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jueves, 2 de marzo de 2023

El pensamiento europeo en el siglo XVIII. Paul Hazard

 



El pensamiento europeo en el siglo XVIII. Paul Hazard. Ed. Alianza


El historiador y ensayista francés Paul Hazard (1878-1944) estudia en este libro el giro sufrido por el pensamiento europeo a lo largo del siglo XVIII, desde un planteamiento cristiano, en el que la razón avanza segura y confiada bajo la luz de la fe, a una visión racionalista, que prescinde de toda dimensión espiritual y trascendente y pone en duda cualquier evidencia ajena a la razón positiva. 

Este movimiento ilustrado, que comienza hacia finales del siglo XVII y alcanza hasta comienzos del XIX -y en buena parte sigue en nuestros días- adquirió diversos matices a medida que se extendía por los diversos países de Europa.

En Inglaterra le abrió camino con antelación el empirismo filosófico y científico -Francis Bacon (1560-1626)- que en su origen afirma que todo conocimiento humano comienza en los sentidos –en esto no difiere de Aristóteles y santo Tomás, que afirman que el conocimiento comienza por los sentidos-; pero en una segunda fase el empirismo pasa a afirmar que el conocimiento sensorial es la única forma de conocimiento, negando validez a otras formas de conocimiento, como la intuición, el sentimiento, la fe o la experiencia religiosa.  

Diversas corrientes de pensamiento de la época cayeron en el deísmo (creencia en un ser supremo creador, pero totalmente alejado e incomunicado con el hombre y sin influencia en la historia). Surge también la propuesta de una ética naturalista, que considera la naturaleza como única guía de las acciones humanas, y rechaza cualquier obligación basada en la Revelación divina. Considera que la ley moral –que distingue la buena o mala conducta- no es una norma objetiva, sino el resultado meramente subjetivo de asociaciones e instintos desarrollados a partir de la experiencia de lo útil y lo agradable, o de lo dañino y lo doloroso.

 A estas corrientes de pensamiento, que van afectando a todas las áreas del saber y de la vida social, se asocian también los diversos movimientos en favor de los derechos políticos, apoyados en nuevas teorías filosóficas sobre el Estado y la sociedad.

En Francia el movimiento ilustrado se aglutina en torno a la Enciclopedia, y su principal exponente fue Juan Jacobo Rousseau (1712-1778). La Enciclopedia reúne a los principales pensadores de la época para lograr una sistematización del saber, con un factor común: el racionalismo, que afirma que la razón es la única fuente de conocimiento y de acceso a la verdad. En Alemania creó el caldo de cultivo propicio el racionalismo de Leibnitz (1646-1716) y diversos movimientos idealistas, que defienden que la realidad es un mero constructo inmaterial de la mente.

El movimiento ilustrado tiene una primera fase de exaltación de la razón empírica: todo avance en el conocimiento debía proceder de un meticuloso análisis de la experiencia sensible.  Pero esa exaltación de la razón llegó en no pocos casos hasta extremos irracionales, con intentos de complementarla con una querencia hacia la irracionalidad y el sentimiento (Rousseau, Herder o Jacobi). En su fase última se llega a platear la contradicción como centro de la realidad, abriendo la puerta al romanticismo: una rebelión en toda regla contra la razón ilustrada francesa.

Todos estos intentos de independizar la razón humana, declarando su autonomía absoluta, no podían acabar bien. Provocaron una gran desorientación en las mentes y desembocaron en graves rupturas entre los propios ilustrados y en los terribles enfrentamientos que se vivieron en Europa y América en los siglos XIX y XX.

Como ha explicado Benedicto XVI, “la verdadera racionalidad del mundo procede de la Razón eterna, y sólo esa Razón creadora es el verdadero poder sobre el mundo y en el mundo. Sólo la fe en el Dios único libera y “racionaliza” realmente el mundo. Donde, en cambio, desaparece, el mundo es más racional sólo en apariencia.” 

Razón y fe, lejos de oponerse una a otra, "pueden cooperar juntas a un mayor conocimiento de Dios y a un amás profunda comprensión del hombre." Por eso la tarea central y permanente de los cristianos es iluminar el mundo con la luz de la razón que procede de la eterna Razón creadora, así como de su Bondad creadora.

