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domingo, 6 de abril de 2014

Álvaro del Portillo, maestro de vida cristiana




 


            El periodista y escritor Salvador Bernal ha estado en Valencia para dar una conferencia sobre la beatificación de Álvaro del Portillo en su centenario. El acto se celebró en la parroquia de san Josemaría, y fue seguida con gran interés por centenares de personas que llenaron la nave del templo.



          Bernal es autor de dos libros biográficos sobre el futuro beato. En su intervención, destacó la humanidad y el don de gentes del sucesor de san Josemaría Escrivá al frente del Opus Dei: lo considera un hombre bueno, "en el buen sentido de la palabra, bueno”, que decía de sí mismo Antonio Machado. Fue un hombre de gran corazón, pendiente de los demás, profundamente agradecido. “Adivinaba tus problemas, y se adelantaba a resolverlos sin hacerlo valer.”


            Precisó que esa bondad no se confunde con la bondadosidad: desde su trato personal con Álvaro del Portillo, refirió detalles de su vida que manifiestan una especial reciedumbre, con enfermedades desde la infancia y hasta el final de sus días.


       Esa fortaleza se manifestó, a juicio de Bernal, no sólo al conllevar problemas físicos, sino, sobre todo, ante las graves dificultades que vivió, junto al fundador del Opus Dei, en los años cuarenta en España, y luego en Roma, hasta conseguir la deseada solución jurídica. “Los santos se manifiestan en su entereza ante las dificultades”.

            Álvaro del Portillo fue una importante personalidad de la vida eclesiástica en la segunda mitad del siglo XX. Entre otras manifestaciones, tuvo un papel decisivo en el Concilio Vaticano II. Juan XXIII le nombró consultor y presidente de una de las comisiones preparatorias de la futura asamblea ecuménica, sobre el papel de los laicos en la Iglesia. Fue luego secretario de la que estudió los problemas del sacerdocio en aquel tiempo y redactó el decreto Presbyterorum ordinis, aprobado el 7 de diciembre de 1965 con sólo cuatro votos en contra.


        Pablo VI, aparte de confirmarle en sus cargos, le nombró consultor de la comisión para la revisión del Código de Derecho Canónico. En 1966, le designaría consultor de la Congregación para la Doctrina de la Fe, y luego Juez del Tribunal para las causas de competencia de ese Dicasterio.


       Se comprende la inmensa alegría con que –unido a san Josemaría‑ acogió las enseñanzas del Concilio Vaticano II. Agradecía al Espíritu Santo ese impulso vivificante para la fidelidad y expansión de la Iglesia en el siglo XX.


La paternidad espiritual, encarnada por nuestro queridísimo Fundador de modo inigualable, pasó a este pobre hombre que ahora es vuestro Padre. Verdaderamente cor nostrum dilatatum est (II Cor. VI, 11): mi corazón se dilató para quereros, a todos, a cada una y a cada uno, con cariño de padre y de madre, como nuestro Padre había pedido para sus sucesores.
(Salvador Bernal, Recuerdo de Álvaro del Portillo. Ed. Rialp, p. 157).
Juan Pablo II saludo a Álvaro del Portillo en la plaza de San Pedro


        También Juan Pablo II le manifestó un especial cariño: acudió a rezar a la capilla ardiente de don Álvaro del Portillo el día de su fallecimiento, 23 de marzo de 1994. 


            La causa de beatificación se abrió en marzo de 2004, poco antes del tránsito al cielo de Juan Pablo II. Cumplidos los diversos trámites y estudios, Benedicto XVI declaró el 28 de junio de 2012 que constaban las virtudes heroicas y la fama de santidad del Siervo de Dios Álvaro del Portillo. Apenas un año después, el 5 de julio de 2013, el papa Francisco reconoció un milagro obtenido por su intercesión. Esta coincidencia de los tres pontífices del siglo XXI confirma que Álvaro del Portillo fue un hombre bueno y fiel, maestro de vida cristiana, que sirvió heroicamente a la Iglesia y a las almas.

