jueves, 24 de agosto de 2017

Luz del mundo: la Iglesia ante los retos de nuestra sociedad. Benedicto XVI




Luz del Mundo. Benedicto XVI. Peter Seewald. Ed. Herder



Joseph Ratzinger, como papa Benedicto XVI, responde en este libro a las preguntas que le formula el periodista alemán Peter Seewald, acerca de la situación del mundo y de la Iglesia, y los retos que debe afrontar la sociedad en los próximos decenios. 

Un libro que ilumina cuestiones que inquietan hoy a todos, como la estabilidad de los sistemas democráticos, las relaciones con el islam o los valores que deberíamos compartir. Anoto alguna de las ideas que me han parecido más importantes, aunque vale la pena leer el libro íntegro y con calma: forma la mente y enseña a razonar con rigor.


Presencia de Dios en el mundo

Vivimos en una década, afirma el Papa, decisiva para el futuro de la humanidad. ¿Cómo estamos preparando a la próxima generación para afrontar los problemas que le dejamos en herencia? La sociedad occidental corre  peligro de hundirse en el abismo si pierde de vista los valores sobre los que se ha fundado y han contribuido a su desarrollo. 

Si el cristianismo pierde su fuerza configuradora, ¿quién lo sustituirá? ¿Una sociedad civil arreligiosa, que no tolera la relación con Dios en su estructura? ¿Un ateísmo radical que combate los valores de la cultura judeo cristiana? ¿Hacia dónde se dirige una sociedad alejada de Dios?

El siglo XX nos ha mostrado qué se puede esperar del ser humano cuando no tiene a Dios presente. Los regímenes ateos de Oriente y Occidente llevaron al mundo a la ruina, en lo que alguien ha llamado un verdadero “réquiem satánico”: gulags, campos de concentración y exterminio, pueblos enteros arrasados…

Este es el reto: hacer presente a Dios, mostrarlo a las personas y decirles la verdad sobre los misterios de la creación, de la existencia humana y de nuestra esperanza, que va más allá de lo terreno.

La humanidad está ante una bifurcación: su destino se decide en la pregunta sobre Dios, si el Dios de Jesucristo está presente y es reconocido como tal, o si se le hace desaparecer. Todos los problemas que existen sólo se pueden resolver si se pone a Dios en el centro, si Dios resulta de nuevo visible al mundo.

Es urgente que la pregunta sobre Dios vuelva a colocarse en el centro. No un Dios cualquiera, sino un Dios que nos conoce, que nos habla y que nos incumbe. Y que después será nuestro Juez. Sin este referente, si se extiende el ateísmo, la libertad pierde sus parámetros: todo es posible y todo está permitido.

Por eso es misión de la Iglesia, de cada cristiano, que se vea de nuevo que Dios existe, que Dios nos incumbe y que Él nos responde. Y que si Dios desaparece, por muy ilustradas que sean todas las demás cosas, el hombre pierde su dignidad y su auténtica humanidad.


La cultura cristiana es la base del éxito y bienestar de Europa.

Ser cristiano es algo vivo y moderno, que configura y plasma mi modernidad. No es un estrato arcaico que retengo en paralelo a la modernidad. Se trata de una gran lucha espiritual para vivir y pensar el cristianismo de manera que asuma la modernidad correcta, y se aparte de las ideas contrarreligiosas.

¿Cómo es que cristianos creyentes no poseen la fuerza para hacer que su fe tenga mayor eficacia política? Sobre todo debemos intentar que los hombres no pierdan de vista a Dios. Y después, partiendo de la fuerza de su fe, puedan confrontarse con el secularismo y discernir los espíritus. Esa fe presente en el hombre como una fuerza interior debe llegar a ser poderosa en el campo público, plasmando el pensamiento público y no dejando que la sociedad caiga en el abismo.



                            


Verdad y valores: el hombre es capaz de encontrar la verdad

Se extiende una dictadura del relativismo,  que pretende que el yo y sus antojos sea la única medida. Es preciso tener la valentía de  decir que el hombre debe buscar la verdad, que es capaz de encontrar la verdad, que se nos muestra en esos valores constantes que han hecho grande a la humanidad.

