Mostrando entradas con la etiqueta Julián Herranz. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Julián Herranz. Mostrar todas las entradas

jueves, 18 de marzo de 2021

El cardenal Herranz recuerda a san Josemaría y san Juan Pablo II

 



En las afueras de Jericó. Recuerdos de los años con san Josemaría y san Juan Pablo II.

Julián Herranz. Ed. Rialp

 

El cardenal Julián Herranz nació en Baena (Córdoba) en 1930, se licenció en Medicina, y desde 1953 se formó en Roma junto al fundador del Opus Dei. Después de realizar los estudios teológicos, en 1955 recibió la ordenación sacerdotal y pasó a formar parte del clero de la prelatura. Durante más de veinte años colaboró con san Josemaría Escrivá en la sede central del Opus Dei.

 

Doctorado en Derecho Canónico, en 1960 fue llamado para trabajar al servicio de la Santa Sede. Intervino en el Concilio Vaticano II como experto para la reforma legislativa de la Iglesia. Ha colaborado con todos los papas desde san Juan XXIII hasta Francisco. Desde 1994 fue Presidente del Consejo Pontificio para los Textos Legislativos y de la Comisión disciplinar de la Curia romana.

 

El cardenal Herranz ha tenido el privilegio poco común de conocer y tratar a seis grandes papas, tres de ellos canonizados y otro, Juan Pablo I, declarado Venerable por Francisco. De ellos, trató con especial intensidad a san Juan Pablo II, a quien conoció ya desde los trabajos conciliares del Vaticano II y fue quien le hizo cardenal. Conoce de cerca las enormes dificultades que pesan sobre los hombros del Obispo de Roma, y cómo han vivido todos ellos entregados a su ministerio, guiados por el deseo de servir fielmente a la Iglesia.

 

Ese mismo deseo lo vio hecho vida en san Josemaría, de quien aprendió a manifestar “con obras y de verdad” el amor a la Iglesia. Por eso, como señala en el prólogo, más que un libro autobiográfico, esta obra es “un testimonio de gratitud hacia dos hombres santos –san Josemaría y san Juan Pablo II- cuya cercanía espiritual me ha proporcionado luz y fuerza para contemplar serenamente las vicisitudes narradas.

  

En sus recuerdos nos ofrece un emocionado y lúcido repaso a las experiencias vividas en esos intensos años de historia de la Iglesia, y a sus encuentros con sus principales protagonistas, junto a los que sin duda el mismo Herranz ha tenido también un papel significativo. Testigo tanto de la intensa vida de la Iglesia como del desarrollo apostólico del Opus Dei, sus puntuales recuerdos dan luz sobre sucesos de la vida eclesiástica en torno a los que existían versiones controvertidas.

 

En el libro destacan a mi juicio tres aspectos. El primero, el sentido sobrenatural con que enfoca situaciones que se prestarían a interpretaciones demasiado humanas. Herranz tiene la conciencia clara de que es el Espíritu Santo quien rige los destinos de la Iglesia. Ese sentido sobrenatural le lleva a salvar las intenciones de las personas y pasar por encima de diferencias de criterio de unos y otros: toda mirada humana es limitada, y una misma realidad a unos les puede parecer cóncava y a otros convexa, según la posición desde la que observen. El sentido sobrenatural lleva a Herranz a aplicar la máxima de san Agustín: “En lo esencial unidad, en lo dudoso libertad, en todo caridad.”

 

  El segundo aspecto destacable pienso que es su discreción, la ausencia de protagonismo, propia de quien intenta hacer suyo el lema de “servir al Señor en su Iglesia sin hacer ruido.” Herranz deja caer la frase del poeta francés Paul Verlaine: “Dadme el silencio y el amor al misterio.” Esa ausencia de afán de protagonismo, tan relacionada con la humildad, se percibe en una contenida narración de los sucesos, que –siendo precisa y transparente- no va más allá de lo que estima prudente para el bien de las personas. Mantiene lejos el funesto morbo presente en algunas desinformaciones sobre la vida de la Iglesia, que tanto engaño produce en quienes lo dejan crecer en su apreciación de la realidad.   

