De la Cristiandad a la misión apostólica. Mons. James Shea
Prólogo de Fulgencio Espá
Universidad de Mary. Ed Rialp
Los primeros seguidores de Cristo se lanzaron a su misión de dar a conocer lo que habían visto y vivido sin esperar a hacer cálculos ni estudios sociológicos de cómo sería recibida la Gran Noticia en un ambiente hostil o al menos indiferente. Les bastaba su gozosa experiencia: habían conocido y tratado de cerca al Hijo de Dios hecho hombre, habían sentido a través de Él el amor de Dios Padre por todos nosotros, su misericordia siempre dispuesta al perdón, hasta el punto de dar su vida en rescate por nuestra salvación.
Este libro se plantea cómo debería ser hoy la actuación del cristiano y de la propia Iglesia y sus instituciones para cumplir su misión de continuadores de la misión de Cristo: dar a conocer el Reino de Dios, que contiene toda la felicidad que el hombre puede alcanzar ya en esta vida, y que le abre la puerta de la participación en la alegría eterna del cielo a la que está llamado.
Y propone que debemos volver la mirada a aquellos primeros Doce, y a las santas mujeres que les acompañaban, para aprender de ellos. Porque vivimos en una sociedad muy distinta a la que durante siglos vivió en un régimen de “cristiandad”, que tenía los conceptos claros sobre el bien y el mal, aunque con frecuencia no fuera coherente con ellos.
Hoy, especialmente desde la Ilustración, se ha ido imponiendo una visión social y unos modos culturales para los que la enseñanza moral de la Iglesia carece de sentido. Lo que estaba bien en siglos de visión social cristiana, hoy para muchos resulta incomprensible, o produce rechazo. Por eso la acción apostólica no puede limitarse a mostrar preceptos morales.
Aquellos primeros apóstoles comenzaron por intentar describir la inmensa belleza de lo visto y oído, de lo sentido junto a Jesús :“¿No ardían nuestros corazones cuando nos hablaba en el camino?”. Intentaban, con la fuerza del Espíritu que habían recibido, mostrar las inmensidades de alegría y felicidad que contienen las enseñanzas de Jesús,
De esa visión esperanzada está además muy necesitada la sociedad actual, sumergida en el hastío del bienestar material y en la fría soledad del mundo digital, engañada por una ideología "de progreso” que les deja cada vez más tristes y deprimidos.
La lectura es asequible y sugerente. Destaco algunas ideas, y unas interesantes propuestas que sintetiza Fulgencio Espá en el prólogo del libro.
1, El apóstol ha de tener una idea precisa de quién es y a quién sirve: mirar más al cielo y al poder del Espíritu que a las fuerzas de que dispone.
2, El sentimentalismo nunca será suficiente para fundar sobre él la pastoral ni para sostener a los discípulos. La misma capacidad de dar vida de la Iglesia no está necesariamente vinculada a la inmediatez. No mirar el número, sino a cada persona. En tiempos de apostolicidad (y no de cristiandad) la conversión de una sola persona es ya mucho.
3, Que las obras apostólicas no acaben siendo enemigas de una fe vibrante: pensar muy bien cómo se dirigen: familias, parroquias, escuelas, órdenes, organizaciones de caridad… Formación de seminaristas, encargos pastorales de sacerdotes recién ordenados (dejarlos solos en un ambiente hostil o indiferente a la religión puede ser una temeridad: Jesús no enviaba a los apóstoles de 1 en 1, sino de 2 en 2, acompañados, para que se apoyaran mutuamente y no perdieran el calor de la fe compartida y de la misión apostólica).
4, Las pequeñas comunidades son una luz grande en tiempos de oscuridad pagana: el shari azul y blanco de las hermanas de Santa Teresa de Calcuta se ha convertido para millones de personas en un icono del amor y la misericordia de Dios.
Convencernos de que por poderoso que parezcan el maligno y el paganismo su fragilidad es inmensa, porque el mal es y será siempre inconsistente.
La Iglesia florecerá de nuevo y se hará visible a los hombres como patria que les da vida y esperanza más allá de la muerte.
Benedicto XVI, en Fe y futuro: “De la Iglesia de hoy brotará una Iglesia que habrá perdido mucho (…) Pero tras la prueba de estos desgarramientos brotará una gran fuerza de una Iglesia interiorizada y simplificada. Porque los hombres de un mundo total y plenamente planificado serán indefectiblemente solitarios. Cuando Dios haya desaparecido totalmente para ellos, experimentarán su total y horrible pobreza. Y entonces descubrirán la pequeña comunidad de los creyentes como algo completamente nuevo.”
“No nos engañemos: la descomposición de lo humano que esconde el ateísmo bajo sus alas no es gratis. Lo saben psicólogos y médicos. Lo saben las industrias farmacéuticas y los productores de psicofármacos.”
Seminarios: formadores que conozcan bien los tiempos que vivimos, y formen a los candidatos en claridad, santidad y celo apostólico. Una liturgia cuidada, cantos nítidamente cristianos en su letra y composición musical. Vida sacramental digna: esto atrae al hombre de hoy, necesitado de sosiego.
5, Proponerse un nuevo modo de mirar y actuar: pasar de modo cristiandad a modo apostólico. En modo apostólico no se pone el énfasis en la moral y los preceptos, sino en el drama de la existencia; se exhorta a la belleza, a huir de lo feo; se da confianza, se abren horizontes; no se trata sólo de señalar lo que está mal, sino sobre todo de ayudar al que está mal.
La enseñanza moral de la Iglesia cae en oídos sordos en buena parte porque carece de sentido para la visión social dominante. Mientras sea esa la visión que prevalezca en la mente de una persona, enseñar la verdad moral es ineficaz y genera desconcierto o resquemor.
Sucede por ejemplo (aunque no sea un tema moral) con la fe en la Eucaristía: para muchos tiene una importancia simbólica, pero no creen en la Presencia real. Habrá que comenzar por explicar y enseñar una visión sacramental del mundo, donde se mezcla lo espiritual y lo material. Cuando se conoce y se asume el ámbito que trasciende el mundo material, la doctrina se vuelve más fácil de comprender y creer.
Estamos atrapados en la ilusión de lo meramente visible y necesitamos curarnos de esa ceguera. Participamos no solo del asombroso ser de Dios, que nos ha creado con un fin concreto, sino también de una batalla cósmica entre criaturas espirituales más poderosas que nosotros que influyen en la vida humana tanto para bien como para mal. Hemos nacido inmersos en una batalla y cargados con un peso aterrador que al mismo tiempo nos dignifica: el de poder elegir. Tenemos que tomar partido.
6, Pasar de lo narrativo (sapiencial) a lo místico (los misterios): la originalidad del encuentro con Cristo y la vida del Espíritu, descubrir la vida cotidiana como un diálogo con Dios que es Padre y nos ama.
Ser conscientes de que hay un mundo invisible que es mucho más amplio que el visible: vivir trascendiendo y saber contarlo.
El drama central de la humanidad es la historia en curso de un Dios que saca a los hombres de la esclavitud para conducirlos a la divinidad. Antes ese drama, tiene una importancia efímera el auge y caída de cualquier nación o civilización.
Nacemos en un mundo visible y en otro invisible, y el invisible es incomparablemente más duradero, hermoso y grande que el visible. Buena parte de nuestra precaria situación se deriva de nuestra ceguera hacia ese mundo invisible. Necesitamos curarnos de esa ceguera que nos atrapa en la ilusión de lo meramente visible.
Vivimos intoxicados por el mundo del espacio y del tiempo. En la visión cristiana, lo que es invisible pero real (Dios, los seres angélicos, las almas humanas, el trono del cielo…) ocupa el primer lugar y el de más importancia.
El proceso de conversión cristiana consiste en que una persona abre los ojos al mundo invisible.
San Pablo: “No nos fijamos en lo que se ve, sino en lo que no se ve; en efecto, lo que se ve es transitorio, lo que no se ve es eterno.” (2 Cor 4, 18)
Mt 6: “Atesorar en el cielo, donde no hay carcoma, ni ladrones, ni polilla.”
En la visión cristiana, las cosas que se ven solo son importantes en la medida en que revelan y nos abren al mundo invisible que se fusiona con ellas y las sostiene: ese es el significado de la sacramentalidad.
Lo que nos ofrece la visión progresista (bombardeo de imágenes digitales y bienestar consumista) es débil y anémico comparado con lo que hemos recibido de Dios. La esperanza en una humanidad mejor de la ideología "de progreso” ha sido sustituida por la esperanza de poder fabricar teléfonos y pantallas aún más rápidas y potentes. Dota de escaso contenido a los aspectos más profundos de la persona, es intelectualmente insolvente y espiritualmente pobre.
Los cristianos tenemos un modo de entender el mundo mucho más convincente, una vida mucho más rica que vivir y que ofrecer a los demás: Cristo es real, es Alguien vivo, que quiere y puede caminar junto a nosotros, intervenir en nuestra vida y llenarla de luz, sentido y alegría.
Donde abunda el pecado, sobreabunda la gracia (Rom 5): por eso en esta época hemos de esperar una acción especialmente abundante del Espíritu Santo, que es quien mueve los corazones a través del ejemplo y la palabra de cada cristiano.
