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jueves, 2 de marzo de 2023

El pensamiento europeo en el siglo XVIII. Paul Hazard

 



El pensamiento europeo en el siglo XVIII. Paul Hazard. Ed. Alianza


El historiador y ensayista francés Paul Hazard (1878-1944) estudia en este libro el giro sufrido por el pensamiento europeo a lo largo del siglo XVIII, desde un planteamiento cristiano, en el que la razón avanza segura y confiada bajo la luz de la fe, a una visión racionalista, que prescinde de toda dimensión espiritual y trascendente y pone en duda cualquier evidencia ajena a la razón positiva. 

Este movimiento ilustrado, que comienza hacia finales del siglo XVII y alcanza hasta comienzos del XIX -y en buena parte sigue en nuestros días- adquirió diversos matices a medida que se extendía por los diversos países de Europa.

En Inglaterra le abrió camino con antelación el empirismo filosófico y científico -Francis Bacon (1560-1626)- que en su origen afirma que todo conocimiento humano comienza en los sentidos –en esto no difiere de Aristóteles y santo Tomás, que afirman que el conocimiento comienza por los sentidos-; pero en una segunda fase el empirismo pasa a afirmar que el conocimiento sensorial es la única forma de conocimiento, negando validez a otras formas de conocimiento, como la intuición, el sentimiento, la fe o la experiencia religiosa.  

Diversas corrientes de pensamiento de la época cayeron en el deísmo (creencia en un ser supremo creador, pero totalmente alejado e incomunicado con el hombre y sin influencia en la historia). Surge también la propuesta de una ética naturalista, que considera la naturaleza como única guía de las acciones humanas, y rechaza cualquier obligación basada en la Revelación divina. Considera que la ley moral –que distingue la buena o mala conducta- no es una norma objetiva, sino el resultado meramente subjetivo de asociaciones e instintos desarrollados a partir de la experiencia de lo útil y lo agradable, o de lo dañino y lo doloroso.

 A estas corrientes de pensamiento, que van afectando a todas las áreas del saber y de la vida social, se asocian también los diversos movimientos en favor de los derechos políticos, apoyados en nuevas teorías filosóficas sobre el Estado y la sociedad.

En Francia el movimiento ilustrado se aglutina en torno a la Enciclopedia, y su principal exponente fue Juan Jacobo Rousseau (1712-1778). La Enciclopedia reúne a los principales pensadores de la época para lograr una sistematización del saber, con un factor común: el racionalismo, que afirma que la razón es la única fuente de conocimiento y de acceso a la verdad. En Alemania creó el caldo de cultivo propicio el racionalismo de Leibnitz (1646-1716) y diversos movimientos idealistas, que defienden que la realidad es un mero constructo inmaterial de la mente.

El movimiento ilustrado tiene una primera fase de exaltación de la razón empírica: todo avance en el conocimiento debía proceder de un meticuloso análisis de la experiencia sensible.  Pero esa exaltación de la razón llegó en no pocos casos hasta extremos irracionales, con intentos de complementarla con una querencia hacia la irracionalidad y el sentimiento (Rousseau, Herder o Jacobi). En su fase última se llega a platear la contradicción como centro de la realidad, abriendo la puerta al romanticismo: una rebelión en toda regla contra la razón ilustrada francesa.

Todos estos intentos de independizar la razón humana, declarando su autonomía absoluta, no podían acabar bien. Provocaron una gran desorientación en las mentes y desembocaron en graves rupturas entre los propios ilustrados y en los terribles enfrentamientos que se vivieron en Europa y América en los siglos XIX y XX.

Como ha explicado Benedicto XVI, “la verdadera racionalidad del mundo procede de la Razón eterna, y sólo esa Razón creadora es el verdadero poder sobre el mundo y en el mundo. Sólo la fe en el Dios único libera y “racionaliza” realmente el mundo. Donde, en cambio, desaparece, el mundo es más racional sólo en apariencia.” 

Razón y fe, lejos de oponerse una a otra, "pueden cooperar juntas a un mayor conocimiento de Dios y a un amás profunda comprensión del hombre." Por eso la tarea central y permanente de los cristianos es iluminar el mundo con la luz de la razón que procede de la eterna Razón creadora, así como de su Bondad creadora.

No todo el pensamiento ilustrado fue ateo o contrario al cristianismo, aunque sí tuvo ese cariz sectario en el mundo francés (anticlerical) y en el inglés (anticatólico). Los aspectos positivos de la Ilustración fueron acogidos y promovidos por notables pensadores y científicos católicos y cristianos, que impulsaron nuevos desarrollos en la cultura y la ciencia.

La primera parte del libro lleva el significativo título de "El proceso al cristianismo". En la segunda, que titula "La ciudad de los hombres", muestra cómo se intentó edificar con la sola fuerza de la razón cada una de las áreas del saber y dimensiones de la vida humana, incluída la religión natural y la nueva moral. “Disgregaciones” es el título de la tercera parte, en la que describe cómo las propias contradicciones de la Ilustración acabaron con ella.  

Hazard hace gala de un gran dominio del período ilustrado, deja hablar a sus propios protagonistas y describe con objetividad y maestría los hechos y consecuencias que acompañan a las ideas ilustradas. Escribe con un estilo ágil y claro, muy ameno y cierto sentido del humor bañado de ironía. Pone en evidencia que el autollamado siglo de las luces, a pesar de su aparatosa efervescencia, estaba lleno de contradicciones y produjo no pocas oscuridades y evidentes retrocesos en muchos campos esenciales del saber y de la vida social, causando estragos entre el pueblo sencillo.

El espíritu ilustrado afectó a todos los ámbitos de la vida, y Hazard describe con trazo certero cómo se fue generando esa nueva forma de entender la vida. Selecciono sólo algunas ideas en lo referente a la literatura, la historia, las ciencias naturales, y la nueva visión estatalizadora y monopolista de la enseñanza.

