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lunes, 6 de noviembre de 2023

Leer, escribir, pensar






Estos dos ensayos, uno de Jean Guitton (El trabajo intelectual) y el otro de Josef Pieper (Ocio y vida intelectual), publicados por primera vez en fechas cercanas (1951 y 1948, respectivamente) siguen constituyendo una deliciosa fuente de ideas para la noble tarea de pensar y estudiar, de leer y escribir. 

Destinados originalmente a estudiantes que necesitan aprender a ordenar con rigor su pensamiento, siguen siendo muy útiles para todas las edades en esta ruidosa cultura del siglo XXI, que por momentos parece asfixiar el necesario sosiego para elaborar el propio pensamiento a partir de la multitud de informaciones, no siempre contrastadas,  que recibimos del exterior. 

Anoto algunas ideas extraídas al leerlos.


El trabajo intelectual requiere dos cualidades contrarias: la lucha contra la distracción, para lograr concentrarse; y un distanciamiento respecto al trabajo, puesto que la mente debe alcanzar su altura, debe ser mantenida –como decía Pascal- por encima de su obra. Es el distanciamiento que se traduce en un cierto abandono del ser, en un lenguaje natural, en un quietismo de la voluntad, que a menudo faltan en algunos que son implacables trabajadores, aplicados con paciencia y constancia a su tarea con tal encarnizamiento que están poseídos por lo que saben, en vez de poseerlo y gobernarlo.

Hay que dar un valor absoluto al acto de la atención, a la búsqueda de la perfección formal, al esfuerzo por resolver un problema, a la pena de un día: todo acto de atención, de apoyo, toda búsqueda de perfección minúscula, fuera del beneficio y de todo resultado, encuentra en sí mismo su recompensa.

El esfuerzo intelectual da fruto siempre, aunque no sea en el mismo campo en que se ha aplicado sin éxito: “Si se busca con verdadero cuidado la solución de un problema de geometría y si, al cabo de una hora, no se está más allá de lo que se estaba al principio, sin embargo habremos avanzado durante cada minuto de esta hora en otra dimensión más misteriosa. Sin que se sienta, sin que se sepa, este esfuerzo en apariencia estéril y sin fruto ha puesto más luz en el alma. El fruto se hallará un día, más tarde, en la oración. Se hallará sin duda también por añadidura en un campo cualquiera de la inteligencia, quizá totalmente extraño a las matemáticas (…) Si hay verdaderamente un deseo, si el objeto del deseo es realmente la luz, el deseo de luz producirá la luz… “Los esfuerzos inútiles del cura de Ars, durante largos y dolorosos años, para aprender latín, dieron todo su fruto en el maravilloso discernimiento con el que percibía el alma misma de los penitentes tras sus palabras e incluso tras sus silencios.” (Simone Weil)

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Cómo deben ser las notas para un fichero:

-pocas: tomar nota solo de lo que nos llama la atención, de lo que nos sirve; y despreciar lo demás;

-significativas, dinámicas, adaptables;

-en papel fuerte, a lo ancho (cuando se trabajaba sin ordenadores :-)

-que no contenga cada una más que una sola idea, apoyada sobre uno o varios hechos, o nada más q un hecho cargado con uno o varios significados.

-provistas de una o varias palabras “axiales”, arriba a la derecha, que indiquen las cosas que se podrían hacer con la nota.

-con fecha, para saber en qué edad de la vida se han tomado.

-con referencia exacta del libro fuente.

-legibles, que se puedan transmitir por herencia.

-hacer cuadros sinópticos propios, sobre todo para la historia.

-llevar siempre consigo fichas intercambiables, con un formato que sirva para toda la vida. Anotar la palabra, la información, la inspiración que pasa, atrapándola al vuelo: fichas pequeñas, siempre iguales, que permitan hacer anotaciones en cualquier lugar. (A pesar del móvil y los ipad, muchos prefieren seguir llevando su bloc de notas con boli).

-recomienda no resumir en páginas el contenido de los libros, sino hacer fichas para cada idea y unirlas al fichero: así se aprovechan mejor. (Ahora el ordenador facilita unir ambas opciones.)

