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jueves, 13 de mayo de 2021

Historia de los indios de la Nueva España

 



Historia de los indios de la Nueva España. Fray Toribio de Motolinía

 

El autor

        Fray Toribio de Benavente, conocido entre los indios de la Nueva España como Motolinía, que significa «el que es pobre», fue un religioso franciscano, nacido hacia 1485 en alguna villa cercana a Benavente, en la provincia española de Zamora. Falleció en Ciudad de México en 1569.

Se sabe que tomó el hábito franciscano a los 17 años, y fue ordenado sacerdote hacia 1516. El Papa Adriano VI encargó a los franciscanos la misión de evangelizar las nuevas tierras descubiertas por los españoles, y fray Toribio fue enviado por sus superiores a México, junto a otros once franciscanos, para cumplir ese encargo. Se les conoce como los Doce Apóstoles de México.

Llegaron a las costas de México en 1524, y después de recorrer a pie los 400 kilómetros que les separaban de su destino, fueron recibidos por el propio Hernán Cortés en Tenochtitlán.

Fray Toribio y sus acompañantes se aplicaron sin dilación, con ardor misionero, a su tarea de civilizar y anunciar el Evangelio a los indígenas. Recorrieron buena parte del territorio de México y también las tierras de Centroamérica, para conocer de primera mano la situación y necesidades de los indios, y estudiar el modo en que debería desarrollarse el anuncio del Evangelio a los nuevos pueblos incorporados a la corona española.

        Su arduo trabajo para conocer de cerca a la población indígena, unido a su sincero deseo de prestarle la ayuda necesaria, le permitió obtener una información muy valiosa - seguramente la mejor del momento- acerca de la historia, lengua y costumbres de los indios.  Y a partir de ahí, sacó conclusiones operativas para el mejor desarrollo de su trabajo apostólico. Para hacerse entender lo primero fue aprender la lengua de los indígenas.


Motivo del libro

En este libro, escrito en 1536 por encargo de sus superiores de la orden franciscana, Motolinía hace uso de esos conocimientos, y de la experiencia adquirida en el modo de tratar a los indios, por quienes se puede decir que gastó su vida entera. El realismo y minuciosidad del relato consigue contrarrestar las teorías y falsedades que difundía en ese momento el dominico Bartolomé de las Casas, que a juicio de Motolinía era un teórico que desconocía la realidad.

Las tergiversaciones del dominico de las Casas, que éste hacia llegar a la Corte española, fueron enseguida propagadas y ampliadas por los enemigos de España y de la Iglesia, y pasaron a formar parte de la leyenda negra contra el catolicismo. Sin embargo, incomprensiblemente, el libro de Motolinía permaneció desconocido hasta que en 1848 publicó parte de él lord Kinsborough.

Los datos que recoge fray Toribio de Motolinía arrojan luz sobre cómo era la vida de los indígenas cuando los españoles arribaron al Nuevo Mundo en 1492, el impacto que supuso para los indígenas la aparición de los descubridores, y las razones por las que la mayor parte de los indios llegaron a considerar a los conquistadores como verdaderos liberadores.

 

Cruel dominio azteca y costumbres satánicas

Hasta el año 1200, en el territorio del actual México solo vivían chichimecas y otonis, todavía en estado salvaje y en condiciones miserables. Sólo mejoró algo su situación a partir de 1200, cuando llegaron los mexicanos, que aportaron arquitectura, maíz y algunos oficios. Cien años después, hacia 1300, hicieron su aparición los aztecas, una tribu cruel que sometió a todos los pobladores. Fueron los aztecas quienes fundaron México en 1325.

El azteca era, por tanto, un recién llegado a México. Oprimía tiránicamente a los demás pueblos, y adoraba ídolos diabólicos, a los que ofrecía en sacrificios brutales centenares de víctimas (presos de guerra, esclavos, y aún en ocasiones a sus propios hijos). Los indios, antes de la llegada de los españoles, celebraban sus fiestas arrancando el corazón con una piedra a seres humanos. Lo echaban aún latiente, a los pies de sus ídolos, que tenían figuras diabólicas (serpientes aterradoras y animales sanguinarios). Luego arrastraban el cuerpo aún caliente de las víctimas y se lo comían.



No nos hacemos cargo del terror que supone ese culto idolátrico de raíz satánica, que regía entre los indígenas. Muchos testimonios hablan de furiosas apariciones del demonio a los indios, cuando estos comenzaban a convertirse a la fe católica: “¿Por qué no me servís, no me llamáis?”; “¿por qué te has bautizado?” Muchos indios fueron violentamente golpeados y heridos por Satanás, y sólo escapaban de sus manos invocando el nombre de Jesús.

