinberly Hahn. Ed. Rialp



Scott y Kinberly Hahn, ambos de familias protestantes y educados en convicciones anticatólicas, forman un matrimonio estadounidense que veían en el catolicismo la encarnación de todos los males y supercherías del cristianismo. Hasta que, por diversos caminos, fue abriéndose en su mente la evidencia de la verdad.

Esos dos caminos de conversión son los que nos describe este relato autobiográfico y cautivador. Peter Kreeft, conocido escritor y profesor de filosofía en el Boston College, explica en el prólogo algunas de las razones que le movieron a leer el libro de un tirón. Y la primera razón es la indudable categoría intelectual de ambos, que se refleja línea a línea en sus relatos.




Hablan con el corazón en la mano, pero con un rigor intelectual, escriturístico y teológico inapelables. No en vano son ambos especialistas en Sagrada Escritura y profesores habituados a la argumentación de alto nivel, sin concesiones a la sofística, sino amantes de la verdad. 

Ese rigor intelectual, propio de quien ama por encima de todo la verdad, les permite liberarse de lugares comunes y eslóganes ahistóricos. Muy interesante la tensión que surge en el matrimonio ante la primera conversión al catolicismo de Scott, la reacción incrédula de Kinberly, y el desgarrón social que puede suponer un giro de estas características.

Scott y Kinberly Hahn muestran su relato con sencillez y con una línea argumental amable, dotada de fino sentido del humor, dando al conjunto lo que Kreft denomina el emeth hebreo: la fiabilidad. Todo el relato de esta pareja encantadora, que llegó a descubrir la verdadera Iglesia por caminos y en tiempos diferentes, inspira credibilidad y confianza.

Perfectamente equipados por sus previos estudios bíblicos, y con la rectitud de intención que prepara a reconocer la verdad donde se encuentre, el Espíritu Santo les condujo a la Iglesia católica, en la que descubren una dimensión nueva para ellos: la de familia, una familia propia a la que regresar después de haber estado perdidos fuera de ella. El dulce hogar al que regresar, la familia de Dios entre los hombres, a la que Dios quiere conducir a todos.

Una lectura altamente instructiva y esperanzadora, en la que se aprende mucho de Sagrada Escritura, pero también de comprensión y respeto a todas las personas, especialmente a los hermanos separados que mantienen la fe en el mismo Señor Jesucristo.


jueves, 22 de agosto de 2019

Historia de la Iglesia


Historia de la Iglesia (I). Joseph Lortz



Para un hombre de fe, la historia de la Iglesia es la historia de la acción de Dios entre los hombres. Por eso, estudiarla tiene algo de sobrecogedor. Hay que acercarse a los hechos históricos con veneración, una veneración que acentúa el deseo de rigor y conocimiento de la verdad tal y como fue, libre de prejuicios y lugares comunes.

Es lo que logra Joseph Lortz en este trabajo histórico,  en el que se percibe tanto su amor a la Iglesia fundada por Jesucristo  como un rigor científico indudable. Su análisis de los sucesos viene acompañado de datos relevantes para la comprensión de la historia.

Anoto algunas ideas y comentarios que me ha sugerido la lectura de este primer tomo de su trabajo, que me ha parecido muy recomendable para quien desee conocer mejor la historia de la Iglesia.


Una misión encargada por Dios mismo

Durante 3 años, Jesucristo formó a sus doce apóstoles para que fueran capaces de realizar una misión: “Id por todas partes y anunciad el Evangelio a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.”

Esa misión superaba con creces la capacidad humana de aquellos Doce. Por eso les envía el Espíritu Santo, que conducirá a su Iglesia. Pero, parafraseando a Benedicto XVI, lo único que el Espíritu Santo garantiza es que el daño que ocasionemos los hombres a su Iglesia no sea irreversible.

Debe dar mucha serenidad al cristiano, en medio de las deficiencias propias y ajenas, contemplar ese empeño de Dios: la Iglesia no es un invento humano. Late en ella el corazón omnipotente y misericordioso de Dios, que ha depositado en su Iglesia todo lo que el hombre necesita saber sobre el sentido de su vida, sobre cómo ser feliz en la tierra y para siempre en el cielo.


