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martes, 7 de febrero de 2023

“Es bueno que yo exista”. El lenguaje que sana y cautiva de Joseph Ratzinger

 


 

Peter Seewald, en su magnífica biografía de Joseph Ratzinger, se refiere con frecuencia al estilo literario de los escritos del teólogo. Dotado de un espíritu abierto a la belleza y el arte, gran amante de la música, los escritos del futuro Benedicto XVI aparecen dotados de una atractiva y cautivadora musicalidad, que guía apaciblemente a la mente y la pone en suerte ante la verdad y el bien.

Los textos de Ratzinger «desbordan de un suave entusiasmo que cautiva irresistiblemente al lector y oyente», en especial a través de «una musicalidad perceptible incluso en la elección de las palabras y la construcción de las frases».

Cuenta Sewald que el sacerdote y escritor Elmar Gruber, que fue alumno de Ratzinger, define su estilo como un «lenguaje totalmente nuevo» y una forma de interpretar la Biblia hasta entonces desconocida, reconocible ya en las primeras clases y conferencias del futuro papa: «Se expresaba como un libro abierto. Nunca se equivocaba ni repetía. Se podía taquigrafiar lo que decía y al final tenía uno un escrito rigurosamente estructurado»

Gruber memorizaba en vacaciones frases enteras de Ratzinger «para interiorizar en la medida de lo posible su brillante lenguaje». Analizó la gramática y la sintaxis de los textos del profesor y llegó a la conclusión de que lo específico y totalmente nuevo de su discurso era el fascinante manejo de imágenes, signos y símbolos mediante los cuales iniciaba en el misterio de Dios con mucha mayor profundidad de lo que permiten las definiciones racionales.

El pensamiento meditativo, reflexivo (o sea, la inteligencia emocional), es su fuerte y a través de él lograba entusiasmar a sus oyentes, mientras que su talento racional, junto con sus dotes verbales, suscitaba admiración ilimitada. Ya le escuchara una homilía, una meditación, una clase, uno siempre se marchaba conmovido, entusiasmado y consolado, anticipando ya con alegría el siguiente encuentro».

El magnetismo que Ratzinger ejercía sobre sus oyentes se basaba, además de en su lenguaje y modo de exponer los contenidos, sobre todo en lo que Gruber caracteriza como una «teología verosímil». Resultaba fascinante «porque uno siempre tenía la sensación de que le estaba ofreciendo respuestas a preguntas concretas». El exalumno de Ratzinger dice haber recibido de su profesor una «fe sanadora».

Gruber es también psicoterapeuta y se ha visto confrontado, en el acompañamiento de potenciales suicidas, con enfermedades «que ya no podían tratarse con medicamentos». Justo en este ámbito, la conciencia de que «es bueno que yo exista y, además, tal como soy», conciencia que Ratzinger ha favorecido con su teología, «resulta esencial para la curación de muchas enfermedades en el ámbito psico-corporal». Ratzinger, según Gruber, transmitía con absoluta autenticidad una motivación existencial básica: «En vez de adoptar un tono puramente científico-objetivo, hablaba sobre realidades tratando siempre de mostrar su referencia existencial al ser humano, con lo que esas realidades empezaban a influir en la vida de las personas».

Cuando fue elegido papa, el periodista alemán Jan Ross escribió: “El cristianismo es una instancia históricamente acreditada de formación de la conciencia, como memoria ético-cultural sin la cual se corre el peligro de recaer en la barbarie. Ratzinger fue elegido papa sobre todo por su capacidad de explicar la fe, de hacer que resulte iluminadora y convincente.

Leer a Ratzinger, efectivamente, es un regalo para la mente y el espíritu. Pruébenlo si aún no lo han hecho. Aunque a veces parezca arduo, vale la pena. A través de ese estilo está hablando la sabiduría. Y la sabiduría mueve al corazón para obrar el bien. Sabe de eso mucho Peter Seewald: sus conversaciones con Ratzinger le pusieron en suerte ante Dios.

