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lunes, 10 de agosto de 2020

Inteligencia social

Inteligencia social. Daniel Goleman.



 

    Que somos sociables por naturaleza ya lo sabemos por la experiencia y el sentido común. A eso conclusión han llegado también los filósofos más razonables. Además, los cristianos lo vemos aún con más nitidez a la luz de la fe: Dios, que es Amor y es Trinidad, nos ha hecho a su imagen y nos quiere sociables.

 

    Somos seres espirituales dotados de un cuerpo maravilloso, cuyos mecanismos vamos descubriendo paulatinamente con más precisión gracias a los avances de la ciencia. Conocer y entender esos mecanismos es también una valiosa ayuda para quienes intentan ser mejores personas y aportar valor a la convivencia social.

 

    El psicólogo y divulgador científico Daniel Goleman, famoso por su anterior trabajo Inteligencia emocional, publicó en 2006 esta lograda exposición de los descubrimientos realizados por la neurociencia hasta el momento. Aporta interesantes claves en torno a los mecanismos del cerebro que actúan cuando las personas se relacionan, y por tanto determinan las habilidades sociales.



 

    Un desconocido que nos atiende con una sonrisa sincera provoca en nosotros una imprevista reacción de simpatía y optimismo. Su sonrisa ha entrado en resonancia con algo de nosotros, que nos mueve a devolver la sonrisa. Esa persona con su gesto amable, que predispone al entendimiento, demuestra inteligencia social.

 

    Y es que percepciones externas, sentimientos y reacciones corporales interaccionan y son orquestadas en una zona determinada de nuestro cerebro, en la que actúan mecanismos neuronales encargados de conectarnos con los demás.

 

    Cada vez que vemos un rostro humano, o escuchamos una voz, o sentimos un tacto humano, sucede algo en nosotros. Se trata de un verdadero contagio de sentimientos, más fuerte en las personas más sensibles, que se manifiesta en una tendencia espontánea a la imitación de actitudes y estados de ánimo.

 

    Durante una conversación entre dos personas se producen cambios fisiológicos simultáneos, perfectamente registrables en fotografías de los rostros, en variaciones del ritmo cardíaco o de la tensión arterial. El cuerpo de cada uno tiende a imitar los cambios que acontecen en el otro, contagiándose de los sentimientos de ira, pena o tristeza. Ese movimiento de imitación se produce en las llamadas neuronas espejo, que copian acciones, registran intenciones del otro, interpretan emociones, comprenden las implicaciones sociales de sus acciones.

 

    Si en lugar de una sonrisa recibimos un mal gesto (de ira, desprecio, mal humor o desgana) inevitablemente algo en nosotros actuará como un resorte y se desencadenarán en el organismo sensaciones y reacciones similares, salvo que hagamos un esfuerzo consciente, de lo que se ocupa otra parte de nuestro ser.

 

    Conocer ese mimetismo espontáneo nos permite estar prevenidos para controlar nuestras emociones y reacciones negativas, sin dejarnos arrastrar por el negativismo ajeno. Ese esfuerzo de control nos permitirá ser asertivos y animosos incluso cuando el ambiente social se haya enrarecido.

 

    Ese mimetismo es la razón por la que conviene mantener la distancia con personas o ambientes tóxicos, para evitar el contagio de su negatividad. Ese alejamiento es especialmente necesario en los equipos de trabajo. Fácilmente un estado de ánimo deprimido o pesimista interfiere en el ánimo de los demás, oscurece el debate y puede llevar a decisiones equivocadas.

 

    Esa es también una razón para escoger bien las “amistades” y a quién se sigue en las redes sociales. Son muchos los que han optado por alejarse de las redes, o no seguir a determinadas personas, antes de verse enredados en el lenguaje frentista o de odio que utilizan.

 

    El mimetismo espontáneo con las personas del entorno provoca repercusiones biológicas en nuestro organismo. Sentimientos y estados de ánimo ajenos (la expresión facial, un gesto o el tono de unas palabras) son “copiados” por las neuronas espejo, y transmitidos por el sistema nervioso de manera inconsciente al resto del organismo, también a la musculatura facial. 


    Reprimir esos reflejos exige esfuerzo, que también tiene repercusiones fisiológicas, como el aumento de la presión arterial. Hay que saber “contar hasta tres” antes de dejarse arrastrar por un tono agrio o airado o polémico.



 

Neuronas espejo y aprendizaje infantil

 

Ese contagio emocional provocado por las neuronas espejo es la base del aprendizaje infantil. Aun en el seno materno, el niño reacciona al ritmo de los sonidos o gestos que le llegan del exterior. Una emocionante experiencia de las madres gestantes es percibir el baile alegre o relajado del niño en su seno, cuando escucha una música agradable o tranquila.