La historia de la Iglesia es la historia de lo divino en la tierra

Mediante la Encarnación de Jesucristo, Dios mismo ha querido participar en la historia humana. Por eso la Iglesia no cesará de extenderse, generación tras generación. Se mueve guiada por la voluntad salvífica de Dios, que gobierna el mundo y hace que incluso el error de los hombres sea útil para su designio salvador. “Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia.”


Lo mejor de la historia de Occidente se debe a la Iglesia

Tal vez la prueba más palpable de la divinidad de la Iglesia estriba en que todos los pecados e infidelidades de sus propios jefes y miembros no han conseguido destruirla. De todo don de Dios se puede abusar.  Incluso el papado puede abusar de su poder espiritual por afán de dominio o de placer. Pero el papado está amparado por una promesa de asistencia, y aun cuando cometiese errores no se verá afectado en su esencia.

El reconocimiento de esos errores en la historia –donde hay personas se cometen errores- no debe impedir reconocer también un hecho patente: lo más óptimo de la cultura actual de Occidente ha surgido de la Iglesia, ha crecido alimentada por sus raíces cristianas en un terreno fecundado por el Evangelio. Aunque en ocasiones esa misma cultura se haya vuelto hostil a la Iglesia, que la ha hecho posible.

De la Iglesia procede el sentimiento fraterno entre los hombres, la igualdad del hombre y la mujer,  el deber de cuidar a los más débiles y desfavorecidos (¡son el mismo Jesucristo!), la separación del poder civil y religioso (“dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”), la igualdad ante la ley y la justicia, el derecho de gentes, la conciencia progresiva de la libertad humana, porque es un don de Dios que el mismo Dios respeta…

Son sentimientos que no quedaron en deseos teóricos, sino que a lo largo de la historia fueron cuajando  en obras concretas: asilos, hospitales, universidades, centros de enseñanza y alfabetización, dispensarios, instituciones para viudas y huérfanos, gremios profesionales, garantías procesales,...

El Evangelio actuó como un gran dinamismo civilizador, porque dotaba a los hombres de sentido para sus vidas, de confianza en un Dios providente y amoroso que invitaba a construir relaciones fraternas con los demás hombres, a perdonar y así hacer posible la paz, a confiar  en su propia capacidad de conocer el mundo y de mejorarlo…


Poder transformador del cristianismo



Constantino (272-337) conocía la descomposición interna del Estado en el Imperio Romano. Había vivido en Asia Menor, que en su época era el país más cristiano del mundo, y conocía la gran potencia transformadora del cristianismo, al que se había adherido lo mejor de la intelectualidad del momento.

¿Qué tenía la Iglesia, tan pobre en los primeros siglos de su existencia, que atrajera a tantos? Desde luego la acción de la gracia de Dios y el fuego apostólico de los primeros cristianos. Pero quizá la Iglesia pudo superar al paganismo porque durante sus primeros siglos  se centró sobre todo en su íntimo núcleo, llenándose así de poder de irradiación.

Precisamente porque sentía la necesidad de distanciarse de costumbres paganas que chocaban con las enseñanzas de Jesús, la Iglesia “creció para adentro”, en santidad de sus miembros. Y la santidad, si es auténtica, irradia.


Separación de política y religión: logro histórico y problemática evolución

Con el Edicto de Milán (313) el emperador Constantino reconoce la libertad para elegir religión, y por primera vez los cristianos gozan de libertad para practicar su fe. El Estado reconoce que en la vida social existen dos esferas autónomas: política y religión, Estado e Iglesia. Es lo que Jesús había enseñado: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.” (Mt 22, 21).

Ese decreto, que por primera vez en la historia declara la libertad de conciencia, tendrá enormes repercusiones históricas. El edicto no significó que ya estuvieran garantizadas ni la libertad de conciencia ni la plena separación de poderes, pero abrió la puerta a una tarea que a lo largo de los siglos se ha ido abriendo paso. Aun hoy sufre tensiones en su realización práctica.

