De la Cristiandad a la misión apostólica. Mons. James Shea
Prólogo de Fulgencio Espá
Universidad de Mary. Ed Rialp
Los primeros seguidores de Cristo se lanzaron a su misión de dar a conocer lo que habían visto y vivido sin esperar a hacer cálculos ni estudios sociológicos de cómo sería recibida la Gran Noticia en un ambiente hostil o al menos indiferente. Les bastaba su gozosa experiencia: habían conocido y tratado de cerca al Hijo de Dios hecho hombre, habían sentido a través de Él el amor de Dios Padre por todos nosotros, su misericordia siempre dispuesta al perdón, hasta el punto de dar su vida en rescate por nuestra salvación.
Este libro se plantea cómo debería ser hoy la actuación del cristiano y de la propia Iglesia y sus instituciones para cumplir su misión de continuadores de la misión de Cristo: dar a conocer el Reino de Dios, que contiene toda la felicidad que el hombre puede alcanzar ya en esta vida, y que le abre la puerta de la participación en la alegría eterna del cielo a la que está llamado.
Y propone que debemos volver la mirada a aquellos primeros Doce, y a las santas mujeres que les acompañaban, para aprender de ellos. Porque vivimos en una sociedad muy distinta a la que durante siglos vivió en un régimen de “cristiandad”, que tenía los conceptos claros sobre el bien y el mal, aunque con frecuencia no fuera coherente con ellos.
Hoy, especialmente desde la Ilustración, se ha ido imponiendo una visión social y unos modos culturales para los que la enseñanza moral de la Iglesia carece de sentido. Lo que estaba bien en siglos de visión social cristiana, hoy para muchos resulta incomprensible, o produce rechazo. Por eso la acción apostólica no puede limitarse a mostrar preceptos morales.
Aquellos primeros apóstoles comenzaron por intentar describir la inmensa belleza de lo visto y oído, de lo sentido junto a Jesús :“¿No ardían nuestros corazones cuando nos hablaba en el camino?”. Intentaban, con la fuerza del Espíritu que habían recibido, mostrar las inmensidades de alegría y felicidad que contienen las enseñanzas de Jesús,
De esa visión esperanzada está además muy necesitada la sociedad actual, sumergida en el hastío del bienestar material y en la fría soledad del mundo digital, engañada por una ideología "de progreso” que les deja cada vez más tristes y deprimidos.
La lectura es asequible y sugerente. Destaco algunas ideas, y unas interesantes propuestas que sintetiza Fulgencio Espá en el prólogo del libro.
1, El apóstol ha de tener una idea precisa de quién es y a quién sirve: mirar más al cielo y al poder del Espíritu que a las fuerzas de que dispone.
2, El sentimentalismo nunca será suficiente para fundar sobre él la pastoral ni para sostener a los discípulos. La misma capacidad de dar vida de la Iglesia no está necesariamente vinculada a la inmediatez. No mirar el número, sino a cada persona. En tiempos de apostolicidad (y no de cristiandad) la conversión de una sola persona es ya mucho.
3, Que las obras apostólicas no acaben siendo enemigas de una fe vibrante: pensar muy bien cómo se dirigen: familias, parroquias, escuelas, órdenes, organizaciones de caridad… Formación de seminaristas, encargos pastorales de sacerdotes recién ordenados (dejarlos solos en un ambiente hostil o indiferente a la religión puede ser una temeridad: Jesús no enviaba a los apóstoles de 1 en 1, sino de 2 en 2, acompañados, para que se apoyaran mutuamente y no perdieran el calor de la fe compartida y de la misión apostólica).
4, Las pequeñas comunidades son una luz grande en tiempos de oscuridad pagana: el shari azul y blanco de las hermanas de Santa Teresa de Calcuta se ha convertido para millones de personas en un icono del amor y la misericordia de Dios.
Convencernos de que por poderoso que parezcan el maligno y el paganismo su fragilidad es inmensa, porque el mal es y será siempre inconsistente.
La Iglesia florecerá de nuevo y se hará visible a los hombres como patria que les da vida y esperanza más allá de la muerte.
Benedicto XVI, en Fe y futuro: “De la Iglesia de hoy brotará una Iglesia que habrá perdido mucho (…) Pero tras la prueba de estos desgarramientos brotará una gran fuerza de una Iglesia interiorizada y simplificada. Porque los hombres de un mundo total y plenamente planificado serán indefectiblemente solitarios. Cuando Dios haya desaparecido totalmente para ellos, experimentarán su total y horrible pobreza. Y entonces descubrirán la pequeña comunidad de los creyentes como algo completamente nuevo.”
“No nos engañemos: la descomposición de lo humano que esconde el ateísmo bajo sus alas no es gratis. Lo saben psicólogos y médicos. Lo saben las industrias farmacéuticas y los productores de psicofármacos.”
Seminarios: formadores que conozcan bien los tiempos que vivimos, y formen a los candidatos en claridad, santidad y celo apostólico. Una liturgia cuidada, cantos nítidamente cristianos en su letra y composición musical. Vida sacramental digna: esto atrae al hombre de hoy, necesitado de sosiego.
5, Proponerse un nuevo modo de mirar y actuar: pasar de modo cristiandad a modo apostólico. En modo apostólico no se pone el énfasis en la moral y los preceptos, sino en el drama de la existencia; se exhorta a la belleza, a huir de lo feo; se da confianza, se abren horizontes; no se trata sólo de señalar lo que está mal, sino sobre todo de ayudar al que está mal.
La enseñanza moral de la Iglesia cae en oídos sordos en buena parte porque carece de sentido para la visión social dominante. Mientras sea esa la visión que prevalezca en la mente de una persona, enseñar la verdad moral es ineficaz y genera desconcierto o resquemor.