 

    Los niños aprenden lo que está bien o mal en el rostro de sus padres, antes que en sus palabras. Contemplar el rostro feliz de sus padres desencadena en el niño unas emociones interiores que le confirman en que lo hecho estaba bien, y surge en sus músculos irrisorios un gesto alegre que imita la sonrisa de satisfacción de sus padres.

 

    Saber esbozar una sonrisa, aun cuando no hay motivo importante aparente, acaba evocando sentimientos positivos en quienes nos rodean. Los niños son los más agradecidos a esas sonrisas.



 

    Somos sociables, estamos hechos para convivir. La sociabilidad es una virtud, un hábito, que se puede entrenar ejercitando las llamadas virtudes de convivencia. Requieren esfuerzo, pero eso va incluído en el concepto de virtud, que es una fuerza ejercitada y lista para el bien.

 

    En realidad somos algo más que sociables: somos familia. Lo dice la genética, y lo confirma la fe: Dios nos quiere familia, Su Familia. Y se mantiene en ese propósito, a pesar de las rebeldías con que nuestro egoísmo rampante se empeña en aislarnos de Él y de los demás.

 

    La Encarnación de Jesucristo, Segunda Persona de la Santísima Trinidad, es la mayor muestra de hasta qué punto Dios es sociable. Poner la mirada en el rostro de la Humanidad Santísima de Jesús, perfecto Dios y perfecto hombre, que ha venido precisamente para que le imitemos, para que pongamos la mirada en su rostro, en sus emociones  y sentimientos, en su modo de relacionarse movido por el Amor. 


    Mirarle es el reto verdaderamente importante al que podemos someter a nuestras neuronas espejo. Es lo que han hecho los santos. Quien trata seriamente de mimetizarse con Él (no con falsos espejismos) extiende olas de paz, serenidad y alegría en el mundo. Olas de Amor, que es la mayor prueba de inteligencia social.


Cristo vivo de Torreciudad

 

    El libro de Goleman , lógicamente, se queda en lo que aprendemos de la psicología y la neurociencia, que no es poco. Y aporta conclusiones muy valiosas para la conducta personal y los ámbitos laborales y sociales. Pero es agradable comprobar lo fácil que es dar un paso más, el definitivo, hacia los verdaderos bienes, tan inseparablemente unidos a los bienes de aquí.

jueves, 29 de marzo de 2018

La Sábana Santa, un reto para la ciencia




Impresionante sesión anoche, en el Aula de Cuestiones de Actualidad Riublanch, abarrotada de asistentes, con el profesor Jorge Manuel Rodríguez, Presidente del Centro Español de Sindonología.








Este Centro, radicado en Valencia, se dedica al estudio científico multidisciplinar de las reliquias que se conservan de Jesucristo, especialmente de la Sábana Santa de Turín.









Aglutina a un nutrido equipo internacional de científicos punteros, que analizan las reliquias desde sus respectivas área de saber: historia, arqueología, botánica, física, literatura, gemología,... Sus investigaciones están realizadas con los equipos más sofisticados que permite la técnica actual.






Cada año los científicos descubren con asombro nuevas y precisas coincidencias entre las huellas de la Síndone y los relatos del Evangelio. Como dice el profesor Rodríguez, estas coincidencias avalan con fuerza inusitada una realidad que ya conoce todo historiador: el Evangelio es el documento antiguo mejor documentado de la historia.








¿Qué origen tiene la huella que aparece en el negativo de la Síndone, en la que podemos ver el rostro claro de un hombre torturado y crucificado hasta la muerte? No sólo el rostro: vemos la figura entera de un cuerpo, el anverso y el reverso.







Y no sólo podemos verlo. La imagen está plasmada con tal precisión y la historia ha dejado tantas huellas en la Sábana que podemos analizarla con técnicas y procedimientos actuales y obtener con detalle muchísima información: calidad y tipo de tejido, de qué época y lugar procede, a qué usos se destinaba ese tipo de tela; torturas y sufrimientos que padeció el hombre que fue envuelto en esa Sábana, nada más fallecer; cuál era su grupo sanguíneo (AB); de dónde proceden los restos de polvo que aparecen en las plantas de los pies, o los granos de polen impregnados en la Sábana; el origen de las quemaduras que aparecen en varios pliegues simétricos de la Síndone, o de los remiendos que a lo largo de los siglos se hicieron para una mejor conservación de la tela (detalles estos que junto a otros invalidan la tristemente famosa, por errónea, prueba del Carbono 14)




Científicos de la NASA, después de múltiples estudios, llegaron a la conclusión de que no es posible determinar el origen de la imagen, y de que ni la ciencia ni la técnica actuales son capaces de reproducir hoy una huella similar. Una huella que contiene tal información que incluso se puede obtener de ella una imagen tridimensional.






