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lunes, 24 de agosto de 2020

Cristianos en la sociedad del siglo XXI

 


 

    

    Paula Hermida acaba de publicar un sugerente libro que recoge su diálogo con monseñor Fernando Ocáriz, prelado del Opus Dei. Elegido tercer sucesor de san Josemaría en 2017, Fernando Ocáriz es físico y teólogo, consultor de diversas Congregaciones Pontificias, entre otras la de la Doctrina de la Fe, y miembro de la Academia Pontifica de Teología.

 

    Paula Hermida es filósofa y teóloga, especialista en antropología. Trabaja como asesora editorial. Está casada y es madre de ocho hijos. Es lógico que una mujer con ese perfil, intelectual inquieta, con sentido práctico y realista y habituada a hacerse preguntas sobre los retos de nuestro mundo, no se conforme con respuestas genéricas o superficiales. Plantea cuestiones presentes en el debate público de modo incisivo y directo, que deja ver que han sido largamente pensadas.  

 

    Hermida ha conseguido así un diálogo diáfano, agudo y penetrante, en el que entrevistadora y entrevistado abren su mente y su corazón ante los retos que la actualidad plantea al mundo y a la Iglesia, y dentro de la Iglesia al Opus Dei. El resultado es un valioso conjunto de luces para entender mejor la actualidad y lo que esta puede estar reclamando de la conducta de un cristiano corriente.

 

    Acelerados cambios sociales, precipitados por la tecnología, han impactado en núcleos esenciales de nuestras vidas, sobre cuyo sentido había amplios acuerdos hasta no hace mucho. El trabajo, devenido en precario o ausente tantas veces. La familia, unida por lazos que parecen debilitarse por momentos. El extraño dilema entre economía y salud, que debemos resolver si queremos una sociedad más solidaria y humana. La perspectiva trascendente, olvidada en un mundo tan ajetreado que no deja hueco a Dios, pero añora el silencio y la meditación…

 

    Ante el prelado de una institución de la Iglesia católica como el Opus Dei, cuya finalidad es extender el encuentro con Dios en el trabajo y en las circunstancias de la vida ordinaria, ese acelerado cambio social, que afecta precisamente a los ámbitos en los que discurre la vida de las personas corrientes, surge la pregunta necesaria: ¿se puede santificar un trabajo precario o inexistente, una relación familiar difícil y dolorosa? ¿Cómo hacer presente a Dios en una sociedad de ritmo estresante y agresivamente competitivo, entre gente cada vez más diversa y polarizada?

 

    Cuando el libro ya estaba listo para la imprenta estalló la pandemia del COVID-19, y ante esa nueva e inquietante situación Hermida amplió sus interrogantes. Las respuestas de monseñor Ocáriz ofrecen una luz y un bálsamo necesarios, que dan al libro una actualidad aún mayor.

 

    La pandemia, con el confinamiento de medio planeta, nos ha hecho vivir momentos sobrecogedores, como aquellas imágenes de la plaza de san Pedro vacía y oscura, con el papa Francisco solo, junto al Cristo Crucificado. Solo, pero acompañado en silencio conmovido por millones de personas en los cinco continentes. 


                       El Papa ante la imagen del Cristo en san Pedro Semana Santa 2020

 

    Sorprende, en ese contexto de inquietud e incertidumbre en el que aún estamos envueltos, la amable serenidad de las respuestas de monseñor Ocáriz. Con sobria precisión -no sobra ni una coma en sus respuestas, va al grano sin perderse en razonamientos ni digresiones- el prelado nos muestra con sencillez una visión sabia de los problemas actuales, y ofrece pautas que la situación quizá reclama de los cristianos de a pié.

 

    En sus palabras destaca la centralidad de Cristo y su amor por los hombres. Mirar a Cristo es descubrir que lo importante en toda situación es la persona, cada persona, y su destino. Aprender de Cristo es enfocar la vida con un sentido de misión, de servicio, con “actitud de agrandar el corazón para que entren las necesidades y sufrimientos de los demás, pero no de manera abstracta” sino comenzando por el cuidado de los que tenemos cerca. La historia se construye con las pequeñas acciones de cada uno en su entorno.

 

    Momentos como los actuales, en los que se percibe con claridad que somos vulnerables, invitan a pensar en el sentido de la vida. “¿En qué estoy empleando esa vida que se me va de las manos?” Esa es la gran pregunta que deberíamos hacernos, dice Ocáriz. Que para un cristiano significa “¿A qué me llama Dios?” Porque para cada uno Dios tiene un plan en el que colaborar.

 

    Paula Hermida plantea también las preguntas que cualquier periodista desearía formular acerca del Opus Dei y su evolución actual. Conservar la fe recibida, dice Ocáriz, no te convierte en ultraconservador, como progresar en la misión de extender la luz de Cristo no te convierte en progresista. Esos clichés no nos dejan ver la realidad.