No todo el pensamiento ilustrado fue ateo o contrario al cristianismo, aunque sí tuvo ese cariz sectario en el mundo francés (anticlerical) y en el inglés (anticatólico). Los aspectos positivos de la Ilustración fueron acogidos y promovidos por notables pensadores y científicos católicos y cristianos, que impulsaron nuevos desarrollos en la cultura y la ciencia.

La primera parte del libro lleva el significativo título de "El proceso al cristianismo". En la segunda, que titula "La ciudad de los hombres", muestra cómo se intentó edificar con la sola fuerza de la razón cada una de las áreas del saber y dimensiones de la vida humana, incluída la religión natural y la nueva moral. “Disgregaciones” es el título de la tercera parte, en la que describe cómo las propias contradicciones de la Ilustración acabaron con ella.  

Hazard hace gala de un gran dominio del período ilustrado, deja hablar a sus propios protagonistas y describe con objetividad y maestría los hechos y consecuencias que acompañan a las ideas ilustradas. Escribe con un estilo ágil y claro, muy ameno y cierto sentido del humor bañado de ironía. Pone en evidencia que el autollamado siglo de las luces, a pesar de su aparatosa efervescencia, estaba lleno de contradicciones y produjo no pocas oscuridades y evidentes retrocesos en muchos campos esenciales del saber y de la vida social, causando estragos entre el pueblo sencillo.

El espíritu ilustrado afectó a todos los ámbitos de la vida, y Hazard describe con trazo certero cómo se fue generando esa nueva forma de entender la vida. Selecciono sólo algunas ideas en lo referente a la literatura, la historia, las ciencias naturales, y la nueva visión estatalizadora y monopolista de la enseñanza.

 

Literatura

        Junto a la crítica filosófica, hace su aparición en el mundo de las letras la crítica literaria: “El primer necio recién legado, el primer fatuo, el primer poeta fracasado se arrogaba el derecho de hablar alto, de pronunciar juicios injustos, de atacar a los autores célebres: ¡el menos capaz era el más agrio! Sin embargo, aparecieron críticos que pasaron a la inmortalidad.” Nacen las Academias de las lenguas, para llevar a cabo la revisión de la gramática, la ortografía, y modernizarlas.

Otras épocas se interesarán por el individuo en lo que tiene de incomunicable; ésta se interesa por lo que tienen de común los individuos. Estudia lo que une, no lo que distingue. Estrechar el vínculo social pasa a ser una de las funciones de la literatura. Pero lamentablemente, señala Hazard, para muchos que ambicionaron crear un corazón unánime y un espíritu general compartido por todos, valdrían las palabras de la duquesa de Weimar acerca del escritor y editor alemán Wieland: “Tanto como muestra por sus escritos que conoce el corazón humano en general, tan poco conoce el detalle del corazón humano y los individuos.”

Se difunde entre los aristócratas y burgueses ilustrados la afición a escribir cartas. “Las cartas ya no eran una obligación penosa, sino la delicia de cada día. Prolongaban la conversación de los salones, y se leían y releían en otros salones, de corro en corro. Tratan de todos los temas, con una sencillez admirable, sin levantar el tono, pues si tuvieran la menor huella de retórica frustrarían su efecto y harían sonreír. Cuenta los sucesos menudos de cada día. Salvo excepciones, el que coge la pluma no hace confidencias sobre sus penas y sus desesperaciones: por el contrario, un mimetismo lo lleva a ponerse de acuerdo con el destinatario, a tomar su color y su humor, a informarle, evitando las indiscreciones del yo. El estilo elimina comparaciones, imágenes, metáforas, como para desnudar a las ideas de todo lo que no sea ellas mismas; desembaraza el vocabulario de palabras inciertas, inexactas, dudosas, inaugurando una forma inmediatamente reconocible por su sencillez ideal, un estilo alerta, siempre directo, rápido, que excluye los contrasentidos debidos a la ambigüedad de los términos y a los recargamientos estilísticos.”

