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lunes, 2 de enero de 2023

Algunos libros en la vida de Joseph Ratzinger


 

Lecturas que dejaron huella en Joseph Ratzinger-Benedicto XVI

Peter Sewald, en su espléndida biografía de Benedicto XVI, desgrana, al hilo de sus conversaciones con el papa, algunas de las lecturas que han podido marcar la trayectoria intelectual de Ratzinger desde sus años jóvenes.

Para un intelectual que ha dedicado su vida a buscar la verdad en lo mejor del saber humano y en el tesoro del Evangelio y de los Padres de la Iglesia, es lógico que la enumeración no sea exhaustiva. Pero algunos títulos resultan significativos, y el propio Ratzinger señala que han sido decisivos en el desarrollo de su pensamiento.

 

Amor y verdad. Agustín y Tomás de Aquino

        Ratzinger descubre a san Agustín al leer Las Confesiones, y queda cautivado por su profunda y viva teología, que emana de su experiencia vital, muy distinta a la de Tomás de Aquino.

La lectura de Tomás de Aquino (demasiado impersonal para su gusto, en un principio) no le interpela con esa fuerza, pero la de Agustín sí, profundamente, porque Agustín se muestra como hombre apasionado que sufre y se interroga. Agustín es alguien con el que uno puede identificarse, afirma Ratzinger, porque Agustín ve la propia pobreza y miseria de pecador a la luz de Dios, y a la vez se siente movido a la acción de gracias por el hecho de ser aceptado por Dios y elevado mediante la transformación de su persona.

A Agustín lo veo como un amigo, como un contemporáneo que me habla”, explica Ratzinger. Agustín es “una persona animada por el inagotable deseo de encontrar la verdad, de descubrir qué es la vida, de saber cómo debe vivir uno.”

        La huella de Agustín de Hipona se percibe en los escritos de Ratzinger: “El ser humano es un gran enigma, un profundo abismo. Sólo a la luz de Dios puede manifestarse plenamente también la grandeza del ser humano, la belleza de la aventura de ser hombre.”

Con la lectura de san Agustín, en Joseph Ratzinger arraiga el convencimiento de que no bastan los libros para conocer a Dios: “sólo una profunda moción del alma puede producir abundancia de conocimiento de Dios.”

Pero también el poderoso rigor intelectual de Tomás de Aquino ayudó a configurar su mente. Ya en 1946 su profesor le hizo un encargo que le marcaría: traducir del latín la Cuestión disputada sobre la caridad, de santo Tomás. Debía encontrar las innumerables citas en los pasajes originarios de la Sagrada Escritura, así como rastrear los textos de filósofos y teólogos que menciona Tomás –Platón, Aristóteles, Agustín–, cotejarlos y localizar y registrar capítulo y líneas correspondientes a cada uno de ellos.

Esta tarea propició su encuentro intelectual con Edith Stein, que había traducido por primera vez al alemán las Cuestiones disputadas sobre la verdad.

El amor y la verdad se convertirían con el tiempo en temas centrales de toda la obra de Ratzinger. A su juicio, no puede haber amor sin verdad ni verdad sin amor. Curiosa casualidad: el amor no solo fue su primer tema como teólogo, sino también el tema de su primera encíclica como papa. Su ópera prima en la facultad, con el título de Comunicación sobre el amor, apareció en una tirada de dos ejemplares (el primero, manuscrito; el segundo, mecanografiado); su ópera prima como papa, Deus caritas est [Dios es amor], en una tirada de más de tres millones de ejemplares.

Edith Stein fue canonizada por Juan Pablo II, en presencia de Ratzinger, el 11 de octubre de 1998 en la plaza de San Pedro de Roma. Simultáneamente, el papa polaco declaró a la mártir alemana copatrona de Europa. «Sea consciente de ello o no, quien busca la verdad, busca a Dios», afirmó la carmelita santa.


El futuro de la humanidad. Herman Hess, Guardini, Newman, Orwell

        Influyen mucho en el joven Ratzinger dos obras de Herman Hess: El juego de los abalorios y El lobo estepario. Hess se confronta críticamente con el espíritu de la época.

En El juego de los abalorios hay un asombroso parecido con la trayectoria intelectual y religiosa de Ratzinger: el joven protagonista ingresa en una orden ficticia que busca la verdad mediante el saber y la música, y llega a lo más alto de la orden.

El lobo estepario narra el desgarro anímico de la época: el protagonista es un personaje hipersensible y solitario, hombre de libros y de ideas, buen conocedor de Mozart y de Goethe, criado por padres y maestros cariñosos, severos y muy píos, que vive inmerso entre una cultura europea antigua que se hunde y una tecnocracia moderna que crece excesivamente. Añora los corazones llenos de espíritu, no puede encontrar la huella de Dios en una época tan burguesa, y por eso se siente como un lobo estepario en medio de un mundo cuyas metas no comparte.