 

Y un tercer aspecto es el alma de poeta del autor. El cardenal Herranz es aficionado al montañismo, y en la contemplación de los grandes paisajes naturales encuentra inspiración para su actitud ante la vida. Esa alma de poeta, que se recrea en la contemplación, aflora también en muchos pasajes de sus recuerdos, que se convierten en sutiles invitaciones a la contemplación de la belleza en cuanto nos rodea, porque ese es el camino para elevar la mente y el espíritu a la Belleza Suprema: “De la belleza de Dios deriva toda belleza creada: se ha de contemplar y amar la belleza de los cuerpos, del arte, de la música, de la poesía, de la naturaleza, pero también y sobre todo la belleza eterna de Dios.”

 

Otro de sus libros, Atajos de silencio, está inspirado en sus paseos por el monte y lo ha dedicado expresamente al valor de la contemplación. Cuando nos detenemos sorprendidos en la contemplación de un paisaje nos estamos preparando también para elevar el espíritu a la contemplación de Dios. Porque Dios se nos manifiesta de mil modos: en una bella puesta de sol, en un gesto de bondad, en una sonrisa agradecida…

 

Del mismo modo, Dios se nos manifiesta singularmente en la vida de los santos: “Cum Maria contemplemur Cristi vultum! En los santos, Dios manifiesta de forma vigorosa a los hombres su presencia y su rostro (Lumen Gentium, 50).”

 

Por eso los recuerdos de Herranz se detienen sobre todo en los dos personajes que más huella han dejado en su vida: san Josemaría y san Juan Pablo II. Es consciente de que Dios le pedirá cuenta del privilegio de haber tratado con tan estrecha cercanía a dos personas en cuyas vidas era posible reconocer el rostro amable del Padre. 

 

Herranz aporta significativas reflexiones al hilo de acontecimientos y anécdotas. Así, cuando constata el gran problema de la cultura actual, la ausencia de Dios, recuerda lo aprendido de san Josemaría: “Vivir como si Dios no existiese es una subcultura paganizante: hay un quid divinum escondido en las situaciones más comunes, que cada uno debe descubrir, mantener y enseñar.”

 

No podemos vivir como si no hubiese sucedido la portentosa Encarnación del Hijo de Dios: “La irrupción de Dios hecho hombre en el tiempo y en el espacio ha partido en dos la historia de lo creado: “Et Verbum caro factum est, et habitabit in nobis”. Esa asombrosa inserción del eterno en lo temporal puede dinamizar, hasta santificarla por completo, mi propia vida: eso es lo que san Josemaría nos hace comprender.”

 

Reflexiona también sobre la enseñanza del fundador del Opus Dei acerca del espíritu de santificación del trabajo, que ve providencial para el mundo actual y el futuro de la construcción social: “Santificar el trabajo, santificarse en él y santificar con él a los demás, es el medio con el que el hombre será capaz de plasmar en la faz de la tierra su rostro espiritual.”

 

Es significativo el comentario que san Juan Pablo II hizo a Herranz cuando le nombró Presidente de su Consejo Legislativo: “Yo espero que usted trabaje con el espíritu de Escrivá.”

 

        El título del libro -En las afueras de Jericó- evoca la curación del ciego Bartimeo por Jesús (Mc, 10, 46-52). “¡Señor, que vea!”. Un pasaje muchas veces predicado por san Josemaría, que lo empleaba en su diálogo personal con Dios: “Señor, que yo vea lo que Tú quieres de mí!”

 

Sin duda Herranz ha hecho suya también muchas veces esa plegaria, pidiendo ver en el ajetreado y a veces oscuro marco de tiempo que abarca el libro: “Luces y sombras, momentos opacos de ceguera humana y otros radiantes, iluminados por la presencia y la palabra de Cristo. Como aquel día en las afueras de Jericó.”

 

Jesús a veces parece que no oye, y además muchos intentan acallar la voz del que reza “¡Cállate, no des voces…!” Pero Bartimeo insiste con más energía… y Jesús realiza el milagro: “Ve, tu fe te ha salvado.” Y lo primero que vio fue “el rostro sonriente de Jesús”.