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Recuperar el valor del dictado en la enseñanza: en el dictado de los textos más bellos, de pensamientos perfectamente formados, encontramos un ritmo que nos sostiene, un adormecimiento agradable y fecundo.

Las oraciones vocales, vueltas a empezar siempre, siempre, son un dictado al que sometemos a Dios para que nos calme.

Cuando se dice alguna de esas frases con calma, dictando, los alumnos saben q es algo q conviene guardar en la memoria.

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Estilo es la operación que consiste en llenar de sentido el lenguaje.

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Las grandes mentes buscan las influencias, con una actividad que es como la avidez de ser. Es un trabajo muy bueno para los días de enfermedad, de fatiga, para los ratos de vacío o cansancio: buscar la influencia, parafrasear ideas de grandes autores, releerlos y dejarse llevar por ellos. Los alumnos no deberían tratar de escribir por sí mismos demasiado temprano: es preferible que primero se esfuercen por resumir a los griegos, a Aristóteles,… que antes que nada tomen prestado de los buenos, de los mejores que nos han precedido. Sobre este tema es interesante también Por qué leer a los clásicos

 

lunes, 2 de enero de 2023

Algunos libros en la vida de Joseph Ratzinger


 

Lecturas que dejaron huella en Joseph Ratzinger-Benedicto XVI

Peter Sewald, en su espléndida biografía de Benedicto XVI, desgrana, al hilo de sus conversaciones con el papa, algunas de las lecturas que han podido marcar la trayectoria intelectual de Ratzinger desde sus años jóvenes.

Para un intelectual que ha dedicado su vida a buscar la verdad en lo mejor del saber humano y en el tesoro del Evangelio y de los Padres de la Iglesia, es lógico que la enumeración no sea exhaustiva. Pero algunos títulos resultan significativos, y el propio Ratzinger señala que han sido decisivos en el desarrollo de su pensamiento.

 

Amor y verdad. Agustín y Tomás de Aquino

        Ratzinger descubre a san Agustín al leer Las Confesiones, y queda cautivado por su profunda y viva teología, que emana de su experiencia vital, muy distinta a la de Tomás de Aquino.

La lectura de Tomás de Aquino (demasiado impersonal para su gusto, en un principio) no le interpela con esa fuerza, pero la de Agustín sí, profundamente, porque Agustín se muestra como hombre apasionado que sufre y se interroga. Agustín es alguien con el que uno puede identificarse, afirma Ratzinger, porque Agustín ve la propia pobreza y miseria de pecador a la luz de Dios, y a la vez se siente movido a la acción de gracias por el hecho de ser aceptado por Dios y elevado mediante la transformación de su persona.

A Agustín lo veo como un amigo, como un contemporáneo que me habla”, explica Ratzinger. Agustín es “una persona animada por el inagotable deseo de encontrar la verdad, de descubrir qué es la vida, de saber cómo debe vivir uno.”

        La huella de Agustín de Hipona se percibe en los escritos de Ratzinger: “El ser humano es un gran enigma, un profundo abismo. Sólo a la luz de Dios puede manifestarse plenamente también la grandeza del ser humano, la belleza de la aventura de ser hombre.”

Con la lectura de san Agustín, en Joseph Ratzinger arraiga el convencimiento de que no bastan los libros para conocer a Dios: “sólo una profunda moción del alma puede producir abundancia de conocimiento de Dios.”

Pero también el poderoso rigor intelectual de Tomás de Aquino ayudó a configurar su mente. Ya en 1946 su profesor le hizo un encargo que le marcaría: traducir del latín la Cuestión disputada sobre la caridad, de santo Tomás. Debía encontrar las innumerables citas en los pasajes originarios de la Sagrada Escritura, así como rastrear los textos de filósofos y teólogos que menciona Tomás –Platón, Aristóteles, Agustín–, cotejarlos y localizar y registrar capítulo y líneas correspondientes a cada uno de ellos.

Esta tarea propició su encuentro intelectual con Edith Stein, que había traducido por primera vez al alemán las Cuestiones disputadas sobre la verdad.

