El imperio de los
dragones. Valerio Massimo Manfredi. Ed Grijalbo.
Novela histórica basada en la leyenda de la legión
perdida, que supuestamente escapó a la gran matanza de romanos a manos de los
persas, en Cade, en el año 53 a.C. Según dicha leyenda, los restos de la legión
habrían llegado hasta los confines del imperio chino durante la dinastía Han, y
se establecerían en aquella región.
La acción transcurre tres siglos después. Un alto
mando del ejército romano, Metelo, con apenas 12 soldados más de la guardia del
emperador, sobrevive a un ataque a traición de Sapor I de Persia al emperador
Valeriano, que es hecho prisionero cuando se dirigía a una entrevista pactada
con Sapor. Llevados al interior de Persia y condenados a trabajos forzados en
condiciones miserables, muere Valeriano, pero los demás consiguen escapar. Un
misterioso personaje les sigue a distancia.
Con la ayuda providencial de Daruma, un comerciante
indio que hace la ruta de la seda entre Oriente y Occidente, que esperaba al
personaje misterioso, consiguen cruzar fronteras y llegar hasta China. Allí les
espera una formidable aventura, pues el misterioso acompañante es un príncipe
de la dinastía Han a quien intentan arrebatar el trono. Los romanos le ayudarán
a rescatarlo.
El valor de la novela a mi juicio son las recreaciones
de lo que debió ser la vida y la cultura en los lugares por los que trascurre
la acción: forma de viajar, uso de las armas, costumbres y tradiciones,… tanto entre
los romanos como entre persas y chinos. Se nota la condición de arqueólogo del
autor, y también su dominio de la topografía del mundo antiguo, materia en la
que es especialista.
Manfredi recuerda, en nota al final del libro, que
toda la trama es fruto de su imaginación, y que la llegada de soldados romanos
a un lugar tan lejano, aunque no puede excluirse a priori, debería basarse en
documentación más consistente.
Sin embargo, nos informa también de que sí existen
documentos fehacientes respecto al viaje que emprendió un mariscal chino en el
año 97 y 98 después de Cristo, para restablecer el orden y la seguridad en la Ruta de la Seda. Llegó hasta el mar Caspio, y desde allí envió a su ayudante
para entrevistarse con el emperador romano, pues los chinos tenían noticias del
Imperio mítico de occidente al que llamaban Gan Ying.
Cuando ya estaban muy cerca de la frontera, sus
guías persas, temerosos de un pacto directo entre China y Roma, que haría
perder el papel de intermediarios a los persas, engañaron al emisario chino con
las distancias, asegurándole que aún faltaban semanas e incluso meses hasta la
frontera. Esto desanimó al enviado, que decidió regresar a su tierra.
Quién sabe el impacto histórico que hubiera tenido
ese encuentro entre las dos civilizaciones más grandes del momento. Al parecer
tanto China como Roma tenían muchas cosas en común: la organización de las
fuerzas armadas, las colonias militares, el sistema de comunicaciones, la
manera de medir y dividir la tierra, la idea de frontera y amurallamiento.
Quizá incluso tenían los mismos enemigos en ese momento: los hunos, llamados
así por los romanos, que bien podrían
ser aquellos a quienes los chinos llamaban Xiong Un, bárbaros que les atacaban
por el norte.
Manfredi resalta que China, al contrario que Roma,
ha sobrevivido cuatro milenios con su tradición, su civilización y su cohesión
estatal. Pero quizá olvida que Roma, aunque desapareció como Estado, fue la
cuna que meció los primeros respiros del cristianismo, y ha brindado a
Occidente y a todo el mundo una base sobre la que construir y desarrollar la
más lograda civilización que nunca vieron los siglos, a pesar de los pesares.
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