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viernes, 12 de marzo de 2021

Hasta la última gota



Pedro Casciaro. Hasta la última gota. Ed. Rialp. Rafael Fiol

 

Pedro Casciaro fue uno de los primeros jóvenes que siguieron a san Josemaría en el Opus Dei. Formado junto a él en los durísimos años de la guerra civil y postguerra española, le ayudó en la puesta en marcha de la primera obra corporativa en Madrid y en la primera expansión del Opus Dei. Fue el primer director de la Residencia Universitaria Samaniego, de Valencia. Ordenado sacerdote en 1946, en 1948 marchó a México, para iniciar el trabajo apostólico de la Obra, extendiendo entre todo tipo de personas el mensaje de la llamada universal a la santidad en la vida ordinaria. 

 

Un ejemplo cercano

 

En este sugerente libro, Rafael Fiol, que trabajó muchos años junto a Casciaro en México, nos narra algunos de los hitos de su vida, pero sobre todo ahonda en su personalidad, tratando de encontrar la raíz de su generosa respuesta a la llamada de Dios. Su vida, asegura, fue un esfuerzo continuo por identificarse con la Voluntad de Dios, desde el primer momento de su entrega en el Opus Dei. 


El relato, repleto de sucesos y anécdotas entrañables, recoge también testimonios de numerosas personas que trataron con Casciaro. Nos va dibujando el temple humano y sobrenatural de una personalidad rica y singular, que lucha para superar sus defectos y se va forjando bajo la orientación sabia y santa de san Josemaría.

 

La narración nos permite contemplar un ejemplo cercano de fe y audacia, y también de optimismo y buen humor, con la humildad propia de quien no se considera importante y por eso sabe reírse de sí mismo. Casciaro destacaba desde la adolescencia por su espíritu de iniciativa, sabía asumir responsabilidades y tenía dotes de gobierno, al parecer heredados especialmente de su abuelo. Dejó escrito en el guión de una clase sobre el gobierno: “La capacidad de decisión está íntimamente unida con el espíritu de sacrificio, porque escoger –con conciencia- significa renunciar.” 

 

Amar a Jesucristo con obras y de verdad

 

Vemos también a un hombre dispuesto a hacer locuras para llevar a Jesucristo a todos los rincones del mundo, emprendiendo proyectos que con ojos humanos parecerían imprudentes.

 

Es significativa la anécdota con don Marcelino Olaechea, que fue arzobispo de Valencia y gran amigo de san Josemaría. Casciaro le acompaña en el acto en que el papa san Pablo VI inaugura un Centro de Formación para la Juventud Trabajadora en Roma, que el Opus Dei puso en marcha en unos momentos en que todavía eran muy pocos los miembros de la Obra en Italia: “¡Estáis locos!... –le dice al oído con cariño el arzobispo- estáis locos, pero de Amor de Dios, como vuestro fundador, que os ha pegado a todos su locura divina.


san Pablo VI y san Josemaría, el día de la inauguración del Centro ELIS en Roma

 

Esa locura le llevará a iniciativas semejantes en México, como la puesta en marcha, sin recursos humanos, de varios centros de formación para mujeres y hombres del campo aprovechando las ruinas de Montefalco, una antigua finca incendiada y abandonada durante la revolución mexicana.

 

Venciendo todo tipo de dificultades, Montefalco se convirtió pronto en un foco de progreso humano y cristiano, que ha logrado una transformación notable en la calidad de vida de toda la comarca. Como ésta, muchas otras iniciativas apostólicas en tierras mexicanas se deben a su impulso lleno de fe y valentía.

 

Finura de espíritu

 

Fiol destaca un rasgo atractivo de la personalidad de Casciaro: la finura de espíritu, “una actitud moral que consiste esencialmente en la atención al otro. Esta cualidad perfecciona el espíritu humano, haciéndolo cada vez más delicado. Efectivamente, la persona fina no solo es moralmente recta, sino que capta, percibe con delicadeza, los detalles. Pedro tenía esta virtud, porque se volcaba en una atención activa a los demás. Y sin duda el trato con Dios deja finura en el alma.”

 

Aprendió de san Josemaría a formar a las personas que tenía al lado. “Tenía la virtud de sacar el lado positivo y las virtudes de las personas que colaboraban con él.” La conciencia de su responsabilidad para transmitir el espíritu que había aprendido del fundador le llevaba a corregir con prontitud y firmeza, pero “decía las cosas con un entrañable estilo de afecto y fino humor. Sabía crear a su alrededor un clima de paz, de tranquilidad, de alegría, de buen humor, de espontaneidad, de cariño, de afabilidad, de educación, de altura humana y sobrenatural, que hacía la convivencia muy grata, y que transmitía a todos entusiasmo por la Obra y la labor apostólica.

 

Una personalidad liberal e independiente

 

Pedro Casciaro había nacido en Murcia en 1915, donde hizo sus primeros estudios. A los 10 años su padre obtuvo la plaza de catedrático de instituto en Albacete, y se trasladó allí con su familia. En 1931, con 16 años, se trasladó a Madrid para estudiar Matemáticas y Arquitectura: una orientación profesional que cuadraba muy bien con sus talentos y aficiones: tenía fina sensibilidad artística y genio creativo. Era además muy independiente, y había sido educado por sus padres con planteamientos liberales y una superficial formación religiosa.