Sucede por ejemplo (aunque no sea un tema moral) con la fe en la Eucaristía: para muchos tiene una importancia simbólica, pero no creen en la Presencia real. Habrá que comenzar por explicar y enseñar una visión sacramental del mundo, donde se mezcla lo espiritual y lo material. Cuando se conoce y se asume el ámbito que trasciende el mundo material, la doctrina se vuelve más fácil de comprender y creer.
Estamos atrapados en la ilusión de lo meramente visible y necesitamos curarnos de esa ceguera. Participamos no solo del asombroso ser de Dios, que nos ha creado con un fin concreto, sino también de una batalla cósmica entre criaturas espirituales más poderosas que nosotros que influyen en la vida humana tanto para bien como para mal. Hemos nacido inmersos en una batalla y cargados con un peso aterrador que al mismo tiempo nos dignifica: el de poder elegir. Tenemos que tomar partido.
6, Pasar de lo narrativo (sapiencial) a lo místico (los misterios): la originalidad del encuentro con Cristo y la vida del Espíritu, descubrir la vida cotidiana como un diálogo con Dios que es Padre y nos ama.
Ser conscientes de que hay un mundo invisible que es mucho más amplio que el visible: vivir trascendiendo y saber contarlo.
El drama central de la humanidad es la historia en curso de un Dios que saca a los hombres de la esclavitud para conducirlos a la divinidad. Antes ese drama, tiene una importancia efímera el auge y caída de cualquier nación o civilización.
Nacemos en un mundo visible y en otro invisible, y el invisible es incomparablemente más duradero, hermoso y grande que el visible. Buena parte de nuestra precaria situación se deriva de nuestra ceguera hacia ese mundo invisible. Necesitamos curarnos de esa ceguera que nos atrapa en la ilusión de lo meramente visible.
Vivimos intoxicados por el mundo del espacio y del tiempo. En la visión cristiana, lo que es invisible pero real (Dios, los seres angélicos, las almas humanas, el trono del cielo…) ocupa el primer lugar y el de más importancia.
El proceso de conversión cristiana consiste en que una persona abre los ojos al mundo invisible.
San Pablo: “No nos fijamos en lo que se ve, sino en lo que no se ve; en efecto, lo que se ve es transitorio, lo que no se ve es eterno.” (2 Cor 4, 18)
Mt 6: “Atesorar en el cielo, donde no hay carcoma, ni ladrones, ni polilla.”
En la visión cristiana, las cosas que se ven solo son importantes en la medida en que revelan y nos abren al mundo invisible que se fusiona con ellas y las sostiene: ese es el significado de la sacramentalidad.
Lo que nos ofrece la visión progresista (bombardeo de imágenes digitales y bienestar consumista) es débil y anémico comparado con lo que hemos recibido de Dios. La esperanza en una humanidad mejor de la ideología "de progreso” ha sido sustituida por la esperanza de poder fabricar teléfonos y pantallas aún más rápidas y potentes. Dota de escaso contenido a los aspectos más profundos de la persona, es intelectualmente insolvente y espiritualmente pobre.
Los cristianos tenemos un modo de entender el mundo mucho más convincente, una vida mucho más rica que vivir y que ofrecer a los demás: Cristo es real, es Alguien vivo, que quiere y puede caminar junto a nosotros, intervenir en nuestra vida y llenarla de luz, sentido y alegría.
Donde abunda el pecado, sobreabunda la gracia (Rom 5): por eso en esta época hemos de esperar una acción especialmente abundante del Espíritu Santo, que es quien mueve los corazones a través del ejemplo y la palabra de cada cristiano.
Historia
de los indios de la Nueva España. Fray Toribio de
Motolinía
El autor
Fray Toribio de Benavente, conocido entre los indios de la
Nueva España como Motolinía, que significa «el que es pobre», fue un religioso franciscano,
nacido hacia 1485 en alguna villa cercana a Benavente, en la provincia española
de Zamora. Falleció en Ciudad de México en 1569.
Se sabe que tomó el hábito franciscano a los
17 años, y fue ordenado sacerdote hacia 1516. El Papa
Adriano VI encargó a los franciscanos la misión de evangelizar las nuevas
tierras descubiertas por los españoles, y fray Toribio fue enviado por sus
superiores a México, junto a otros once franciscanos, para cumplir ese encargo.
Se les conoce como los Doce Apóstoles de México.
Llegaron
a las costas de México en 1524, y después de recorrer a pie los 400 kilómetros que
les separaban de su destino, fueron recibidos por el propio Hernán Cortés en Tenochtitlán.
Fray
Toribio y sus acompañantes se aplicaron sin dilación, con ardor misionero, a su
tarea de civilizar y anunciar el Evangelio a los indígenas. Recorrieron buena
parte del territorio de México y también las tierras de Centroamérica, para conocer
de primera mano la situación y necesidades de los indios, y estudiar el modo en
que debería desarrollarse el anuncio del Evangelio a los nuevos pueblos
incorporados a la corona española.
Su arduo trabajo para conocer de cerca a la población
indígena, unido a su sincero deseo de prestarle la ayuda necesaria, le permitió
obtener una información muy valiosa - seguramente la mejor del momento- acerca de la
historia, lengua y costumbres de los indios. Y a partir de ahí, sacó conclusiones
operativas para el mejor desarrollo de su trabajo apostólico. Para hacerse
entender lo primero fue aprender la lengua de los indígenas.
