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martes, 16 de marzo de 2021

El imperio de los dragones

 


El imperio de los dragones. Valerio Massimo Manfredi. Ed Grijalbo.

 

Novela histórica basada en la leyenda de la legión perdida, que supuestamente escapó a la gran matanza de romanos a manos de los persas, en Cade, en el año 53 a.C. Según dicha leyenda, los restos de la legión habrían llegado hasta los confines del imperio chino durante la dinastía Han, y se establecerían en aquella región.

 

La acción transcurre tres siglos después. Un alto mando del ejército romano, Metelo, con apenas 12 soldados más de la guardia del emperador, sobrevive a un ataque a traición de Sapor I de Persia al emperador Valeriano, que es hecho prisionero cuando se dirigía a una entrevista pactada con Sapor. Llevados al interior de Persia y condenados a trabajos forzados en condiciones miserables, muere Valeriano, pero los demás consiguen escapar. Un misterioso personaje les sigue a distancia.

 

Con la ayuda providencial de Daruma, un comerciante indio que hace la ruta de la seda entre Oriente y Occidente, que esperaba al personaje misterioso, consiguen cruzar fronteras y llegar hasta China. Allí les espera una formidable aventura, pues el misterioso acompañante es un príncipe de la dinastía Han a quien intentan arrebatar el trono. Los romanos le ayudarán a rescatarlo.

 

El valor de la novela a mi juicio son las recreaciones de lo que debió ser la vida y la cultura en los lugares por los que trascurre la acción: forma de viajar, uso de las armas, costumbres y tradiciones,… tanto entre los romanos como entre persas y chinos. Se nota la condición de arqueólogo del autor, y también su dominio de la topografía del mundo antiguo, materia en la que es especialista.

 

Manfredi recuerda, en nota al final del libro, que toda la trama es fruto de su imaginación, y que la llegada de soldados romanos a un lugar tan lejano, aunque no puede excluirse a priori, debería basarse en documentación más consistente.

 

Sin embargo, nos informa también de que sí existen documentos fehacientes respecto al viaje que emprendió un mariscal chino en el año 97 y 98 después de Cristo, para restablecer el orden y la seguridad en la Ruta de la Seda. Llegó hasta el mar Caspio, y desde allí envió a su ayudante para entrevistarse con el emperador romano, pues los chinos tenían noticias del Imperio mítico de occidente al que llamaban Gan Ying.

 

Cuando ya estaban muy cerca de la frontera, sus guías persas, temerosos de un pacto directo entre China y Roma, que haría perder el papel de intermediarios a los persas, engañaron al emisario chino con las distancias, asegurándole que aún faltaban semanas e incluso meses hasta la frontera. Esto desanimó al enviado, que decidió regresar a su tierra.  

 

Quién sabe el impacto histórico que hubiera tenido ese encuentro entre las dos civilizaciones más grandes del momento. Al parecer tanto China como Roma tenían muchas cosas en común: la organización de las fuerzas armadas, las colonias militares, el sistema de comunicaciones, la manera de medir y dividir la tierra, la idea de frontera y amurallamiento. Quizá incluso tenían los mismos enemigos en ese momento: los hunos, llamados así  por los romanos, que bien podrían ser aquellos a quienes los chinos llamaban Xiong Un, bárbaros que les atacaban por el norte.

 

Manfredi resalta que China, al contrario que Roma, ha sobrevivido cuatro milenios con su tradición, su civilización y su cohesión estatal. Pero quizá olvida que Roma, aunque desapareció como Estado, fue la cuna que meció los primeros respiros del cristianismo, y ha brindado a Occidente y a todo el mundo una base sobre la que construir y desarrollar la más lograda civilización que nunca vieron los siglos, a pesar de los pesares.

 

 

lunes, 8 de septiembre de 2014

La columna de hierro. Una gran novela sobre la vida de Cicerón


 
                                                        

La columna de hierro. Taylor Caldwell. Ed. Maeva 



Biografía  novelada de Marco Tulio Cicerón. Nacido en  el año 106 y muerto en el 46 antes de Cristo, vivió en momentos de esplendor del  Imperio Romano, cuando mentes lúcidas como la suya ya intuían su inevitable declive,  a causa de la ambición y corrupción de la clase dirigente. 