 

    La esencia del espíritu del Opus Dei es encontrar a Dios en la vida ordinaria. Ese es el núcleo del mensaje que san Josemaría, por inspiración divina, predicó desde 1928, y que el papa Francisco ha querido recoger en su encíclica Gaudete et exultate. La esencia no cambia, cambian las circunstancias, los retos que en cada momento cultural e histórico es preciso afrontar, y eso requiere capacidad de adaptación. La fidelidad a lo esencial lleva consigo adaptación a las circunstancias, porque la fidelidad debe ser inteligente y creativa, para que pueda responder a las necesidades de cada momento y hacer así más efectiva la transmisión del Evangelio en la cambiante vida ordinaria.


El Papa Francisco con el prelado del Opus Dei
                                           El papa Francisco con el prelado del Opus Dei

 

    Dos palabras son claves para la vida cristiana, afirma el prelado: amor y libertad, condición para el seguimiento cercano de Cristo. Dios nos ha creado libres, porque nos ha destinado al amor y no se puede amar sin libertad. Pero son conceptos cuya comprensión ha cambiado la cultura actual, y es preciso devolverles su significado original. Como recordaba Benedicto XVI: “es preciso fortalecer el aprecio por una libertad no arbitraria, sino humanizada por el reconocimiento del bien que le precede.”

 

    Muy sugerentes sus palabras sobre la amistad y el perdón, la reconciliación, el diálogo y la tolerancia, elementos necesarios para la construcción de la convivencia. Cuando el diálogo es difícil, señala, es importante restaurar la relación de confianza. Por eso es importante la amistad, el testimonio personal cercano que hace amable la verdad, a la vez que se aprende de los valores de los demás.

 

    Recordando a san Josemaría, señala que “la felicidad del Cielo es para los que saben ser felices en la tierra”. Algunos piensan equivocadamente que “lo cristiano” consiste en sufrir en esta vida y limitarse a esperar que las cosas sean mejor en la otra. Pero el Cielo no es un premio lejano que nada tiene que ver con la vida actual. Vivir santamente la vida ordinaria es tener ya el cielo en la tierra. Y la misión del cristiano es que su vida se convierta en un oasis de paz y alegría, que consuele y haga más llevaderos los sufrimientos o preocupaciones de quienes tiene cerca. 


Encuentro del prelado con jóvenes en Kenya 


    Un libro para leer despacio, y de vez en cuando volver sobre lo leído, porque en cada repaso apreciamos matices nuevos. Sus ideas y orientaciones, llenas de sentido común y cristiano, permiten entender mejor problemas con los que a diario nos encontramos, y vislumbrar que todos tenemos a nuestro alcance medios para contribuir a mejorar el mundo.


Publicado originalmente en Levante-EMV

 

 

 

 

viernes, 22 de mayo de 2020

Gobernar con autoridad



                                  


Dos mujeres destacan en el panorama mundial por su eficiente gestión de la crisis del COVID: la canciller federal de Alemania, Angela Merkel, de la Unión Demócrata Cristiana, y Jacinda Ardern, Primera Ministra de Nueva Zelanda, del partido laborista. Los analistas destacan que han sabido gestionar la crisis porque se han centrado en resolver el problema y no en buscar imagen ni rédito político.

Esta forma de actuar, centrada en el interés  común, es la que concede autoridad a un político y lo convierte en líder. Para que cualquier organización funcione bien se requieren líderes con autoridad. Pero tener autoridad es distinto de tener poder. El poder puede ser usurpado, la autoridad no. El poder puede ser déspota, la autoridad no. El poder puede mantenerse mediante compromisos oscuros, la autoridad no. 

La autoridad hay que ganársela con ejemplaridad y transparencia. Autoridad es lo que la gente concede a quien es ejemplar en su actuación. Su buen ejemplo genera confianza, y entonces los subordinados le conceden autoridad.

Que el líder sea merecedor de autoridad es un requisito para  el buen funcionamiento de cualquier organización, cuánto más de los gobiernos encargados de regir un país, y por extensión en cuantos se dedican a la noble tarea de la cosa pública.  

Pero la autoridad hay que ganársela día a día actuando con motivaciones trascendentes, esto es, buscando resultados no solo para uno mismo sino para los demás, para el bien común, un concepto que deberíamos recuperar con urgencia. El bien común tiene en cuenta a todos, y no solo a los de tal o cual facción.

La confianza, en la que se basa la autoridad, es más que una suma de votos u opiniones. Se pierde por el uso injusto del poder (cuando quien manda solo piensa en su propio interés y no en el del conjunto social); por no usar el poder cuando y como se debe (por falta de competencia); o por un uso inútil del poder, restringiendo en exceso la libertad de los subordinados en perjuicio del interés de la empresa, o del país.

Lo explican todos los manuales de gestión de las organizaciones.