Motivo del libro
En
este libro, escrito en 1536 por encargo de sus superiores de la orden
franciscana, Motolinía hace uso de esos conocimientos, y de la experiencia
adquirida en el modo de tratar a los indios, por quienes se puede decir que gastó su vida entera. El realismo y minuciosidad del relato consigue contrarrestar
las teorías y falsedades que difundía en ese momento el dominico Bartolomé de
las Casas, que a juicio de Motolinía era un teórico que desconocía la realidad.
Las
tergiversaciones del dominico de las Casas, que éste hacia llegar a la Corte
española, fueron enseguida propagadas y ampliadas por los enemigos de España y
de la Iglesia, y pasaron a formar parte de la leyenda negra contra el
catolicismo. Sin embargo, incomprensiblemente, el libro de Motolinía permaneció
desconocido hasta que en 1848 publicó parte de él lord Kinsborough.
Los
datos que recoge fray Toribio de Motolinía arrojan luz sobre cómo era la vida de los indígenas cuando
los españoles arribaron al Nuevo Mundo en 1492, el impacto que supuso para los
indígenas la aparición de los descubridores, y las razones por las que la mayor
parte de los indios llegaron a considerar a los conquistadores como
verdaderos liberadores.
Cruel dominio azteca y
costumbres satánicas
Hasta
el año 1200, en el territorio del actual México solo vivían chichimecas y
otonis, todavía en estado salvaje y en condiciones miserables. Sólo mejoró algo
su situación a partir de 1200, cuando llegaron los mexicanos, que aportaron
arquitectura, maíz y algunos oficios. Cien años después, hacia 1300, hicieron
su aparición los aztecas, una tribu cruel que sometió a todos los pobladores.
Fueron los aztecas quienes fundaron México en 1325.
El
azteca era, por tanto, un recién llegado a México. Oprimía tiránicamente a los
demás pueblos, y adoraba ídolos diabólicos, a los que ofrecía en sacrificios
brutales centenares de víctimas (presos de guerra, esclavos, y aún en ocasiones
a sus propios hijos). Los indios, antes de la llegada de los españoles,
celebraban sus fiestas arrancando el corazón con una piedra a seres humanos. Lo
echaban aún latiente, a los pies de sus ídolos, que tenían figuras diabólicas
(serpientes aterradoras y animales sanguinarios). Luego arrastraban el cuerpo
aún caliente de las víctimas y se lo comían.
No
nos hacemos cargo del terror que supone ese culto idolátrico de raíz satánica,
que regía entre los indígenas. Muchos testimonios hablan de furiosas
apariciones del demonio a los indios, cuando estos comenzaban a convertirse a
la fe católica: “¿Por qué no me servís, no me llamáis?”; “¿por qué te has
bautizado?” Muchos indios fueron violentamente golpeados y heridos por Satanás,
y sólo escapaban de sus manos invocando el nombre de Jesús.
Costumbres diabólicas
Había
tribus que sacrificaban a sus víctimas aún con más brutalidad: las desollaban
vivas para embutirse en sus cueros y danzar con ellos bailes horrendos. Cuando
había sequía, ofrecían en sacrificio a niños, que sumergían en los lagos hasta
que se ahogaran, en ofrenda al diablo del agua.
Otras
tribus –prosigue en su relato Motolinía- anualmente tapiaban a varios niños en
una cueva, donde morían. La destapaban al año siguiente para volver a tapiar
una nueva remesa de niños. Cuando no tenían presos de guerra, sacrificaban a
sus esclavos y aún a sus propios hijos.
Los
territorios conquistados por los españoles habían estado siempre en continuas y
sangrientas guerras de unos pueblos contra otros. Cualquier indio que se
atreviese a salir de su poblado y cruzar la selva podía ser capturado para ser
sacrificado a los ídolos.
Era
una vida inmersa en el terror, magistralmente descrito en la película
Apocalypto, de Mel Gibson, basada en testimonios como los que nos
narra en su libro Motolinía.
A
raíz de la conquista española, en poco tiempo cesaron las continuas guerras
encarnizadas entre las diversas tribus.
Liberados de costumbres
sanguinarias
Los
indios tenían mil supercherías, muchas con consecuencias brutales y hasta
criminales. Así, cuando una mujer daba a luz gemelos, pensaban ser señal de que
el padre o la madre morirían; y para evitarlo, el remedio que tenían prescrito
por sus ídolos era matar a uno de los recién nacidos.
Los
españoles les liberaron de esas costumbres sanguinarias, que les hacían
vivir en continuo terror. A medida que por el bautismo cundía la fe católica,
la sociedad indígena se humanizaba.
Motolinía
aporta el dato de una de las provincias que tenía asignadas los franciscanos,
en las que sólo en un año, una vez convertidos, los indios dejaron libres a más
de veinte mil esclavos, y se pusieron a sí mismos grandes penas para que nadie volviese
a hacer esclavos, ni los comprase ni vendiese, ya que la ley de Dios no lo
permite.
Se trataba de una verdadera liberación, tanto en lo humano como en lo espiritual.En lo
humano, por el pronto cese de las guerras interminables; numerosas tribus se
hicieron amigas de los españoles para terminar con la opresión azteca. Gracias
a las leyes y la justicia establecidas, se alcanzó pronto una paz y quietud tan
grandes, resalta Motolinía, que era posible que una persona sola atravesase
centenares de kilómetros, por poblado y despoblado, con la misma tranquilidad
que lo haría por España.
Fue
una verdadera liberación también en lo espiritual. Basta con imaginar la paz
que inundaría el alma de quienes habían vivido sometidos al brutal culto al
demonio, al contemplar como Dios a un dulce Niño, indefenso, en los brazos
amorosos de su Madre, una Mujer llena de Belleza y Virtudes. El descubrimiento
de Dios como Padre amoroso, y de su Hijo, igualmente Dios y hecho Hombre como
nosotros por Amor, tuvo que suponer una liberación infinita, frente a los terroríficos
y sanguinarios ídolos diabólicos.