 

Quizá esa sea una buena conclusión para el lector: más allá de sabrosas anécdotas, más allá de claroscuros eclesiales, te queda la íntima convicción de que Dios rige los destinos de su Iglesia y del mundo, y siempre envía personas santas, dispuestas a escucharle y hacer su Voluntad en la tierra.



martes, 10 de noviembre de 2020

 

Dios y audacia. Mi juventud junto a San Josemaría.  

Julián Herranz. Ed Rialp




    Recuerdos llenos de viveza de los 22 años que el autor convivió con san Josemaría, fundador del Opus Dei, trabajando en la sede central de la prelatura en Roma. 


    Nacido en Baena (Córdoba, España) en 1930, solicitó la admisión en el Opus Dei mientras realizaba los estudios de Medicina. Poco después de concluirlos se trasladó a Roma, realizó los estudios teológicos en el Seminario Internacional de la prelatura y se doctoró en Derecho Canónico. 


    Ordenado sacerdote en 1955, en 1960 fue llamado por la Santa Sede para colaborar como experto en el Concilio Vaticano II y en la posterior reforma legislativa. San Juan Pablo II le ordenó obispo en 1991, y fue creado cardenal en 2003.


    En este libro, el cardenal Herranz rememora sus años jóvenes, en los que conoció a san Josemaría, y la enseñanza viva y práctica que aprendió junto a él, especialmente durante sus trabajos de colaboración estrecha en la sede central del Opus Dei en Roma. 


    Entre otras tareas, Herranz recibió el encargo de poner en marcha las Oficinas de Información del Opus Dei en todos los países donde la Obra comenzaba a desarrollar su labor evangelizadora, para que periodistas y profesionales de la comunicación tuvieran acceso ágil y transparente a las actividades de la prelatura. Fue uno de los aspectos en los que san Josemaría manifestó visión de futuro y actuó como pionero. 


    La narración es una secuencia de anécdotas personales, que iluminan de cerca aspectos del modo de ser y la viva personalidad de san Josemaría: su comprensión paternal hacia las deficiencias de sus jóvenes colaboradores, el entrañable clima de confianza que sabía inspirar,  su alegría y buen humor, su prudencia en el gobierno, su amor a la libertad, su perdón y comprensión hacia quienes difundían errores sobre la Iglesia o el Opus Dei,... 


    Define a san Josemaría como un hombre enamorado de Dios, a quien debe "mi encuentro personal con Cristo, y la vocación a seguirlo sin condiciones. Él fue el instrumento de Dios para hacerme feliz."

    

    Al recoger frases escuchadas personalmente, de su predicación o de encuentros cercanos en ambiente familiar, es fácil hacerse cargo del hondo sentido de misión que transmitía san Josemaría de manera amable, viva, constante, impregnada de ese espíritu peculiar que Dios ha querido para el Opus Dei. Abierto a todo tipo de personas, como expresa este comentario de una predicación del fndador que recoge Herranz: 

    "Id a la oveja que se ha ido o a la que se quiere perder. ¡Ve Tú mismo detrás de ellos! Buen Pastor, Jesús, cargados sobre tus hombros... ¡que se reproduzca aquella figura amabilísima de las catacumbas!


    Sabía sacar punta sobrenatural a situaciones normales de la vida, enseñando así a "elevar el punto de mira" a quienes tenía cerca. Una muestra:  cuando Julián Herranz tuvo que llevar unos días un parche en el ojo a consecuencia de la operación de un pequeño quiste, comentó con sentido del humor: 

    "¿Qué tal está mi pirata? Hazle caso al médico y no leas mucho. Mira, hijo mío, qué poca cosa somos: nos tapan un ojo y perdemos el relieve de las cosas. Eso les pasa a las almas que pierden la visión sobrenatural. Tú... no seas nunca un pirata de la vida interior."


    Destaca también el amor a la libertad, el respeto a las opiniones de los demás aunque difieran de la propia, un tema en que el fundador, y quienes colaboraban con él en las oficinas de información, tuvo que emplearse a fondo para hacerlo entender. Era necesario  explicar y defender la libertad de los miembros de la Obra en opciones temporales, aspecto esencial para el Opus Dei y no siempre entendido por mentalidades de partido único.  