 

Literatura

        Junto a la crítica filosófica, hace su aparición en el mundo de las letras la crítica literaria: “El primer necio recién legado, el primer fatuo, el primer poeta fracasado se arrogaba el derecho de hablar alto, de pronunciar juicios injustos, de atacar a los autores célebres: ¡el menos capaz era el más agrio! Sin embargo, aparecieron críticos que pasaron a la inmortalidad.” Nacen las Academias de las lenguas, para llevar a cabo la revisión de la gramática, la ortografía, y modernizarlas.

Otras épocas se interesarán por el individuo en lo que tiene de incomunicable; ésta se interesa por lo que tienen de común los individuos. Estudia lo que une, no lo que distingue. Estrechar el vínculo social pasa a ser una de las funciones de la literatura. Pero lamentablemente, señala Hazard, para muchos que ambicionaron crear un corazón unánime y un espíritu general compartido por todos, valdrían las palabras de la duquesa de Weimar acerca del escritor y editor alemán Wieland: “Tanto como muestra por sus escritos que conoce el corazón humano en general, tan poco conoce el detalle del corazón humano y los individuos.”

Se difunde entre los aristócratas y burgueses ilustrados la afición a escribir cartas. “Las cartas ya no eran una obligación penosa, sino la delicia de cada día. Prolongaban la conversación de los salones, y se leían y releían en otros salones, de corro en corro. Tratan de todos los temas, con una sencillez admirable, sin levantar el tono, pues si tuvieran la menor huella de retórica frustrarían su efecto y harían sonreír. Cuenta los sucesos menudos de cada día. Salvo excepciones, el que coge la pluma no hace confidencias sobre sus penas y sus desesperaciones: por el contrario, un mimetismo lo lleva a ponerse de acuerdo con el destinatario, a tomar su color y su humor, a informarle, evitando las indiscreciones del yo. El estilo elimina comparaciones, imágenes, metáforas, como para desnudar a las ideas de todo lo que no sea ellas mismas; desembaraza el vocabulario de palabras inciertas, inexactas, dudosas, inaugurando una forma inmediatamente reconocible por su sencillez ideal, un estilo alerta, siempre directo, rápido, que excluye los contrasentidos debidos a la ambigüedad de los términos y a los recargamientos estilísticos.”

        Todos se lanzan a escribir, incluso poesía, fabricando versos para los acontecimientos más vulgares. “Se produjo en la literatura una aleación de gravedad y de frivolidad, pues no se llegó a adquirir el sentido de lo profundo: sólo el de lo claro, lo sencillo, lo inteligible. Frivolidad, pues no en vano predicaban que había que gozar placeres de la vida terrena, y los sentidos, exaltados, reclamaban su puesto; y la idea de que el placer era el elemento esencial de la felicidad, que debía buscarse en todas sus formas, descendía a todas las gentes desde la predicación de los filósofos.”

Consideran la literatura como “una decoración de la vida”, uno de los goces de que se compone la felicidad, fin de nuestra vida: el placer es la ley suprema. “Se cambiaban versos como cumplidos o reverencias: gestos rituales de una sociedad cuyos miembros parecían actores de teatro, con sus polvos y colorete, con sus entradas y salidas en momentos fijados, con sus réplicas…”

Historia

        Los historiadores de la Ilustración perseguían el hecho del pasado, y trataban de librarlo de supuestos prejuicios de anteriores testimonios, negando sus prejuicios propios. “Su principal enemigo eran ellos mismos: tenían prisa, no les gustaba la erudición: pero larga paciencia y amplia erudición eran necesarios para la tarea de verdaderos historiadores. Desnudar el hecho, depurarlo, desembarazarlo de toda mezcla, es una operación delicada que sólo con el tiempo se aprende. Había un elemento moral unido a cada hecho: es menester que la historia muestre la derrota del vicio y el triunfo de la virtud, pues no debe ser indiferente a las acciones humanas: los buenos, recompensados; los malos, castigados.”

Los ilustrados acogen esa herencia, pero modifican su moral, que ahora será “filosófica”, con lo que su prejuicio enturbia aún más el hecho. Enfocan sus lecciones de moral hacia los príncipes (en lugar de hacia los súbditos) y hacia la Iglesia: sería una historia anticlerical, antipapista; la Edad Media no será un hecho histórico que hay que intentar comprender, sino un error que refutar; al hablar del hecho mahometano, lo vengarían de las calumnias de los cristianos; las Cruzadas, serían un acceso de locura furiosa; el mérito del Renacimiento sería, más que el suyo propio, haber abierto la edad de la razón…

        Proyectaban el presente sobre el pasado y condenaban a los hombres de antaño por haber cometido el error de ser de su tiempo. Transformaban las cuestiones de origen en cuestiones de lógica, quitando su dignidad a la prueba histórica, que debía someterse a la “prueba moral”, como decía Diderot.

        Sólo admitían como histórico el testimonio del que vio el suceso, pero había que tener en cuenta si era testimonio de un ilustrado, si había vecinos que daban fe de él. Además, renuncian a todo lo maravilloso, entre lo que incluía lo sobrenatural: milagros, prodigios, profecías… y la misma Biblia queda proscrita.

        “Les costaba darse cuenta de que el que descompone los sonidos de una sinfonía no goza ya de la impresión total,” de que entra cobardía en el valor y egoísmo en el altruismo. Para ellos todo debía ser blanco o negro, con lo que acaban cerrando los ojos a la realidad y a la verdad.

        Querían dar cuenta de los fenómenos, sin remontarse a las causas primeras; y dicho esto, lo que se obstinaban en buscar era la causa primera.

        Pero al menos con frecuencia sacrificaron su preferencia por el a priori al método histórico que limpiaba de adherencias los hechos. Y consiguieron preparar el terreno al porvenir, y también a algunas obras maestras.