        Ratzinger estudió a fondo las obras de Romano Guardini y de J. H. Newman, de Sartre, el Diario de un cura rural, de Bernanos… Todo ello iba dejando huella en su mente, que aprendía a discernir con sentido crítico, a tomar lo bueno y colegir el daño que puede hacer lo malo.

Son obras que ayudan a penetrar y hacerse cargo de los problemas que abruman al hombre de nuestro tiempo. Permiten vislumbrar también los riesgos que acechan a la humanidad, sobre los que Benedicto no ha cesado de reflexionar y poner en guardia con su Magisterio, en el que junto a la racionalidad de los argumentos se percibe la asistencia del Espíritu Santo.

Cuatro de sus lecturas preferidas sobre la peligrosa deriva del mundo han sido 1984 (G. Orwell), Un mundo feliz (Aldous Huxley), Señor del mundo (R.H. Bergson, puesta de relieve y recomendada también por el papa Francisco), y Breve relato del Anticristo (Vladimir Soloiev).

 



Amor y sexualidad. Adam y Joseph Pieper

Los libros de August Adam sobre el amor y la sexualidad influyeron en el pensamiento de Ratzinger. Adam afirma que el impulso sexual no debe considerarse “impuro”, sino un regalo que a través del amor al prójimo alcanza su santificación.

        Estas ideas, junto a las de Josef Pieper en su libro El amor, aparecen en su primera encíclica: Deus caritas est, en la que habla de “sumergirse en la embriaguez de la felicidad”. La encíclica explica la misión caritativa de la Iglesia en el mundo: “Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios permanece en Él.”. Ese es el corazón de la fe cristiana, la imagen cristiana de Dios y la consiguiente imagen del hombre y de su camino en la tierra: “Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en Él.”

        El cristianismo no ha destruido el eros: al contrario, la humanidad de la fe incluye el sí del hombre a su corporeidad, creada por Dios. El eros regalado por el Creador permite al ser humano pregustar algo de lo divino.

        Amor a Dios y amor al prójimo forman una unidad indisoluble. Sin amor al prójimo el amor a Dios se marchita. Sin amor y contacto con Dios, en el otro no reconoceré su imagen divina.

        “El amor es una luz –en el fondo la única- que ilumina constantemente a un mundo oscuro y nos da la fuerza para vivir y actuar. El amor es posible, y nosotros podemos ponerlo en práctica porque hemos sido creados a imagen de Dios.”

 

La nueva física encamina de nuevo a los científicos hacia Dios y hacia la imagen cristiana del hombre.

La Filosofía de la libertad de Wenzl mostró que la imagen del mundo derivada de la física clásica, en la que Dios no desempeñaba ya papel alguno, había sido reemplazada, a consecuencia del desarrollo de las propias ciencias de la naturaleza, por una imagen del mundo que volvía a ser abierta.

La convicción entre los intelectuales con los que se codea Ratzinger en la universidad era que los científicos, «en virtud del cambio radical iniciado por Planck, Heisenberg o Einstein, estaban de nuevo en el camino hacia Dios». Era hora de que la metafísica, es decir, la doctrina de lo que se encuentra detrás del mundo conocido y calculado, volviera a ser de una vez la base común de todas las ciencias.

En resumen: el futuro tan solo podía ser reconstruido sobre una base intelectual, conforme a la idea de la vida que está bosquejada en la liberal y reconciliadora imagen cristiana del hombre.

 

Cambio radical de pensamiento y Filosofía de la libertad.

Si esta obra de Wenzl (Filosofía de la libertad) fue para Joseph impulso para pensar e inspiración, el libro del profesor de teología moral Theodor Steinbüchel Cambio radical de pensamiento se convirtió en lectura clave. Quería conocer «lo nuevo» en lugar de limitarse a una filosofía «manida» y «envasada». El novel estudiante se sentía muy decepcionado por profesores que habían dejado de ser personas indagadoras y, en su estrechez intelectual, se contentaban con «defender lo hallado frente a cualquier pregunta».

En Verdad, valores, poder, de Steinbüchel, Ratzinger leyó frases que le conmovieron profundamente: «El ser humano se da solo ante Dios y solo en libertad; únicamente bajo ambas condiciones es persona». El «conviértete en lo que eres» tiene sentido sólo si se sabe realmente qué es el hombre: ser hacia Dios. Y llegar a ser uno mismo, como exigía Heidegger, solamente es auténtica realización del yo si es incorporado a la relación con Dios, en la que se cumple lo que de verdad son el «hombre» y el «yo».

De ahí que Dios no sea, como sostiene Nietzsche, la muerte y la ruina del hombre, sino su vida: «El garante de su libertad es Dios, porque este lo ha creado como el ser que se trasciende hacia el tú y porque esta trascendencia de su ser tan solo se realiza en la vida de la libertad personal».