El amor y la verdad se convertirían con el tiempo en temas centrales de toda la obra de Ratzinger. A su juicio, no puede haber amor sin verdad ni verdad sin amor. Curiosa casualidad: el amor no solo fue su primer tema como teólogo, sino también el tema de su primera encíclica como papa. Su ópera prima en la facultad, con el título de Comunicación sobre el amor, apareció en una tirada de dos ejemplares (el primero, manuscrito; el segundo, mecanografiado); su ópera prima como papa, Deus caritas est [Dios es amor], en una tirada de más de tres millones de ejemplares.

Edith Stein fue canonizada por Juan Pablo II, en presencia de Ratzinger, el 11 de octubre de 1998 en la plaza de San Pedro de Roma. Simultáneamente, el papa polaco declaró a la mártir alemana copatrona de Europa. «Sea consciente de ello o no, quien busca la verdad, busca a Dios», afirmó la carmelita santa.


El futuro de la humanidad. Herman Hess, Guardini, Newman, Orwell

        Influyen mucho en el joven Ratzinger dos obras de Herman Hess: El juego de los abalorios y El lobo estepario. Hess se confronta críticamente con el espíritu de la época.

En El juego de los abalorios hay un asombroso parecido con la trayectoria intelectual y religiosa de Ratzinger: el joven protagonista ingresa en una orden ficticia que busca la verdad mediante el saber y la música, y llega a lo más alto de la orden.

El lobo estepario narra el desgarro anímico de la época: el protagonista es un personaje hipersensible y solitario, hombre de libros y de ideas, buen conocedor de Mozart y de Goethe, criado por padres y maestros cariñosos, severos y muy píos, que vive inmerso entre una cultura europea antigua que se hunde y una tecnocracia moderna que crece excesivamente. Añora los corazones llenos de espíritu, no puede encontrar la huella de Dios en una época tan burguesa, y por eso se siente como un lobo estepario en medio de un mundo cuyas metas no comparte.

        Ratzinger estudió a fondo las obras de Romano Guardini y de J. H. Newman, de Sartre, el Diario de un cura rural, de Bernanos… Todo ello iba dejando huella en su mente, que aprendía a discernir con sentido crítico, a tomar lo bueno y colegir el daño que puede hacer lo malo.

Son obras que ayudan a penetrar y hacerse cargo de los problemas que abruman al hombre de nuestro tiempo. Permiten vislumbrar también los riesgos que acechan a la humanidad, sobre los que Benedicto no ha cesado de reflexionar y poner en guardia con su Magisterio, en el que junto a la racionalidad de los argumentos se percibe la asistencia del Espíritu Santo.

Cuatro de sus lecturas preferidas sobre la peligrosa deriva del mundo han sido 1984 (G. Orwell), Un mundo feliz (Aldous Huxley), Señor del mundo (R.H. Bergson, puesta de relieve y recomendada también por el papa Francisco), y Breve relato del Anticristo (Vladimir Soloiev).

 



Amor y sexualidad. Adam y Joseph Pieper

Los libros de August Adam sobre el amor y la sexualidad influyeron en el pensamiento de Ratzinger. Adam afirma que el impulso sexual no debe considerarse “impuro”, sino un regalo que a través del amor al prójimo alcanza su santificación.

        Estas ideas, junto a las de Josef Pieper en su libro El amor, aparecen en su primera encíclica: Deus caritas est, en la que habla de “sumergirse en la embriaguez de la felicidad”. La encíclica explica la misión caritativa de la Iglesia en el mundo: “Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios permanece en Él.”. Ese es el corazón de la fe cristiana, la imagen cristiana de Dios y la consiguiente imagen del hombre y de su camino en la tierra: “Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en Él.”

        El cristianismo no ha destruido el eros: al contrario, la humanidad de la fe incluye el sí del hombre a su corporeidad, creada por Dios. El eros regalado por el Creador permite al ser humano pregustar algo de lo divino.

        Amor a Dios y amor al prójimo forman una unidad indisoluble. Sin amor al prójimo el amor a Dios se marchita. Sin amor y contacto con Dios, en el otro no reconoceré su imagen divina.