 

Enseñanza

En 1761 el procurador del rey de Bretaña, La Chalotais, pronunció la requisitoria contra los jesuitas en Francia, acusándoles de peligro para el Estado por haber jurado obediencia al Papa incluso en el orden temporal.

Es lícito ver algo más que una coincidencia en el hecho de que el mismo Charlotais, que en su requisitoria pedía que ante todo los jesuitas fueran desposeídos de sus escuelas, publicara en 1763 un Essai d’education nationale: el Estado, dice, debe proveer a las necesidades de la Nación, no debe “abandonar la educación a gentes q tienen intereses diferentes a los de la patria; la escuela debe preparar ciudadanos para el Estado, por lo que debe estar dirigida por nociones civiles, y no místicas.”

Y proponía lo que hoy en día sería una subsecretaría de Educación nacional, afecta al Ministerio del Interior: la educación debía estar bajo la autoridad del ministro del que dependiese la política general del Estado. Era lo que los príncipes reformadores, sin tantas teorías, empezaban a hacer: convertir la escuela en una provincia de su administración.


Ciencias de la naturaleza

Los botánicos, imbuídos del espíritu científico, aspiraban a hallar una clasificación de las plantas que no se fundase sino en hechos objetivamente observados; pero al mismo tiempo, como los demás científicos y como los filósofos, intentaban hacer entrar el universo y sus producciones en un plan preconcebido.

Imaginaban lo que llamaban la gran escala de los seres; los seres no podían ordenarse de otro modo que según esa escala, donde no faltaba ningún travesaño; se pasaba de uno a otro por gradaciones tan menudas que apenas se podían distinguir, pero que no eran menos reales; lo discontinuo estaba excluido a priori, ningún lugar tenía derecho a quedar vacío; no había corte entre los grados de una serie, entre la serie animal y la serie vegetal, entre la vegetal y la mineral; una conexión imperceptible existía entre los hombres y los ángeles; en la cúspide, el único, aislado, se encontraba Dios.

Era menester a cualquier precio que todas las casillas estuviesen ocupadas; si no se distinguían aún sus ocupantes, estos no dejarían de aparecer algún día. De suerte que los mismos hombres que se proclamaban servidores del hecho sometían el hecho, de grado o por fuerza, al a priori.

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El libro es una delicia para la inteligencia, y ayuda a entender muchos de los desasosiegos que sufren hoy buena parte de nuestros intelectuales y políticos, que beben todavía de fuentes jacobinas, a las que sería bueno irles quitando el poco lustre que aún les queda.

El mundo irá mejor en la medida en que entiendan que secularización no equivale a descristianización. Secularización es un término equívoco, que puede entenderse como sana y necesaria desclericalización, y positiva afirmación de la autonomía de las cuestiones temporales.

Pero cuando se entiende como la autonomía absoluta del hombre, el llamado laicismo, termina en tragedia. No olvidemos el falso mito del progreso: la razón ilustrada conduce hacia los campos de concentración nazis y las bombas atómicas USA arrojadas sobre poblaciones civiles en Hiroshima y Nagasaki

Como ha dicho un gran especialista, Mariano Fazio «la visión prometeica del hombre, ya sea en su versión Ilustrada, como romántica, marxista, nietzscheana... ha causado un grave desorden en los diferentes ámbitos de la existencia humana». 

Este libro ayuda a caer en la cuenta.

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Relacionado: 

Fe y razón según Benedicto XVI, libro electrónico gratuito.

Verdad, valores, poder. Josep Ratzinger 

Cristianos en la sociedad del siglo XXI



 

 

lunes, 2 de enero de 2023

Algunos libros en la vida de Joseph Ratzinger


 

Lecturas que dejaron huella en Joseph Ratzinger-Benedicto XVI

Peter Sewald, en su espléndida biografía de Benedicto XVI, desgrana, al hilo de sus conversaciones con el papa, algunas de las lecturas que han podido marcar la trayectoria intelectual de Ratzinger desde sus años jóvenes.

Para un intelectual que ha dedicado su vida a buscar la verdad en lo mejor del saber humano y en el tesoro del Evangelio y de los Padres de la Iglesia, es lógico que la enumeración no sea exhaustiva. Pero algunos títulos resultan significativos, y el propio Ratzinger señala que han sido decisivos en el desarrollo de su pensamiento.

 

Amor y verdad. Agustín y Tomás de Aquino

        Ratzinger descubre a san Agustín al leer Las Confesiones, y queda cautivado por su profunda y viva teología, que emana de su experiencia vital, muy distinta a la de Tomás de Aquino.

La lectura de Tomás de Aquino (demasiado impersonal para su gusto, en un principio) no le interpela con esa fuerza, pero la de Agustín sí, profundamente, porque Agustín se muestra como hombre apasionado que sufre y se interroga. Agustín es alguien con el que uno puede identificarse, afirma Ratzinger, porque Agustín ve la propia pobreza y miseria de pecador a la luz de Dios, y a la vez se siente movido a la acción de gracias por el hecho de ser aceptado por Dios y elevado mediante la transformación de su persona.

A Agustín lo veo como un amigo, como un contemporáneo que me habla”, explica Ratzinger. Agustín es “una persona animada por el inagotable deseo de encontrar la verdad, de descubrir qué es la vida, de saber cómo debe vivir uno.”

        La huella de Agustín de Hipona se percibe en los escritos de Ratzinger: “El ser humano es un gran enigma, un profundo abismo. Sólo a la luz de Dios puede manifestarse plenamente también la grandeza del ser humano, la belleza de la aventura de ser hombre.”

Con la lectura de san Agustín, en Joseph Ratzinger arraiga el convencimiento de que no bastan los libros para conocer a Dios: “sólo una profunda moción del alma puede producir abundancia de conocimiento de Dios.”

