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miércoles, 14 de agosto de 2019

La alegría de los justos


Jesús de Nazaret. La infancia. Benedicto XVI




El tercer libro de la trilogía de Benedicto XVI sobre Jesucristo, es –como todos los de Ratzinger- una clara fuente a la que podemos  regresar una y otra vez para refrescar al alma. Cada vez descubrimos nuevos sentidos a la verdad sobre Dios y sobre nosotros mismos. Anoto tres de esas ideas luminosas, tras una nueva lectura.


Dios actúa en la historia a través de personas justas




Las palabras de la Sagrada Escritura no están dichas al azar. Tienen un sentido, y nos va mucho en captarlo. Así, la palabra justo, referida a personas que son justas a los ojos de Dios. José, esposo de María, era un hombre justo.

¿Qué se nos está diciendo con ese calificativo? 

Justos, en la Sagrada Escritura, son los que viven las indicaciones de la Ley; los que oyen la palabra de Dios y la cumplen. Y con su ser justos según la voluntad de Dios revelada, van adelante por su camino y crean espacios para la nueva intervención de Dios en la historia.


Íntima relación entre alegría y gracia de Dios



El arcángel Gabriel, en la Anunciación, no se dirige a la Virgen con el tradicional saludo judío “Shalom” (la paz esté contigo) sino con la fórmula griega “chaire” (¡alégrate!) Con este saludo comienza propiamente el Nuevo Testamento, que es precisamente la alegría de la Buena Noticia.

A los pastores, en la Nochebuena (Lc 2, 10) el Ángel les dice: “Os anuncio una gran alegría”.

Y en la Resurrección aparece la misma fórmula: “Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor” (Jn 20,20).  Y el Señor les hace una teología de la alegría, que ilumina esta palabra: “Volveré a veros y se alegrará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestra alegría.” (Jn 16, 27)

La alegría aparece en estos textos como un don del Espíritu Santo, que es el verdadero Don del Redentor. En el saludo del ángel a María  se oye el sonido de un acorde que seguirá resonando a través de todo el tiempo de la Iglesia”, que es el mismo sonido de la palabra que designa el mensaje cristiano: el Evangelio, la Buena Nueva.

Alégrate, porque tu Dios está en medio de ti” (Sofonías 3, 14), está en tu seno.

Alégrate, llena de gracia”: alegría y gracia, en griego, se forman de la misma raíz: chará y charis, van juntas e inseparables.


En la Anunciación Dios revela su Nombre completo




Dios inició su revelación en el Sinaí, presentándose a Moisés como Yahwe: el Dios que es. Propiamente sólo Dios es: "Yo soy el que soy"

En la Anunciación a María, Dios completa su nombre por medio del ángel, cuando anuncia el nombre que llevará el Niño: Jesús, que significa Salvador.

Dios no es sólo el que es, es también un Dios que salva. Ese es su nombre completo. El que nos ha creado, de quien procede todo ser, el único que realmente es, es también el que salva, el único que puede salvarnos de nuestros desvaríos.

Dios es, y es Salvador. Es un Padre lleno de amor, que no se conforma con ver a sus hijos perdidos por el mal uso de su libertad. Y viene a redimirlos de su esclavitud. Lo expresó el mismo Jesús en la maravillosa parábola del hijo pródigo.










miércoles, 31 de agosto de 2016

El gran reformador. Un gran libro sobre el Papa Francisco

El gran reformador. Austen Ivereigh. Ed. B




Libro interesante para conocer el modo de ser y pensar del Papa Francisco.  Una biografía bien trazada, que describe sólidamente el complejo contexto en que ha crecido el pensamiento y la personalidad de Jorge Bergoglio, desde sus orígenes familiares en el seno de una familia de inmigrantes italianos en Argentina hasta la sede de Pedro en Roma.  


Su educación e influencias familiares –¡la abuela Rosa!-,  el asombro de la primera experiencia de Dios y  el descubrimiento de la llamada.  El agitado devenir socio-político y cultural de Argentina y las naciones hispanas, que configuran en Jorge Bergoglio una forma de entender la misión del Estado y los gobernantes (deberían servir al pueblo y alejarse de la corrupción y de tentaciones totalitarias).  La compleja situación de la Iglesia, el clero y la Compañía de Jesús entorno al Concilio Vaticano II,  su visión de la religiosidad popular y de las verdaderas necesidades del Pueblo de Dios… Son aspectos difíciles de sintetizar con objetividad y precisión, pero Ivereigh lo consigue.


Sorprende de Francisco su forma de comunicar. El Espíritu Santo ha dado a su Iglesia con los últimos Papas unos formidables comunicadores, cada uno con un estilo muy diferente. Al hilo de lo que Ivereigh afirma de Bergoglio, surge fácil comparar con Juan Pablo II y Benedicto XVI, y extraer algunas conclusiones sobre su comunicación.