Hay que tener la humildad de aceptar la verdad y dejarle constituirse en parámetro de nuestra vida. La verdad no se impone mediante la violencia, sino por su propio poder. Jesús atestigua ante Pilato que es la Verdad, no la impone, pero la hace visible.

La estadística (en sexualidad, por ejemplo) no puede ser el parámetro de la moral. Ya es bastante malo que la demoscopia sea el parámetro de las decisiones políticas, que se busque con avidez “¿dónde consigo más seguidores?” en lugar de preguntarse “¿qué es lo correcto?” El parámetro de lo verdadero y  lo correcto no son los resultados de las encuestas sobre cómo se vive.


La señal de la Cruz

¿Por qué el Estado se arroga el derecho a desterrar los símbolos religiosos? Si la cruz contuviese algo incomprensible o inadmisible se podría considerar. Pero el contenido de la cruz es que Dios mismo es un Dios sufriente, que nos quiere a través de su  sufrimiento, que nos ama. Es una afirmación que no agrede a nadie. 

Además, expresa una identidad cultural en la que se fundan nuestros países, que sigue configurando los valores positivos fundamentales de nuestra sociedad, en los que el egoísmo se acota y se hace posible una cultura de la humanidad. Esa expresión cultural que se da a sí misma una sociedad no puede ofender a nadie que no la comparta, y no debe ser desterrada.


Nueva intolerancia

Se extiende una nueva intolerancia, que quiere imponer a todos determinados parámetros de pensamiento. En nombre de una supuesta “tolerancia negativa” se quiere imponer que no haya cruces en los edificios públicos. Pero eso es suprimir la tolerancia, significa obligar a que la fe cristiana no pueda manifestarse de forma visible.

En nombre de la no discriminación se quiere obligar a la Iglesia a modificar su postura sobre la homosexualidad o la ordenación de mujeres, y eso es tratar de que renuncie a su propia identidad, obligando a adherirse a todo el mundo a un parámetro tiránico de una nueva religión abstracta negativa.

En nombre de la tolerancia se quiere eliminar la tolerancia: es una verdadera amenaza. A nadie se le obliga a ser cristiano, pero nadie debe ser obligado a vivir esa nueva religión como la única obligatoria para toda la humanidad (Der Spiegel ha llamado a esa pretensión “la cruzada de los ateos”).

Las ideologías que extienden esa nueva intolerancia caricaturizan al cristianismo, presentan la caricatura deformada como algo pasado y erróneo, y a continuación, en nombre de una aparente racionalidad, pretenden quitar al verdadero cristianismo hasta el espacio para respirar.

Pero la religión católica ha liberado una gran fuerza de bien a lo largo de la historia. Una fuerza encarnada en personas como Francisco de Asís, Vicente de Paul, o Teresa de Calcuta. Las nuevas ideologías, en cambio, han traído una crueldad y desprecio del hombre antes impensable, porque se tenía todavía presente el respeto a la persona como imagen de Dios. Sin ese respeto, el hombre se absolutiza y piensa que todo le está permitido.


Felicidad

El hombre aspira a una alegría infinita, quiere placer infinito, y lo busca en la droga y el sexo. Pero donde no hay Dios no se le concederá, no puede darse alegría infinita. Y el hombre crea por sí mismo falsos infinitos que no satisfacen. Como cristianos, es urgente que vivamos y manifestemos que la infinitud que el hombre necesita sólo puede provenir de Dios

Hemos de movilizar todas las fuerzas del alma y del bien para que contra esa acuñación falsa de felicidad se  levante la verdadera. Sólo así detendremos el circuito del mal y lo saltaremos.


                                  


Islam

El islam debe aclarar dos cosas en el diálogo público: las cuestiones relativas a su relación con la violencia y con la razón.

El ser humano está dotado de razón para acercarse a la verdad con su inteligencia, y está dotado también de libertad. Para acercar a alguien a la fe hace falta dialogar, expresar las propias ideas razonadamente, siempre con respeto a la libertad del otro,  sin recurrir a la violencia ni a las amenazas.

A los eruditos islámicos, incluso a los mejor dispuestos al entendimiento, les cuesta reconocer que la tolerancia comprende también el derecho a cambiar de religión. Dicen que quien llega a la verdad no puede retroceder.