Los
primeros y grandes éxitos de la evangelización (cientos de miles de bautismos,
y rápido enraizamiento de la fe en sus vidas) confirmaban el alivio que el
cristianismo causaba en los nativos, y ponían de manifiesto que había masas de
indios providencialmente dispuestas para una vida ejemplarmente cristiana.
Codicia de los
conquistadores
Motolinía
no oculta que hubo codicia en muchos de los conquistadores, pero añade que aún
en quienes la codicia estaba en primer término había un fondo de intención
cristiana: el deseo de ganar nuevas alianzas para Dios, de que el verdadero Dios
fuese conocido y adorado.
Ese
recto deseo de ganar almas para Dios hacía palidecer el de ganar riquezas, que era
accesorio y remoto entre los conquistadores. El espíritu cristiano de los
españoles, que se vieron en tantas ocasiones en peligro de muerte y en grandes
necesidades, acababa prevaleciendo, reformando conciencias quizá poco rectas, y
haciéndoles ofrecerse a morir por la fe cuando era necesario: en la tesitura de
muerte, el deseo sobrenatural de dar gloria a Dios acababa aflorando aun en los
casos más recalcitrantes, también para dar testimonio y ensalzar su fe católica
entre los infieles.
Fervor cristiano de los
indios
Era
tal el fervor religioso, la adhesión a la fe cristiana de los primeros indios
convertidos, que en alguna ocasión que se decidió, por escasez de clero, que
algunos frailes dejaran una provincia para ir a vivir a otra (aunque la
seguirían atendiendo en viajes periódicos) los indios se amotinaban para
impedírselo, viajando hasta la ciudad de México para implorar que no los
abandonasen, pues necesitaban el alimento espiritual de los sacramentos. Esto
sucedió, cuenta Motolinía,
por ejemplo en Xochimilco, a cuatro leguas de México, y en Cholollan, a veinte
leguas.
Si
al principio algunos indios daban a sus hijos con temor y por fuerza para que
los enseñasen y adoctrinasen en la casa de Dios, enseguida, al cabo de pocos
años, en cuanto conocieron la maravilla de la fe un poco, y la educación que
les daban los frailes, acudían con sus hijos rogando que los recibiesen y les
enseñasen la doctrina cristiana desde pequeños.
Es
curioso que algunos vean en esto un atentado a la libertad. Según ellos, habría
que haber dejado a los indígenas a su aire, con su miserable vida y su cultura
de horrendas consecuencias. Es la utopía del buen salvaje, que es eso: una
utopía inexistente.
Quienes
se escandalizan con esa práctica de los españoles, olvidan que sigue siendo habitual en nuestra
época. Al acabar la Segunda Guerra Mundial, los norteamericanos obligaban a los
padres de familia alemanes a que llevasen a sus hijos adolescentes, educados en
el régimen nazi, a escuelas de reeducación en los valores democráticos
americanos.
Por
no hablar de la contradicción de quienes, a la vez que critican la actuación española en el
Nuevo Mundo, aplauden las tropelías causadas por la revolución
cultural de Mao, con raíces tan siniestramente parecidas a las de quienes
defienden que los niños no pertenecen a sus padres sino al Estado.
Cuando
se trata de liberar del terror satánico y de costumbres sanguinarias, ¿no es un
derecho y un deber actuar para mejorar y sanar las costumbres?
Desde
que se ganó la tierra de México (1521) hasta 1536, fecha en que escribe fray
Toribio, se habían bautizado más de 4 millones de indios. Normalmente les
llevaban a bautizar sobre todo a los niños. A los mayores solían esperar a
darles un mínimo de formación.
La Virgen se aparece en 1531 al indio san Juan Diego
Era
frecuente que, en los desplazamientos de los frailes, los indios les salieran a
los caminos con niños, enfermos y ancianos, rogándoles que los bautizaran. “Los
hombres y mujeres pedían el bautismo con gran insistencia, a gritos, llorando y
suspirando”, subraya fray Toribio.
En
ocasiones, al bautizar a una criatura, parecía como si saliera el demonio de
ellos, pues al “ne te lateat Sathana” los niños temblaban, y ocurrían fenómenos
misteriosos. Sucedió por ejemplo al bautizar a un hijo de Moctezuma.
Algunas
indias fueron protagonistas de escenas en que el demonio en persona trataba de
arrancarles a los hijos aún no bautizados (ellas sí lo estaban), y el demonio
se iba cuando invocaban a Jesús: esto sucedió en algunos de sus templos del
demonio.
Debieron
sentir tan de cerca estos fenómenos sobrenaturales, serían tan claros y
patentes, que se explica que empezaran a acudir a millares a ser liberados,
mediante el bautismo, del terror a que Satanás los había mantenido sometidos
durante siglos. Cuando los frailes tardaban en llegar a algún pueblo, se
adelantaban ellos.
Los
indios empezaron a denominar todos los lugares nombrando primero al santo de su
iglesia principal, y después el pueblo: Santa María de Tlaccallan, san Miguel
de Hoaxotano…
De
la profunda cristianización indígena da idea la temprana aparición de la Virgen
María al indio Juan Diego, en 1531. Sin dudar, ese fue un momento decisivo para
el fervor católico, y por tanto mariano y guadalupano, entre los pobladores la Nueva España. La imagen de la Virgen grabada en la tilma de Juan Diego sigue siendo un misterio para la ciencia.