        Todos se lanzan a escribir, incluso poesía, fabricando versos para los acontecimientos más vulgares. “Se produjo en la literatura una aleación de gravedad y de frivolidad, pues no se llegó a adquirir el sentido de lo profundo: sólo el de lo claro, lo sencillo, lo inteligible. Frivolidad, pues no en vano predicaban que había que gozar placeres de la vida terrena, y los sentidos, exaltados, reclamaban su puesto; y la idea de que el placer era el elemento esencial de la felicidad, que debía buscarse en todas sus formas, descendía a todas las gentes desde la predicación de los filósofos.”

Consideran la literatura como “una decoración de la vida”, uno de los goces de que se compone la felicidad, fin de nuestra vida: el placer es la ley suprema. “Se cambiaban versos como cumplidos o reverencias: gestos rituales de una sociedad cuyos miembros parecían actores de teatro, con sus polvos y colorete, con sus entradas y salidas en momentos fijados, con sus réplicas…”

Historia

        Los historiadores de la Ilustración perseguían el hecho del pasado, y trataban de librarlo de supuestos prejuicios de anteriores testimonios, negando sus prejuicios propios. “Su principal enemigo eran ellos mismos: tenían prisa, no les gustaba la erudición: pero larga paciencia y amplia erudición eran necesarios para la tarea de verdaderos historiadores. Desnudar el hecho, depurarlo, desembarazarlo de toda mezcla, es una operación delicada que sólo con el tiempo se aprende. Había un elemento moral unido a cada hecho: es menester que la historia muestre la derrota del vicio y el triunfo de la virtud, pues no debe ser indiferente a las acciones humanas: los buenos, recompensados; los malos, castigados.”

Los ilustrados acogen esa herencia, pero modifican su moral, que ahora será “filosófica”, con lo que su prejuicio enturbia aún más el hecho. Enfocan sus lecciones de moral hacia los príncipes (en lugar de hacia los súbditos) y hacia la Iglesia: sería una historia anticlerical, antipapista; la Edad Media no será un hecho histórico que hay que intentar comprender, sino un error que refutar; al hablar del hecho mahometano, lo vengarían de las calumnias de los cristianos; las Cruzadas, serían un acceso de locura furiosa; el mérito del Renacimiento sería, más que el suyo propio, haber abierto la edad de la razón…

        Proyectaban el presente sobre el pasado y condenaban a los hombres de antaño por haber cometido el error de ser de su tiempo. Transformaban las cuestiones de origen en cuestiones de lógica, quitando su dignidad a la prueba histórica, que debía someterse a la “prueba moral”, como decía Diderot.

        Sólo admitían como histórico el testimonio del que vio el suceso, pero había que tener en cuenta si era testimonio de un ilustrado, si había vecinos que daban fe de él. Además, renuncian a todo lo maravilloso, entre lo que incluía lo sobrenatural: milagros, prodigios, profecías… y la misma Biblia queda proscrita.

        “Les costaba darse cuenta de que el que descompone los sonidos de una sinfonía no goza ya de la impresión total,” de que entra cobardía en el valor y egoísmo en el altruismo. Para ellos todo debía ser blanco o negro, con lo que acaban cerrando los ojos a la realidad y a la verdad.

        Querían dar cuenta de los fenómenos, sin remontarse a las causas primeras; y dicho esto, lo que se obstinaban en buscar era la causa primera.

        Pero al menos con frecuencia sacrificaron su preferencia por el a priori al método histórico que limpiaba de adherencias los hechos. Y consiguieron preparar el terreno al porvenir, y también a algunas obras maestras.

 

Enseñanza

En 1761 el procurador del rey de Bretaña, La Chalotais, pronunció la requisitoria contra los jesuitas en Francia, acusándoles de peligro para el Estado por haber jurado obediencia al Papa incluso en el orden temporal.

Es lícito ver algo más que una coincidencia en el hecho de que el mismo Charlotais, que en su requisitoria pedía que ante todo los jesuitas fueran desposeídos de sus escuelas, publicara en 1763 un Essai d’education nationale: el Estado, dice, debe proveer a las necesidades de la Nación, no debe “abandonar la educación a gentes q tienen intereses diferentes a los de la patria; la escuela debe preparar ciudadanos para el Estado, por lo que debe estar dirigida por nociones civiles, y no místicas.”