Relacionado: 

Algunos libros en la vida de Benedicto XVI

Introducción al cristianismo

Luz del mundo

Mi vida

Jesús de Nazaret

Verdad, valores, poder

 


sábado, 24 de julio de 2021

El coraje de la conciencia

 


Contracorriente... hacia la libertad. Mariano Fazio. Ed. El Buen Mudo

 (Artículo originalmente publicado en el periódico Levante-EMV)


El argentino Mariano Fazio, filósofo e historiador, es autor de sugerentes ensayos sobre la historia del pensamiento contemporáneo. Es además vicario auxiliar del Opus Dei, y amigo personal del Papa Francisco desde sus años en Buenos Aires. Acaba de presentar en Valencia un nuevo trabajo sobre tres célebres ingleses que, viviendo en épocas y situaciones personales muy diferentes, tienen en común el haber sido leales a su conciencia en un ambiente adverso: Tomás Moro, John Henry Newman y Gilbert K. Chesterton. Su actitud vital, reconocida como heroica por la Iglesia en los dos primeros, y en proceso de serlo en el tercero, les concede una gran actualidad, y sin duda por eso el autor los ofrece ahora a nuestra consideración. 

 

Se trata de tres figuras de alcance universal, que comparten unos valores tan genuinos que toda persona de bien debería desearlos para sí: el amor a la verdad, la decidida defensa de la libertad para obrar en conciencia, un carácter abierto a la amistad con todos, una vida iluminada por el sentido del humor. Son rasgos tan humanos que nos remiten a la imagen divina que está en la raíz de nuestro ser. 

 

Los tres viven en un ambiente en el que el catolicismo es minoritario. Pero afrontan los retos de ese ambiente con un fuerte sentido de la libertad, manteniendo la actitud que en su conciencia ven más correcta. No les importa que su rectitud les enfrente a la incomprensión, al vacío social o, en el caso de Moro, al martirio. Como escribió Harper Lee, la conciencia de cada uno es la única cosa que no se rige por la regla de la mayoría.

 

Nuestros personajes comparten el sentido del humor: radiante y explosivo en Chesterton, fino y elegante en Moro, más serio e intelectual en Newman. Como señala Fazio, ninguno de ellos es pájaro de mal agüero, ni profeta de desgracias, porque el pesimismo no es cristiano. Aman el mundo en el que viven, y por eso no centran su atención en las sombras, sino en las luces que siempre brillan en cualquier persona y situación, dando sentido a la existencia. Deberíamos hacer cotizar al alza el buen humor, un valor que dulcifica y ennoblece la convivencia.


Santo Tomás Moro, lord Canciller de Inglaterra

 

Tomás Moro, primer ministro y lord Canciller de Inglaterra, gran humanista, es ejemplo de coherencia entre la fe y las obras. Eligió ser fiel a su conciencia cuando la ley se lo puso muy difícil, porque el rey reclamaba para sí el título de cabeza de la Iglesia. Tomás no podía aprobar esa pretensión basada en la mentira, y murió mártir, perdonando a sus jueces y verdugos, incluso consolándoles: les recordó que también Saulo aprobó el martirio de san Esteban antes de su propia conversión, y acabó siendo san Pablo.

 

Moro ha pasado a ser un ejemplo de cristiano que vive su ciudadanía con lealtad y de acuerdo con su conciencia. Porque casi todo es relativo, pero no todo: hay cosas que no da lo mismo afirmar que negar. “Afirmar que todo es relativo es fundamentalismo”, señala Fazio. Porque si todo es relativo, esa misma afirmación también lo es, y cae por su propio peso.

 

Con gran sentido, la Iglesia ha nombrado a Tomás Moro patrono de los políticos. En el Real Colegio del Corpus Christi de Valencia conservamos como un tesoro el manuscrito de su último libro, que escribió en prisión antes de ser ejecutado: La agonía de Cristo. Nos vendría bien releerlo de vez en cuando. Y también la Oración del buen humor que se le atribuye. “El papa Francisco la reza a diario”, revela Fazio. 


John Henry Newman

 

John Henry Newman, pastor anglicano, fue heroicamente fiel a su conciencia cuando decidió pasar a la Iglesia católica. Nunca traicionó la luz interior recibida, que dio origen al movimiento de Oxford, y le llevó a investigar a fondo si la Iglesia anglicana era realmente continuadora de la primitiva Iglesia. Su noble afán de verdad, que requirió un serio trabajo intelectual, le condujo inesperadamente a la Iglesia católica, superando sus fuertes prejuicios contra Roma.