El profesor Rodríguez ha realizado también una importante tesis doctoral sobre las implicaciones histórico artísticas de la Sábana Santa. ¿Qué relación tiene la Sábana Santa con la iconografía sobre Jesucristo, con unos rasgos coincidentes que se extendieron por toda la cristiandad a partir del siglo VI? Sus conclusiones son sorprendentes.



Contemplar esa imagen serena, de un hombre que ha sufrido hasta la muerte, en la que es posible intuir el amor en su serenidad, invita a un silencio emocionado y agradecido. Especialmente en estos días de Semana Santa.






No es una cuestión de fe. Es un reto para la ciencia. Y quizá también un mensaje para las mentes descreídas de nuestro tiempo.

Incluyo aquí una sesión reciente del profesor Rodríguez en el Ateneo Mercantil de Valencia:


martes, 8 de agosto de 2017

Oráculos de la ciencia







       Mariano Artigas y Karl Giberson, científicos y expertos en las relaciones entre ciencia y religión, analizan en este documentado libro a seis científicos con una importante  capacidad de divulgación: Richard Dawkins, Stephen J. Gould, Stephen Hawking, Carl Sagan, Steven Weinberg y Edward Wilson. Los seis sugieren en sus publicaciones tres ideas: que la ciencia es hostil a la religión, que los científicos son ateos, y que la comunidad científica centra sus investigaciones en el origen del universo y del hombre  .



Artigas y Giberson muestran que ninguna de esas afirmaciones es cierta. Ciencia y religión son dos empresas humanas muy diferentes, con una autonomía que debe ser respetada. Líderes de la comunidad científica como Francis Collins, Allan Sandage o Charles Townes, entre muchos otros,  son profundamente religiosos. Curiosamente los seis “oráculos” parecen ignorarlos.


La ciencia moderna es uno de los mayores desarrollos de la historia humana, que ha ayudado a difundir  valores implícitos en la tarea científica: objetividad, buscar la verdad con humildad, validación independiente… Es cierto que ha habido conflictos y ataques injustificables, como las controversias en torno al caso Galileo o entre evolucionismo y creacionismo.


 Pero el bien de la verdad pide que se aplique con rigor la metodología adecuada a cada conocimiento: hay un método aplicable a la ciencia, que es distinto del método filosófico. Transvasar los métodos lleva a errores de bulto, como muestran Artigas y Giberson  con serena objetividad y un delicado respeto a las personas y a la verdad de las cosas.  


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El libro analiza la trayectoria y logros científicos de cada uno de los célebres científicos,  y sus afirmaciones  más importantes en relación con la religión y la existencia de Dios.  Artigas y Giberson afirman la  capacidad científica innegable de cada uno, pero muestran también que fallan cuando hacen incursiones en el  campo de la filosofía o la teología. 


Fallan por falta de rigor en los razonamientos, y porque mezclan  ciencia con opiniones personales que en absoluto se concluyen de sus aportaciones científicas. Dawkins, por ejemplo, mezcla la ciencia con opiniones expresadas con tal apasionamiento que resulta difícil al lector distinguir la ciencia de la opinión. Esa mezcla invalidaría sus artículos para ser publicados en una revista científica. Parece que aprovecha sus méritos científicos y la audiencia lograda por su capacidad de divulgación para hacer una apología de sus creencias, en absoluto respaldadas por la ciencia.


Uno de los libros más difundidos de Dawkins, El relojero ciego, no puede ser catalogado como libro de ciencia. Cuando reflexionamos sobre la ciencia, sus objetivos, su valor, sus límites, no estamos haciendo ciencia, sino filosofía. Dawkins es un buen científico y un brillante comunicador, pero su trabajo como filósofo resulta pobre y lleno de lagunas.


Existen formas de conocimiento distintas de la ciencia: el sentido común, la experiencia artística y religiosa, la reflexión filosófica. Todas ellas quedan fuera del alcance de la ciencia, como también queda fuera el significado de la vida y del universo. Y por supuesto  la acción de Dios en el mundo también puede estar fuera del alcance de la ciencia, aunque puede igualmente ser compatible con ella.