Donde el islam domina, ve su identidad cultural y política como contraria al mundo occidental, y defensora de la religión frente al ateísmo y el secularismo. Esa conciencia de verdad tan estrecha se vuelve intolerancia, y hay lugares donde todavía el islamismo asocia la reivindicación de la verdad con la violencia.


Transformar el mal

Al mal no se le puede simplemente olvidar o apartar. Tiene que ser transformado desde dentro. Cristo asume el mal para transformarlo. Es lo que debemos hacer cada uno, con un espíritu de penitencia y compunción que nos lleve a: 1) reconocer el mal dentro de nosotros, 2) a pedir perdón, 3) a la conversión y a la lucha contra nosotros mismos, 4) a ser misericordiosos y perdonar y 5) a identificarnos con Jesucristo, que asume el mal de los demás para transformarlo desde dentro.


Fátima

Fátima es una ventana de esperanza que Dios abre cuando el hombre le cierra la puerta.


                               


La Iglesia

La Iglesia es el lugar de la ternura de Dios, que no nos deja solos. Por ejemplo, la alegría y el recogimiento de cada Jornada Mundial de la Juventud me llevan a decir que allí sucede algo que no lo hacemos nosotros mismos.

En este tiempo de escándalos se experimenta una doble conmoción: por la miseria de la Iglesia al ver cuánto fallan sus miembros en el seguimiento de Jesucristo. Y al mismo tiempo por comprobar que, a pesar de la debilidad de los hombres, Jesucristo despierta en ella a los santos y no la deja de su mano, Dios actúa a través de la Iglesia.

En el mundo occidental decrece el número de cristianos, pero sigue habiendo una identidad cultural determinada por el cristianismo. Hay ateos de raíz católica, o protestante, que viven arraigados en el cristianismo y sus valores.

Nos encaminamos hacia un cristianismo de decisión, que hay que vitalizar y ampliar: personas que vivan y confiesen de manera consciente su fe.

Necesitamos islas en las que la fe en Dios y la sencillez interior del cristianismo estén vivas e irradien. Oasis, arcas de Noé, en las que el hombre pueda refugiarse siempre de nuevo. La liturgia es un ámbito de refugio. Y también las diferentes comunidades eclesiales, las prácticas de piedad, las peregrinaciones… Son ámbitos en los que la Iglesia brinda defensas y refugios donde hacer visible la belleza del mundo y donde vivir sea posible.


Nuestra predicación se dirige sobre todo hacia la plasmación de un mundo mejor, pero en cambio apenas mencionamos el mundo realmente mejor: que existe el Juicio, la Gracia y la Eternidad. Hay que hacer examen y encontrar palabras nuevas para hacer asequible estas verdades al hombre de hoy.

De lo que se trata es del mandato del Padre: esto es lo decisivo. “Y Yo sé bien que este mandato suyo es vida eterna.” Para eso vino Jesús al mundo: para que lleguemos a ser capaces de Dios, y así podamos entrar en la vida auténtica, en la vida eterna. Él vino para comunicarnos la verdad, para que podamos tocar a Dios, para que nos esté abierta la puerta. Para que encontremos la vida real, la que ya no está sometida a la muerte.






viernes, 11 de agosto de 2017

A la luz de la Edad Media

A la luz de la Edad Media. Regine Pernoud




     Regine Pernoud, historiadora y conservadora del Museo de Historia de Francia, descubrió durante  sus trabajos como bibliotecaria que la imagen oscura que desde la Ilustración se lanzaba sobre la Edad Media no se correspondía con la realidad. La verdad era otra, y emergía rotunda y luminosa de su investigación en las fuentes fiables de la historia. 




     Fruto de sus descubrimientos, publicó una larga serie de trabajos que constituyen una rehabilitación de ese período tan injustamente denostado y sin embargo tan luminoso,en el que se forjaron los cimientos de la civilización occidental.  Leonor de Aquitania, La mujer en el tiempo de las catedrales, Los hombres de las cruzadas y A la luz de la Edad Media son algunas de sus obras más conocidas.


     Publicado por primera vez en 1944,  A la luz de la Edad Media describe cómo fue fraguándose la vida y costumbres en la Francia medieval y en buena parte de la Europa de ese tiempo. Su rigor intelectual le lleva a descubrir una realidad que contrasta con mitos y falsedades que todavía hoy difunden algunas cátedras y series de televisión sobre aquel período. 
  