 

Costumbres diabólicas

Había tribus que sacrificaban a sus víctimas aún con más brutalidad: las desollaban vivas para embutirse en sus cueros y danzar con ellos bailes horrendos. Cuando había sequía, ofrecían en sacrificio a niños, que sumergían en los lagos hasta que se ahogaran, en ofrenda al diablo del agua.

Otras tribus –prosigue en su relato Motolinía- anualmente tapiaban a varios niños en una cueva, donde morían. La destapaban al año siguiente para volver a tapiar una nueva remesa de niños. Cuando no tenían presos de guerra, sacrificaban a sus esclavos y aún a sus propios hijos.

Los territorios conquistados por los españoles habían estado siempre en continuas y sangrientas guerras de unos pueblos contra otros. Cualquier indio que se atreviese a salir de su poblado y cruzar la selva podía ser capturado para ser sacrificado a los ídolos.

Era una vida inmersa en el terror, magistralmente descrito en la película Apocalypto, de Mel Gibson, basada en testimonios como los que nos narra en su libro Motolinía.

A raíz de la conquista española, en poco tiempo cesaron las continuas guerras encarnizadas entre las diversas tribus.

 

Liberados de costumbres sanguinarias

Los indios tenían mil supercherías, muchas con consecuencias brutales y hasta criminales. Así, cuando una mujer daba a luz gemelos, pensaban ser señal de que el padre o la madre morirían; y para evitarlo, el remedio que tenían prescrito por sus ídolos era matar a uno de los recién nacidos.

Los españoles les liberaron de esas costumbres sanguinarias, que les hacían vivir en continuo terror. A medida que por el bautismo cundía la fe católica, la sociedad indígena se humanizaba.

Motolinía aporta el dato de una de las provincias que tenía asignadas los franciscanos, en las que sólo en un año, una vez convertidos, los indios dejaron libres a más de veinte mil esclavos, y se pusieron a sí mismos grandes penas para que nadie volviese a hacer esclavos, ni los comprase ni vendiese, ya que la ley de Dios no lo permite.

Se trataba de una verdadera liberación, tanto en lo humano como en lo espiritual. En lo humano, por el pronto cese de las guerras interminables; numerosas tribus se hicieron amigas de los españoles para terminar con la opresión azteca. Gracias a las leyes y la justicia establecidas, se alcanzó pronto una paz y quietud tan grandes, resalta Motolinía, que era posible que una persona sola atravesase centenares de kilómetros, por poblado y despoblado, con la misma tranquilidad que lo haría por España. 

Fue una verdadera liberación también en lo espiritual. Basta con imaginar la paz que inundaría el alma de quienes habían vivido sometidos al brutal culto al demonio, al contemplar como Dios a un dulce Niño, indefenso, en los brazos amorosos de su Madre, una Mujer llena de Belleza y Virtudes. El descubrimiento de Dios como Padre amoroso, y de su Hijo, igualmente Dios y hecho Hombre como nosotros por Amor, tuvo que suponer una liberación infinita, frente a los terroríficos y sanguinarios ídolos diabólicos. 

Los primeros y grandes éxitos de la evangelización (cientos de miles de bautismos, y rápido enraizamiento de la fe en sus vidas) confirmaban el alivio que el cristianismo causaba en los nativos, y ponían de manifiesto que había masas de indios providencialmente dispuestas para una vida ejemplarmente cristiana.

 

Codicia de los conquistadores

Motolinía no oculta que hubo codicia en muchos de los conquistadores, pero añade que aún en quienes la codicia estaba en primer término había un fondo de intención cristiana: el deseo de ganar nuevas alianzas para Dios, de que el verdadero Dios fuese conocido y adorado.

Ese recto deseo de ganar almas para Dios hacía palidecer el de ganar riquezas, que era accesorio y remoto entre los conquistadores. El espíritu cristiano de los españoles, que se vieron en tantas ocasiones en peligro de muerte y en grandes necesidades, acababa prevaleciendo, reformando conciencias quizá poco rectas, y haciéndoles ofrecerse a morir por la fe cuando era necesario: en la tesitura de muerte, el deseo sobrenatural de dar gloria a Dios acababa aflorando aun en los casos más recalcitrantes, también para dar testimonio y ensalzar su fe católica entre los infieles.