Pero también el poderoso rigor intelectual de Tomás de Aquino ayudó a configurar su mente. Ya en 1946 su profesor le hizo un encargo que le marcaría: traducir del latín la Cuestión disputada sobre la caridad, de santo Tomás. Debía encontrar las innumerables citas en los pasajes originarios de la Sagrada Escritura, así como rastrear los textos de filósofos y teólogos que menciona Tomás –Platón, Aristóteles, Agustín–, cotejarlos y localizar y registrar capítulo y líneas correspondientes a cada uno de ellos.

Esta tarea propició su encuentro intelectual con Edith Stein, que había traducido por primera vez al alemán las Cuestiones disputadas sobre la verdad.

El amor y la verdad se convertirían con el tiempo en temas centrales de toda la obra de Ratzinger. A su juicio, no puede haber amor sin verdad ni verdad sin amor. Curiosa casualidad: el amor no solo fue su primer tema como teólogo, sino también el tema de su primera encíclica como papa. Su ópera prima en la facultad, con el título de Comunicación sobre el amor, apareció en una tirada de dos ejemplares (el primero, manuscrito; el segundo, mecanografiado); su ópera prima como papa, Deus caritas est [Dios es amor], en una tirada de más de tres millones de ejemplares.

Edith Stein fue canonizada por Juan Pablo II, en presencia de Ratzinger, el 11 de octubre de 1998 en la plaza de San Pedro de Roma. Simultáneamente, el papa polaco declaró a la mártir alemana copatrona de Europa. «Sea consciente de ello o no, quien busca la verdad, busca a Dios», afirmó la carmelita santa.


El futuro de la humanidad. Herman Hess, Guardini, Newman, Orwell

        Influyen mucho en el joven Ratzinger dos obras de Herman Hess: El juego de los abalorios y El lobo estepario. Hess se confronta críticamente con el espíritu de la época.

En El juego de los abalorios hay un asombroso parecido con la trayectoria intelectual y religiosa de Ratzinger: el joven protagonista ingresa en una orden ficticia que busca la verdad mediante el saber y la música, y llega a lo más alto de la orden.

El lobo estepario narra el desgarro anímico de la época: el protagonista es un personaje hipersensible y solitario, hombre de libros y de ideas, buen conocedor de Mozart y de Goethe, criado por padres y maestros cariñosos, severos y muy píos, que vive inmerso entre una cultura europea antigua que se hunde y una tecnocracia moderna que crece excesivamente. Añora los corazones llenos de espíritu, no puede encontrar la huella de Dios en una época tan burguesa, y por eso se siente como un lobo estepario en medio de un mundo cuyas metas no comparte.

        Ratzinger estudió a fondo las obras de Romano Guardini y de J. H. Newman, de Sartre, el Diario de un cura rural, de Bernanos… Todo ello iba dejando huella en su mente, que aprendía a discernir con sentido crítico, a tomar lo bueno y colegir el daño que puede hacer lo malo.

Son obras que ayudan a penetrar y hacerse cargo de los problemas que abruman al hombre de nuestro tiempo. Permiten vislumbrar también los riesgos que acechan a la humanidad, sobre los que Benedicto no ha cesado de reflexionar y poner en guardia con su Magisterio, en el que junto a la racionalidad de los argumentos se percibe la asistencia del Espíritu Santo.

Cuatro de sus lecturas preferidas sobre la peligrosa deriva del mundo han sido 1984 (G. Orwell), Un mundo feliz (Aldous Huxley), Señor del mundo (R.H. Bergson, puesta de relieve y recomendada también por el papa Francisco), y Breve relato del Anticristo (Vladimir Soloiev).

 



Amor y sexualidad. Adam y Joseph Pieper

Los libros de August Adam sobre el amor y la sexualidad influyeron en el pensamiento de Ratzinger. Adam afirma que el impulso sexual no debe considerarse “impuro”, sino un regalo que a través del amor al prójimo alcanza su santificación.

        Estas ideas, junto a las de Josef Pieper en su libro El amor, aparecen en su primera encíclica: Deus caritas est, en la que habla de “sumergirse en la embriaguez de la felicidad”. La encíclica explica la misión caritativa de la Iglesia en el mundo: “Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios permanece en Él.”. Ese es el corazón de la fe cristiana, la imagen cristiana de Dios y la consiguiente imagen del hombre y de su camino en la tierra: “Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en Él.”

        El cristianismo no ha destruido el eros: al contrario, la humanidad de la fe incluye el sí del hombre a su corporeidad, creada por Dios. El eros regalado por el Creador permite al ser humano pregustar algo de lo divino.

        Amor a Dios y amor al prójimo forman una unidad indisoluble. Sin amor al prójimo el amor a Dios se marchita. Sin amor y contacto con Dios, en el otro no reconoceré su imagen divina.

        “El amor es una luz –en el fondo la única- que ilumina constantemente a un mundo oscuro y nos da la fuerza para vivir y actuar. El amor es posible, y nosotros podemos ponerlo en práctica porque hemos sido creados a imagen de Dios.”

 

La nueva física encamina de nuevo a los científicos hacia Dios y hacia la imagen cristiana del hombre.

La Filosofía de la libertad de Wenzl mostró que la imagen del mundo derivada de la física clásica, en la que Dios no desempeñaba ya papel alguno, había sido reemplazada, a consecuencia del desarrollo de las propias ciencias de la naturaleza, por una imagen del mundo que volvía a ser abierta.

La convicción entre los intelectuales con los que se codea Ratzinger en la universidad era que los científicos, «en virtud del cambio radical iniciado por Planck, Heisenberg o Einstein, estaban de nuevo en el camino hacia Dios». Era hora de que la metafísica, es decir, la doctrina de lo que se encuentra detrás del mundo conocido y calculado, volviera a ser de una vez la base común de todas las ciencias.

