Introducción a Tomás
de Aquino. Josep Pieper
Este libro recoge doce
lecciones de Josep Pieper sobre la figura del doctor de la Iglesia santo Tomás de
Aquino (n. 1225, +1274), una de las mentes más prodigiosas en la historia del
pensamiento humano.
Pieper hace un análisis
del portentoso trabajo intelectual que desarrolló Tomás a lo largo de su vida,
contextualizándolo con los acontecimientos históricos que vivió, tanto
personales y familiares como los referentes al ambiente social, político y
religioso que le tocó vivir.
Destaca en Tomás su
insaciable búsqueda de la verdad, inseparablemente unida a la búsqueda de la Sabiduría que da el conocimiento de Dios. Tomás asume un compromiso formal con
la razón, seguro de que el pensamiento humano es capaz de penetrar la realidad
de las cosas, y seguro también de que es razonable cuanto conocemos por la fe.
Explica Pieper, con imagen
certera, que Tomás realizó su formidable tarea intelectual aproximando los dos extremos
de un poderoso arco. Por un lado Aristóteles, esto es, la realidad natural y la
capacidad de la razón humana para alcanzarla. Aristóteles significa la
afirmación de todo lo que es, sin subjetivismos. Y en el otro extremo, la
Biblia, esto es, esa parte de la realidad del mundo, del hombre y de Dios, sólo
accesible por la Revelación divina, que nos da a conocer lo que resulta
inalcanzable con las solas fuerzas de la razón. Aristóteles en un extremo, la
Revelación en el otro: ese es el poderoso arco que tensó Tomás, con el que alcanzó cotas de sabiduría
insospechadas.
De la calidad de vida de
Tomás nos habla el contenido de su oración. Desde joven hizo a Dios dos
peticiones: alcanzar sabiduría, y ser alegre sin frivolidad, maduro sin
presunción. Tomás no sólo fue un gran filósofo y un gran teólogo. Fue un
místico y un santo. En 1272 sucedió en su interior un hecho prodigioso. Mientras
hacía oración, le fue concedida la contemplación de lo sobrenatural. “Todo lo
que he escrito me parece paja, en comparación con lo que he contemplado”
explicó humildemente después, cuando le preguntaron por qué, desde ese momento,
dejó de escribir.
Nos da idea de la
inmensidad de su trabajo el hecho de que escribió todas sus obras -entre ellas la
descomunal Suma Teológica- en un margen de 20 años, entre 1252 y 1272, y en
medio de continuos traslados por las principales ciudades de Europa. Nunca estuvo más de 2 o 3 años en el mismo destino,
y realizó todos sus desplazamientos a pié.
Destaca en el estilo de
Tomás su sobriedad, su apasionada renuncia a todo lo que encubra o desfigure la
realidad. Se abre a lo real sin esas limitaciones que dicta la subjetividad.
Tiene preocupación por comprender racionalmente, sin quedarse en términos y
expresiones usados como lugares comunes, relativos al culto o a la expresividad
religiosa por ejemplo. Y no lo hace de manera iconoclasta: en su profundo deseo
de razonar se vislumbra una profunda veneración ante la verdad captada. En su
sobriedad racional está la admiración ante la concordancia entre las cosas y la
inteligencia que las conoce. Sobriedad para dirigirse a lo verdaderamente real,
sin miramientos, con una gran independencia interior: “Quien dice la verdad no
puede ser vencido.”
De su sobria veracidad
nos habla otra señal característica de
Tomás: la extensión que dedica a exponer con precisión y objetividad los
argumentos contrarios a sus tesis. Y lo hace sin ironías ni exageraciones, sin
introducir matices que debiliten el argumento del contrario. Expone el
argumento del contrario con tal deseo de entenderlo que durante muchas de sus
páginas se diría que está de acuerdo. Se sitúa en la inteligencia de su
contrario, habla por él, quizá con más precisión incluso, con tal mesura y tranquilidad
que al lector le parece todo plausible y razonable. Hoy no estamos preparados
para tanta ecuanimidad, asevera Pieper.
Tomás no solo deja hablar
al adversario, sino que incluso incluye la argumentación que le apoya. Es un
estilo que refleja alta calidad intelectual y un amor a la verdad del que
carecen hoy tantos. A muchos intelectuales y pensadores de hoy les vendría bien
aprender de ese estilo franco y abierto
a la verdad. Por no hablar de tantos políticos y profesionales de la comunicación
y opinadores, a los que falta tiempo no ya para intentar entender, sino incluso
para escuchar posiciones contrarias a la suya. Por eso se ha perdido en gran
parte el espíritu de la auténtica polémica, de la oposición controlada, que es
lucha, pero también diálogo, en que cada parte busca los indicios de verdad que
puede haber en la otra, en lugar de buscar
sólo cómo tergiversar las palabras de su adversario con tal de parecer
más razonables.
El espíritu presente en toda
la obra de Tomás es el diálogo para buscar y alumbrar la verdad, un diálogo
entre amigos que de entrada no comparten la misma opinión. Pero lleno de rectitud de intención, una rectitud en la que Tomás ve la perfección, más que en actos exteriores de accesis. Para Tomás, es en el
diálogo donde aflora la verdad. Por eso cuida la precisión del lenguaje, y
antes de continuar hablando se asegura de que estamos de acuerdo en el
significado de los términos. Esa actitud estaba presente en sus clases, en su
manera de enseñar a los alumnos: enseñanza, dirá, es el diálogo desde la
posición del oyente hasta una verdad más completa.
Hoy en día abundan los
sofistas, manipuladores del lenguaje, que hacen justo lo contrario: manipular
los términos para vaciarlos de contenido. Por eso el resultado es tantas veces
un diálogo de besugos del que es imposible extraer ninguna verdad. La postverdad
no es otra cosa que el nuevo sofismo, la mentira o deformación de la verdad para vencer al contrario.
La actitud de Tomás ante
el conocimiento es valiente, y es abierta. No tiene miedo de alcanzar la
verdad, sea cual sea. No rehúye tener que revisar lo conocido hasta ahora para
seguir progresando en el mejor conocimiento del mundo. No adopta posturas
falsamente definitivas, como quizá han hecho posteriormente algunos tomistas,
traicionando a su maestro. Ni siquiera el tomismo es definitivo. Lo que es
definitiva es la verdad, que está ahí, esperando que la alcancemos.
Tomás, con su teología
abierta al mundo, a la que se dedicó con una energía impresionante y una
amplitud de campo y precisión que pocas veces se da en la historia, hizo una
aportación inmensa que fortaleció la estructura intelectual del Occidente
cristiano, y que sigue dando frutos hasta nuestros días.
**
Aunque de lectura algo
ardua, el libro de Pieper ayuda a reflexionar e invita a leer a Tomás de Aquino. Un
ejercicio intelectual muy recomendable es dedicar cada día unos minutos a leer unas
líneas del Doctor Universal de la Iglesia. Pocas cosas ordenan y estructuran mejor la mente, ayudando a desarrollar el arte de pensar.
Puede consultarse esta entrada sobre santo Tomás de Aquino en este blog.
Esta otra es una página con información muy completa sobre Tomás de Aquino.
No hay comentarios:
Publicar un comentario