    Un aspecto muy unido al amor a la libertad, como un corolario, es la independencia política de las personas del Opus Dei. San Josemaría lo explicaba una y otra vez: 

    "Parece que no comprenden que la Obra, que el Señor en su bondad infinita ha querido poner sobre mis hombros, tiene exclusivamente fines religiosos y espirituales: y en todo lo que no sea eso, en lo temporal, cada socio decide su conducta libérrimamente según los dictados de su conciencia, con completa libertad –insisto- y con responsabilidad personal. No soy cabeza de nada político: soy sacerdote de Cristo, y basta. Por eso hay un pluralismo evidente en el modo de pensar y obrar de todos los hijos míos de los cinco continentes, sin que ninguno tenga que sujetarse ni al más mínimo consejo en sus asuntos profesionales, sociales, políticos, económicos, etc."


    En otro momento recoge Herranz: 

    "Para los problemas humanos siempre hay muchas soluciones diversas: varias son igualmente válidas; y otras que lo son más o que lo son menos; pero muchas que no son malas. ¿Por qué vamos a obligar a seguir una determinada? ¡No hay dogmas humanos: no os lo creáis!"


    Y también:

    "Convenceos que en las cosas humanas hay muchas maneras, muchas maneras dignas, muchas maneras buenas -unas más buenas, otras menos buenas, según la simpatía o la forma de cabeza de cada uno- pero que dentro de todo esto nosotros tenemos que defender, como una manifestación de nuestro espíritu, la libertad personal y una cosa democrática. 

¿Hablo de política? No. Hablo de cosas doctrinales. Luego aquí no hay tiranía y yo no tolero tiranos. Querría que cogierais muy bien este criterio: en ninguna cosa terrena hay un camino solo, porque esto sería dogmático. En las cosas terrenas no hay dogmas. Se dice en mi tierra que por todos los caminos se va a Roma... ¡Libertad en las cosas temporales! ¡No hay un sólo camino! 

Y después os tengo que decir que conozco bastante gente que piensa que la realidad de un país de un momento exige sólo una determinada solución temporal, y sin embargo yo conozco entre ellos gente maravillosa. Ahora, yo no estoy de acuerdo con ellos, a no ser que esto sea por muy poco tiempo, como cuando se enyesa una pierna o un brazo. Esto ya es teoría mía, pero es común y es clara.


   

El cardenal Herranz con el papa Francisco


    La lectura resulta agradable y se hace corta, y en algún momento trae a la memoria secuencias de la película de Roland Joffe "There be dragons". 


    La calidad del autor y de su estilo literario convierten el libro en una estimulante fuente de historias inspiradoras para la vida. En este enlace se puede leer una selección de frases del libro.  

domingo, 10 de marzo de 2013

Un Papa muy abierto a la comunicación


Reproduzco interesantes comentarios del periodista Diego Contreras sobre el pontificado de Benedicto XVI en EL UNIVERSAL , viernes 8 de marzo de 2013  

Benedicto XVI junto al papa Francisco


El final del pontificado de Benedicto XVI se vio ensombrecido por versiones sobre luchas de poder y corrupción en la Curia romana y por el retrato de un Papa débil que acabó dimitiendo al no poder gobernar a los suyos. Un panorama marcado por la crisis y escándalos, y transmitido a nivel mundial.


    Para Diego Contreras, profesor de la Facultad de Comunicación de la Pontificia Universidad de la Santa Cruz de Roma y presidente de la agencia televisiva Rome Reports, especializada en temas vaticanos, el Pontificado del ahora papa emérito no fue necesariamente más turbulento que el de su predecesor, pero coincidió con un cambio en la cultura informativa en la que irrumpieron con fuerza los medios digitales y las redes sociales y su consiguiente efecto amplificador.


    "Juan Pablo II ha tenido problemas a veces más grandes que los de Benedicto XVI. Lo que ha faltado ha sido ese eco mediático mundial, quizá porque estaba tapado por la figura carismática del Papa". 