 

En enero de 1935 conoció a san Josemaría, joven sacerdote de 33 años. Ese encuentro transformó su vida: le cautivaron su trato sencillo y cordial, su cultura y su sincera piedad. Al acabar la conversación le salió espontáneo pedirle que fuera su director espiritual, a pesar de que nunca lo había tenido ni sabía muy bien en qué consistía. En noviembre de ese mismo año pidió ser admitido en el Opus Dei. Toda su vida, el desarrollo de su rica personalidad –en lo humano y en lo sobrenatural- estaría marcada desde ese momento por la huella que dejó en su alma joven el trato estrecho con el fundador.

 

Al estallar la guerra civil española Pedro se encontraba pasando unos días con sus abuelos en la finca que poseían en Torrevieja. Su padre, concejal republicano, fue encarcelado en Albacete por los sublevados, pero al ser conquistada la ciudad por tropas republicanas fue liberado y nombrado presidente del Frente Popular de la provincia. Hombre recto, intentó detener la tremenda represión que se desató contra la Iglesia, y logró salvar varias vidas de sacerdotes y religiosas. Salvó también de la destrucción numerosas obras de arte religiosas, entre otras la imagen de la Patrona de Albacete, la Virgen de los Llanos.

 

Destinado a Valencia para servir al ejército republicano, el joven Casciaro desertó para unirse a san Josemaría y otros miembros de la Obra en su huida hacia la libertad a través de los Pirineos. Una aventura fascinante, en la que se jugó la vida con una desenvoltura y valentía solo explicables por la ayuda del cielo.


En Andorra junto al fundador tras lograr pasar a Francia en busca de la libertad


Mente y corazón universales 


Casciaro se sintió ya protagonista de una aventura sobrenatural, incluso antes de haber solicitado ser de la Obra. Contaba que durante los días de vacaciones en Torrevieja “la semilla de la universalidad [de la Obra] ya estaba germinando, porque recuerdo que contemplaba con rara nostalgia los vapores que zarpaban del puerto, cargados de sal y con rumbo a países para mí desconocidos. Al mismo tiempo me preguntaba cómo llegarían a ser compatibles las exigencias de la familia y de mi futura profesión con el deseo de participar de alguna manera en la expansión de aquella inquietud apostólica, que las conversaciones con el Padre habían sembrado en mi alma (...).

En cuanto a la expansión del Opus Dei, no reflexioné entonces demasiado. Era algo que formaba parte de la fe que sentía en las palabras del Padre. Quizá consideraba al principio esa expansión geográfica como una serie de realizaciones lejanas que apenas llegaría a ver en mi vida. Y sin embargo, ya entonces el Padre nos decía: «Soñad y os quedaréis cortos». La realidad se encargó de hacerme ver que, a pesar de haber sido bastante soñador en mi juventud, mis sueños se quedaron verdaderamente cortos.” Con ese título -Soñad y os quedaréis cortos- Casciaro publicó un apasionante libro de memorias.


don Pedro Casciaro en México

Guadalupano

 

Parte del secreto de Casciaro para afrontar con valentía y magnanimidad retos y dificultades de todo tipo está sin duda en su devoción a la Virgen, siguiendo la huella de san Josemaría. Se aplicaba como dichas para sí las palabras de la Guadalupana al indio Juan Diego: “¿No estoy yo aquí que soy tu Madre? ¿Acaso no estás bajo mi sombra y amparo? ¿No soy tu salud? (…) ¿Qué has menester?”

 

Del trato filial y confiado con Dios y con la Virgen sacó las fuerzas para entregarse generosamente a Él y al prójimo, “hasta la última gota.”



 

jueves, 25 de febrero de 2021

Alejandro Llano: olor a yerba seca

 




Olor a yerba seca. Memorias. Alejandro Llano. Ed Encuentro

 

 Primera parte de las memorias de este gran filósofo y mejor persona que es el profesor Alejandro Llano Cifuentes, catedrático de Metafísica que fue rector de la Universidad de Navarra durante muchos años.

 

“En un momento de estas páginas recojo algunas de las últimas palabras que Ludwig Wittgenstein dirigió a su discípula predilecta: “Beth, he buscado la verdad”. Ojalá pudiera decir yo lo mismo, aunque sea en un tono más bajo y con un alcance más corto. Lo que sobre todo quisiera mostrar en esta primera entrega de mis memorias es mi torpe intento de unir existencialmente la indagación de las verdades filosóficas y la búsqueda de quien es Camino, Verdad y Vida. Los antiguos cristianos llamaban filosofía a la vida cristiana. Yo no confundo la una con la otra, pero estoy convencido como ellos de que el cristianismo es la vera philosophia.

 

Con un tono coloquial, ameno y sugerente, Alejandro Llano logra encandilar al lector, que se ve gratamente sumergido en el rico mundo interior de un personaje sabio y cultivado, que nos abre sus sentimientos con notable transparencia y sinceridad.

 

La lectura, repleta de anécdotas y sucesos en los que se vio envuelto en la niñez y juventud, tan pronto nos hace reír –en ocasiones a carcajadas- como nos pone en suerte ante pensamientos nobles y profundos. Junto al amor apasionado a la libertad, en estas memorias brilla un compromiso innegociable con las personas y con la sociedad, fruto de una conciencia profundamente cristiana.

 

Recuerda con agradecimiento la fe recibida de sus padres: los recuerdos familiares son chispeantes y rezuman alegría no exenta de momentos difíciles. Es encantador el relato de cómo conoció el espíritu del Opus Dei de la mano de la mujer, por entonces todavía analfabeta, que ayudaba a su madre en el cuidado de la numerosa prole.