        “El amor es una luz –en el fondo la única- que ilumina constantemente a un mundo oscuro y nos da la fuerza para vivir y actuar. El amor es posible, y nosotros podemos ponerlo en práctica porque hemos sido creados a imagen de Dios.”

 

La nueva física encamina de nuevo a los científicos hacia Dios y hacia la imagen cristiana del hombre.

La Filosofía de la libertad de Wenzl mostró que la imagen del mundo derivada de la física clásica, en la que Dios no desempeñaba ya papel alguno, había sido reemplazada, a consecuencia del desarrollo de las propias ciencias de la naturaleza, por una imagen del mundo que volvía a ser abierta.

La convicción entre los intelectuales con los que se codea Ratzinger en la universidad era que los científicos, «en virtud del cambio radical iniciado por Planck, Heisenberg o Einstein, estaban de nuevo en el camino hacia Dios». Era hora de que la metafísica, es decir, la doctrina de lo que se encuentra detrás del mundo conocido y calculado, volviera a ser de una vez la base común de todas las ciencias.

En resumen: el futuro tan solo podía ser reconstruido sobre una base intelectual, conforme a la idea de la vida que está bosquejada en la liberal y reconciliadora imagen cristiana del hombre.

 

Cambio radical de pensamiento y Filosofía de la libertad.

Si esta obra de Wenzl (Filosofía de la libertad) fue para Joseph impulso para pensar e inspiración, el libro del profesor de teología moral Theodor Steinbüchel Cambio radical de pensamiento se convirtió en lectura clave. Quería conocer «lo nuevo» en lugar de limitarse a una filosofía «manida» y «envasada». El novel estudiante se sentía muy decepcionado por profesores que habían dejado de ser personas indagadoras y, en su estrechez intelectual, se contentaban con «defender lo hallado frente a cualquier pregunta».

En Verdad, valores, poder, de Steinbüchel, Ratzinger leyó frases que le conmovieron profundamente: «El ser humano se da solo ante Dios y solo en libertad; únicamente bajo ambas condiciones es persona». El «conviértete en lo que eres» tiene sentido sólo si se sabe realmente qué es el hombre: ser hacia Dios. Y llegar a ser uno mismo, como exigía Heidegger, solamente es auténtica realización del yo si es incorporado a la relación con Dios, en la que se cumple lo que de verdad son el «hombre» y el «yo».

De ahí que Dios no sea, como sostiene Nietzsche, la muerte y la ruina del hombre, sino su vida: «El garante de su libertad es Dios, porque este lo ha creado como el ser que se trasciende hacia el tú y porque esta trascendencia de su ser tan solo se realiza en la vida de la libertad personal».

Steinbüchel, en su Cambio radical de pensamiento, se basa en la obra poco conocida de Ferdinand Ebner, quien a principios de siglo XX redescubre que la palabra de la revelación no es una construcción del pensamiento, sino hallazgo y recepción, comprensión de sentido que el pensamiento no ha ideado por su propio poder.  Un ser conocido que es la realidad del Dios personal que en su palabra se dirige al hombre perceptor.

Sólo en este dinamismo vivo y decisivo se constituye la existencia humana en su singularidad más profunda, misteriosa y responsable. Ebner construyó una filosofía de la relación yo-tú entre la criatura y el Creador que ponía las bases del existencialismo cristiano y del pensamiento dialógico.

 

Hildegarda de Bringen, sabia, científica y mística

Quizá para nosotros poca conocida, desde su juventud Ratzinger se sintió atraído por la figura de Hildegarda de Bringen, sabia, médica, poeta, compositora y mística, que vivió en el siglo XI y ha sido canonizada y declarada doctora de la Iglesia por él cuando llegó a Papa. Hildegarda amó a Jesucristo en su Iglesia, sin ingenuidad ni timideces: como Benedicto. Seguro que esta santa doctora ha ocupado el papel de guía fiel en el camino espiritual e intelectual de Benedicto.


