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martes, 23 de marzo de 2021

El relativismo en Europa

 


Sin raíces: Europa. Relativismo. Cristianismo. Islam. Marcello Pera. Joseph Ratzinger. Ed Atalaya.

 

El senador italiano Marcelo Pera -que fue presidente del Senado de su país- y el cardenal Ratzinger –más tarde Benedicto XVI- analizaron en este libro, desde sus distintas perspectivas, la preocupante situación de Europa, un continente cuyos líderes parecen perdidos al haber renegado de sus raíces cristianas.

 

Un amplio número de gobernantes europeos niega la existencia de valores universales, y se somete al imperio de un lenguaje tan “políticamente correcto” que les impide conocer la realidad, con el consiguiente perjuicio para los ciudadanos.

 

El oscurecimiento de la realidad lleva por ejemplo a autodenominar “legislaciones laicas” a leyes agresiva y dogmáticamente laicistas. El “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” termina por convertirse en un rechazo frontal incluso a la simple mención de Dios en la vida pública.

 

Marcelo Pera, además de político y hombre de Estado, es un pensador, profesor de filosofía de la ciencia. Joseph Ratzinger, por su parte, es teólogo, y una de las mentes más preclaras de nuestro tiempo. Parten de esas dos ópticas distintas, pero la poderosa categoría intelectual de ambos les lleva a identificar las mismas causas y posibles remedios a la triste situación de Europa, a la que juzgan en irremisible decadencia si no corrige su rumbo.

  

Esa Europa que ahora parece una gran Babilonia, sin norte y caótica en sus directrices, sólo sobrevivirá, afirman, si no pierde la conciencia de los valores morales compartidos e intangibles, que hicieron posible el surgimiento de nuestra civilización. Renunciar a esos principios para sumergirse en el relativismo supondría la autodestrucción de la conciencia europea y el vaciamiento de su identidad.

 

El libro no se detiene en consideraciones genéricas, sino que concreta una serie de propuestas que a juicio de los autores deberían formar parte de la Constitución europea, que por aquel entonces se estaba fraguando, y que acabó convirtiéndose en un nebuloso Tratado Constitucional que en 2006 no logró laratificación de los Estados miembros de la Unión.

 

Entre las propuestas que tanto Ratzinger como Marcelo Pera consideran que la Constitución de Europa debería recoger con nitidez destaco estas tres:

 

1.  Presentación clara y sin condiciones de la dignidad de la persona y los derechos humanos como valores que preceden a cualquier jurisdicción estatal. No son derechos creados por el legislador ni otorgados a los ciudadanos, sino que existen por derecho propio, el legislador ha de respetarlos siempre, son valores de orden superior. Existen amenazas muy reales contra este principio hoy en día, especialmente  en el campo de la medicina: manipulación genética, clonación, conservación de fetos humanos con fines de investigación, eutanasia y eugenesia…

 

2.  Definición clara de matrimonio y familia: matrimonio monogámico, de un hombre con una mujer, célula en la formación de la comunidad estatal.  Matrimonio y familia forman parte de la identidad europea, le han dado su rostro particular y su humanidad. Si esa célula básica cambiase esencialmente, Europa dejaría de ser Europa. Sabemos que tanto el matrimonio como la familia están siendo atacados brutalmente en su base. Políticas fiscales que penalizan la unión matrimonial y desalientan la natalidad; dificultad de acceso a la vivienda de los más jóvenes; facilidad del divorcio; pretensión de un reconocimiento de las uniones homosexuales como equiparables al matrimonio: esto, afirman, nos saca de la historia moral de la humanidad, que hasta ahora nunca ha olvidado que matrimonio esencialmente es la unión de un hombre con una mujer, que se abre a los hijos y así a la familia. No se trata de discriminación, sino de lo que es la persona humana en cuanto hombre y en cuanto mujer, y qué unión puede recibir la forma jurídica llamada matrimonio. Equiparar la unión homosexual al matrimonio es disolver la imagen del hombre, y tiene unas consecuencias morales y sociales graves.

 

3.  La cuestión religiosa: es preciso reconocer el respeto a lo que para el otro es sagrado en el sentido más alto: o sea, el respeto a Dios. Ese respeto es lícito suponerlo también en el que no está dispuesto a creer en Dios. De hecho, se respeta la fe de Israel, y se multa a quienes la ofenden. También se multa a quien ofende al Islam. Pero cuando se trata de Cristo y de lo que es sagrado para los cristianos, parece que cambia el enfoque: ahí el bien supremo es la libertad de opinión, y limitarla sería amenazar la tolerancia y la libertad.  Pero la libertad de opinión tiene justo ese límite: no puede destruir la dignidad y el honor del otro. No es libertad para mentir o destruir los derechos humanos.