Por ejemplo, es notable el empeño de Dawkins en rechazar el diseño inteligente del universo, cuando otros científicos como Christian de Duve, biólogo y Premio Nobel, ha afirmado que la evolución es compatible con la existencia de un plan divino, y ofrece pistas que llevan a admitir la existencia de ese plan. Por lo demás, es evidente la existencia de un diseño aparentemente complejo de las leyes físicas que hacen posible la vida, leyes precisas que gobiernan el universo, constituido a su vez por una materia dotada de propiedades específicas.



  

El éxito de la ciencia se debe a que concentra su esfuerzo en ámbitos muy particulares y restringidos, evitando preguntas sobre lo que cae fuera de ese ámbito. El cientifismo en cambio hace generalizaciones sin base, malas filosofías falsamente presentadas como derivadas de la ciencia, que acaban convirtiéndose en una  pseudo-religión, a la que bien podría calificarse de virus de la mente con el que se pretende dar un sentido a la vida y un ideal por el que luchar, adaptando la terminología que el propio Dawkins ha inventado para atacar a la religión.


Dawkins en realidad no examina la verdad de la religión, se limita a dar por supuesta su falsedad porque no se ajusta a los criterios de la ciencia empírica. Pero ningún método científico nos puede llevar a comprobar la existencia de Dios, y menos a la conclusión de que somos hijos de Dios, o que debemos amarnos unos a otros. Que esas afirmaciones no sean científicas no significa que estén hechas sin apoyo: se apoyan en algo distinto al método científico.


La fe no es, como afirma Dawkins, “confiar ciegamente, en  ausencia de pruebas,  aun frente a evidencias”. Ningún escritor cristiano importante  ha definido así la fe. Pero Dawkins construye ese hombre de paja y basa en él todo su ataque a la religión.


Más preocupante que sus errores intelectuales es la ferocidad con la que afirma su ateísmo, sólo explicable porque los motivos de su ateísmo tengan un origen emotivo y no científico, pues la ciencia avanza con unos valores propios característicos: búsqueda de la verdad, objetividad, rigor, modestia intelectual, cooperación


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A veces viene bien conocer las motivaciones que están detrás de algunos comportamientos. Por ejemplo, a  Hawking le gusta conectar la física con Dios porque descubrió que así sus conferencias se llenaban. Giberson apunta con ironía que Hawking sabe que cada ecuación que introduce en uno de sus libros reduce las ventas a la mitad, y cada vez que introduce el término “Dios” dobla las ventas. Las incursiones de Hawking en filosofía o teología son dolorosamente ingenuas y asombrosamente dogmáticas. Y con frecuencia están expresadas en un incomprensible tono mistérico que no se sabe si esconde una burla o mera vaciedad, aunque curiosamente muchos la reciban como un auténtico oráculo, sin entender nada.



Sagan, famoso por la serie Cosmos, de muy buena factura pero en la que no hay lugar para Dios, reconstruye la historia sin hechos en los que apoyarse, como en el caso de la bibliotecaria Hipatia de Alejandría, cuya verdadera historia no tiene nada que ver con la leyenda anticristiana construída muchos siglos más tarde. Sagan también reinventa a Tales de Mileto, de quien apenas sabemos nada,  y que Sagan describe sin base documental como héroe de la lucha de la ciencia contra la religión en la Grecia clásica.
  

En cambio Sagan  omite toda referencia a los detallados estudios sobre cómo la revolución científica del siglo XVII  fue debida a siglos de trabajo previo durante el  periodo medieval. La física matemática apareció en el mundo occidental, fruto de un trabajo meticuloso que se gestó durante la Edad Media, en la Europa cristiana, que no era tan oscura como la pinta Sagan.


Presentar la religión como enemiga de la ciencia es ignorar que donde ha crecido la ciencia ha sido precisamente en el Occidente cristiano, y que el cristianismo no se ha visto obligado a cambiar como consecuencia del progreso de la ciencia.



    Son algunas pinceladas de este gran libro, muy recomendable para amantes de la ciencia y del rigor intelectual. 

domingo, 9 de diciembre de 2012

Ciencia y fe. Lo que sabemos del origen del universo y de la vida (y II)






La mirada de la ciencia y la mirada de Dios.
Diego Martínez Caro. Ed. EUNSA. 2011


El diseño inteligente y el principio antrópico deslumbran a los científicos



Cada vez es mayor el número de científicos que muestran su asombro ante la evidencia de que  el universo parece como si se desarrollara de acuerdo con un plan inteligente. Este argumento del diseño inteligente, curiosamente  abandonado por  los teólogos tras las críticas procedentes del darwinismo, es ahora recogido por la Ciencia, que  sugiere además que la existencia de organismos conscientes es un rasgo fundamental del universo. Parece como si todo estuviera hecho para ser observado por seres inteligentes.