                           

lunes, 25 de enero de 2021

Ocio y vida intelectual

 


El ocio y la vida intelectual. Josep Pieper

 

Joseph Pieper (1904-1997) es uno de los filósofos más importantes del pasado siglo. Firmemente asentado en la tradición católica y en la filosofía de Tomás de Aquino, reflexiona sobre el momento actual, y lo pone en contraste con riquezas que proceden del manantial seguro de la Revelación y de la idea cristiana del hombre. Lo hace con un lenguaje razonado, no exento de serenidad y belleza, al que se podría aplicar aquella máxima de Confucio: “escritor es aquel a quien la forma supera al contenido.”

 

Sus ensayos sobre cuestiones de antropología son una delicia para el pensamiento, que invitan a la reflexión desde la mirada atenta a nuestra forma actual de vivir. ¿Es correcto lo que hacemos y cómo lo hacemos? ¿No nos estaremos perdiendo algo?

 

Pieper reflexiona sobre el utilitarismo, un mal de nuestro tiempo que consiste en pensar que sólo vale la pena dedicarse a buscar “lo práctico”, y que desprecia lo que aparentemente “no sirve para nada”. En ese marco, el trabajo intelectual, la filosofía, las humanidades, han quedado muy mal paradas, en la categoría de lo “no práctico”. 


Esa mentalidad "práctica" ha eclipsado también el sentido del ocio y su origen festivo. El ocio, dice, es mucho más que carencia de esfuerzo. Es precisamente lo contrario al esfuerzo, que son dos modos de estar en el mundo necesarios. El ocio surge de la fiesta, y es uno de los fundamentos de nuestra cultura. Cuando le sabemos  dar su significado pleno, resulta profundamente humano y enriquecedor de la personalidad. 

 

Pero en una cultura sólo interesada por buscar “lo práctico”, que no considera prioritaria la búsqueda de la verdad, el hombre queda materializado y a merced de las ideologías, incapaz de razonar ante las demagogias, que no han cesado de crecer desde la Revolución francesa.  Porque la filosofía no consiste sólo en buscar la verdad, sino también en comunicarla. Esto es lo grave de nuestra cultura actual: que muchos se hayan habituado a hablar sin comunicar la verdad, sino su interés. Y quien habla sin comunicar expresamente la verdad está manifestando que no respeta al otro como persona humana.

 

Un mal de nuestra época es también el desinterés por los valores heredados. El desprecio hacia lo antiguo por el mero hecho de ser antiguo. Es un error grave: la humanidad avanza precisamente porque tiene sentido de la historia, y sólo sobre el conocimiento de lo mejor del pensamiento pasado se puede construir el progreso. Ya los antiguos lo sabían: “el respeto a la tradición se debe a que en ella está guardado el testimonio acerca del verdadero ser del hombre y del mundo.”

 

Ese utilitarismo de nuestra generación, dice Pieper, procede de una concepción aburguesada de la vida. El aburguesamiento consiste en un embotamiento de la mente, que al percibir sólo lo inmediato material como realidad compacta y definitiva, imposibilita la capacidad de trascender a las verdades que están más allá de lo material. El burgués lo encuentra todo evidente: “lo que se puede contar y pesar, todo lo demás son palabras que se lleva el viento”, viene a decir. El burgués ya no es capaz de asombro.

 

       Pero el asombro es un elemento crucial de la vida. Como la alegría y el deseo de saber, el asombro es la disposición necesaria para descubrir lo nuevo. Lo que suscita asombro también produce alegría. Sin esa capacidad de asombro, la vida se aplana, amuerma y entristece. Pierde fuerza y capacidad de volar alto.

 

Hay una reveladora frase de Fichte: “la filosofía que se elige depende de la clase de hombre que se es.” Pero quizá a esta frase se le podría dar la vuelta: hay que tener mucho cuidado con la filosofía que uno sigue, porque determinará su modo de vida, su ser como persona. Y puede acabar convirtiéndole en un sujeto lamentable.

Josef Pieper

Tomás de Aquino puso el dedo en la llaga al distinguir entre dos tipos de saberes. Hay un saber teórico, cuyo fin es la verdad. Y hay un saber práctico, que tiene por fin la acción. No debemos despreciar el primero, porque sin verdad, que es la guía segura de nuestro destino, el hombre se vuelve prisionero de sus caprichos o de los caprichos de otros más fuertes que él. 