 

Sus largos años en Valencia ocupan un lugar muy destacado en esta primera entrega. En la ciudad del Turia fue director del Colegio Mayor Universitario de la Alameda, mientras proseguía sus estudios y hacía su tesis doctoral sobre el pensamiento de Kant. En la universidad de Valencia se estrenó como profesor de Filosofía.

 

En el relato se percibe el penoso ambiente de lucha ideológica que reinaba en la universidad, no muy distinto del actual, que le hacía sufrir y del que solo con mucho esfuerzo lograba evadirse, para centrar la atención en lo realmente propio del trabajo universitario: la investigación y la formación de los alumnos.    

 

Muchos le recuerdan por su fino sentido del humor, que lograba quitar hierro a situaciones difíciles, y por el entrañable aprecio que sabía infundir hacia los valores culturales y del pensamiento, incluso entre los jóvenes de carreras técnicas. “Algunos me dicen que la parte de Valencia es la mejor, seguramente porque es la que viví con más intensidad.”

 

El profesor Llano ha logrado transmitir al texto la cordial amenidad que caracterizaban sus tertulias con universitarios. Cuesta mucho interrumpir la lectura, porque se es consciente de que se está aprendiendo, y además se está pasando un buen rato.

 

De la segunda parte de sus memorias, Segunda navegación, escribí esta reseña.

 

 

 


miércoles, 24 de febrero de 2021

La primera expansión del Opus Dei

 



Posguerra. La primera expansión del Opus Dei durante los años 1939 y 1940

 

El historiador Onésimo Díaz analiza en este libro el desarrollo de la Obra fundada por san Josemaría Escrivá en los meses que sucedieron al final de la guerra civil española.

 

En abril de 1939 el Opus Dei lo formaban 14 hombres muy jóvenes y 2 mujeres recién incorporadas. El único inmueble del que disponían para realizar su labor apostólica al comienzo de la guerra, la Academia DYA, en Madrid, había quedado toralmente destruido por los bombardeos y saqueos durante la contienda.

 

Onésimo Díaz, que es investigador del Centro de Documentación y Estudios JosemaríaEscrivá de Balaguer, ha tenido acceso para su trabajo a valiosa documentación, tanto la que se conserva en el Archivo General de la Prelatura (diarios de los primeros centros del Opus Dei, abundante correspondencia de aquellos jóvenes con el fundador y entre sí, relatos de conversaciones y correspondencia con autoridades eclesiásticas, etc.) como la del Archivo de la Universidad de Navarra, el Archivo General de la Administración y el del Palacio Real, entre otros fondos.

 

Con ese abundante material, el conjunto resulta una panorámica minuciosa y de gran detalle que nos permite asistir, casi a tiempo real, al desarrollo en las diferentes ciudades a las que acudían el fundador y aquellos jóvenes primeros que le secundaban con gran entusiasmo y no pocas dificultades: Valencia, Barcelona, Valladolid, Bilbao…


Se describen no sólo los detalles de la puesta en marcha de las actividades, sino también los pasos previos que tuvieron que dar y el motivo de que se comenzara concretamente en esas ciudades, que tenían en común ser sedes universitarias.

 

Onésimo Díaz ofrece también una contextualización de los hechos, en el marco de la situación que se vivía en esos inquietantes momentos de la posguerra en España y la Guerra Mundial en Europa.

 

Sorprende el esfuerzo agotador que debieron emplear el fundador y sus jóvenes seguidores (Álvaro del Portillo, Pedro Casciaro, Francisco Botella,…)  teniendo en cuenta las dificultades para viajar, la escasez económica y que la mayor parte de ellos no habían terminado todavía sus estudios universitarios y además seguían movilizados en unidades militares.

 

A lo largo del libro van apareciendo nombres de jóvenes que comenzaron a frecuentar las actividades de formación cristiana que se organizaban: así, en el capítulo dedicado a Valencia vemos los pasos de Rafael Calvo Serer, que había solicitado la admisión en el Opus Dei en 1936, Amadeo de Fuenmayor, José Manuel Casas Torres, Florencio Sánchez Bella, José Orlandis,…

 

Se narra también la intervención de amigos eclesiásticos del fundador, como Antonio Rodilla, Eladio España, Antonio Justo Elmida (rector del Colegio Mayor Juan de Ribera de Burjasot) o el obispo auxiliar de Valencia monseñor Francisco Javier Lauzurica, gran amigo del fundador desde que se conocieron en el seminario de Logroño, y con quien ya habían hablado en 1935 para comenzar cuanto antes en Valencia: sin duda su presencia fue determinante para que Valencia fuese la primera fuera de Madrid.

 

Se refleja también, gracias a las anotaciones que se conservan tanto en los diarios como en la abundante correspondencia, detalles del contenido de los medios de formación, y consideraciones sobre el espíritu y el mensaje del Opus Dei que escuchaban directamente del fundador.

 

Se percibe la sorpresa con que aquellos jóvenes escuchaban un mensaje que precisamente por estar enraizado en el Evangelio les sonaba a nuevo: la llamada a santificar el estudio y el trabajo profesional y todas las actividades de la vida ordinaria.

 

No se trataba de saber cosas, sino de vivirlas. Por eso el contenido de las actividades formativas era eminentemente práctico. Por ejemplo, en los Círculos de San Rafael, en el que se glosaba el Evangelio del día y se comentaba algún aspecto de la vida cristiana, el momento más importante era el del examen personal, unas preguntas redactadas por el fundador a las que cada uno debía responder en silencio en su interior.