    "El desarrollo de las redes sociales, la inmediatez en la información y la globalización en un modo como no se conocía antes han llevado a que episodios quizá menores que en otra época hubieran pasado casi desapercibidos han tenido ahora relevancia internacional". Contreras considera que el Vaticano debe realizar mayores esfuerzos en planificar su trabajo de comunicación.



    "Es genial que el Papa esté en Twitter, pero muchos de los problemas consisten en cómo contextualizar algunas decisiones, algunas motivaciones, en un contexto precisamente que no tiene las categorías cristianas para entenderlo. Esto exige un esfuerzo intelectual para elaborar el mensaje de un modo que responda a lo que se pretende, de un modo más incisivo".



    El escándalo que más ha marcado la fase final del pontificado ha sido el llamado caso "VatiLeaks", cuyo principal implicado, el exmayordomo de Benedicto XVI Paolo Gabriele, fue condenado y luego absuelto por sustraer documentos confidenciales de los aposentos del papa. Documentos que hablan de luchas dentro de la curia romana, corrupción y escándalos financieros.



    Joseph Ratzinger encargó a tres cardenales encabezados por el español Julián Herranz, del Opus Dei, un informe sobre el caso, que sólo se mostrará al próximo papa, según decisión de Benedicto XVI. El diario La Repubblica asegura que el papa tomó la decisión de dimitir al leer dicho informe, algo que Contreras pone en duda.



    "Quizá le ha desgastado físicamente, pero no creo que haya sido un golpe psicológico tan grande como para llevarle a acelerar la renuncia", afirma el experto en temas vaticanos. "No puede haberle hundido en la depresión, sobre todo habiendo sido más de 20 años prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, cuando a su mesa llegaban a diario dossieres sin duda mucho más deprimentes".



    El profesor español considera "innegable" que ha habido problemas en la curia, tales como "falta de coordinación o visiones divergentes entre sus miembros", pero no "cuchilladas" ni "agresiones", como se plantea en el marco del escándalo "VatiLeaks". Contreras cree no obstante que los colaboradores de Benedicto XVI no estuvieron "a la altura" del ahora papa emérito.



    "A Benedicto le ha faltado un Ratzinger. Juan Pablo II tenía un Ratzinger que le daba seguridad, apoyo y solidez cuando era cardenal prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Por lo que podemos juzgar externamente, es lícito decir que la curia romana no ha estado a la altura de lo que se esperaba, al nivel del papa. El magisterio del papa ha sido extraordinario y creo que todavía tendremos que asimilarlo durante muchos años. La gestión de gobierno que corresponde a sus colaboradores no ha sido extraordinaria".



    "Como no sabemos qué contiene el informe de 'Vatileaks', podemos hacer del informe una especie de entidad que lo resuelve todo o que lo contiene todo", afirma el profesor español, quien considera que la decisión de Benedicto XVI de no publicar el documento debe interpretarse más bien como "una delicadeza con su sucesor" o "una medida de prudencia" en lugar de un intento de tapar lo ocurrido.



    "El tema de la verdad para Ratzinger es esencial en su predicación como papa y en su investigación como teólogo, y también eso se ha demostrado en la transparencia. Creo que el tema más duro que ha tenido que afrontar es el de los abusos. El que ha marcado la pauta de transparencia ha sido el papa". Ratzinger en sus tiempos de cardenal en la curia no se echaba atrás a la hora de abordar cuestiones difíciles.



    "En las ruedas de prensa oficiales era el que respondía a las preguntas más molestas. Otros cardenales, con mucha diplomacia, despejaban balones o te daban una contestación que en el fondo no era una respuesta". Ratzinger organizaba también encuentros "off the record" con periodistas en los que se tomaba horas para discutir cuestiones controvertidas.



    "Su disponibilidad para atender a la prensa era llamativa, sobre todo si se piensa en el estereotipo que existe de él, de persona cerrada. El hecho de que haya publicado tres libros-entrevista, cuatro contando con el último cuando ya era papa con el periodista Peter Seewald, es una realidad que hay que tener en cuenta y que a veces también se olvida. Es muy, muy abierto a la comunicación".