Y proponía lo que hoy en día sería una subsecretaría de Educación nacional, afecta al Ministerio del Interior: la educación debía estar bajo la autoridad del ministro del que dependiese la política general del Estado. Era lo que los príncipes reformadores, sin tantas teorías, empezaban a hacer: convertir la escuela en una provincia de su administración.


Ciencias de la naturaleza

Los botánicos, imbuídos del espíritu científico, aspiraban a hallar una clasificación de las plantas que no se fundase sino en hechos objetivamente observados; pero al mismo tiempo, como los demás científicos y como los filósofos, intentaban hacer entrar el universo y sus producciones en un plan preconcebido.

Imaginaban lo que llamaban la gran escala de los seres; los seres no podían ordenarse de otro modo que según esa escala, donde no faltaba ningún travesaño; se pasaba de uno a otro por gradaciones tan menudas que apenas se podían distinguir, pero que no eran menos reales; lo discontinuo estaba excluido a priori, ningún lugar tenía derecho a quedar vacío; no había corte entre los grados de una serie, entre la serie animal y la serie vegetal, entre la vegetal y la mineral; una conexión imperceptible existía entre los hombres y los ángeles; en la cúspide, el único, aislado, se encontraba Dios.

Era menester a cualquier precio que todas las casillas estuviesen ocupadas; si no se distinguían aún sus ocupantes, estos no dejarían de aparecer algún día. De suerte que los mismos hombres que se proclamaban servidores del hecho sometían el hecho, de grado o por fuerza, al a priori.

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El libro es una delicia para la inteligencia, y ayuda a entender muchos de los desasosiegos que sufren hoy buena parte de nuestros intelectuales y políticos, que beben todavía de fuentes jacobinas, a las que sería bueno irles quitando el poco lustre que aún les queda.

El mundo irá mejor en la medida en que entiendan que secularización no equivale a descristianización. Secularización es un término equívoco, que puede entenderse como sana y necesaria desclericalización, y positiva afirmación de la autonomía de las cuestiones temporales.

Pero cuando se entiende como la autonomía absoluta del hombre, el llamado laicismo, termina en tragedia. No olvidemos el falso mito del progreso: la razón ilustrada conduce hacia los campos de concentración nazis y las bombas atómicas USA arrojadas sobre poblaciones civiles en Hiroshima y Nagasaki

Como ha dicho un gran especialista, Mariano Fazio «la visión prometeica del hombre, ya sea en su versión Ilustrada, como romántica, marxista, nietzscheana... ha causado un grave desorden en los diferentes ámbitos de la existencia humana». 

Este libro ayuda a caer en la cuenta.

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Relacionado: 

Fe y razón según Benedicto XVI, libro electrónico gratuito.

Verdad, valores, poder. Josep Ratzinger 

Cristianos en la sociedad del siglo XXI



 

 

sábado, 4 de mayo de 2013

Tomás de Aquino: la razón al servicio de la fe


Tomás de Aquino. Vida, obras y doctrina. 
James A. Weisheilpl EUNSA 1994 



Thomas Aquinas (Sandro Botticelli, Abegg Stiftung, Riggisberg)


Este libro del dominico  canadiense James Weisheilp es quizá la mejor biografía de santo Tomás de Aquino.  Traza un cuadro detallado y riguroso de cuanto sabemos hasta la fecha sobre la vida y evolución intelectual de una de las mentes más poderosas de la historia de Occidente, con un  método histórico-crítico de gran precisión en el análisis de las fuentes.  


Tomás de Aquino (1223/4-1274)  vivió en una época que, a semejanza de la nuestra, estuvo sometida a profundas tensiones y cambios culturales. Fue un hombre santo que desde su juventud –casi desde su niñez- puso la inteligencia al servicio de la fe cristiana, mostrando  no sólo que creer es razonable, sino que a la luz de la fe nuestra mente puede avanzar segura en el  conocimiento de Dios. La Iglesia sigue viendo en santo Tomás un guía seguro para adentrarse en el conocimiento teológico sin perder el norte de la fe revelada.