Steinbüchel, en su Cambio radical de pensamiento, se basa en la obra poco conocida de Ferdinand Ebner, quien a principios de siglo XX redescubre que la palabra de la revelación no es una construcción del pensamiento, sino hallazgo y recepción, comprensión de sentido que el pensamiento no ha ideado por su propio poder.  Un ser conocido que es la realidad del Dios personal que en su palabra se dirige al hombre perceptor.

Sólo en este dinamismo vivo y decisivo se constituye la existencia humana en su singularidad más profunda, misteriosa y responsable. Ebner construyó una filosofía de la relación yo-tú entre la criatura y el Creador que ponía las bases del existencialismo cristiano y del pensamiento dialógico.

 

Hildegarda de Bringen, sabia, científica y mística

Quizá para nosotros poca conocida, desde su juventud Ratzinger se sintió atraído por la figura de Hildegarda de Bringen, sabia, médica, poeta, compositora y mística, que vivió en el siglo XI y ha sido canonizada y declarada doctora de la Iglesia por él cuando llegó a Papa. Hildegarda amó a Jesucristo en su Iglesia, sin ingenuidad ni timideces: como Benedicto. Seguro que esta santa doctora ha ocupado el papel de guía fiel en el camino espiritual e intelectual de Benedicto.


                           

jueves, 5 de agosto de 2021

Conocer la verdad




En torno al hombre. José Ramón Ayllón. Ed. Rialp

 

Del mismo modo que la semilla sólo puede germinar si encuentra buena tierra, la verdad sólo puede ser reconocida y aceptada por una persona habituada a buscar el bien y rechazar el mal.


Esta luminosa consideración está expuesta, con palabras similares, en el magnífico libro En torno al hombre, del profesor y escritor José Ramón Ayllón. Fue su primer libro. Contiene su experiencia de años de docencia, dedicada a exponer las grandes cuestiones de la vida a sus alumnos, deseosos de conocer qué es la metafísica, qué misteriosa relación existe entre la ética, la estética y la felicidad, si la política puede estar o no al margen de la verdad y del bien.


Entre esos grandes temas de la existencia humana, Ayllón aborda el subjetivismo, un lacra constante en la historia del hombre que reaparece con fuerza en nuestros días.


El subjetivismo deforma las cuestiones más graves: el terrorista está convencido de que su causa es justa; la mujer que aborta quiere creer que sólo interrumpe el embarazo; el Estado totalitario se autodenomina Democracia Popular…”


Todo lo malo que ha ocurrido en el mundo, desde Adán, puede justificarse con buenas razones, decía Hegel. Y es que la verdad –adecuación entre el entendimiento y la realidad- depende más de lo que son las cosas que del sujeto que las conoce. Eso quiere significar Antonio Machado con sus versos: “¿Tu verdad? No, la Verdad, y ven conmigo a buscarla.


El subjetivismo, señala Ayllón, es casi siempre la coartada para una conducta deliberadamente equivocada. Dante lo expresa bien en la Divina Comedia: “Un mal amor me hizo ver recto el camino torcido.”


Sócrates representa al hombre aislado por defender verdades éticas fundamentales. La mentira –que se puede imponer de muchas maneras, y no solo con la complicidad de los modernos y grandes medios de comunicación social- la mentira mil veces repetida es capaz de aislar al hombre honrado. Así dijo Socrates: “Sí, atenienses, hay que defenderse y tratar de arrancaros del ánimo (…) una calumnia que habéis estado escuchando tantos años de mis acusadores (…) Intrigantes, activos, numerosos (…) os han llenado los oídos de falsedades…


Pertenece Sócrates a esa clase de hombres apasionados por la verdad e indiferentes a las opiniones cambiantes de la mayoría. Comprometió su vida en la solución del problema radical: ¿es preferible equivocarse con la mayoría, o tener razón contra ella?


Manipular es presentar lo falso como verdadero, lo negativo como positivo, lo degradante como beneficioso. El poder económico y el político usan la manipulación para convertir a las personas en súbditos-votantes o en consumidores-compradores.


El “Pan y circo” de los romanos fue quizá  el primer ensayo de manipulación de masas con éxito, sirviéndose del anzuelo de la diversión y del placer para convertir al hombre en pobre hombre. “La manipulación de la sexualidad es uno de los ejemplos más claros: los grandes medios de comunicación, dedicados a imponer la idea de que el placer sexual es el auténtico fin del hombre. Suministrar suficiente dosis de carne para animalizar el interés de las personas, y así, reducidos a un rebaño, manipularlas más fácilmente. Lenin prometió a los dictadores comunistas que la sociedad caería en sus manos como fruta madura si lograban este tipo de corrupción, que convierte en rebaño a los hombres libres.”

 

Para hacer frente a tanta manipulación, es preciso educar en el espíritu crítico, que es lo más opuesto a cierta pereza mental que el poder parece querer imponer en la escuela. Lo expresaba bien Paul Valery: “La verdad está siempre en la oposición”. No debemos aceptar nada porque nos lo digan. La verdad debe instalarse en nuestro espíritu merced a nuestro propio esfuerzo. Los jóvenes deben aprender a valorar lo que se les ofrece a la luz de su conciencia bien formada.