 

Fervor cristiano de los indios

Era tal el fervor religioso, la adhesión a la fe cristiana de los primeros indios convertidos, que en alguna ocasión que se decidió, por escasez de clero, que algunos frailes dejaran una provincia para ir a vivir a otra (aunque la seguirían atendiendo en viajes periódicos) los indios se amotinaban para impedírselo, viajando hasta la ciudad de México para implorar que no los abandonasen, pues necesitaban el alimento espiritual de los sacramentos. Esto sucedió, cuenta Motolinía, por ejemplo en Xochimilco, a cuatro leguas de México, y en Cholollan, a veinte leguas.

Si al principio algunos indios daban a sus hijos con temor y por fuerza para que los enseñasen y adoctrinasen en la casa de Dios, enseguida, al cabo de pocos años, en cuanto conocieron la maravilla de la fe un poco, y la educación que les daban los frailes, acudían con sus hijos rogando que los recibiesen y les enseñasen la doctrina cristiana desde pequeños. 

Es curioso que algunos vean en esto un atentado a la libertad. Según ellos, habría que haber dejado a los indígenas a su aire, con su miserable vida y su cultura de horrendas consecuencias. Es la utopía del buen salvaje, que es eso: una utopía inexistente.

Quienes se escandalizan con esa práctica de los españoles, olvidan que sigue siendo habitual en nuestra época. Al acabar la Segunda Guerra Mundial, los norteamericanos obligaban a los padres de familia alemanes a que llevasen a sus hijos adolescentes, educados en el régimen nazi, a escuelas de reeducación en los valores democráticos americanos. 

Por no hablar de la contradicción de quienes, a la vez que critican la actuación española en el Nuevo Mundo, aplauden las tropelías causadas por la revolución cultural de Mao, con raíces tan siniestramente parecidas a las de quienes defienden que los niños no pertenecen a sus padres sino al Estado. 

Cuando se trata de liberar del terror satánico y de costumbres sanguinarias, ¿no es un derecho y un deber actuar para mejorar y sanar las costumbres?

Desde que se ganó la tierra de México (1521) hasta 1536, fecha en que escribe fray Toribio, se habían bautizado más de 4 millones de indios. Normalmente les llevaban a bautizar sobre todo a los niños. A los mayores solían esperar a darles un mínimo de formación. 


La Virgen se aparece en 1531 al indio san Juan Diego
 

Era frecuente que, en los desplazamientos de los frailes, los indios les salieran a los caminos con niños, enfermos y ancianos, rogándoles que los bautizaran. “Los hombres y mujeres pedían el bautismo con gran insistencia, a gritos, llorando y suspirando”, subraya fray Toribio.  

En ocasiones, al bautizar a una criatura, parecía como si saliera el demonio de ellos, pues al “ne te lateat Sathana” los niños temblaban, y ocurrían fenómenos misteriosos. Sucedió por ejemplo al bautizar a un hijo de Moctezuma.

Algunas indias fueron protagonistas de escenas en que el demonio en persona trataba de arrancarles a los hijos aún no bautizados (ellas sí lo estaban), y el demonio se iba cuando invocaban a Jesús: esto sucedió en algunos de sus templos del demonio.

Debieron sentir tan de cerca estos fenómenos sobrenaturales, serían tan claros y patentes, que se explica que empezaran a acudir a millares a ser liberados, mediante el bautismo, del terror a que Satanás los había mantenido sometidos durante siglos. Cuando los frailes tardaban en llegar a algún pueblo, se adelantaban ellos. 

Los indios empezaron a denominar todos los lugares nombrando primero al santo de su iglesia principal, y después el pueblo: Santa María de Tlaccallan, san Miguel de Hoaxotano…

De la profunda cristianización indígena da idea la temprana aparición de la Virgen María al indio Juan Diego, en 1531. Sin dudar, ese fue un momento decisivo para el fervor católico, y por tanto mariano y guadalupano, entre los pobladores la Nueva España. La imagen de la Virgen grabada en la tilma de Juan Diego sigue siendo un misterio para la ciencia.


 

Educación y civilización de las costumbres

 

Desde el primer momento los frailes se preocuparon, además de enseñar la doctrina, de dar educación a los indios. Ya en 1536 los franciscanos fundaron en México el Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco para los indios, que fue además embrión para la formación del clero indígena.

Los hijos de los principales de los indios eran educados en los monasterios de los frailes, para que cuando mayores pudieran gobernar cristianamente y ejercer un influjo benéfico sobre todos. Al principio se resistían a entregarlos, pero en cuanto conocieron cómo eran educados, rogaban que los aceptasen. 