Educación
y civilización de las costumbres
Desde
el primer momento los frailes se preocuparon, además de enseñar la doctrina, de
dar educación a los indios. Ya en 1536 los franciscanos fundaron en México el
Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco para los indios, que fue además embrión
para la formación del clero indígena.
Los
hijos de los principales de los indios eran educados en los monasterios de los
frailes, para que cuando mayores pudieran gobernar cristianamente y ejercer un
influjo benéfico sobre todos. Al principio se resistían a entregarlos, pero en
cuanto conocieron cómo eran educados, rogaban que los aceptasen.
Cuando
llegaron los españoles a América, era práctica habitual entre los indios
emborracharse, tanto hombres como mujeres. Uno de los vicios que se desterraron
con la paulatina conversión al cristianismo fue el alcoholismo, vicio que era a
su vez raíz de otros, y supuso un gran paso de humanización en las costumbres.
Los
pobres y enfermos, antes de llegar los españoles, y antes de la conversión al
cristianismo de los indios, no tenían quién los cuidase si carecían de familia
cercana, y algunos morían de hambre sin que nadie cuidase de ellos. Otro cambio
social fue ver a los indios, en penitencia, buscar pobres para ayudarles, y
restituir lo que debían. “Se empezaba a poner freno a los vicios y espuelas a
la virtud.”
Antes
los indios eran enterrados muchas veces con sus enseres: trajes ricos, joyas,
mantas… Con su conversión al cristianismo dejó de hacerse: lo dejaban a la
familia, y empezaron a hacer testamentos en los que con frecuencia se destinaba
todo o parte a los pobres.
Cuando
se bautizaban, restituían sus esclavos a la libertad, y les ayudaban a llevar
una vida digna. El cristianismo abolió –no por ley, sino en la práctica, por
propia voluntad- la esclavitud.
Paulatinamente
se consiguió que los indios tuviesen una sola mujer, terminando con el abuso de
los principales, que robaban mujeres y llegaban a tener hasta 200 o 300.
Exageraciones utópicas
de Bartolomé de las Casas
Asegura
Motolinía que, en los primeros años de la conquista, “quienes por oficio debían
defender y conservar a los indios, no lo hicieron”, y se cometieron excesos: “esclavos
hechos no se sabía dónde, excesos de tributos, trabajos forzados…” Pero
enseguida se opusieron los frailes misioneros y el propio obispo de Mexico,
fray Juan de Zumárraga, a los desmanes de la primera Audiencia de Mexico,
presidida por Nuño de Guzmán.
El
obispo informó al emperador, que enseguida puso remedio a la situación enviando
personas adecuadas que corrigieran los desmanes, y consiguieron poner paz en
toda la zona, con gran bien para los indios. En esta labor destacaron el obispo
Sebastián Ramírez, presidente de la Audiencia Real, y el virrey don Antonio de
Mendoza.
Hubo
españoles que fueron crueles con los indios, pero no fue esa la actitud
general, sino más bien se trataba de excepciones, aunque llegaran a ser
frecuentes. Ya en 1520 corría entre los españoles el nuevo refrán “El que con
indios es cruel, Dios lo será con él”, que deja ver cómo no se trataba de una actitud ni
general ni mucho menos vista con aprobación.
La
enumeración que hizo Bartolomé de las Casas de los horrores de la Conquista y
de las infamias de la instalación hispánica, es un absurdo propio de recién
llegado, de quien no tiene un conocimiento real de la situación en América, y
acabó convirtiéndose en una condena de la propia penetración cristiana en
tierras paganas; una condena que olvida la inmensa tarea realizada por
religiosos y otros españoles en defensa de los derechos de los indios.
Motolinía
tuvo la valentía y clarividencia de encararse con Bartolomé de la Casas, que
hacía propuestas utópicas para la tarea evangelizadora, unas propuestas alejadas
de la realidad (propias de quien escribe desde un despacho y no se arremanga
para trabajar en el día a día) que solían ir acompañadas de consideraciones
injustas y calumniosas hacia el conjunto de la tarea desempeñada hasta el momento
por los españoles. El dominico no tenía en cuenta, entre otras cosas, el clima de guerra con los aztecas en que se
había desarrollado la actividad española.
Motolinía
acusa de teórico a Bartolomé de las Casas cuando criticaba por ejemplo el modo
de administrar los sacramentos, en concreto el bautismo, sin acompañarlo de las
ceremonias y prédicas habituales en España. Eso lo dicen y propalan,
protestaba, quienes no trabajan por aprender la lengua de los indios, ni se
aplican a ponerse a bautizar. Motolinía hace responsable a quienes así obraban,
de los niños y enfermos que a veces morían antes de ser bautizados, a causa de
esos escrúpulos, más propios de burócratas.
Una evangelización que constituyó a los indios como pueblo
La historiadora Carmen Alejos
ha escrito que “España llevó la fe a América desde sus inicios. Sin embargo,
las leyendas negras, las críticas, los prejuicios, el sentimiento de culpa que
inundan a muchos españoles y europeos no tienen límite. Sentimos vergüenza de
la tarea descubridora, administrativa, cultural y evangelizadora que realizamos
durante más de trescientos años. ¿Por qué? Se cometieron errores y abusos. Algo
inevitable, toda obra humana los tiene. Pero ¿no será que en una sociedad que
rechaza a Dios no está bien visto que se haya difundido la fe católica y
tengamos que pedir perdón?
Nada es blanco o negro. Todo
tiene sus matices, también la evangelización americana. Ahora bien, no se puede
evitar afrontar la verdad. Y ésta es que desde el primer momento del
descubrimiento del Nuevo Mundo los Reyes Católicos consideraron una tarea
primordial que los conquistadores fueran acompañados de religiosos que enseñaran
la fe a los habitantes de esas nuevas tierras.