Con su arriesgada decisión, el emperador Constantino se puso del lado del futuro, aunque seguramente no preveía el gran impacto que supondría esa libertad, que en breve dio lugar a situaciones impensables en tiempos antiguos.

Por ejemplo, en el 494, el papa Gelasio I escribe al emperador Anastasio para decirle taxativamente que el poder espiritual es completamente independiente del poder temporal.  Esto al hombre antiguo no se le habría ocurrido ni pensarlo, porque desde siempre el poder espiritual estaba plenamente sometido al poder civil, que reclamaba para sí la máxima autoridad espiritual.

                  San Ambrosio impide al emperador entrar en la iglesia

Cuando san Ambrosio, en el año 390, excomulga al emperador Teodosio por haber ordenado una matanza en Tesalónica, y se atreve a prohibirle la entrada en una iglesia, y le impone una humillante penitencia, descubrimos la enorme potencia espiritual de la sacralidad cristiana, impensable en época pagana.


Primado del obispo de Roma y poder temporal

El primado del obispo de Roma actuó como garantía de libertad espiritual para la Iglesia. Mientras el Patriarca de Constantinopla estaba cada vez más aterrorizado por el poder del emperador, el primado del obispo de Roma sobre los demás obispos significaba la preservación de la libertad de la Iglesia. 

Sin Roma, desde el punto de vista histórico, no se hubiese dado a la larga un gobierno autónomo espiritual de la Iglesia. Esa autonomía fue posible gracias a que en Roma se había introducido la separación del poder político y del religioso, dos esferas de la vida  que deben avanzar en armonía y colaboración, pero sin intromisiones.

Mientras hubo colaboración, el Occidente cristiano estuvo lleno de vigor. Cuando desde el siglo XIII esa conjunción se vio amenazada, comenzó a desordenarse el cimiento del Medioevo.

Todas las anomalías de la Edad Media (simonía, dependencia de la Iglesia del Estado, secularización de los obispos, injerencias del emperador en la vida canónica…) fueron en su mayoría consecuencia de la mezcla de poderes, sin la suficiente separación ni coordinación de ambas partes para un servicio recíproco efectivo. Más bien, cada una trató de imponer su hegemonía sobre la otra, preparando las bases de lo que fue después una separación hostil.


Juicios ahistóricos

Pero incluso en esas circunstancias de confusión no hay que ser demasiado rápidos para emitir juicios sobre lo acertado de las decisiones que se tomaban, porque los juicios pueden ser  ahistóricos si se prescinde del contexto.

Por ejemplo, es el caso de las críticas al poder temporal del papado. Hoy nos parecen altamente razonables, pero sin el poder político de los papas, incluso cuando detrás de ese poder hubiera intereses personales, los continuos ataques de los ambiciosos poderes nacionales (como Francia, Inglaterra o Alemania) hubiesen quebrantado la unidad de la Iglesia en esos países.

Esos poderes nacionales con frecuencia pusieron al servicio de sus intereses y contra la Iglesia toda su capacidad jurídica, publicista e incluso teológica. Ellos dieron origen a muchas leyendas negras que falseaban la realidad y beneficiaban a sus intereses, aunque para ello tuviesen que atentar contra la unidad de la doctrina católica.


La Edad Media

En medio de todas las tormentas que provocaron las invasiones bárbaras, que en sucesivas oleadas destrozaron la antigua y ya decadente civilización romana (entre el año 375 y el 700), la Iglesia fue la salvadora de la cultura y el refugio de los pobres.

                    El Papa León I el Magno logra frenar a Atila

Fueron los obispos quienes permanecieron en sus puestos cuando todos huían. Los obispos conseguían y repartían el grano, cuidaban a los más débiles y abatidos, infundían ánimo a quienes se vieron abandonados a su suerte, hacían frente a la desesperanza, y tendían la mano civilizadora a los bárbaros invasores, jugándose la vida.