 

Uno de aquellos jóvenes, Alfonso Balcells, a propósito de la predicación de san Josemaría en unos ejercicios espirituales a los que acababa de asistir, anota sorprendido que eran “ejercicios de vida, y no de muerte”. En contraste con lo que era habitual en aquellos tiempos, se fomentaba la alegría y la actitud optimista propia de los hijos de Dios, el amor más que el temor de Dios, la santificación de las actividades temporales, y no sólo el pensamiento del más allá.

 

En Valencia, la primera ciudad fuera de Madrid a la que extendió su trabajo apostólico, el Opus Dei cuajó con fuerza, y pronto hubo que buscar un lugar más amplio donde organizar las actividades de formación.  Se cambió un minúsculo entresuelo en la calle Samaniego, El Cubil, por una sede más amplia en la misma calle, que dio origen a la residencia de estudiantes Samaniego, que pocos años después se convertiría en el colegio mayor universitario de la Alameda.


San Josemaría y el beato Álvaro del Portillo
en los Viveros Municipales de Valencia
Octubre de 1939


Sorprende la fortaleza y el buen humor de aquellos primeros seguidores de san Josemaría, su capacidad de pasar por encima de las dificultades de todo tipo –que las hubo- y que esconde una profunda fe y la convicción de estar trabajando con un encargo divino en servicio de la Iglesia y del mundo.

 

A la vez, quedaba de manifiesto que lo importante en el Opus Dei no es disponer de instrumentos materiales, sino que cada uno interiorizase el mensaje y se propusiera seriamente imitar y seguir de cerca a Jesucristo en su vida ordinaria.  

 

El 5 de octubre de 1939 el periódico Levante se hacía eco de la primera edición de Camino, la obra más conocida de san Josemaría, que acababa de imprimirse en la ciudad del Turia, y tuvo un impacto inusitado entre los jóvenes.  

 

Es notable el esfuerzo de reconstrucción pormenorizada de los hechos y de su contextualización que ofrece Onésimo Díaz en este libro. El trabajo puede considerarse en continuidad con los escritos por José Luis González Gullón sobre los años anteriores del Opus Dei: DYA, la primera obra corporativa del Opus Dei, y Escondidos, que narra la aventura de supervivencia del fundador y los primeros fieles de la Obra en la zona republicana durante la guerra civil.

 

 


viernes, 7 de agosto de 2020

Historia de la Iglesia en Valencia

Historia de la Iglesia en Valencia. Vicente Castell Maiques

    

Cripta de san Vicente Mártir

    Riguroso trabajo de investigación histórica del canónigo de la catedral de Valencia y doctor en teología Vicente Castell. Contextualiza los hitos más significativos de la historia del cristianismo en la capital del Turia. La lectura resulta amena e instructiva.

    Todo bautizado debería conocer cómo ha llegado hasta él la fe cristiana. Para los nacidos en el reino de Valencia, tierra que muy pronto acogió la semilla cristiana, este libro ayuda a conocer y amar las vidas de tantos miles de hombres y mujeres, la mayor parte desconocidos para nosotros pero no para Dios, que con su vida cristiana ejemplar lograron construir una sociedad más humana.  

Procesión de san Vicente Mártir, patrón de Valencia


    
A través de quienes nos han precedido surcan el tiempo las raíces de nuestra fe hasta llegar a su fuente originaria: aquellos cristianos de primera hora (marinos, comerciantes, pescadores, soldados…) a quienes las circunstancias les condujeron hasta aquí y trajeron con ellos la semilla del Evangelio, aprendida de los discípulos de los Apóstoles, que a su vez  la habían recibido del mismo Jesucristo, Dios encarnado.

    Conocer nuestra historia es una manifestación de agradecimiento a la Providencia por  el legado recibido, y también de agradecimiento a quienes con su vida –heroica en tantos casos- hicieron posible que el legado no se desvirtuase. 

    La Iglesia está compuesta por hombres y mujeres frágiles y vulnerables, por pecadores. "Apártate de mí, Señor, que soy un hombre pecador", dijo san Pedro a Jesús. Pero sobre esa vulnerabilidad ha querido su Fundador edificar su Iglesia, de la que Él Cabeza. Y a esa familia de hombres y mujeres pecadores y vulnerables ha prometido su asistencia hasta el fin de los tiempos. 

    Asomarse a la historia de la Iglesia es asomarse a la acción de Dios entre nosotros. Una acción divina que se manifiesta, entre otras cosas, en que, aun en los momentos de mayor crisis, nunca han faltado hombres y mujeres de vida santa que, aún sabiéndose pecadores, se han mantenido fieles y han dedicado su vida a embellecer el mundo con la savia del Evangelio y el mandamiento del amor.

    Acercarnos a la verdad histórica nos permite también conocer los errores de personajes poco ejemplares, que con su actuación incoherente han desvirtuado la verdad evangélica. Hay que conocer esos hechos lamentables para no caer en los mismos errores.

    Como en todo grupo humano, en los cristianos hay errores y pecados, y la Iglesia es la primera en reconocerlo. Pero es de justicia ponerlos en su contexto, sin juzgar desde la mentalidad actual, que es un error que el buen historiador no comete. 