  
    “En literatura y en historia se proporciona a los alumnos un sólido arsenal de juicios prefabricados, que les lleva a calificar de ingenuos, sin más, a los seguidores de Tomás de Aquino, y de bárbaros a los constructores de catedrales. Según esos prejuicios, la Edad Media era una época de tinieblas; nada de lo que pasó en esos siglos oscuros vale la pena…” 


    Todavía hoy se difunden falsedades sobre el significado real de términos acuñados por costumbres de la época, como siervo de la gleba o derecho de pernada, que no significan lo que ignorantes o malintencionados nos intentan hacer creer.



   

 Con su estudio  riguroso,  Pernoud descubre un mundo distinto. A medida que avanza “se nos revelaban las estructuras profundas y la expresión artística de aquella sociedad, se nos revelaba un pasado que aflora todavía en el presente, un mundo que había visto desarrollarse el lirismo, germinar la literatura de ficción y elevarse  Chartres y Reims. Al identificar una estatua tras otra, descubríamos a personajes de alta humanidad. Al hurgar archivos (…) cobrábamos conciencia de una armonía cuyo secreto parecía detentar cada sello, cada línea, cada compaginación.”



    Pernoud investiga en la arqueología,  la historia del derecho, los textos antiguos, los monumentos… y a medida que avanza descubre un estilo de vida luminoso, del que nadie le había hablado antes. Leal a su mente racional y científica, va abandonando prejuicios y se rinde a la evidencia de los datos: la Edad Media fue un período rebosante de vitalidad y alegría de vivir, gracias a una paulatina y creciente penetración del cristianismo  en las mentes de aquellos pueblos de costumbres bárbaras.


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    La Edad Media, surgida tras siglos de incertidumbre y desasosiego por las sucesivas invasiones (francos, burgundios, normandos, visigodos…) y las consiguientes guerras entre pueblos en continuo movimiento, fue la época en que se alcanzó por fin la estabilidad y la permanencia. En la Francia del siglo X, esa masa antes inestable de pueblos  invasores  ya formaba una unión sólidamente apegada a la tierra. La familia Capeto, que durante tres siglos, en línea directa y sin interrupción, reinó en Francia, es una muestra del asentamiento de todas las familias de la época.


     Pernoud muestra que esa estabilidad y ese arraigo en la tierra se debió a la aceptación universal de la institución familiar, que concilia el máximo de independencia individual  con  el máximo de seguridad. Cada individuo encuentra en la familia ayuda material y moral hasta que se basta a sí mismo. Entonces es libre, sin que los lazos que le unen al hogar paterno se conviertan en trabas.


     Esa libertad, conseguida gracias a una progresiva profundización en las luces que aportaba la fe cristiana a la vida social,  contrastaba con el modelo del imperio  romano, fundado no en el derecho natural sino en ideologías de legisladores y funcionarios. En la antigua Roma el padre tenía autoridad de jefe durante toda la vida, con una concepción militar y estatista en la que el individuo quedaba encerrado de por vida.


     Pernoud llega a la conclusión de que en la base de la energía de occidente está la familia, tal como la concibió y comprendió la Edad Media. Todas las relaciones se establecían sobre el modelo familiar: tanto la del señor con el vasallo como la del maestro con el aprendiz. La historia del feudalismo es la historia de linajes familiares. La mesnie de un barón, es decir, su contorno, sus familiares, incluye tanto a siervos y monjes como a altos personajes. Los dominios se acrecentaban antes a través de herencias y matrimonios que de conquistas.



    El sentimiento familiar es la gran fuerza de la Edad Media. Muchas costumbres medievales tienen su origen en la preocupación de proteger a la familia. La  familia (los que viven compartiendo el bien y la olla) es una personalidad moral y jurídica, que posee en común los bienes cuyo administrador es el padre. Al morir el padre, sin interrupción ni transmisiones ni impuestos, otro de los miembros de la familia asume la cabeza. Al padre de familia se le reconoce el derecho de usar, pero no el de dueño absoluto, ni el poder de abusar de los bienes; debe además defender, proteger y mejorar la suerte de seres y objetos de los que es custodio natural.


