Señor
del mundo.
Robert Hugh Benson. Biblioteca Homo Legens.
Recientemente
el papa Francisco, en una de sus homilías en Santa Marta, sorprendió
recomendando la lectura de esta novela. Su autor, Robert H. Benson, fue el
menor de los hijos del arzobispo anglicano de Canterbury. Su conversión a la Iglesia católica en 1903, y su posterior ordenación sacerdotal, conmocionaron a
la opinión pública inglesa. Falleció en 1914, a los 43 años, dejando atrás una
notable producción literaria. Son famosas sus novelas históricas, evocadoras de
la vida inglesa y su espiritualidad antes de la ruptura con Roma en el siglos
XVI.
Señor del
mundo (Lord of the world) es una ficción futurista que nos sitúa en el mundo al
final de los tiempos. Un misterioso personaje, de personalidad inquietante y
avasalladora, recorre el mundo deslumbrando a los líderes por su dominio de
lenguas y su capacidad persuasiva. Se manifiesta partidario de la paz y el progreso, y moviliza acuerdos
entres las naciones para evitar la guerra. Su liderazgo es tal que las naciones
más poderosas le ofrecen el mando y le rinden pleitesía con temor cercano al
terror. Pero tras el mando vienen las imposiciones…
En el prólogo,
Joseph Pierce afirma que esta novela es igual en calidad literaria a Un mundo
feliz o a 1984, pero las supera en valor profético, porque narra, a la
distancia de cien años, sucesos como los que hoy estamos viviendo. Benson
anticipa los efectos de una humanidad que no acepta la presencia de Dios y
logra imponerse a la religión. Primero la relega al ámbito privado como alarde
de tolerancia, y sin solución de continuidad le declara la guerra buscando su
exterminio, irónicamente en nombre de la paz y la convivencia.
Sorprende,
junto a la calidad literaria, la agudeza de Benson para rebatir algunas afirmaciones poco reflexivas contra la religión.
Al apóstata que dice que la religión es absurda le pide rigor intelectual: la
religión puede ser verdadera o falsa, pero no absurda; afirmar que es absurda
sería descartar a personas virtuosas que creen en ella, y eso es soberbia,
presunción y falta de inteligencia.
Es
significativo el diálogo sobre la amistad y el corazón con el sacerdote que
pierde la fe: sólo con sentimientos o elemental cortesía no se es amigo. Y el
corazón hay que cuidarlo, guardarlo bien, porque es un don tan divino como la
inteligencia. Descuidarlo mientras se
busca a Dios es buscarse la ruina.
Deslumbra
también su finura interior, en algunos pasajes en los que muestra la vida
espiritual del protagonista. Así, cuando describe el acto de presencia de Dios
con el que comienza cada día su oración personal, buscando la abstracción de
los sentidos, de los problemas inquietantes que le rodean, para centrar toda su
atención, su corazón y su mente en Dios, y abandonarse y dejarse enseñorear por Él.
De la
importancia de la vida y obra de Benson da fe otro converso y prolífico
escritor, Ronald Knox, quien afirmó que “siempre le he visto como un guía que
me condujo a la verdad católica”. Impresiona la cadena de grandes intelectuales
ingleses conversos, que mutuamente se han influenciado con su vida y sus
escritos: JH Newman, Chesterton, Benson, Knox,...
Vale la pena
leerles. Se aprende a hacer prevalecer el sentido común, al menos en la propia
conciencia, y a no dejarse arrastrar por la corriente, tan facilona como suicida. Porque cuando la
humanidad prescinde de Dios, se vuelve feroz contra sí misma.
Y además lo ha
recomendado el Papa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario