El
Secretario para las Relaciones con los Estados de la Unión Europea, Mamberti,
ha dirigido un breve discurso a los embajadores de países de la UE acreditados
ante la Santa Sede el pasado 11 de junio.
Europa
no se encuentra a sí misma, les ha dicho, y no se encontrará mientras no sepa
mirar con agradecimiento a sus propios orígenes y los valores que la
caracterizan.
No
ha brotado por generación espontánea el reconocimiento de la dignidad de la
persona humana, o el profundo sentido de la justicia y de la libertad, el valor
de la laboriosidad, el espíritu de iniciativa, el amor a la familia, el respeto
a la vida, el deseo de cooperación y paz...
Todos
ellos son valores cristianos, muy alejados de las leyendas negras que con
pasión morbosa nos hemos dedicado a fabricar para auto-calumniarnos.
Europa
nació cristiana, y sólo permanecerá si es fiel a esos valores que la han
cohesionado. Esa fue la visión de los padres de la UE: Robert Schuman,
Alcide de Gasperi, Konrad Adenauer... El mundo necesita de sus valores,
pero no sabrá aportarlos si los mira con desprecio.
Europa
tendrá algo bueno que ofrecer al resto de la humanidad si vuelve a reconocer
agradecida sus orígenes, y construye sobre ellos con creatividad el
futuro.
Sí,
es verdad que ha habido errores, personales y colectivos. Pero la semilla
de la doctrina estaba ahí, en nuestros orígenes, y a lo largo de los siglos, a
trancas y barrancas, ha dado lugar a una civilización nunca jamás soñada en la
historia.
Y
los errores, reconozcámoslo con amor a la verdad, se han debido unas veces
al abandono personal o colectivo de la coherencia cristiana, y otras
directamente a la negación personal o colectiva de Dios.
¿Hay
que recordar que los mayores crímenes contra la humanidad los han causado el
régimen nazi y los regímenes comunistas, todos ellos ateos?
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