 

Al no reconocer estos y otros principios esenciales, el llamado Tratado constitucional ha quedado en un texto poco claro, que suscita controversias, y que decaerá si no se corrige: no podrá sostenerse mucho tiempo sobre terreno incierto y desenraizado.  

 

Como esperanza, Marcelo Pera y Ratzinger coinciden en que el destino de una sociedad depende siempre de minorías creativas que sepan asumir sus responsabilidades. Minorías que actúen como fermento en Europa y en cada una de las naciones que la componen, mostrando los puntos inconsistentes, la razonabilidad de sus propuestas para hacer viable el entendimiento y mejorar la convivencia, y no dejándose someter a las imposiciones -tan dogmáticas como inhumanas- del relativismo y del laicismo ateo.

 

 

domingo, 2 de diciembre de 2012

Reflexiones de Joaquín Navarro Valls, portavoz de Juan Pablo II




Recuerdos y reflexiones. Joaquín Navarro Valls. 



    Conjunto de artículos, en su mayor parte publicados en el diario italiano La Reppublica, que recogen comentarios personales del que fue una de las figuras más conocidas del pontificado de Juan Pablo II.

     Ofrece su visión particular de algunos de los acontecimientos más significativos en el mundo desde 1984 (año en que fue nombrado director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede y portavoz de Juan Pablo II) hasta 2010. Su colaboración estrecha con Juan Pablo II le permite ser testigo presencial, y en ocasiones protagonista, de algunos de los hechos más relevantes que marcaron el pontificado, y con él la historia reciente: los viajes a la Polonia todavía comunista, las relaciones con Gorbachov y la caída del muro de Berlín y el bloque soviético, el viaje a Cuba y las entrevistas con Fidel Castro, o la cumbre de la ONU en Pekin, entre otros.

recuerdos y reflexiones sobre la historia y la actualidad-joaquin navarro valls-9788401390715

     Para Juan Pablo II, resalta Navarro Valls, el comunismo no era una cuestión de ideas, sino de derechos humanos conculcados y pisoteados. Ese convencimiento está en la base del histórico entendimiento que logró con el líder de la Rusia comunista, Mijail Gorbachov. Entre ambos surgió una sintonía que sorprendió al mundo. El hecho de que ambos fueran eslavos facilitó que sus conciencias éticas vibraran al unísono, comprendieran las respectivas posturas y afrontaran con realismo el modo mejor de resolver los problemas.

     Son especialmente significativas las reflexiones de Navarro Valls respecto a la democracia , el laicismo y la religión. Es sin duda uno de los mayores retos que tiene planteado Occidente y su sistema político. Resalta que la democracia es el valor más alto compartido de nuestro tiempo, capaz de incluir a todos los demás valores, siempre que no se devalúe su significado con sucedáneos espúreos. Democracia significa fundamentalmente pluralismo, respeto a los demás, tolerancia y valoración de las diferencias, realización política de ideas rechazando la lógica del poder exclusivo, visión moderada y heterogénea de la sociedad, rechazo de propuestas radicales de elección de bando y designación de enemigos que hay que abatir o normalizar.

     Sin embargo el laicismo extremo está corrompiendo gravemente esos valores esenciales de la democracia. Al tratar de expulsar la religión, el laicismo introduce una forma particular de confusión entre el ámbito político y el religioso. La religión es un derecho fundamental de personas que son ciudadanos y creyentes, que ven injustamente limitada y conculcada su libertad por ese laicismo excluyente. Erróneamente el laicismo piensa que la religión tiene que ver primaria y esencialmente con la Iglesia, y no se da cuenta de que antes incluso es un derecho de la persona que se debe respetar.

     Del mismo modo el laicismo debe descubrir que hay un espacio propiamente religioso en la política: es el ámbito de los valores fundamentales, que se expresan en las reglas que un pueblo se da, de cuando en cuando, voluntariamente. La política no puede desligarse de la religión sin perder coherencia, alcance y validez ética además de humana.

     Se refiere también Navarro Valls a la frecuente manipulación semántica, por ejemplo en el caso del término laico. Es laico, aunque su fe sea católica, todo el que ejercita su derecho de participar en la vida civil y de pensar en una política coherente con sus propios valores éticos, sean estos más o menos religiosos. Seguirá siendo laico, aunque sea católico, porque ninguna instancia le obliga a ser “católico oficial”.

     Hay muchas maneras de reprimir la religión, o de impedir la expresión púbica de las opiniones religiosas. Una es negar la palabra expresamente a sus representantes, como hizo Sudáfrica con el Dalai Lama en 2010, por presiones económicas de China. Otra modo de represión, más solapado pero no menos grave, es manejar el mensaje ridiculizándolo, usando el mismo mecanismo con el que se menoscaba la credibilidad de un testigo durante un proceso para impedir que convenza al tribunal. Eso es lo que se hizo, por ejemplo, en los medios de comunicación occidentales con las declaraciones del Papa sobre el uso del preservativo en su viaje a Camerún y Angola.

     Por desgracia hay medios que nos tienen ya acostumbrados a esa rutina ridiculizante, pero hacen daño grave a la democracia, y nos hacemos daño todos dándola por inevitable.

     Políticos, periodistas, intelectuales, y cuantos se interesan por la vida pública, deberían descubrir que la libertad de palabra de las autoridades espirituales es señal de solidez democrática: una democracia se alimenta de la libertad con la que los líderes espirituales pueden expresar sus visiones del mundo, sin tener que pedir autorización ni a políticos, ni a grupos de presión ideológicos o financieros.

     Un libro valioso que ayuda a pensar sobre cuestiones actuales, desde la experiencia de alguien que ha estado, y en buena medida sigue estando, en puestos privilegiados del devenir histórico.

lunes, 26 de noviembre de 2012

Cristianismo y laicidad (I)






Cristianismo y laicidad. Historia y actualidad de una relación compleja. Martin Rhonheimer Ediciones Rialp


          Análisis valiente y objetivo de la historia de las relaciones, tensas con frecuencia, entre la Iglesia y las diversas formas laicas del Estado democrático. Esa tensión será siempre necesaria y constructiva, pero también ha procedido muchas veces de errores humanos.

 

En la Iglesia católica no existe acerca del Estado una doctrina dogmática, ni puede haberla, salvo los elementos anclados en la Tradición y en la Sagrada Escritura, que apuntan como principio invariable, genuinamente cristiano, a la separación de la esfera religiosa y la estatal-política.  

 

Sin embargo, circunstancias históricas contingentes han llevado en ocasiones a mezcolanzas alejadas de ese carisma original, que consagró la separación de la esfera política y religiosa. Pero el cristianismo no es una ideología o programa político que tienda a su perfecta realización. Al contrario, la Iglesia tiene como método propio el respeto a la libertad.

 

El concilio Vaticano II, que en tantos puntos supuso una profundización y redescubrimiento de valores primigenios presentes desde siempre en el cristianismo, ha reafirmado con fuerza y claridad esa separación dualista.  Y al reconocer los principios políticos de la democracia constitucional, se ha reconciliado con una parte esencial del propio legado cultural de la Iglesia, en un giro hacia lo más congruente con el espíritu del Evangelio. Cfr. por ejemplo la Declaración sobre la libertad religiosa, Dignitatis humanae.

 

Rhonheimer es incisivo al analizar el origen de algunas hostilidades del laicismo hacia la religión. En parte parecen proceder de la pretensión de la religión de ser representante de una verdad superior, y de unos valores objetivos,  capaces de someter al poder político y a la libertad civil a una valoración moral conforme a criterios que reclaman ser verdaderos. El laicismo se escandaliza de una religión que  se presenta como fuente y garantía última de valor también para la comunidad política democrática .

 

La concepción integrista de la laicidad, por su parte, intenta fundar un nuevo poder espiritual en el que lo moralmente bueno será lo que decida la mayoría, y no admite que la Iglesia católica pretenda relativizar y someter a juicio las realidades terrenas. Si en la Roma pagana  el Imperio no admitía más religión que la del Estado, ni más dios que al César, ahora la versión integrista del laicismo parece emular al Imperio, e  intenta imponer con la fuerza del poder estatal la verdad de la no existencia o irrelevancia de Dios y de la religión.

 

La Iglesia reconoce y considera un valor la laicidad, esto es, la autonomía de la esfera civil de la esfera religiosa y eclesiástica. Pero insiste en que no es autónoma de la esfera moral. Reconoce que la legalidad y la corrección de los procedimientos democrático son valores morales; pero afirma que no son valores morales absolutos, y que en un sistema político no totalitario deben existir consideraciones morales de orden superior, como el derecho natural, por encima de la legalidad y de las mayorías.

 

La Iglesia no exige al laicismo que reconozca como verdadera su pretensión de ser fuente y garantía última de valor. Pero el laicismo tampoco tiene que considerar ataque a la laicidad la presencia pública de esa pretensión, ni su influjo en la sociedad. La Iglesia expone su enseñanza con un poder moral, no coativo, y respetando la legalidad. Eso no debería molestar a nadie en  una sociedad abierta y plural: sólo sería molesto para quienes tienen una concepción integrista y totalitaria del Estado.

