viernes, 24 de noviembre de 2017

Religión en la escuela pública



Si algo nos ha enseñado el siglo XX, con sus demoledoras guerras mundiales y la devastación producida por los regímenes totalitarios ateos, es que sin respeto a Dios se pierde el respeto por la dignidad del hombre. Y surgen los Gulags de la Rusia comunista, las inhumanas deportaciones masivas, o  los campos de exterminio nazis.


Lo dijo san Juan Pablo II en uno de sus viajes a Alemania, en 1996: “Los regímenes ateos han dejado desiertos mentales y espirituales (…) Ante aquel régimen de terror (nacional-socialista) muchas personas se cuestionaron sobre Dios, que había permitido esta terrible desgracia. Pero todavía más demoledora fue la constatación de  lo que es capaz de hacer el hombre que ha perdido el respeto a Dios y qué rostro puede asumir una humanidad sin Dios.”


Ese es el reto decisivo  de nuestra sociedad: hacer presente a Dios en la vida de los hombres. Nos jugamos muchas cosas que surgen precisamente de esa Presencia, y solo de ella. “Quienquiera que aleje a Dios de nuestra vida y la cruz de nuestra sociedad, aleja también el amor de Dios y del prójimo, la solidaridad y la tolerancia, el respeto por la dignidad y los derechos del hombre.






Por eso es necesario ejercer el derecho a la enseñanza de la religión, también y sobre todo en la escuela pública. La escuela pública no es patrimonio hegemónico del poder político de turno, estatal o autonómico o municipal.  Tiene una misión de servicio a la voluntad de los padres, que debe ser respetada siempre. Hay que recordar, porque a veces se olvida, que la sociedad civil es un ámbito superior a los partidos políticos. Los gobernantes están para servir a la sociedad.


Esa función de servicio del poder político debe manifestarse sobre todo en el campo educativo,  y muy especialmente en la enseñanza de la religión. Lo que atenta a  la libertad religiosa no es recibir enseñanza de la propia religión, sino prohibirla. Quien debe ser neutral es el Estado,  el poder político, y no la enseñanza de la religión, cuando es libremente aceptada y deseada por los padres. En esto sí que nos  jugamos el futuro de la humanidad.





martes, 14 de noviembre de 2017

Renacer en los Andes. La suave presencia del milagro en nuestras vidas

Renacer en los Andes. Miguel Ángel Tobías. Ed. Luciérnaga




                                                 


Miguel Ángel Tobías (Baracaldo, 1968) es productor y director de cine y documentales. Es también un hombre apasionado de la vida y de la aventura, y con frecuencia ha puesto ese espíritu al servicio de los más desfavorecidos, dando a conocer situaciones de crisis humanitaria. Son conocidos sus trabajos sobre la tragedia de Haití, por ejemplo.

En algunas de sus aventuras ha visto cercana la muerte. Y ha sido consciente de que se salvó sólo por una acción milagrosa de la Providencia. En este libro nos relata dos de esas intervenciones extraordinarias. Y lo hace con la viveza de algo sentido en propia carne. Al hilo de la narración, nos da a conocer su perfil humano y su trayectoria profesional, con un estilo cercano y ágil. 



                             


La primera sucedió en África: el contacto inadvertido con una planta venenosa le produjo una reacción tan brutal que el médico kenyata, al ver que sobrevivía a una situación necesariamente mortal, le explicó: “Es milagro. Es señal de que tienes aún algo que hacer en esta vida.”


Tobías, quizá para no darse importancia, admite que quizá fue un milagro, como dijo el médico, “y me ayudaron desde otro sitio. O quizá fue el instinto de supervivencia…” Pero aquello fue para él su primer gran toque de atención.


Dios espera cosas de nosotros, de nuestra vida, como dice san Josemaría en su famoso primer punto de Camino: “Sé útil, deja poso…” No debería hacer falta que sucediera un milagro para que fuésemos conscientes de esa realidad: estamos aquí para algo. Pero Dios actúa, cuando quiere y como quiere…

 
                           



Miguel Ángel Tobías se detiene más al narrar la segunda “experiencia extraordinaria”, que da título al libro. Una taquicardia a 5.000 metros de altura, de noche, con temperaturas de 15 grados bajo cero, sin protección contra el frío, le hace sentir cercana la muerte. Y entonces sucede algo, y sabe que ese algo es milagroso y que le salva.