    Gran hallazgo medieval fueron los gremios, fruto de una concepción colaborativa (y no competitiva, ni de sindicatos de clase) de la vida social. Los gremios eran organizaciones de oficios, con Jurados propios que tenían participación en el Municipio, y que aseguraban el aprendizaje y desarrollo de las técnicas necesarias para mejorar la calidad de vida de los ciudadanos. Las calles de las ciudades estaban animadas por el bullicio alegre de los diferentes gremios, que se agrupaban por barrios como todavía hoy recuerda el callejero de nuestras ciudades.



    Y alegría de vivir. Pernoud descubre jovialidad en el espíritu del hombre medieval, que tiene defectos pero sabe distinguir entre el mal y el bien. Este fragmento de un poema de la época es significativo, por su alegre desenfado:

Los obreros no remolonean / no viven de la usura / lealmente viven / de su esfuerzo, de su trabajo / Y dan más generosamente / Y gastan lo que tienen / más que los usureros, que nada gastan, / que los canónigos, los sacerdotes o los monjes…


    No vemos angustia en el hombre de los tiempos feudales. “Vivía en un clima de dinamismo y generosidad que sus descendientes no volvieron a encontrar en Europa. Era apasionado, pero no sórdido; exuberante y capaz de llorar como un niño; violento pero capaz también, una vez pasado el ataque, de avergonzarse, de expiar su culpa, a veces con el don de su propia vida; pecador, pero consciente de ello, y por tanto capaz de arrepentirse.” 




    Vivía en un clima de libertad porque lo esencial era la conciencia. No necesitaba contratos, bastaba la palabra dada, el consentimiento interior. Si un hombre daba su palabra, aquello se cumpliría.

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    El arte medieval, lleno de colorido, expresa sinceridad, en la que ve el camino para llegar a la belleza. Sinceridad en la visión interna y en la observación exterior. Fidelidad en la expresión, y la facultad de fundir en un todo armonioso la inspiración y el método, el genio y el oficio. 

    “El artista aprehende al hombre en su conjunto, y anima los cuerpos que crea con todo el aliento de la vida: deformados por la pasión, retorcidos por el dolor, magnificados por el éxtasis. Sorprende al sujeto en sus actitudes más humanas, más naturales, más intensas. Entonces, es el movimiento el que crea el cuerpo: personajes estremecidos de alegría, desfigurados por la cólera, torturados por la angustia…” 



    

     Este es el secreto del arte medieval: encontró la belleza en el dinamismo de la vida humana, en la expresión total del individuo, traduciendo no solo su apariencia externa sino también su realidad esencial.


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    El libro está lleno de detalles sorprendentes por ignorados. Por ejemplo, la llamada semana inglesa debería llamarse semana medieval, pues fue en el siglo XIII cuando fue hecha instituir por san Raimundo de Peñafort, ante la desbordante actividad de aquel siglo, que corría el riesgo, a juicio de la Iglesia, de ser excesiva y desequilibrar al hombre, impidiéndole cumplir tranquilamente con sus deberes de cristiano. Consistía en descansar desde los sábados y vísperas de fiesta, a partir de la hora de Vísperas (es decir, entre las 2 o las 4 de la tarde según las estaciones). En Inglaterra se conservó esta costumbre –Inglaterra ha sido más fiel siempre a las tradiciones medievales- y de allí pasó de nuevo al continente siglos más tarde. 

     Por cierto: san Raimundo de Peñafort, dominico, es patrón de los juristas y era español, de Barcelona.


    El sentido de la justicia medieval se revela en la  proporción en las penas: pagaba más el que tenía más. Por ejemplo, en Pamiers un barón pagaba el delito de robo con multa 20 veces superior a la de un campesino, 10 veces superior a la de un caballero, y 4 veces superior a la de un burgués.


    La música gregoriana es otro exponente de la enorme riqueza cultural y artística lograda en la Edad Media. Mozart llegó a decir: “Daría toda mi obra por haber escrito el Prefacio de la Misa gregoriana”.


    La caballería medieval gozó de un enorme prestigio entre la población. Despertaba una admiración  que ha llegado hasta nuestros días, porque  por primera vez la casta militar estuvo ordenada a fines realmente humanitarios. Del mismo modo, por primera vez en la historia del mundo se aprendió a establecer la diferencia entre objetivos militares y población civil.