El magnetismo de Juan Pablo II sedujo a los medios y atrajo a multitudes. Ese magnetismo no era explicable por una mera capacidad retórica, aunque la tuviera: procedía de la fuerza de sus palabras. Decía la verdad con tal fuerza que cambiaba la vida a las personas. Fue líder porque decía verdades y vivía conforme a esas verdades. A veces se olvida que la comunicación más eficaz no consiste en un conjunto de tácticas y herramientas para convencer. La eficacia procede de la verdad y la coherencia.


El papado de Benedicto XVI ha sido el de la razón. Una razón herida por el pecado original, pero capaz de alcanzar la verdad cuando se deja sanar. El Evangelio es un mensaje de fe que sana la razón, y juntas fe y razón son las dos alas para volar hacia el conocimiento de la verdad.


En los textos de Benedicto XVI se descubre una poderosa inteligencia que se esfuerza por acercarse humildemente a la verdad, que se expresa con  infinito respeto a la libertad de la persona. Frente a los que niegan la capacidad del hombre de encontrar la verdad, Benedicto XVI insiste en que el hombre es capaz de conocerla, y en que la libertad de religión es una consecuencia intrínseca de la verdad, que no se puede imponer desde fuera: el hombre debe hacerla suya mediante un proceso de convicción.


 La forma de comunicar de Francisco, compartiendo lo esencial, es distinta: prefiere gestos y acciones,  antes que palabras. Recién elegido arzobispo de Buenos Aires, Bergoglio era reacio a aparecer en los medios. Su jefe de prensa le insistía en la necesidad de salir, ya que algunos medios sólo publicaban noticias escandalosas de la Iglesia. Llegaron a un pacto: comunicarían, pero no con sermones, sino con gestos y acciones. Y así fue: la imagen real y atractiva de la  Iglesia, cuajada de iniciativas para preservar y promover la dignidad de la persona, empezó a aparecer con frecuencia  en las portadas de los diarios argentinos: pasar la noche de Navidad con presos, desplazarse en medios públicos, compartir con personas de otras religiones… son gestos y acciones que explican por sí solas la misericordia, la sobriedad o el ecumenismo.


Benedicto XVI expresa con claridad y precisión quién es Cristo, qué significa vivir con Él.  Francisco, con sus encuentros físicamente afectuosos, recuerda a Jesucristo. Ambos expresan con palabras  y recuerdan con gestos, pero cada uno destaca un aspecto.  

Cuando en la inauguración de su pontificado Francisco habló del liderazgo protector y tierno de san José, dijo aludiendo a su programa como Papa: “Sólo el que sirve con amor sabe custodiar”. Un cardenal comentó: “Habla como Jesús”.  Las palabras, gestos y acciones de Francisco han despertado en la cultura occidental “un tenue recuerdo de Alguien amado pero perdido desde hacía mucho tiempo”.




Se ha comentado que Bergoglio era adusto antes de ser Papa, y que ahora ha cambiado. Ivereigh lo niega, y aporta el testimonio del documentalista Juan MartinEzrraty:  quizá tenían de Bergoglio esa visión de hombre serio las clases altas de Buenos Aires, que le veían poco y en actos oficiales en los que no estaba a gusto. Pero la gente pobre de los suburbios –las villas miseria- conocían un Bergoglio distinto: con ellos tenía tiempo y su rostro estaba siempre sonriente.


Hay un aspecto de comunicación en la Iglesia que no se debe obviar: es el EspírituSanto quien guía a su Iglesia. Es cierto que está compuesta por seres humanos, y donde hay hombres puede haber estropicios. Pero Él provee y asiste, y a veces de manera extraordinaria. Y Francisco, como todos los Papas, lo sabe bien.


Recién elegido, antes de saludar desde el balcón al pueblo romano, Francisco “acudió a rezar a la Capilla Paulina. Se le veía serio, como si llevara una pesada carga. No saludó a los cardenales al entrar… Rezó en silencio de rodillas. Y al ponerse en pié de nuevo, era otro: sonreía, como si Dios le hubiese dicho: “No te preocupes, estoy aquí contigo”. Ya  no baja la mirada. Ahora mira de frente. “Creo que el Espíritu Santo me ha cambiado”, comentó al referirse a ese momento.


Su comunicación consiste en  actuar con libertad y honestidad, indiferente a titulares de prensa. Pero su sinceridad y autenticidad comunican.  “Expresarse sin temor, escuchar con humildad: esas son las condiciones para que el Espíritu Santo actúe.” Ahí radica, en último término, la principal fuerza de comunicación de Francisco.