    Con frecuencia se lanzan versiones falseadas de acontecimientos  en los que intervinieron cristianos, o se juzgan perversamente sus intenciones, con la única finalidad de desacreditar la enseñanza del Evangelio. Se miente sobre la Iglesia para alejar a la gente de ella. Se ha hecho desde antiguo.

    Ya lo hacía en el siglo II el filósofo griego Celso, preocupado por el creciente grupo de seguidores de Cristo que se negaban a reconocer las divinidades de cada nación. Los cristianos adoraban a un Dios que no era nacional, sino universal. Eso a Celso le parecía peligrosamente  revolucionario,  porque ponía en cuestión el sistema mundial establecido: cada nación tiene su dios, y no es buen ciudadano -decía- quien no adora y ofrece sacrificios al dios de su nación: sea César, el Emperador, Zeus, Zaratrusta o Júpiter. 


Emperadores romanos divinizados

    Para conservar el sistema establecido era preciso denigrar y desacreditar ante el pueblo a esos "peligrosos" cristianos, que se negaban a adorar a dioses falsos. Eso suponía una amenza para el sistema dominante. 

    No es muy distinto ahora el origen de algunos ataques contra la Iglesia o sus instituciones: un cristiano coherente se resiste a adorar a los dioses del sistema actual: el Mercado, la Crápula, el Placer... En el fondo, como ha dicho el filósofo Alejandro Llano, "El diablo es conservador", y teme la revolución cristiana.

    Por eso no debería extrañarnos que a lo largo de la historia algunos hayan arrojado en el camino de la Iglesia "leyendas negras", que actúan como  la cizaña que “el  enemigo” siembra en el campo de trigo bueno de Dios.

    Es penosa también la falta de sentido crítico de no pocos cristianos, que dan por ciertas esas mentiras, o verdades a medias, sin tomarse la molestia de acudir a fuentes fidedignas. 

    Eso es este trabajo de Vicente Castell: una fuente a la que acudir para conocer el verdadero rostro de la Iglesia, libre de las mentiras con que han intentado ocultarlo. Y comprobar que a pesar de los errores y pecados de sus fieles, y de las falseades y calumnias de sus enemigos, la Iglesia permanece bella y resplandeciente, porque es de Dios. La historia real es la mejor apología del catolicismo.

    Muy oportuna la frase de Gregorio Mayans, el erudito historiador de Oliva: “Si hoi entablasse yo mis estudios, me aplicaría de propósito a la Historia Eclesiástica para servir a Dios y a la su Iglesia.


Anoto varias fechas significativas extraídas del libro, con algún comentario personal:


Valencia romana. La espina del circo atravesaba la actual iglesia de san Juan del Hospital


138 a. C.: fundación de Valencia por los romanos, sobre una fortaleza ibérica anterior.

Los primeros cristianos debieron llegar por los puertos mediterráneos. Hay un silencio de fuentes durante los 3 primeros siglos de la era cristiana.

250 d.C.: bajo el emperador Decio, el número de cristianos en el mundo era de unos 3 millones. A principios del siglo IV eran 6 millones. Ese aumento llevó a cierta relajación de costumbres, no entre los fieles sino sobre todo entre entre algunos clérigos y jerarquía.

304/305 d.C.: martirio del diácono san Vicente, bajo la persecución del emperador Diocleciano. Fue traído prisionero desde Zaragoza, probablemente porque en Valencia había menos cristianos que en Zaragoza y sería más fácil la ejecución. Su sepulcro en Valencia dio aliento a la primitiva comunidad cristiana valentina y atrajo peregrinos de otros lugares.



                       Cárcel y cripta de san Vicente, en el corazón de Valencia


El martirio de san Vicente es el primer testimonio textual histórico que no permite dudar de la presencia cristiana en Valencia. El establecimiento de la jerarquía, con el primer obispo valenciano, debió tener lugar en el siglo V.

409 d.C.: entran en la península ibérica vándalos, suevos y alanos.

415 d.C.: entran los visigodos (Ataúlfo) y se establecen en Tolosa y la Aquitania. Los visigodos se funden con los nativos.

476 d.C.: cae el imperio romano. De hecho ya había un reino visigodo en Tolosa, constituído de derecho con el rey Eurico en el 466 d.C.

568 d.C: el rey Leovigildo impone a los católicos de Valencia obispos arrianos.

589 d.C: conversión al catolicismo del rey Recaredo, de  su corte y de todos los obispos arrianos, en el primer concilio de Toledo: es la fecha más trascendental para la historia del catolicismo español.

711 d.C.: invasión árabe de España tras la batalla de Guadalete.

713 d.C.: Valencia queda incorporada al islam. La mayoría de los cristianos fueron obligados a  convertirse. Quedó una minoría mozárabe, cada vez menor. 



1094 d.C.: El Cid Campeador conquista Valencia.

1102 d.C.: cae de nuevo Valencia en poder musulmán.

1180 d.C.: martirio de Bernardo, María y Gracia, hijos del emir de Carlet, que se habían convertido al catolicismo al pasar por el monasterio cisterciense de Poblet (Tarragona) fundado poco antes, en 1151.

1230 d.C. aprox: martirio (probablemente en la actual plaza de la Reina) del sacerdote Juan de Perusa y del hermano Pedro de Saxoferrato, franciscanos; habían venido del reino de Aragón para anunciar la fe cristiana a los musulmanes.