En resumen: el futuro tan solo podía ser reconstruido sobre una base intelectual, conforme a la idea de la vida que está bosquejada en la liberal y reconciliadora imagen cristiana del hombre.

 

Cambio radical de pensamiento y Filosofía de la libertad.

Si esta obra de Wenzl (Filosofía de la libertad) fue para Joseph impulso para pensar e inspiración, el libro del profesor de teología moral Theodor Steinbüchel Cambio radical de pensamiento se convirtió en lectura clave. Quería conocer «lo nuevo» en lugar de limitarse a una filosofía «manida» y «envasada». El novel estudiante se sentía muy decepcionado por profesores que habían dejado de ser personas indagadoras y, en su estrechez intelectual, se contentaban con «defender lo hallado frente a cualquier pregunta».

En Verdad, valores, poder, de Steinbüchel, Ratzinger leyó frases que le conmovieron profundamente: «El ser humano se da solo ante Dios y solo en libertad; únicamente bajo ambas condiciones es persona». El «conviértete en lo que eres» tiene sentido sólo si se sabe realmente qué es el hombre: ser hacia Dios. Y llegar a ser uno mismo, como exigía Heidegger, solamente es auténtica realización del yo si es incorporado a la relación con Dios, en la que se cumple lo que de verdad son el «hombre» y el «yo».

De ahí que Dios no sea, como sostiene Nietzsche, la muerte y la ruina del hombre, sino su vida: «El garante de su libertad es Dios, porque este lo ha creado como el ser que se trasciende hacia el tú y porque esta trascendencia de su ser tan solo se realiza en la vida de la libertad personal».

Steinbüchel, en su Cambio radical de pensamiento, se basa en la obra poco conocida de Ferdinand Ebner, quien a principios de siglo XX redescubre que la palabra de la revelación no es una construcción del pensamiento, sino hallazgo y recepción, comprensión de sentido que el pensamiento no ha ideado por su propio poder.  Un ser conocido que es la realidad del Dios personal que en su palabra se dirige al hombre perceptor.

Sólo en este dinamismo vivo y decisivo se constituye la existencia humana en su singularidad más profunda, misteriosa y responsable. Ebner construyó una filosofía de la relación yo-tú entre la criatura y el Creador que ponía las bases del existencialismo cristiano y del pensamiento dialógico.

 

Hildegarda de Bringen, sabia, científica y mística

Quizá para nosotros poca conocida, desde su juventud Ratzinger se sintió atraído por la figura de Hildegarda de Bringen, sabia, médica, poeta, compositora y mística, que vivió en el siglo XI y ha sido canonizada y declarada doctora de la Iglesia por él cuando llegó a Papa. Hildegarda amó a Jesucristo en su Iglesia, sin ingenuidad ni timideces: como Benedicto. Seguro que esta santa doctora ha ocupado el papel de guía fiel en el camino espiritual e intelectual de Benedicto.


                           

miércoles, 28 de abril de 2021

Jesucristo

 



Jesucristo. Karl Adam

Conocer cada vez mejor a Jesús, el Hijo de Dios hecho Hombre, es un objetivo que debería perseguir todo cristiano. Al fin y al cabo, la vida cristiana consiste en seguirle de cerca, “tan de cerca que nos identifiquemos con Él”, solía decir san Josemaría.

Pero conocer a Jesús ¿no debería formar parte de los intereses de cualquier persona de nuestro tiempo, y no sólo de los cristianos? La huella de sus pasos en la tierra, lo que nos dicen de Él no sólo la teología y los estudios de los Padres de la Iglesia, sino también la historia, la arqueología, los testimonios de quienes le llegaron a conocer personalmente, lo que nos dice la propia tradición de la Iglesia, transmitida generación tras generación hasta nuestros días… ¿no debería ser una tarea ineludible para cualquier persona de nuestros días? Porque sin conocer mínimamente a Jesús no es posible entender el mundo de hoy ni los últimos dos mil años de historia.

El sacerdote y teólogo alemán Karl Adam escribió esta obra pensando precisamente en los hombres de nuestra época y sus dificultades para reconocer lo divino. ¿Es posible hoy que una persona culta acepte la divinidad de Jesús? ¿Qué debemos mirar para reconocerle? ¿Qué nos dice la historia? ¿Cómo alcanzar o reforzar la fe?

Con rigor y profundidad propias de un buen intelectual, Karl Adam nos ofrece un análisis de las fuentes históricas, que arrojan una luz extraordinaria sobre el modo de ser y la conducta de Jesús, sobre su propia intimidad espiritual y sobre el sentido y alcance de los aspectos esenciales de su vida y de sus enseñanzas: la Cruz, la Eucaristía, la Resurrección, la filiación divina y la fraternidad de todos los hombres...


La Piedad, Miguel Ángel


 

Me han parecido especialmente reseñables tres puntos:  

1.  Disposiciones para buscar a Cristo, Dios-Hombre

En nuestros días la mentalidad del hombre se ha ido cerrando a todo lo que está por encima de lo visible a los ojos y lo medible por los sentidos. Tenemos la vista atrofiada para lo invisible, para lo santo y lo divino.

Por eso, antes de tratar de la realidad de Jesucristo, nos resulta ineludible preparar previamente nuestra mentalidad, nuestra actitud:   

a)  Necesitamos una conciencia conmovida e inquieta ante la posibilidad de lo divino.

b)  Una actitud franca y leal, sin prevenciones ni prejuicios, frente a la posibilidad de lo divino, de los milagros.

c)  Una búsqueda humilde y respetuosa, inspirada no en una curiosidad científica, sino en nuestra necesidad existencial de salvación y felicidad, conscientes de nuestra insuficiencia y fragilidad.