 

El escritor ruso Alexander Soljenistyn, como millones de seres humanos en el siglo pasado y aún en nuestros días, sufrió en su propia carne lo que supone vivir en un régimen instalado en el subjetivismo y la mentira: “Es más difícil hacer surgir la verdad que inventar la mentira (…) La primera regla para todo el mundo es no aceptar la mentira. Decir la verdad es hacer que renazca la libertad. Sin tener en cuenta las presiones, los intereses, los modos. Decir lo que se sabe, ser veraz, repetirlo. Y si algunos se encogen de hombros, repetirlo una vez más. Los que se encogen de hombros al oír el relato de una tragedia de esta magnitud son, consciente o inconscientemente, cómplices de los verdugos.” 


La tragedia a la que se refiere Soljenistyn, como es sabido, es la catástrofe humanitaria causada por el terror del régimen comunista en la Unión Soviética. La mentira, cuando se instala en el poder, devora al hombre. Sólo la verdad nos hace libres.


Una docena de reediciones acreditan el interés de este libro: no sólo por la calidad de cuanto expone, sino también por la sencilla amenidad con que nos introduce en los conceptos esenciales de la filosofía, que determinan nuestro estilo de vida y el buen rumbo de la sociedad en que vivimos.    

Relacionado: El coraje de la conciencia.

 

 

 

sábado, 24 de julio de 2021

El coraje de la conciencia

 


Contracorriente... hacia la libertad. Mariano Fazio. Ed. El Buen Mudo

 (Artículo originalmente publicado en el periódico Levante-EMV)


El argentino Mariano Fazio, filósofo e historiador, es autor de sugerentes ensayos sobre la historia del pensamiento contemporáneo. Es además vicario auxiliar del Opus Dei, y amigo personal del Papa Francisco desde sus años en Buenos Aires. Acaba de presentar en Valencia un nuevo trabajo sobre tres célebres ingleses que, viviendo en épocas y situaciones personales muy diferentes, tienen en común el haber sido leales a su conciencia en un ambiente adverso: Tomás Moro, John Henry Newman y Gilbert K. Chesterton. Su actitud vital, reconocida como heroica por la Iglesia en los dos primeros, y en proceso de serlo en el tercero, les concede una gran actualidad, y sin duda por eso el autor los ofrece ahora a nuestra consideración. 

 

Se trata de tres figuras de alcance universal, que comparten unos valores tan genuinos que toda persona de bien debería desearlos para sí: el amor a la verdad, la decidida defensa de la libertad para obrar en conciencia, un carácter abierto a la amistad con todos, una vida iluminada por el sentido del humor. Son rasgos tan humanos que nos remiten a la imagen divina que está en la raíz de nuestro ser. 

 

Los tres viven en un ambiente en el que el catolicismo es minoritario. Pero afrontan los retos de ese ambiente con un fuerte sentido de la libertad, manteniendo la actitud que en su conciencia ven más correcta. No les importa que su rectitud les enfrente a la incomprensión, al vacío social o, en el caso de Moro, al martirio. Como escribió Harper Lee, la conciencia de cada uno es la única cosa que no se rige por la regla de la mayoría.

 

Nuestros personajes comparten el sentido del humor: radiante y explosivo en Chesterton, fino y elegante en Moro, más serio e intelectual en Newman. Como señala Fazio, ninguno de ellos es pájaro de mal agüero, ni profeta de desgracias, porque el pesimismo no es cristiano. Aman el mundo en el que viven, y por eso no centran su atención en las sombras, sino en las luces que siempre brillan en cualquier persona y situación, dando sentido a la existencia. Deberíamos hacer cotizar al alza el buen humor, un valor que dulcifica y ennoblece la convivencia.


Santo Tomás Moro, lord Canciller de Inglaterra

 

Tomás Moro, primer ministro y lord Canciller de Inglaterra, gran humanista, es ejemplo de coherencia entre la fe y las obras. Eligió ser fiel a su conciencia cuando la ley se lo puso muy difícil, porque el rey reclamaba para sí el título de cabeza de la Iglesia. Tomás no podía aprobar esa pretensión basada en la mentira, y murió mártir, perdonando a sus jueces y verdugos, incluso consolándoles: les recordó que también Saulo aprobó el martirio de san Esteban antes de su propia conversión, y acabó siendo san Pablo.

 

Moro ha pasado a ser un ejemplo de cristiano que vive su ciudadanía con lealtad y de acuerdo con su conciencia. Porque casi todo es relativo, pero no todo: hay cosas que no da lo mismo afirmar que negar. “Afirmar que todo es relativo es fundamentalismo”, señala Fazio. Porque si todo es relativo, esa misma afirmación también lo es, y cae por su propio peso.

 

Con gran sentido, la Iglesia ha nombrado a Tomás Moro patrono de los políticos. En el Real Colegio del Corpus Christi de Valencia conservamos como un tesoro el manuscrito de su último libro, que escribió en prisión antes de ser ejecutado: La agonía de Cristo. Nos vendría bien releerlo de vez en cuando. Y también la Oración del buen humor que se le atribuye. “El papa Francisco la reza a diario”, revela Fazio. 


John Henry Newman

 

John Henry Newman, pastor anglicano, fue heroicamente fiel a su conciencia cuando decidió pasar a la Iglesia católica. Nunca traicionó la luz interior recibida, que dio origen al movimiento de Oxford, y le llevó a investigar a fondo si la Iglesia anglicana era realmente continuadora de la primitiva Iglesia. Su noble afán de verdad, que requirió un serio trabajo intelectual, le condujo inesperadamente a la Iglesia católica, superando sus fuertes prejuicios contra Roma.

 

Newman sabía que padecería incomprensión por parte del luteranismo, pero fue fiel a lo que veía en conciencia. Lo que no imaginaba es que también padecería incomprensión por celotipias de sectores católicos, una vez convertido. Es famoso el pasaje de su Carta al duque de Norfolk: “Si me pidieran un brindis, brindaría por el Papa, pero antes por la conciencia. El primer Vicario de Cristo no es el Papa, sino la conciencia.” Esa afirmación supone un serio compromiso de la conciencia con la verdad.


Gilbert. K. Chesterton

 

En Gilbert K. Chesterton brilla su total ausencia de respetos humanos para decir lo que piensa, aun en medio de corrientes de opinión muy opuestas. En su famoso libro Ortodoxia, escrito mucho antes de su conversión al catolicismo, cuenta la historia de un marino inglés que sale a descubrir mundo y llega a un lugar paradisíaco, que resulta ser la misma Inglaterra de la que había partido. Describe así el viaje del anglicanismo, que abandonó sus raíces católicas en busca de tierras mejores. Pero describe también su propio itinerario personal, en un retorno a la Iglesia católica que ya intuye cercano.

 

No gustaba mucho esa comparación en los ambientes intelectuales anglicanos. Pero como Moro y como Newman, Chesterton ni se arredra ni echa en cara nada a los que le combaten. Simplemente habla sin respetos humanos de la verdad, de lo que ve en su conciencia. Se muestra abierto al diálogo (¡sus ingeniosas y divertidas controversias con Wells o Bernard Shaw!) y mantiene un profundo sentido de la amistad con quienes piensan diferente. Su capacidad de empatía debería ser un referente para muchos, cuando el ambiente es tan propenso a la crispación, al frentismo, a romper con quienes sostienen ideas diferentes.

 

Tres personajes muy actuales, no solo para los católicos. Porque en ellos brillan valores tan necesarios para la convivencia como el respeto al otro y la escucha atenta. Se muestran dispuestos a recoger las semillas de verdad que hay en toda opinión, y a construir puentes desde las posiciones compartidas. Lejos de tergiversar y poner zancadillas, saben poner al rival en una posición cómoda, sin ataques personales. Ofrecen su amistad por encima de las diferencias. Pero no admiten como verdadero lo que es falso, porque sin verdad no se puede ser libre.

 

La vida de estas personas nos habla de la presencia de la verdad en el mundo, y de nuestra capacidad de reconocerla. Su alegría de vivir nos muestra también la fuerza liberadora que supone seguir la luz de la conciencia a pesar de los efímeros halagos del mundo. No estamos hechos para la mimetización con el ambiente, sino para la verdad. El título del libro lo explica bien: para ser libre a veces es preciso ir “Contracorriente… hacia la libertad”.


Oración del buen humor. Fuente twitter @opusdei_es


 


 

 

lunes, 12 de abril de 2021

Tomás Luis de Victoria: la música del Siglo de Oro español




Victoria

Josep Cercós. Josep Cabré. Ed. Espasa Calpe

 

He vuelto a ver Converso, la sencilla y genial película documental de David Arratibel. Y me ha conmovido aún más que la primera vez. Es un documento humano, real, hilvanado sin sofisticación mediante llanas y genuinas conversaciones entre los miembros de una familia, que por fin, gracias al propio documental, encuentran la ocasión de sincerarse sobre lo esencial y –sorprendentemente- siempre rehuído: su encuentro personal con Dios.

 

Pero en esta segunda visualización he descubierto un protagonista subyacente: la música. Y no cualquier música, sino una de las más sublimes jamás compuestas en la historia de la música: el O Magnum Mysterium, antífona del II Domingo de Pascua, de Tomás Luis de Victoria.