 

Rhonheimer señala también una pretensión incongruente del laicismo: el intento de negar legitimidad civil y laicidad a quienes se identifican con verdades morales que también son enseñadas por la Iglesia. A menuda se considera ”laica” simplemente a aquella postura que quienes se autodenominan “laicos” consideran deseable, lo que no deja de ser un escamoteo del debate político, sustituído por el intento de descrédito del interlocutor. Esto lo vemos por ejemplo con consignas del tipo “por una enseñanza laica”. ¿No querrán decir “sin religión”? Porque tan laica es la opinión de quien piensa que es buena la presencia de la religión en la escuela como la opinión contraria, si proceden de ciudadanos libres.

 

lunes, 3 de mayo de 2010

LIBERTAD DE EXPRESIÓN






El derecho fundamental a la información requiere libertad de expresión para informar. Esto lo sabemos todos. En lo que quizá no estamos tan de acuerdo es en calibrar hasta qué punto se respetan estos derechos aquí y en el mundo en general. Uno percibe cierta desproporción en los juicios, y no se puede tratar como partes iguales lo que es profundamente desigual.

No existe en absoluto libertad de expresión en muchos lugares del planeta. No la hay en China, aún anclada en un comunismo que no admite disidencias. Ni en Cuba, donde no hay libertad ni de expresión política, ni de nada medianamente reticente con el régimen de Castro, una reliquia del cavernario socialismo stalinista. De Corea del Norte ni hablemos. En Venezuela el régimen chavista, inspirado en el comunismo de Castro, aprieta férreamente las gargantas de los opositores, y veremos en qué para si nadie planta cara a sus atropellos.

En la mayor parte de los países de mayoría musulmana uno se juega la vida si pretende hacer uso de su derecho a la libertad de expresión, mayormente de expresión religiosa, que es la libertad fundamental, porque el hombre sin Dios acaba siendo un número sin importancia. Ni siquiera se puede expresar tranquilamente a solas a un musulmán lo que uno piensa en materia religiosa, porque puedes acabar en la cárcel, o expulsado del país, acusado de ‘inquietar al musulmán en su fe’. Muchos musulmanes son perseguidos, incluso hasta la muerte, si manifiestan interés por una religión distinta. No está muy fuerte la libertad de expresión en los países musulmanes.

La libertad de expresión en las democracias occidentales está bastante más desarrollada. Pero es preciso reconocer, que siendo superior, tiene no pocas deficiencias. Hay una fuerte presión contra el que trate de emplear un lenguaje que no coincida con el de la ideología dominante, el laicismo relativista, convertido en la nueva religión oficial. Las frases y expresiones ‘políticamente correctas’ son obligatorias, si uno no quiere sufrir acoso y mobbing. ¿Quién se atreverá ahora, por ejemplo, a recomendar a sus hijos la lectura de Blancanieves y los siete enanitos? El nuevo dogma de la ideología de género tiene su lista negra de lo que no se permite leer. Una lista negra que sigue creciendo día a día.

Tampoco anda muy allá la libertad de expresión en nuestros medios de comunicación. Periodistas y columnistas están con demasiada frecuencia férreamente atados a la batuta de los que mandan en la empresa informativa. Un silencio sepulcral se cierne sobre pautas de conducta impuestas y nunca, o muy pocas veces -porque la valentía no es tan frecuente como algunos se autoatribuyen- denunciadas ni reconocidas.

Y luego están otros temas, que también lesionan la libertad de expresión. Que si esta foto sí porque salgo bien, que si esta no porque salgo peor. Mal hecho. Pero reconozcamos que hay lesiones y lesiones. Es preciso reconocer y denunciar la existencia de gravísimas ‘deficiencias’ de la libertad de expresión, si uno quiere tener autoridad para denunciar otras de orden menor. Y poner cada una en su sitio, ordenadas jerárquicamente. Y reconocer las deficiencias en el propio entorno, antes de denunciarlas en el entorno del contrario. Porque el truco de manipular haciendo ‘partes iguales’ de lo esencial y cuantitativamente diverso, descrito magistralmente por Vladimir Volkoff, ya está muy visto.

Siempre he pensado que deberíamos celebrar, junto a la libertad de expresión, su complemento necesario: la expresión veraz, proporcionada y responsable. Nunca somos más auténticos que cuando usamos la libertad para decir la verdad, y no lo que nos interesa.


Jesús Acerete
Director de Programas de la Fundación COSO