Pertenecían a órdenes
religiosas reformadas que habían purificado los lastres que les impedía vivir
según la fe evangélica y habían renovado su vida y sus conventos. Gracias a
esta reforma, sus deseos evangelizadores eran genuinos, fuertemente enraizados
y estaban dispuestos a afrontar las dificultades que hubiera; que, por cierto,
hubo muchas.
La fe la llevaron religiosos
(franciscanos, dominicos, agustinos, jesuitas...) intachables, con un alto
sentido de su misión, que realizaban con sus palabras y con su estilo de vida.
A fray Toribio de Benavente los indígenas mexicanos le llamaban «Motolinía» que
en la lengua náhualt significa «el que es pobre o se aflige». Y es que los
misioneros vivían con los pobres, como los más pobres. Los evangelizadores y la
jerarquía eclesiástica americana se caracterizaron desde el primer momento por
defender los derechos de los indígenas.
La evangelización llevada a
cabo por los españoles fue profunda, enseñó la fe y a vivir coherentemente
según esa fe. Realizó una importante tarea de culturización, aprovechando la
religiosidad natural de los nativos para imprimir en ella las huellas de
Cristo. Por eso Juan Pablo II pudo llamarla «evangelización constituyente». Es
decir, que no sólo se evangelizó a los habitantes del Nuevo Mundo, sino que constituyó un nuevo pueblo, el pueblo
latinoamericano que es naturalmente creyente. El ateísmo no es un rasgo propio
del hispanoamericano. Las sectas, las diversas confesiones religiosas tienen
difusión precisamente porque su tendencia natural es a creer en Dios. Por eso
también el catolicismo sigue vigente, con una fuerza imparable.”
Carta de fray Toribio al Señor de Benavente
FrayToribio de Motolinía, ya en 1540, escribía al señor de Benavente que la Nueva España, tan
grande y tan apartada de Castilla, necesitaba consigo un rey que la mantuviera
en justicia y paz, y que no podría perseverar sin disolución y dificultades
grandes con el rey de España: por eso pedía que el rey Carlos nombrase a alguno
de sus hijos rey de América.
En
1548 se calcula que había en Mexico central siete millones ochocientos mil
indios. En 1540 dice Motolinía que por cada español había 15.000 indios, y por
eso era milagro que no los echaran, porque Dios les cegó y porque tampoco los
indios veían mal su situación respecto a antes de la llegada de los españoles.
Antes bien, para muchos fueron como liberadores. Los de la provincia de
Tlaxcatlan fueron siempre amigos de los españoles.
El
papa san Juan Pablo II, consciente de las tergiversaciones históricas, quiso hacer un homenaje a esa labor evangelizadora de los españoles en diversas ocasiones. En su visita a España en 1984, decía: “Me he referido antes al espíritu con el que ejercieron su
tarea evangelizadora tantos misioneros venidos a este continente, y que fueron
a la vez elementos activos de promoción social.¡Cuánto se debe a ellos,
incluso humanamente, gracias a la labor desplegada en el espíritu evangélico de
amor a todo hombre! Una tarea que prosigue fecundamente en nuestros días, en
tantas formas y lugares…”
Esperemo que la versión falseada que ofrece la leyenda negra deje paso a la verdadera historia del descubrimiento y evangelización de América, en algunas mente que todavía la desconocen.
Los españoles llegan al Nuevo Mundo. Apocalypto, Mel Gibson
Este video ofrece los últimos descubrimientos de la ciencia sobre el misterio de la imagen de la Virgen de Guadalupe:
En un reciente post mencionaba unas palabras del cardenal Sarah sobre la misión de los cristianos en el mundo. Se refiere el cardenal a la crisis de valores en la sociedad occidental, que es una llamada a la acción apostólica de todos los fieles. Con palabras que pueden sorprender, Sarah afirma que nuestra misión no consiste en salvar a una sociedad que muere, porque ninguna civilización tiene las promesas de vida eterna. Nuestra misión consiste en vivir fielmente la fe recibida de Cristo. Así salvaremos la herencia de siglos, aunque seamos pocos. La solución no está en ganar elecciones, ni de influir en opiniones, afirma Sarah. No se trata desde luego de una llamada a la pasividad, sino todo lo contrario. Influir en la política o en la opinión pública son aspiraciones nobles para todo ciudadano, que debe contribuir con su experiencia vital al bien común. Pero siendo importante, no es ese el núcleo del valor que los cristianos estamos llamados a aportar al mundo. Lo esencial, prosigue Sarah, es vivir el Evangelio de modo concreto, en la actividad diaria. La fe es como el fuego: para poder transmitirla tiene que arder. Nuestro deber es cuidar ese fuego sagrado de la fe, hacerla vida. Ese será nuestro calor en medio del invierno de Occidente. Cuando un fuego ilumina una noche oscura y fría, los hombres poco a poco van acercándose a él, a su calor y a su luz. Una idea similar expresa Benedicto XVI en su libro sobre Jesús de Nazaret, poniéndonos en guardia frente a cierta formas de mesianismo político. El demonio tentó a Jesús ofreciéndole el poder sobre los reinos del mundo. La nueva forma de esa tentación es interpretar el cristianismo como una receta para el progreso, y el bienestar común como la auténtica finalidad de las religiones.