Antes de comenzar a redactar el libro, Taylor Caldwell realizó junto a su marido un gran trabajo de documentación, que comenzó en 1947 con la traducción de todas las obras y correspondencia de Cicerón, conservadas en el Archivo Vaticano. Empleó después  un total de siete años en la redacción del libro, que iba acompañada de un arduo trabajo de investigación  para recrear con detalle la vida y costumbres de la época. 


Taylor ve un terrible paralelismo entre  la historia de la República Romana y la de los Estados Unidos de América (y de todo  el Occidente contemporáneo, podríamos añadir).   El menosprecio  de las naciones a las normas establecidas en la Pax Romana, que pretendía  un  gobierno mundial conciliador, le parece muy similar al desprecio actual  a la letra de la Carta de las Naciones Unidas. Cicerón lo advirtió, con frase de Aristóteles: “Las naciones que ignoran la Historia están condenadas a repetir sus tragedias”.  

Fue el mejor jurista y abogado de Roma. Sus dotes oratorias, bien cultivadas durante años, eran espectaculares, con un enorme poder de seducción. Sus famosos discursos contra Catilina, verdaderas arengas a favor de la libertad,  están construidos con tal perfección que podría repetirlos  un político actual.  “La libertad no significa aprovecharse de las leyes con intención de destruirlas. No es libertad la que permite que el caballo de Troya sea metido dentro de nuestras murallas y que los que vienen dentro sean oídos con el pretexto de la tolerancia”. 

 

Destacó además como escritor, poeta, filósofo, moralista y político. Introdujo en Roma la savia de la filosofía griega. En un mundo en que no estaba de moda la moral, trató siempre de interrogarse acerca de  la bondad o maldad de los actos humanos, y especialmente de los actos de los políticos, que deberían trabajar a favor del pueblo y tantas veces lo utilizan para su propio provecho personal, con una retórica manipuladora y disfrazada de palabras de democracia. 


Defendió que los derechos de los hombres están por encima de los del Estado, que la libertad nunca debería ser amenazada por leyes perversas. Denunció y desafió a los dictadores y el ansia de poder de los hombres malvados que se hacen con los recursos del Estado.  Murió asesinado precisamente por orden del  Estado, durante el triunvirato de Marco Antonio, Octavio y Lépido. Los poderosos no soportaban sus alegatos acerca de la necesidad de que el poder respete la ley: “El poder y la ley no son sinónimos. La verdad es que con frecuencia se encuentran en irreductible oposición”.  


El diálogo con la pragmática Terencia, su mujer, refleja el dilema de todo hombre honrado, que prefiere mantenerse alejado de una política en la que sólo suelen triunfar los más astutos o los que compran cargos: “La virtud, las dotes de mando o la capacidad son cualidades que no cuentan para nada. Si sólo se hubiera de elegir a hombres virtuosos y capaces, seguro que la mitad o más de los cargos de Roma quedarían vacantes” (505). Denunció a los “políticos que retuercen la verdad sobre sus adversarios y trabajan por difundir falsedades acusatorias hasta convertir al inocente en culpable a los ojos del pueblo” (714): nihil novum sub sole!


Pero una frase de Pericles pone el dilema en su punto justo: “No decimos que el hombre que no se interesa por la política se ocupa tan sólo de sus propios asuntos. Lo que afirmamos es que no tiene nada que hacer en este mundo”. (148) La política precisa de personas honradas, dispuestas a sufrir si llega el caso el odio y la ingratitud de las masas, manipuladas con tesón y constancia precisamente por quienes sólo buscan en la política su propio provecho. (703)


Sus tratados sobre los deberes para con Dios y para con la patria, especialmente De Republica, continúan siendo citados dos mil años después de ser escritos. Igualmente famosas son sus cartas a Ático, su editor, quien supo valorar la calidad de sus textos: “edades  aún por nacer serán las receptoras de tu sabiduría y todo lo que has dicho y escrito  será una advertencia para naciones aún desconocidas”.  


También se conserva una amplia correspondencia con  Julio César, gran amigo desde la infancia, aunque siempre hubo entre ellos una relación de amor y odio. Cicerón conocía bien a César y no se fiaba de sus intenciones. Sabía que era un trepador. César dijo de él con su cinismo habitual: “Siempre querré a mi pobre Marco (Tulio Cicerón), que jamás cesó de buscar la virtud, sin comprender que no existe en este mundo”.