Cuando llegaron los españoles a América, era práctica habitual entre los indios emborracharse, tanto hombres como mujeres. Uno de los vicios que se desterraron con la paulatina conversión al cristianismo fue el alcoholismo, vicio que era a su vez raíz de otros, y supuso un gran paso de humanización en las costumbres.

Los pobres y enfermos, antes de llegar los españoles, y antes de la conversión al cristianismo de los indios, no tenían quién los cuidase si carecían de familia cercana, y algunos morían de hambre sin que nadie cuidase de ellos. Otro cambio social fue ver a los indios, en penitencia, buscar pobres para ayudarles, y restituir lo que debían. “Se empezaba a poner freno a los vicios y espuelas a la virtud.

Antes los indios eran enterrados muchas veces con sus enseres: trajes ricos, joyas, mantas… Con su conversión al cristianismo dejó de hacerse: lo dejaban a la familia, y empezaron a hacer testamentos en los que con frecuencia se destinaba todo o parte a los pobres. 

Cuando se bautizaban, restituían sus esclavos a la libertad, y les ayudaban a llevar una vida digna. El cristianismo abolió –no por ley, sino en la práctica, por propia voluntad- la esclavitud.

Paulatinamente se consiguió que los indios tuviesen una sola mujer, terminando con el abuso de los principales, que robaban mujeres y llegaban a tener hasta 200 o 300.

 

Exageraciones utópicas de Bartolomé de las Casas

Asegura Motolinía que, en los primeros años de la conquista, “quienes por oficio debían defender y conservar a los indios, no lo hicieron”, y se cometieron excesos: “esclavos hechos no se sabía dónde, excesos de tributos, trabajos forzados…” Pero enseguida se opusieron los frailes misioneros y el propio obispo de Mexico, fray Juan de Zumárraga, a los desmanes de la primera Audiencia de Mexico, presidida por Nuño de Guzmán.

El obispo informó al emperador, que enseguida puso remedio a la situación enviando personas adecuadas que corrigieran los desmanes, y consiguieron poner paz en toda la zona, con gran bien para los indios. En esta labor destacaron el obispo Sebastián Ramírez, presidente de la Audiencia Real, y el virrey don Antonio de Mendoza.

Hubo españoles que fueron crueles con los indios, pero no fue esa la actitud general, sino más bien se trataba de excepciones, aunque llegaran a ser frecuentes. Ya en 1520 corría entre los españoles el nuevo refrán “El que con indios es cruel, Dios lo será con él”, que deja ver cómo no se trataba de una actitud ni general ni mucho menos vista con aprobación.

La enumeración que hizo Bartolomé de las Casas de los horrores de la Conquista y de las infamias de la instalación hispánica, es un absurdo propio de recién llegado, de quien no tiene un conocimiento real de la situación en América, y acabó convirtiéndose en una condena de la propia penetración cristiana en tierras paganas; una condena que olvida la inmensa tarea realizada por religiosos y otros españoles en defensa de los derechos de los indios.

Motolinía tuvo la valentía y clarividencia de encararse con Bartolomé de la Casas, que hacía propuestas utópicas para la tarea evangelizadora, unas propuestas alejadas de la realidad (propias de quien escribe desde un despacho y no se arremanga para trabajar en el día a día) que solían ir acompañadas de consideraciones injustas y calumniosas hacia el conjunto de la tarea desempeñada hasta el momento por los españoles. El dominico no tenía en cuenta, entre otras cosas, el clima de guerra con los aztecas en que se había desarrollado la actividad española.

Motolinía acusa de teórico a Bartolomé de las Casas cuando criticaba por ejemplo el modo de administrar los sacramentos, en concreto el bautismo, sin acompañarlo de las ceremonias y prédicas habituales en España. Eso lo dicen y propalan, protestaba, quienes no trabajan por aprender la lengua de los indios, ni se aplican a ponerse a bautizar. Motolinía hace responsable a quienes así obraban, de los niños y enfermos que a veces morían antes de ser bautizados, a causa de esos escrúpulos, más propios de burócratas.


Una evangelización que constituyó a los indios como pueblo



La historiadora Carmen Alejos ha escrito que “España llevó la fe a América desde sus inicios. Sin embargo, las leyendas negras, las críticas, los prejuicios, el sentimiento de culpa que inundan a muchos españoles y europeos no tienen límite. Sentimos vergüenza de la tarea descubridora, administrativa, cultural y evangelizadora que realizamos durante más de trescientos años. ¿Por qué? Se cometieron errores y abusos. Algo inevitable, toda obra humana los tiene. Pero ¿no será que en una sociedad que rechaza a Dios no está bien visto que se haya difundido la fe católica y tengamos que pedir perdón?