 

En el ámbito de la enseñanza ese utilitarismo, para el que no cuentan los saberes teóricos, ni los bienes inmateriales, acaba revolviéndose contra la libertad académica, que consiste precisamente en estar libre de cualquier fin utilitario. Cuando la ciencia se convierte en pura organización para servir a intereses del poder, la libertad académica desaparece.

 

Señala Pieper que la capacidad de decisión es –entre otras cosas- lo que nos distingue de los animales. Lo más importante de la decisión es que el conocimiento de la realidad sea transformado en resolución de obrar. Todo un reto para el lector contemporáneo, que, mediante la lectura serena de este libro, descubra que hay estilos de vida que bien merecen una decisión para cambiarlos. Nunca es tarde.

 

viernes, 3 de noviembre de 2017

Tomás de Aquino visto por Josef Pieper

Introducción a Tomás de Aquino. Josep Pieper





Este libro recoge doce lecciones de Josep Pieper sobre la figura del doctor de la Iglesia santo Tomás de Aquino (n. 1225, +1274), una de las mentes más prodigiosas en la historia del pensamiento humano.


Pieper hace un análisis del portentoso trabajo intelectual que desarrolló Tomás a lo largo de su vida, contextualizándolo con los acontecimientos históricos que vivió, tanto personales y familiares como los referentes al ambiente social, político y religioso que le tocó vivir.


Destaca en Tomás su insaciable búsqueda de la verdad, inseparablemente unida a la búsqueda de la Sabiduría que da el conocimiento de Dios. Tomás asume un compromiso formal con la razón, seguro de que el pensamiento humano es capaz de penetrar la realidad de las cosas, y seguro también de que es razonable cuanto conocemos por la fe.


Explica Pieper, con imagen certera, que Tomás realizó su formidable tarea intelectual aproximando los dos extremos de un poderoso arco. Por un lado Aristóteles, esto es, la realidad natural y la capacidad de la razón humana para alcanzarla. Aristóteles significa la afirmación de todo lo que es, sin subjetivismos. Y en el otro extremo, la Biblia, esto es, esa parte de la realidad del mundo, del hombre y de Dios, sólo accesible por la Revelación divina, que nos da a conocer lo que resulta inalcanzable con las solas fuerzas de la razón. Aristóteles en un extremo, la Revelación en el otro: ese es el poderoso arco que tensó  Tomás, con el que alcanzó cotas de sabiduría insospechadas.






De la calidad de vida de Tomás nos habla el contenido de su oración. Desde joven hizo a Dios dos peticiones: alcanzar sabiduría, y ser alegre sin frivolidad, maduro sin presunción. Tomás no sólo fue un gran filósofo y un gran teólogo. Fue un místico y un santo. En 1272 sucedió en su interior un hecho prodigioso. Mientras hacía oración, le fue concedida la contemplación de lo sobrenatural. “Todo lo que he escrito me parece paja, en comparación con lo que he contemplado” explicó humildemente después, cuando le preguntaron por qué, desde ese momento, dejó de escribir.


Nos da idea de la inmensidad de su trabajo el hecho de que escribió todas sus obras -entre ellas la descomunal Suma Teológica- en un margen de 20 años, entre 1252 y 1272, y en medio de continuos traslados por las principales ciudades de Europa.  Nunca estuvo más de 2 o 3 años en el mismo destino, y realizó todos sus desplazamientos a pié.


Destaca en el estilo de Tomás su sobriedad, su apasionada renuncia a todo lo que encubra o desfigure la realidad. Se abre a lo real sin esas limitaciones que dicta la subjetividad. Tiene preocupación por comprender racionalmente, sin quedarse en términos y expresiones usados como lugares comunes, relativos al culto o a la expresividad religiosa por ejemplo. Y no lo hace de manera iconoclasta: en su profundo deseo de razonar se vislumbra una profunda veneración ante la verdad captada. En su sobriedad racional está la admiración ante la concordancia entre las cosas y la inteligencia que las conoce. Sobriedad para dirigirse a lo verdaderamente real, sin miramientos, con una gran independencia interior: “Quien dice la verdad no puede ser vencido.”