 

En la familia Arratibel hay profesores de música y un buen organista, y cantan esa pieza a capella, como broche de cierre perfecto para el documental. Me ha cautivado de tal manera esa melodía que la he buscado en la red. Así suena:

 

            

 

 Esa melodía no la puede componer cualquiera. Hace falta finura especial, sintonía con lo espiritual, deseo de poner la música al servicio de lo sagrado. He buscado saber más de su autor. Y me he encontrado con esta pequeña y significativa biografía de Tomás Luis de Victoria, uno de esos luceros que brillaron en el firmamento del nunca suficientemente bien ponderado Siglo de Oro español.

 

Nacido en Ávila en 1548, de familia cristiana, muy joven sintió la llamada al sacerdocio y entró a formar parte del coro de la catedral, donde recibió su primera formación musical. Uno de sus hermanos era amigo de santa Teresa de Ávila. A los 17 de años se trasladó a Roma para seguir sus estudios sacerdotales y perfeccionar los conocimientos musicales como organista y compositor. Su gran maestro fue Palestrina, el famoso compositor italiano, aunque siempre se mantuvo fiel a un estilo propio, claro, sereno, de sobriedad castellana, que llegó a influir en alguna de las obras del propio Palestrina.

 

Los autores de esta biografía resaltan que Tomás Luis de Victoria, a diferencia de otros compositores de la época –y especialmente los de Roma o la escuela flamenca- no escribía según le surgía la inspiración, o por ansia de componer, sino por la necesidad que sentía de contribuir al engrandecimiento del Reino de Dios a partir de lo que sabía hacer: componer música. Por eso fue sobrio no sólo en el estilo, sino también en la cantidad: mientras que Palestrina escribió 300 motetes y 153 misas, Victoria se limitó a 50 motetes y 21 misas. 


En su producción destaca el Oficio de Difuntos para los funerales de María de Austria, hermana de Felipe II, que fue su protectora en las Descalzas Reales:


            

 

El Oficio de Semana Santa es considerado una de las obras cumbre de Victoria, y quizá de la música. Contiene todos los textos litúrgicos desde el Domingo de Ramos hasta el Domingo de Resurrección. Incluye un bellísimo Pange lingua a 5 voces:


           

  

La serenidad de la música de Victoria contrasta con la complejidad típica de la escuela flamenca. Victoria sacrifica las posibilidades de su genio musical y su técnica en beneficio de la comprensión de lo que se canta, siguiendo fielmente en esto las disposiciones del Concilio de Trento: la música no debía ser un elemento decorativo o de entretenimiento, sino parte importante de la liturgia, que debía ser inteligible para los fieles. Esta fue también una constante de la música litúrgica de la escuela española: simple, austera, sin artificios, que acompañase a los fieles hacia la contemplación del misterio divino expresado en los textos sagrados.

 

Otra nota que se percibe en la obra, y en la vida, de Victoria es su ausencia de protagonismo, su olvido de sí mismo. A diferencia de otros grandes autores del momento, que  acostumbran ilustrar la portada de sus obras impresas con un retrato del autor, Victoria no lo hizo, y de hecho no existen retratos suyos.

 

Ponía por entero sus composiciones al servicio del fervor religioso, y ese es el secreto de que consiguiera una expresividad musical no superada por ninguno de sus contemporáneos. Es una impronta tan personal que no es posible adscribirlo a ninguna otra escuela. De hecho, influyó en otros autores españoles y en su propio maestro Palestrina, que asumirá en los últimos años de su vida el dramatismo realista propio de Victoria.

 

Una anécdota significativa muestra el diferente modo de ser de Palestrina y de Victoria. Giovanni Pierluiggi da Palestrina, que estaba casado y tenía dos hijos de la edad de Tomás Luis de Victoria, siendo ya mayor enviudó. Muchos pensaron que quizá se retiraría a un convento para seguir componiendo música piadosa. Pero no solo se casó de nuevo con una rica mujer, sino que además abrió un negoció de pieles para suministrar vestimentas a las autoridades romanas y a la Curia. En contraste, ya en esos momentos Victoria ansiaba volver a España, no estaba a gusto en el bullir romano. Soñaba con la vuelta a Castilla, donde todo invitaba al recogimiento y a la oración. Esos caracteres tan distintos, y complementarios desde luego, pues en cualquier vida honesta se puede dar gloria a Dios, marcan también los diferentes estilos de cada uno.

 

Era frecuente en esa época tomar como base para la música religiosa melodías procedentes de la música profana. Fue famosa por ejemplo la canción L’HommeArmé, melodía favorita de Carlos I, sobre la que Cristóbal Morales compuso dos Misas e inspiró también a otros autores. Sin embargo, esta práctica no fue usada por Victoria, incluso antes de que la prohibiera el Concilio. Victoria solo escribió música propiamente religiosa, inspirándose en antífonas del canto gregoriano o en su propio genio creativo. La única excepción fue la Misa pro Victoria, que se compuso sobe la canción La Guerre, de Janequin, y dio origen a la Misa de batalla. Está compuesta a base de notas cortas y repetidas con aire de fanfarria, con un estilo concertante nada usual en Victoria. La dedicó a Felipe II.