    La Edad Media supuso un florecimiento de las letras. Si miramos a la España de la época, vemos que fue entonces cuando comenzó a desarrollarse la literatura castellana, una de las más ricas y espléndidas literaturas de la humanidad, que consiguió expresar el sentir épico del pueblo, empeñado en la Reconquista, y por eso llegó a ser idioma preponderante. El castellano ha conservado de la Edad Media sus características principales: espíritu religioso, realismo, persistencia de la tradición épica peninsular y tendencias moralizadoras y satíricas.




Fue a partir del siglo XVI cuando los legisladores comenzaron a perder el sentido de libertad y equidad logrados, porque volvieron sus ojos al derecho romano y comenzaron a promulgarse leyes estatistas. Se elevó a 25 años la minoría de edad, se añadió al sacramento del matrimonio el carácter de contrato con estipulaciones materiales, la familia sufrió imposiciones para ser conformada según un modelo estatal que no había tenido nunca.


Desde el siglo XVI,  el Estado fue aumentando su poder e intromisión en el ámbito de la libertad de las personas, hasta que llegó a configurarse como Monarquía absoluta. Por eso la Revolución francesa, en el siglo XVII, a juicio de Pernoud no fue un punto de partida, sino de llegada: representó la imposición plena de la ley romana en la vida del pueblo, a expensas de la costumbre anterior. Napoleón culminó el proceso, con la organización del ejército, el Código civil y la enseñanza  según el modelo burocrático de la antigua Roma, es decir, con la omnipresencia de un Estado cada vez más intrusivo en la vida de las personas.


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Son algunos apuntes de este libro revelador, muy útil para conocer la historia real, y desprenderse de la venda que han intentado  poner sobre nuestros ojos no pocos pseudo intelectuales y creadores de ficción. En la Edad Media no todo fue blanco, desde luego, porque donde hay hombres habrá miserias. Pero en su esplendor luminoso nació la cultura occidental, y con ella buena parte de lo mejor que todavía hoy podemos disfrutar en Europa.







martes, 8 de agosto de 2017

Oráculos de la ciencia







       Mariano Artigas y Karl Giberson, científicos y expertos en las relaciones entre ciencia y religión, analizan en este documentado libro a seis científicos con una importante  capacidad de divulgación: Richard Dawkins, Stephen J. Gould, Stephen Hawking, Carl Sagan, Steven Weinberg y Edward Wilson. Los seis sugieren en sus publicaciones tres ideas: que la ciencia es hostil a la religión, que los científicos son ateos, y que la comunidad científica centra sus investigaciones en el origen del universo y del hombre  .



Artigas y Giberson muestran que ninguna de esas afirmaciones es cierta. Ciencia y religión son dos empresas humanas muy diferentes, con una autonomía que debe ser respetada. Líderes de la comunidad científica como Francis Collins, Allan Sandage o Charles Townes, entre muchos otros,  son profundamente religiosos. Curiosamente los seis “oráculos” parecen ignorarlos.


La ciencia moderna es uno de los mayores desarrollos de la historia humana, que ha ayudado a difundir  valores implícitos en la tarea científica: objetividad, buscar la verdad con humildad, validación independiente… Es cierto que ha habido conflictos y ataques injustificables, como las controversias en torno al caso Galileo o entre evolucionismo y creacionismo.


 Pero el bien de la verdad pide que se aplique con rigor la metodología adecuada a cada conocimiento: hay un método aplicable a la ciencia, que es distinto del método filosófico. Transvasar los métodos lleva a errores de bulto, como muestran Artigas y Giberson  con serena objetividad y un delicado respeto a las personas y a la verdad de las cosas.  


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El libro analiza la trayectoria y logros científicos de cada uno de los célebres científicos,  y sus afirmaciones  más importantes en relación con la religión y la existencia de Dios.  Artigas y Giberson afirman la  capacidad científica innegable de cada uno, pero muestran también que fallan cuando hacen incursiones en el  campo de la filosofía o la teología. 