El efecto final de las invasiones fue la ruina de la antigua civilización romana, ya en vías de descomposición desde hacía tiempo por hastío vital y por un fuerte descenso de la población. Y fue entonces cuando apareció el aspecto “medieval” en Europa, que era el aspecto que traían los invasores bárbaros, incultos y de costumbres salvajes.  
Sobre esa ruina física y cultural bárbara de los primeros siglos del medioevo es sobre la que los hombres de Iglesia comenzarían a edificar las bases de lo que llegaría a ser la civilización de Occidente, la más grande que jamás haya existido sobre la tierra, de la que aún somos deudores.


La Edad Media fue una Edad luminosa



Edad Media”, afirma Lortz,  es un término despectivo inventado siglos después por humanistas presuntuosos, para descalificar el período de la Antigüedad clásica hasta el Renacimiento, en que habría reaparecido la cultura, según ellos.

Pero esa época medieval, que llegó a entenderse a sí misma como el “orbe cristiano”, no sólo realizó una gran obra cultural, sino que sin ella no habría surgido el Renacimiento.

Quizá uno de los más grandes logros espirituales y sociales de la Iglesia en la Primera Edad Media fue la erección de parroquias rurales. Hoy no nos damos cuenta de lo que aquello significó para culturizar y cohesionar al pueblo.

El párroco era un hombre instruído espiritualmente, preparado para predicar la revelación cristiana, y estaba en continuo contacto con las gentes  del campo, que no tenían instrucción ninguna: fueron entre ellos un foco de luz y calor para esa naciente cultura occidental, en la que se empezaban a sentir no como salvajes aislados, sino pertenecientes a una familia: la de los hijos de Dios, hermanos entre sí por tanto.

Con muchas deficiencias y costumbres bárbaras aún, por supuesto, pero la Iglesia depositaba en sus mentes y en sus almas la semilla civilizadora del Evangelio.


Promotora de civilización


                                 
Cuando Benito de Nursia (480-547) estableció su regla, incluyó el voto de stabilitas loci: compromiso de permanecer en el mismo monasterio. Esto, junto al lema de ora et labora, que llevaba consigo el trabajo manual y el intelectual, convirtió a los monasterios en promotores de civilización en terrenos hasta entonces no cultivados, generadores de economía y de ciencia, y por supuesto de religiosidad.

Los monasterios configuraron el mundo no sólo para la Iglesia, sino también para el Estado y para la ciencia, y fueron tomados como ejemplo por los pueblos bárbaros germanos.

Es significativa una constante en la historia de la Iglesia: en los momentos de mayor oscuridad espiritual o moral, siempre han surgido movimientos renovadores, que han crecido lenta y firmemente, arrancando desde el silencioso trabajo de pequeños círculos de personas



Cluny, en el siglo X, es un claro ejemplo, entre muchos otros a lo largo de la historia y hasta nuestros días.


Conversiones masivas de los pueblos germánicos

Pueblos enteros germánicos se convirtieron al cristianismo, en masa, siguiendo a sus reyes. Desde luego, raras veces eran capaces de darse cuenta teológica del contenido de la fe que abrazaban.

                    Conversión de los bárbaros


Si convertirse, según el Evangelio, significa ante todo metanoia, cambio del modo de pensar, es claro que en una conversión masiva ese cambio corre el peligro de ser insuficiente. Y lo confirma la historia de la vida religiosa en los primeros siglos cristianos del medioevo.

Pero igual de malo, o peor, fueron otras conversiones “ilustradas” cuando se guiaban por falsas interpretaciones del cristianismo, como las judaicas o gnósticas, muchas veces causadas por malas traducciones del Evangelio.

Las conversiones en masa requirieron un proceso lento y paciente de asimilación auténtica de la fe hasta que se hiciera vida, tarea que por otra parte todo cristiano sabe, o debería saber, que no terminará nunca.

Pero esas conversiones masivas tenían la ventaja de poner de manifiesto la unidad de la comunidad. La fidelidad del séquito a su rey, siguiéndole incluso en la fe que abrazaba, era imagen de algo mucho más fuerte: la comunión de los santos.