 

El alma humana, como ser condicionado y finito que somos, está esencialmente relacionada con un Absoluto, y experimenta esa relación en lo más profundo de su sentimiento vital: como falta de plenitud, como una difusa necesidad de eternidad y perfección, como una fiebre ansiosa de Dios. Lo expresó muy bien san Agustín: “Nuestro corazón está inquieto hasta que descansa en Dios.”

Esta “angustia metafísica” es más fuerte en el hombre de conciencia recta, que experimenta más hondamente la congoja íntima del sentido de culpabilidad ante lo moralmente santo.

 

2.  La fe es un don de Dios: un don sobrenatural, pero no arbitrario

Llegamos al reconocimiento del misterio sobrenatural de Cristo por el camino de la fe, no por el de la ciencia. Esa fe es obra divina, sobrenatural, tanto por su objeto como por su origen: es un don de Dios. (Eph 2,8)

Esa fe en el misterio de Cristo, sobrenatural en su origen, no es, sin embargo, arbitraria. Descansa sobre la evidencia histórica de la credibilidad de Jesús y de su obra: Per Iesum ad Christum: por el conocimiento de Jesús de Nazaret llegamos al reconocimiento de Jesucristo Redentor, Dios y Hombre verdadero. Cuando los teólogos exponen los motivos de credibilidad de Jesús, preparan la fe sobrenatural en Él, pero no la producen.

El argumento de credibilidad establecido por consideraciones puramente históricas y de razón, no logra toda su fuerza concluyente y directiva para el espíritu, cargado con las consecuencias del pecado original, hasta el momento en que la gracia redentora de Dios libera al entendimiento y la voluntad del ser humano de sus trabas hereditarias.

La gracia de Dios está tanto al principio como al fin de nuestro camino hacia Cristo: no es la palabra humana, sino la verdad y el amor de Dios quienes nos mueven.

 

3.  Jesús mismo nos pide confiar en Él: “Tened confianza: soy Yo, no temáis”

Un día, los discípulos navegaban por el lago de Generaseth. Era la cuarta vigilia de la noche. Y he aquí que vieron a Jesús caminar sobre las aguas. “Todos le vieron” dice Marcos 6,49. Le vieron claramente. No obstante, les invadió el miedo: ¿no será tal vez un fantasma, un espectro? “Y gritaron. Entonces Jesús les habló: Confiad, soy Yo, no temáis.”

También nosotros, navegando por el mar agitado del conocimiento puramente humano, aunque sea religioso, veremos claramente a Jesús. Sin embargo, quizá nos asaltará el miedo: ¿no será todo ello un fantasma, una ilusión? Esta será posible mientras permanezcamos en lo puramente humano. Solamente cuando Jesús mismo hable, cuando su palabra divina y su gracia nos alcancen, desaparecerá toda posibilidad de engaño y todo temor: “Consolaos, Yo soy, no temáis.”

Por eso es tan necesaria para el cristiano, y para todo el que desea encontrarse con Cristo, la oración continua, que es un reconocimiento de la propia insuficiencia.

Dios premia siempre a quienes le buscan con actitud sincera, con la rectitud de quien orienta su vida hacia el reconocimiento de la verdad, aunque aparentemente no coincida con sus intereses materiales.

Con esa disposición previa, libre de prejuicios y confiada y abierta a la verdad que se nos manifieste, la lectura del libro resulta sumamente amable y enriquecedora. Y nunca mejor aplicado lo de Sumamente, teniendo en cuenta que se trata del conocimiento de Dios que se nos revela.

 

Sobre el mismo tema:

Jesúsde Nazaret. Joseph Ratzinger

50 preguntas sobre Jesucristo y la Iglesia

 

miércoles, 7 de abril de 2021

Resurrección

 


Torreciudad, mosaico de la Resurrección del Señor


Resurrección

 

        ¿Es razonable la enseñanza sobre la resurrección contenida en la revelación cristiana? Sin duda la respuesta no puede venir sino de la mirada dirigida a Jesucristo, que nos muestra que la resurrección es razonable.

 

Pero se trata de un don, que el hombre no puede alcanzar por sí mismo. Un don que llena de sentido nuestra vida, y que está relacionado con la dimensión espiritual de nuestro ser.

 

En su libro Ciencia y fe, nuevas perspectivas, publicado en 1992, el científico y filósofo Mariano Artigas aportaba evidencias acerca de la nítida dimensión espiritual de la persona, que a diferencia de otros seres posee una interioridad irreductible a las condiciones materiales.

 

A través de su inteligencia y su voluntad, la persona trasciende el ámbito de lo material, y en su actividad consciente manifiesta sus dimensiones espirituales. “El propio progreso de la ciencia experimental es un ejemplo de ello. La actividad científica, sus métodos y resultados, sus supuestos (…) muestran que la persona trasciende el modo de ser de los entes naturales.

 

El ser humano posee unos rasgos distintivos propios, inexistentes en otros seres de la creación: la personalidad y la capacidad de amar, la interioridad y la autorreflexión, el sentido del tiempo y la capacidad de abstracción, la inventiva, la capacidad de comunicarse y usar el lenguaje, el sentido de la verdad y de la ética, de lo que está bien y está mal… Son dimensiones únicas en el ser humano.

 

Sólo en la persona humana se ha producido (por la acción divina, como sabemos por revelación y podemos intuir por la razón) un ser que posee unas dimensiones que trascienden la naturaleza, sin dejar de pertenecer a ella.

 

John Eccles, Nobel de Medicina en 1963 por sus trabajos sobre el cerebro humano, afirmaba que el materialismo es ciego con respecto a los problemas fundamentales que surgen de la experiencia espiritual, no consigue explicar nuestra singularidad. “Cada alma es una nueva creación divina. Afirmo que ninguna otra explicación resulta sostenible.”


Dios da continuamente el ser a las entidades naturales, haciendo que funcionen de acuerdo con su modo de ser propio. Pero en el caso del hombre, los efectos de la acción divina sobrepasan el nivel material y constituyen un ser que participa de la espiritualidad propia de Dios. El hombre es un ser único, que abarca a la vez dimensiones espirituales y materiales.