9-X-1238: el Rey don Jaime conquista Valencia y se celebra la primera misa en la ciudad tras la reconquista, en uno de los laterales de lo que hoy es la catedral de Valencia. Fue construida en los siglos XIII y XIV, sobre los restos de un antiguo templo romano que más tarde fue catedral visigótica y que los musulmanes habían convertido en mezquita.

catedral de Valencia

El número de mozárabes era muy escaso en el reino. La repoblación por catalanes y aragoneses fue lenta, y comenzaron ocupando las poblaciones del norte abandonadas por los musulmanes. En 1270 el número de habitantes del reino era de unos 130.000, de los cuales apenas 30.000 mozárabes y el resto árabes. Hasta finales del siglo XV los cristianos valencianos no fueron mayoría. Hacia 1483 el reino contaba con unos  300.000 habitantes, mitad cristianos y mitad musulmanes. Sólo a finales del XVI, cuando se llegó a los 500.000 habitantes los cristianos superaron a los musulmanes. En 1609 tuvo lugar la expulsión de 130.000 moriscos, tras fracasar los intentos de integración social.  Era obispo san Juan de Ribera. Hubo también motivos de seguridad  nacional, por la connivencia de poblados musulmanes con piratas y corsarios turcos que asaltaban y sembraban el terror en pueblos de las costas valencianas.

1238: el rey don Jaime hace donación de una mezquita y su terreno adyacente a los caballeros hospitalarios de la Orden de san Juan de Jerusalén que le acompañaron en la conquista de Valencia. Se erige una capilla dedicada a su patrono, san Juan Bautista, se establece un hospital, y se comienza a edificar la actual iglesia de san Juan del Hospital. 


capilla del Rey don Jaime, en la iglesia de san Juan del Hospital

Ya en 1243 el clero de san Juan salía con cruz alzada, por cuya observancia se le concedió el privilegio de preceder a las demás parroquias de la ciudad en las procesiones. En la capilla de la Purísima de esta iglesia estuvo radicada la parroquia castrense. Y en 1645 se estableció la fundación del Oratorio, para difundir la Comunión frecuente, el culto a la Eucaristía y la oración mental. En el siglo XVIII la iglesia de san Juan del Hospital tenía 12 sacerdotes beneficiados de la orden de san Juan de Jerusalén, sin territorio de parroquia, y este clero precedía a todas las parroquias de la ciudad en las procesiones. Con la desamortización de las órdenes militares en 1850, la iglesia fue abandonada y destinada a otros usos, sufriendo diversos saqueos e incendios que la dejaron en estado de ruina y estuvo a punto de ser derribada. Un decreto de 1943 la preservó del derribo, aunque no de convertirse en cine de barrio durante varios años. En 1966 el obispo de la diócesis pidió a sacerdotes del Opus Dei que se hicieran cargo de restaurarla para devolverla al culto. Hoy es una de las iglesias más bellas de Valencia, aunque aún prosiguen los trabajos de recuperación de las huellas históricas en el conjunto monumental. 

1348: año de la peste negra, que produjo una grave  crisis económica y una relajación de la disciplina de religiosos y clero. De los 640 dominicos que había en el reino de Aragón quedaron 130. En Valencia se sufrió un fuerte debilitamiento de la vida religiosa a lo largo del siglo XIV. Además de la peste se sufrieron las consecuencias de la guerra de los Cien Años y del gran cisma de Occidente. Muchos religiosos, dedicados a los estudios y la investigación, se apartaron lentamente de la evangelización directa del pueblo. La crisis afectó especialmente a los dominicos, que por su prestigio habían penetrado en la curia pontificia y en la corte y vivían en situación de privilegio.

1350: nace san Vicente Ferrer (+1419), de padres oriundos de Gerona. Tenía una amplia cultura y un influjo carismático en el pueblo.


San Vicent Ferrer, el santo de la calle del Mar

1347/1380 Santa Catalina de Siena.

1372: se celebra en Valencia la primera procesión del Corpus Christi, la Festa Grossa o Fiesta Mayor del Cap y Casal.

Solemne Procesión del Corpus


1378: es elegido Urbano VI por presiones y amenazas del populacho romano. Comienza el cisma de Occidente, que dura hasta 1429.

s. XV: esplendor demográfico, económico y cultural de Valencia, unido a un profundo hundimiento espiritual. Es el siglo de Luis Vives, Ausias March, Joanot Martorell y Micer Mascó.


Luis Vives, humanista valenciano

1414: se funda la Cofradía de Nuestra Señora de los Desamparados.


Nuestra Señora de los Desamparados y los santos Inocentes

1429: Primer Borja obispo de Valencia, aunque nunca estuvo presente. Durante 80 años se suceden obispos de la misma familia, siempre ausentes de la sede. Esa ausencia fue trágica, porque cundió el mal ejemplo entre párrocos y beneficiados, que llegaron a alquilar sus prebendas.

1437: es traído el Santo Cáliz desde san Juan de la Peña (Huesca)

Capilla del Santo Cáliz, en la catedral de Valencia


1474: se imprimen Les trobes en lahors de la Verge María, primera obra literaria impresa en España, con la mayor parte de los poemas en valenciano

1478: los Reyes Católicos establecen la Inquisición, con jurisdicción independiente de los obispos y sometida a la corona. La anterior inquisición procedía del siglo XIII y tuvo una actividad muy escasa.

1480: nace el Venerable Agnesio, que fue beneficiado de la catedral. Describe con crudeza la lamentable situación del clero, y pone en guardia a Sto Tomás de Villanueva (1544), animándole en su labor de reconstrucción de la diócesis. La clase sacerdotal estaba muy desacreditada porque abundaban los casos de baja moral.