El ansia del Dios verdadero, patente en la obra de Cicerón, está muy bien reflejada en el libro.  Cicerón conoció el judaísmo y las profecías de la Sagrada Escritura acerca de la venida del Redentor del mundo. Sus escritos revelan que participó de la gran expectación universal que estremeció en su época a  hombres justos de todas las naciones. Sentían próximo el Nacimiento de un Salvador que devolvería al mundo su inocencia original, y rezaban al Dios desconocido que liberaría a la humanidad  de la tiranía del mal y del pecado.  “Ha sido prometido a todos los hombres que tienen oídos para oír y alma para comprender” (725). 


Conocía el texto de Sócrates: “A los hombres les nacerá el Divino, el Perfecto, que curará nuestras heridas, que elevará nuestras almas, que encaminará nuestros pies por el sendero iluminado que conduce a Dios y a la sabiduría, que aliviará nuestras penas y las compartirá con nosotros, que llorará con el hombre y conocerá al hombre en su carne, que nos devolverá lo que hemos perdido y alzará nuestros párpados de modo que podamos ver de nuevo la visión”. (420) 


La lectura del libro de Job le deslumbra. “El hombre no ha sido creado para que se compadezca de sí mismo ante el Eterno y se describa como un ser débil. Fue creado para que él mismo llegara a ser uno de los dioses. El hombre debería pasarse la vida agradeciendo el don no merecido del alma y el cuerpo, de contemplar los tesoros que le rodean aunque fuera solo mortal. Pero Dios nos ha prometido una vida inmortal”. (473) No lo llegó a conocer, pero el gran acontecimiento, el Nacimiento del Mesías esperado,  sucedió al término de sus días. 


La obra de Taylor C. aporta conocimientos históricos muy de agradecer por los no especialistas.  La contextualización y recreación de la vida en la Roma de la época está muy lograda. Sorprende por ejemplo  conocer  que hace más de  dos mil años Roma ya disponía de periódicos diarios (tres, rivales entre sí) y que eran utilizados para difundir propaganda, también política.  Julio César fue uno de sus columnistas más destacados. 


Contiene  elementos muy válidos para aprender a juzgar sobre  la sinceridad de las palabras y gestos de quienes viven en o de la política. Sin duda Caldwell  escribe pensando en los males de nuestra época, pero es respetuosa con el mensaje de Cicerón: “El político que promete puede estar seguro siempre de contar con entusiastas seguidores”. Lacras de la vida pública como el recurso al halago del pueblo y a la mentira no son de ahora. Y el riesgo que acecha siempre al político honrado, que sufre incomprensión y  es puesto bajo sospecha  cuando  sólo intenta hacer el bien: “Los hombres, antes que creer la verdad, prefieren pensar mal de los otros hombres”. (697)


Junto a textos que hacen pensar, abundan también  las ideas que cautivan y llenan de esperanza. Así, el momento en que  Cicerón recita una poesía de Lucrecio a unos conocidos (“todo fluye, nada permanece…”) y de pronto surge en su interior la visión de una evidencia: no tiene sentido su angustia ante la lenta agonía de Roma. Puede morir Roma, como han muerto otras muchas civilizaciones. Pero Dios permanece, permanecen sus planes hacia la humanidad. Y por eso la irremediable ruina de Roma no debe ser motivo para dejar de luchar contra el mal, porque los que luchan contra el mal son los soldados de Dios, que permanece y vive siempre. Los impíos mueren, pero el hombre persiste. (437)


Parece que Cicerón no acertó en sus dos matrimonios. Su retrato de la mujer terrible refleja una dura experiencia propia: “Meterá las narices en todos tus asuntos, te dará consejos y te hará reconvenciones si no los sigues. Sabrá todo lo que haces. Es dominante y tacaña y ella decidirá quiénes han de ser tus amigos. Vuestros hijos serán de ella y no tuyos. Serás un verdadero esclavo de sus caprichos y pronto te convencerá de que estás loco”. (485) 


En suma: una obra valiosa, de lectura grata y enriquecedora. Vale la pena.