Y es bueno recordar, según la enseñanza de Jesús, que la aceptación del reino de Dios no está reservada a los sabios, antes bien a los sencillos y humildes.


Unidad de la verdad y valores objetivos

Quizá pocos como san Agustín (354-430) han encarnado el espíritu cristiano. El obispo de Hipona une una piedad personalísima (la piedad de una mente genial y poderosa) con la fidelidad a la Iglesia (a su principio vital, que es Jesucristo, e inseparablemente al primado de Pedro, garantía de la unidad de doctrina).

                   Agustín de Hipona

San Agustín es modelo de la síntesis católica, que une a la conmoción personal y subjetiva la aceptación de unos valores objetivos. Nada tiene valor si tras ello no está el hombre interior que lo hace suyo. Pero el hombre interior no es la medida de sí mismo y de las cosas, sino que frente a él está indefectiblemente la única Iglesia fundada por Jesús.


Abusos

Frecuentemente encontramos en la historia de la Iglesia anomalías religiosas y morales. Pero son menos de lo que han querido hacernos creer las leyendas negras y otras manipulaciones históricas de quienes tienen a la Iglesia por enemigo a batir.

La mejor apologética, la única verdadera, es la verdad. Y eso exige constatar la realidad como es, con el esfuerzo de rigor técnico que merece el objeto de investigación. Sombras las ha habido, porque intervenimos personas. Pero la verdad exige que se tome en consideración todo el curso de las cosas, y no solo las sombras. Y tener en cuenta que lo malo hace más ruido que lo bueno. El mal es agresivo y chillón, y por eso permanece en la memoria de los pueblos. El bien es más discreto.

Lo más importante es que las anomalías siempre han sido vencidas y superadas por la Iglesia, y de ello se deduce que la santidad de la Iglesia es sustancial y no depende de la debilidad de sus miembros. La Iglesia es iglesia de pecadores, y en el curso de la historia a veces lo ha sido de forma trágica. Pero ¿en qué otra institución formada por hombres no ha habido errores? Y ninguna como la Iglesia ha estado dispuesta a reconocerlos y pedir perdón siempre que ha sido necesario.

Incluso en los tiempos más oscuros, Dios siempre ha regalado a su Iglesia santos para hacerla resurgir de nuevo. Santos en los que verdaderamente se instaura el reino de Dios en la tierra, que no consiste en un reinado humano, sino en la plenitud de la fe en los miembros de la Iglesia.

El Reino de Dios está dentro de vosotros”: ahí es donde Dios quiere reinar. Y después… pax Christi in regno Christi! En la medida en que Dios reine en cada corazón humano, reinará en el mundo.


Comprensión progresiva de la Revelación

Jesucristo nos trajo una revelación divina que nuestro entendimiento nunca podría haber encontrado por sí solo, y que incluso ahora no captamos en todo su pleno sentido. Ya lo anunció el mismo Jesús: nuestra capacidad intelectual, portentosa pero limitada, irá comprendiendo progresivamente las insondables riquezas contenidas en el Evangelio, con ayuda del Espíritu Santo. Por eso nos lo envía.  El Espíritu de verdad os guiará hacia la verdad plena.” (Jn 16, 13)

Incluso en esta tierra nunca conoceremos la plenitud de la verdad, aunque se nos dé conocerla poco a poco más claramente: “Porque ahora vemos como en un espejo, borrosamente; entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de modo imperfecto, entonces conoceré como soy conocido.” (1 Cor 13, 12)

El crecimiento del reino de Dios obedece a grandes leyes fundamentales, que es lo contrario de una fijación literal inicial de todos los detalles. Hay una evolución en la Iglesia: la prometida conducción a la verdad completa por el Espíritu Santo, que en el transcurso del tiempo llega a convertir en fórmulas explícitas revelaciones contenidas implícitamente y como en germen en la predicación de Jesús: son los dogmas.