Nació  en fecha incierta entre 1223 y 1224, en el castillo de Roccasecca (Italia). Con apenas 8 años, en 1231, su familia le envió para formarse a la abadía benedictina de Montecasino. En 1239, con unos 15 años, el abad convenció a sus padres para que lo enviasen a estudiar artes liberales a la universidad de Nápoles. Allí dedicó 5 años intensos al estudio, dirigido por profesores universitarios. 






Sabemos del joven Tomás que era más alto que la media en aquella época, de cierta corpulencia, tranquilo y serio para su edad, de pocas palabras, reflexivo, muy dado a la oración.


En Nápoles se formó en el aristotelismo con el maestro Pedro de Hibernia. La corte de Federico II era  un importante centro de traductores, que vertieron al latín las obras de griegos aristotélicos, Averroes y otros autores árabes. Estas obras influyeron en la formación aristotélica de Tomás antes de que conociera a san Alberto Magno, quien se había nutrido más bien de autores neoplatónicos.


Un factor decisivo para su vocación como dominico fue la relación y amistad en Nápoles con los frailes predicadores de la Orden de Santo Domingo,  que se habían establecido allí poco antes, en 1227. Su estilo de vida, el celo por las almas y la pobreza que vivían le removieron. Tomás  eligió ser dominico, y con eso frustró los planes de su familia, que esperaban verlo como benedictino prominente en la abadía de Montecasino.


Los dominicos (Orden de Frailes Predicadores) habían sido fundados en 1215 por el sacerdote español Domingo de Guzmán. Éste, en viaje con su obispo Diego de Acebes hacia Dinamarca, descubrió en el sur de Francia la devastación causada por la herejía albigense.  Los jefes de la secta, cátaros, convencían a la gente poniendo mucho interés e ingenio intelectual, y mostrando una vida pobre.  Domingo y su obispo se dieron cuenta de que los herejes sólo serían convertidos por la práctica de la pobreza evangélica, profundos conocimientos teológicos y gran celo por las almas. Así nació la Orden de Frailes Predicadores.



Aunque no se sabe con exactitud, Aquino pudo recibir el hábito dominicano en 1244, a los 19 años. Ese mismo año, en mayo, marchó de Nápoles camino de París. Probablemente los superiores dominicos veían conveniente que pusiera distancia de su poderosa familia, y por otra parte en la universidad de París podría recibir una preparación acorde con su capacidad.



Las universidades habían surgido en Europa en 1179, con el Papa Alejandro III, y a raíz del Concilio III Laterano, que declaró que toda iglesia catedral debe tener una escuela anexa y un maestro que enseñe teología y gramática al clero secular y a los estudiantes pobres.



Thomas de Aquino a Velázquez depictus (Temptatio Sancti Thomae, Museo Diocesano, Orihuela [España])


En el camino hacia París tuvo lugar el incidente del secuestro.  No hay detalles precisos.  Parece que la familia de Tomás no veía bien que entrara en una Orden que vivía de la limosna, y la madre encargó a uno de los hermanos, Reinaldo, que servía en el ejército, que se lo trajera.    Antes de llegar al castillo familiar de Rocassecca,  tuvo  lugar el episodio de la prostituta, provocado por Reinaldo y los soldados que le acompañaban, para tentar a Tomás. Es imposible que el suceso ocurriera en Roccasecca: doña Teodora, su madre, no lo hubiera tolerado. El relato del “cíngulo angélico” podría ser un recurso  simbólico de los hagiógrafos para resaltar la castidad de Tomás, que supo vencer esa prueba y toda su vida, según testimonió su confesor, vivió fielmente la virtud de la  pureza.


En Roccasecca estuvo retenido entre uno y dos años, quizá hasta el verano de 1245. No era tratado propiamente como prisionero: tenía tiempo para el estudio, la oración y hablar con su familia. También recibía la visita de otros dominicos. En ese tiempo se dedicó al estudio de la Biblia y de las Sentencias de Pedro Lombardo.  


El encierro no sólo no tuvo éxito, sino que después de muchas discusiones, Tomás convenció a su madre de que se hiciera monja: llegó a ser priora benedictina en Santa María de Capua en 1252. No parece cierta la leyenda de la fuga de Tomás, huyendo del castillo descolgándose con una soga. Lo más probable es que marchara honorablemente, con la bendición de su madre. 