Fallan por falta de rigor en los razonamientos, y porque mezclan  ciencia con opiniones personales que en absoluto se concluyen de sus aportaciones científicas. Dawkins, por ejemplo, mezcla la ciencia con opiniones expresadas con tal apasionamiento que resulta difícil al lector distinguir la ciencia de la opinión. Esa mezcla invalidaría sus artículos para ser publicados en una revista científica. Parece que aprovecha sus méritos científicos y la audiencia lograda por su capacidad de divulgación para hacer una apología de sus creencias, en absoluto respaldadas por la ciencia.


Uno de los libros más difundidos de Dawkins, El relojero ciego, no puede ser catalogado como libro de ciencia. Cuando reflexionamos sobre la ciencia, sus objetivos, su valor, sus límites, no estamos haciendo ciencia, sino filosofía. Dawkins es un buen científico y un brillante comunicador, pero su trabajo como filósofo resulta pobre y lleno de lagunas.


Existen formas de conocimiento distintas de la ciencia: el sentido común, la experiencia artística y religiosa, la reflexión filosófica. Todas ellas quedan fuera del alcance de la ciencia, como también queda fuera el significado de la vida y del universo. Y por supuesto  la acción de Dios en el mundo también puede estar fuera del alcance de la ciencia, aunque puede igualmente ser compatible con ella.


Por ejemplo, es notable el empeño de Dawkins en rechazar el diseño inteligente del universo, cuando otros científicos como Christian de Duve, biólogo y Premio Nobel, ha afirmado que la evolución es compatible con la existencia de un plan divino, y ofrece pistas que llevan a admitir la existencia de ese plan. Por lo demás, es evidente la existencia de un diseño aparentemente complejo de las leyes físicas que hacen posible la vida, leyes precisas que gobiernan el universo, constituido a su vez por una materia dotada de propiedades específicas.



  

El éxito de la ciencia se debe a que concentra su esfuerzo en ámbitos muy particulares y restringidos, evitando preguntas sobre lo que cae fuera de ese ámbito. El cientifismo en cambio hace generalizaciones sin base, malas filosofías falsamente presentadas como derivadas de la ciencia, que acaban convirtiéndose en una  pseudo-religión, a la que bien podría calificarse de virus de la mente con el que se pretende dar un sentido a la vida y un ideal por el que luchar, adaptando la terminología que el propio Dawkins ha inventado para atacar a la religión.


Dawkins en realidad no examina la verdad de la religión, se limita a dar por supuesta su falsedad porque no se ajusta a los criterios de la ciencia empírica. Pero ningún método científico nos puede llevar a comprobar la existencia de Dios, y menos a la conclusión de que somos hijos de Dios, o que debemos amarnos unos a otros. Que esas afirmaciones no sean científicas no significa que estén hechas sin apoyo: se apoyan en algo distinto al método científico.


La fe no es, como afirma Dawkins, “confiar ciegamente, en  ausencia de pruebas,  aun frente a evidencias”. Ningún escritor cristiano importante  ha definido así la fe. Pero Dawkins construye ese hombre de paja y basa en él todo su ataque a la religión.


Más preocupante que sus errores intelectuales es la ferocidad con la que afirma su ateísmo, sólo explicable porque los motivos de su ateísmo tengan un origen emotivo y no científico, pues la ciencia avanza con unos valores propios característicos: búsqueda de la verdad, objetividad, rigor, modestia intelectual, cooperación


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A veces viene bien conocer las motivaciones que están detrás de algunos comportamientos. Por ejemplo, a  Hawking le gusta conectar la física con Dios porque descubrió que así sus conferencias se llenaban. Giberson apunta con ironía que Hawking sabe que cada ecuación que introduce en uno de sus libros reduce las ventas a la mitad, y cada vez que introduce el término “Dios” dobla las ventas. Las incursiones de Hawking en filosofía o teología son dolorosamente ingenuas y asombrosamente dogmáticas. Y con frecuencia están expresadas en un incomprensible tono mistérico que no se sabe si esconde una burla o mera vaciedad, aunque curiosamente muchos la reciban como un auténtico oráculo, sin entender nada.