De su sobria veracidad nos  habla otra señal característica de Tomás: la extensión que dedica a exponer con precisión y objetividad los argumentos contrarios a sus tesis. Y lo hace sin ironías ni exageraciones, sin introducir matices que debiliten el argumento del contrario. Expone el argumento del contrario con tal deseo de entenderlo que durante muchas de sus páginas se diría que está de acuerdo. Se sitúa en la inteligencia de su contrario, habla por él, quizá con más precisión incluso, con tal mesura y tranquilidad que al lector le parece todo plausible y razonable. Hoy no estamos preparados para tanta ecuanimidad, asevera Pieper.


Tomás no solo deja hablar al adversario, sino que incluso incluye la argumentación que le apoya. Es un estilo que refleja alta calidad intelectual y un amor a la verdad del que carecen hoy tantos. A muchos intelectuales y pensadores de hoy les vendría bien  aprender de ese estilo franco y abierto a la verdad. Por no hablar de tantos políticos y profesionales de la comunicación y opinadores, a los que falta tiempo no ya para intentar entender, sino incluso para escuchar posiciones contrarias a la suya. Por eso se ha perdido en gran parte el espíritu de la auténtica polémica, de la oposición controlada, que es lucha, pero también diálogo, en que cada parte busca los indicios de verdad que puede haber en la otra, en lugar de buscar  sólo cómo tergiversar las palabras de su adversario con tal de parecer más razonables.


El espíritu presente en toda la obra de Tomás es el diálogo para buscar y alumbrar la verdad, un diálogo entre amigos que de entrada no comparten la misma opinión. Pero lleno de rectitud de intención, una rectitud en la que Tomás ve la perfección, más que en actos exteriores de accesis. Para Tomás, es en el diálogo donde aflora la verdad. Por eso cuida la precisión del lenguaje, y antes de continuar hablando se asegura de que estamos de acuerdo en el significado de los términos. Esa actitud estaba presente en sus clases, en su manera de enseñar a los alumnos: enseñanza, dirá, es el diálogo desde la posición del oyente hasta una verdad más completa.


Hoy en día abundan los sofistas, manipuladores del lenguaje, que hacen justo lo contrario: manipular los términos para vaciarlos de contenido. Por eso el resultado es tantas veces un diálogo de besugos del que es imposible extraer ninguna verdad. La postverdad no es otra cosa que el nuevo sofismo, la mentira o deformación de la verdad para vencer al contrario.


La actitud de Tomás ante el conocimiento es valiente, y es abierta. No tiene miedo de alcanzar la verdad, sea cual sea. No rehúye tener que revisar lo conocido hasta ahora para seguir progresando en el mejor conocimiento del mundo. No adopta posturas falsamente definitivas, como quizá han hecho posteriormente algunos tomistas, traicionando a su maestro. Ni siquiera el tomismo es definitivo. Lo que es definitiva es la verdad, que está ahí, esperando que la alcancemos.


Tomás, con su teología abierta al mundo, a la que se dedicó con una energía impresionante y una amplitud de campo y precisión que pocas veces se da en la historia, hizo una aportación inmensa que fortaleció la estructura intelectual del Occidente cristiano, y que sigue dando frutos hasta nuestros días.


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Aunque de lectura algo ardua, el libro de Pieper ayuda a reflexionar e invita a leer a Tomás de Aquino. Un ejercicio intelectual muy recomendable es dedicar cada día unos minutos a leer unas líneas del Doctor Universal de la Iglesia. Pocas cosas ordenan y estructuran mejor la mente, ayudando a desarrollar el arte de pensar.


Puede consultarse esta entrada sobre santo Tomás de Aquino en este blog.  



jueves, 19 de octubre de 2017

Fe y cultura. La verdad y la ineludible presencia de lo sagrado.