 

Por eso la supervivencia después de la muerte resulta lógica y coherente, no es sólo algo que sabemos por la revelación de Dios a los hombres. Es lógica, porque la singularidad humana es patente; sus dimensiones espirituales se reconocen fácilmente; para quien piensa con rigor, también es patente la acción divina, que da el ser a todo lo que existe; la propia experiencia nos dice que la relación especial del hombre con Dios no se da en las criaturas inferiores; es coherente que no sería propio de la acción divina la aniquilación, que contradice las tendencias que Dios ha puesto en la persona –perpetuarse, anhelo infinito de felicidad, de amar y ser amado, capacidad de compromiso, sentido del bien y del mal- y su dimensión espiritual, que le da capacidad de subsistir con independencia de las condiciones materiales.

 

Pretender explicar al hombre prescindiendo de Dios es meterse en un callejón sin salida, afirma Artigas: la espiritualidad humana se encuentra íntimamente vinculada con la acción divina en el mundo, y especialmente con la acción de Dios en el hombre. Sin Dios, el sentido de la vida se convertiría en un misterio incomprensible.

 

Artigas recuerda al psiquiatra Juan Antonio Vallejo–Nájera, que en su libro “La puerta de la esperanza”, escrito poco antes de su muerte, quiso dejar constancia de su convencimiento de que la muerte es una puerta abierta a la esperanza, cuando se saciarán los anhelos de nuestra alma: el anhelo de justicia, pero sobre todo de sentirnos comprendidos,  acogidos y amados: “Dios es misericordioso, eso los psiquiatras lo comprendemos muy bien, porque también tenemos que serlo ante las aberraciones que pasan por nuestras consultas. Y Dios, que es mucho más sabio, lo entenderá y comprenderá mejor.”

 

Es al otro lado de esa puerta donde el bien que hayamos hecho recibirá su recompensa.“El hacer bien siempre es gratificante, pero al añadirle ese sentido de ofrecimiento a Dios, se convierte en un gozo." Es así, con ese deseo actualizado de hacer el bien, y de hecho hacerlo, como el más allá que enseña la religión cristiana se convierte en un más acá, un anticipo de lo que será el Cielo, que es la promesa de algo totalmente nuevo, pero que responde a un anhelo profundamete arraigado en nuestro ser.


Sí. Jesucristo resucitó, y nosotros también resucitaremos (cfr. I Cor, 15, 13).




sábado, 6 de marzo de 2021

Dios y la ciencia

 



Dios y la ciencia. Hacia el metarrealismo. Jean Guitton. 

Ed. Debate, 1998

 

El filósofo francés Jean Guitton fue miembro de la Academia francesa y de la Academia de Ciencias morales y políticas. Fue el único laico que participó en el Concilio Vaticano II. Falleció en 1999. Profundo y certero pensador, nos ha dejado una ampliaproducción filosófica, en la que abundan los trabajos sobre el conocimiento humano y el conocimiento de Dios.

 

Este libro está escrito en conversación con dos astrofísicos, los hermanos Igor y Grichka Bogdanov. Guitton contrasta las ideas metafísicas con los datos que aporta la ciencia, y muestra que es posible tender puentes entre lo material y lo espiritual, porque los últimos avances científicos parecen avalar que esos puentes realmente existen. Muestran una inusitada convergencia con el conocimiento teológico. Se diría que la ciencia nos dirige a lo trascendente, idea que a un cristiano no le debe sorprender. Dios no es demostrable por el método científico, pero la teoría cuántica y la nueva física, lejos de contradecirlo, ofrecen un punto de apoyo científico a las concepciones de la religión.

 

Anoto algunos de los datos interesantes que aporta el libro:


Jean Guitton

 

La teoría cuántica parece haber llevado a los físicos a un muro de incertidumbre, a lo que Guitton llama "agnosticismo respecto a la ciencia." La física se ha topado con la existencia de límites físicos al conocimiento, “unas extrañas fronteras” que hacen que el universo no sea plenamente cognoscible. He aquí algunos de esos límites:

-El principio de complementariedad enuncia que las partículas elementales (o mejor, los fenómenos elementales) son a la vez corpusculares y ondulatorios.

 -Existe un “quantum de acción” mínima medible, la constante de Planck: es la más pequeña cantidad de energía que existe en el universo, la más pequeña acción mecánica concebible. Es el límite de divisibilidad de toda radiación, y por tanto de toda divisibilidad.

-La teoría cuántica nos dice que la realidad “en sí” no existe. Depende del modo en que decidamos observarla. Las entidades elementales pueden ser a la vez onda y partícula: a la vez, al mismo tiempo. Y son realidades indeterminadas. Frente a la teoría cuántica no se sostienen interpretaciones del universo como la objetividad y el determinismo.

-Un dato sorprendente que aporta la física es que existe un orden en el seno del caos.  En un universo sometido a la entropía, irresistiblemente arrastrado hacia un desorden creciente, aparece el orden. ¿Cómo y por qué?

-La teoría cuántica nos dice que espacio y tiempo son ilusiones. Pero sin embargo existimos, estamos ligados a algo que trasciende las categorías de espacio y tiempo. Algo que se asemeja más al espíritu que a la materia.

 

La teoría del Big Bang


Fuente: NASA


Basta medir la velocidad con que siguen expandiéndose las galaxias, separándose unas de otras, para inducir el momento primero, en que se encontraban concentradas en un punto. La teoría del Big Bang, de Lemaître, no surgió como un argumento creacionista, sino como forma de resolver la incógnita de la constante cosmológica de Einstein. El hecho de que resuelva apreciablemente bien el problema es sin duda sorprendente. 