Pero la respuesta de Jesús es clara: ningún reino de este mundo es el Reino de Dios, ninguno asegura la salvación de la humanidad. Las formas políticas revestidas de mesianismo son tentaciones diabólicas, que solo pueden llevarnos a la miseria y a la esclavitud. Debemos desconfiar de todo aquel que prometa el bienestar para siempre, la paz y la prosperidad perfectas, porque es mentira. Lo que Jesús ha venido a traernos no es un reino humano, sino a Dios. Ahora conocemos el rostro de Dios. "Quien me ha visto a Mí ha visto al Padre." Ahora podemos mirarle, viendo a Jesús. Ahora conocemos cómo es el sentimiento de Dios hacia nosotros, que es el de un Padre amoroso que llora por sus hijos dispersos por el pecado, porque no saben hacer buen uso de su libertad. Ahora conocemos el camino que debemos seguir como hombres en este mundo, que es el del amor y la entrega generosa a los demás, aunque cueste, como hace Dios con nosotros. Jesús ha traído a Dios, y con Él, la verdad sobre nuestro origen y nuestro destino. Ha venido a traernos la fe, la esperanza y el amor. En un mundo siempre imperfecto porque está en manos de hombres con defectos, los cristianos tienen la misión de contribuir a hacerlo mejor poniendo a Dios en el centro de sus vidas, y aportar a la sociedad los valores que aprendemos de Él. El poder de Dios en este mundo es un poder silencioso, pero es el único poder verdadero y duradero, explica Benedicto XVI. Aunque su causa parezca estar siempre como en agonía, siempre se demuestra como lo que verdaderamente permanece y salva, mientras los reinos de este mundo, con los que Satanás tentó a Jesús, se van derrumbando todos. La gloria de Cristo es una gloria humilde y dispuesta a sufrir, y nunca perecerá. Es en ese rostro humilde y entregado de Cristo donde conocemos a Dios, que es Amor. Y donde conocemos nuestro auténtico bien y nuestro destino.
Es muy interesante leer la intervención del cardenal Bergoglio en una
de las reuniones de cardenales previas al Cónclave en que resultó elegido papa. Sintetizan sin duda el programa que el papa Franciscotraza para su pontificado y los cambios que son necesarios para que la Iglesia sirva mejor a las almas.
El cardenal Jaime Ortega le pidió el texto a Bergoglio, y ahora lo ha publicado en la revista diocesana de La Habana.
Bergoglio centró sus palabras en laevangelización, y usó la expresión de Pablo VI: la dulce y confortadora alegría de evangelizar. Es la razón de ser de la Iglesia, a la que el mismo Jesucristo nos impulsa. Estos son los cuatro puntos que anotó el cardenal Bergoglio en el manuscrito que guió su discurso:
1.- Evangelizar supone celo apostólico. Evangelizar supone en la
Iglesia la parresía de salir de sí misma. (Parresía se puede traducir por libertad y valentía para comunicarlo todo con franqueza). La Iglesia está llamada a
salir de sí misma e ir hacia las periferias, no solo las geográficas,
sino también las periferias existenciales: las del misterio del pecado,
las del dolor, las de la injusticia, las de la ignorancia y
prescindencia religiosa, las del pensamiento, las de toda miseria.
2.- Cuando la Iglesia no sale de sí misma para evangelizar deviene
autorreferencial y entonces se enferma (cfr. La mujer encorvada sobre
sí misma del Evangelio). Los males que, a lo largo del tiempo, se dan en
las instituciones eclesiales tienen raíz de autorreferencialidad, una
suerte de narcisismo teológico. En el Apocalipsis Jesús dice que está a
la puerta y llama. Evidentemente el texto se refiere a que golpea desde
fuera la puerta para entrar... Pero pienso en las veces en que Jesús
golpea desde dentro para que le dejemos salir. La Iglesia
autorreferencial pretende a Jesucristo dentro de sí y no lo deja salir.
3.- La Iglesia, cuando es autorreferencial, sin darse cuenta, cree
que tiene luz propia; deja de ser el mysterium lunae (metáfora que alude a que la Iglesia, como la luna, ilumina con una luz que no procede de ella sino deJesucristo, el verdadero sol) y da lugar a ese
mal tan grave que es la mundanidad espiritual (Según De Lubac, el peor
mal que puede sobrevenir a la Iglesia). Ese vivir para darse gloria los
unos a otros. Simplificando; hay dos imágenes de Iglesia: la Iglesia
evangelizadora que sale de sí; la Dei Verbum religiose audiens et
fidenter proclamans (la Iglesia que escucha religiosamente la Palabra de Dios y la proclama con audacia), o la Iglesia mundana que vive en sí, de sí, para
sí. Esto debe dar luz a los posibles cambios y reformas que haya que
hacer para la salvación de las almas.
4.- Pensando en el próximo Papa: un hombre que, desde la
contemplación de Jesucristo y desde la adoración a Jesucristo ayude a la
Iglesia a salir de sí hacia las periferias existenciales, que la ayude a
ser la madre fecunda que vive de "la dulce y confortadora alegría de la
evangelizar".
En Radio Nou RTVV con Vicent Climent, Carolina Quilez, José Francisco Castelló y José Antonio Burriel, comentando la elección del Papa Francisco
Mirar donde mira el papa Francisco
Pocos gestos han bastado para que el papa Francisco nos muestre, desde las primeras
horas de su pontificado, dónde tiene puesta su mirada. Era previsible, y por eso lo avanzamos en esa estupenda tertulia de Radio Nou con Vicente Climent, que arrancaba justo cuando por la chimenea del Vaticano comenzaba a intuirse el humo blanco.
El papa mira en primer lugar a Jesucristo. Nos quedó grabado, apenas asomarse al balcón de la plaza
de san Pedro para recoger el afecto del pueblo
romano. Lo
primero fue pedir -suplicar, más bien- que rezásemos por él,inclinado en gesto sincero y humilde.