S XVI: decadencia y burocratización del clero: pingües beneficios (diezmos y primicias, rentas…) permitían una existencia acomodada. Tenían escasa formación, no predicaban, algunos alardeaban de dotes declamatorias nada  convincentes. Abundaban pendencias y moral relajada, se unían a revueltas, como en el caso de las Germanías. Es una época de absentismo clerical que se extiende hasta el Concilio de Trento: los obispos abandonan las diócesis, los canónigos las catedrales, los sacerdotes las parroquias y los religiosos los conventos. La parte más sana fue el pueblo. 

1510: nace en Gandía san Francisco de Borja.

Palacio Ducal de Gandía


1519: Carlos I aprueba las Germanías, organización armada de los gremios contra los corsarios turcos.

1520: guerra de las Germanías. Tuvo su origen en la lucha de los gremios contra los musulmanes y los nobles que les protegían porque cultivaban sus tierras. Los gremios estaban hartos de las devastadoras  razias turcas apoyadas por los musulmanes que vivían en el reino de Valencia. Cesa la guerra en 1523.

1525: graves sucesos en la sierra de Espadán, donde se hicieron fuertes grupos armados de moriscos que asolaron durante meses las aldeas cristianas de la zona. Sucedió también en Benaguacil.

1544: toma posesión Sto Tomás de Villanueva, el obispo santo que precisaba la renovación de la diócesis. Visitó todas las parroquias, impuso la obligación de residir a los párrocos y de vestir el traje talar. Les prohibió dedicarse a negocios e impuso penas graves a las inmoralidades. Prohibió celebrar a sacerdotes sin licencia y puso freno a la venta de indulgencias.

1545/1563: concilio de Trento

1568: toma posesión como obispo de Valencia san Juan de Ribera, el santo Patriarca. Continúa la reforma y aplica las directrices del concilio de Trento, consiguiendo una profunda renovación del clero. Hombre de estudio y gobierno y buen pastor, se distinguió por su profundo amor a la Eucaristía. A él se debe en buena parte la larga tradición de sacerdotes valencianos sabios y piadosos, que tienen la Santa Misa en el centro de sus vidas y la celebran con profunda devoción.  Estableció disposiciones para dignificar el culto divino; por ejemplo que nadie se acercase al sacerdote durante la celebración de la Santa Misa.


Colegio del Patriarca

Iglesia del Patriarca san Juan de Ribera

San Juan de Ribera se estrelló en los intentos de evangelización de los moriscos, y pudo comprobar que los pocos que se convertían solían fingir. Lejos de integrarse, la comunidad musulmana soñaba con volver a dominar políticamente la situación del país, y sus costumbres provocaban continuas tensiones sociales. Cuando llegó a evidenciarse el entendimiento de los moriscos con los piratas  musulmanes que devastaban las costas, los reyes de España temieron seriamente por la seguridad del Reino si los moros se alzaban en armas ayudados por los turcos.

1609: Felipe II  decreta la expulsión de todos los moriscos que no se hubiesen convertido, con la aprobación de San Juan de Ribera. La expulsión supuso un gran alivio para la tranquilidad ciudadana y para la recuperación de costumbres cristianas. Pero también supuso un grave descenso de población y un hundimiento económico, que no se recuperó hasta finales de siglo. Hasta 1750 Valencia no volvió a tener el mismo número de habitantes.

1647: peste bubónica, muere el 25% de la población.

1650/1700 depresión económica, bandolerismo y segunda guerra de las Germanías, por enfrentamiento entre señores y vasallos que se negaban a pagar tributos.

1707: el 25 de abril Felipe V, borbón, derrota al archiduque Carlos de Austria en la batalla de Almansa. Valencia, que había apoyado al archiduque, pierde sus fueros. Para tener dominada la capital se construye la Ciudadela en un extremo de la muralla, junto al río Turia (fue derribada en 1901).

Derribo de la Ciudadela de Valencia en 1901


1713: fin de la guerra de Sucesión con el tratado de Utrecht. Se instaura en España el absolutismo centralizado, que acelera el proceso de pérdida del valenciano como lengua, llegando a finales del siglo XVIII a su extinción casi total. Como en el resto de la sociedad, en la Iglesia decae el uso del valenciano. La castellanización avanza progresivamente durante más de dos siglos, favorecida por el centralismo político, por la comercialización del libro y por la repoblación con gentes de otras tierras tras la expulsión de los moriscos. No fueron los clérigos regulares quienes introdujeron el castellano, como falsamente se ha dicho.

1767: expulsión de los jesuitas de España.

1773: el Papa extingue la Compañía de Jesús. En 1814 fueron restaurados y regresan.

1790: fundación del seminario diocesano. Desde 1550 existían diversas fundaciones de colegios mayores para la formación de sacerdotes (de la Presentación, de la Asunción…)

1793: revueltas contra los franceses de la ciudad, porque no querían acoger a sus compatriotas que huían de la revolución francesa.

1808: guerra de la Independencia contra los franceses y en defensa de la religión: fue un levantamiento popular.

1812: cae Valencia en manos de los franceses. Aunque el arzobispo de Valencia, Company, les era hostil, ofreció su colaboración a cambio de que se frenara el saqueo de Valencia, que se garantizara el culto en los templos y que no se establecieran logias masónicas. Lo consiguió en parte, pero no pudo evitar que muchos sacerdotes abandonaran las parroquias y se alistaran en la guerrilla.