Dogma y controversias

Las definiciones dogmáticas de la Iglesia (precedidas con frecuencia de duras controversias doctrinales durante los siglos V al VII) salvaguardaban el núcleo de la verdad cristiana, impidiendo la interpretación unilateral y herética, y el consiguiente empobrecimiento del contenido de la revelación.

                    Concilio de Éfeso

Los dogmas guardan íntegro para las sucesivas generaciones el depósito de la fe revelada por Dios. No significan rigidez teórica del cristianismo, sino un gran valor religioso, puesto que contienen la verdadera doctrina de salvación, que no es invento humano.

Los dogmas son garantía de unidad y fuente de confianza en los creyentes, y sólo se entienden por la fe en la especial asistencia prometida por Dios a Pedro y a sus sucesores.

Pero si el Espíritu Santo garantiza la verdad de lo declarado como dogma (hay muy pocos dogmas en la Iglesia, los justos e imprescindibles), no aprueba en cambio los usos y modos de los debates doctrinales que a veces precedieron a esas declaraciones dogmáticas, muy duros y con frecuencia mediatizados por la política, el odio o el egoísmo.

Esas controversias lesionaron el amor fraterno en nombre de la verdad, y por eso debilitaron la fuerza evangelizadora del cristianismo, lo disgregaron, y prepararon que el islam lo hiciera desaparecer en Asia Menor y otras zonas que habían sido cristianas desde la primera hora.

Si la historia está para enseñar lecciones, esta es una de ellas: el cristiano nunca puede olvidar que toda afirmación y todo conocimiento debe estar impregnado por el amor: “la verdad sea dicha con caridad.” (Ef 4, 15).


Herejías y escisiones

La base para valorar las escisiones que se han dado en la historia, y que aún perviven, es la explícita Voluntad del único Señor: no debe haber más que una única Iglesia y una doctrina, un único pastor y un único rebaño. Es la oración de Jesús al Padre: “Ut omnes unum sint!” (Jn 17, 2) “¡Que todos sea uno!” Una súplica de Quien conoce nuestra debilidad y nuestra soberbia, capaz de todas las enemistades y rupturas.

La unidad del cristianismo depende de la unidad de la verdad. Pero queda un atisbo de esperanza. El cristianismo no es solo una doctrina. Es fundamentalmente una Persona: Jesucristo. Por eso no hay separación absoluta cuando se mantienen la fe en Jesucristo, Señor y Redentor, Dios y hombre.

Eso explica que algunas de las ramas separadas por deformaciones de la verdad cristiana hayan seguido dando frutos y hayan permanecido. Y que debamos seguir rezando, con Jesús, por la plena unidad de su rebaño entorno al único Pastor.

La herejía no debe identificarse con maldad u orgullo. Muchas veces procede de un ardiente celo de personas con grandes dones naturales, que buscan personalmente la verdad salvífica correcta. 

Lo que evidencian las herejías es la limitación cognitiva del hombre. Para remediarlo estableció Jesús el primado de Pedro, y esa es la norma segura: ubi Petrus, ibi Eclesia.


Escándalos

Escándalos entre los cristianos hubo siempre, porque no siempre se guardaba el alto nivel moral exigido por la doctrina cristiana. Esto ya lo anunció Jesús en la parábola del trigo y la cizaña, y de los peces buenos y malos arrastrados por la misma red, o del invitado a la boda sin traje nupcial.

La Iglesia desde el principio tuvo en cuenta la mediocridad religiosa y moral de los hombres, y afirmó que a pesar de sus miembros indignos pervivía la santidad objetiva, ya que Dios mismo es su origen y protagonista.

Pero fue precisamente la vida ejemplar de los primeros cristianos, que chocaba con las conductas depravadas reinantes en el decadente imperio romano, lo que atrajo a los gentiles hacia la Iglesia.

Más que sus escritos y doctrinas, lo que atraía de los cristianos era su conducta y sus costumbres, porque la profesión de fe implicaba inseparablemente una renovación de la vida moral que se manifestaba en el estilo de vida: era un verdadero cambio de la manera de pensar.