Sagan, famoso por la serie Cosmos, de muy buena factura pero en la que no hay lugar para Dios, reconstruye la historia sin hechos en los que apoyarse, como en el caso de la bibliotecaria Hipatia de Alejandría, cuya verdadera historia no tiene nada que ver con la leyenda anticristiana construída muchos siglos más tarde. Sagan también reinventa a Tales de Mileto, de quien apenas sabemos nada,  y que Sagan describe sin base documental como héroe de la lucha de la ciencia contra la religión en la Grecia clásica.
  

En cambio Sagan  omite toda referencia a los detallados estudios sobre cómo la revolución científica del siglo XVII  fue debida a siglos de trabajo previo durante el  periodo medieval. La física matemática apareció en el mundo occidental, fruto de un trabajo meticuloso que se gestó durante la Edad Media, en la Europa cristiana, que no era tan oscura como la pinta Sagan.


Presentar la religión como enemiga de la ciencia es ignorar que donde ha crecido la ciencia ha sido precisamente en el Occidente cristiano, y que el cristianismo no se ha visto obligado a cambiar como consecuencia del progreso de la ciencia.



    Son algunas pinceladas de este gran libro, muy recomendable para amantes de la ciencia y del rigor intelectual. 

lunes, 7 de agosto de 2017

Ilusión y alegría de vivir

La ilusión. La alegría de vivir.  Miguel Ángel Martí







Miguel Ángel Martí es autor de una serie de deliciosos ensayos sobre algunas de las cualidades que adornan al ser humano: la madurez,  la admiración, la intimidad… En este librito nos habla de la ilusión y alegría de vivir, cualidades admirables en quien las posee de manera permanente, y que todos podemos desarrollar para que nuestra vida sea luminosa.  


La ilusión es una alegría anticipada por algo que no se tiene, pero se espera poseer.  Toda vida, nos dice Martí, se vive no sólo desde el presente, sino mirando también al futuro. Y es en esa mirada hacia el futuro donde radica la ilusión, alegrando la espera, dando fuerzas a la voluntad y quitando cansancio al esfuerzo.


La mayor ilusión consiste en amar y ser amado, porque es lo que nos hace más grandes. Un cristiano puede añadir el motivo: somos imagen de Dios, que es Amor, y estamos destinados a amar y ser amados. Esta es la gran verdad de nuestra vida, iluminada con fuerza en la maravillosa parábola del hijo pródigo.


Viviremos más ilusionados  si aprendemos a interpretar la vida positivamente, que es condición para ser alegres. Descubrir que hasta las dificultades pueden convertirse en un bien, porque exigen superación  personal.


Comunicar con los demás aumenta la ilusión de vivir. Es uno de los elementos esenciales de la fiesta yla diversión: compartir con otros la alegría de estar juntos. Vemos aquí otro rasgo de lo divino: el reino de los cielos es un gran banquete que compartiremos juntos. La calidad de vida depende de la capacidad de comunicación, que es intercambio de información, pero sobre todo establecer nexos afectivos.


La ilusión depende también de nuestra capacidad de admiración, de ver con ojos nuevos lo ya conocido, lo familiar. La capacidad de admirar está en la raíz de la filosofía. Nos rodean muchas cosas muy buenas, ante las que tantas veces pasamos ciegos y desagradecidos.


La lectura, un placer de la inteligencia, si está bien elegida  es capaz de alimentar nuestra ilusión, porque nos eleva por encima de nosotros hasta acercarnos a la verdad y a la belleza.


Serenamente ilusionado es la forma apropiada de vivir. Pero es preciso delimitar el mapa de nuestras ilusiones, porque no podemos llegar a todo. Hay que definir la propia vida, y mantenerse firme y constante en el proyecto trazado. La excesiva dispersión impide realizar un proyecto vital serio. Estar en todo es como estar en nada. Empezar cada día vivencias distintas, sin proyecto vital, supone matar la ilusión, que se alimenta de metas alcanzadas.  


Aprovechar el tiempo es otra de las claves de la felicidad. El ocio por el ocio conduce al aburrimiento. Descansar es llenar el tiempo de una actividad gratificante. Hasta el deporte y las aficiones requieren cierta profesionalización.  La inconstancia en las aficiones provoca que las fuerzas empleadas no den fruto y no lleguen a mejorarnos.  La constancia, en cambio, nos acercará tarde o temprano a dar frutos, y los frutos mantendrán la ilusión.