            Respondiendo a una de las preguntas de los asistentes, acerca de la intercesión de los santos, Bernal contó que en el trato personal Álvaro del Portillo era una persona daba paz: sabía conjugar el trabajo intenso con la serenidad. “A su lado se trabajaba mucho, pero con paz. Por eso ahora son muchos los que acuden a él para pedir la paz: en el mundo, en la propia familia, o ante las contradicciones.”

Salvador Bernal, periodista y autor de dos biografías de Álvaro del Portillo


            Salvador Bernal, editor de la agencia de colaboraciones Aceprensa,  asistió  también a uno de los habituales encuentros de periodistas en la oficina de comunicación del Opus Dei en Valencia. Desde su experiencia en el periodismo de análisis, aportó interesantes ideas sobre la crisis de los medios, en la que apuntó también una importante crisis de pensamiento,  y la misión del periodista de acercar la realidad al ciudadano. Refiriéndose a algunas de sus  experiencias profesionales, resaltó otra de las cualidades patentes en Álvaro del Portillo: su profundo respeto a la libertad personal, a la que siempre añadía una llamada a la responsabilidad.  


            En el encuentro se trató también de la comunicación en la Iglesia. Bernal comentó el alcance mediático de los gestos del papa Francisco. “Para recordar la importancia del sacramento de la Penitencia, Juan Pablo II se hizo fotografiar confesando en san Pedro. Ahora el papa Francisco ha logrado un impacto de alcance con la fotografía en la que él mismo está confesándose: un gesto muy suyo, insólito en la historia del papado. En una imagen se dice todo: si el mismo papa, que es tan bueno, se confiesa, todos lo necesitamos. El gesto es un hecho que autentifica la palabra.” 


             Esta es la foto de Francisco que ha impresionado al mundo: 














domingo, 30 de diciembre de 2012

Requiem por Nagasaki.




Requiem por Nagasaki. 
Paul Glynn . Ed. Palabra


Este maravilloso libro relata la apasionante vida de Takashi Nagai, médico y  profesor de radiología de la universidad de Nagasaki

Nagai recibió el título de Héroe Nacional de Japón, por su valor, su abnegada entrega a los demás y el espíritu de superación que supo transmitir a los supervivientes de la bomba atómica, arrojada sobre Nagasaki por los estadounidenses. 

La bomba arrasó la ciudad y mató en un instante a 72.000 personas, entre ellas la mujer de Nagai.  La radioactividad dejó secuelas en el resto de la población, llevando a la muerte en los años siguientes a otros miles de personas. El doctor Nagai, también enfermo incurable a causa de la radiación, escribió numerosos libros que llegaron a estar entre los más vendidos del Japón, contribuyendo a devolver la esperanza a una nación hundida. Falleció seis años después.

Su vida –que ha sido llevada al cine- es la apasionante trayectoria interior de un hombre recto que busca la verdad. Primero sintoísta y luego racionalista ateo, gracias a la lectura de Pascal, y sobre todo al encuentro con una familia católica que le acoge como huésped en su época de estudiante, descubre el catolicismo.

Le conmueve la historia de los mártires de Nagasaki –narrada con detalle en el libro-  y el sufrimiento y fidelidad de los católicos ocultos de Japón, que mantuvieron su fe a lo largo de los siglos, a pesar de las prohibiciones y sangrientas represiones, que han durado hasta el mismo siglo XX. Una historia poco conocida en Occidente.

El autor del libro, marista australiano, que vivió muchos años en Japón y conoció y trató a la familia de Nagai,  sabe transmitirnos la finura interior y la sensibilidad de que es capaz el espíritu japonés, singularmente preparado para descubrir el valor de lo pequeño y el sentido del trabajo.  Así lo muestra al hilo de la historia, fijando su atención en muchas de sus tradiciones, o  en el mismo idioma nipón y su grafía. De vez en cuando se detiene para hacernos ver el trasfondo escondido en algunos ideogramas. Por ejemplo:

-Arigató (gracias), está formada por dos ideogramas que significan literalmente “esto vino a existir con dificultad”: detrás de todo lo que recibimos, usamos o poseemos, hay dificultades que otros han tenido que superar con gran esfuerzo para poder ofrecérnoslo. Y por eso les debemos agradecimiento.

-Shigoto (trabajo) está formado también por dos ideogramas,  que significan “algo que es servicio”: todos somos beneficiarios de otros incontables trabajadores, y nosotros debemos hacer bien nuestro trabajo en servicio de la comunidad, no por beneficio material sino por gratitud.