Turbio origen de las leyendas negras 

Una de las fábulas contra la Iglesia consiste en asegurar que en uno de sus concilios (el de Macon, en el año 585) se negó que las mujeres tuviesen alma.

La realidad es más sencilla: uno de los participantes en el concilio pidió que no se empleara el término “hominem” para designar a las mujeres, pues “homo” significa varón, y no el genérico “hombre” que se solía usar para designar a toda persona, varón o mujer.

La falsa interpretación de esa precisión lingüística dio origen a una mentira extendida aún hoy entre algunos ateos militantes.


Europa se hizo peregrinando

Las peregrinaciones piadosas tienen su origen en el ejemplo de Jesús y sus apóstoles, en su predicación ambulante en busca de los hombres, y en la tradición de acudir en peregrinación al templo, a los lugares santos.



Existe una honda conciencia en la persona de que la vida es un viaje hacia nuestro destino definitivo. Cada peregrinación es una imagen del viaje de la vida. Caminar hacia un lugar santo nos trae a la mente el caminar de la vida hacia el cielo, y la necesidad de implorar un buen camino.

Son lugares santos los que han sido bendecidos por la huella de Jesucristo, de la Virgen, de los Apóstoles o de los santos. Desde el momento en que Dios se encarnó en un tiempo y en un lugar determinado, ya es lícito creer que Dios ha querido santificar un lugar más que cualquier otro. El cristiano no sigue a unas ideas o a una doctrina, sino a una Persona que ha pisado nuestra tierra.

Por todo eso tienen sentido evangélico las peregrinaciones. Ya en el siglo IV tenemos constancia de la emperatriz Elena y la monja Egeria peregrinando a Tierra Santa.

            

Las romerías tienen su origen en el deseo de ir a Roma para visitar la tumba de san Pedro, y pronto pasaron a designar otras peregrinaciones, como a los lugares en que de modo especial se venera a la Virgen, que siempre ha estado presente en la vida de los cristianos.

Esas peregrinaciones, que transcurrían por itinerarios que desde todo el orbe cristiano conducían a Roma, a Santiago, a Loreto…, contribuyeron a hermanar a gentes de todos los pueblos y naciones que profesaban la misma fe.


El monacato y la renuncia al mundo

La renuncia al mundo enseñada por Jesús fue tomada en sentido literal y dio origen al monacato, que nació en Egipto en el siglo IV y de ahí pasó a Occidente. El monacato fue considerado como refugio genuino de la renuncia al mundo, entendida como expresión máxima del “sólo una cosa es necesaria” predicado por Jesús.

                    Cartuja de Porta Coeli, Valencia

Pero si eso era “lo más”, fácilmente se debería haber previsto que quien no seguía ese camino quedaba en un plano inferior en su coherencia cristiana. Tuvieron que pasar muchos siglos hasta que, de manera práctica, se entendiese el sentido de las palabras de Jesús, que a todos pide “sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto.

Esa máxima perfección a la que todo cristiano  debe aspirar, no podía significar que todos tuvieran que abandonar sus familias y trabajos (“el mundo”) para alcanzarla. Pero en la práctica así se entendió durante muchos siglos.


Santidad en medio del mundo

La llamada universal a la santidad, que por una luz especial de Dios fue predicada desde 1928 por el fundador del Opus Dei y más tarde recogida por el concilio Vaticano II, ha corregido esa falsa interpretación. La reciente exhortación apostólica del papa Francisco Gaudete et exultate ha recordado esa llamada de todos a ser santos.



Siempre hará falta el precioso testimonio de monjes y religiosos, que con su renuncia dan testimonio de qué es lo esencial y prioritario. Su presencia ha sido y será determinante en la historia de la Iglesia. 

Pero forma parte del designio de Dios que la inmensa mayoría de sus fieles, que son los laicos, descubran y asuman su misión en el mundo, sin salir de él, de sus familias, de sus trabajos, de su contribución a la construcción de una sociedad más justa. Los laicos tienen la misión de santificar el mundo desde dentro, para ordenarlo de nuevo a Dios.  Y de hacerse santos en el cumplimiento de esa tarea.