Marchó finalmente a París, donde estuvo tres años. De allí fue enviado a  Colonia, para formarse con san Alberto Magno, que había creado en 1248  el Studium Generale de la Orden. Cuando Tomás descubrió la maravillosa sabiduría de san Alberto, que estaba haciendo la compilación de la enciclopedia aristotélica y dominaba todos los saberes, se dio cuenta de la gran oportunidad que se le brindaba –poder escucharle- y comenzó a ser más silencioso que nunca, más asiduo al estudio y más devoto en la oración.


En 1252 regresó a París, y  en 1256 accedió al grado de maestro en Teología, en un ambiente de grandes tensiones en la universidad por el derecho a la dotación de una segunda cátedra de los dominicos y la polémica antimendicante.  Intentó excusarse por su escasa edad y falta de preparación, pero le insistieron en someterse a la prueba de acceso.  


En medio de sus grandes temores, tuvo lugar el episodio del sueño (¿o visión?): un anciano se le aparece en sueños y le dice que no tema, porque Dios le ayudará a llevar la carga de ser maestro, y que escoja como tema de la lección el Salmo 103, 13, sobre la sabiduría divina: “Rigans montes de superioribus”: “Tu regaste las colinas desde tus altas moradas: la tierra se llenará con el fruto de tus obras”. Del mismo modo que la lluvia riega las montañas desde lo alto y forma ríos, que fluyen hacia los valles y fecundan el suelo, así también la sabiduría espiritual fluye de Dios a la mente de los oyentes por mediación de los profesores. (A esa imagen acudía también san Josemaría, al comentar la tarea que deben asumir los intelectuales: ver por ejemplo aquí ).


Tomás puso en ejercicio sus extraordinarias cualidades para el trabajo intelectual. De poderosa memoria, retenía cuanto hubiera leído una sola vez. Tenía gran capacidad de abstracción.  Cuando se concentraba en una idea o buscaba la solución a un dilema,  lo hacía con tal intensidad que perdía la noción  de cuanto sucedía a su alrededor. Para acelerar el trabajo de preparación de textos, y también por su letra poco legible, disponía de secretarios,  y era capaz de dictar simultáneamente hasta a cuatro de ellos,  sobre temas distintos y sin perder el hilo de cada dictado.





Entre 1252 y 1273 realizó prácticamente toda su monumental obra escrita.  Tan poco tiempo  (21 años, de los 49 que vivió), indica una intensa laboriosidad, sobre todo teniendo en cuenta los escasos medios de la época. Especialmente desde 1269 fue consciente de un modo más profundo de la urgencia de intensificar el apostolado de la doctrina. Se volcó de tal manera que “estaba continuamente ocupado en enseñar,  en escribir, o en predicar o en la oración, consagrando el menor tiempo posible a comer o a dormir”. Fue opinión común de quienes le conocieron que “apenas había desperdiciado un solo momento de su vida”.


Esa titánica intensidad, mantenida especialmente en los últimos cinco años, le llevó probablemente a la extenuación. Algo sucedió el 6 de diciembre de 1273  que cambió su vida. Durante la Misa se sintió súbita e intensamente mente conmovido.  Después de la Misa ya nunca más escribió ni dictó. “Todo lo que he escrito, me parece como paja comparado a lo que ahora se me ha revelado”, dijo a su secretario y confesor, Reginaldo. Poco después, el 7 de marzo de 1274, fallecía. 


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Weisheilp realiza un extraordinario trabajo de contextualización del momento histórico. Tanto las ideas como las personalidades de la historia sólo pueden ser comprendidas dentro del contexto de los tiempos en que se desarrollaron. Muchas tergiversaciones y manipulaciones ideológicas de nuestro tiempo, especialmente las relacionadas con la historia de la Iglesia,  tienen su origen en la falta de contextualización, intencionada o perezosamente omitida.