 

Nada es blanco o negro. Todo tiene sus matices, también la evangelización americana. Ahora bien, no se puede evitar afrontar la verdad. Y ésta es que desde el primer momento del descubrimiento del Nuevo Mundo los Reyes Católicos consideraron una tarea primordial que los conquistadores fueran acompañados de religiosos que enseñaran la fe a los habitantes de esas nuevas tierras.

 

Pertenecían a órdenes religiosas reformadas que habían purificado los lastres que les impedía vivir según la fe evangélica y habían renovado su vida y sus conventos. Gracias a esta reforma, sus deseos evangelizadores eran genuinos, fuertemente enraizados y estaban dispuestos a afrontar las dificultades que hubiera; que, por cierto, hubo muchas.

 

La fe la llevaron religiosos (franciscanos, dominicos, agustinos, jesuitas...) intachables, con un alto sentido de su misión, que realizaban con sus palabras y con su estilo de vida. A fray Toribio de Benavente los indígenas mexicanos le llamaban «Motolinía» que en la lengua náhualt significa «el que es pobre o se aflige». Y es que los misioneros vivían con los pobres, como los más pobres. Los evangelizadores y la jerarquía eclesiástica americana se caracterizaron desde el primer momento por defender los derechos de los indígenas.

 

La evangelización llevada a cabo por los españoles fue profunda, enseñó la fe y a vivir coherentemente según esa fe. Realizó una importante tarea de culturización, aprovechando la religiosidad natural de los nativos para imprimir en ella las huellas de Cristo. Por eso Juan Pablo II pudo llamarla «evangelización constituyente». Es decir, que no sólo se evangelizó a los habitantes del Nuevo Mundo, sino que constituyó un nuevo pueblo, el pueblo latinoamericano que es naturalmente creyente. El ateísmo no es un rasgo propio del hispanoamericano. Las sectas, las diversas confesiones religiosas tienen difusión precisamente porque su tendencia natural es a creer en Dios. Por eso también el catolicismo sigue vigente, con una fuerza imparable.”


 

 Carta de fray Toribio al Señor de Benavente 

FrayToribio de Motolinía, ya en 1540, escribía al señor de Benavente que la Nueva España, tan grande y tan apartada de Castilla, necesitaba consigo un rey que la mantuviera en justicia y paz, y que no podría perseverar sin disolución y dificultades grandes con el rey de España: por eso pedía que el rey Carlos nombrase a alguno de sus hijos rey de América. 

En 1548 se calcula que había en Mexico central siete millones ochocientos mil indios. En 1540 dice Motolinía que por cada español había 15.000 indios, y por eso era milagro que no los echaran, porque Dios les cegó y porque tampoco los indios veían mal su situación respecto a antes de la llegada de los españoles. Antes bien, para muchos fueron como liberadores. Los de la provincia de Tlaxcatlan fueron siempre amigos de los españoles.



El papa san Juan Pablo II, consciente de las tergiversaciones históricas,  quiso hacer un homenaje a esa labor evangelizadora de los españoles en diversas ocasiones. En su visita a España en 1984, decía: Me he referido antes al espíritu con el que ejercieron su tarea evangelizadora tantos misioneros venidos a este continente, y que fueron a la vez elementos activos de promoción social. ¡Cuánto se debe a ellos, incluso humanamente, gracias a la labor desplegada en el espíritu evangélico de amor a todo hombre! Una tarea que prosigue fecundamente en nuestros días, en tantas formas y lugares…”

Esperemo que la versión falseada que ofrece la leyenda negra deje paso a la verdadera historia del descubrimiento y evangelización de América, en algunas mente que todavía la desconocen.   


Los españoles llegan al Nuevo Mundo. Apocalypto, Mel Gibson

        Este video ofrece los últimos descubrimientos de la ciencia sobre el misterio de la imagen de la Virgen de Guadalupe:

 

viernes, 13 de marzo de 2020

¿Qué ha venido a traer Jesús? La respuesta de Benedicto XVI




En un reciente post mencionaba unas palabras del cardenal Sarah sobre la misión de los cristianos en el mundo. Se refiere el cardenal a la crisis de valores en la sociedad occidental, que es una llamada a la acción apostólica de todos los fieles.