 

Newman sabía que padecería incomprensión por parte del luteranismo, pero fue fiel a lo que veía en conciencia. Lo que no imaginaba es que también padecería incomprensión por celotipias de sectores católicos, una vez convertido. Es famoso el pasaje de su Carta al duque de Norfolk: “Si me pidieran un brindis, brindaría por el Papa, pero antes por la conciencia. El primer Vicario de Cristo no es el Papa, sino la conciencia.” Esa afirmación supone un serio compromiso de la conciencia con la verdad.


Gilbert. K. Chesterton

 

En Gilbert K. Chesterton brilla su total ausencia de respetos humanos para decir lo que piensa, aun en medio de corrientes de opinión muy opuestas. En su famoso libro Ortodoxia, escrito mucho antes de su conversión al catolicismo, cuenta la historia de un marino inglés que sale a descubrir mundo y llega a un lugar paradisíaco, que resulta ser la misma Inglaterra de la que había partido. Describe así el viaje del anglicanismo, que abandonó sus raíces católicas en busca de tierras mejores. Pero describe también su propio itinerario personal, en un retorno a la Iglesia católica que ya intuye cercano.

 

No gustaba mucho esa comparación en los ambientes intelectuales anglicanos. Pero como Moro y como Newman, Chesterton ni se arredra ni echa en cara nada a los que le combaten. Simplemente habla sin respetos humanos de la verdad, de lo que ve en su conciencia. Se muestra abierto al diálogo (¡sus ingeniosas y divertidas controversias con Wells o Bernard Shaw!) y mantiene un profundo sentido de la amistad con quienes piensan diferente. Su capacidad de empatía debería ser un referente para muchos, cuando el ambiente es tan propenso a la crispación, al frentismo, a romper con quienes sostienen ideas diferentes.

 

Tres personajes muy actuales, no solo para los católicos. Porque en ellos brillan valores tan necesarios para la convivencia como el respeto al otro y la escucha atenta. Se muestran dispuestos a recoger las semillas de verdad que hay en toda opinión, y a construir puentes desde las posiciones compartidas. Lejos de tergiversar y poner zancadillas, saben poner al rival en una posición cómoda, sin ataques personales. Ofrecen su amistad por encima de las diferencias. Pero no admiten como verdadero lo que es falso, porque sin verdad no se puede ser libre.

 

La vida de estas personas nos habla de la presencia de la verdad en el mundo, y de nuestra capacidad de reconocerla. Su alegría de vivir nos muestra también la fuerza liberadora que supone seguir la luz de la conciencia a pesar de los efímeros halagos del mundo. No estamos hechos para la mimetización con el ambiente, sino para la verdad. El título del libro lo explica bien: para ser libre a veces es preciso ir “Contracorriente… hacia la libertad”.


Oración del buen humor. Fuente twitter @opusdei_es


 


 

 

sábado, 2 de marzo de 2013

Verdad, valores, poder. Joseph Ratzinger




Verdad, valores, poder. Piedras de toque de la sociedad pluralista. Joseph Ratzinger. Ed. Rialp


Verdad, valores, poder, son piedras de toque que nos permiten calibrar la calidad de una sociedad pluralista. Este libro recoge tres ensayos del cardenal Joseph Ratzinger sobre cuestiones tan esenciales.


Con la nitidez y hondura características de su pensamiento, el futuro papa Benedicto XVI reflexiona sobre el problema al que se enfrenta una sociedad, que intenta construirse en torno a la democracia, cuando pierde una referencia clara acerca de los valores que debe promover, y considera la verdad un concepto meramente subjetivo. Conceptos fundamentales como conciencia y culpa se difuminan. En esa sociedad la persona está en riesgo de perder su libertad.


Las democracias que no se apoyan en un mínimo de valores, no expuestos al arbitraje de mayorías cambiantes, degeneran en tiranías. Las democracias occidentales corren ese riesgo, porque buscan en vano un fundamento en el pantanoso terreno del relativismo, y desprecian el firme apoyo de los valores cristianos sobre los que crecieron. 


    En La Democracia en América,
 Tocqueville escribe que en América era posible un orden de libertades, una libertad vivida en común, precisamente porque era una sociedad en la que seguía viva la conciencia moral fundamental alimentada por el cristianismo. Pero sin convicciones morales comunes las instituciones no pueden durar ni surtir efecto.