Las leyes de la física permiten describir hoy con precisión multitud de datos, que nos dan una idea vertiginosa de la grandiosidad del universo:   

-El primer instante después del tiempo 0 fue 10 elevado a -43 segundos (apenas un relámpago, dentro de los 15 mil millones de años que dura el universo).

-En ese instante el universo medía 10 elevado a -33 cm.

-El calor del universo era de 10 elevado a 32 grados.

-El tamaño del núcleo del átomo es de 10 elevado a -13 cm, miles de millones de veces más grande que el universo en ese instante.

-La constante de Planck (6,626 elevado a -34 julio-segundos) es la más pequeña cantidad de energía que existe en el mundo físico, la más pequeña acción mecánica concebible. Hay también una longitud la más pequeña concebible entre dos objetos separados, y una unidad de tiempo el más pequeño posible.

-La edad de la Tierra: 4.500 millones de años. El universo, 15.000 millones.

-En los primeros instantes del universo (entre 10 elevado a -35 y 10 elevado a -32 segundos: o sea, milmillonésimas de segundo) el universo se hincha 10 elevado a 50 veces (como del núcleo del átomo a una manzana). Desde entonces hasta ahora “sólo” ha crecido 10 elevado a 9: o sea, mil millones de veces.

-el tamaño del universo observable es 10 elevado a 28.


Son datos asombrosos. Sin embargo, las leyes de la física no saben ni pueden responder a estas preguntas: “¿por qué hay algo en lugar de nada?” o “¿por qué apareció el universo?”

 

Autoestructuración y sincronicidad de la materia

 

A nivel molecular se da una autoestructuración de la materia de acuerdo con leyes aún no conocidas, que tiende a contradecir el 2º principio de la termodinámica: lo que se observa no es que el sistema pase del orden al desorden, en el transcurso del tiempo, sino que se comporta como un sistema abierto que intercambia continuamente con el exterior materia, energía e información. Se dan unas fluctuaciones de la organización molecular de manera que aparecen estructuras más ordenadas en el seno del desorden molecular, creándose estructuras cada vez más complejas.

 

Este inesperado creciente de orden puede estar en la base de la intrigante aparición de la vida a partir de la materia inerte. La materia parece poseer un principio de autoestructuración que desconocemos, y que dirige su organización.

 

Parece pues que debemos añadir a los conceptos de espacio, tiempo y principio de causalidad el principio de sincronicidad: existe un orden universal de comprensión, complementario de la causalidad, que permite o explica que el universo de lo viviente tenga un creciente grado de orden, al contrario que la materia inanimada. Las moléculas básicas para la vida parecen disponer de sistemas de autoorganización y comunicación que les permiten crear estructuras vitales cada vez más perfectas.

 

 Esos sistemas nos hablan de un orden supremo que regula todos los fenómenos, las constantes físicas, las condiciones iniciales del universo, el comportamiento de los átomos…

 

Materia vacía



La materia está hecha de vacío. En realidad parece inatrapable. Si observamos una llave, para hacernos cargo del tamaño de los átomos que la componen, tendríamos que imaginar que la llave tiene el tamaño de la Tierra, y el átomo sería del tamaño de una cereza. Para hacernos idea del tamaño del núcleo de ese átomo, la cereza tendríamos que ponerla a escala de un balón de 200 m. de diámetro, y a esa escala el núcleo apenas sería una mota de polvo. Los átomos que componen el sustrato de la llave están vacíos.

 

Sin embargo, el número de átomos es descomunal. Si una persona fuera capaz de contar mil millones de átomos por segundo, tardaría más de cincuenta siglos para contar los átomos que hay en un grano minúsculo de sal. Son tantos, que si tuviesen el tamaño de una cabeza de alfiler cubrirían toda Europa con una capa uniforme de más de 20 centímetros de espesor.

 

Si entramos en el interior del núcleo, ahí están los hadrones, que parecen descomponerse en quarks, partículas que existen en grupos de 3 y que en realidad parecen inasibles, son sólo una ficción matemática que funciona.

 

Según la teoría físico cuántica relativista de los campos, las partículas no existen por sí mismas, sino a través de los efectos que originan. Ese conjunto de efectos se llama “campo”. Los objetos que nos rodean no son más que conjuntos de campos (electromagnético, gravitatorio, protónico y electrónico). La realidad es un conjunto de campos que interaccionan permanentemente entre ellos, en forma de vibraciones.

 

Según la teoría cuántica, todo parece comportarse como si el acto de observación fuera el determinante de la materialización de la realidad, única e indivisible. Antes de la observación todo es sólo una función ondulatoria. (Como si el universo proviniese del derrumbamiento de una especie de función ondulatoria universal, provocado por un observador exterior).

 

La materia, como demostró de Broglie, está compuesta de configuraciones ondulatorias que interfieren con configuraciones de energía. Como en los hologramas, la materia es una configuración codificante de materia y energía. Cada región del espacio contiene la configuración del conjunto.

 

En realidad, la luz y el color no existen en sí mismos. Lo que la retina percibe son ondas electromagnéticas. No hay sonidos, ni música, sólo variaciones momentáneas de presión del aire en nuestros tímpanos. No hay calor ni frío, sino moléculas con mayor o menor energía cinética.

 

El universo parece un mensaje redactado con un código secreto, que correspondiera a los físicos descifrar. Materia, energía e información parecen los componentes de ese código.

 

Las abundantes referencias científicas suponen cierta dificultad para la lectura del libro, pero gustará a quienes desde las matemáticas y la física se preguntan a menudo por el misterio de la vida y del cosmos, y sueñan con encontrar la clave del misterio que encierran.

 

Guitton y sus colaboradores astrofísicos cumplen, a mi juicio, lo que se han propuesto: “mostrar que los últimos progresos científicos permiten entrever una convergencia entre la física y la teología.”


Un buen trabajo de divulgación sobre el origen del universo es también este libro del profesor Martínez Caro.