Con palabras que pueden sorprender, Sarah afirma que nuestra misión no consiste en salvar a una sociedad que muere, porque ninguna civilización tiene las promesas de vida eterna. Nuestra misión consiste en vivir fielmente la fe recibida de Cristo. Así salvaremos la herencia de siglos, aunque seamos pocos.  

La solución no está en ganar elecciones, ni de influir en opiniones, afirma Sarah. No se trata desde luego de una llamada a la pasividad, sino todo lo contrario.  Influir en la política o en la opinión pública son aspiraciones nobles para todo ciudadano, que debe contribuir con su experiencia vital al bien común. Pero siendo importante, no es ese el núcleo del valor que los cristianos estamos llamados a aportar al mundo. 

Lo esencial, prosigue Sarah, es vivir el Evangelio de modo concreto, en la actividad diaria. La fe es como el fuego: para poder transmitirla tiene que arder. Nuestro deber es cuidar ese fuego sagrado de la fe, hacerla vida. Ese será nuestro calor en medio del invierno de Occidente. Cuando un fuego ilumina una noche oscura y fría, los hombres poco a poco van acercándose a él, a su calor y a su luz. 

Una idea similar expresa Benedicto XVI en su libro sobre Jesús de Nazaret, poniéndonos en guardia frente a cierta formas de mesianismo político. El demonio tentó a Jesús ofreciéndole el poder sobre los reinos del mundo. La nueva forma de esa tentación es interpretar el cristianismo como una receta para el progreso, y el bienestar común como la auténtica finalidad de las religiones.



Pero la respuesta de Jesús es clara: ningún reino de este mundo es el Reino de Dios, ninguno asegura la salvación de la humanidad. Las formas políticas revestidas de mesianismo son tentaciones diabólicas, que solo pueden llevarnos a la miseria y a la esclavitud. Debemos desconfiar de todo aquel que prometa el bienestar para siempre, la paz y la prosperidad perfectas, porque es mentira.

Lo que Jesús ha venido a traernos no es un reino humano, sino a Dios. Ahora conocemos el rostro de Dios. "Quien me ha visto a Mí ha visto al Padre." Ahora podemos mirarle, viendo a Jesús.

Ahora conocemos cómo es el sentimiento de Dios hacia nosotros, que es el de un Padre amoroso que llora por sus hijos dispersos por el pecado, porque no saben hacer buen uso de su libertad. 

Ahora conocemos el camino que debemos seguir como hombres en este mundo, que es el del amor y la entrega generosa a los demás, aunque cueste, como hace Dios con nosotros.

Jesús ha traído a Dios, y con Él, la verdad sobre nuestro origen y nuestro destino. Ha venido a traernos la fe, la esperanza y el amor. En un mundo siempre imperfecto porque está en manos de hombres con defectos, los cristianos tienen la misión de contribuir a hacerlo mejor poniendo a Dios en el centro de sus vidas, y aportar a la sociedad los valores que aprendemos de Él.

El poder de Dios en este mundo es un poder silencioso, pero es el único  poder verdadero y duradero, explica Benedicto XVI. Aunque su causa parezca estar siempre como en agonía, siempre se demuestra como lo que verdaderamente permanece y salva,  mientras los reinos de este mundo, con los que Satanás tentó a Jesús, se van derrumbando todos. 

La gloria de Cristo es una gloria humilde y dispuesta a sufrir, y nunca perecerá. Es en ese rostro humilde y entregado de Cristo donde conocemos a Dios, que es Amor. Y donde conocemos nuestro auténtico bien y nuestro destino.






miércoles, 27 de marzo de 2013

Los cambios que requiere la Iglesia





Es muy interesante leer la intervención del cardenal Bergoglio  en una de las reuniones de cardenales previas al Cónclave en que resultó elegido papa. Sintetizan sin duda el programa que el papa Francisco traza para su pontificado y los cambios que son necesarios para que  la Iglesia sirva mejor a las almas.

  
El cardenal Jaime Ortega le pidió el texto a Bergoglio, y ahora lo ha publicado en la revista diocesana de La Habana. 


Bergoglio centró sus palabras en la evangelización, y usó la expresión de Pablo VI: la dulce y confortadora alegría de evangelizar. Es la razón de ser de la Iglesia, a la que el mismo Jesucristo nos impulsa. 