El filósofo Anthony Flew, tras 50 años de ateísmo, declara: “Creo que los orígenes de las leyes de la naturaleza, de la vida y del universo señalan claramente a una fuente inteligente. La carga de la prueba recae sobre los que argumentan lo contrario (…) Cada año que pasa, y según descubrimos la riqueza de la inteligencia inherente a la vida, menos posible parece q una sopa química pueda generar por arte de magia el código genético”.


Richard Smalley, Nobel de Química, muestra también su admiración ante el principio antrópico: cada vez aparece con mayor claridad a la Ciencia que el universo está exquisitamente ajustado para hacer posible la vida humana.


Por su parte, Paul Davies, que ha sido profesor en el Centro de Astrobiología de Australia, y ahora en la  Universidad de Arizona, defiende que las condiciones físicas que hacen posible nuestra existencia se encuentran tan increíblemente ajustadas que hacen inviable  atribuir la existencia humana al simple juego accidental del azar o de fuerzas ciegas. Es necesario algún plan superior capaz de explicar la vida humana.


La posibilidad de que desde el origen del Universo (14 mil millones de años) se produzcan al azar los miles de millones de coincidencias, mutaciones y combinaciones necesarias para dar origen a un organismo humano es ínfima: se ha podido calcular con potentes ordenadores y es muy inferior a 1 entre mil millones.


Muchos científicos concuerdan en esto: la aparición de la vida depende de unas propiedades favorables de la física tan específicas que no pueden sino ser deliberadas por una inteligencia superior. Es casi inevitable pensar que nuestra inteligencia es imagen de una inteligencia superior. Para el astrónomo y matemático Fred Hoyle, esta teoría –aunque apoyada en razones sicológicas más que científicas- es tan obvia que hay que preguntarse por qué no es ampliamente aceptada como evidente por la comunidad científica. Quizá hay que ver aquí uno de esos casos de miedo a la disidencia respecto a lo políticamente correcto: el miedo a verse aislados profesionalmente.


La fe en un Dios sabio y racional hizo posible el nacimiento de la ciencia moderna


Davies reconoce también la influencia decisiva del cristianismo  en el nacimiento de la ciencia moderna: los pioneros de la ciencia moderna eran cristianos,  y como tales pensaban que la naturaleza, como obra de Dios, era racional y que, por tanto, se podría investigar científicamente.


Subraya el doctor Martínez Caro que es un hecho incontestable que la ciencia moderna tuvo sus orígenes entre los siglos XIII y XVII,  gracias a una matriz cultural cristiana: la de Europa, que vivía siglos de fe. Por su fe cristiana, los europeos se consideraban cuidadores de la obra de su Padre Dios, infinitamente sabio y racional, que ha creado un mundo lleno de orden y de leyes, y al hombre  a su imagen y semejanza, y por tanto partícipe de la inteligencia divina y capaz de conocer el mundo.


De hecho en esa fe se apoyan incluso los científicos que dicen no ser creyentes: todo el desarrollo de la ciencia está basado en la fe en la existencia de leyes matemáticas seguras, inmutables, universales, que rigen el universo. Fe en que no fallarán, aunque desconozcamos su origen.  La teoría de que la existencia de leyes no obedece a razón alguna es tremendamente contraria a la razón, y sobre ella debe caer la carga de la prueba.


Frente a ese origen cristiano de la ciencia, algunos alegan que también los chinos inventaron cosas: cohetes, brújulas… Pero no se cae en la cuenta de que fueron incapaces de formular ni una sola ley física. Y el motivo es sencillo: habían perdido desde muy temprano la creencia en un Creador personal y racional, fundamento de la racionalidad  última del Universo.


La religiosa creencia del nuevo ateísmo en que en el universo “sólo hay una ciega y despiadada indiferencia” ( Richard Dawkins) es realmente heladora e inhumana. En cambio, lo que sabemos por la fe cristiana acerca de nuestro origen es mucho más reconfortante. Lo ha recordado Benedicto XVI recientemente con palabras precisas y bellas: “cada uno de nosotros es el fruto de un pensamiento de Dios, querido, amado y necesario”. Gracias a este convencimiento se ha ido abriendo paso la civilización en nuestro mundo,  en medio de una humanidad barbarizada y no siempre dispuesta a aceptarlo.


Para saber más acerca de las lagunas  e implicaciones filosóficas del evolucionismo y del neodarwinismo son  recomendables los abundantes trabajos del profesor Mariano Artigas , por otra parte muy citado en la bibliografía que aporta el libro.