 

Victoria rehuyó la vida placentera romana, y fue progresivamente sumergiéndose en la oración y contemplación que subyace en su obra. Señal de esa inmersión hacia el mundo interior es también que a partir de cierto momento deja de dedicar sus obras a personajes de la realeza o de la Curia, para dedicarlos a la Virgen o a la Santísima Trinidad. Se percibe que su intención es volcarse en la contemplación de lo divino, y así logra que también el oyente se sienta sumergido en ese mundo contemplativo.

 

Él mismo lo explica: “He procurado no ser del todo ingrato con Dios, de quien todos los bienes proceden, por esta gracia y beneficio de Dios que me ha concedido y que me inclina por cierto natural instinto a la música sagrada, no sin frutos por lo que oigo decir a otros…” El verdadero destinatario de sus obras es Dios.

 

En la misma línea escribe a Felipe II, cuando está a punto de regresar a España: “Ya desde el principio me propuse no fijarme en el solo deleite de los oídos y del ánimo, ni del contentarme con este conocimiento, antes bien, mirando más allá, resolví ser útil, dentro de lo posible, a los presentes y a los venideros (…) ¿A qué mejor fin debe servir la música, sino a las sagradas alabanzas de aquel Dios inmortal de quien proceden el ritmo y el compás, y cuyas obras están dispuestas en forma tan portentosa que ostentan cierta armonía y cántico admirables?”

 

En la obra de Victoria no hay desnivel de calidad, y toda ella es de grado notablemente superior al de sus contemporáneos. Abundan los temas eucarísticos y marianos: Salve Regina, Alma Redemptoris Mater, Ave Regina. Quizá su máximo esplendor lo alcanza en los motetes de la Pasión. Hay un dramatismo realista, común a composiciones españolas de la época, que los distingue claramente del resto de escuelas europeas, motivado por la profunda y sincera religiosidad, y también por las circunstancias especiales de la situación política, económica y cultural, que dieron un sello propio y esplendoroso a la España del Siglo deOro, que abarca desde finales del siglo XV (1492, año del fin de la Reconquista y del descubrimiento de América) hasta mediados del siglo XVII.

 

Fue una época en la que alcanzaron excelencia todas las áreas del saber y la cultura en España. Fue mítico el prestigio de las universidades de Salamanca y Alcalá de Henares. En la famosa Escuela de Salamanca tuvo su origen el Derecho de Gentes, precursor de los Derechos Humanos, basado en la ley natural e iluminado por la fe cristiana según la cual todos somos hijos de Dios y hermanos.

 

En la literatura surgen figuras inolvidables como Miguel de Cervantes, Lope de Vega o Calderón de la Barca. En la mística, San Juan de la Cruz, santa Teresa de Jesús o fray Luis de León. Grandes fundadores y promotores del saber, como san Ignacio de Loyola. Pintores como Velázquez, José de Ribera o Ribalta. Escultores como Berruguete, arquitectos como Juan de Herrera… Y en esa pléyade irrepetible, brilla la música sacra de Tomás Luis de Vitoria.

 

Nuestros bachilleres deberían retomar el estudio del Siglo de Oro español. ¿Por qué se ha retirado de los planes de estudio, hasta el punto de que probablemente no ya los alumnos, sino muchos de sus profesores ni siquiera hayan oído hablar de que exista un Siglo de Oro español? Los prejuicios que lanzaron los enemigos políticos de España –y de la Iglesia católica, de la que España era un bastión- sin duda han llegado hasta nuestros días, tratando de ocultar con su basura los ricos manantiales de humanidad que fluyeron aquellos años en España. Y que aún están ahí, ofreciendo su saludable influencia. Resultan proféticas las palabras mencionadas de Victoria a Felipe II: “… resolví ser útil, dentro de lo posible, a los presentes y a los venideros.” Y vaya que lo ha sido y seguirá siendo.

 

El Siglo de Oro nos enseña cómo el ser humano, puesto en ambiente favorable ante la trascendencia, ante Dios,  es capaz de alcanzar las más altas cotas de ciencia y cultura, de verdad, bien y belleza. El influjo benéfico de la estela que levantaron aquellos hombres y mujeres españoles del siglo XVI sigue llegando hasta nosotros.

 

De ese benéfico influjo es testigo discreto este buen documental, que muestra que las creaciones musicales, cuando salen de personas que rezan, son capaces de penetrar los abismos celestiales y plasmarlos en melodías, que al ser escuchadas toman nuestra mente y nuestro corazón y los alzan de vuelta hacia las intimidades divinas.

 

Aunque de lo que es mejor testigo el documental Converso es de la acción del Espíritu Santo en la historia y en cada alma. Sigue soplando donde quiere y como quiere. Mayormente allí donde alguien implora su acción y busca sinceramente la verdad.