    La historia del siglo XX, afirma Ratzinger, ha demostrado dramáticamente que la mayoría es manipulable y fácil de seducir, y que la libertad puede ser destruida en nombre precisamente de la libertad. La mayoría no puede ser fuente del derecho ni lo único decisivo en democracia. Es indiscutible que la mayoría no es infalible, y que sus errores no afectan sólo a asuntos periféricos, sino a bienes fundamentales que dejan sin garantía la dignidad y los derechos del hombre. Ni la esencia de los derechos humanos ni la de la libertad es evidente siempre para la mayoría. Si la mayoría siempre tiene la razón, el derecho tendrá que ser pisoteado. 


  Ratzinger analiza el comentario de Hans Kelsen, maestro del positivismo jurídico, a la pregunta de Pilatos a Jesús: ¿Qué es la verdad? Kelsen dice que la pregunta ya contenía la respuesta: la verdad es inalcanzable. Por eso Pilatos no espera la respuesta: se dirige a la multitud y les dice: ¿Queréis que os suelte al Rey de los judíos? Es decir: somete la cuestión (sobre qué es la verdad) a la voluntad popular y deja que sea el pueblo quien decida. 


   Actuando así, Pilato se comporta como el “perfecto demócrata”: confía el problema de designar lo que es verdadero y justo a la opinión de la mayoría. “El hecho de que en el caso de Jesús fuera condenado un hombre justo e inocente no parece inquietar a Kelsen. No hay otra verdad que la de la mayoría”.

       La democracia, en el ámbito anglosajón, se apoyaba en un consenso fundamental cristiano. Pero a partir de Rouseau (siglo XVIII) comenzó a dirigirse contra la tradición cristiana. Lo democrático será desde entonces un concepto que se entiende en oposición al cristianismo e incorpora los dogmas masónicos del progreso necesario, el optimismo antropológico, la divinización del individuo y el olvido de la persona. Por eso Ratzinger recuerda que es misión de la Iglesia, y de cada cristiano, hacer que surja con fuerza renovada aquella evidencia de los valores sin la que no es posible la libertad común.


       Ratzinger resalta el valor de la conciencia, que en su primer estrato contiene el recuerdo primordial de lo bueno y de lo verdadero, insertado por Dios en nosotros. Es una tendencia ontológica del ser creado por Dios a promover lo conveniente a Dios. Ahí radica el derecho de la actividad misionera de la Iglesia: aunque lo ignoren, todos esperan secretamente el Evangelio, la Noticia del Amor de Dios a los hombres

        En ese recuerdo primordial radica también el que nadie debe obrar contra su conciencia. Aunque sea errónea, no es culpa nunca seguir la convicción alcanzada, pero sí puede ser culpa adquirir convicciones falsas y acallar las protestas que proceden de lo íntimo de nuestro ser. Hitler y Stalin obraron convencidos, pero son culpables.

 

 Debemos seguir el veredicto evidente de la conciencia. Pero eso no significa que la conciencia sea infalible, pues sería tanto como afirmar que la verdad no existe, y todo sería subjetividad. Y por tanto tampoco existiría libertad.

 

 Ratzinger observa que la falsa idea de que es más libre quien no está cargado con las exigencias de la fe ha paralizado la actividad evangelizadora de la Iglesia en los últimos decenios. Es el pensamiento de que la falsedad y el alejamiento de la verdad podrían aportar una vida más cómoda que la de quien afirma que existe la verdad. ¿No habría que liberar al hombre de la verdad, que lo ata y no  lo hace más libre? ¿No es mejor dejar a los hombres sin fe, para no atarles? 


“Quien ve en la fe una pesada carga o una exigencia moral excesiva no puede invitar a los demás a seguirla. Prefiere dejarlos en la supuesta libertad de su buena conciencia.”

 

Esa cierta aversión “casi traumática” a lo que llaman catolicismo preconciliar quizá procede de una fe soportada como una carga. Parecen decir que la conciencia errónea protege al hombre de las exigencias de la verdad.

 

Pero en realidad “la conciencia es la ventana que abre al hombre el panorama de la verdad común que nos sostiene y nos sustenta a todos, haciendo posible que seamos una comunidad de querer y de responsabilidad apoyada en la comunidad de conocimiento.”

 

Newman decía que la conciencia es la presencia clara e imperiosa de la voz de la verdad en el sujeto. Es la anulación de la mera subjetividad en la tangencia en que entran en contacto la intimidad del hombre y la verdad de Dios.