Estos son los cuatro puntos que anotó el cardenal Bergoglio en el manuscrito que guió su discurso:



1.- Evangelizar supone celo apostólico. Evangelizar supone en la Iglesia la parresía de salir de sí misma. (Parresía se puede traducir por libertad y valentía para comunicarlo todo con franqueza). La Iglesia está llamada a salir de sí misma e ir hacia las periferias, no solo las geográficas, sino también las periferias existenciales: las del misterio del pecado, las del dolor, las de la injusticia, las de la ignorancia y prescindencia religiosa, las del pensamiento, las de toda miseria.



2.- Cuando la Iglesia no sale de sí misma para evangelizar deviene autorreferencial y entonces se enferma (cfr. La mujer encorvada sobre sí misma del Evangelio). Los males que, a lo largo del tiempo, se dan en las instituciones eclesiales tienen raíz de autorreferencialidad, una suerte de narcisismo teológico. En el Apocalipsis Jesús dice que está a la puerta y llama. Evidentemente el texto se refiere a que golpea desde fuera la puerta para entrar... Pero pienso en las veces en que Jesús golpea desde dentro para que le dejemos salir. La Iglesia autorreferencial pretende a Jesucristo dentro de sí y no lo deja salir.


3.- La Iglesia, cuando es autorreferencial, sin darse cuenta, cree que tiene luz propia; deja de ser el mysterium lunae (metáfora que alude a que la Iglesia, como la luna, ilumina con una luz que no procede de ella sino de Jesucristo, el verdadero sol y da lugar a ese mal tan grave que es la mundanidad espiritual (Según De Lubac, el peor mal que puede sobrevenir a la Iglesia). Ese vivir para darse gloria los unos a otros. 

Simplificando; hay dos imágenes de Iglesia: la Iglesia evangelizadora que sale de sí; la Dei Verbum religiose audiens et fidenter proclamans (la Iglesia que escucha religiosamente la Palabra de Dios y la proclama con audacia), o la Iglesia mundana que vive en sí, de sí, para sí. Esto debe dar luz a los posibles cambios y reformas que haya que hacer para la salvación de las almas.


4.- Pensando en el próximo Papa: un hombre que, desde la contemplación de Jesucristo y desde la adoración a Jesucristo ayude a la Iglesia a salir de sí hacia las periferias existenciales, que la ayude a ser la madre fecunda que vive de "la dulce y confortadora alegría de la evangelizar". 

lunes, 18 de marzo de 2013

Mirar donde mira Francisco


En Radio Nou RTVV con Vicent Climent, Carolina Quilez, José Francisco Castelló y José Antonio Burriel, comentando la elección del Papa Francisco
                             

Mirar donde mira el papa Francisco


    Pocos gestos han bastado para que el  papa Francisco nos muestre, desde las primeras horas de su pontificado, dónde tiene puesta su mirada. Era previsible, y por eso lo avanzamos en esa estupenda tertulia de Radio Nou con Vicente Climent, que arrancaba justo cuando por la chimenea del Vaticano comenzaba a intuirse el humo blanco.

    El papa mira en primer lugar a Jesucristo. Nos quedó grabado, apenas asomarse al balcón de la plaza de san Pedro para recoger el afecto del pueblo romano. Lo primero fue pedir -suplicar, más bien- que rezásemos por él, inclinado en gesto sincero y humilde. 

    Francisco sabe que la Cabeza de la Iglesia es Jesucristo.  Ser su representante en la tierra  requiere poner los ojos en Él, rezar intensamente, para escucharle y secundarle.  Media hora estuvo  ante el Santísimo en la basílica de Santa María la Mayor, a primera hora del día siguiente a su elección. Antes, muy temprano, había celebrado la Santa Misa. El Papa, primero y sobre todo, mira a Jesucristo. Es Él quien dirige su Iglesia. Es a Él a quien seguimos. 


   Todos deberíamos fijar la mirada en Jesucristo. Y rezar. Impresiona su devoción a la Virgen.  Aún resuenan
  las palabras de Francisco: quien no reza a Dios, reza al diablo. Debe estar feliz el diablo, porque muchos que se dicen agnósticos, o ateos,  lo que en realidad hacen es dar la espalda a Dios. Nada alegra más al diablo que contemplar una criatura dando la espalda a su Creador.


    El papa mira a la Iglesia, en segundo lugar. Me conmovió el gesto con que asomó al balcón de san Pedro: un gesto de afecto, con algo  del susto de quien acaba de sentir sobre sus espaldas el peso de la  enorme responsabilidad contraída: ser el Pastor de más 1.200 millones de católicos, representados en la multitud que abarrotaba  san Pedro. 