            

lunes, 25 de enero de 2021

Ocio y vida intelectual

 


El ocio y la vida intelectual. Josep Pieper

 

Joseph Pieper (1904-1997) es uno de los filósofos más importantes del pasado siglo. Firmemente asentado en la tradición católica y en la filosofía de Tomás de Aquino, reflexiona sobre el momento actual, y lo pone en contraste con riquezas que proceden del manantial seguro de la Revelación y de la idea cristiana del hombre. Lo hace con un lenguaje razonado, no exento de serenidad y belleza, al que se podría aplicar aquella máxima de Confucio: “escritor es aquel a quien la forma supera al contenido.”

 

Sus ensayos sobre cuestiones de antropología son una delicia para el pensamiento, que invitan a la reflexión desde la mirada atenta a nuestra forma actual de vivir. ¿Es correcto lo que hacemos y cómo lo hacemos? ¿No nos estaremos perdiendo algo?

 

Pieper reflexiona sobre el utilitarismo, un mal de nuestro tiempo que consiste en pensar que sólo vale la pena dedicarse a buscar “lo práctico”, y que desprecia lo que aparentemente “no sirve para nada”. En ese marco, el trabajo intelectual, la filosofía, las humanidades, han quedado muy mal paradas, en la categoría de lo “no práctico”. 


Esa mentalidad "práctica" ha eclipsado también el sentido del ocio y su origen festivo. El ocio, dice, es mucho más que carencia de esfuerzo. Es precisamente lo contrario al esfuerzo, que son dos modos de estar en el mundo necesarios. El ocio surge de la fiesta, y es uno de los fundamentos de nuestra cultura. Cuando le sabemos  dar su significado pleno, resulta profundamente humano y enriquecedor de la personalidad. 

 

Pero en una cultura sólo interesada por buscar “lo práctico”, que no considera prioritaria la búsqueda de la verdad, el hombre queda materializado y a merced de las ideologías, incapaz de razonar ante las demagogias, que no han cesado de crecer desde la Revolución francesa.  Porque la filosofía no consiste sólo en buscar la verdad, sino también en comunicarla. Esto es lo grave de nuestra cultura actual: que muchos se hayan habituado a hablar sin comunicar la verdad, sino su interés. Y quien habla sin comunicar expresamente la verdad está manifestando que no respeta al otro como persona humana.

 

Un mal de nuestra época es también el desinterés por los valores heredados. El desprecio hacia lo antiguo por el mero hecho de ser antiguo. Es un error grave: la humanidad avanza precisamente porque tiene sentido de la historia, y sólo sobre el conocimiento de lo mejor del pensamiento pasado se puede construir el progreso. Ya los antiguos lo sabían: “el respeto a la tradición se debe a que en ella está guardado el testimonio acerca del verdadero ser del hombre y del mundo.”

 

Ese utilitarismo de nuestra generación, dice Pieper, procede de una concepción aburguesada de la vida. El aburguesamiento consiste en un embotamiento de la mente, que al percibir sólo lo inmediato material como realidad compacta y definitiva, imposibilita la capacidad de trascender a las verdades que están más allá de lo material. El burgués lo encuentra todo evidente: “lo que se puede contar y pesar, todo lo demás son palabras que se lleva el viento”, viene a decir. El burgués ya no es capaz de asombro.

 

       Pero el asombro es un elemento crucial de la vida. Como la alegría y el deseo de saber, el asombro es la disposición necesaria para descubrir lo nuevo. Lo que suscita asombro también produce alegría. Sin esa capacidad de asombro, la vida se aplana, amuerma y entristece. Pierde fuerza y capacidad de volar alto.

 

Hay una reveladora frase de Fichte: “la filosofía que se elige depende de la clase de hombre que se es.” Pero quizá a esta frase se le podría dar la vuelta: hay que tener mucho cuidado con la filosofía que uno sigue, porque determinará su modo de vida, su ser como persona. Y puede acabar convirtiéndole en un sujeto lamentable.

Josef Pieper

Tomás de Aquino puso el dedo en la llaga al distinguir entre dos tipos de saberes. Hay un saber teórico, cuyo fin es la verdad. Y hay un saber práctico, que tiene por fin la acción. No debemos despreciar el primero, porque sin verdad, que es la guía segura de nuestro destino, el hombre se vuelve prisionero de sus caprichos o de los caprichos de otros más fuertes que él. 

 

En el ámbito de la enseñanza ese utilitarismo, para el que no cuentan los saberes teóricos, ni los bienes inmateriales, acaba revolviéndose contra la libertad académica, que consiste precisamente en estar libre de cualquier fin utilitario. Cuando la ciencia se convierte en pura organización para servir a intereses del poder, la libertad académica desaparece.

 

Señala Pieper que la capacidad de decisión es –entre otras cosas- lo que nos distingue de los animales. Lo más importante de la decisión es que el conocimiento de la realidad sea transformado en resolución de obrar. Todo un reto para el lector contemporáneo, que, mediante la lectura serena de este libro, descubra que hay estilos de vida que bien merecen una decisión para cambiarlos. Nunca es tarde.