El relato se lee con facilidad y de un tirón. Me parece interesante resaltar algunas de las “experiencias” que Miguel Ángel Tobías ofrece al lector, y que sintetizo:


Familia: “no escatiméis el tiempo que pasamos con ella” Es la esencia de lo que somos. Curar heridas cuanto antes si las hay. Y existe también la “familia de alma”, a quienes sentimos como de nuestra sangre y que en los peores momentos estarán. Es encantador el recuerdo de su madre: “Pudiendo elegir morir, sería maravilloso hacerlo en brazos de mi madre, rodeado del amor y de la paz que solo una madre nos puede dar. Y abrazarla, y dejar que te abrace: es algo que nunca deberíamos dejar de hacer mientras está aquí. Aunque dé vergüenza, hacedlo, porque algún día por ley de vida ya no podremos…”


Amigos: “¿Cuántos renunciarían a sus vacaciones por acompañaros en el hospital? ¿Por cuántos estaría dispuesto a renunciar yo? Amigo es el que os tiende la mano antes de que se la pidáis. Si tenemos alguno así, cuidarlo.


Amor: es auténtico si genera alegría, paz. Y se expresa en la acción, no en palabras.


Miedo: es el mayor factor de sufrimiento humano. Nos lo inoculan para paralizarnos, para que no podamos ser libres. Nos predispone a actuar o no actuar en función de un hipotético peligro que no se ha manifestado. Es lo contrario a la vida, porque paraliza. No dejar de hacer nada por miedo.

Corazón: “Cuando seas mayor, lo único que dibujará una sonrisa en tu cara será recordar aquellas cosas que hiciste con el corazón.


Felicidad: no nos damos cuenta de lo que tenemos hasta que lo hemos perdido, y eso significa que no lo sabemos disfrutar: familia, trabajo, comida, agua caliente, salud…


Soledad: es la gran enfermedad del ser humano, asociada a la falta de amor. Es terrible saberse y sentirse solo en momentos de dolor o ante la muerte. No deberíamos dejar que nadie lo experimente, especialmente en la propia familia. Compartir nuestro tiempo con ellos.


Milagros: se nos conceden cosas en determinados momentos para que podamos elevarnos espiritualmente. Pero Dios quiere que seamos libres de nuestro destino y no se impone. Los milagros se suelen producir de forma oculta, como si el proceso fuera natural. No sabemos por qué, pero a veces Dios hace lo que le pedimos, si se dan estas condiciones:

-humildad para reconocer que uno solo no puede
-pedir ayuda: Dios quiere que le pidamos imposibles
-abandono en Dios, aceptar la muerte
-no rendirse y seguir poniendo medios humanos


Y recordar que los milagros se producen para que las personas que los viven den testimonio de ellos. Es lo que ha hecho Tobías con su relato, ameno y sin estridencias, pero que llega hondo.



viernes, 3 de noviembre de 2017

Tomás de Aquino visto por Josef Pieper

Introducción a Tomás de Aquino. Josep Pieper





Este libro recoge doce lecciones de Josep Pieper sobre la figura del doctor de la Iglesia santo Tomás de Aquino (n. 1225, +1274), una de las mentes más prodigiosas en la historia del pensamiento humano.


Pieper hace un análisis del portentoso trabajo intelectual que desarrolló Tomás a lo largo de su vida, contextualizándolo con los acontecimientos históricos que vivió, tanto personales y familiares como los referentes al ambiente social, político y religioso que le tocó vivir.


Destaca en Tomás su insaciable búsqueda de la verdad, inseparablemente unida a la búsqueda de la Sabiduría que da el conocimiento de Dios. Tomás asume un compromiso formal con la razón, seguro de que el pensamiento humano es capaz de penetrar la realidad de las cosas, y seguro también de que es razonable cuanto conocemos por la fe.


Explica Pieper, con imagen certera, que Tomás realizó su formidable tarea intelectual aproximando los dos extremos de un poderoso arco. Por un lado Aristóteles, esto es, la realidad natural y la capacidad de la razón humana para alcanzarla. Aristóteles significa la afirmación de todo lo que es, sin subjetivismos. Y en el otro extremo, la Biblia, esto es, esa parte de la realidad del mundo, del hombre y de Dios, sólo accesible por la Revelación divina, que nos da a conocer lo que resulta inalcanzable con las solas fuerzas de la razón. Aristóteles en un extremo, la Revelación en el otro: ese es el poderoso arco que tensó  Tomás, con el que alcanzó cotas de sabiduría insospechadas.






De la calidad de vida de Tomás nos habla el contenido de su oración. Desde joven hizo a Dios dos peticiones: alcanzar sabiduría, y ser alegre sin frivolidad, maduro sin presunción. Tomás no sólo fue un gran filósofo y un gran teólogo. Fue un místico y un santo. En 1272 sucedió en su interior un hecho prodigioso. Mientras hacía oración, le fue concedida la contemplación de lo sobrenatural. “Todo lo que he escrito me parece paja, en comparación con lo que he contemplado” explicó humildemente después, cuando le preguntaron por qué, desde ese momento, dejó de escribir.