   Francisco tiene que  proporcionar  seguridad, afecto, cercanía y  alimento saludable a millones de fieles extendidos por los cinco continentes. Muchos de ellos sufren persecución física y moral, son privados de libertad, y a veces asesinados, por ser católicos. Necesitan sentir  el calor del Padre común, y sin duda  van a encontrarlo en esa gran humanidad que muestra Francisco, como ha dicho el Vicariodel Opus Dei en Argentina,  buen amigo de Bergoglio.


    Dentro de la Iglesia, el Papa mira especialmente a los jóvenes,  necesitados de una formación cristiana que no siempre se les ofrece con integridad, y muchas veces reciben tergiversada. (Por cierto, va a ser memorable la JMJ en Brasil: América arde en emoción...) Y mira también la falta de coherencia de miembros de la Iglesia, a veces eclesiásticos, necesitados de purificación. Somos humanos y ninguno estamos exentos de la necesidad de purificación. Pero hay que reconocer los pecados para poder ser perdonado.  

    Me ha hecho  pensar  el lema episcopal del Papa: Miserando et  eligendo.  Se refieren a la mirada de Jesucristo cuando invita a  Mateo a seguirle. Mirada de comprensión y cariño, que disculpa, pero que mueve a  radical coherencia.


   Es la radical coherencia que todos los católicos deberíamos proponernos en estos momentos. Requiere un conocimiento más riguroso de la fe,  y  frecuencia asidua de los sacramentos que nos adentran en la intimidad con Dios, especialmente la Reconciliación y la Eucaristía.  La luz y el calor que precisa un mundo frío y desnortado no la proporcionan sólo discursos y razonamientos, sino sobre todo el ejemplo de personas  que viven lo que creen.


   Y Francisco mira al mundo. Lo ha dicho claramente en sus primeras palabras, sin papeles porque lo tiene muy claro: el mundo necesita la luz de Cristo. La Iglesia no es una mera ONG filantrópica.  No cumpliría su misión si no diera a conocer a Cristo al mundo. Toda manifestación de amor a los hombres se queda pobre si no anuncia a Jesucristo, fuente del amor,  y lo que Jesucristo nos ha enseñado. 

    A quienes dicen que la Iglesia debería “modernizar” su doctrina,  Francisco les ha señalado que es al revés: el mundo no avanzará mientras no se abra a la luz de la doctrina cristiana. Parece un eco de la llamada de Juan Pablo II a los gobernantes: ¡no tengáis miedo a Cristo! Él trae la libertad y el bien al mundo. A un mundo que ha aumentado su capacidad técnica,  pero que ha empobrecido sus resortes morales, Francisco ofrece la referencia cristiana con fe profunda y claridad llena de coraje.


   Francisco, desde la elección de su nuevo nombre, mira en el mundo las injusticias que claman al cielo. Los grandes desequilibrios no sólo entre países ricos y pobres, sino también en el seno de cada país. Es fácil clamar contra la desigualdad. Más difícil es que cada uno de los que claman se proponga realmente vivir pobre y desprendido, compartiendo de lo suyo (no de lo ajeno), y trabajando por sanar  unas estructuras éticamente enfermas, que hagan mejores a las personas que viven en ellas, y no que las corrompan.

    Es significativo, en esa mirada al mundo, el valor que Francisco otorga a los laicos. Hemos leído sus declaraciones como cardenal de Buenos Aires, acerca del peligro de clericalizar a los laicos, y de que los laicos se dejen clericalizar. La tarea de los fieles corrientes es dar  testimonio de coherencia cristiana en sus ambientes profesionales y sociales, haciendo presente a Cristo en sus actividades ordinarias. Algo de esto dijo  el cardenal Bergoglio en alguna entrevista, y en la Misa que celebró en 2010 en la catedral de Buenos Aires, con ocasión de la  fiesta de san Josemaría, fundador del Opus Dei, precursor de la misión evangelizadora de los laicos.


    Jesucristo, la Iglesia, el mundo. Tres miradas en una. Miremos los católicos en esa dirección, bien unidos a Francisco. Y viviremos  una gran primavera de la Iglesia. Y también del mundo, que falta le hace... 

    Ah! Y no hagan caso de los "devotos odiadores", como han sido calificados por un conocido periodista, empeñados en ensuciar el rostro de la Iglesia. Sí, formada por hombres y por tanto por pecadores. Pero ya quisieran ellos para sus grupos la integridad y categoría de la inmensa multitud de cristianos que viven de acuerdo con su fe.