-Nenbutsu es la palabra que designa la oración más sencilla del budismo japonés, algo que recuerda a las jaculatorias cristianas o al santo rosario. Consiste en la repetición continua de la oración “Namu Amida Butsu”: “Dependo completamente de Ti, Amida Buda”. El ideograma de Nenbutsu contiene los ideogramas de corazón y ahora: escapar de las preocupaciones y encontrar el eterno y pacífico “ahora”, “el Absoluto”, en el propio corazón. Un cristiano sabe que eso significa descansar en Aquel que se llama a Sí mismo “Soy el que soy”, que habita en el alma, más íntimo a nosotros que nosotros mismos.

-Gusano de luz en verano, nieve en invierno, permiten al pobre leer libros aunque no tenga luz, y así instruirse y lograr el éxito. La pobreza material nunca tiene que detenernos.

-Al hijo que amas mándalo de viaje: el precio del apegamiento familiar es la inmadurez.

Es especialmente significativo el trasfondo cristiano que Nagai descubre en la palabra japonesa hansai: víctima ofrecida en holocausto. La tragedia vuelve a los hombres más reflexivos y rezadores, y Nagai reflexiona con intuición cristiana sobre el terrible sacrificio sufrido por la inocente población de Nagasaki

Causó gran escándalo cuando -en el primer acto religioso después de la tragedia- el doctor Nagai tomó la palabra y se refirió a la población de Nagasaki como hansai privilegiada víctima escogida por Dios (como Jesucristo) para ser sacrificada por los pecados de los hombres.

Pero pronto los escandalizados reconocieron la profunda sabiduría que encerraban esas palabras, que abrían camino para aceptar los misteriosos designios de Dios, que guía la historia.

El doctor Nagai con sus dos hijos

Como dice en el prólogo Stan Arneil, ex-prisionero de guerra de los japoneses, el capítulo en el que se narra el impacto de la bomba atómica es quizá el mejor que se haya escrito. Es un suceso duro, que tendemos a no mirar. Pero en este libro podemos mirarlo sin miedo. Porque tras la tragedia no surge amargura y deseo de venganza, sino palabras de serena aceptación, de reconciliación y de paz. Una actitud que reconcilia con la raza humana.

Artículo relacionado: Los cerezos en flor.



martes, 28 de agosto de 2012

La Comedia Humana, una obra maestra



La comedia humana. William Saroyan


Ithaca, California, 1942. Los Macauley (viuda y cuatro hermanos: Marcus, que acaba de salir para la guerra con apenas 18 años; Bess, Homer –protagonista, que con 14 años tiene que trabajar repartiendo telegramas para sostener a la familia- y el simpático Ulyses, de apenas 4 años, que está descubriendo el mundo) son una familia llena de nobleza y valores, cuyo padre trabajó abnegadamente por hacerla feliz dentro de su pobreza.

Lo absurdo de la guerra queda magistralmente reflejado en esta novela que se lee de un tirón, con el alma conmovida.

Es antológica la escena del tren repleto de soldados que parten a la guerra. Marcus habla con orgullo de su padre, ya fallecido, y del resto de su familia a su nuevo amigo Tobey, criado en un orfanato. Marcus dice a Tobey que desde ese momento su familia será la suya.

Y los verdaderos sentimientos de los soldados afloran cuando todos se unen a la canción: 
Leaning on the Everlasting Arms:

What a fellowship, what a joy divine,
Leaning on the everlasting arms; 
What a blessedness, what a peace in mine, 
Leaning on the everlasting arms. 
Leaning, leaning, safe and secure from all alarms; 
Leaning, leaning, leaning on the everlasting arms.

 La buena gente no muere nunca, dice a Marcus el jefe de la oficina de telégrafos: el cuerpo se va, pero de alguna manera permanecen siempre entre nosotros, como ha permanecido su buen padre. Los encontramos cada día en cualquier sitio donde estemos. Marcus es un buen hombre, y por eso no puede morir.

Acabada la guerra, la familia Macauley acoge con serena entereza, llena de humanidad, a Tobey, el amigo de Marcus.