1813: el gobierno afrancesado suprime las órdenes religiosas. Con la expulsión de los frailes se extendió el pillaje de los conventos abandonados, con graves pérdidas. Se produjeron numerosas secularizaciones, sobre todo de regulares, que llevaron una vida poco ejemplar y produjeron escándalos en las parroquias.

1820: pronunciamiento del liberal Riego. El nuevo capitán general, masón, ejecuta a su antecesor, el general Elio. Se establece el Trienio liberal. Comienza la Desamortización de bienes eclesiásticos, que fue en realidad un verdadero expolio y supuso la ruina de gran parte del patrimonio artístico-religioso valenciano.  Desaparecen entre otros los monasterios de Santa María de Valldigna, cisterciense; Santa María de la Murta, de los Jerónimos; san Miguel de los Reyes, San Vicente de la Roqueta y Santa Mónica.

Bastantes clérigos participaron con entusiasmo en la vida política del Trienio liberal. Muchos fueron diputados, se afiliaron a sectas secretas y a los comuneros. Bastantes fueron considerados masones, y aparecieron en listas del Archivo Secreto Vaticano.

1823: restauración absolutista.

1833: muere Fernando VII. Primera guerra carlista, de Carlos de Borbón contra Isabel II, hija de Fernando VII.

1835/1848: trece años de sede episcopal vacante. En la vida política se impone el liberalismo anticlerical.

1840: se cierra el seminario.

1868: revolución “Gloriosa”, que destrona a Isabel II. En Valencia se forma una Junta presidida por Peris y Valero, que siguiendo la política de Madrid ordena la demolición de templos y la expulsión de los jesuitas. En diversas ciudades de España se cometen graves atropellos: robos sacrílegos, fusilamientos de imágenes, vejaciones a eclesiásticos.

1873: Primera República. Movimiento cantonalista republicano en Valencia y Alcoy.

A lo largo del siglo XIX se produce un lento y progresivo descrédito del clero, especialmente en los ambientes intelectuales: abundaban los clérigos mediocres, sin formación teológica, cuyos sermones, en lugar de edificar, escandalizaban o provocaban hilaridad, porque carecían de doctrina y estaban cargados de política o de retórica vacía, con dramatismo declamatorio y excesos verbales. Desconocían la predicación encaminada a instruir al pueblo en las verdades de la fe y en la corrección de costumbres. Se produjo el alejamiento del sacramento de la confesión, por el mal ejemplo del clero o la imprudencia en materia moral. Abundaba la suciedad y el abandono en las iglesias. El clero no cumplía las rúbricas en las celebraciones litúrgicas…

1876: se aprueba la presencia legal de otras religiones.

1882: los liberales comienzan la lucha con el catecismo católico en la escuela.

1885: obra social y movimiento obrero del padre Vicent, jesuita. Encíclica Rerum Novarum de León XIII.

1902: Alfonso XIII. El blasquismo valenciano, cargado de anticlericalismo,  continúa su ascensión y su influjo en las masas populares.

1903: san Pío X comienza la renovación pastoral y litúrgica.

1931: Segunda República. Alfonso XIII se exilia. Asaltos e incendios de templos y conventos por parte de las masas, dirigidas por masones. Se suprime la dotación económica del clero y culto, que en realidad era una restitución simbólica por los bienes sustraídos a la Iglesia durante las desamortizaciones, y un reconocimiento del Estado a la actuación benéfica y social de la Iglesia en favor del pueblo español.

16 de febrero de 1936: victoria de las izquierdas en las elecciones. La convivencia pacífica se hace muy difícil, pues se incita a la destrucción y venganza sobre todo lo que significara derecha o tuviera contenido religioso. Se producen incendios, saqueos y expulsión de sacerdotes de las parroquias.

20 de abril de 1936: aunque no se cita en el libro, menciono el primer viaje de san Josemaría Escrivá a Valencia. Había fundado el Opus Dei en 1928 ("un querer de Dios para el mundo", explicaba) y se entrevista con monseñor Lauzarica con vistas a comenzar su labor apostólica en nuestra tierra.


san Josemaría Escrivá con el beato Álvaro del Portillo en los Viveros

18 de julio de 1936: guerra civil. El autor analiza las causas de la persecución religiosa durante la guerra civil. Aporta datos para concluir que el comunismo y sus adláteres ideológicos y sindicales desencadenaron la más cruel persecución religiosa que ha conocido la historia de España. Casi todas las víctimas fueron torturadas y asesinadas fundamentalmente por motivos religiosos, porque eran sacerdotes o sencillamente católicos coherentes. No es de recibo, añade,  tratar de explicar la persecución religiosa como mero resentimiento social contra el clero: las razones políticas o sociales, como las venganzas, quedaron relegadas a segundo plano. Además, los sacerdotes valencianos y la mayor parte de los católicos asesinados eran tan pobres como sus propios asesinos. El odio contra la religión católica, hábilmente instigado y azuzado por algunos dirigentes, es lo que movió a asesinar a gente tan del pueblo como sus asesinos. Miles alcanzaron así la palma del martirio.

Una vez más "la sangre de los mártires fue semilla de cristianos."

san Juan Pablo II venera el Santo Cáliz en la catedral de Valencia

 

En 1982 san Juan Pablo II ordena sacerdotes en la Alameda de Valencia