 

Acallar esa voz, para permanecer en un convencimiento subjetivo, no exculpa al hombre: Hitler y sus SS actuaron con convencimiento subjetivo, con la seguridad y falta de escrúpulos que se derivan de él.


Distinguir la verdadera voz de la conciencia

 

Un hombre de conciencia es el que no compra tolerancia, éxito, bienestar, reputación y aprobación públicas renunciando a la verdad.

 

¿Cómo distinguir la verdadera voz de la conciencia? Hay dos señales claras: que esa voz no coincida con los deseos y gustos propios, y que no coincida con lo aparentemente más beneficioso o llevadero para la sociedad, con el consenso de grupo, o con las exigencias del poder político o social.

 

No se puede comprar el progreso y el bienestar traicionando la verdad reconocida. Hoy el concepto de verdad ha sido abandonado y sustituido por el de progreso. El progreso “es” la verdad. Pero es así precisamente como se destruye el progreso, pues al separarse de la verdad pierde la dirección, y tanto puede ser progreso como retroceso.

 

En el hombre existe la presencia inexcusable de la verdad, de la verdad del Creador, que se ofrece también por escrito en la revelación de la Historia Sagrada. El hombre puede ver la verdad en el fondo de su ser. No verla es culpa. Solo se deja de ver cuando no se la quiere ver.

 

 El error, la conciencia errónea, sólo son cómodos en un primer momento. Enseguida, tarde o temprano, sobreviene la deshumanización. En el telón de acero, el sistema marxista era un sistema de engaño, y produjo embotamiento del sentido moral y una sociedad inhumana. La verdadera culpa es la supresión de la verdad que precede a la conciencia errónea, que deja al hombre en una falsa seguridad y en un desierto inhóspito.

 

 Por eso el sentimiento de culpa es necesario, porque rompe la falsa tranquilidad de la conciencia. Es una señal tan necesaria para el hombre como el dolor corporal, que nos permite conocer la alteración de las funciones vitales normales. Quien no es capaz de sentir culpa está espiritualmente enfermo. El enmudecimiento de la culpa es una enfermedad de alma más peligrosa que la culpa reconocida como culpa: no hay más que pensar en los crímenes contra la humanidad perpetrados por gentes sin escrúpulos de conciencia en los lager y gulags comunistas o en los campos de exterminio nazis.

 

 No acallar la conciencia es lo que nos salva. En Lc 18, 9-14 vemos a Jesús que puede obrar en el pecador que se reconoce culpable porque no se oculta tras su conciencia errónea. Jesús sin embargo no puede actuar en el fariseo que no siente la necesidad de perdón ni de conversión. Es precisamente el grito de la conciencia que llega al publicano lo que le hace capaz de alcanzar la verdad y el amor salvador.

 

 El peligro de perder el sentido de culpa nos acecha a todos, y debemos rezar con el salmo: “¿Quién será capaz de reconocer los deslices? Límpiame de los que se me ocultan” (Ps 19, 13). El hombre que no examina su conciencia corre peligro de adormecer ese sentimiento de culpa, sin el que no es posible acceder al perdón.

 

Y este es el reto y la responsabilidad al que se enfrenta el cristiano: conducir de nuevo a la humanidad hacia el reconocimiento de los valores morales eternos: desarrollar de nuevo el oído casi extinguido para escuchar el consejo de Dios que habla al corazón de cada persona.

 

 

 












 

martes, 8 de mayo de 2012

El valor de la ejemplaridad




Nos hizo disfrutar anoche en el club de Encuentro Javier Gomá, buen pensador y especialista en el valor de la ejemplaridad. Tema de rabiosa actualidad, e importante en sí mismo. 


Con el ejemplo de otros se nos revela el valor moral. Queramos o no, somos vía de acceso al valor moral para los demás. Todo ejemplo es público, aunque tenga lugar en el ámbito privado, y tiene consecuencias públicas. 

Ha hecho daño la confusión de términos entre vida privada moral y vida privada jurídica. Para que la sociedad funcione no basta con cumplir las leyes. Hay cosas que no son punibles, y que sin embargo hacen daño, como el mal ejemplo en la vida privada. 

El buen ejemplo de los demás nos genera cierta 'mala conciencia', que puede producir deseo de imitar, o resentimiento, si uno no está dispuesto a cambiar. La afirmación de que  'con mi vida privada hago lo que quiero'  en lo moral hace daño. 

Ahí queda, para la reflexión.