La fe ante el reto de la cultura contemporánea



Hay libros  cuya relectura siempre aprovecha. Libros que no pasan, porque saben preguntarse por las verdades esenciales de la existencia humana e iluminarlas con aguda inteligencia y las luces que nos aporta la Revelación. 

De esta magnífica obra destaco dos ideas:

a)  la ineludible presencia de lo sagrado en el hombre y en el mundo. Vivir de espaldas a lo sagrado, considerar al hombre como un mero animal superior, es un daño irreparable a cada persona y al conjunto social.

b) la palabra y el lenguaje son –han de ser- manifestación de la realidad. Usar la palabra para desfigurar la realidad, con la mentira o la sofística, es envenenar la convivencia social y a la propia persona. No es posible vivir en la mentira.


Ante una cultura que pretende la ausencia de Dios y niega la espiritualidad, Pieper muestra la evidencia de lo sagrado, su necesidad, y a la vez la radical insuficiencia del procedimiento científico para demostrar la existencia espiritual del hombre. Una vida espiritual que no es una mera yuxtaposición a la vida material, sino que la absorbe y la integra en una única existencia, espiritual y corporal a la vez.

Lo profano y lo sagrado no son dos mundos incompatibles y contrapuestos. Ambos, profano y sagrado, forman la totalidad. La etimología de profano significa que está a las puertas del templo, a las puertas de lo sagrado. Según el pensamiento griego, lo profano acontece en presencia de lo sagrado, no a sus espaldas. 

Por eso decir que hay un mundo fuera de lo sagrado en el que se puede hacer lo que se quiera es una simplificación inadmisible, dice Pieper. Vivir así se vuelve contra el hombre, porque es vivir contra su naturaleza, que es espiritual y corporal. 

San Josemaría, fundador del Opus Dei, explicaba esa natural presencia de lo sagrado en el mundo de un modo mucho más profundo, como parte esencial del mensaje que debía transmitir al mundo: “hay un algo santo, divino, escondido en las situaciones más comunes, que toca a cada uno de vosotros descubrir.” 

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Pieper profundiza en la esencial necesidad de que la palabra y el lenguaje estén ordenados a la verdad, porque es en la palabra donde acontece la verdad.  Pocas cosas hay más dañinas para el ser humano que el desorden en el lenguaje. El orden de cada persona y de la sociedad se funda en un lenguaje ordenado, es decir, un lenguaje que busque y diga la verdad.  

El hombre no puede llevar una vida digna donde reina la mentira. Eso sucede en los regímenes totalitarios,  en los lugares donde se impone el totalitarismo ideológico, o donde impera la sofística, que es el vicio de ocultar la verdad y retorcerla con argumentos falsos. La sociedad no puede permitir el sofisma y la mentira, si quiere sobrevivir.

Pieper señala tres ideas básicas para la vida social:

1)              El bien del hombre consiste en ver las cosas como son, y vivir partiendo de la realidad así captada.

2)      El hombre se alimenta sobre todo de la verdad, y la sociedad vive de la verdad públicamente presente. La existencia es tanto más rica cuanto más ancho es el mundo real que la verdad le permite contemplar.

3)        La verdad acontece en el diálogo, en el lenguaje, en la palabra. Y por eso el orden y la existencia social necesitan del orden en el lenguaje, de que a las cosas se les llame por su nombre, sin desfiguraciones ni reduccionismos.

Es claro que el conocimiento académico se basa precisamente en ese orden de la palabra: esa zona de verdad libre de intereses bastardos (políticos, económicos, ideológicos).  No habría avance del saber si reinara la mentira o el sofisma.  Del mismo modo, un Estado sin ese enclave de libertad se convierte en un Estado totalitario. 

La convivencia social requiere espacios de libertad en los que cada cual pueda exponer sus convicciones libre de simplificaciones partidistas,  de enardecimientos ideológicos, de afectos ciegos. Libres de la denigración del otro como estilo, del ego superficial que inventa titulares tan impactantes como falsos, de la frivolidad formal. 


Por eso, cuando en la vida pública crece ese totalitarismo que intenta restringir la libertad para que cada persona exprese palabras verdaderas,  hay que encender las alarmas y exigir un cambio.