Por ejemplo, es sabido que en el siglo XIII la Cristiandad estuvo sumergida en una confusión entre los planos político y espiritual. Tomás respondió con claridad a esa confusión, en un doble plano:

                a) doctrinal: el papa, en virtud de su ministerio apostólico, es la cabeza espiritual de la Iglesia, y nada más. Cualquier otra función política o mundana es un mero accidente histórico, que puede faltar sin disminuir la naturaleza espiritual de la Iglesia.

                b) personal: rechazó cualquier beneficio que le mezclase en cuestiones de tipo temporal, que papas y eclesiásticos de la época consideraban tarea ordinaria y propia de su ministerio.


 Weisheilp realiza también un gran trabajo  de objetivación de las fuentes, ajustando con  realismo los hechos a su grado de verosimilitud. No duda en dejar  como interpretaciones simbólicas, o hechos poco probables, algunos de los relatos de tono extraordinario que han llegado hasta nosotros, si las fuentes no son suficientemente cercanas o fiables, al margen de su buena fe.


La lectura de esta biografía ayuda a repasar cuestiones filosóficas y metafísicas que están en la base de la teología, que resultan imprescindibles para avanzar sobre terreno sólido en el saber teológico.  


La gran aportación de Tomás es la metafísica. Hay algo en el universo que no es material. Si podemos decir esto, o sea, si podemos decir que “no todos los seres son materiales”, entonces surge un nuevo sujeto que se debe estudiar, que no pueden estudiar ni las matemáticas (que abstraen la materia para estudiar la materia inteligible, esto es, una cantidad mental que solo existe en la mente) ni las ciencias naturales (que abstraen la naturaleza de una especie para hacer leyes sobre hechos universales y no sobre individuos concretos). Eso sucede con la felicidad, con el amor, con Dios…


Tomás insiste en la racionalidad de la fe. Aprender, estudiar y llegar a ser expertos en las ciencias sagradas, es el medio esencial para el apostolado que el cristiano debe hacer en servicio de la Iglesia y de las almas. El estudio asiduo de la Verdad divina es requisito del apostolado de la doctrina. Contemplar a Dios en la oración y en el estudio, para dar a otros los frutos de esa contemplación.


Para Tomás, siguiendo la costumbre de la época, la mejor forma de enseñar la Sagrada Escritura consiste en las tres etapas básicas: lección+disputa+sermón. Nada es plenamente comprendido y fielmente predicado si no es primero masticado por los dientes de la disputa. El maestro, y los alumnos, deben estar preparados para mantener un intercambio de argumentos razonables,  para extraer la mejor interpretación de los pasajes de la Escritura.


En De rationibus fidei explica que la meta del misionero no debe ser demostrar la fe, porque podría ridiculizarla, sino defenderla. El cristiano debe estar preparado para demostrar que la fe católica no puede ser racionalmente refutada. No se puede demostrar, porque sería menospreciar una fe que nos excede a nosotros y a los ángeles.


Sobre las 5 vías por las que afirma que puede demostrarse la existencia de Dios, Tomás está convencido de que sirven y han llevado incluso a Platón y Aristóteles y otros paganos a conocer la existencia del verdadero Dios. Otra cosa es que estas pruebas puedan convencer a todos, porque los sentimientos entorpecen fácilmente el camino de la lógica.


Es interesante cuanto afirma sobre la felicidad y el fin último del hombre. La persona, teniendo libre albedrío y dominio de sus actos, puede pensar que su último fin consiste en lo que no lo es: riquezas, honores, fama, poder, bienestar físico, sexo,  sabiduría o alguna otra realización personal, cuando en verdad sólo  Dios, la bondad increada, puede satisfacer los más altos deseos del hombre. Dios es el verdadero objeto de la felicidad del hombre. Aquí se puede recordar con San Agustín: “nos has hecho para Ti, oh Señor, y nuestros corazones están inquietos hasta que descansen en Ti”.


 Aunque la escuela franciscana explica que el fundamento de la felicidad es el amor, que es una actividad de la voluntad, Tomás insiste en que el amor deriva del conocimiento. Para que el amor no sea ciego, presupone conocimiento intelectual. Por lo tanto, la felicidad consiste en la contemplación, que desborda en amor y alegría. Contrasta el intelectualismo tomista con el voluntarismo franciscano. Para Tomás, la raíz de toda verdadera felicidad consiste en la contemplación de Dios: aquí, a través de la fe; y después por la visión facial. El hombre puede ser feliz en esta vida, pero sólo si pone su meta en el conocimiento y amor de Dios.