Nos da idea de la inmensidad de su trabajo el hecho de que escribió todas sus obras -entre ellas la descomunal Suma Teológica- en un margen de 20 años, entre 1252 y 1272, y en medio de continuos traslados por las principales ciudades de Europa.  Nunca estuvo más de 2 o 3 años en el mismo destino, y realizó todos sus desplazamientos a pié.


Destaca en el estilo de Tomás su sobriedad, su apasionada renuncia a todo lo que encubra o desfigure la realidad. Se abre a lo real sin esas limitaciones que dicta la subjetividad. Tiene preocupación por comprender racionalmente, sin quedarse en términos y expresiones usados como lugares comunes, relativos al culto o a la expresividad religiosa por ejemplo. Y no lo hace de manera iconoclasta: en su profundo deseo de razonar se vislumbra una profunda veneración ante la verdad captada. En su sobriedad racional está la admiración ante la concordancia entre las cosas y la inteligencia que las conoce. Sobriedad para dirigirse a lo verdaderamente real, sin miramientos, con una gran independencia interior: “Quien dice la verdad no puede ser vencido.”


De su sobria veracidad nos  habla otra señal característica de Tomás: la extensión que dedica a exponer con precisión y objetividad los argumentos contrarios a sus tesis. Y lo hace sin ironías ni exageraciones, sin introducir matices que debiliten el argumento del contrario. Expone el argumento del contrario con tal deseo de entenderlo que durante muchas de sus páginas se diría que está de acuerdo. Se sitúa en la inteligencia de su contrario, habla por él, quizá con más precisión incluso, con tal mesura y tranquilidad que al lector le parece todo plausible y razonable. Hoy no estamos preparados para tanta ecuanimidad, asevera Pieper.


Tomás no solo deja hablar al adversario, sino que incluso incluye la argumentación que le apoya. Es un estilo que refleja alta calidad intelectual y un amor a la verdad del que carecen hoy tantos. A muchos intelectuales y pensadores de hoy les vendría bien  aprender de ese estilo franco y abierto a la verdad. Por no hablar de tantos políticos y profesionales de la comunicación y opinadores, a los que falta tiempo no ya para intentar entender, sino incluso para escuchar posiciones contrarias a la suya. Por eso se ha perdido en gran parte el espíritu de la auténtica polémica, de la oposición controlada, que es lucha, pero también diálogo, en que cada parte busca los indicios de verdad que puede haber en la otra, en lugar de buscar  sólo cómo tergiversar las palabras de su adversario con tal de parecer más razonables.


El espíritu presente en toda la obra de Tomás es el diálogo para buscar y alumbrar la verdad, un diálogo entre amigos que de entrada no comparten la misma opinión. Pero lleno de rectitud de intención, una rectitud en la que Tomás ve la perfección, más que en actos exteriores de accesis. Para Tomás, es en el diálogo donde aflora la verdad. Por eso cuida la precisión del lenguaje, y antes de continuar hablando se asegura de que estamos de acuerdo en el significado de los términos. Esa actitud estaba presente en sus clases, en su manera de enseñar a los alumnos: enseñanza, dirá, es el diálogo desde la posición del oyente hasta una verdad más completa.


Hoy en día abundan los sofistas, manipuladores del lenguaje, que hacen justo lo contrario: manipular los términos para vaciarlos de contenido. Por eso el resultado es tantas veces un diálogo de besugos del que es imposible extraer ninguna verdad. La postverdad no es otra cosa que el nuevo sofismo, la mentira o deformación de la verdad para vencer al contrario.


La actitud de Tomás ante el conocimiento es valiente, y es abierta. No tiene miedo de alcanzar la verdad, sea cual sea. No rehúye tener que revisar lo conocido hasta ahora para seguir progresando en el mejor conocimiento del mundo. No adopta posturas falsamente definitivas, como quizá han hecho posteriormente algunos tomistas, traicionando a su maestro. Ni siquiera el tomismo es definitivo. Lo que es definitiva es la verdad, que está ahí, esperando que la alcancemos.


Tomás, con su teología abierta al mundo, a la que se dedicó con una energía impresionante y una amplitud de campo y precisión que pocas veces se da en la historia, hizo una aportación inmensa que fortaleció la estructura intelectual del Occidente cristiano, y que sigue dando frutos hasta nuestros días.


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Aunque de lectura algo ardua, el libro de Pieper ayuda a reflexionar e invita a leer a Tomás de Aquino. Un ejercicio intelectual muy recomendable es dedicar cada día unos minutos a leer unas líneas del Doctor Universal de la Iglesia. Pocas cosas ordenan y estructuran mejor la mente, ayudando a desarrollar el arte de pensar.


Puede consultarse esta entrada sobre santo Tomás de Aquino en este blog.