Francisco sabe que la Cabeza de la Iglesia es
Jesucristo. Ser su representante en la
tierra requiere poner los ojos en Él, rezar
intensamente, para escucharle y secundarle. Media hora estuvo ante el Santísimo en la basílica de Santa María la Mayor, a
primera hora del día siguiente a su elección. Antes, muy temprano, había
celebrado la Santa Misa. El Papa, primero y sobre todo, mira a Jesucristo. Es Él quien dirige su Iglesia. Es a Él a quien seguimos.
Todos deberíamos fijar la mirada en Jesucristo. Y rezar. Impresiona su devoción a la Virgen. Aún resuenanlas palabras de Francisco: quien no reza a Dios, reza al diablo. Debe
estar feliz el diablo, porque muchos que se dicen agnósticos, o ateos, lo que en realidad hacen es dar la espalda a Dios. Nada alegra más al diablo
que contemplar una criatura dando la espalda a su Creador.
El papa mira a la Iglesia,
en segundo lugar. Me conmovió el gesto con que asomó al balcón de san Pedro: un
gesto de afecto, con algo del susto de quien acaba de sentir sobre sus
espaldas el peso de la enorme
responsabilidad contraída: ser el Pastor de más 1.200 millones de católicos,
representados en la multitud que abarrotaba san Pedro.
Francisco tiene
que proporcionar seguridad, afecto, cercanía y alimento saludable a millones de fieles
extendidos por los cinco continentes. Muchos de ellos sufren persecución física y
moral, son privados de libertad, y a veces asesinados, por ser católicos. Necesitan sentir el calor del Padre común, y sin duda van a encontrarlo en esa gran
humanidad que muestra Francisco, como ha dicho el Vicariodel Opus Dei en Argentina, buen amigo de Bergoglio.
Dentro de la Iglesia, el Papa mira especialmente a los jóvenes, necesitados de una formación cristiana que no
siempre se les ofrece con integridad, y muchas veces reciben tergiversada. (Por cierto, va a ser memorable la JMJ en Brasil: América arde en emoción...) Y mira también la falta de coherencia de miembros de la Iglesia, a veces eclesiásticos, necesitados de
purificación. Somos humanos y ninguno estamos exentos de la necesidad de
purificación. Pero hay que reconocer los pecados para poder ser perdonado.
Me ha
hecho pensar el lema episcopal del Papa: Miserando et
eligendo. Se refieren a la mirada de Jesucristo cuando invita a Mateo a seguirle. Mirada de comprensión
y cariño, que disculpa, pero que mueve aradical coherencia.
Es la radical coherencia que todos los católicos deberíamos
proponernos en estos momentos. Requiere un conocimiento más riguroso de la fe, y frecuencia asidua de los sacramentos que nos adentran en la intimidad con
Dios, especialmente la Reconciliación y la Eucaristía. La luz y el calor que precisa un mundo frío y desnortado no la proporcionan sólo discursos y razonamientos, sino sobre todo el ejemplo de personas que viven lo que creen.
Y Francisco mira al mundo.
Lo ha dicho claramente en sus primeras palabras, sin papeles porque lo tiene
muy claro: el mundo necesita la luz de Cristo. La Iglesia no es una mera ONG filantrópica.
No cumpliría su misión si no diera a conocer a Cristo al mundo. Toda
manifestación de amor a los hombres se queda pobre si no anuncia a Jesucristo,
fuente del amor, y lo que Jesucristo nos
ha enseñado.
A quienes dicen que la Iglesia debería “modernizar” su
doctrina,Francisco les ha señalado que
es al revés: el mundo no avanzará mientras no se abra a la luz de la doctrina
cristiana. Parece un eco de la llamada de Juan Pablo II a los gobernantes: ¡no tengáis miedo a Cristo! Él trae la libertad y el bien al mundo. A un mundo que ha aumentado su capacidad técnica, pero que ha empobrecido sus resortes morales, Francisco ofrece la referencia cristiana con fe profunda y claridad llena de coraje.
Francisco, desde la elección de su nuevo nombre, mira en el mundo las injusticias que claman al cielo. Los grandes desequilibrios no sólo entre países ricos y pobres, sino también en el seno de cada país. Es fácil clamar contra la desigualdad. Más difícil es que cada uno de los que claman se proponga realmente vivir pobre y desprendido, compartiendo de lo suyo (no de lo ajeno), y trabajando por sanar unas estructuras éticamente enfermas, que hagan mejores a las personas que viven en ellas, y no que las corrompan.
Es significativo, en esa mirada al mundo, el valor que Francisco otorga
a los laicos. Hemos leído sus declaraciones como cardenal de Buenos Aires,
acerca del peligro de clericalizar a los laicos, y de que los laicos se dejen
clericalizar. La tarea de los fieles corrientes es dar testimonio de coherencia cristiana en sus
ambientes profesionales y sociales, haciendo presente a Cristo en sus
actividades ordinarias. Algo de esto dijo el cardenal Bergoglio en alguna entrevista, y en la Misa que celebró en 2010 en la catedral de Buenos Aires, con ocasión
de la fiesta de san Josemaría, fundador del Opus Dei, precursor de la
misión evangelizadora de los laicos.
Jesucristo, la Iglesia, el mundo. Tres miradas en una.
Miremos los católicos en esa dirección, bien unidos a Francisco. Y viviremos una gran primavera de la Iglesia. Y también del mundo, que falta le hace...
Ah! Y no hagan caso de los "devotos odiadores", como han sido calificados por un conocido periodista, empeñados en ensuciar el rostro de la Iglesia. Sí, formada por hombres y por tanto por pecadores. Pero ya quisieran ellos para sus grupos la integridad y categoría de la inmensa multitud de cristianos que viven de acuerdo con su fe.