Sin embargo, no hay que pensar que la felicidad pertenece exclusivamente al conocimiento, que es una actividad de la inteligencia, y menos en esta vida. En esta vida el amor puede aventajar con mucho a nuestro conocimiento; pero sin algo de conocimiento el amor es ciego. Por tanto, el elemento primario de la felicidad eterna es la visión beatífica de Dios, que es una actividad intelectual.


La felicidad, dice Tomás,  sólo se alcanza totalmente en el cielo. Aquí en la tierra el conocimiento de Dios es una plenitud parcial de la felicidad, que tiene otro elemento importante en el placer, o sentimiento de bienestar en el objeto poseído: un estado de euforia de la mente y del cuerpo  que el hombre disfruta imperfecta y  esporádicamente en esta vida, pero plenamente en la otra.


La felicidad en esta vida requiere rectitud de la voluntad, esto es, una vida virtuosa; y además la salud del cuerpo, un mínimo de bienes temporales y la compañía de amigos. La amistad es un don de Dios, que no puede ser ni forzada, ni comprada, ni exigida. Debe ser acertada y atesorada, porque es parte de la felicidad del hombre sobre la tierra y en el cielo, donde disfrutaremos de la compañía de los santos.


Tomás sabía ser contundente cuando lo exigía la verdad. Por ejemplo, en Contra retrahentes se muestra implacable con “la enseñanza perniciosa y errónea” de algunos maestros que intentaban  disuadir a los jóvenes de la vida religiosa, alegando la corta edad. Muestra su admiración ante los padres que facilitan la vocación de sus hijos desde pequeños, “porque las cosas que aprendemos en la niñez se nos graban más firmemente en nuestro interior”. Pensaba seguramente en su propia experiencia. Usa palabras fuertes:   “Si alguien desea contradecir mis palabras… que no lo haga parloteando ante los muchachos, sino que escriba y publique sus escritos, para que personas inteligentes puedan juzgar lo que en ellos hay  de verdad, y puedan ser capaces de impugnar lo que es falso con la autoridad de la verdad”.


Para Tomás  los salmos recapitulan toda la teología. En sus comentarios al Salterio (Salmos 1 a 54), explica que los salmos alaban todas las obras de Dios, el opus dei: la creación, el gobierno, la reparación, la glorificación. Como todas las obras de Dios se refieren a Cristo, la materia de los salmos es Cristo y sus miembros. “Todo lo referente al fin de la Encarnación está expresado claramente en esta obra, de modo que casi parece ser un Evangelio y no una profecía”. “El salterio contiene la totalidad de la Sagrada Escritura”, porque la obra de glorificación y todas las otras obras de Dios se reconocen claramente en ellos.


Tomás admite que los salmos tienen un sentido literal, se refieren a la historia judía. Pero afirma que para el cristiano es más importante el sentido espiritual, en el que personas, cosas y sucesos significan a Cristo o a su Iglesia en la tierra o en el cielo. El sentido espiritual del Antiguo Testamento es más relevante para el culto y la vida personal del cristiano que el sentido literal.


Se desprende también de la lectura de esta biografía la importancia del conocimiento del latín. Gran parte de la teología consiste en saber qué se puede decir y qué no se puede decir para preservar la verdad de la Revelación. A veces los problemas que se plantean son de gramática latina al servicio de la fe. Por ejemplo, unus (uno) se dice de Cristo, pero no unum (neutro). De ahí la importancia que la Iglesia siempre ha dado al uso del latín, que permite expresar conceptos con un significado preciso e indistinto para todos, sea cual sea el idioma particular de cada uno


El libro incluye un catálogo breve de 101 obras auténticas de santo Tomás, sobre las que también realiza un importante esfuerzo de datación y verificación.  


Para saber más, consultar el blog del profesor Enrique Alarcón, de la Universidad de Navarra.  Es el  portal de internet más completo sobre el Aquinate.